Hasta la abeja reina está
encadenada a la colmena, su poder reside precisamente en quedarse en la colmena.
No podía recordar dónde había leído o escuchado o visto esa idea tan
ilustrativa y vieja como el lenguaje. Después de leer, de nuevo, libros del
siglo XIX es posible ver en una misma la influencia de esas ideas tan antiguas y
casi inscritas en el ADN en la lógica de análisis y las conductas concomitantes.
A los ojos de una niña, lo escrito en libros es la verdad revelada. Así debían
ser las cosas, el orden social, el concepto de belleza, la ética y la
definición de felicidad, muchas veces tan elusiva para los personajes femeninos
románticos y exigidos en una rigurosa ética religiosa y social. Recordaba esos
veranos de vacaciones eternas metida en lecturas extrañas: La Historia Sagrada
con la descripción del paganismo, sacrificios humanos y la idea de dioses
egoístas e insaciables. Leía y releía con terror esos cuentos de sacrificios de
niños metidos dentro de un gigante de madera que una vez relleno, cual peluche,
eran quemados para evitar o aplacar la ira de dios. A ese dios había que adorar
y por ningún motivo cuestionar. Estaba por ahí también la Historia de América
Precolombina: más sacrificios de niños y jóvenes para obtener una buena cosecha
o para que lloviera o dejara de llover o para agradecer. Sacrificios multipropósito
para dioses malvados o al menos incomprensibles. Para colmo había también
algunos libros escolares viejos con historia de algunos emperadores romanos. Cómo
olvidar a Tiberio que lanzaba niños hacia un acantilado luego de abusar de
ellos. Igual que Charles Chaplin con las niñas de trece y catorce años que le
llevaban sus madres para que, en privado, probara su talento y así, si
pasaban la prueba, convertirlas en estrellas de cine. Eso era un sacrificio
menor por supuesto. Y claro también estaban los libros románticos de las hermanas
Brontë: Jane Eyre y Cumbres Borrascosas. Jane Eyre correctísima, autoexigente,
trabajadora, inteligente, poco agraciada, independiente, racional y Catalina
Earnshaw, bella, rebelde, contradictoria, impulsiva, utilitaria y adaptada;
enamorada de un tipo misterioso, desconsiderado hasta la crueldad, galán malvado
y depresivo. Y las enciclopedias con fotos de paisajes que parecían de otro planeta:
los campos de arroz en China, el desierto del Sahara, la sabana africana y los
animales salvajes. Y las pirámides egipcias por supuesto, infaltable destino de
la imaginación de niños de todas partes.
Palabras, paisajes y moldes
sociales, a veces parecidos y otras demasiado contrastantes con la vida
cotidiana propia y de los más cercanos. Es un buen ejercicio leer de nuevo
textos que tuvieron una impronta tan marcada en la identidad personal. Se miran
con distancia y benevolencia, igual que como se miran fotos antiguas y el
momento que rodeó aquel clic. De cierta forma, así como la música opera como
una banda sonora para distintos momentos de la vida, es posible que los textos
también moldeen de una forma particular las experiencias y su interpretación.
La música y las palabras como espejos de las sensaciones que una cree tan
personales y que sin duda son comunes a muchas personas.
Se recuerda la postura al leer un
libro, el lugar escogido, las asociaciones generadas, el momento de la vida, en
algunos casos, más que la historia misma, los trozos de páginas en que el texto
comenzó a formar parte del propio discurso.
Aun así, si bien los textos amplían
las visiones de un mundo o de diferentes mundos, una pertenece a una colmena, a
un número determinado de posibilidades. ¿Será que se prefieren las palabras que
refuerzan la colmena? ¿será que los límites de la colmena obedecen a un
discurso interno que hace preferir textos que lo reafirman?