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−¡Ah no sé yo! A una le toca vivir
no más, con riesgos, con miedos, con suerte o sin ella.
Ya sé, me va a salir con que el
cúmulo de experiencias te hace ser quien eres y todos esos clichés de redes
sociales baratos y que por repetidos se creen verdaderos. Obvio que uno es su
experiencia, de otro modo no se puede. Y sí, se puede enriquecer la capacidad
de análisis con literatura, películas y música y escuchando a la gente. Entonces
estaba de acuerdo con ella, pero no sé por qué le buscaba el contra argumento a
todo lo que decía. A lo mejor porque le encontraba un tonito de superioridad
que me tenía harto o tal vez una pose de gurú espiritual que me llenaba de
sospechas. Como si ella no se equivocara y según yo, había tomado varias
decisiones erróneas pudiendo tomar las que la harían sentir mejor. Alguna vez
se lo dije y se encogió de hombros – No podía saber que las cosas iban a salir
mal, me equivoqué en el análisis de la situación, pero una se recupera ¿o no? −.
Obvio, obvio que uno se recupera, ese no era el punto.
No sé porqué quedaba molesto al
hablar con ella y al mismo tiempo solo quería encontrármela de nuevo, para
contradecirla, para hacerla sentir tontona y debilucha y verla en dificultades
para explicar sus decisiones y ojalá con los ojos húmedos, a punto de llorar
para luego salir del paso con dificultad y solo porque me daba lástima verla
así, atribulada. Si lloraba ¿qué iba a hacer yo? Una vez no me detuve, le dije
que era una ridícula, que no se daba cuenta de nada y que tampoco conocía las
reglas del juego. Apenas alcanzó a preguntar de qué juego se trataba. Cuando cayó
en cuenta, no pudo evitar el llanto, la abracé y sentí cómo se debatía entre
empujarme y no soltarme. Se alejó. Ya sé que suena raro, pero muchas veces, a
punta de suposiciones, casi escuchaba sus luchas internas y sus fórmulas para
hacerme creer que no me necesitaba para nada, como si me hiciera el favor de
verme, cuando en realidad me necesitaba como si se estuviera ahogando en el
mar.
¿Y si todo no fuera más que un
espejo? Una especie de juego en el que yo le atribuyo pensamientos, sentimientos
e ideas que no genera si no yo en mi necesidad de estar con ella. Puede ser.
Todo puede ser.
Ella cree en el destino, en que no
hay casualidades ni accidentes, como si algo hubiera organizado un escenario ya
probado en una realidad estática, con reglas matemáticas y físicas para todo. No
la culpo, ¿no era eso lo que creían Einstein y Sábato? Sí, porque no se sabía
nada más, pero ahora la realidad es probabilística, las leyes de la física se
cumplen para la materia, la gran materia, los planetas, las galaxias, pero no
para las partículas elementales que pueden estar aquí y allá o ser onda sin cuerpo
o una minúscula materia con posición definida en dimensiones tan pequeñas que
son inimaginables. Ya sé que me enredo entre sus pensamientos, lo que creo que
ella cree y lo que yo supongo que es real y lógico. Se lo he explicado y parece
entender, pero luego me dice que soñó conmigo y cree que yo también la sueño.
Si de confesiones se trata, algunas veces sí, hemos coincidido en las
ocasiones, pero no en el tema. Y me desilusiono como si en alguna parte de mi
conciencia quisiera creer que eso que ella llama el destino, una especie de
recorrido prediseñado con cierto margen de movimiento, existiera y entonces en
algún punto, alguna vez, pudiéramos estar juntos sin contradecirnos como elementos
químicos que se repelen.
Ella dice que hay estudios que
muestran que las personas se mueven en un radio determinado de lugares y
personas y que van recorriendo más o menos una trayectoria predecible con
formas que se repiten como los espirales del ADN o los de las galaxias. Eso de
los seis grados que separan a todas las personas del planeta ¿no era cierto
acaso? No me he preocupado de buscar evidencia actual al respecto, pero a veces
me gustaría que fuera cierto.
En el último café que compartimos,
ella pagó el suyo y yo el mío, como corresponde a los amigos, es decir,
estábamos en un mismo espacio y a la misma hora, pero sin demasiada cercanía,
llegó con una convicción nueva, no sé qué leyó o escuchó para afirmar que una
estrategia de paz era la convicción de que la aniquilación podía ser recíproca y
que eso la convencía de alejarse de algunas personas. Traté de entender mejor
el punto aplicado a las relaciones humanas, porque sonaba al equilibrio de
fuerzas de mutua destrucción de la guerra fría y no sé si sea una metáfora
afortunada para los individuos. Cuando le pregunté, algo que casi nunca hago
porque de inmediato me lanzo a buscar la falla en el argumento, evitó responder
y se metió en otro tema. − no puede ser que los humanos nos comportemos como
las partículas elementales− y caí redondito en la trampa conceptual. A lo mejor
como seres biológicos no, pero puede ser que las decisiones se tomen en un área
micro, súper micro, que no se puede determinar aún y seguí como media hora
dando la lata con esa provocación. Debe ser que yo mismo me hago trampas para hablar
de todo y de nada. O ella.
Se viste con faldas largas, muy
hippie, pasada de moda inclusive. Tiene el pelo largo y desordenado como si no
se preocupara, pero usa aros, anillos y se adorna para darse color. Eso me
confunde, se las da de gurú inmaterial, de fan de la vida austera, pero gasta en
tonterías y se ríe de sus contradicciones, dice que le gusta la gente, que le
cae bien la humanidad, pero odia las aglomeraciones y luego va encantada a
conciertos poperos llenos de gente. Una superficial más de estos tiempos raros.
−Y ¿por qué tengo que ser
consistente? no tengo que comportarme como partícula elemental siempre ¿o sí?
¿no dijiste que a veces las decisiones podrían ser ondas también?
Eso es lo odioso de ella, puede
trivializar hasta los hallazgos científicos más sorprendentes. Se ve que no
entiende nada. Me irrita y más me irrita cuando se calla y no dice nada y solo
me mira con una expresión que no logro descifrar, porque mi cerebro hierve de
posibilidades y entonces me pongo a hablar de lo que sea para que ella se ponga
en la esquina contraria y empiece el juego de nuevo.
Y pensar que alguna vez y por
siglos los que sabían de algo supusieron que todo estaba ordenado y perfecto, que
solo faltaba conocer las leyes subyacentes, apuesto a que solo se dedicaban a
mirar el cielo y no veían lo que pasaba alrededor porque las personas en
relaciones afectivas son caos que empeora mientras más pequeña es la unidad de
análisis.
Lo peor es que esto no tiene fin,
se puede iterar hasta el infinito con vueltas y más vueltas y ella sigue ahí
respondiendo o haciendo como que responde y yo tampoco me doy por vencido. La
siguiente escena será similar, lo doy por sentado, porque lo más probable es
que ocurra lo más probable y si ella llama a eso destino, es por la
generalización de fenómenos analizados en un nivel que no corresponde. Eso le
diré cuando me contradiga de nuevo. Buscaré referencias para dejarla fuera de
juego.
No puedo esperar a verla de nuevo y
observar su expresión de desconcierto cuando sea un jaque mate. Ojalá se ría
porque si mira hacia abajo y luego levanta los ojos no sé qué haré. Tengo que
pensar mejor y dejar menos posibilidades al azar.
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