La mezquita azul
Llevaba 30 años siendo profesor de arte en el mismo
colegio. Estaba cansado de hacer clases a niños, cada vez más mimados en un
nivel y cada vez más abandonados en otros. Cansado de padres que enarbolaban banderas
de lucha por una nota, según ellos, injusta para sus hijos, pero incapaces de
bañarlos, cortarles las uñas o de enseñarles a comer con servicios y con la
boca cerrada. Esos mismos padres que poblaban sus perfiles de redes sociales
con fotos de sí mismos con sus hijos y encendidas declaraciones de amor por
ellos. Esos querendones padres que veían al colegio como si fuese un servicio
al cliente y que revivían sus propios conflictos adolescentes en el contacto
con los profesores.
No había perdido la pasión por el arte, ni por la
pedagogía. Aún había tres o cuatro niños por año que renovaban su entusiasmo por
enseñar y maravillar a través del arte. No dejaba de impresionarse cuando un
niño descubría la rosa cromática y era capaz de combinar colores para tener la
sensación de descubrir otros. La sonrisa de satisfacción y la búsqueda de su
mirada de aprobación eran alicientes para soportar a los otros malcriados e
insolentes que lo veían como un prestador de servicios.
Estaba solo hace un buen tiempo ya. Su exesposa había
formado otra familia y él lo había intentado sin resultados. El dinero fue
siempre un obstáculo. Su timidez, o como decían ahora, su falta de habilidades
sociales, también eran barreras siempre presentes. Había conocido a mujeres con
las que podía conversar y dejarse llevar en una atmósfera parecida al romance.
Solo parecida porque después del sexo sentía que no tenía nada que ofrecer.
Había una que quiso quedarse con él, pero fue incapaz de superar su sensación
de insignificancia. Se sentía anónimo. Sentía que pasaba por la vida cumpliendo
las órdenes sociales sin falta: ver a sus hijas, ya adultas, cuidar de sus
padres, mantener su departamento en orden, pagar las cuentas sin retraso, comer
saludable para no llegar a ser un viejo dependiente o al menos postergar esa
etapa. ¿Qué vida le iba a ofrecer a Magnolia? Sí, se llamaba Magnolia, como la
flor, como la película y así le parecía, una flor imponente, rara, de grandes
pétalos y fragancia que impregna el ambiente. Magnolia lo había querido. Lo había
abrazado casi con desesperación y él solo miró hacia abajo. – Le evité el
dolor, la decepción de aburrirse conmigo- se decía a sí mismo. Cuando otros le
preguntaban por ella, sólo se encogía de hombros. Magnolia era una mujer
imposible de ignorar y a su lado él la hubiera contagiado con su opacidad. Así
se explicaba su decisión de terminar la relación cuando ella quiso vivir con
él.
Con Magnolia, mientras estuvieron juntos y compartían una
botella de vino, solían imaginar viajes. Primer destino: Viena, ahí estaban las
obras de Klimt, Schiele y Kokoschka y todo el influjo de Freud; segundo destino
Paris, lógico, el Louvre y Orsay, tercer destino: Florencia y la presencia de
Rafael y Leonardo. Eran los viajes imprescindibles y básicos de todos en
realidad, pero para ellos era un sueño inalcanzable en esos años. Con el sueldo
de profesores e hijos que mantener, era solo una fantasía. Los destinos más
exóticos que imaginaban eran Abu Dabi, Irán y Malasia, Kuala Lumpur, solo por
el Templo del Sol.
Coleccionaban fotos de mezquitas, se fascinaban con el
diseño intrincado de formas geométricas y la utilización de ángulos y curvas en
construcciones casi imposibles. El colorido era el elemento mágico, había
algunas con colores vibrantes y variados, otras con infinitas variaciones de
azul y algunas de blanco inmaculado con destellos dorados por aquí y por allá.
Suponían que al adentrarse en ellas experimentaría la sensación de
sobrecogimiento de los fieles, de los que creían en un dios y habían diseñado esas
magníficas construcciones. Esos hombres y mujeres de fe habrán esperado
sentir sobrecogimiento, temor, orgullo y tal vez una conexión divina, un
agradecimiento de su dios por haber sido objeto de tamaño homenaje.
Pensaban en los obreros y artesanos que crearon las
infinitas cerámicas incluidas en esos mosaicos. Había quienes eran capaces de
ver cada pieza en su belleza particular y otros, que podían ver en la unión de
millones de ellas un diseño armónico y bello. Imaginaban los bocetos del diseño
original, llenos de líneas y cálculos que permitieran convivir a la armonía con
la creatividad y la factibilidad de edificar tanto amor y fe.
Recordaba todo esto mientras caminaba hacia el metro. El
viaje se le hizo insoportable. Había olvidado sus audífonos que le permitían
aislarse de los innumerables cantantes que invadían todo con sus parlantes en
cada vagón. Se bajó de dos trenes por si tenía la suerte de encontrar algún
vagón sin estridencias. No lo logró.
Vio su reflejo en una ventana y por algún efecto de las
luces y sombras, se vio en tres edades, la adolescencia, la madurez y siendo un
anciano. Siempre en el metro. Sintió que se iba a morir en el metro. Apretado,
incómodo, invadido por sonidos desagradables y olores de desconocidos. El peor
olor de todos no era el sudor, era el olor de la grasa del pelo. Ese olor
penetrante y hasta visible.
Hizo un esfuerzo y se cambió de posición, quedó mirando
hacia otros pasajeros, los que estaban en el pasillo del medio. Imposible no
notar una pareja de dos adultos maduros que reían como chiquillos. Se miraban
como si no pudieran contener sus ganas de abrazarse y, como si no hubiera
público, se besaban. De vez en cuando él, de vez en cuando ella, miraban
alrededor para confirmar que no los estuvieran viendo. Esfuerzo inútil. ¿Cómo
no notar a dos que no se comportan como debieran? Esa idea quedó rondando en su
cabeza ¿cómo fue que decidieron estos dos hacer algo impropio?
Primero consideró un insulto su presencia, mostrar
felicidad con tan poco pudor, eso no se hace. Simplemente no se hace. Sentía
rabia en realidad. Se sentía atropellado en su tranquilidad. Algo ardía en su
interior, pero no iba a bajarse de nuevo. Ya se hacía tarde y había cada vez
más gente. Tendría que soportarlos en su disfrute. Los cuerpos de ambos
luchaban para no acercarse. Se hablaban al oído y reían. No parecían enterarse
del mundo alrededor. - Patético espectáculo- se dijo.
Se bajaron al fin. Un alivio.
Siguió molesto. Llegó a su estación y en uno de los
anuncios del metro vio una fotografía de la mezquita Sultán Ahmed en Turquía. Se detuvo a mirarla. Su
corazón comenzó a latir más rápido -otra vez la angustia- pensó. Respiró hondo,
tres veces, algo se calmó.
En cuanto llegó a su departamento, tomó su notebook y buscó
imágenes en Google, había muchas, muchísimas. Antes la había visto en
enciclopedias y libros de arquitectura, ahora podía verla desde todos los
ángulos, a distintas horas del día, en diferentes estaciones del año. Aparecían
además las ofertas de viajes. Tenía dinero ahorrado para cuando fuera más viejo
y tuviera que solventar las enfermedades y la mala pensión que recibiría. Cerró
el notebook con fuerza. Se tumbó en el sofá, cerró los ojos. No había encendido
la radio como era su costumbre. Se escuchaba el ruido de la ciudad, bocinazos,
sirenas, gritos, risas. Dormitó un rato.
Cuando despertó notó que no se había quitado la chaqueta y
rezongó. Recogió los lentes y se ordenó como pudo el pelo.
Había tenido una discusión con el director del colegio ese
día. Quería llevar a un grupo de alumnos a una exposición y no lo autorizó.
Como pocas veces en la vida se había encolerizado, pero fue incapaz de decir
algo. El director le había dicho que el arte y la belleza podían apreciarse en
libros, en Youtube, en los museos con tours virtuales tal como él que, como
profesor, lo había hecho así y muy bien hasta el día de hoy.
Nunca había visto los originales de las obras que admiraba.
¿No lo convertía eso en un imbécil?, ¿acaso no era el arte lo único que le
quedaba de satisfactorio?
Abrió de nuevo el notebook. Revisó su cuenta bancaria, los
fondos mutuos para su vejez. Vio las ofertas y recordó a la pareja del metro
que se sentía con derecho a incomodar a los otros con su risa y coqueteo. No
sintió rabia. Entendió la opción.
Compró su pasaje a Turquía. Visitaría la mezquita azul, se
quedaría dentro de ella todo lo que quisiera, aunque fuera lo único que hiciera
allá. Recorrería cada centímetro por dentro y por fuera y guardaría en su mente
ese registro. Qué importaba lo que viniera después.
II
Teorías de ti misma
¿Con qué podría retenerte?
Te ofrezco esbeltas calles, puestas de sol
desesperadas, la luna de suburbios mal cortados.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado
largamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los
fantasmas que los vivos han honrado con bronce: al padre de mi padre que murió
en la frontera de Buenos Aires con dos balas que atravesaron sus pulmones,
barbado y muerto, a quien amortajaron sus soldados con una piel de vaca; a ese
bisabuelo, de la línea materna, que comandó, con veinticuatro años, una
ofensiva de trescientos hombres en el Perú, ahora sólo fantasmas sobre monturas
desleídas.
Te ofrezco, sea cual fuere, la sapiencia que
contengan mis libros, y la hombría y el humor que contenga mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que jamás ha
sido leal.
Te ofrezco el núcleo duro de mí mismo que he
guardado, de algún modo; el corazón central que no comercia con palabras, no
trafica con sueños, y no tocan el tiempo ni el placer ni las adversidades.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista
al atardecer algunos años antes de que nacieras.
Te ofrezco explicaciones de vos misma, teorías de
vos misma, auténticas y sorprendentes noticias de vos misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre
de mi corazón; intento sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota.
Two English poems
Hacía poco había afirmado con tanta seguridad que
ese texto pertenecía a Gonzalo Rojas que su colega había quedado convencido de
que así era. Ninguno de los dos recurrió a la internet para cerciorarse, al
llegar a su casa tarde, disfrutando de conducir en el tráfico fluido por la
hora olvidó la conversación y su habitual postura de ninja frente a casi
cualquier discusión. Se apasionaba por estupideces, como si fuera a perder algo
si no tenía razón. Mientras preparaba para sí un tazón enorme de té y un pan
con cualquier cosa, escuchaba a Sting y la repetida frase what would a man
not do, not say. Puso el trozo del poema en el buscador del PC y resultó
que su colega tenía razón, era de Borges. Un hombre solo, aburrido de las
noticias de las redes y la Tv, que cumplió su deber en el día y no tiene nada
urgente que resolver, suele pensar leseras, generar hipótesis acerca de sí
mismo y de encontrar asociaciones que solo existen en una mente evitativa como
la suya. Paja mental, inútil. Después de la autocrítica venía la libertad,
primero el castigo, luego el consuelo. Una pauta, que, sumada a otras, se iba
convirtiendo en un patrón. Un pasatiempo neurótico, rígido, divertido.
¿Cómo se pudo confundir tanto y por un período
tan largo? debía haber pasado mucho tiempo huyendo de Rojas y Borges como para
llegar a fusionarlos. Y como era tarde, la ducha nocturna, apenas tibia y el
ventilador habían refrescado hasta su cerebro, se dejó llevar, recordó a Lacan
y su famosa frase “amar es dar lo que no se tiene”, tenía el cartón completo.
Solo debía recordar la profecía de la esotérica del grupo de profesores - a ti
te toca dar amor no más, nada más, dedícate a eso -. ¡Premio, premio! Un tarro
de piña y hasta uno de duraznos en conserva hubiera ganado si esa asociación
hubiera sido parte de alguna rifa escolar. Si se dejaba llevar, encontraba más
y más versos de canciones y poemas diciendo lo mismo dar, casi como ofrenda
religiosa, una virtud que no se tiene: valentía, lealtad, amplitud de la
mirada, paciencia y tanto más. Al otro día lo primero que haría al ver a su
colega sería disculparse, no tanto por el error, sino por la forma en que había
defendido su posición. No era aficionado a culpar a otros de sus errores, en
este, tan garrafal para un profe de lenguaje, no tenía cómo, pero ese colega lo
irritaba más de lo normal. Lo veía y le daba rabia, desde que volvió de su
viaje, saludaba con las manos como Gandhi y decía Namasté en vez de hola, chao,
hasta luego. No podía decir que lo prefería como antes, gris, aburrido,
mimetizado con el ambiente. A veces le preguntaban si lo había visto y no podía
recordarlo – oye, pero si estuvo en la reunión de los martes y presentó unos
trabajos de los cabros de primero medio – ahí recordó el momento, de hecho, ese
día en particular, se acordaba más de las piernas de la profe reemplazante de
química que de lo que expuso su colega. Eso de ser hombre y las piernas de
ella, al descubierto con una mini al útero, se le hizo difícil no mirar, si
insistía lo iban a acusar de acoso, así es que se esforzaba para concentrarse
en el piso de la sala de profesores, con el parquet del año de la pera a
mal traer; y peor barrido, lleno de migas de las galletas de la reunión.
Sí, desde que volvió de su viaje, el que antes
era opaco, brillaba. Ahora sacaba la voz, opinaba, criticaba, proponía cosas y
los alumnos hasta lo encontraban interesante. Ya no andaba con esa chaqueta horrorosa
que merecía ascender a calidad de trapero desde su posición de harapo. Ahora
usaba unas camisas con cuello Mao, por lo general blancas. Se notaba que las
lavaba. ¿de cuándo acá se fijaba en la ropa de la gente? ¿se estaría volviendo
gay? Hacía rato que no se sentía excitado por nadie, claro, miraba las piernas
de la jovencita de la mini, pero no, era el hábito. Debía ser la edad, la
andropausia había escuchado por ahí. Qué tanto, para lo que le servía ser
funcional, cada historia un fracaso, mejor que se durmiera el pajarillo, antes
su aliado, ahora, un amigo con sueño.
Eso pensaba del Namasté antes del viaje, que era
un gallo que vegetaba, que estaba vivo por las deudas que tenía no más, por las
obligaciones, en cambio él andaba de galán y le resultaba. Parecía que hubiera
pasado un siglo, un milenio.
¿Cómo lo había hecho para pagarse el tremendo
viaje? A lo mejor pagó después con los retiros, alcanzó a viajar justo antes de
la pandemia. La rajita. Ni que hubiera adivinado lo que se venía después, ese
no tiempo, esa parálisis interna que cambió el destino de tantas cosas o lo
aceleró o lo enlenteció. El Namasté corre después de las clases, dice que hace
talleres de acuarela, sus alumnas son casi todas mujeres, cuarentonas,
cincuentonas, en busca de la exploración de sus talentos, eso decía él. Sentía
curiosidad por verlo rodeado de personas, antes era un solitario. Una vez lo
vio con Magnolia, no podía entender cómo una mujer como ella podía estar con
él. Parecía una mariposa atraída por un cardo. Esa relación terminó, seguro fue
ella la que se dio cuenta de que las espinas del cardo estaban poco
disimuladas, que todos las veían menos ella.
Dejándose llevar, entendía por qué sentía rabia
cuando veía a su colega. Releyó el poema de Borges y se reencontró con ese que
leía, con el que se fascinó tanto con la poesía, con los libros, buscó el libro
El Relámpago de Rojas,
Retrato de mujer
Siempre estará la
noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.
Te juré no
escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.
Ponte el vestido
rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.
No te me mueras.
Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.
Vienes y vas, y
adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.
Vértigo.
En la página que abriera encontraba palabras que
lo habían obsesionado. ¿Qué había sido de ese tipo, su yo de alguna vez? Rojas
tan corporal, Borges tan abstracto. Rojas y las putas, Borges y los dioses. La
rabia con el Namasté se convertía en algo más asible, envidia, admiración. El
tipo se había atrevido a romper con su trayecto más probable, se arriesgó y se
quedó. Se disculparía por discutir tonterías, lo felicitaría por su nueva vida
llena de nuevas posibilidades, omitiría la humillación de decir que lo
envidiaba, admitirlo era asumir su derrota, la sentía, hasta imaginaba que
Namasté lo suponía. Para qué despejar la duda. Dejarse llevar, perseverar en
sus propias obsesiones, sin oprimirlas, podía ser por ahora su espacio de
libertad interna. Tal vez dejase de soñar, la voluntad y disciplina no resultaron.
Buscaría
otros caminos.
Sting, For her love
Jorge Luis Borges, Two
English poems
https://borgestodoelanio.blogspot.com/2014/08/jorge-luis-borges-two-english-poems.html
III Magnolia
Dicen que ahora se parece más al hombre que yo veía en
él, un tipo culto, interesante, con cuento.
Me enteré de la discusión que tuvo con el director del colegio donde trabajaba.
Nunca lo oyeron reclamar, solo el portazo al salir de la oficina del jefe.
Cuando
me pidió un tiempo porque decía que no tenía nada para ofrecerme, renuncié a
todo, al trabajo primero. No fue capaz de decirme que esa pausa, ese tiempo del
que hablaba era para siempre, me bastó una mirada de menos de un segundo para
saber que me estaba dejando. No iba a soportar verlo y no hablarle, me hubiera
sido más difícil recuperar el equilibrio, luego dejé de hacer clases y ahora me
dedico al corretaje de propiedades, una pega apropiada para alguien de mi edad,
casi cincuenta y con características de buena vendedora. Gano más que como profe, he conocido gente con
la que podría viajar, solo que ya no quiero ir a ningún lado. También renuncié
a eso, a los viajes y a las fantasías que implican. La pandemia ayudó.
Nada
que ofrecer, como si yo le hubiera pedido algo, solo
quería estar con él. Se imaginó que me quiso, me siguió el juego de una vida
fantasiosa juntos, pero se resignó rápido a lo que estaba acostumbrado y lo
hacía feliz o cómodo o lo que fuera mejor que hacer lo necesario para estar
conmigo. Era mucho esfuerzo pasar buenos momentos conmigo, mucha imaginación la
mía, mucha intensidad. Dicen que ser intensa está mal, es sinónimo de locura,
de mujer tóxica. Puede ser, qué importa.
Mientras
yo trataba de parecer entera y responder al estereotipo de mujer moderna,
fuerte, experimentada, resiliente, capaz de todo, supe que fue a los lugares
que imaginábamos recorrer juntos. Ahora me parece que solo lo imaginé yo, él se
pensaba a sí mismo, sin mí. En mi obsesión, me daba por creer que se acordaba
de mí en esos lugares, que quería que estuviera allá. Tan ridícula que puede
llegar a ser una cuando quiere. Y claro que lo quise, no tiene idea de cuanto
lo quise. En la escala de Mercalli, el terremoto fue de magnitud 9, pero muy
subterráneo, en la superficie seguí siendo la Magnolia que todos conocen, no sé
para qué, puede ser porque no sé aparecer de otra forma en el mundo. ¿No
dejamos todos a nuestra sombra sumergirse en los sueños y al despertar nos
metemos en el personaje que hemos construido y que creemos ser?
Dicen
que el viaje lo cambió y que a la vuelta tuvo que trabajar tanto para pagar su
excentricidad que no se veía triste ni de cerca. Al revés, parecía estar
aliviado, nadie entendía, yo sí. Estaba aturdido, como quien despierta de una
pesadilla, como quien sale del hospital. Me decía que yo le provocaba angustia.
Como me he especializado en falta de coordinación con la vida, y todo ocurre en
la mente de una, yo sentía que él me calmaba, que su pecho era mi refugio, mi
hogar.
Hasta
que me dijo que cerrara por fuera y volví a mi eje habitual. No tan de
inmediato, pero así parecía. Y lo que parece es lo que es, si la imagen lo es
todo o dice más que mil palabras, debo ser eso, lo que los demás ven.
Me
he vuelto más silenciosa, todo lo que puedo. Y dicen que menos soberbia, más
compasiva, una de las palabras de moda de las mujeres que conozco, junto con proceso,
elaboración, perspectiva, distancia, vínculo. Al fin ya no hablan de
decretos, visualizaciones o resoluciones. Cada vez más disfruto de los momentos
de soledad absoluta. Supongo que algo de cierto tiene el impacto del encuentro
con otro, ese otro. La estructura interna se modifica, aunque en mi caso haya
significado la profundización de un descreimiento frente a casi todo.
Hace
poco supe de él, está bien, sigue trabajando en el mismo colegio donde nos
conocimos, el director ahora lo deja hacer clases de arte de un modo menos
convencional, se lleva a los chiquillos al aire libre y les muestra conceptos
como armonía, composición, color, espacio público. Les prepara visitas a museos
famoso de Europa escogiendo los links interactivos que circulaban como
cadenas por los WhatsApp en lo peor de la pandemia. Por lo general no me
libro de sus noticias porque la gente es así, les gusta ver las reacciones de
los ex para tener algo de qué hablar, por si la conversación se pone más
sabrosa.
Debo
quererlo mucho aun porque me alegré de que al fin se atreviera a ser quien es y
a ser feliz, aunque ese estado no me incluyera en ningún aspecto. ¿A cuánto
puede llegar la intensidad? Hasta la estupidez pues.
¿Qué
le dirán de mí? Puedo adivinarlo, tampoco se libra de que le pregunten. Los más
osados se atreven a interrogarme sobre si tengo pareja, les respondo con otra
pregunta.
- ¿Qué
crees tú, alguien como yo puede estar sola?
Por
lo general recibo sonrisas cómplices de vuelta, hasta carcajadas, en donde dan
por hecho de que estoy con alguien.
- Obvio
que no, ¡jajaja!
- ¡Obvio
que no! respondo yo riéndome de nuevo.
Para
mis adentros me encojo de hombros y los dejo con sus prejuicios.
Vengo
llegando de mostrar un departamento del barrio Parque Forestal, lo han bajado
tres veces de precio y no pasa nada. Un ventanal que antes ofrecía una vista
panorámica al parque y al museo ahora tiene en frente decadencia y basurales. –
La historia nos alcanza – escuché decir
a un potencial comprador, – pero no quiero que me pille tan rápido – agregó. Me agradeció la muestra y se fue junto a su
esposa que no dejaba de mirar todo con expresión de asco matinal. Si logro
vender ese departamento me convenceré de que soy buena en lo que hago.
Mis
hijas no están, ya no dependen de mí salen y entran cuando quieren y pueden, solo
que no dejan de enjuiciarme y créame, no hay peores e implacables jueces que
los hijos. Esa es otra historia.
Cuando
voy a mostrar el departamento del parque, una vez a la semana al menos,
aprovecho de revisar las ofertas de otros por el centro, a veces simulo que soy
una potencial clienta para estudiar las estrategias de otros que se dedican a
lo mismo que yo, tomo metro o una micro y me acuerdo de un señor que se dedicó
a escuchar una conversación telefónica mía. Lo vi de nuevo en la tarde, el
patudo me preguntó – ¿lo extraña?
Podría
haberme quedado callada, responder una grosería o con un elegante silencio o
nada, pero no me contuve y desde el fondo de mi pecho, respondí con un sí casi
gutural, denso, ahogado. Me subí a la micro de vuelta, encontré un asiento
junto a la ventana y cuando el sentimentalismo comenzaba a tomar su habitual
lugar lo suprimí revisando Twitter, nada mejor para reemplazar cualquier
emoción blandengue con la risa y la rabia que provoca esa red social, brújula y
oráculo de cualquier figura de poder ficticio o real por estos días.
Mahler,
Adaggieto Symphony
III
La dirección
Al
director no le hizo ninguna gracia que Magnolia renunciara a su cargo de
profesora de historia en el colegio, era buena profesora, los chiquillos la
querían y la respetaban, además ocupaba toda clase de estrategias para
entretener a la cabrería y hacer la competencia a los teléfonos y pantallas de
distinto tamaño. Y que hubiera renunciado para no estar cerca del profesor de
arte era el colmo de los colmos. Maldecía la hora en que los puso a trabajar
juntos en la revisión de períodos históricos integrados en todos los ramos, fue
idea de ella por supuesto. Quién iba a decir que era para estar al lado de ese tipo.
Formaron un grupo con el profesor de lenguaje y la encargada de UTP que se
devanó los sesos para coordinar los programas de cada asignatura. Claro, las
cosas andaban bien en el período previo al romance y al inicio.
¿Hay
alguien que no saque lo mejor de sí mismo cuando se siente atraído por otra
persona?
Los
apoderados estaban felices con la idea, hasta ellos aprendieron de historia
universal, lograban relacionar lo que estaba pasando en Asia, Europa, África y
América del Sur, el desarrollo de la literatura, el tipo de pinturas y
esculturas de los pueblos originarios, las construcciones y hasta los
profesores de ciencias pelearon por meterse ahí y trabajar ángulos, mecánica de
fluidos por los canales romanos y los regadíos de los mayas y los incas.
Hacía
tiempo que no veía al personal tan entusiasmado con el trabajo, parecían
adolescentes entretenidos en un juego y toda la comunidad escolar hervía de entusiasmo,
surgían muchas ideas para aprovechar todas las oportunidades para aprender. La
semana del aniversario del colegio coincidió con el renacimiento y la idea era
que cada curso se vestiría y reflejaría la época desde lo que estaba ocurriendo
en una cultura particular.
Y
todo porque Magnolia se encaprichó con el profesor de arte. Ella decía que se
le había ocurrido hacía tiempo, pero pensó que nadie más se iba a motivar.
Todos los días las conversaciones giraban en torno a las quejas acerca del
sistema, de los cabros de ahora, de lo pencas que son los apoderados, el país
se estaba yendo al carajo e innumerables miradas apocalípticas de las
capacidades de los demás, nunca de sí mismos. Le parecía demasiado naïve plantear
ideas que implicarían más trabajo y mucha coordinación entre todos, pero un
día coincidió en un café con el profe de arte, el más callado y calmado del
grupo, pero según ella, con los ojos más expresivos y profundos que recordaba.
Eso decía Eugenia, la UTP, que llevaba y traía chismes al director.
- ¿En
serio, dijo que le gustaban sus ojos?
- Y
mucho más, su cara de guerrero cansado, de tipo dulce y sensible que se
disfrazaba de indiferente ante los demás. Ahí va a pasar algo, espérese no más.
Cuando
Eugenia salió de la oficina experimentó una rabia que superaba con creces lo
sabroso de la copucha. Al mismo tiempo intuyó que detrás de los colores de
Magnolia había una clase de sombra que ella desconocía por completo. Se puso de
pie para mirar hacia el patio del colegio a través del ventanal de su oficina.
Le quedaban tres años para el retiro y solo quería que ese período
transcurriera en paz. Ahí estaba la explicación de su rabia, Magnolia y el
profesor de arte serían un problema. Miró su reloj, porque él usaba reloj y no
el teléfono para ver la hora y se dio cuenta que estaba atrasado para la
inspección de las dependencias del establecimiento.
Se
rio de sí mismo porque usaba la jerga de su labor para casi todo, era parte de
su identidad a esas alturas. Cómo no si llevaba toda la vida dentro de un
colegio.
No
podía dejar de pensar en la absurda atracción de Magnolia por el profesor de
arte. ¿Qué le verá? Ese cuento de los ojos, - ¡andá-. Caminó casi sin percibir
ese instante entre los pasillos, mirando hacia las salas por si había más
desorden que el de costumbre, se paseaba con las manos tomadas detrás de su
espalda para conservar una postura de autoridad y a propósito fruncía el ceño
con el mismo fin. Se daba cuenta de que solo los más chicos ponía expresión de
miedo al verlo, los de media a lo más bajaban un poco el volumen de los gritos
y en cuanto pasaba, sabía que se burlaban de él. Una vez cometió el error de
voltearse y mirar lo que hacían, quedó descolocado y no supo como reaccionar
frente a las burlas infantiles de los alumnos. Sonrió algo nervioso y siguió su
camino, en otros tiempos los hubiera subido y bajado, hubiera llamado a los
apoderados, los hubiera sermoneado por no saber disciplinar a sus hijos y
hubiera hecho gala de su lenguaje insultante – pusilánimes, intrigantes, conformistas
- y mucho más para luego terminar con sus palabras preferidas - ¡mediocres,
manga de mediocres ganapanes! Jamás se desgastó enfrentándose a los alumnos,
iba directo a la solución, los padres, hasta que advirtió que de solución
pasaron a ser el problema. Venir a burlarse de su leve cojera caminando como
orangutanes, descerebrados, son un insulto a la especie estos pendejos de
mierda, pero debía callarse, ahora lo demandarían, subirían algún video a las
redes y su tragedia sería un meme para hacer reír a otros monos como ellos.
Cuando
se vio impotente frente a los padres, cuando estos dejaron de encontrarle razón
y comenzaron a defender a sus hijos no importaba la barbaridad cometida se dio
cuenta de que no quería seguir ahí, pero no podía irse antes de la edad oficial
para el retiro. Todavía estaba pagando la universidad del menor de sus hijos
que, siguiendo los consejos de su madre, estaba cursando un magíster. Se
parecía a Condorito en la cárcel rayando el calendario para ir en la cuenta
regresiva de su retiro.
Sí,
el programa integrado de historia y todas las demás asignaturas había sido un
éxito, pero la parejita estrella duró poco. El director no podía creer cuando
Magnolia llegó con su carta de renuncia firmada ante notario. Recurrió a todo
para convencerla de quedarse y nada. Había estado vaciando su estante de a
poco, ya tenía otro trabajo y no cambió la expresión de su cara ni por un
segundo. No recordaba haberla visto así.
En
cambio, el profesor de arte seguía allí, como siempre, inescrutable. Todos
parecían extrañar a Magnolia, menos él. Siguió como si nada. Cuando la
mencionaban guardaba religioso silencio y solo sus alumnos más cercanos lo
seguían estimando. Eugenia no tenía explicación ni sospechas acerca de lo que
había pasado y eso era mucho decir. Comenzaron a llegar correos de reclamos por
la ausencia de la profesora de historia y el exitoso programa del semestre
anterior. Hasta tuvo que mostrar el documento de renuncia al centro de padres
para que le creyeran que no la había despedido él.
Lo
único que quería era un último tiempo en el colegio olvidable, pero no. Sabía
que tenía que soportar un par de meses y Magnolia sería un recuerdo lejano en
la mente de los adolescentes. El tiempo es una dimensión inexistente para los
jóvenes o al menos de una extensión casi infinita, para los viejos es la
constatación de la propia fragilidad y de la pronta fecha de expiración.
Acababa
de leer otro correo responsabilizándolo por la renuncia de Magnolia, por la
falta de incentivos para los buenos profesores en el colegio. Cerró con fuerza
un cajón de su escritorio después de encontrar su pelota para el estrés. En ese
instante pide autorización para entrar el profesor de arte, el asunto a tratar
era la solicitud de apoyo para salir con los alumnos fuera del colegio con el
objetivo de aprender a observar y describir el espacio público.
Ahora
que lo pensaba, se dejó llevar por el enojo y no apoyó la idea, aprovechó de
denostar las capacidades de profesor, en ningún momento mencionó a Magnolia,
peor, ambos sabían que se trataba de ella, de su ausencia más bien y al mismo
tiempo, que mencionarla solo traería más problemas.
Como
siempre, el profesor no se defendió, lo único que hizo fue dar un portazo como
nunca antes y se fue directo al metro.
El
profesor de arte
Yo
soy el protagonista de esta historia y me revelo a un final porque la vida
sigue hasta el último latido. Si quiere, usted imagine lo que quiera, piense en
un final feliz, con moraleja y todo, agarre las citas que más recuerde de sus
autores favoritos y piense que ahora estoy más preparado para estar con la
magnífica Magnolia, que ahora soy un tipo con variados temas de conversación,
que entiende su sensibilidad y sus gustos disímiles. Recree en su mente a una
mujer que renunció a todo lo que le recordara a mí, se rodeó de promesas hechas
a sí misma, anclada en su orgullo y aparente fortaleza, para luego estar
dispuesta a encontrarse conmigo y perdonar mis torpezas con ella. Despeje el
contexto, ponga escenas en donde yo hago un par de pases mágicos y pronuncio
las palabras exactas que operan para ella como esos oráculos de las puertas
mágicas. Yo crezco para ella y ella flexibiliza sus exigencias conmigo,
llegamos a un acuerdo y podemos ser felices en modos que nos acomodan a los
dos. Puede situar la escena en el colegio: el director la va a buscar porque
las cosas eran mejores con su energía casi desesperante, ella acepta ir a una
entrevista con él. Ambos me ven cuando caminan por el pasillo que va desde la
entrada principal a la oficina de ese sujeto, Magnolia me ve, yo levanto la
mirada y tal como me lo había dicho en mis ratos de máxima soledad y nostalgia,
si veía un leve brillo en sus ojos me la jugaría toda por ella, intento
sonreír, pero no me sale, entonces el director dice.
- Mire
profesor, tenemos una agradable visita por aquí.
Ella
me tendería la mano para un saludo formal y yo la acaricio y le digo
- Nada
me da más gusto que verte Magnolia.
En
lugar de mirarme con la furia que creo siente por mí, me sonríe con benevolencia
y un dejo de tristeza que solo yo puedo percibir. La espero a la salida de su
reunión con el director, ella acepta mi invitación a un largo café, conversamos
hasta el anochecer y le digo que ahora sí creo que puedo estar con ella porque soy
libre de mis jaulas internas. Ella entendería ese código, me abrazaría y me
diría que está dispuesta a intentarlo de nuevo.
Mi
colega de lenguaje aparecería en escena secundaria esperando a alguien en el
mismo café, en plan de seducción con una mujer estupenda que conoció en un
sitio de citas por internet, se le ve risueño y encima de la mesa tiene el
libro Del Relámpago de Gonzalo Rojas, con algunos marcalibros entre las hojas.
El director puede aparecer en la escena final, junto a Eugenia, satisfecho de
haber propiciado un encuentro y con la tranquilidad de que podría esperar su
retiro en paz.
Bden Mazué y Pomme, J´attends
Si
le parece demasiado parecida a una película navideña gringa en donde todo se
ordena a más tardar en la mañana del 25 de diciembre, puede imaginar un final
pesimista o realista diría la autora de mi historia.
Un
final en donde la vida siguió tal como era obvio que siguiera, cada uno por su
lado, cada cual, Magnolia y yo, con muchas preguntas que ninguno formulará y
cuya respuesta parecería obvia a cualquier persona mayor de 25 años. Tal vez mi
colega de lenguaje intentaría algo con ella, siempre le tuvo ganas y ella,
liviana y vengativa, lo aceptaría solo para hacerme enojar. Objetivo logrado
diría el director, viejo de mierda, siempre me culpó porque no pudo seguir con
el programa de historia integrada que diseñó Magnolia. Mil veces me pasé el
rollo de que sentía por ella algo más que respeto profesional, solo que no se
atrevía ni a pensarlo y menos a confesarlo porque era demasiado para él.
La
tristeza nos abandonaría como a todos, de a poco, a mí me duraría más porque
soy así, opaco. Ella se recuperaría antes y tendría un nuevo amante en un plazo
menor. Yo, una vez que lograra ordenar mis cuentas podría entretenerme con
alguna de las alumnas del taller de exploración de talentos. No a pocas mujeres
les vuelve ese deseo adolescente de seducir a su profesor y ahí estaré yo,
disponible para aventuras sin importancia, pero distractoras. La intensidad de
Magnolia me resultaba agotadora, como un perfume que solo se puede disfrutar a
cierta distancia porque de cerca puede llegar a ser abrumador y provocar jaqueca.
Un
final lógico y por lo mismo, desilusionante, no tanto como el de Lost o
Juego de Tronos, porque para una decepción de tal magnitud la historia debería
generar grandes expectativas y este no es el caso.
Phil Collins, Why can´t we wait till the morning
O
usted, más perspicaz tal vez, podría centrar el final en ella, en su huida
después de advertir que solo ella vivía un romance y yo permanecía en mi vida cómoda,
pacífica y no quería seguirle los pasos como ella se imaginó. Que haya viajado
donde ella quería ir conmigo, fue porque me enojé con ese viejo del director,
sé que le exaspera, más que a mi colega de lenguaje, que ahora vea la vida con
más amplitud y que no haya hecho nada por recuperar a Magnolia. La conozco, no
es la que todos ven, ni de cerca.
El
viaje, claro que recuerdo el viaje y cómo mi desesperación en el metro, la
discusión con el director y algo más me tenían mal. Quería escapar, salir, irme,
ser otro. Magnolia no tuvo nada que ver, ella es más pragmática y calculadora
de lo que parece. Está bien, era cosa de tiempo que ella en vez de mí terminara
con ese juego insano entre el eterno loser y la diva.
El
viaje me hizo bien, y si tiene curiosidad, sí, me acordaba de ella mientras
miraba esos otros planetas, quería saber que estaba bien, que no me iba a
provocar problemas. Me tranquilicé cuando supe que había renunciado. Fue lo
mejor para los dos.
Philip
AAberg , Diva, Sentimental walk