miércoles, 5 de junio de 2024

Otro día

 


Y la vieja me gritó que debí informarle antes. Siempre es lo mismo con mi jefa, que por qué no le dije, que ella tenía que saber todo le que pasaba en su departamento. Es verdad, ahora que se me pasó la furia y el estado de petrificación que se impone sobre mi cuerpo y mi voz cuando alguien me grita, reconozco que no le dije. Me repetí la historia desde el principio, que don Ernesto me había contado del problema eléctrico de la bodega y justo pasó Juan Pablo, el ito eléctrico. Por un buen tiempo le dije Juan Pablito, cuando ignoraba que ito era la sigla para el inspector técnico en obras. De ahí nos fuimos directo al lugar del corto circuito e hicimos las coordinaciones para las órdenes de compra de los repuestos, los horarios en que se harían los cambios, sin interrumpir la labor diaria de los equipos de venta. Pensé que era eso lo que más importaba y sigo pensando lo mismo. Justo cuando iba subiendo al piso doce donde está la oficina de mi jefa, para informar de la solución al problema de la bodega, me agarra la señora Sara por un accidente laboral de la Juanita, una externa del servicio de aseo, pero que todavía no tenía contrato y entonces la responsabilidad iba a caer en la empresa − ¡pucha la lesera! – fue lo único que pude decir en voz alta porque don Tomás, el dueño de la empresa del aseo, es hermano del dueño de la empresa que me contrató a mí; así es que con voz y actitud de resignada, le dije que me haría cargo. Fui a mi oficina, que no sé para qué la tengo si nunca estoy ahí y llamé a Rosario, la jefa de personal de los del aseo. Trifulca y media, que era el sexto contrato que tenía que hacer apurada porque se había corrido la voz de que si tenían un accidente los contrataban al tiro. Que así era esta gente, que se aprovechaban de inmediato.

La Juanita esperaba abajo con el tobillo hinchado y se aguantaba el dolor.

−y ustedes ¿qué les pasa con las escaleras? ¿todavía no ponen las gomas de seguridad?

−Rosario, limítate a enviar el contrato de la Juanita. Mientras, yo me encargo de convencer al comité paritario de que algún integrante autorizado llene el formulario de derivación al IST por accidente del trabajo.

Era un día de esos en que una debió quedarse acostada con fiebre real o inventada. Todo el día con estupideces que requerían solución inmediata y encima teniendo que ser paciente y no armar más escándalo para no tener problemas con los jefes o los sindicatos. Mi oficina me servía para eso, para poner las morisquetas que quisiera al teléfono sin que nadie me viera o estirarme y hacer como que mandaba sendas patadas en el culo a quien se lo mereciera.

Después de respirar hondo fui a hablar con don Luis, el presidente del comité paritario, un tipo de unos cuarenta y tantos que desde que había asumido esa función, se paseaba casi con lupa por todos lados buscando todos los detalles que había que subsanar para garantizar la seguridad de los trabajadores. Era cierto, pero quería todo para ayer y era imposible hacer todo de inmediato, habíamos tenido como cuatro reuniones este último mes, logramos avanzar en algunas cosas, pero faltaba y siempre iba a faltar y él se largaba en un discurso obsesivo lleno de detalles y reiteraciones de los detalles. − Mire señorita Josefa, ya sé que usted va a decir: ya va a empezar con la cantinela, pero ¡mírese usted pues! Anda con esa falda hippie llena de vuelos, se va a enganchar en cualquier parte y después va a alegar que el reglamento está anticuado que es su derecho vestirse como quiera y que si no va a demandar por discriminación. Y ¿qué quiere que haga yo? ¿qué le digo al comité? ¿Qué la subjefa es especial? No pues, usted sabe, la seguridad es para todos. Hay derechos y obligaciones y también corren para usted.

Roberto es de esos que hablan a punta de obviedades, puras frases hechas, pero afirmadas en algún manual, puse cara de compungida y traté de sonreír como una niña pillada en falta, el viejo truco de la cara de gato con botas ¿quién no lo ha usado para librarse de alguna norma absurda?

−Prometo que mañana me pongo ropa según el reglamento, pero por favor veamos lo de Juanita, ya supo, supongo.

− ¡Por supuesto! ¿cuántas veces le he dicho señorita Josefa que esa empresa es muy chanta? Que no cumplen con los requisitos mínimos de seguridad para sus trabajadores.

martes, 21 de mayo de 2024

Los mismos padres

 


I

Daniela tenía un libro a punto de terminar, pero como quien no quiere abrir un correo con una deuda por pagar, se daba mil vueltas para no devorar las últimas páginas y quedarse con la sensación de no haberlo degustado como era debido. ¿Se recuerdan los sabores? No con exactitud, pero la evocación es el componente principal. Se hallaba en esas reflexiones o inutilidades como decía Mariana, su hermana, cuando entró a su dormitorio inquieta y apurada.

−Ya sé lo que te pasa. Hablas con mala redacción.

− ¿llegaste a esa conclusión por alguna serie o algo que estabas viendo en tus redes?

Mariana se fue tan rápido como entró de ese dormitorio, estrecho y un poco asfixiante, lleno de repisas improvisadas, para volver al propio dominado por aparatos electrónicos de toda clase. Resultaba difícil hablar con Mariana, se distraía con facilidad, − mal de estos tiempos – diría la madre, pero de modo inexplicable, recordaba lo que oía.

Daniela se quedó en la misma posición en la cama, sentada ordenando documentos en una carpeta. Una conocida maniobra dilatoria para no ir la final del libro. Sí, sonaba razonable eso de que hablaba con mala redacción. En los momentos claves parecía no poder armar un argumento, las palabras salían desordenadas y sin lógica alguna, en especial con las personas que más le importaban, incluida su hermana. Tal vez por eso le gustaba leer o admiraba a los músicos que, teniendo una melodía en su mente, luego hacían calzar palabras, historias y notas musicales. Una genialidad que solo las personas limitadas en su capacidad de expresión como ella podían valorar en su justa medida.

El libro transcurría en invierno uno especialmente frío y cruel y tal como le ocurrió con la película Siete años en el Tibet que había visto en el canal de películas viejas en verano, tiritaba de frío a pesar de los treinta grados de aquella tarde. Ahora era lo mismo, estaba soleado y tibio, pero sus pies y manos decían otra cosa, no había forma de templarlos.

−No sé que va a ser de esta chiquilla− decía el padre, − tan influenciable y atarantada, ya tiene veinte años y no se ve que haya madurado algo.

−Tranquilízate hombre, ya verás como se abrirá camino igual, las cosas ahora son diferentes, no tiene por qué ser igual que cuando nosotros tuvimos veinte.

−Dios te oiga

Con esa frase, proviniendo de un hombre ateo y orgulloso de serlo, terminaban las discusiones con la madre, dotada de un buen sentido común y una paciencia a prueba de casi cualquier cosa.

¿Cómo sería el final? ¿Acaso uno correcto y lógico, como la vida de la mayoría, en la calma y la paz de los años, justo premio a la experiencia y claridad para tomar decisiones? o tal vez fuera un final sorprendente e improbable, lleno de fantasía y juegos imposibles entre distintas capas de la realidad.

− ¿Sabías que hay comunidades en Puno, Perú, ajenos a la tecnología y en el que la gente vive más años con actividades simples y rutinarias?

− ¿y para qué querría una vivir una vida así y tan larga?

− Es que no conocen otra forma

− Nosotras tampoco   

Mariana, a sus diecisiete años, conocía datos de muchas cosas, datos random decía ella, que al parecer le servían para interrumpir a cualquiera en sus quehaceres y dejar a sus casuales interlocutores con preguntas que a ella no le concernían puesto que ya estaba en otra cosa.

Las hermanas no podían ser más diferentes según ellas mismas; los demás las encontraban muy parecidas, no solo en el aspecto sino también en los gestos y la forma huidiza de relacionarse con los otros. Una madre correcta y sermoneadora como casi todas las enfermeras y un padre siempre ocupado o que se esforzaba por parecerlo brindaban una buena fachada. Les tomaban muchas fotos y cada cierto tiempo les preguntaban cómo estaban para que no dijeran que no se preocupaban por ellas. Así las cosas, el refugio afectivo estaba entre las hermanas, en ningún otro lugar. Aun sabiéndolo, ambas se esforzaban por demostrar cuan molesta era la otra y solían decir que los días serían más fáciles y cortos si la hermana no estuviera viviendo en la casa familiar.

Daniela era la silenciosa y Mariana, dentro de la quietud y aparente calma de esa casa, era la bulliciosa y a quien, por lo tanto, iban dirigidos los reclamos por el escándalo de su andar y los saltos en la escalera. La madre necesitaba descansar y el padre concentrarse. Mariana decía que prefería la distancia del padre que la eterna e implacable corrección de la madre, ese tono conciliador y dulzón, le parecía una muestra del esfuerzo que significaba para ella cumplir su rol en la familia.

− ¡Nada que ver! Te gusta andar haciendo problemas e inventar dramas donde no hay.

− y a ti te gusta no ver lo evidente.

Mariana estaba decidida a desenmascarar a la paciente madre y demostrar que el padre era otra más de las víctimas de su falta de honestidad, el pobre no tenía más alternativa que meterse en su mundo y hacer como que nada le importaba. Daniela sospechaba que había historias que ambas desconocían y que la madre, de seguro, había sufrido las mismas decepciones y sobrecargas de las mujeres de la familia.

−Las tías y la abuela no andan con cara de santurrona y agotamiento cada día de la vida, menos con ese tono de falsa comprensión con todos, hasta conmigo que no me canso de criticarla y provocarla.

− ¿A propósito? Pensé que no te dabas cuenta de que lo hacías tanto y tan seguido. A veces me quedo esperando un grito de vuelta de su parte o un portazo o lo que sea, pero no. Creo que esa es su victoria, no perder el control contigo ni con nadie.

− ¿Y el papá? ¿qué le pasará que no reacciona tampoco? ¿cómo serán las conversaciones entre ellos? Me refiero a cuando no estamos presentes o no hay comentarios sobre las noticias o algo extraordinario en sus respectivos trabajos. Tal vez tienen un pacto que desconocemos.

Mariana se imaginaba a un padre torturado por una bruja, Daniela a una mujer oprimida por un hombre frío y distante.

II

El final del libro pertenecía al mundo de las fantasías y capas de realidades entre la vida, las muchas vidas y le muerte, las muchas muertes, también en capas. No podía ser de otra manera si lo pensaba bien, las cosas no encajan tan bien como las cerraduras artesanales japonesas.

Después de ordenar la carpeta sobre la cama con fotos, papeles, envolturas de dulces y, a pesar de las constantes interrupciones de Mariana, no tuvo más alternativa que terminar de leer el libro y quedarse pensando en las piezas que a su juicio faltaban para no dejar las historias entrelazadas a medio camino.

Mariana volvió a entrar con expresión seria y un tono de voz que parecía tranquilo y conciliador– tus padres no son los mismos que los míos y como sea, son las mismas personas, las mejores que nos correspondía tener – Daniela, ensimismada en su mundo de fantasías y letras pensó que su hermana había visto esa reflexión en algún post de los miles que pueblan las redes sociales, llenos de clichés. Luego olvidaría esa perlita de sabiduría, así las llamaba su madre, y volvería a ser la adolescente arisca y provocadora de la familia.

Daniela se quejaba de los cabos sueltos, de la falta de cierre de ciertos capítulos, de los misterios de la relación entre sus padres, de cómo dos hermanas podían ser tan distintas creciendo en el mismo espacio de relaciones. Empezaría entonces otro libro, a devorar más palabras y a evocar sabores, tactos y emociones que intuía más tarde viviría ella misma. Su hermana estaría cerca como testigo.

Mariana seguiría en la búsqueda de información que saciara su curiosidad y ampliara su mundo, según ella pequeño y predecible. Su hermana estaría cerca como testigo.


lunes, 13 de mayo de 2024

Cápsulas



Foto de Andrea Piacquadio: https://www.pexels.com/es-es/foto/reloj-astronomico-de-praga-820735/


¿Y entonces?

Imposible responder, dependía hacia dónde quisiera ir y el punto en el que la historia se podía retomar. Inclusive era necesario definir los lentes con que se podría mirar el mundo creado o recreado. - Demasiada conciencia del recorrido - le habían criticado una vez. Llegó a pensar en que ya no había historia ni necesidad de ella. Todo era cuestión de interpretación o de reformulación. Y eso la ponía mal, la enfermaba casi. Cada cierto tiempo volvía esa sensación de encierro en la propia mente. Y, aunque las palabras fueran un instrumento de coordinación con otros, también lo eran de la confusión, de los vacíos y los finales abiertos. Si es que se puede hablar de finales mientras aún hay vida y experiencias.

Enseñar historia fue lo peor que se le ocurrió. En especial a adolescentes que no alcanzan, salvo muy notables excepciones, a dimensionar lo mucho que incide en la vida diaria el conocimiento, o la falta de él, hasta de la historia familiar. Alguna vez se le ocurrió ese ejercicio y quedó la grande con los del cuarto D. Algunos inventaron ser descendientes de europeos y quedó en evidencia el error aspiracional de sus padres al buscar en internet su árbol genealógico. Otros no sabían más de su familia que hasta sus abuelos y se sintieron discriminados por no tener antecedentes. Era obvia la diferencia en el tono de la voz y la postura corporal de quienes estaban ávidos por hablar sobre sus antepasados y los que no querían abrir la boca. Ese colegio, ubicado en una comuna vulnerable en la jerga actual, era diverso en cuanto a los ingresos de las familias. Es probable que sea así en la mayoría, poco se sabe si la colegiatura se paga sin esfuerzo o haciendo muchos malabares y dibujos con las cuentas del mes.

Quizás qué había en las historias familiares de los alumnos del cuarto D que los apoderados reclamaron en masa por invasión de la privacidad, discriminación, abuso de confianza de la profesora y otros conceptos similares que, desde ese episodio, el colegio se comprometió a incluir en el proyecto educativo.

A pesar del progresismo imperante, del imperio de lo políticamente correcto, o debido a eso mismo, los padres se enredaron hasta el absurdo para referir a sus hijos la historia de su familia. De los pocos que recibió el trabajo por escrito, se podía inferir el cambio vivido por el país en dos o tres generaciones. Se podía hablar de la historia de la transición de familias rurales a urbanas; del cambio en el poder adquisitivo, en las creencias religiosas y valores priorizados en los discursos familiares. No había sido mala la idea, pero la profe Iris, sin intención ni suficiente sagacidad, había pisado muchos callos de la aristocracia local.

En otra ocasión se le había ocurrido presentar la toma de Morro de Arica desde las diferentes miradas de sus protagonistas: soldados jóvenes chilenos, adolescentes como ellos; la de los jóvenes peruanos que lo defenderían, sus superiores y los padres de cada lado. Ni hablar, nuevos reclamos. Había que contar la historia como realmente había sido y por más que se esforzó en explicar que la historia jamás ha sido ni será de una sola manera y menos aún sus consecuencias, ni tan siquiera para los vencedores, no tuvo éxito con sus argumentos.

La acusaron esta vez de antipatriota y de promover un latinoamericanismo imposible. Al menos con eso estaba de acuerdo porque los anhelos de unos no coincidían con los de los demás y había una cantidad tan inmensa de variables en la construcción de bloques territoriales, comerciales y culturales que los conflictos estarían allí casi por una eternidad, pero daba igual lo que dijera. Los apoderados, devenidos en clientes insatisfechos, son más poderosos de lo que ellos sospechan.

En ese escenario, si hubiera sido consecuente con su idea de la enseñanza de la historia, más parecida a un proceso de interpretación recurrente según se vive el presente, que a un listado de acontecimientos más o menos ordenados en una línea de tiempo, hubiera renunciado, pero no tuvo más remedio que ceñirse al programa ministerial y a los métodos tradicionales, los mismos que la dejaron a ella confundida acerca de qué estaba pasando en Sudamérica mientras los chinos inventaban el papel o los emperadores romanos se sucedían unos a otros entre intrigas, fake news y asesinatos.

Y ahora que se usa reescribir la historia, se cancelan películas y libros clásicos según la sensibilidad actual, mientras los horrores se traspasan a las noticias, la verdad es que la Profe Iris se conforma con que el programa hubiera sido abordado ya sin pensar más en si tenía o no sentido cuestionarse algo siquiera. Como muchos de su generación, había partido por deseos de Miss Chile: la paz mundial, que en el lenguaje de los profes como ella eran el desarrollo del pensamiento reflexivo y el aprendizaje del pasado, para luego de un poco de experiencia, concebir su trabajo como un medio para la vida de adulta independiente y nada más. Dentro de todo no estaba mal, en ese colegio pagaban un poco más que en otros en los que había estado y no iba a arriesgarse a perder su trabajo.

− La historia y los recuerdos son un lío interno porque están teñidos con el color del presente −. Solía pensar y decir eso muy a menudo, en especial ahora que la evidencia científica estaba disponible para afirmarlo. No es fácil recopilar la propia biografía. Menos la lógica detrás de las conductas en momentos críticos que no parecen tales.

En alguna parte había leído, o tal vez lo estuviera inventando, que había un método para encapsular vivencias de modo que los recuerdos no cambiaran de color y así mantenerlos a resguardo de las emociones del presente y del overthinking tan actual como la procrastinación. Una especie de autohipnosis intencionada para conservar en estado puro la felicidad de algunos instantes, el sonido de las risas, el aroma de un perfume, el estremecimiento de la piel y esas sensaciones inefables transmitidas por las miradas. Sin nostalgia, dolor o explicaciones rebuscadas. Algo parecido a escuchar una y otra vez una melodía, la canción favorita o la banda sonora, si había, de las experiencias escogidas para encapsular. Si para una persona era difícil escoger qué guardaría en la cápsula como recuerdo impoluto, en la mente de Iris, era casi imposible que dos o más se pusieran de acuerdo en conservar los mismos fragmentos de la vida.

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Se enredaba en detalles que complicaban el llenado de su cápsula imaginaria de instantes y no podía desprenderse de las interpretaciones.

¿Cómo podría entonces seguir contando a los alumnos hechos relatados por personas que no los vivieron y que tal vez, no solo no correspondían a un cierto consenso, sino a una intencionalidad detrás, por lo general económica o de poderío de alguna clase?

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Ya no creía en nada de lo que contaba.




viernes, 19 de abril de 2024

Peluquero impertinente



Foto de João Saplak: https://www.pexels.com/es-es/foto/blanco-y-negro-ciudad-calle-acera-19376401/

Hay un video que circula en las redes que me hace reír cada vez que lo veo. Es una tara personal eso de reírse de las mismas cosas una y otra vez, sin variación. Eso dicen mis compañeras de trabajo, que soy un poco extraña, un poco no más, no es para que crean que me siento diferente de la masa que camina hacia el metro y que simula no pensar en nada mientras, una vez en el tren, se siente de a poco con menos aire y más vulnerable. El punto es que cumplí cuarenta hace poco y no sé por qué me sentí aliviada y libre, aunque puede que ambas cosas sean lo mismo, el alivio y la libertad. La ausencia de expectativas, eso debe ser. Por mucho que digan que la esperanza de vida aumentó y bla bla bla, creo no ser para nada la única que anota los alimentos que aseguran longevidad para no comerlos ni por accidente. Ausencia de expectativas, eso es, ya nadie espera que revierta ciertas decisiones o que madure lo que, traducido a conductas concretas, significa cumplir con un listado de tareas apropiadas para alguien como una. Más fácil todavía: ya los decepcioné y me da lo mismo. Eso digo hoy, mañana me puedo contradecir y tampoco importa. La coherencia interna se parece mucho a la rigidez he pensado en estos días. Así es que capacito que más adelante vuelva a generar expectativas en otros o en mí misma (si lo dejo por escrito me salvo de las anti-predicciones).

El video. El video era el punto.

Voy a dar un rodeo para llegar al video. Cuando tenía treinta y dos, me dio por hacer cosas distintas, me desteñí el pelo para poder teñirlo de colores de moda a veces rosado, a veces azul. Ya estaba vieja para esas cosas, mis amigas habían hecho lo mismo hacía al menos diez años atrás y yo no me atrevía porque no iba con la imagen que mi familia soportaba. Ahora que lo pienso vivíamos en un desfase cultural bastante profundo, mi madre era de la generación que llamaba feminismo a poder trabajar para comprarse sus cositas y no para pagar cuentas o participar de las finanzas familiares. Eso hacía, por una clase de operación matemática que solo ella se explicaba, que tampoco considerase que podía participar de las decisiones importantes. Esas correspondían a mi padre.

A los treinta y dos, vivía en la casa familiar. Mi trabajo de kinesióloga y mis dificultades para ahorrar y no gastar la plata en puras tonteras hacían que, sin querer, estuviera desempeñando el papel de hija para la vejez igual que Tita de la Garza en Como agua para chocolate de Laura Esquivel. Sin sus habilidades para la cocina ni un enamorado por el que llorar o reír.

No sé cómo pasó, pero un día me dio lo del pelo. Antes de eso iba ordenadita por la vida, más o menos, no crecía, yo, no el pelo, pero tampoco era para tanto. Supongo. ¡Ay! ¡Que no pueda afirmar nada con certeza! Me carga eso de mí. Estaba tranquila, sin plata ni planes, pero tranquila y todavía podía pararme y encerrarme en mi pieza si cualquiera empezaba a preguntarme por mis planes o por mi proyecto de vida como dicen los más cursis.

Entonces un día iba pasando por el frente de una peluquería, me habían pagado recién, vi que salía una chica súper estilosa y original en su look completo. No pregunté ningún precio y le dije al peluquero que quería un cambio radical.

Salí con el pelo corto, fucsia y un montón de mechas paradas sobre mi cabeza. Me veía rara, pero bien. Esa podría ser mi definición, rara, pero bien. Y sin plata- El corte, decoloración, coloración, peinado me costó el equivalente a casi el cuarenta por ciento de mi sueldo. Una cosa llevó a la otra, ese look no iba con mi blusa y los jeans que usaba cinco de los siete días de la semana. Tuve que ir a comprar pantalones, faldas cortas, suspensores y muchos accesorios. Tuve que ir.

Ahí comenzó todo, se me desordenó la vida, renuncié a mi trabajo sin tener otro y me parecía que todo iba a estar bien, nada era tan grave. Fue como si me hubiera agarrado la curva de un imán en espiral. Me puse a trabajar en cualquier cosa porque estaba mala la cosa para los kine y encima la gente de salud parecer ser la más tradicional de todas. Agarré mala fama. Poco menos que se creyeron que me volví loca o algo así. En una de esas sí. Trabajé paseando perros, animando cumpleaños de cabros chicos, de nana part time, rellenando cuchuflíes, lo que cayera. Lo más difícil era pasear perros, algunos se ponían muy contentos al verme y mis pantys de redes negras se hacían mierda solo al saludarlos, hasta que aprendí los trucos para controlarlos.

Mis padres, en un intento desesperado por hacer que reaccionara y madurara, me dijeron que cerrara la puerta por fuera. Y lo hice. Trabajando de cualquier cosa me sentía una sobreviviente, alguien que podía arreglárselas casi en cualquier contexto. Vencí el temor al ridículo y a la pobreza. Me fui a vivir con una tía vieja, casi como refugiada.

Entiendo a los que pensaron que estuve un poco loca, soñaba cosas raras y por alguna razón me sentía invencible. No aguantaba ni media crítica y sentía que andaba de paso en cualquier circunstancia. A través de mi tía, mis padres presionaron para que fuera a un psiquiatra. Pensaban que era bipolar o del espectro o narcisista que son los únicos diagnósticos posibles en estos días. Todos somos el personaje narcisista, TEA o bipolar de alguien y les generamos ansiedad. Eso, casi textual, me lo dijo el psiquiatra, que me encontró bien, no feliz, pero compensada. Mis padres no lo podían creer, mi tía sí.

Conocí muchas clases de personas en ese período, hay harta gente loca y como me tomaban por una de su especie se permitían tener confianza conmigo. Hay cada historia, inimaginables, creo que muchas veces no hay más alternativa que hacerse la loca o al menos parecerlo, aunque sea por un tiempo.

Alcancé de nuevo ese estado de tranquilidad de antes de cortarme el pelo, con ropa y maquillaje diferente, pero igual por dentro. Hacer cosas poco convencionales para poder sobrevivir y no depender de nadie fue una buena experiencia. Me había hecho un nuevo ecosistema y me había acomodado. Hasta habían cesado los intentos de mis padres y de otros por salvarme de mi supuesta desorientación y crisis de la adultez.

Estaba tranquila después de tanto caos y vino la pandemia. Los kine ahora éramos nuevamente valorados y contratados por montones en hospitales, clínicas y consultorios. Mi tía se enfermó y la tuve que llevar a la urgencia. De esa no salió. Aparecieron sus hijos a pelearse hasta las frazadas de la señora y a mí me acusaron de querer quedarme con todo. Se pasaron de vacunas.

Mis padres tenían miedo y me pidieron que volviera a la casa. Volví.

Ahora todo volvió a estar ordenadito. Mi pelo tiene el mismo color de antes, la ropa que había dejado en la casa me quedaba buena y me salieron al menos tres ofertas para trabajar durante la pandemia. Con tanto traje de protección me sentía como una astronauta y como no se podía hablar mucho, no fue tan difícil adaptarme de nuevo al ambiente de hospital. Ahora que miro esos años, hace ocho, hace diez, hace seis, parece un video clip antiguo con imágenes mal pegadas, algunas distópicas y otras divertidas. Demasiado en poco tiempo. Y tal como luego de un tsunami el mar vuelve a su ritmo habitual, indiferente al daño provocado, así sentí que mi vida se acomodó de nuevo.

¡Ah el video! El personaje es un humano disfrazado de perro que andaba tranquilo de callejero hasta que llega una vieja de alma caritativa – ¡adopta no compres! – y se lo lleva a su casa. El perro estaba bien y cada cierto tiempo lo quieren echar como si hubiese sido su decisión ser adoptado.

Así estaba yo, tranquila, adaptada y me agarra un peluquero que me cambió el color del pelo y una cosa llevó a la otra y vuelta a empezar, pero ahora tengo cuarenta y siento que me salvé, aunque nunca se sabe. Eso me da risa, una y otra vez, con la misma intensidad.

https://www.instagram.com/reel/C3bIs5MOSpW/?igsh=MTMxaHN5dnluYWFjMQ==

martes, 9 de abril de 2024

Un día normal

 

Foto de Tranmautritam: https://www.pexels.com/es-es/foto/london-s-eye-inglaterra-412201/

Se quedó con la curiosidad y preguntar a estas alturas no serviría de nada, ya no recordaba cuando había sido la despedida, para él las despedidas eran una secuencia, un proceso con pasos inciertos y, por eso mismo, complejos y titubeantes. A lo mejor la despedida comenzó en el primer saludo. Ese pensamiento le recordó una película con una frase famosa – “you had me at the first hello” -. Tan ahorrativo que es el inglés, en español esa frase requeriría de más palabras o por último más letras o caracteres.

A veces pensaba que todo había sido una secuencia de situaciones absurdas, de silencios interrumpidos por miradas y balbuceos que parecían palabras, pero sin significado. Cada vez que pensaba en ese capítulo, comenzaba a rascarse la cabeza y ahora advirtió su incipiente calvicie. Estaba sentado en el café que quedaba abajo del edificio donde trabajaba. Iba allí para no tener que hablar con nadie, tampoco era que hablara mucho, pero hacía tiempo que se aburría de las conversaciones de pasillo y de esa sensación de decadencia que todos parecían estar sintiendo. Hasta él, un optimista irremediable, estaba cayendo en ese vicio de criticar todo y a todos - ¿sería esto la distopia de la que había leído por ahí o visto en alguna película? Esa sensación de estar corriendo como hámster solo para que el equilibrio de la vida no se cayera y correr más y más rápido para ganar lo mismo y permanecer en el mismo lugar. A veces se quejaba de cansancio, igual que si en lugar de cuarenta y cinco tuviera veintidós años. Porque no hay seres más cansados que los jóvenes, casi se sonrió cuando esa idea pasó por su mente.

Y sí, se cansaba de exprimirse el cerebro cada día un poco más para lo mismo, idear nuevas y mejores formas de alcanzar las metas mensuales con menos costos y mayor margen. Estaba seguro de que el jefe se sentía igual porque cada martes en las reuniones le era más difícil mantener la mirada en alguno de los integrantes del equipo. Equipo era mucho, cuadrilla, línea de producción a lo más, la interacción era mínima y la competencia máxima y eso no constituye una atmósfera propicia para sentirse a salvo y en confianza como para apoyarse en los demás integrantes de la unidad de trabajo.

El pantalón que eligió hoy le quedaba demasiado ancho, había bajado de peso casi sin darse cuenta, la secretaria se lo advirtió – oiga don Orlando ¿está a dieta? ¿va a algún gimnasio? -solo sonrió como respuesta, al entrar al ascensor se miró en el espejo, se sorprendió, hacía tiempo que no se detenía en sí mismo y era verdad, estaba más flaco y demacrado. Se arregló el mechón porfiado que siempre se caía sobre la frente, alarma inequívoca de la obligación de ir a cualquier peluquería que encontrara abierta el sábado al mediodía. No iba a perder horas de trabajo en tonterías.

A todo esto, ese comentario acerca de su peso demostraba su punto, a las mujeres no se les puede decir nada acerca de cómo se ven, se los habían advertido hasta el hartazgo en una capacitación de género en la compañía, pero ellas parecen tener un espacio mayor para transgredir esa norma. Un par de años atrás hubiera bromeado al respecto o un rato antes, pero había visto a varios meterse en problemas, algunos con toda justicia y otros por idiotas, por no medir riesgos. Si se iba a ir de ahí no sería por una estupidez, eso lo tenía claro al menos. En todo caso, algo quedaba de aquel tipo bromista y casi siempre de buen humor que guardaba chistes para el momento oportuno y así poner en aprietos a los menos vivarachos. Podría llegar muy serio donde la secretaria y decirle que había interpuesto una queja en su contra por el comentario acerca de su cuerpo y la mirada picarona que había observado mientras se sonreía. De solo imaginar la cara de ella se rio al sentarse en su silla negra, gigante y cómoda, de gamer, le había dicho su hijo una vez que lo visitó, al tiempo que agregó – quiero una igual viejo –. Fue bonita esa visita de su hijo menor, pudo sentir que el chiquillo se sintió orgulloso de su padre y por un momento hubo algún tipo de conexión. El divorcio los había separado, no era lo mismo verlo los fines de semana y un día definido con antelación durante el período escolar. Se perdía la espontaneidad del encuentro y encima el chico estaba atravesando por lo peor de la adolescencia. En sus trece no podía ser más típico, la disarmonía hecha cuerpo y mente. No recordaba así esa etapa en sí mismo. Lo pasaba bien no más, sin tanta complicación.

Sí, curiosidad era la palabra. Tenía sospechas de qué había pasado, más bien lo sabía, pero era un desafío casi intelectual la comprobación. Cuando la vio irse una y otra vez, no lograba deducir qué ideas pasaban por la mente de ella o de si la volvería a ver. Ni una sola ocasión se sintió sobre tierra firme. Se quedaba confundido. Solo le seguía el juego o tal vez le permitía a ella jugar con él. A veces se pensaba en un libro de Murakami y esas conexiones raras entre los personajes que casi se intuían, en que los vínculos ocurrían entre fantasmas más que entre personas. ¿O sería que nunca entendió ninguno de sus libros? si fuera así, daba lo mismo si estaban cerca o lejos, si hablaban o no. 

Entró a la página del banco, todo se había complicado desde el divorcio, qué manera de perder plata, todo doble, por eso seguía trabajando de esa manera. - mentira- sonó como un bombo esa palabra en su cabeza. Trabajaba por una serie de cosas y tal vez la plata estaba dentro de la lista, porque hay que sobrevivir por supuesto, pero no era eso lo que lo movía. El trabajo era su identidad, la inteligencia en movimiento, el humor como un ingrediente del día a día, aunque fuera disminuyendo. Las relaciones con otros. La posibilidad de ver y saber de otros. Curiosidad. La curiosidad como motor.

Su hija mayor estaba estudiando hace un par de años Ingeniería en realidad virtual. Cuando le preguntó para qué servía eso, esperando respuestas como simulaciones de entrenamiento para médicos, pilotos, arquitectos, la hija contestó que así podría diseñar y meterse en un mundo mejor y menos problemático que el que le había tocado, además, no tendría que salir a ninguna parte ni arriesgarse al daño de malas personas. No supo qué decir. Le pasaba con frecuencia eso de quedarse mudo por temor a quedar mal parado, en este caso como padre, en otras como jefe, peor como exmarido o el este de alguien. Así le decía Ceci, su actual alguien. 

Mejor no pensaba en Ceci, ella tenía el raro talento de estar cómoda sin definiciones. Él no, pero en este caso, sorteaba con habilidad los temas potencialmente difíciles. A veces lo miraba como esperando algo, pero lo que no se dice no existe. Había aprendido eso hacía tiempo, las palabras son trampas. Moderna la Ceci, dominaba toda la jerga de Instagram y Tik Tok : las heridas de infancia, los apegos, aprender a soltar, cuidarse uno mismo y todo mezclado con lenguaje esotérico y sabiduría medieval. Más moderna imposible.

Revisaba contratos, procesos, inversiones y era bueno en eso. Además, ahora había un montón de software disponibles para mejorar el rendimiento y podía darse el lujo de hacer proyecciones en distintos escenarios hasta por veinte años y hasta cincuenta si lo apuraban, pero el margen de error era demasiado alto por las variables que había que dejar como supuestos.

Sentía curiosidad por el futuro y para eso debía esclarecer su pasado. Tampoco. Ese era otro cuento que se contaba. No hay respuestas para todo, ni siquiera preguntas para todo. La vida se vive no más, con o sin explicaciones. Un día se encadena con otro, un día podría decidir salir de la comodidad de no saber y darse la oportunidad de hablar si le daban ganas o no y nada cambiaría. Excepto, quizás, una sensación nueva de equilibrio interno que se debía y le debía. Hasta podría decirle que extrañaba esas conversaciones de todo y nada como si las palabras no fueran necesarias, pero no lo haría.

Se iba de vuelta del trabajo, era tarde y andaba menos gente en las calles. Ya no le ocurría que, por el hábito ejecutado durante tantos años, llegaba a su ex casa más de un día a la semana y debía desandar el camino. No era para tanto, solo algunas cuadras lo separaban de su familia. Vivía cerca porque lo podían necesitar.

En un día normal se viven varias vidas paralelas- de seguro había escuchado esa frase por ahí, tal vez salió en Instagram y Ceci la habría repetido en alguna conversación. Mañana sería un día entretenido, casi tanto como el de hoy. Normal y hasta pacífico. 

Casi a salvo.


jueves, 28 de marzo de 2024

Era un juego

Foto de Jill Burrow


Me asomé a su Instagram como cada día, en la mañana y en la noche, a veces a las seis de la mañana, a veces más tarde; en las noches corro el riesgo de encontrármela cara a cara con ese botón de conectada y ni por nada quiero que eso ocurra. O tal vez sí, pero solo para ver, para saber. Hay noches en las que me aguanto y no la observo, y claro, se me va olvidando también.

En ocasiones me deja una sorpresa, una cortina un poco descorrida, una historia, que me permite entrever parte de su día, otras se encierra como si ocultara algo.

Alguna vez fuimos amigas. Nos contábamos la vida, y más que esas mezquinas minucias, la vida que imaginábamos y que sabíamos no iba a suceder, por ejemplo: íbamos a ser millonarias y replicar algunas ideas europeas para cultivar durante el ocio que nos generaría tener tanto dinero: un edificio entero dedicado a los libros, música, arte para los jóvenes y manualidades para los viejos. − Sería grito y plata − decía su tío que vivía en Estados Unidos y que creíamos era seco para los negocios y tenía una fortuna. Por eso no podía venir desde que se fue a vivir allá: por los negocios, por el trabajo, − porque cuando hay más plata hay que hacer más malabares para mantenerla − le decía a su sobrina.

O podíamos ser parte de un grupo de personas de nuestra edad que se dedicaría a conocer el mundo y dejar testimonios por si venía una hecatombe mundial: fotos, videos y otras cosas que podrían informar a otros cómo vivíamos y lo que apreciábamos. Igual a la cápsula del tiempo que aparece en las películas gringas para adolescentes. Tendríamos un todoterreno descapotable con el que recorreríamos África completa y un catamarán y motos y autos rápidos para conocer el planeta entero. No iríamos a los lugares que aparecen en todas las fotos, buscaríamos rincones poco explorados, −como si quedaran.

A medida que íbamos creciendo los sueños iban en sentido contrario, empequeñeciéndose, volviéndose más reales y no por eso más alcanzables, como cuando descubrimos que el tío de ella estaba de ilegal en Estados Unidos y por eso no podía viajar y que vivía una vida apenas normal, rozando el borde, con los trabajos temporales y poco especializados que conseguía. Entonces pensamos en una cadena de cafeterías, hasta construimos la carta y el estilo de decoración, el público objetivo, los proveedores y la forma en que nos haríamos conocidas.

Del capital nunca hablábamos, porque no tenía ningún sentido pinchar el globo que habíamos logrado elevar al cielo. Eran fantasías delirantes de lo que haríamos con un montón de millones que aparecerían mágicamente en nuestras manos. Desde todo punto de vista éramos unas inadaptadas; nos reíamos de los demás porque sus vidas eran típicas y predecibles y nosotras teníamos fe en algo intangible, en un hiperespacio protector que nos salvaría de un destino igual al de todos.

Todo dependía de si esos millones aparecían. Teníamos que actuar como si los tuviéramos, como si ya llevásemos la vida que imaginábamos. Era un asunto de programación mental, de alineación de los astros y pensamiento positivo – la fe mueve montañas, si la montaña no viene a mí yo me voy a la montaña y toda clase de refranes montañeses acerca del poder de la mente.

Ella se quedaba más pegada que yo, decía que a veces no podía dormir de tanto pensar en la vida de mujeres grandes que llevaríamos con tanta, tanta, tanta plata para disfrutar. Los panoramas que proponía se relacionaban con ese estilo de vida. Su forma de hablar se fue afectando, usaba un tono algo más agudo y una risita que de a poco me fue molestando. Para mí se trataba de un juego, para ella de un plan de vida.

Eso era, un juego, una forma de evadir ese contexto normal y ordenado que nos había correspondido como a cualquiera en realidad, encima eran sueños de grandeza y nada de rebeldes, era tener más sin mérito ni propósito. Como si fuéramos hijas de padres ricos.

De pronto, acercándonos a los veinte, ella de verdad se creía lo que habíamos imaginado y ya hablaba con ese tonito de superioridad y desprecio de aquellos que se sienten dueños del mundo: los demás, yo también, eran estúpidos, pequeños y limitados en sus horizontes. Ella estaba para grandes proyectos en este mundo, esa era su misión. Los millones llegarían solos. Así hablaba.

De cierta manera me empecé a sentir culpable por el vuelo que ella agarró en su fantasía, como cuando alguien empuja a otro en un columpio y no se detiene para que suba más, más, mucho más hasta verla caer despaturrada y ridícula. Siempre supe que era un juego y supuse que ella también. Pensé que era divertido que la empujara, que ambas nos divertíamos en el proceso.

Dejé de alimentar la fantasía del destino y la fe en cualquier cosa. Aterricé y trabajé por lo que estaba a la mano conseguir con el poco o mucho talento que tenía para vivir. Ella se dedicó a soñar y a vivir-como-si. Todo en ella era fingido, actuado, enfermo también.

No puedo decir en qué momento ocurrió esa escisión. O si el clivaje se produjo en alguna parte de la realidad o solo en mí.

Un día cualquiera ya no pudimos jugar más, ni hablar más, ni vernos más.

Esperé noticias suyas, la hacía de vendedora, internada en el psiquiátrico, de ilegal en Estados Unidos como su tío o de narcotraficante, pero no, me la encontré en LinkedIn, estaba contratando gente en su quinta cafetería y me ofreció pega.


martes, 19 de marzo de 2024

WhatsApp de empresa

 




En tiempos en que la verdad carece de valor, por irreconocible entre tanto ruido informativo, da lo mismo mentir de modo desvergonzado. Claro mi casa no se quemó y la de varios que conozco tampoco − gracias a Dios − diría mi madre, así con mayúscula porque ella es creyente y agregaría – alguna vez que le toque al pueblo −, justo cuando me mandó a responder la ficha esa que aparecía en los matinales de la televisión. Mi mamá decía que no entendía por qué tanta gente recibía beneficios, bonos o como se llamaran, − ¡ni la caja COVID recibimos y a la vecina, que tenía harta más plata que nosotros, le llegaron dos!, así es que como yo estaba de vago en la casa esperando que saltara la liebre por algún lado, me mandó, con la peor pinta posible, a responder la encuesta falseando todo cuanto pudiera para que pareciéramos más pobres de lo que somos.

Yo sabía que no iba a resultar. Nunca nos resulta nada. Vivimos al tres y al cuatro, tamboreando en un cacho decía mi papá, pero siempre hay gente que está peor. Igual fui, a veces mi mamá me convence con sus achaques, dice que le duelen las piernas, que si quiere me da un certificado médico del consultorio para que le muestre a la señorita de la ficha. El certificado es un papel arrugado de hace tres años y todavía cree que vale para algo que no sea mandarme a comprar.

A veces, y que me perdone el dios de mi madre, pensé que, si se nos hubiese quemado la casa, podríamos empezar todos desde cero, una especie de reseteo de la vida y yo podría hacer algunas cosas mejor que hasta ahora. Puras tonterías porque uno no puede dejar de ser quien es. Y eso me tiene medio bajoneado en el último tiempo. Antes, en este cerro, desde nuestra casa, se veía el mar y con eso decíamos que teníamos una buena vida. Yo no le hallaba la gracia hasta que se instaló una casa de dos pisos al frente y perdimos lo único valioso que teníamos decía mi cuñada, que se vino a vivir con nosotros porque estaba esperando a mi sobrino, el Danielito. Y era verdad, no me había dado cuenta, pero cada vez que estaba harto de un montón de cosas, me ponía a mirar el mar y me calmaba. O me distraía o me hipnotizaba solo para no hacer nada según mi hermano, el Daniel, papá del Danielito. Como si él hiciera gran cosa, trabaja en lo que venga, pero se llena la boca con eso de ser padre de familia. Paaaadre de familia haciéndose el viejo y encima el viejo-sabio y apenas tiene dos años más que yo. Un día me burlé de él y me preguntó – ¿Y voh? ¿quién soy voh? ¿qué erís voh?

Por supuesto que empezó con que no me conocía ninguna polola, que no tenía ningún plan, que todos mis amigos estaban en algo y yo ahí como en pausa, como si algún día algo fuera a ocurrir que me diera un nombre y desde ese día me quedé pensando quién era, qué era. La verdad es que el Daniel me sorprendió porque me dio donde más me duele y no pensé nunca que fuera capaz de juntar dos neuronas para decir una frase de corrido.

Entendí entonces que ser paaaadre de familia a él le servía de motor para moverse y seguir sin cuestionarse nada más. No quiero tener hijos, ninguno de mis amigos quiere, me puse a estudiar contabilidad en un instituto después del colegio técnico donde estudié y no me gustó, le dije a mi mamá que trabajaría en lo que fuera, pero no se me da vender, no le pego a la construcción tampoco, de hecho un día acompañé al Daniel a la obra donde estaba trabajando de albañil y me caí tan heavy de un andamio que el mismo patrón me vino a dejar al cerro porque si me llevaban a la mutual y no tenía contrato lo iban a lumear a él por haberme aceptado. El Daniel se quedó ahí porque, junto con la pensión de mi mamá, es el único que trae plata a la casa.

Y así me lo paso, preguntándome quién soy, qué soy y qué será de mí. Parece que la gente se define por lo que hace ¿o no? a los veintidós ya debiera saber se supone. A lo mejor soy [1]TEA, mi mamá dice que vio en la TV que hay mucha gente con ese trastorno y no sabe y que como yo le salí tímido y sin rumbo, seguro tengo eso o soy eso. Ella dice que es depresiva porque tuvo depresión cuando murió mi papá en el accidente del camión. Ya nadie se acuerda y eso que salió en el diario de Valparaíso. Yo era chico, ese período oscuro y confuso me marcó algo, una especie de nube negra sobre mi cabeza, una sensación de falla, de ser un poco raro, como víctima de la circunstancia y me carga esa cuestión.

A todo esto ¿y qué si soy o tengo TEA?, ¿hay algún remedio para eso? Claro, sirve de explicación, pero no cambia nada ¿me van a dar pega por inclusión?

Así paso los días y cuando me da la cuestión trato del ver el mar y ya no se ve desde esta casa, tengo que salir y ahí hay que saludar y hasta responder en qué estoy y empezamos de nuevo. En nada, pero soy algo, eso creo, algo sin nombre.

No resultó lo de la ficha, después, todos los que mentimos salimos en un porcentaje en el diario: 94% de los que llenamos la ficha intentamos obtener beneficios que no nos correspondían. Mi mamá se puso roja de vergüenza y rabia cuando supo. Empezó a despotricar contra los políticos, el gobierno, los que no pagan impuestos, los aprovechadores de cuello y corbata, los utilitarios del sistema y, para terminar, se puso a llorar porque me obligó a mentir y ser uno más de los mismos que ella odiaba.

      Y si nos hubiera ido bien ¿estaría llorando igual?

Mi mamá cambió la expresión de triste a furibunda y quiso alcanzarme como cuando tenía ocho años pa mechonearme. − ¡no te las vengas a dar de juez aquí, mira que hace rato que debieras haberte ido!

Verla llorar me produjo algo, no sé bien qué porque dicen que nunca sé nada. Un dolor de guata, una opresión en el pecho, una especie de impulso para hacer algo. Soy raro, al menos eso sé de mí. Reconozco que esa amenaza, nada de velada, de tener que irme de la casa también me provocó una mezcla de cosas raras.

Salí a caminar sin rumbo y me encontré con el Lalo, un compañero del colegio que estaba pintando un negocio por allá abajo. Me vio a lo lejos y me saludó con más cariño del que esperaba. Nos dimos un abrazo como si fuera año nuevo y eso le dije − ¡feliz año nuevo! –

      Ya saliste con tus cosas, ¡estamos en marzo!

      Sí, pero el año, el verdadero, empieza con la pega, las deudas, la escuela, la universidad y todo eso pasa en marzo. Antes es como una siesta. No pasa nada desde diciembre.

      Y el tremendo incendio ¿te parece poco?

      Ya, sí. ¿Se te quemó la casa?

      Noooo, menos mal ¿y a ustedes?

      No, estábamos al lado eso sí, nos salvamos no sé por qué.

Me volvió a abrazar y me invitó a ayudarlo, como yo andaba en la nada de mi presente y mi futuro, me puse a pintar y me quedaba bien. El Lalo me dijo que no era pacotillero y me preguntó si tenía pega.

      ¡obvio! Le dije

      Ah pucha

      ¡Obvio que no poh!

Nos pusimos a reír igual que cuando íbamos al colegio, lo vi achicarse y él a mí. Nos vi a los dos flacuchentos y tontones, el Lalo con suerte aprendió a escribir, yo algo más, pero se las arregla mejor en la vida que yo. Me contó que no le faltaba pega, que sabía negociar con las señoras y que si quería trabajar con él porque a veces no podía con todos los encargos. Pensé en mi mamá, su llanto y amenazas y le dije al tiro que sí.

Ya me estaba acostumbrando a desconfiar de todo y de todos, a mirar el mundo con los ojos desencantados de mi mamá y la mirada necesitada de mi hermano. En eso estábamos cuando una señora se quedó mirando el trabajo que llevábamos hecho. El Lalo entró en acción de inmediato.

               Ya mi reina, deme su WhatsApp, me manda la foto de lo que quiere arreglar y le mando un presupuesto altiro.

Pensé que era una broma. Se inventó un grupo que se llama Las amo mis reinas,

Cuando vi los mensajes, casi se me da vuelta el tarro de pintura que llevaba en la mano, de la pura risa por lo que él llamaba saber negociar:

Mire señora Adela el sábado voy air sin farta tuve que apagar un incendio en la pega y me isieron trabajar hasta el domingo.

Por las fotos que me mandó salen 120 lucas

Pero dejémoslo en 100 si le parece

O podemos aserle una rebaja

80 le cobro si quiere

Asta 70 pero más no me puedo bajar

La señora Adela no le pidió rebaja en ningún momento, él se bajaba solo, − es que pa´ todos está difícil, además eso del trabajo hasta el domingo no era cierto y me dio no sé qué – me decía el Lalo compungido sin que yo le estuviera pidiendo explicaciones.

No sé por qué me sentí mejor, casi inocente y confiado en la vida. Como el Lalo. La señora Adela quedó feliz y nos recomendó con todo el barrio y a las vecinas les decía que éramos de confianza. En estos tiempos no sé si hay algo más importante que eso.

Ahora soy algo, tengo un WhatsApp de empresa, “Las amo mis reinas”, trabajo de socio con el Lalo y soy de verdad.



[1] TEA: Trastorno del Espectro Autista

Info : ante el vacío mental del último tiempo para escribir cuentos, una amiga me contó una historia que espero no haber arruinado con contenidos sacados de otros lados. 

sábado, 9 de marzo de 2024

Sin ideas

 



−No tengo nada que decir.

Eso repetía a cada rato. En la clase la tarea era analizar el tipo de mujeres que describía Hemingway en sus textos, pero bastaba una búsqueda sin ningún cuidado en la web y aparecían sendos ensayos al respecto. Además, estaba cansado de responder los trabajos, pruebas y tareas pensando en el criterio de la profe ¿qué esperaba que dijera? Lo obvio, lo que ya se sabía: Hemingway era la personificación del hombre valorado en esa época y por tanto sus personajes mujeres debían ser caricaturas hechas a su medida. Un personaje que construye a otros bajo su particular prisma.

Sus compañeros de clases entendían los códigos sobre los cuales había que construir las premisas de un ensayo, él también, para eso bastaba mirar las pantallas con toda clase de imágenes y textos breves. Las tendencias estaban ahí, al alcance de los dedos y cualquiera que tuviera un mínimo de capacidad de abstracción podría darse cuenta. Y por si quedaban dudas estaba también la inteligencia artificial y sus trucos para parecer original.

Los asientos del parque que rodeaba la universidad estaban llenos de cabezas conectadas a sus pantallas, algunos conversando, otros solos, otros aparentemente en grupo, pero solos también. Los árboles y plantas embellecían ese paisaje de un modo que esa mañana le parecía más una imagen de película distópica que otra cosa.

Las mujeres descritas por Hemingway, superficiales, egoístas, sensibleras decían mucho más de él y su relación con ellas que del efectivo entendimiento de sus propios personajes, pero no lograba encontrar el sentido de tratar de misógino o de típico macho a un escritor que, como cualquiera, se tiene solo a sí mismo para entender lo que le rodea y construir un mundo ficticio paralelo.

Una vida llena de aventuras, una buena educación, figuración social y libertad para establecerse en casi cualquier lugar del mundo como gringo o europeo, antes y ahora, no impide tener los encuadres culturales propios de la época y menos superar los límites de sí mismo. Eso lo desesperaba y paralizaba al mismo tiempo. Llevaba esa autoconciencia al límite, rayando en la obsesión de la propia auto observación, si podía llamarse así a esa sensación persecutoria de no poder observar el momento que le tocaba vivir desde otra perspectiva que no fuera la propia.

Podía obtener la nota máxima si se ajustaba a lo que esperaba y llenaba el mínimo de páginas y palabras exigidos para tal fin. Una vez intentó probar su punto escribiendo frases casi al azar que poco tenían que ver con el tema a tratar, pero incluyendo cada cierto número de caracteres, las palabras de moda atribuibles a un determinado ángulo de análisis. La calificación le permitía aprobar, pero se sentía una estafa y estafado al mismo tiempo. ¿Los profes de verdad leían lo que los estudiantes escribían o solo aplicaban un selector de caracteres? Como los bots que revisan los CV de los postulantes a trabajos de acuerdo con el número de conceptos afines entre la descripción de cargo y las habilidades enumeradas por los candidatos. Quizás aplicaban una especie de premio al esfuerzo y a la participación en clases y como él era un discutidor por naturaleza, no podía evitar contradecir a casi cualquiera que comenzara a aburrirle con alguna perorata sin sentido, según su propio criterio por supuesto ¿acaso se puede ocupar otro? Así, aunque fuera molesto, era considerado un alumno participativo y comprometido con la clase. Claro, al lado de todos esos rostros impasibles, luchando por no dormirse y en quizás qué divagaciones mentales, él parecía muy concentrado. En suma, un latero.

Tampoco es que estuviera mal responder y usar las palabras a gusto del consumidor, él entendía que había que aprobar los ramos y luego ganarse la vida. – ay, si no fuera por la obsesión de buscar el ángulo diferente de la moda imperante −. ¿Qué pudo haber vivido Hemingway con las mujeres para llegar a desvalorizarlas tanto? O a temerlas quizás por sus habilidades manipuladoras, de seducción o el utilitarismo de su conducta. Se trataba de buscar qué tipo de vínculo tenía con su madre tal vez, o los primeros amores, las expectativas y las decepciones, siempre complementarias.

Encima de todo, es impensable que alguien talentoso como el escritor de tantas historias memorables tuviera una visión uniforme de algo, pero los análisis tienen un dejo de artificialidad y ciertos límites que es necesario respetar. También podría ser que una mente disgregada como la suya se iba por recovecos muy rebuscados y fuera solo un procrastinador más de los millones que se reconocen como tal.

¿Qué podría decir él sobre las mujeres? ¿cómo serían sus personajes si escribiera en lugar de estudiar lo que otros, con menos pudor y persecuciones internas que las suyas, lograban plasmar en cuentos, poemas o novelas? No creía en las características de grupo, simplificadoras y llenas de prejuicios, pero necesitaba aprobar el ramo de una vez y entonces debía escribir, sin más remilgos, lo que la profesora quería leer y las palabras que esperaba encontrar en el texto de estudiantes bien formateados en la actual corrección política.

Tenía que decir por ejemplo que, inclusive en las historias en donde no aparecían mujeres, también se develaba el modo en que el autor las veía: seres prescindibles y de escaso aporte. Lo que comprobaba la visión de mundo del autor, el mundo interesante y donde ocurría lo importante, fuera en tierra o mar, en guerras o cacerías, era donde estaban los hombres.

Había que exagerar y tragar un poco de saliva. La mayoría lo hace para aprobar, evitar un despido, conservar la armonía en la familia y como sea, para él, de eso se trataba este ramo, de decir algo, aunque no tuviera una sola idea en la mente.


martes, 9 de enero de 2024

Japón para los amigos

 







¡Hola! Tal como alcancé  avisar  a varios, en este blog iré poniendo algunas novedades de estas vacaciones. Recién llegamos a Tokio, primer consejo: hay que hacerse el ánimo para un vuelo tan largo. Hasta el momento ha salido todo bien.

II  10 de enero 2024 Nos ubicamos



Para quedar cerca de la estación de trenes y la compra del pase del metro, reservamos en un hotel muy céntrico. Lo mejor: el baño y el sillón de masajes; dado el cansancio del viaje fue una muy grata sorpresa. Dormimos como si nos hubieran apaleado.

Ahora vamos en tren a Osaka. 
De Tokio solo alcanzamos a ver la zona alrededor del hotel: absoluta limpieza y orden. Muchos abrigos y parkas negros. 
Caminamos un poco por la zona de lujo y nos llamó la atención este dragón de tela de una tienda del distrito de Ginza.

III. Osaka Blade Runner 10 de enero










11 de enero
Osaka 1583 y 2024
No sé si Osaka tiene un centro, por donde una pasa parece una ciudad con mucho movimiento, comercio y la actividad es incesante. Aún así, se siente bien esa ciudad. O será que pasear con la sensación de seguridad, tiempo para mirar y encima de vacaciones hace que una la mire con amabilidad y se puede apreciar así toda su gracia. Fuimos al Castillo de Osaka, su impronta y belleza antigua contrasta con los alrededores modernos, densos y hasta opresivo si una detiene la mirada en los edificios de departamentos pegados, pegadísimos unos de otros. Se construyó 40 años antes que Versailles, el palacio de Luis IV, Rey Sol de Francia,  y sin embargo, pareciera haber estado ahí desde el principio de los tiempos. 
Esa Osaka es la misma de las calles de anoche, llenas de gente, comida y colores. El viento de la tarde nos recordó a Punta Arenas. Me alegré de haber llevado un gorro chino que compré a una peruana en Chile y que termié trayendo a Japón.

Por la tarde fuimos al Pokemon Center, mi hija estaba feliz. Yo no tanto la verdad por el tiempo que caminamos todo el día. Espero poder cenar ramen hoy.













11 de enero Algunos detalles

Una maravilla el silencio y el orden de la gente en el metro. Hay señalética para todo, solo que la voz femenina repitiendo instrucciones en japonés y en inglés, sin parar, puede llegar a ser irritante después de un tiempo supongo. Hay baños en todas las estaciones y todo lo que se diga es poco en relación con lo limpios y agradables que son. Hay todo un mundo subterráneo: restaurantes, oficinas de servicios públicos y de turismo, al parecer en muchas estaciones de combinación de líneas. Por supuesto abundan las tiendas de ropa y de toda clase de artículos. Se necesitaría mucho tiempo, paciencia y plata para hacer turismo de mall por estos lados. En el edificio Daimaru, donde se ubica el Pokemon Center, Nintendo y otros, hay pisos completos de tiendas de lujo de ropa,  joyería, cosméticos, cremas, esencias, etc. Nos detuvimos en un piso por el aroma espectacular a hierbas y aproveché de comprar té en bolsas porque no es fácil encontrar en cualquier parte. Menos mal que estábamos cansadas después de caminar casi 14 kms hasta esa hora porque había infinitas clases de hierbas, aceites, esencias en todos los formatos y daban ganas de olerla todas. Impresionante. 


Ya de vuelta al metro había tiendas más accesibles y por supuesto la de papelería tenía un imán. Solo el agotamiento y el convencimiento de que en Tokio visitaremos otras hizo que pudiera resistir tanta tentación por comprar libretas que no ocuparé y un sinfín de cositas lindas de escritorio. El sistema de pago en todas partes es fácil, muestran una calculadora Casio con números grandes en donde suman delante de una. El efectivo se deja en una bandeja y si se ocupa tarjeta más fácil aún.
La ropa de hombres y mujeres es muy sobria, de colores sólidos, sin estampados, abunda sobre todo el negro, seguido del gris, azul marino, palo de rosa y blanco. Las japonesas se ven muy elegantes con su delgadez y ropa oversize. Dan ganas de ser flaquísima. Cero posibilidad. Los genes asiáticos de la piel también son característicos, eso de la piel de porcelana es absolutamente cierto. En Osaka solo una vez vimos otras latinas, los turistas de esta ciudad son mayoritariamente chinos, coreanos, gringos y europeos. En el castillo vimos indios y árabes de quién sabe dónde.
Todo se ve HD, lo mismo que lo poco que alcanzamos a ver de Tokio. Debe ser el viento y la obsesión por la limpieza: vimos a un trabajador municipal de rodillas limpiando una vereda con un cepillo metálico chico. 
La atención en los lugares de comida ha sido muy amable y las órdenes por el celular ¡funcionan!
Por todas partes me parece ver personajes descritos por Murakami o iguales a los de las películas del estudio Ghibli. Las personas imitan a ese universo, no al revés. Estoy segura.

Este es el año del dragón, hay figuras alusivas en todos lados.

Si en Santiago despierto a cualquier hora en la noche, aquí ni hablar, por eso estoy escribiendo a las 5.00 am. 

12 de enero
Año 200, 1975 y 2024

Tengo severos problemas para regular el sueño, aquí y en la quebrá del ají. En unas horas más partimos a Kioto y he dormido a ratos. Cosas de vieja supongo. 
Ayer fuimos al santuario de Sumiyoshi Taisha por la mañana. Tomamos metro y un tranvía que hizo el recorrido muy agradable. Es un solo vagón que pasa por el barrio cercano al santuario que queda a las afueras de Osaka o al menos en una zona habitacional. No había ningún occidental en el camino y tampoco en el santuario. Las personas van allí a orar, llevan a sus guaguas y por supuesto venden, no tan exageradamente como en Lourdes o el Vaticano, figuras y rezos de protección para diferentes aspectos o cosas que se valoran en la vida. El lugar tiene otra velocidad y temporalidad. Es difícil imaginar que se fundó el año 211. El entorno es bello y por supuesto cuidado como la joya que es. Está lleno de vida porque se logra ver que es un lugar de culto y no sólo un atractivo turístico. Al salir y atravesar la calle hay un parque muy tranquilo donde continúa ese estilo sinuoso de los jardines japoneses y se aprecia a los jubilados paseando lento en bicicleta. Regresamos al centro, que corresponde en efecto a la zona de Dotonburi donde estamos alojando y después de almorzar fuimos al santuario del y león Yasaka Namda, mucho más pequeño y con una estética muy distinta. Es de 1975 y se construyó para honrar al león como figura protectora de Osaka. Por la tarde terminamos en un parque botánico donde había una instalación de arte lumínico. Parecían huevos de aliens en realidad. Bonito y relajante por la música que acompañaba la experiencia, la misma que uso para tratar de dormir(!), pero se ve más espectacular en las fotos que en la puesta en escena. Llegamos muy cansadas y ahí dormí un rato. Pasos caminados: 23.629.
Hay varios Japón por supuesto. Una cultura tan antigua presenta aspectos disimiles y como sea que lo hagan, logran una identidad análoga a la personalidad en las personas. 

14 de enero
La ignorancia es atrevida

Por error tomamos un tren premium y llegamos muy rápido a Kioto. Nos subimos a un tren mejor de lo que pagamos. Antes de las 11.30 ya estábamos listas para salir a dar una vuelta. En esa caminata nos encontramos con la sorpresa del templo Kiyomizudera. Un templo dedicado al agua que parece  imponente e indestructible. Gracias a la ignorancia la experiencia fue parecida a la de un niño al ver los trucos de un buen mago. El templo iba mostrando de a poco sus naves y encantando a los visitantes. El recorrido está lleno de negocios de comida y chucherías de diversa calidad.
Imposible no probar un smootie de kaki con trozos de fruta. Delicioso.
Terminamos ese paseo encantadas y agotadas. Esa noche dormí apaleada de nuevo. Ese parece ser un buen remedio para el insomnio
Kioto fue la ciudad imperial de Japón por aproximadamente mil años y como casi no fue bombardeada durante la II guerra mundial, conserva muchos templos intactos. 
En Chile habíamos comprado un tour para poder recorrer los principales templos y castillos de esta ciudad lo que fue una buena idea, de otro modo no hubiéramos podido recorrer tanto en tan poco tiempo.  Imposible recordar el nombre de cada lugar, las imágenes quedarán como testimonio interno más allá de las fotos.
Es temporada baja, pero el fin de semana había mucha gente visitando esta ciudad, en especial turistas chinos, coreanos y también japoneses de otras ciudades. No sè cómo se las arreglan para recibir a los turistas en temporada alta, debe ser una pesadilla tratar de caminar. Fue una buena decisión venir en invierno que ha sido bastante benigno hasta ahora. Hasta un poquito de nieve nos tocó por unos minutos en la noche.
Todo es impactante: un templo con cientos de budas que esta vez además, albergaba una competencia de arquería tradicional japonesa; los jardines tan bien cuidados de todas partes, la organización para recibir a tanta gente. 
Los negocios de comida al paso y en restaurantes tienen un sistema muy fácil para pedir lo que uno quiere. Hasta el momento la comida ha sido buenísima ¡muy sabrosa! Incluso unos fideos gordos, udon se llaman, que me resultaron difíciles de agarrar con los palitos ¡menos mal!
El concepto de patrimonio de la humanidad aquí tiene pleno sentido y así lo cuidan. Mención especial tiene el templo dorado que está en un entorno a la altura de su estructura y ornamentación, la composición en conjunto resulta en una imagen de cuento, pura belleza. 
Finalizamos el día en la estación de Kioto. Es enorme, e nor me. Tiene un mundo adentro, nos dimos muchas vueltas buscando una escalera iluminada muy conocida en tik tok decía mi hija. Yo, ignorante, no tenía, para variar ni idea de su existencia. Nada que decir,  la estación, la escalera y la arquitectura del lugar no hicieron otra cosa que reafirmar el talento y el amor que los japoneses muestran por sus ciudades.
Alguien dijo, para variar no me acuerdo quién, que las ciudades son hermosas y agradables de acuerdo al cariño que les tienen quienes las habitan. 

 
16 de enero

Turista en día lunes

Desde Nagano intento ponerme al día.
El lunes fuimos a Kurama, se llega en tren desde Kioto. Qué maravilla el transporte de los japoneses: integrado, con explicaciones por todos lados, trabajadores dispuestos a informar con amabilidad, limpio, silencioso, muchas salidas por cada estación, puntualísimo, calefaccionado en justa medida y mucho más. Ya dije que es muy silencioso, pero lo reitero. En Santiago dejé de tomar el metro por el ruido insoportable de los cantantes y vendedores. La diferencia es abismante en cuanto a la tranquilidad en cada trayecto. 
Kurama es una localidad más o menos rural con un cerro, una montaña dicen aquí, de unos 1000 mt de altura,  tiene un templo, o más de uno tal vez, y es un lugar de peregrinación de los creyentes. Había poquísima gente, el entorno es muy bello y hasta nos tocó una pequeña nevada. Qué diferente es recorrer un lugar con poca gente. Se puede disfrutar del paisaje y respirarlo. Almorzamos en un restaurante vegano, comida budista dicen los dueños, muy rica. La sirven con un té calentito lo que resulta muy reconfortante a la bajada.
Por la tarde fuimos a Gion y tuvimos la suerte de ver de cerca a una aprendiz de geisha, maiko se llaman. No se les puede fotografiar en esa zona, hay multas. Los locales la saludaban al pasar porque por aquí son como celebridades. Dicen también que verlas es muy raro así es que tuvimos mucha suerte. En Gion hay más templos; es una zona turística muy concurrida y el comercio abunda, aunque bastante caro. Recorrimos los templos y un parque bellísimo. El paisaje invernal tiene un encanto particular,  más allá del gusto personal por el invierno, los colores de las piedras, los árboles podados para la justa y esperada floración de primavera, hacen que sea una composición ¿nostálgica? Puede ser.
En Gion nos encontramos de nuevo con los turistas chinos, entre otros por supuesto, solo que ellos se distinguen por bulliciosos, atropelladores y buenos para tomarse los lugares buscando una foto en la que parezca que están solos. Los coreanos también hacen eso, pero al menos miran para los lados para hacer rápido el trámite. Los chinos son imbatibles en el récord de los peores turistas del mundo.
En Kioto se arriendan kimonos para quienes quieran vivir la experiencia de vestirse con los trajes japoneses tradicionales. Hombres y mujeres, jóvenes sobre todo, aprovechan de sacar el mayor partido a la situación, se peinan, maquillan y contratan fotógrafos profesionales que las acompañan a los mejores lugares para posar. Japoneses de otras provincias también lo hacen y al parecer se relaciona con cumplir 20 años. Lo mismo que la arquería tradicional que nos encontramos antes. Ojalá mantengan esa tradición tan bonita, un rito de pasaje hermoso y marcador.
Ayer en la mañana recorrimos por última vez otros sectores, de puro perdidas llegamos de nuevo al templo Kiyomizudera. Se ve muy diferente con la atmósfera de día lunes con menos gente y la mayoría del comercio cerrado. Nos fuimos más tarde a la estación de Kioto. Buscamos sin resultado un restaurante al que habíamos ido y nos gustó mucho. Nos dimos muchas vueltas y no logramos dar con él. Esa estación es inmensa, tiene once pisos y nos desorientamos. 
Kioto tiene muchísimo para ver, me va a penar haber pasado solo por fuera del palacio imperial. Estaba en el itinerario y no alcanzamos. C'est la vie.
Nos vinimos a Nagano en tren, aquí hay nieve; estuvo nevando la semana pasada y todavía queda algo por las calles. La esperanza es ver los monos de esta zona y otras cosas. 
La ropa de abrigo que trajimos ha sido la adecuada menos mal. 



17 de enero

Bosques, nieve, religión y naturaleza.

El camino de Kioto a Nagano en tren es muy lindo. No lo había señalado aquí. Por un lado el mar y muchas islas pequeñas y por el otro montañas con algo o mucho de nieve dependiendo de la zona. Me recordó a la isla Lemuy de Chile. Llegamos de noche a la estación y el frío se hizo notar. 
Hoy el día comenzó de maravilla, en este hotel ¡había pan para tostar y mantequilla! Para mantener el sobrepeso de una hay que esforzarse. No es así no más la cosa, carbohidratos y grasa son parte esencial de la dieta para que, aunque estemos caminando mucho al día, la silueta se mantenga invariable. Disfruté mucho ese pancito, para qué lo voy a negar.
Partimos con una visita del día a los templos más antiguos de Nagano: el 
Zenko-ji es el más lmportante y antiguo por aquí. Se puede entrar y participar de las ceremonias. Adentro está la estatua de madera de Monju Bosatsu, un monje que superó o logró salir de los niveles de existencia que plantea el budismo, pero que eligió quedarse en el plano terrenal para sanar a los enfermos. Los peregrinos tocan la estatua y de tan antigua y tan venerada, está muy gastada. Muchos viejos la tocan orando.

Aquí también hay una figura de Buda que dicen es la más antigua de Japón. En entorno nevado y en medio de montañas y ríos, la historia de religiones tan antiguas cobran sentido. El shintoismo y sus conceptos me parece de toda lógica y muy de acuerdo con la valoración actual de la naturaleza y los espíritus que se encarnan en ella. Apenas he leído de religiones la verdad, pero cualquier creencia que haga respetar el entorno y a los demás parece un buen marco teórico para vivir.
Por la tarde, en un bus turístico, nos fuimos al parque de los monos de Nagano, Jigokudani, ninguna foto puede hacer justicia a ese lugar. El camino, los monos haciendo su vida, la gente respetando las normas del lugar, en fin. Parece otro mundo, cuando veo al bueno tan lejos del malo decía Violeta.  La misma sensación de los bosques y Lagos del sur de Chile. 
Me resulta más fácil atisbar algo del Japón antiguo que construyó un culto en base a la naturaleza que el actual. No es posible rozar siquiera la vida cotidiana de los japoneses siendo turista. De ninguna parte tal vez. Sólo se ve lo que aparece a la superficie. Casi todo está hecho para la máxima productividad laboral o de lo que hay que hacer: enormes negocios de platos variados listos para calentar en el microondas, muchos aparatos para facilitar la limpieza y el orden. 
Boys town gang, Can't Take my eyes of you, https://youtu.be/FAib7wTlCj8?si=Ii7GVi5uSpiCjCS1 

Esa canción sonaba por ahí cuando llegamos a Nagano, el lugar que yo más esperaba conocer.


18 de enero
Matsumoto y Narai-juku
Desde Nagano fuimos por el día a Matsumoto, es una ciudad moderna y tiene varios edificios de arquitectura interesante, algo de art nouveau inclusive. No muy lejos de la estación de trenes está el castillo Matsumoto. Se llama también el castillo de los cuervos porque es de color negro. Forma parte del patrimonio nacional japonés. Lo mejor es que se puede entrar y entender muy bien sus funciones defensivas. Los escalones son muy altos para alguien con piernas cortas de autóctona como yo. Aunque la gente alta debe estar atenta al techo. Nos quedamos con la duda de cómo lo hacían los soldados japoneses para correr adentro sin matarse en esas escaleras. Por supuesto es impresionante, por fuera por su belleza y por dentro porque se aprecia la construcción y sus funciones. Por Matsumoto se encuentran esculturas y mucha artesanía de ranas, las extrañan claro está, un tifón arrasó con las que había en el río  Matoba. Entre terremotos, tifones, tsunamis y guerras, resulta admirable ver ciudades sin señales construcciones a la rápida o temporales que terminan siendo definitivas ¿será que tanto desastre los hace querer más su hábitat?
En Matsumoto había muy pocos turistas y pucha que es agradable visitar un lugar con tranquilidad y disfrutarlo con tiempo. Por la tarde nos fuimos a Narai-juku, es un pueblo pequeño que conserva una calle con fines históricos y turísticos. Se trata de ver cómo eran las viviendas del Japón pre guerra. Estaba lloviendo y hacía frío, así es por un buen rato éramos las únicas que andaban por ahí. Por supuesto las tiendas estaban en su mayoría cerradas. 
Mi hija habla un poquito de japonés y por segunda vez le dicen que su pronunciación es muy buena ¡Me creo la muerte con ella! Cuando dice que venimos de Chile, ponen expresión de sorpresa y hacen el gesto de 'mis respetos' por eso. En un negocio nos regalaron bombones y en otro postales de año nuevo. Yo hasta le mostré el volcán Osorno a una señora y le encantó, anotó su nombre en un papelito y le regaló más postales a la cabra chica. En cuanto a mí, un señor dijo que pronunciaba muy mal arigato gozaimasu, lo único que yo creía que sabía decir, así es la vida ¡jajjajajaj

Recién hoy sentimos frío, ese que hiela los pies, pero hoy partiremos a Tokio y la previsión del tiempo dice que allá está más agradable la temperatura.
Qué buena idea la de los japoneses la de tener pijama en los hoteles, otro punto a favor del turismo.


19 de enero
Comentarios anodinos (o "inlópidos" en la jerga familiar)


Llegamos ayer a Tokio desde Nagano. Se me había olvidado decir que esa ciudad fue sede de los juegos olímpicos de invierno de 1998. Vimos hartos europeos y japoneses con equipos de esquí llegando para el fin de semana. También hay muchos senderos para caminar y recorrer esa zona.
Tampoco puse por ahí que en el templo de Kiyomizudera en Kioto, me encontré con la plegaria de una chica que quería vivir para siempre con un pariente Candia que no conozco. La escribió en un trozo de madera en donde se cuelgan las oraciones y agradecimientos.Tengo foto para comprobar que es cierto, pero na que ver publicarla. Creo que si una pareja resiste junta un viaje largo tiene altas probabilidades de mantenerse unida. Pasan muchas vicisitudes viajando y el cansancio o distintas expectativas pueden jugar malas pasadas. No vamos a saber si las oraciones de la enamorada de un Candia resultaron, imaginemos que sí.
Justo ahora que suena una canción de Wings, estoy con audífonos porsiaca, les cuento que el hotel donde nos quedamos en Tokio se llama Wing ¡misch! No da para sincronía, sí para una buena casualidad de una fanática de esa banda.
A propósito de viajes y turismo, entre otras cosas, me resulta curioso ver los esfuerzos de muchos para hacer como si los lugares estuvieran solitarios. Las poses en las fotos con cara de arrobamiento para el Instagram se ven muy divertidas al ver la escena completa, antes y después de la foto. Poses de meditación en los templos, manos alzadas y de triunfo como si se fuese dueña/o del lugar. Ya sé, soy muy criticona.
En cuanto llegamos a Tokio dejamos las maletas en custodia y nos largamos a caminar de nuevo ¡wendar que hemos andado! Y tanta escalera: en el metro, templos y parques. Mi entrenamiento en los cerros y el baile de algo habrán servido porque todavía puedo seguir, pero las plantas de los pies me recuerdan los años que tengo: los espejos y las fotos también. Nada que hacer.
Esta ciudad es mareadora. Demasiado de todo: luces, edificios, publicidad, gente. Saturación de estímulos visuales. Estando aquí extraño las vacaciones que no tuve en Valdivia este verano. Leseras de una por supuesto. 
Veníamos abrigadas como para Nagano así es que nos matamos de calor antes de poder sacarnos una capa de ropa. Once grados es mucho para primera, segunda capa y parka 🥵. Hoy hará un poco más de frío dice la previsión del tiempo. Ojalá digo yo.
Fuimos al parque imperial, a un jardín que cuando llegamos estaba cerrado y finalmente a la torre de Tokio. Después de eso no valíamos nada. En el siguiente post pondré fotos de esos lugares. Solo les dejo un gráfico del número de pasos de los últimos días. El promedio es de 19.299 mucho lucho.


20 de enero

Tokio paraíso de la cabrería

Siendo una ciudad tan grande, en Tokio hay de todo, así es que si quiere ir a más templos, parques, jardines, museos, sitios históricos, este es un buen lugar. Si es aficionado a los juegos, mangas, animé y es fetichista de todo el 'fan art' que rodea ese mundo, este es su paraíso. A lo mejor, si hubiera figuritas de Heidi, Marco, Meteoro,  Candy o tal vez de Ultraseven podría, en mi caso, entender más ese mundo. Es impresionante ver a varias generaciones, desde niños a cuarentones, con expresión de éxtasis al ver toda la merch, así le dicen, vinculada a sus hobbies favoritos. Por supuesto hay tiendas de ropa, maquillaje y accesorios para ataviarse como cosplay y leseras para colgar en los bolsos, adornar fotos, en fin. Creo que ese mundo Ghibli, Pokemon y Nintendo incluidos, debe haber reemplazado el PIB que Japón tenía gracias a la tecnología. ¿Tendrán más ingresos por esa vía que por los automóviles? 
Amor de madre abismo sin final. Ayer partimos con una visita a un parque y un templo, el santuario Meiji, vimos los trajes de bautizo y también a un par de novios vestidos con los trajes tradicionales. Las novias usan hasta 6 trajes en su matrimonio. La foto me quedó horrible, pero se puede buscar en la red en qué consiste el traje. Otro tema interesante del que tengo que leer más.
También fuimos a ver el monumento al perro Hachiko, había una fila de casi una cuadra para tomarse una foto y yo tengo poca paciencia así es que tomé fotos por el lado no más y una selfie en donde apenas se ve el perro.
Después de eso, la locura, yo abrumada y mi hija maravillada con todo el universo construido a partir de los monos japoneses. Ella comenzó con Sakura Cardcaptor cuando tenía como 4 años y andaba con una estrella gritando a todas las cosas - ¡regresa a la forma humilde que mereces!
El cruce de Shibuya y el gentío con paraguas por todo ese sector una muestra más de lo diverso que puede ser Japón y la avalancha de turistas que hemos venido por los mangas y series. 
Después de Hachiko comenzó la peregrinación por los lugares de culto de la cabrería, tiendas de juguetes, librerías y otros locales de culto. Éramos varios los que nos quedábamos afuera de las tiendas esperando a los fanáticos para que vieran y compraran sus tesoros. Menos mal que llevé audífonos para escuchar a Claudio Alvarez Terán cuyos videos de resúmenes de libros de filosofía me tienen tomada hace un tiempo. No venden figuritas de él por acá.
Ahí estaba yo entonces cual perro Hachiko esperando a su dueña, mi hija, impertérrita, con quizás qué expresión, bolsas en los pies (también bajo los ojos) y santa devoción hasta que salía de un negocio para dirigirnos a otro. Por supuesto me entretuve además de los videos, observando a la gente e inventándoles historias. 
Si me conociera menos podría haber recorrido sola otras calles por lo demasiado que hay que ver, pero suelo perderme en todas partes y ni el Google map puede conmigo y mi falla cerebral de partir siempre para el lado contrario. 
Me aturde esta ciudad, es demasiado para mí. Es admirable como hacen que todo funcione y entonces el respeto por las normas de urbanidad se vuelve no solo comprensible sino una necesidad de sobrevivencia: mantener la izquierda para subir y bajar, para entrar y salir. Revisar bien hacia dónde ir y cómo llegar. Nadie atraviesa con luz roja, la multitud se divide y nadie choca. Nada de bocinazos tampoco. 
Con todo, es demasiado estímulo simultáneo y ya extraño el jardín y las suculentas. Me alegro mucho de haber comenzado este viaje por otras ciudades antes que Tokio. Hasta el Pokemon de Osaka era más agradable que los de acá porque no hay uno, hay varios como era de suponer.
En Tokio también hay parques y templos y mucha onda con prácticas anti estrés; se entiende plenamente. Ante tanta neura no queda más que tratar de respirar y relajarse como sea. Hay que cuidarse  como los japoneses cuidan a sus árboles.
Hoy continuaremos combinando algo de historia y peregrinación hacia los templos, los antiguos y los nuevos, esos del fetchismo actual y la plena vigencia, con todos sus males, del consumismo y el modelo.







Claudio Alvarez Terán https://youtu.be/OWnDGapyKd8?si=RsAEknfI6cQ_ISOg 

22 de enero 

Un homenaje a mis zapatillas Michael Jackson



No hay señora que se precie de tal que no tenga su par de zapatillas con algo de brillo. Obvio, tengo las mías, con charol y todo y algo de plateado. Aún no caigo en el dorado porque no me gusta, pero ya no lo descarto. Así es eso de ser señora.

Como acá en Tokio el tiempo ha estado muy benigno con nosotras, mis MJ me han acompañado toda la estadía. Tienen que durar hasta el viaje de vuelta en el avión, porque imposible usar bototos tantas horas seguidas, luego pasarán a retiro.  Se lo merecen. Las rodillas también debieran recibir un premio, porque hemos caminado más de 10 k diarios incluidas las escaleras, pero no pueden jubilar todavía. 
Fuimos al templo budista más concurrido de Tokio, Sensō- ji. Entre los turistas hay algunos peregrinos que van en busca de una experiencia espiritual, debe ser difícil entre tantas distracciones del camino: comercio de souvenirs, muy bonitos y convenientes y muchos negocios de comida callejera: para mí lo mejor fue encontrar castañas asadas calentitas y dulces. Hay frutillas blancas, rojas, con caramelo, chocolates, helados, en fin. Otra cosa muy rica son unos dulces de masa de panqueques rellenos con camote, mmm, 😋.
Me distraje. 
En todos los templos piden que una sea respetuosa, incline la cabeza al cruzar, guarde silencio y está prohibido sacar fotos. Aquí es imposible controlar a tanta gente y eso que estaba bastante aceptable la concentración de personas. Así es que de silencio nada, fotos por todos lados y mucha pose.
Al fin hoy probamos sushi japonés, fuimos a un local de cadena en donde circulan los platos en una cinta transportadora y se piden platos especiales por una pantalla.
Ayer fuimos a otros templos: edificios completos, no uno ni dos, muchísimos edificios dedicados a la merch, de series, mangas, juegos, en fin. Antes de ir para allá pasamos por la estación de Tokio y por supuesto hay un sector dedicado a lo mismo y no saben na' ¡estaba Heidi y Ultraman! Obvio que compré un par de cositas. Busqué a Meteoro y a Ultraseven, pero no estaban y a Godzila no lo voy a llevar por mala onda con mis héroes de infancia.
La cantidad de fanáticos es increíble. Muchos más hombres que mujeres, casi todos con los mechones sobre la frente, la mayoría de negro y haciendo poses de sus héroes, eso supongo que hacían. 
Akihabara es la estación de metro y la zona capital de la noñez mundial. A prepararse, la  infantilización y escape a un mundo virtual fantasioso llegó para quedarse con estos cabros que ya llevan a sus hijos a esos lugares de adoración.
Hay para todos los gustos, hoy fuimos a la tienda de Harry Potter, fantástica, nada que decir. El barrio que la rodea es muy diferente, elegante y bonito y hasta la salida de metro que da a la tienda y al café oficial está ambientada según la saga.
Hay un teatro enorme y edificios de arquitectura muy interesante por ahí.Tokio debe ser una capital muy entretenida para los arquitectos, hay de todos los estilos en esta ciudad enorme.
En una de las vueltas que nos dimos fuimos a dar a una librería que se llama Maruzen, es gigante. Salimos deprimidas por la enorme cantidad de opciones de libros en inglés, papelería, lápices. Demasiado. Ocho pisos dedicados a los libros. Todas las grandes ciudades del mundo tienen esa clase de librerías. Qué envidia.
Una curiosidad extra, cuando una compra un libro, ofrecen de inmediato una cubierta de modo que si va a leer en un lugar público los demás no vean el título. Los japoneses son reservados hasta en eso. 
Ha sido un buen viaje, tengo mucho que aprender de la historia de Japón, confío en que ahora se me hará mucho más interesante por haber visto algunos de sus paisajes y a su gente siempre amable y misteriosa.



 23 de enero

El mar y la fe

El último día por acá estuvo dedicado a conocer una localidad que se llama Kamakura donde está el segundo Buda más grande de Japón y uno de los santuarios más bellos que vimos por acá: el templo de Hasedera, bellísimo. Hay mucho más, como en todas las ciudades en que hemos estado.
La vía ferroviaria está al lado del mar y se puede ir caminando a Enoshima, una playa y una isla en la que se desenvuelve la historia de un animé y una película. Así es que ambas felices con el paseo. 
Salir de Tokio devuelve la sensación de la escala humana de las cosas, las calles, los trenes y la posibilidad de observar a las personas. Comentario pueblerino y cliché de mi parte por supuesto.
Hay un cruce del tren con el mar de fondo que es un punto de interés de los jóvenes por lo que tuvieron que poner a un guardia que, con megáfono, intenta que la cabrería no interrumpa el tráfico por sacarse la foto idéntica a la introducción de la serie. 
El gran Buda de Kamakura es impactante y se puede mirar incluso por dentro para observar la técnica de construcción. Van grupos de escolares uniformados, con sus profesores a visitar distintos lugares históricos y religiosos. Los hemos visto en diferentes partes.
El templo de Hasedera es particularmente bello. Además de contar con jardines muy bien cuidados y la clásica estructura de los templos budistas, se puede mirar el mar y todo luce mejor. También en este templo se venera la figura de Mitsutera Obinzuru, había un museo dedicado a él y en la entrada una figura dorada y estilizada del monje ascendido.
En fin, muchísimo que ver, decir y sentir en la casi despedida de este viaje. Por la noche fuimos a algo mucho más mundano: al Pokemon Café, que resultó estar ubicado a menos de dos cuadras del hotel donde nos alojamos la primera noche en Japón. Todo da vueltas en espiral, hasta el universo según los últimos descubrimientos y cada giro nos encuentra diferentes para enfrentar los mismos estímulos. Deben ser desvaríos de fin de viaje.
Partimos hoy a las 18.30, veremos si alcanzamos a dar un paseo más antes de irnos al aeropuerto.





 

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...