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Se quedó con la curiosidad y
preguntar a estas alturas no serviría de nada, ya no recordaba cuando había
sido la despedida, para él las despedidas eran una secuencia, un proceso con
pasos inciertos y, por eso mismo, complejos y titubeantes. A lo mejor la
despedida comenzó en el primer saludo. Ese pensamiento le recordó una película
con una frase famosa – “you had me at the first hello” -. Tan ahorrativo
que es el inglés, en español esa frase requeriría de más palabras o por último
más letras o caracteres.
A veces pensaba que todo había
sido una secuencia de situaciones absurdas, de silencios interrumpidos por
miradas y balbuceos que parecían palabras, pero sin significado. Cada vez que
pensaba en ese capítulo, comenzaba a rascarse la cabeza y ahora advirtió su
incipiente calvicie. Estaba sentado en el café que quedaba abajo del edificio
donde trabajaba. Iba allí para no tener que hablar con nadie, tampoco era que
hablara mucho, pero hacía tiempo que se aburría de las conversaciones de
pasillo y de esa sensación de decadencia que todos parecían estar sintiendo.
Hasta él, un optimista irremediable, estaba cayendo en ese vicio de criticar
todo y a todos - ¿sería esto la distopia de la que había leído por ahí o visto
en alguna película? Esa sensación de estar corriendo como hámster solo para que
el equilibrio de la vida no se cayera y correr más y más rápido para ganar lo
mismo y permanecer en el mismo lugar. A veces se quejaba de cansancio, igual
que si en lugar de cuarenta y cinco tuviera veintidós años. Porque no hay seres
más cansados que los jóvenes, casi se sonrió cuando esa idea pasó por su mente.
Y sí, se cansaba de exprimirse
el cerebro cada día un poco más para lo mismo, idear nuevas y mejores formas de
alcanzar las metas mensuales con menos costos y mayor margen. Estaba seguro de
que el jefe se sentía igual porque cada martes en las reuniones le era más
difícil mantener la mirada en alguno de los integrantes del equipo. Equipo era
mucho, cuadrilla, línea de producción a lo más, la interacción era mínima y la
competencia máxima y eso no constituye una atmósfera propicia para sentirse a
salvo y en confianza como para apoyarse en los demás integrantes de la unidad
de trabajo.
El pantalón que eligió hoy le
quedaba demasiado ancho, había bajado de peso casi sin darse cuenta, la
secretaria se lo advirtió – oiga don Orlando ¿está a dieta? ¿va a algún
gimnasio? -solo sonrió como respuesta, al entrar al ascensor se miró en el
espejo, se sorprendió, hacía tiempo que no se detenía en sí mismo y era verdad,
estaba más flaco y demacrado. Se arregló el mechón porfiado que siempre se caía
sobre la frente, alarma inequívoca de la obligación de ir a cualquier
peluquería que encontrara abierta el sábado al mediodía. No iba a perder horas
de trabajo en tonterías.
A todo esto, ese comentario
acerca de su peso demostraba su punto, a las mujeres no se les puede decir nada
acerca de cómo se ven, se los habían advertido hasta el hartazgo en una
capacitación de género en la compañía, pero ellas parecen tener un espacio
mayor para transgredir esa norma. Un par de años atrás hubiera bromeado al
respecto o un rato antes, pero había visto a varios meterse en problemas,
algunos con toda justicia y otros por idiotas, por no medir riesgos. Si se iba
a ir de ahí no sería por una estupidez, eso lo tenía claro al menos. En todo
caso, algo quedaba de aquel tipo bromista y casi siempre de buen humor que
guardaba chistes para el momento oportuno y así poner en aprietos a los menos
vivarachos. Podría llegar muy serio donde la secretaria y decirle que había
interpuesto una queja en su contra por el comentario acerca de su cuerpo y la
mirada picarona que había observado mientras se sonreía. De solo imaginar la
cara de ella se rio al sentarse en su silla negra, gigante y cómoda, de gamer, le
había dicho su hijo una vez que lo visitó, al tiempo que agregó – quiero una
igual viejo –. Fue bonita esa visita de su hijo menor, pudo sentir que el
chiquillo se sintió orgulloso de su padre y por un momento hubo algún tipo de
conexión. El divorcio los había separado, no era lo mismo verlo los fines de
semana y un día definido con antelación durante el período escolar. Se perdía
la espontaneidad del encuentro y encima el chico estaba atravesando por lo peor
de la adolescencia. En sus trece no podía ser más típico, la disarmonía hecha
cuerpo y mente. No recordaba así esa etapa en sí mismo. Lo pasaba bien no más,
sin tanta complicación.
Sí, curiosidad era la palabra.
Tenía sospechas de qué había pasado, más bien lo sabía, pero era un desafío
casi intelectual la comprobación. Cuando la vio irse una y otra vez, no lograba
deducir qué ideas pasaban por la mente de ella o de si la volvería a ver. Ni
una sola ocasión se sintió sobre tierra firme. Se quedaba confundido. Solo le
seguía el juego o tal vez le permitía a ella jugar con él. A veces se pensaba
en un libro de Murakami y esas conexiones raras entre los personajes que casi
se intuían, en que los vínculos ocurrían entre fantasmas más que entre
personas. ¿O sería que nunca entendió ninguno de sus libros? si fuera así, daba
lo mismo si estaban cerca o lejos, si hablaban o no.
Entró a la página del banco,
todo se había complicado desde el divorcio, qué manera de perder plata, todo
doble, por eso seguía trabajando de esa manera. - mentira- sonó como un bombo
esa palabra en su cabeza. Trabajaba por una serie de cosas y tal vez la plata
estaba dentro de la lista, porque hay que sobrevivir por supuesto, pero no era
eso lo que lo movía. El trabajo era su identidad, la inteligencia en
movimiento, el humor como un ingrediente del día a día, aunque fuera
disminuyendo. Las relaciones con otros. La posibilidad de ver y saber de otros.
Curiosidad. La curiosidad como motor.
Su hija mayor estaba estudiando
hace un par de años Ingeniería en realidad virtual. Cuando le preguntó para qué
servía eso, esperando respuestas como simulaciones de entrenamiento para
médicos, pilotos, arquitectos, la hija contestó que así podría diseñar y
meterse en un mundo mejor y menos problemático que el que le había tocado,
además, no tendría que salir a ninguna parte ni arriesgarse al daño de malas
personas. No supo qué decir. Le pasaba con frecuencia eso de quedarse mudo por
temor a quedar mal parado, en este caso como padre, en otras como jefe, peor
como exmarido o el este de alguien. Así le decía Ceci, su actual alguien.
Mejor no pensaba en Ceci, ella
tenía el raro talento de estar cómoda sin definiciones. Él no, pero en este
caso, sorteaba con habilidad los temas potencialmente difíciles. A veces lo
miraba como esperando algo, pero lo que no se dice no existe. Había aprendido
eso hacía tiempo, las palabras son trampas. Moderna la Ceci, dominaba toda la
jerga de Instagram y Tik Tok : las heridas de infancia, los apegos, aprender a
soltar, cuidarse uno mismo y todo mezclado con lenguaje esotérico y sabiduría
medieval. Más moderna imposible.
Revisaba contratos, procesos,
inversiones y era bueno en eso. Además, ahora había un montón de software
disponibles para mejorar el rendimiento y podía darse el lujo de hacer
proyecciones en distintos escenarios hasta por veinte años y hasta cincuenta si
lo apuraban, pero el margen de error era demasiado alto por las variables que
había que dejar como supuestos.
Sentía curiosidad por el futuro
y para eso debía esclarecer su pasado. Tampoco. Ese era otro cuento que se
contaba. No hay respuestas para todo, ni siquiera preguntas para todo. La vida
se vive no más, con o sin explicaciones. Un día se encadena con otro, un día
podría decidir salir de la comodidad de no saber y darse la oportunidad de
hablar si le daban ganas o no y nada cambiaría. Excepto, quizás, una sensación
nueva de equilibrio interno que se debía y le debía. Hasta podría decirle que
extrañaba esas conversaciones de todo y nada como si las palabras no fueran
necesarias, pero no lo haría.
Se iba de vuelta del trabajo,
era tarde y andaba menos gente en las calles. Ya no le ocurría que, por el
hábito ejecutado durante tantos años, llegaba a su ex casa más de un día a la
semana y debía desandar el camino. No era para tanto, solo algunas cuadras lo
separaban de su familia. Vivía cerca porque lo podían necesitar.
En un día normal se viven varias vidas paralelas- de seguro había escuchado esa frase por ahí, tal vez salió en Instagram y Ceci la habría repetido en alguna conversación. Mañana sería un día entretenido, casi tanto como el de hoy. Normal y hasta pacífico.
Casi a salvo.
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