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jueves, 25 de julio de 2024

Blusa

 


− ¿Quieres hablar?

− ¿De algo específico?

Iba a decir que sí, que había un tema pendiente, una aclaración que él necesitaba para sentirse tranquilo, pero todavía se ponía nervioso y no lograba decir algo tan simple como – tú sabes de qué – pero ella diría que no sabía a qué se refería.

− No, sin tabla. No se trata de una reunión de trabajo.

− ¡Ah! para hablar de la vida entonces. Por supuesto

A ella no se le ocurrió nada que decir, nada que no estuviera pauteado de antemano. A última hora podría recurrir a algún artilugio de los habituales para no ir y no hablar: una reunión fuera de pauta en su nuevo trabajo, un súbito malestar o una migraña. No un simple dolor de cabeza que pudiera ceder a un comprimido, debía tratarse de una migraña con fotofobia, con aversión al ruido y a la que el estrés agravaría sin lugar a duda. O podría ir y ver su expresión de incomodidad cuando lo mirara de frente y fijo, de modo que lo obligaría a preguntar − ¿qué? – y a lo que ella respondería sin variaciones – nada ¿por qué? – por nada− balbucearía él y ella entonces esbozaría una especie de sonrisa socarrona y se echaría para atrás en la silla, tal vez luego pasearía la mirada por las mesas de alrededor. En el intertanto tendría clavada la mirada de él tratando de escrutar en su cerebro como si tuviera rayos de algún tipo que develaran sinapsis y lógicas simultáneas, pero el poder mental no da para tanto todavía. Estaría a salvo.

A él le pareció que, si no definía un día, hora y lugar, ella no haría nada, pero tampoco se trataba de mostrarse ansioso o dar la sensación de que el asunto era de mucha importancia, aunque sí, tal vez, pero no tanto porque las cosas seguían más o menos igual y después de todo, era imposible prever algo entre tanta confusión. Tenía la convicción de que cuando fuera viejo lograría distinguir lo que había sido importante y no estaba seguro de si ella aparecería en la lista. Recordó la primera reunión, había estado a punto de no ir y ahora pensaba que nunca se escucha lo suficiente al lado sano de la conciencia.

Ella recordó también la primera vez, usó una blusa comprada en un ataque de algo, de una sensación extraña, agradable y desagradable en todo el cuerpo, en especial en el estómago y el cierre de la garganta. Estaba tan confundida con tanto mensaje de texto que no sabía qué pensar y pensó lo peor. Esa tarde de compras, nada parecía llenar su gusto. Caminaba tan rápido en el centro comercial que no alcanzaba a ver nada, las ideas se revolvían en su mente como remolino y de tanto encerrarse en el laberinto de malos augurios solo divisaba siluetas y vidrios y prisa y murmullos y escenas que se sucedían en la mente como una seguidilla de sinopsis de películas malas por predecibles y por burdas. No iba a volver sin una blusa nueva, cualquiera, de cualquier color. Su compañera de departamento preguntaría y más valía que la salida abrupta y sin explicaciones hubiera tenido un objetivo. Siempre hay que parecer ocupada en algo; tener un proyecto, una idea, algo. En este caso la compra de una blusa, otra más, para lo que viniera, para una entrevista de trabajo, para sentirse liviana y pulcra. Una fácil de poner – y por ende de sacar – por si más tarde tenía ganas de tirarse en su cama a llorar o de bailar frente al espejo dependiendo de si todo salía bien, pero no, no iba a pensar en esa posibilidad. Mejor no ilusionarse para que el llanto esté dentro de lo esperable por una mala entrevista.

Eso fue antes, ya le parecía otra vida, ahora era muy diferente, la habilidad en juego era hacer aparecer la situación como que no era una reunión casi formal, igual que el juego de las visitas de niños y adultos y, por lo tanto, no podía ser buena ni mala.

Por supuesto todo podía salir mal y aumentar la confusión, pensaba él, pero no se trataba de nada en particular. En un mundo anestesiado es difícil que algo sobrepase, por arriba o por debajo, el umbral del bienestar personal o al menos que lo parezca. Ese era el punto central. Ya estaba lamentando haber generado la instancia de volver a verla, pero algo lo impacientaba, esa necesidad de ser o parecer correcto. Hay que ser y parecer dice el cliché completo, pero en la mayoría de los casos basta parecerlo. Tampoco admitía que, en su estilo de hombre racional y moderno, en el que no cabían otros razonamientos que no fueran evitarse problemas posteriores, sentía una especie de nostalgia adolescente y eso que ya rozaba los treinta. Contactarse había obedecido a un momento de ocio en su trabajo. Fue durante una pausa entre las reuniones telemáticas de la jornada habitual y las del magíster que ahora todos tenían que hacer para estar entre los requisitos mínimos de selección de cualquier trabajo decente, incluso si el sueldo no alcanzara a cubrir tamaña inversión. O fue en un momento de angustia al ver que sus años de universidad ahora eran amenazados por la IA y que debía aprender ya a utilizar esa tecnología para no quedar obsoleto antes de los cuarenta. Puede que fuera eso, un deseo de volver a una época de menor vértigo en la vida o de uno diferente.

Ahora estaba en lo mismo, buscando una blusa apropiada para la ocasión, algo así como la visita a un laboratorio, algo aséptico, sin forma, que solo cubriera y diera la sensación de nada. Todas sus blusas eran así, no fue difícil encontrar una.

−A mí no se me da eso de ser buena− esa frase le daba vueltas desde esa mañana. Mientras más se la repetía era como si agarrara un valor excepcional, como si fuera a atreverse a decir verdades descarnadas o pragmáticas que es lo mismo. Esas frases que de tan taxativas no dan espacio a la conversación. Había probado esa estrategia antes y había comprobado que la verdad cierra las posibilidades, debe ser por eso que la mayoría la esconde, para hacer eterna la incertidumbre y, como los pases de un mago, hacer aparecer elucubraciones y posibilidades; para ella eso era conversar, explicitar hipótesis incomprobables para que quedaran temas no resueltos hasta la siguiente. - Alguien así no puede ser buena. 

A medida que se acercaba la hora para llegar a tiempo, la tensión iba tomándose el torrente sanguíneo. Eso de comportarse del modo apropiado sin conocer los criterios de la corrección social en estos casos lo ponía peor. Se sentía a salvo y eso era aún más desagradable, porque a alguien que no arriesga nada le resulta fácil ser bueno, simpático, ocurrente. Y le había dado por acordarse de todo lo que no dijo o dijo demás, como si se fuera a morir y tuviera que aclarar cosas antes de llegar al final del túnel.  - Debe ser la crisis de los treinta - se dijo sonriendo para sí mismo, como un modo de cambiar el mood  del encuentro. Con ella nunca se sabía cómo iba a aparecer, a veces se veía tranquila y afable, hasta contenta y de pronto todo se iba a la cresta. Y él, lo tenía claro, adoptaba una actitud segura y serena, de viejo de mierda y la trataba como si tuviera todas las respuestas. 

Hacía ya dos adolescencias al menos, medidas en ese tiempo sin edad, que se habían visto por última vez. En cada oportunidad se propuso al menos no ser desagradable. Era superior a sí misma eso de parecer neutral, desbordante de autocontrol. Objetivo no logrado era la calificación que merecía, igual que varios niños de segundo básico a los que hacía clases. 

Él estaba sentado esperándola, casi deseando que no llegara y dar por terminado ese intento de no sabía qué. Que raro que ella hubiera aceptado verlo, que raro que él todavía la extrañara, ese pensamiento pasó fugaz y por peligroso fue expulsado y se estrelló en la avenida más cercana para, por fin, ser atropellado por las prisas de la vida en la ciudad. 

Ella siempre se apuraba para llegar irremediablemente tarde a casi todo, esta vez, la demora fue mayor porque en la avenida fue embestida por un tropel de pensamientos peligrosos. Se demoró más y más y en cada vitrina la blusa le parecía de diferentes colores y formas.

Él esperó otra adolescencia más y a su mesa se sentó una colega de su trabajo. Cuando ella se decidió a comprobar su hipótesis, los vio y pensó que su blusa era inapropiada para esta clase de situación. 



Alessandro Martire, Truh

https://www.youtube.com/watch?v=-CfvNt3gjBY&ab_channel=MartireComposerVEVO


 

 


miércoles, 5 de junio de 2024

Otro día

 


Y la vieja me gritó que debí informarle antes. Siempre es lo mismo con mi jefa, que por qué no le dije, que ella tenía que saber todo le que pasaba en su departamento. Es verdad, ahora que se me pasó la furia y el estado de petrificación que se impone sobre mi cuerpo y mi voz cuando alguien me grita, reconozco que no le dije. Me repetí la historia desde el principio, que don Ernesto me había contado del problema eléctrico de la bodega y justo pasó Juan Pablo, el ito eléctrico. Por un buen tiempo le dije Juan Pablito, cuando ignoraba que ito era la sigla para el inspector técnico en obras. De ahí nos fuimos directo al lugar del corto circuito e hicimos las coordinaciones para las órdenes de compra de los repuestos, los horarios en que se harían los cambios, sin interrumpir la labor diaria de los equipos de venta. Pensé que era eso lo que más importaba y sigo pensando lo mismo. Justo cuando iba subiendo al piso doce donde está la oficina de mi jefa, para informar de la solución al problema de la bodega, me agarra la señora Sara por un accidente laboral de la Juanita, una externa del servicio de aseo, pero que todavía no tenía contrato y entonces la responsabilidad iba a caer en la empresa − ¡pucha la lesera! – fue lo único que pude decir en voz alta porque don Tomás, el dueño de la empresa del aseo, es hermano del dueño de la empresa que me contrató a mí; así es que con voz y actitud de resignada, le dije que me haría cargo. Fui a mi oficina, que no sé para qué la tengo si nunca estoy ahí y llamé a Rosario, la jefa de personal de los del aseo. Trifulca y media, que era el sexto contrato que tenía que hacer apurada porque se había corrido la voz de que si tenían un accidente los contrataban al tiro. Que así era esta gente, que se aprovechaban de inmediato.

La Juanita esperaba abajo con el tobillo hinchado y se aguantaba el dolor.

−y ustedes ¿qué les pasa con las escaleras? ¿todavía no ponen las gomas de seguridad?

−Rosario, limítate a enviar el contrato de la Juanita. Mientras, yo me encargo de convencer al comité paritario de que algún integrante autorizado llene el formulario de derivación al IST por accidente del trabajo.

Era un día de esos en que una debió quedarse acostada con fiebre real o inventada. Todo el día con estupideces que requerían solución inmediata y encima teniendo que ser paciente y no armar más escándalo para no tener problemas con los jefes o los sindicatos. Mi oficina me servía para eso, para poner las morisquetas que quisiera al teléfono sin que nadie me viera o estirarme y hacer como que mandaba sendas patadas en el culo a quien se lo mereciera.

Después de respirar hondo fui a hablar con don Luis, el presidente del comité paritario, un tipo de unos cuarenta y tantos que desde que había asumido esa función, se paseaba casi con lupa por todos lados buscando todos los detalles que había que subsanar para garantizar la seguridad de los trabajadores. Era cierto, pero quería todo para ayer y era imposible hacer todo de inmediato, habíamos tenido como cuatro reuniones este último mes, logramos avanzar en algunas cosas, pero faltaba y siempre iba a faltar y él se largaba en un discurso obsesivo lleno de detalles y reiteraciones de los detalles. − Mire señorita Josefa, ya sé que usted va a decir: ya va a empezar con la cantinela, pero ¡mírese usted pues! Anda con esa falda hippie llena de vuelos, se va a enganchar en cualquier parte y después va a alegar que el reglamento está anticuado que es su derecho vestirse como quiera y que si no va a demandar por discriminación. Y ¿qué quiere que haga yo? ¿qué le digo al comité? ¿Qué la subjefa es especial? No pues, usted sabe, la seguridad es para todos. Hay derechos y obligaciones y también corren para usted.

Roberto es de esos que hablan a punta de obviedades, puras frases hechas, pero afirmadas en algún manual, puse cara de compungida y traté de sonreír como una niña pillada en falta, el viejo truco de la cara de gato con botas ¿quién no lo ha usado para librarse de alguna norma absurda?

−Prometo que mañana me pongo ropa según el reglamento, pero por favor veamos lo de Juanita, ya supo, supongo.

− ¡Por supuesto! ¿cuántas veces le he dicho señorita Josefa que esa empresa es muy chanta? Que no cumplen con los requisitos mínimos de seguridad para sus trabajadores.

martes, 21 de mayo de 2024

Los mismos padres

 


I

Daniela tenía un libro a punto de terminar, pero como quien no quiere abrir un correo con una deuda por pagar, se daba mil vueltas para no devorar las últimas páginas y quedarse con la sensación de no haberlo degustado como era debido. ¿Se recuerdan los sabores? No con exactitud, pero la evocación es el componente principal. Se hallaba en esas reflexiones o inutilidades como decía Mariana, su hermana, cuando entró a su dormitorio inquieta y apurada.

−Ya sé lo que te pasa. Hablas con mala redacción.

− ¿llegaste a esa conclusión por alguna serie o algo que estabas viendo en tus redes?

Mariana se fue tan rápido como entró de ese dormitorio, estrecho y un poco asfixiante, lleno de repisas improvisadas, para volver al propio dominado por aparatos electrónicos de toda clase. Resultaba difícil hablar con Mariana, se distraía con facilidad, − mal de estos tiempos – diría la madre, pero de modo inexplicable, recordaba lo que oía.

Daniela se quedó en la misma posición en la cama, sentada ordenando documentos en una carpeta. Una conocida maniobra dilatoria para no ir la final del libro. Sí, sonaba razonable eso de que hablaba con mala redacción. En los momentos claves parecía no poder armar un argumento, las palabras salían desordenadas y sin lógica alguna, en especial con las personas que más le importaban, incluida su hermana. Tal vez por eso le gustaba leer o admiraba a los músicos que, teniendo una melodía en su mente, luego hacían calzar palabras, historias y notas musicales. Una genialidad que solo las personas limitadas en su capacidad de expresión como ella podían valorar en su justa medida.

El libro transcurría en invierno uno especialmente frío y cruel y tal como le ocurrió con la película Siete años en el Tibet que había visto en el canal de películas viejas en verano, tiritaba de frío a pesar de los treinta grados de aquella tarde. Ahora era lo mismo, estaba soleado y tibio, pero sus pies y manos decían otra cosa, no había forma de templarlos.

−No sé que va a ser de esta chiquilla− decía el padre, − tan influenciable y atarantada, ya tiene veinte años y no se ve que haya madurado algo.

−Tranquilízate hombre, ya verás como se abrirá camino igual, las cosas ahora son diferentes, no tiene por qué ser igual que cuando nosotros tuvimos veinte.

−Dios te oiga

Con esa frase, proviniendo de un hombre ateo y orgulloso de serlo, terminaban las discusiones con la madre, dotada de un buen sentido común y una paciencia a prueba de casi cualquier cosa.

¿Cómo sería el final? ¿Acaso uno correcto y lógico, como la vida de la mayoría, en la calma y la paz de los años, justo premio a la experiencia y claridad para tomar decisiones? o tal vez fuera un final sorprendente e improbable, lleno de fantasía y juegos imposibles entre distintas capas de la realidad.

− ¿Sabías que hay comunidades en Puno, Perú, ajenos a la tecnología y en el que la gente vive más años con actividades simples y rutinarias?

− ¿y para qué querría una vivir una vida así y tan larga?

− Es que no conocen otra forma

− Nosotras tampoco   

Mariana, a sus diecisiete años, conocía datos de muchas cosas, datos random decía ella, que al parecer le servían para interrumpir a cualquiera en sus quehaceres y dejar a sus casuales interlocutores con preguntas que a ella no le concernían puesto que ya estaba en otra cosa.

Las hermanas no podían ser más diferentes según ellas mismas; los demás las encontraban muy parecidas, no solo en el aspecto sino también en los gestos y la forma huidiza de relacionarse con los otros. Una madre correcta y sermoneadora como casi todas las enfermeras y un padre siempre ocupado o que se esforzaba por parecerlo brindaban una buena fachada. Les tomaban muchas fotos y cada cierto tiempo les preguntaban cómo estaban para que no dijeran que no se preocupaban por ellas. Así las cosas, el refugio afectivo estaba entre las hermanas, en ningún otro lugar. Aun sabiéndolo, ambas se esforzaban por demostrar cuan molesta era la otra y solían decir que los días serían más fáciles y cortos si la hermana no estuviera viviendo en la casa familiar.

Daniela era la silenciosa y Mariana, dentro de la quietud y aparente calma de esa casa, era la bulliciosa y a quien, por lo tanto, iban dirigidos los reclamos por el escándalo de su andar y los saltos en la escalera. La madre necesitaba descansar y el padre concentrarse. Mariana decía que prefería la distancia del padre que la eterna e implacable corrección de la madre, ese tono conciliador y dulzón, le parecía una muestra del esfuerzo que significaba para ella cumplir su rol en la familia.

− ¡Nada que ver! Te gusta andar haciendo problemas e inventar dramas donde no hay.

− y a ti te gusta no ver lo evidente.

Mariana estaba decidida a desenmascarar a la paciente madre y demostrar que el padre era otra más de las víctimas de su falta de honestidad, el pobre no tenía más alternativa que meterse en su mundo y hacer como que nada le importaba. Daniela sospechaba que había historias que ambas desconocían y que la madre, de seguro, había sufrido las mismas decepciones y sobrecargas de las mujeres de la familia.

−Las tías y la abuela no andan con cara de santurrona y agotamiento cada día de la vida, menos con ese tono de falsa comprensión con todos, hasta conmigo que no me canso de criticarla y provocarla.

− ¿A propósito? Pensé que no te dabas cuenta de que lo hacías tanto y tan seguido. A veces me quedo esperando un grito de vuelta de su parte o un portazo o lo que sea, pero no. Creo que esa es su victoria, no perder el control contigo ni con nadie.

− ¿Y el papá? ¿qué le pasará que no reacciona tampoco? ¿cómo serán las conversaciones entre ellos? Me refiero a cuando no estamos presentes o no hay comentarios sobre las noticias o algo extraordinario en sus respectivos trabajos. Tal vez tienen un pacto que desconocemos.

Mariana se imaginaba a un padre torturado por una bruja, Daniela a una mujer oprimida por un hombre frío y distante.

II

El final del libro pertenecía al mundo de las fantasías y capas de realidades entre la vida, las muchas vidas y le muerte, las muchas muertes, también en capas. No podía ser de otra manera si lo pensaba bien, las cosas no encajan tan bien como las cerraduras artesanales japonesas.

Después de ordenar la carpeta sobre la cama con fotos, papeles, envolturas de dulces y, a pesar de las constantes interrupciones de Mariana, no tuvo más alternativa que terminar de leer el libro y quedarse pensando en las piezas que a su juicio faltaban para no dejar las historias entrelazadas a medio camino.

Mariana volvió a entrar con expresión seria y un tono de voz que parecía tranquilo y conciliador– tus padres no son los mismos que los míos y como sea, son las mismas personas, las mejores que nos correspondía tener – Daniela, ensimismada en su mundo de fantasías y letras pensó que su hermana había visto esa reflexión en algún post de los miles que pueblan las redes sociales, llenos de clichés. Luego olvidaría esa perlita de sabiduría, así las llamaba su madre, y volvería a ser la adolescente arisca y provocadora de la familia.

Daniela se quejaba de los cabos sueltos, de la falta de cierre de ciertos capítulos, de los misterios de la relación entre sus padres, de cómo dos hermanas podían ser tan distintas creciendo en el mismo espacio de relaciones. Empezaría entonces otro libro, a devorar más palabras y a evocar sabores, tactos y emociones que intuía más tarde viviría ella misma. Su hermana estaría cerca como testigo.

Mariana seguiría en la búsqueda de información que saciara su curiosidad y ampliara su mundo, según ella pequeño y predecible. Su hermana estaría cerca como testigo.


lunes, 13 de mayo de 2024

Cápsulas



Foto de Andrea Piacquadio: https://www.pexels.com/es-es/foto/reloj-astronomico-de-praga-820735/


¿Y entonces?

Imposible responder, dependía hacia dónde quisiera ir y el punto en el que la historia se podía retomar. Inclusive era necesario definir los lentes con que se podría mirar el mundo creado o recreado. - Demasiada conciencia del recorrido - le habían criticado una vez. Llegó a pensar en que ya no había historia ni necesidad de ella. Todo era cuestión de interpretación o de reformulación. Y eso la ponía mal, la enfermaba casi. Cada cierto tiempo volvía esa sensación de encierro en la propia mente. Y, aunque las palabras fueran un instrumento de coordinación con otros, también lo eran de la confusión, de los vacíos y los finales abiertos. Si es que se puede hablar de finales mientras aún hay vida y experiencias.

Enseñar historia fue lo peor que se le ocurrió. En especial a adolescentes que no alcanzan, salvo muy notables excepciones, a dimensionar lo mucho que incide en la vida diaria el conocimiento, o la falta de él, hasta de la historia familiar. Alguna vez se le ocurrió ese ejercicio y quedó la grande con los del cuarto D. Algunos inventaron ser descendientes de europeos y quedó en evidencia el error aspiracional de sus padres al buscar en internet su árbol genealógico. Otros no sabían más de su familia que hasta sus abuelos y se sintieron discriminados por no tener antecedentes. Era obvia la diferencia en el tono de la voz y la postura corporal de quienes estaban ávidos por hablar sobre sus antepasados y los que no querían abrir la boca. Ese colegio, ubicado en una comuna vulnerable en la jerga actual, era diverso en cuanto a los ingresos de las familias. Es probable que sea así en la mayoría, poco se sabe si la colegiatura se paga sin esfuerzo o haciendo muchos malabares y dibujos con las cuentas del mes.

Quizás qué había en las historias familiares de los alumnos del cuarto D que los apoderados reclamaron en masa por invasión de la privacidad, discriminación, abuso de confianza de la profesora y otros conceptos similares que, desde ese episodio, el colegio se comprometió a incluir en el proyecto educativo.

A pesar del progresismo imperante, del imperio de lo políticamente correcto, o debido a eso mismo, los padres se enredaron hasta el absurdo para referir a sus hijos la historia de su familia. De los pocos que recibió el trabajo por escrito, se podía inferir el cambio vivido por el país en dos o tres generaciones. Se podía hablar de la historia de la transición de familias rurales a urbanas; del cambio en el poder adquisitivo, en las creencias religiosas y valores priorizados en los discursos familiares. No había sido mala la idea, pero la profe Iris, sin intención ni suficiente sagacidad, había pisado muchos callos de la aristocracia local.

En otra ocasión se le había ocurrido presentar la toma de Morro de Arica desde las diferentes miradas de sus protagonistas: soldados jóvenes chilenos, adolescentes como ellos; la de los jóvenes peruanos que lo defenderían, sus superiores y los padres de cada lado. Ni hablar, nuevos reclamos. Había que contar la historia como realmente había sido y por más que se esforzó en explicar que la historia jamás ha sido ni será de una sola manera y menos aún sus consecuencias, ni tan siquiera para los vencedores, no tuvo éxito con sus argumentos.

La acusaron esta vez de antipatriota y de promover un latinoamericanismo imposible. Al menos con eso estaba de acuerdo porque los anhelos de unos no coincidían con los de los demás y había una cantidad tan inmensa de variables en la construcción de bloques territoriales, comerciales y culturales que los conflictos estarían allí casi por una eternidad, pero daba igual lo que dijera. Los apoderados, devenidos en clientes insatisfechos, son más poderosos de lo que ellos sospechan.

En ese escenario, si hubiera sido consecuente con su idea de la enseñanza de la historia, más parecida a un proceso de interpretación recurrente según se vive el presente, que a un listado de acontecimientos más o menos ordenados en una línea de tiempo, hubiera renunciado, pero no tuvo más remedio que ceñirse al programa ministerial y a los métodos tradicionales, los mismos que la dejaron a ella confundida acerca de qué estaba pasando en Sudamérica mientras los chinos inventaban el papel o los emperadores romanos se sucedían unos a otros entre intrigas, fake news y asesinatos.

Y ahora que se usa reescribir la historia, se cancelan películas y libros clásicos según la sensibilidad actual, mientras los horrores se traspasan a las noticias, la verdad es que la Profe Iris se conforma con que el programa hubiera sido abordado ya sin pensar más en si tenía o no sentido cuestionarse algo siquiera. Como muchos de su generación, había partido por deseos de Miss Chile: la paz mundial, que en el lenguaje de los profes como ella eran el desarrollo del pensamiento reflexivo y el aprendizaje del pasado, para luego de un poco de experiencia, concebir su trabajo como un medio para la vida de adulta independiente y nada más. Dentro de todo no estaba mal, en ese colegio pagaban un poco más que en otros en los que había estado y no iba a arriesgarse a perder su trabajo.

− La historia y los recuerdos son un lío interno porque están teñidos con el color del presente −. Solía pensar y decir eso muy a menudo, en especial ahora que la evidencia científica estaba disponible para afirmarlo. No es fácil recopilar la propia biografía. Menos la lógica detrás de las conductas en momentos críticos que no parecen tales.

En alguna parte había leído, o tal vez lo estuviera inventando, que había un método para encapsular vivencias de modo que los recuerdos no cambiaran de color y así mantenerlos a resguardo de las emociones del presente y del overthinking tan actual como la procrastinación. Una especie de autohipnosis intencionada para conservar en estado puro la felicidad de algunos instantes, el sonido de las risas, el aroma de un perfume, el estremecimiento de la piel y esas sensaciones inefables transmitidas por las miradas. Sin nostalgia, dolor o explicaciones rebuscadas. Algo parecido a escuchar una y otra vez una melodía, la canción favorita o la banda sonora, si había, de las experiencias escogidas para encapsular. Si para una persona era difícil escoger qué guardaría en la cápsula como recuerdo impoluto, en la mente de Iris, era casi imposible que dos o más se pusieran de acuerdo en conservar los mismos fragmentos de la vida.

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Se enredaba en detalles que complicaban el llenado de su cápsula imaginaria de instantes y no podía desprenderse de las interpretaciones.

¿Cómo podría entonces seguir contando a los alumnos hechos relatados por personas que no los vivieron y que tal vez, no solo no correspondían a un cierto consenso, sino a una intencionalidad detrás, por lo general económica o de poderío de alguna clase?

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Ya no creía en nada de lo que contaba.




viernes, 19 de abril de 2024

Peluquero impertinente



Foto de João Saplak: https://www.pexels.com/es-es/foto/blanco-y-negro-ciudad-calle-acera-19376401/

Hay un video que circula en las redes que me hace reír cada vez que lo veo. Es una tara personal eso de reírse de las mismas cosas una y otra vez, sin variación. Eso dicen mis compañeras de trabajo, que soy un poco extraña, un poco no más, no es para que crean que me siento diferente de la masa que camina hacia el metro y que simula no pensar en nada mientras, una vez en el tren, se siente de a poco con menos aire y más vulnerable. El punto es que cumplí cuarenta hace poco y no sé por qué me sentí aliviada y libre, aunque puede que ambas cosas sean lo mismo, el alivio y la libertad. La ausencia de expectativas, eso debe ser. Por mucho que digan que la esperanza de vida aumentó y bla bla bla, creo no ser para nada la única que anota los alimentos que aseguran longevidad para no comerlos ni por accidente. Ausencia de expectativas, eso es, ya nadie espera que revierta ciertas decisiones o que madure lo que, traducido a conductas concretas, significa cumplir con un listado de tareas apropiadas para alguien como una. Más fácil todavía: ya los decepcioné y me da lo mismo. Eso digo hoy, mañana me puedo contradecir y tampoco importa. La coherencia interna se parece mucho a la rigidez he pensado en estos días. Así es que capacito que más adelante vuelva a generar expectativas en otros o en mí misma (si lo dejo por escrito me salvo de las anti-predicciones).

El video. El video era el punto.

Voy a dar un rodeo para llegar al video. Cuando tenía treinta y dos, me dio por hacer cosas distintas, me desteñí el pelo para poder teñirlo de colores de moda a veces rosado, a veces azul. Ya estaba vieja para esas cosas, mis amigas habían hecho lo mismo hacía al menos diez años atrás y yo no me atrevía porque no iba con la imagen que mi familia soportaba. Ahora que lo pienso vivíamos en un desfase cultural bastante profundo, mi madre era de la generación que llamaba feminismo a poder trabajar para comprarse sus cositas y no para pagar cuentas o participar de las finanzas familiares. Eso hacía, por una clase de operación matemática que solo ella se explicaba, que tampoco considerase que podía participar de las decisiones importantes. Esas correspondían a mi padre.

A los treinta y dos, vivía en la casa familiar. Mi trabajo de kinesióloga y mis dificultades para ahorrar y no gastar la plata en puras tonteras hacían que, sin querer, estuviera desempeñando el papel de hija para la vejez igual que Tita de la Garza en Como agua para chocolate de Laura Esquivel. Sin sus habilidades para la cocina ni un enamorado por el que llorar o reír.

No sé cómo pasó, pero un día me dio lo del pelo. Antes de eso iba ordenadita por la vida, más o menos, no crecía, yo, no el pelo, pero tampoco era para tanto. Supongo. ¡Ay! ¡Que no pueda afirmar nada con certeza! Me carga eso de mí. Estaba tranquila, sin plata ni planes, pero tranquila y todavía podía pararme y encerrarme en mi pieza si cualquiera empezaba a preguntarme por mis planes o por mi proyecto de vida como dicen los más cursis.

Entonces un día iba pasando por el frente de una peluquería, me habían pagado recién, vi que salía una chica súper estilosa y original en su look completo. No pregunté ningún precio y le dije al peluquero que quería un cambio radical.

Salí con el pelo corto, fucsia y un montón de mechas paradas sobre mi cabeza. Me veía rara, pero bien. Esa podría ser mi definición, rara, pero bien. Y sin plata- El corte, decoloración, coloración, peinado me costó el equivalente a casi el cuarenta por ciento de mi sueldo. Una cosa llevó a la otra, ese look no iba con mi blusa y los jeans que usaba cinco de los siete días de la semana. Tuve que ir a comprar pantalones, faldas cortas, suspensores y muchos accesorios. Tuve que ir.

Ahí comenzó todo, se me desordenó la vida, renuncié a mi trabajo sin tener otro y me parecía que todo iba a estar bien, nada era tan grave. Fue como si me hubiera agarrado la curva de un imán en espiral. Me puse a trabajar en cualquier cosa porque estaba mala la cosa para los kine y encima la gente de salud parecer ser la más tradicional de todas. Agarré mala fama. Poco menos que se creyeron que me volví loca o algo así. En una de esas sí. Trabajé paseando perros, animando cumpleaños de cabros chicos, de nana part time, rellenando cuchuflíes, lo que cayera. Lo más difícil era pasear perros, algunos se ponían muy contentos al verme y mis pantys de redes negras se hacían mierda solo al saludarlos, hasta que aprendí los trucos para controlarlos.

Mis padres, en un intento desesperado por hacer que reaccionara y madurara, me dijeron que cerrara la puerta por fuera. Y lo hice. Trabajando de cualquier cosa me sentía una sobreviviente, alguien que podía arreglárselas casi en cualquier contexto. Vencí el temor al ridículo y a la pobreza. Me fui a vivir con una tía vieja, casi como refugiada.

Entiendo a los que pensaron que estuve un poco loca, soñaba cosas raras y por alguna razón me sentía invencible. No aguantaba ni media crítica y sentía que andaba de paso en cualquier circunstancia. A través de mi tía, mis padres presionaron para que fuera a un psiquiatra. Pensaban que era bipolar o del espectro o narcisista que son los únicos diagnósticos posibles en estos días. Todos somos el personaje narcisista, TEA o bipolar de alguien y les generamos ansiedad. Eso, casi textual, me lo dijo el psiquiatra, que me encontró bien, no feliz, pero compensada. Mis padres no lo podían creer, mi tía sí.

Conocí muchas clases de personas en ese período, hay harta gente loca y como me tomaban por una de su especie se permitían tener confianza conmigo. Hay cada historia, inimaginables, creo que muchas veces no hay más alternativa que hacerse la loca o al menos parecerlo, aunque sea por un tiempo.

Alcancé de nuevo ese estado de tranquilidad de antes de cortarme el pelo, con ropa y maquillaje diferente, pero igual por dentro. Hacer cosas poco convencionales para poder sobrevivir y no depender de nadie fue una buena experiencia. Me había hecho un nuevo ecosistema y me había acomodado. Hasta habían cesado los intentos de mis padres y de otros por salvarme de mi supuesta desorientación y crisis de la adultez.

Estaba tranquila después de tanto caos y vino la pandemia. Los kine ahora éramos nuevamente valorados y contratados por montones en hospitales, clínicas y consultorios. Mi tía se enfermó y la tuve que llevar a la urgencia. De esa no salió. Aparecieron sus hijos a pelearse hasta las frazadas de la señora y a mí me acusaron de querer quedarme con todo. Se pasaron de vacunas.

Mis padres tenían miedo y me pidieron que volviera a la casa. Volví.

Ahora todo volvió a estar ordenadito. Mi pelo tiene el mismo color de antes, la ropa que había dejado en la casa me quedaba buena y me salieron al menos tres ofertas para trabajar durante la pandemia. Con tanto traje de protección me sentía como una astronauta y como no se podía hablar mucho, no fue tan difícil adaptarme de nuevo al ambiente de hospital. Ahora que miro esos años, hace ocho, hace diez, hace seis, parece un video clip antiguo con imágenes mal pegadas, algunas distópicas y otras divertidas. Demasiado en poco tiempo. Y tal como luego de un tsunami el mar vuelve a su ritmo habitual, indiferente al daño provocado, así sentí que mi vida se acomodó de nuevo.

¡Ah el video! El personaje es un humano disfrazado de perro que andaba tranquilo de callejero hasta que llega una vieja de alma caritativa – ¡adopta no compres! – y se lo lleva a su casa. El perro estaba bien y cada cierto tiempo lo quieren echar como si hubiese sido su decisión ser adoptado.

Así estaba yo, tranquila, adaptada y me agarra un peluquero que me cambió el color del pelo y una cosa llevó a la otra y vuelta a empezar, pero ahora tengo cuarenta y siento que me salvé, aunque nunca se sabe. Eso me da risa, una y otra vez, con la misma intensidad.

https://www.instagram.com/reel/C3bIs5MOSpW/?igsh=MTMxaHN5dnluYWFjMQ==

martes, 9 de abril de 2024

Un día normal

 

Foto de Tranmautritam: https://www.pexels.com/es-es/foto/london-s-eye-inglaterra-412201/

Se quedó con la curiosidad y preguntar a estas alturas no serviría de nada, ya no recordaba cuando había sido la despedida, para él las despedidas eran una secuencia, un proceso con pasos inciertos y, por eso mismo, complejos y titubeantes. A lo mejor la despedida comenzó en el primer saludo. Ese pensamiento le recordó una película con una frase famosa – “you had me at the first hello” -. Tan ahorrativo que es el inglés, en español esa frase requeriría de más palabras o por último más letras o caracteres.

A veces pensaba que todo había sido una secuencia de situaciones absurdas, de silencios interrumpidos por miradas y balbuceos que parecían palabras, pero sin significado. Cada vez que pensaba en ese capítulo, comenzaba a rascarse la cabeza y ahora advirtió su incipiente calvicie. Estaba sentado en el café que quedaba abajo del edificio donde trabajaba. Iba allí para no tener que hablar con nadie, tampoco era que hablara mucho, pero hacía tiempo que se aburría de las conversaciones de pasillo y de esa sensación de decadencia que todos parecían estar sintiendo. Hasta él, un optimista irremediable, estaba cayendo en ese vicio de criticar todo y a todos - ¿sería esto la distopia de la que había leído por ahí o visto en alguna película? Esa sensación de estar corriendo como hámster solo para que el equilibrio de la vida no se cayera y correr más y más rápido para ganar lo mismo y permanecer en el mismo lugar. A veces se quejaba de cansancio, igual que si en lugar de cuarenta y cinco tuviera veintidós años. Porque no hay seres más cansados que los jóvenes, casi se sonrió cuando esa idea pasó por su mente.

Y sí, se cansaba de exprimirse el cerebro cada día un poco más para lo mismo, idear nuevas y mejores formas de alcanzar las metas mensuales con menos costos y mayor margen. Estaba seguro de que el jefe se sentía igual porque cada martes en las reuniones le era más difícil mantener la mirada en alguno de los integrantes del equipo. Equipo era mucho, cuadrilla, línea de producción a lo más, la interacción era mínima y la competencia máxima y eso no constituye una atmósfera propicia para sentirse a salvo y en confianza como para apoyarse en los demás integrantes de la unidad de trabajo.

El pantalón que eligió hoy le quedaba demasiado ancho, había bajado de peso casi sin darse cuenta, la secretaria se lo advirtió – oiga don Orlando ¿está a dieta? ¿va a algún gimnasio? -solo sonrió como respuesta, al entrar al ascensor se miró en el espejo, se sorprendió, hacía tiempo que no se detenía en sí mismo y era verdad, estaba más flaco y demacrado. Se arregló el mechón porfiado que siempre se caía sobre la frente, alarma inequívoca de la obligación de ir a cualquier peluquería que encontrara abierta el sábado al mediodía. No iba a perder horas de trabajo en tonterías.

A todo esto, ese comentario acerca de su peso demostraba su punto, a las mujeres no se les puede decir nada acerca de cómo se ven, se los habían advertido hasta el hartazgo en una capacitación de género en la compañía, pero ellas parecen tener un espacio mayor para transgredir esa norma. Un par de años atrás hubiera bromeado al respecto o un rato antes, pero había visto a varios meterse en problemas, algunos con toda justicia y otros por idiotas, por no medir riesgos. Si se iba a ir de ahí no sería por una estupidez, eso lo tenía claro al menos. En todo caso, algo quedaba de aquel tipo bromista y casi siempre de buen humor que guardaba chistes para el momento oportuno y así poner en aprietos a los menos vivarachos. Podría llegar muy serio donde la secretaria y decirle que había interpuesto una queja en su contra por el comentario acerca de su cuerpo y la mirada picarona que había observado mientras se sonreía. De solo imaginar la cara de ella se rio al sentarse en su silla negra, gigante y cómoda, de gamer, le había dicho su hijo una vez que lo visitó, al tiempo que agregó – quiero una igual viejo –. Fue bonita esa visita de su hijo menor, pudo sentir que el chiquillo se sintió orgulloso de su padre y por un momento hubo algún tipo de conexión. El divorcio los había separado, no era lo mismo verlo los fines de semana y un día definido con antelación durante el período escolar. Se perdía la espontaneidad del encuentro y encima el chico estaba atravesando por lo peor de la adolescencia. En sus trece no podía ser más típico, la disarmonía hecha cuerpo y mente. No recordaba así esa etapa en sí mismo. Lo pasaba bien no más, sin tanta complicación.

Sí, curiosidad era la palabra. Tenía sospechas de qué había pasado, más bien lo sabía, pero era un desafío casi intelectual la comprobación. Cuando la vio irse una y otra vez, no lograba deducir qué ideas pasaban por la mente de ella o de si la volvería a ver. Ni una sola ocasión se sintió sobre tierra firme. Se quedaba confundido. Solo le seguía el juego o tal vez le permitía a ella jugar con él. A veces se pensaba en un libro de Murakami y esas conexiones raras entre los personajes que casi se intuían, en que los vínculos ocurrían entre fantasmas más que entre personas. ¿O sería que nunca entendió ninguno de sus libros? si fuera así, daba lo mismo si estaban cerca o lejos, si hablaban o no. 

Entró a la página del banco, todo se había complicado desde el divorcio, qué manera de perder plata, todo doble, por eso seguía trabajando de esa manera. - mentira- sonó como un bombo esa palabra en su cabeza. Trabajaba por una serie de cosas y tal vez la plata estaba dentro de la lista, porque hay que sobrevivir por supuesto, pero no era eso lo que lo movía. El trabajo era su identidad, la inteligencia en movimiento, el humor como un ingrediente del día a día, aunque fuera disminuyendo. Las relaciones con otros. La posibilidad de ver y saber de otros. Curiosidad. La curiosidad como motor.

Su hija mayor estaba estudiando hace un par de años Ingeniería en realidad virtual. Cuando le preguntó para qué servía eso, esperando respuestas como simulaciones de entrenamiento para médicos, pilotos, arquitectos, la hija contestó que así podría diseñar y meterse en un mundo mejor y menos problemático que el que le había tocado, además, no tendría que salir a ninguna parte ni arriesgarse al daño de malas personas. No supo qué decir. Le pasaba con frecuencia eso de quedarse mudo por temor a quedar mal parado, en este caso como padre, en otras como jefe, peor como exmarido o el este de alguien. Así le decía Ceci, su actual alguien. 

Mejor no pensaba en Ceci, ella tenía el raro talento de estar cómoda sin definiciones. Él no, pero en este caso, sorteaba con habilidad los temas potencialmente difíciles. A veces lo miraba como esperando algo, pero lo que no se dice no existe. Había aprendido eso hacía tiempo, las palabras son trampas. Moderna la Ceci, dominaba toda la jerga de Instagram y Tik Tok : las heridas de infancia, los apegos, aprender a soltar, cuidarse uno mismo y todo mezclado con lenguaje esotérico y sabiduría medieval. Más moderna imposible.

Revisaba contratos, procesos, inversiones y era bueno en eso. Además, ahora había un montón de software disponibles para mejorar el rendimiento y podía darse el lujo de hacer proyecciones en distintos escenarios hasta por veinte años y hasta cincuenta si lo apuraban, pero el margen de error era demasiado alto por las variables que había que dejar como supuestos.

Sentía curiosidad por el futuro y para eso debía esclarecer su pasado. Tampoco. Ese era otro cuento que se contaba. No hay respuestas para todo, ni siquiera preguntas para todo. La vida se vive no más, con o sin explicaciones. Un día se encadena con otro, un día podría decidir salir de la comodidad de no saber y darse la oportunidad de hablar si le daban ganas o no y nada cambiaría. Excepto, quizás, una sensación nueva de equilibrio interno que se debía y le debía. Hasta podría decirle que extrañaba esas conversaciones de todo y nada como si las palabras no fueran necesarias, pero no lo haría.

Se iba de vuelta del trabajo, era tarde y andaba menos gente en las calles. Ya no le ocurría que, por el hábito ejecutado durante tantos años, llegaba a su ex casa más de un día a la semana y debía desandar el camino. No era para tanto, solo algunas cuadras lo separaban de su familia. Vivía cerca porque lo podían necesitar.

En un día normal se viven varias vidas paralelas- de seguro había escuchado esa frase por ahí, tal vez salió en Instagram y Ceci la habría repetido en alguna conversación. Mañana sería un día entretenido, casi tanto como el de hoy. Normal y hasta pacífico. 

Casi a salvo.


jueves, 28 de marzo de 2024

Era un juego

Foto de Jill Burrow


Me asomé a su Instagram como cada día, en la mañana y en la noche, a veces a las seis de la mañana, a veces más tarde; en las noches corro el riesgo de encontrármela cara a cara con ese botón de conectada y ni por nada quiero que eso ocurra. O tal vez sí, pero solo para ver, para saber. Hay noches en las que me aguanto y no la observo, y claro, se me va olvidando también.

En ocasiones me deja una sorpresa, una cortina un poco descorrida, una historia, que me permite entrever parte de su día, otras se encierra como si ocultara algo.

Alguna vez fuimos amigas. Nos contábamos la vida, y más que esas mezquinas minucias, la vida que imaginábamos y que sabíamos no iba a suceder, por ejemplo: íbamos a ser millonarias y replicar algunas ideas europeas para cultivar durante el ocio que nos generaría tener tanto dinero: un edificio entero dedicado a los libros, música, arte para los jóvenes y manualidades para los viejos. − Sería grito y plata − decía su tío que vivía en Estados Unidos y que creíamos era seco para los negocios y tenía una fortuna. Por eso no podía venir desde que se fue a vivir allá: por los negocios, por el trabajo, − porque cuando hay más plata hay que hacer más malabares para mantenerla − le decía a su sobrina.

O podíamos ser parte de un grupo de personas de nuestra edad que se dedicaría a conocer el mundo y dejar testimonios por si venía una hecatombe mundial: fotos, videos y otras cosas que podrían informar a otros cómo vivíamos y lo que apreciábamos. Igual a la cápsula del tiempo que aparece en las películas gringas para adolescentes. Tendríamos un todoterreno descapotable con el que recorreríamos África completa y un catamarán y motos y autos rápidos para conocer el planeta entero. No iríamos a los lugares que aparecen en todas las fotos, buscaríamos rincones poco explorados, −como si quedaran.

A medida que íbamos creciendo los sueños iban en sentido contrario, empequeñeciéndose, volviéndose más reales y no por eso más alcanzables, como cuando descubrimos que el tío de ella estaba de ilegal en Estados Unidos y por eso no podía viajar y que vivía una vida apenas normal, rozando el borde, con los trabajos temporales y poco especializados que conseguía. Entonces pensamos en una cadena de cafeterías, hasta construimos la carta y el estilo de decoración, el público objetivo, los proveedores y la forma en que nos haríamos conocidas.

Del capital nunca hablábamos, porque no tenía ningún sentido pinchar el globo que habíamos logrado elevar al cielo. Eran fantasías delirantes de lo que haríamos con un montón de millones que aparecerían mágicamente en nuestras manos. Desde todo punto de vista éramos unas inadaptadas; nos reíamos de los demás porque sus vidas eran típicas y predecibles y nosotras teníamos fe en algo intangible, en un hiperespacio protector que nos salvaría de un destino igual al de todos.

Todo dependía de si esos millones aparecían. Teníamos que actuar como si los tuviéramos, como si ya llevásemos la vida que imaginábamos. Era un asunto de programación mental, de alineación de los astros y pensamiento positivo – la fe mueve montañas, si la montaña no viene a mí yo me voy a la montaña y toda clase de refranes montañeses acerca del poder de la mente.

Ella se quedaba más pegada que yo, decía que a veces no podía dormir de tanto pensar en la vida de mujeres grandes que llevaríamos con tanta, tanta, tanta plata para disfrutar. Los panoramas que proponía se relacionaban con ese estilo de vida. Su forma de hablar se fue afectando, usaba un tono algo más agudo y una risita que de a poco me fue molestando. Para mí se trataba de un juego, para ella de un plan de vida.

Eso era, un juego, una forma de evadir ese contexto normal y ordenado que nos había correspondido como a cualquiera en realidad, encima eran sueños de grandeza y nada de rebeldes, era tener más sin mérito ni propósito. Como si fuéramos hijas de padres ricos.

De pronto, acercándonos a los veinte, ella de verdad se creía lo que habíamos imaginado y ya hablaba con ese tonito de superioridad y desprecio de aquellos que se sienten dueños del mundo: los demás, yo también, eran estúpidos, pequeños y limitados en sus horizontes. Ella estaba para grandes proyectos en este mundo, esa era su misión. Los millones llegarían solos. Así hablaba.

De cierta manera me empecé a sentir culpable por el vuelo que ella agarró en su fantasía, como cuando alguien empuja a otro en un columpio y no se detiene para que suba más, más, mucho más hasta verla caer despaturrada y ridícula. Siempre supe que era un juego y supuse que ella también. Pensé que era divertido que la empujara, que ambas nos divertíamos en el proceso.

Dejé de alimentar la fantasía del destino y la fe en cualquier cosa. Aterricé y trabajé por lo que estaba a la mano conseguir con el poco o mucho talento que tenía para vivir. Ella se dedicó a soñar y a vivir-como-si. Todo en ella era fingido, actuado, enfermo también.

No puedo decir en qué momento ocurrió esa escisión. O si el clivaje se produjo en alguna parte de la realidad o solo en mí.

Un día cualquiera ya no pudimos jugar más, ni hablar más, ni vernos más.

Esperé noticias suyas, la hacía de vendedora, internada en el psiquiátrico, de ilegal en Estados Unidos como su tío o de narcotraficante, pero no, me la encontré en LinkedIn, estaba contratando gente en su quinta cafetería y me ofreció pega.


martes, 19 de marzo de 2024

WhatsApp de empresa

 




En tiempos en que la verdad carece de valor, por irreconocible entre tanto ruido informativo, da lo mismo mentir de modo desvergonzado. Claro mi casa no se quemó y la de varios que conozco tampoco − gracias a Dios − diría mi madre, así con mayúscula porque ella es creyente y agregaría – alguna vez que le toque al pueblo −, justo cuando me mandó a responder la ficha esa que aparecía en los matinales de la televisión. Mi mamá decía que no entendía por qué tanta gente recibía beneficios, bonos o como se llamaran, − ¡ni la caja COVID recibimos y a la vecina, que tenía harta más plata que nosotros, le llegaron dos!, así es que como yo estaba de vago en la casa esperando que saltara la liebre por algún lado, me mandó, con la peor pinta posible, a responder la encuesta falseando todo cuanto pudiera para que pareciéramos más pobres de lo que somos.

Yo sabía que no iba a resultar. Nunca nos resulta nada. Vivimos al tres y al cuatro, tamboreando en un cacho decía mi papá, pero siempre hay gente que está peor. Igual fui, a veces mi mamá me convence con sus achaques, dice que le duelen las piernas, que si quiere me da un certificado médico del consultorio para que le muestre a la señorita de la ficha. El certificado es un papel arrugado de hace tres años y todavía cree que vale para algo que no sea mandarme a comprar.

A veces, y que me perdone el dios de mi madre, pensé que, si se nos hubiese quemado la casa, podríamos empezar todos desde cero, una especie de reseteo de la vida y yo podría hacer algunas cosas mejor que hasta ahora. Puras tonterías porque uno no puede dejar de ser quien es. Y eso me tiene medio bajoneado en el último tiempo. Antes, en este cerro, desde nuestra casa, se veía el mar y con eso decíamos que teníamos una buena vida. Yo no le hallaba la gracia hasta que se instaló una casa de dos pisos al frente y perdimos lo único valioso que teníamos decía mi cuñada, que se vino a vivir con nosotros porque estaba esperando a mi sobrino, el Danielito. Y era verdad, no me había dado cuenta, pero cada vez que estaba harto de un montón de cosas, me ponía a mirar el mar y me calmaba. O me distraía o me hipnotizaba solo para no hacer nada según mi hermano, el Daniel, papá del Danielito. Como si él hiciera gran cosa, trabaja en lo que venga, pero se llena la boca con eso de ser padre de familia. Paaaadre de familia haciéndose el viejo y encima el viejo-sabio y apenas tiene dos años más que yo. Un día me burlé de él y me preguntó – ¿Y voh? ¿quién soy voh? ¿qué erís voh?

Por supuesto que empezó con que no me conocía ninguna polola, que no tenía ningún plan, que todos mis amigos estaban en algo y yo ahí como en pausa, como si algún día algo fuera a ocurrir que me diera un nombre y desde ese día me quedé pensando quién era, qué era. La verdad es que el Daniel me sorprendió porque me dio donde más me duele y no pensé nunca que fuera capaz de juntar dos neuronas para decir una frase de corrido.

Entendí entonces que ser paaaadre de familia a él le servía de motor para moverse y seguir sin cuestionarse nada más. No quiero tener hijos, ninguno de mis amigos quiere, me puse a estudiar contabilidad en un instituto después del colegio técnico donde estudié y no me gustó, le dije a mi mamá que trabajaría en lo que fuera, pero no se me da vender, no le pego a la construcción tampoco, de hecho un día acompañé al Daniel a la obra donde estaba trabajando de albañil y me caí tan heavy de un andamio que el mismo patrón me vino a dejar al cerro porque si me llevaban a la mutual y no tenía contrato lo iban a lumear a él por haberme aceptado. El Daniel se quedó ahí porque, junto con la pensión de mi mamá, es el único que trae plata a la casa.

Y así me lo paso, preguntándome quién soy, qué soy y qué será de mí. Parece que la gente se define por lo que hace ¿o no? a los veintidós ya debiera saber se supone. A lo mejor soy [1]TEA, mi mamá dice que vio en la TV que hay mucha gente con ese trastorno y no sabe y que como yo le salí tímido y sin rumbo, seguro tengo eso o soy eso. Ella dice que es depresiva porque tuvo depresión cuando murió mi papá en el accidente del camión. Ya nadie se acuerda y eso que salió en el diario de Valparaíso. Yo era chico, ese período oscuro y confuso me marcó algo, una especie de nube negra sobre mi cabeza, una sensación de falla, de ser un poco raro, como víctima de la circunstancia y me carga esa cuestión.

A todo esto ¿y qué si soy o tengo TEA?, ¿hay algún remedio para eso? Claro, sirve de explicación, pero no cambia nada ¿me van a dar pega por inclusión?

Así paso los días y cuando me da la cuestión trato del ver el mar y ya no se ve desde esta casa, tengo que salir y ahí hay que saludar y hasta responder en qué estoy y empezamos de nuevo. En nada, pero soy algo, eso creo, algo sin nombre.

No resultó lo de la ficha, después, todos los que mentimos salimos en un porcentaje en el diario: 94% de los que llenamos la ficha intentamos obtener beneficios que no nos correspondían. Mi mamá se puso roja de vergüenza y rabia cuando supo. Empezó a despotricar contra los políticos, el gobierno, los que no pagan impuestos, los aprovechadores de cuello y corbata, los utilitarios del sistema y, para terminar, se puso a llorar porque me obligó a mentir y ser uno más de los mismos que ella odiaba.

      Y si nos hubiera ido bien ¿estaría llorando igual?

Mi mamá cambió la expresión de triste a furibunda y quiso alcanzarme como cuando tenía ocho años pa mechonearme. − ¡no te las vengas a dar de juez aquí, mira que hace rato que debieras haberte ido!

Verla llorar me produjo algo, no sé bien qué porque dicen que nunca sé nada. Un dolor de guata, una opresión en el pecho, una especie de impulso para hacer algo. Soy raro, al menos eso sé de mí. Reconozco que esa amenaza, nada de velada, de tener que irme de la casa también me provocó una mezcla de cosas raras.

Salí a caminar sin rumbo y me encontré con el Lalo, un compañero del colegio que estaba pintando un negocio por allá abajo. Me vio a lo lejos y me saludó con más cariño del que esperaba. Nos dimos un abrazo como si fuera año nuevo y eso le dije − ¡feliz año nuevo! –

      Ya saliste con tus cosas, ¡estamos en marzo!

      Sí, pero el año, el verdadero, empieza con la pega, las deudas, la escuela, la universidad y todo eso pasa en marzo. Antes es como una siesta. No pasa nada desde diciembre.

      Y el tremendo incendio ¿te parece poco?

      Ya, sí. ¿Se te quemó la casa?

      Noooo, menos mal ¿y a ustedes?

      No, estábamos al lado eso sí, nos salvamos no sé por qué.

Me volvió a abrazar y me invitó a ayudarlo, como yo andaba en la nada de mi presente y mi futuro, me puse a pintar y me quedaba bien. El Lalo me dijo que no era pacotillero y me preguntó si tenía pega.

      ¡obvio! Le dije

      Ah pucha

      ¡Obvio que no poh!

Nos pusimos a reír igual que cuando íbamos al colegio, lo vi achicarse y él a mí. Nos vi a los dos flacuchentos y tontones, el Lalo con suerte aprendió a escribir, yo algo más, pero se las arregla mejor en la vida que yo. Me contó que no le faltaba pega, que sabía negociar con las señoras y que si quería trabajar con él porque a veces no podía con todos los encargos. Pensé en mi mamá, su llanto y amenazas y le dije al tiro que sí.

Ya me estaba acostumbrando a desconfiar de todo y de todos, a mirar el mundo con los ojos desencantados de mi mamá y la mirada necesitada de mi hermano. En eso estábamos cuando una señora se quedó mirando el trabajo que llevábamos hecho. El Lalo entró en acción de inmediato.

               Ya mi reina, deme su WhatsApp, me manda la foto de lo que quiere arreglar y le mando un presupuesto altiro.

Pensé que era una broma. Se inventó un grupo que se llama Las amo mis reinas,

Cuando vi los mensajes, casi se me da vuelta el tarro de pintura que llevaba en la mano, de la pura risa por lo que él llamaba saber negociar:

Mire señora Adela el sábado voy air sin farta tuve que apagar un incendio en la pega y me isieron trabajar hasta el domingo.

Por las fotos que me mandó salen 120 lucas

Pero dejémoslo en 100 si le parece

O podemos aserle una rebaja

80 le cobro si quiere

Asta 70 pero más no me puedo bajar

La señora Adela no le pidió rebaja en ningún momento, él se bajaba solo, − es que pa´ todos está difícil, además eso del trabajo hasta el domingo no era cierto y me dio no sé qué – me decía el Lalo compungido sin que yo le estuviera pidiendo explicaciones.

No sé por qué me sentí mejor, casi inocente y confiado en la vida. Como el Lalo. La señora Adela quedó feliz y nos recomendó con todo el barrio y a las vecinas les decía que éramos de confianza. En estos tiempos no sé si hay algo más importante que eso.

Ahora soy algo, tengo un WhatsApp de empresa, “Las amo mis reinas”, trabajo de socio con el Lalo y soy de verdad.



[1] TEA: Trastorno del Espectro Autista

Info : ante el vacío mental del último tiempo para escribir cuentos, una amiga me contó una historia que espero no haber arruinado con contenidos sacados de otros lados. 

sábado, 9 de marzo de 2024

Sin ideas

 



−No tengo nada que decir.

Eso repetía a cada rato. En la clase la tarea era analizar el tipo de mujeres que describía Hemingway en sus textos, pero bastaba una búsqueda sin ningún cuidado en la web y aparecían sendos ensayos al respecto. Además, estaba cansado de responder los trabajos, pruebas y tareas pensando en el criterio de la profe ¿qué esperaba que dijera? Lo obvio, lo que ya se sabía: Hemingway era la personificación del hombre valorado en esa época y por tanto sus personajes mujeres debían ser caricaturas hechas a su medida. Un personaje que construye a otros bajo su particular prisma.

Sus compañeros de clases entendían los códigos sobre los cuales había que construir las premisas de un ensayo, él también, para eso bastaba mirar las pantallas con toda clase de imágenes y textos breves. Las tendencias estaban ahí, al alcance de los dedos y cualquiera que tuviera un mínimo de capacidad de abstracción podría darse cuenta. Y por si quedaban dudas estaba también la inteligencia artificial y sus trucos para parecer original.

Los asientos del parque que rodeaba la universidad estaban llenos de cabezas conectadas a sus pantallas, algunos conversando, otros solos, otros aparentemente en grupo, pero solos también. Los árboles y plantas embellecían ese paisaje de un modo que esa mañana le parecía más una imagen de película distópica que otra cosa.

Las mujeres descritas por Hemingway, superficiales, egoístas, sensibleras decían mucho más de él y su relación con ellas que del efectivo entendimiento de sus propios personajes, pero no lograba encontrar el sentido de tratar de misógino o de típico macho a un escritor que, como cualquiera, se tiene solo a sí mismo para entender lo que le rodea y construir un mundo ficticio paralelo.

Una vida llena de aventuras, una buena educación, figuración social y libertad para establecerse en casi cualquier lugar del mundo como gringo o europeo, antes y ahora, no impide tener los encuadres culturales propios de la época y menos superar los límites de sí mismo. Eso lo desesperaba y paralizaba al mismo tiempo. Llevaba esa autoconciencia al límite, rayando en la obsesión de la propia auto observación, si podía llamarse así a esa sensación persecutoria de no poder observar el momento que le tocaba vivir desde otra perspectiva que no fuera la propia.

Podía obtener la nota máxima si se ajustaba a lo que esperaba y llenaba el mínimo de páginas y palabras exigidos para tal fin. Una vez intentó probar su punto escribiendo frases casi al azar que poco tenían que ver con el tema a tratar, pero incluyendo cada cierto número de caracteres, las palabras de moda atribuibles a un determinado ángulo de análisis. La calificación le permitía aprobar, pero se sentía una estafa y estafado al mismo tiempo. ¿Los profes de verdad leían lo que los estudiantes escribían o solo aplicaban un selector de caracteres? Como los bots que revisan los CV de los postulantes a trabajos de acuerdo con el número de conceptos afines entre la descripción de cargo y las habilidades enumeradas por los candidatos. Quizás aplicaban una especie de premio al esfuerzo y a la participación en clases y como él era un discutidor por naturaleza, no podía evitar contradecir a casi cualquiera que comenzara a aburrirle con alguna perorata sin sentido, según su propio criterio por supuesto ¿acaso se puede ocupar otro? Así, aunque fuera molesto, era considerado un alumno participativo y comprometido con la clase. Claro, al lado de todos esos rostros impasibles, luchando por no dormirse y en quizás qué divagaciones mentales, él parecía muy concentrado. En suma, un latero.

Tampoco es que estuviera mal responder y usar las palabras a gusto del consumidor, él entendía que había que aprobar los ramos y luego ganarse la vida. – ay, si no fuera por la obsesión de buscar el ángulo diferente de la moda imperante −. ¿Qué pudo haber vivido Hemingway con las mujeres para llegar a desvalorizarlas tanto? O a temerlas quizás por sus habilidades manipuladoras, de seducción o el utilitarismo de su conducta. Se trataba de buscar qué tipo de vínculo tenía con su madre tal vez, o los primeros amores, las expectativas y las decepciones, siempre complementarias.

Encima de todo, es impensable que alguien talentoso como el escritor de tantas historias memorables tuviera una visión uniforme de algo, pero los análisis tienen un dejo de artificialidad y ciertos límites que es necesario respetar. También podría ser que una mente disgregada como la suya se iba por recovecos muy rebuscados y fuera solo un procrastinador más de los millones que se reconocen como tal.

¿Qué podría decir él sobre las mujeres? ¿cómo serían sus personajes si escribiera en lugar de estudiar lo que otros, con menos pudor y persecuciones internas que las suyas, lograban plasmar en cuentos, poemas o novelas? No creía en las características de grupo, simplificadoras y llenas de prejuicios, pero necesitaba aprobar el ramo de una vez y entonces debía escribir, sin más remilgos, lo que la profesora quería leer y las palabras que esperaba encontrar en el texto de estudiantes bien formateados en la actual corrección política.

Tenía que decir por ejemplo que, inclusive en las historias en donde no aparecían mujeres, también se develaba el modo en que el autor las veía: seres prescindibles y de escaso aporte. Lo que comprobaba la visión de mundo del autor, el mundo interesante y donde ocurría lo importante, fuera en tierra o mar, en guerras o cacerías, era donde estaban los hombres.

Había que exagerar y tragar un poco de saliva. La mayoría lo hace para aprobar, evitar un despido, conservar la armonía en la familia y como sea, para él, de eso se trataba este ramo, de decir algo, aunque no tuviera una sola idea en la mente.


domingo, 17 de diciembre de 2023

Un hombre moderno o el jardinero negligente

 


Foto de Artem Makarov: https://www.pexels.com/es-es/foto/resfriado-naturaleza-bosque-musgo-14972534/



Cuando Daniel estaba lejos dormía bien y es curioso como algo tan evidente le generaba extrañeza. Estaba lejos, solo y en un espacio reducido; lejos del campo en el que había ido a parar de pura suerte y que si bien, por temporadas lograba dominar, luego, cual jardinero negligente, dejaba espacio para que la maleza destruyera lo que le había tomado tanto tiempo conservar. No se consideraba un tipo flojo, pero hacía un tiempo que sentía que la vida se le iba en trabajar, ordenar, reparar y encima había caído en la trampa del hágalo usted mismo, porque no confiaba en las habilidades de otros o por razones aún más ridículas como no tener tiempo para supervisar la labor de otras personas. Decía que le habían visto las canillas muchas veces y prefería dejar algo así, sin funcionamiento, con ruidos raros o afirmadas con un alambre para algún día mirar un tutorial y asumir la tarea completa en vez de seguir pagando por reparaciones hechas a medias o que dejaban los objetos, como el portón, las llaves de agua y máquinas en peor estado que previo a la visita de los técnicos.

Ese día, el de la reparación, no llegaría, lo sabía bien. Iría como hasta ahora, arreglando, parchando y siendo testigo de como varios artefactos iban deteriorándose. La noche anterior tuvo una pesadilla: el techo se venía abajo y caía sobre la camioneta, también defectuosa a estas alturas y no podía salir porque la puerta se había trabado con escombros. Esa pesadilla le recordó a otra muy antigua en la que se quedaba atrapado en un refugio en la montaña con su caballo y los perros.

Cuando estaba lejos estaba tranquilo, podía tenderse por horas sin hacer nada o caminar por horas o sentarse por horas frente al mar y escuchar unos audios de filosofía que le revolvían la cabeza peor que esos juegos de los parques a los que alguna vez se subió solo para hacerse el hombrecito, pero que le daban terror.

A veces, allá lejos, extrañaba el jardín, ese que le permitía tener fe en los ciclos de la naturaleza, lo volvía humilde y, en caso de ser necesario, lo aterrizaba de modo concreto y tangible. Menos mal que de las siembras y la producción se encargaban el capataz y sus chiquillos. Don Miguel le decía que tenía que prepararse, que él se podía despachar en cualquier momento y él no se daba el tiempo de mirar los libros y de conocer a los trabajadores. Los conocía a todos porque había jugado a la pelota con ellos, le habían enseñado a andar a caballo, lo habían tirado al barro de los chiqueros, lo habían empujado encima de la Sarita y a punta de chistes y de fingir que estaba borracho se safó de una iniciación sexual violenta y desagradable. Sarita sonreía nerviosa y se hacía la chora, como si quisiera pasar luego por ese ritual, saber lo que era y ser dueña de sí misma, de un modo poco comprensible a una lógica masculina. Decía que como no lo quería, se sentía segura con él, pero a Daniel no le gustó esa confesión.

Qué será de Sarita a estas alturas, ella vino el verano en que Daniel cumplió dieciséis, ella en un par de meses cumpliría dieciocho. Alguna vez la buscó por las redes sociales, pero no sabía su apellido y el interés no era tanto como para emprender una búsqueda que tomaría un par de clics más.

A los treintaicinco Daniel se encontró con más tareas y suerte de las que podía manejar. Así definía él ese momento de su vida. No logró dar con una carrera técnica o profesional que le gustara. Su tío viudo y sin hijos le pidió que lo ayudara en el campo porque estaba harto de oír a su hermana quejarse de lo inútil que era. −Pobre cabro, lo sobreprotegieron toda la vida y ahora quieren que sepa vivir −. Hasta desayuno a la cama le llevaba la nana de la casa cuando iba a clases a la universidad - cuando se dignaba a ir - decía su madre.

Ahora lo tenían para la patá y el combo.

No, Daniel tenía claro de que sus padres y sus hermanos pensaban que así era, pero no. Tenía cara de desvalido y eso lo salvaba de las tareas duras, hacía como que enterraba el chuzo y venía algún trabajador y le quitaba la herramienta. − ¡A ver! Pasa pa´ acá mejor, vamos a estar todo el día aquí si este se pone a picar .

Pura suerte.

Como fuera, con suerte y todo, se sentía cansado y abrumado por todas las cosas pendientes de solucionar que tenía frente a sí. Una vez se propuso hacer una lista y se abrumó más. Tenía una prima que hacía checklist por todo y cada vez que la veía le preguntaba si había cumplido con sus pendientes. Y ella cumplía, de puro neura, de puro disciplinada y matea decía el padre de Daniel. Como la vida es azarosa, a esa prima le dio por ir a ver al tío al campo. Ella transmitía con que se dedicaría a investigar el árbol genealógico familiar y que sería la curadora de fotos, recuerdos y de lo que fuera necesario para conservar la historia del clan. Daniel apostaba a que no daría con información significativa, era mucho trabajo llegar a saber quienes eran los de tres generaciones anteriores.

Justo el día de su llegada se cruzaron en el camino que llevaba a la casa del campo, ella andaba en un city car y Daniel en la camioneta del tío. La vio estacionada en el camino dando golpes al volante del auto. Lloraba de pena y de rabia, Daniel temió un accidente o un asalto. Estacionó unos metros más adelante y se volvió corriendo a verla. Ella era incapaz de dejar de sollozar, pero no había sido un accidente, era su culpa decía o al menos eso parecía. Reclamaba que no era justo, que a ella se le había desarmado todo, la vida entera, y que él, un tipo al que no nombraba, se la había llevado pelá. Ninguna consecuencia, nada, que continuó sus días como si nada y ella tuvo que enfrentar sola todos los lastres.

Daniel no entendía nada y, la verdad, no le interesaba. Había escuchado que su prima era extraña y dramática. Sabía que había congelado su carrera en la universidad. A lo mejor era eso, pero no era para tanto como para llorar así. Se quedó callado al lado y esperó a que se recuperara para continuar su camino. No supo qué le pasaba, cuando volvió en la tarde ambos actuaron como si se vieran por primera vez y, en un acuerdo tácito, el tema del llanto y la furia no se tocaron más.

El impacto de esos sollozos y esa rabia lo hicieron pensar que nunca había sentido tanta pena o ira, parecía que su rango emocional era estrecho o andaba de anestesiado por la vida o había aprendido de la cara de metro de su padre por la que su madre tanto reclamaba, aunque ella también tenía cara de moai todo el tiempo. Ni de los chistes de reía mucho. La última polola se había quejado y cuando lo pateó le dijo un montón de insultos raros: bloqueado emocional, bolas tristes, inconsistente, adolescente eterno y ya no se acordaba qué más. Seguro eran cosas que había leído en Instagram al pasar porque ella no usaba esas palabras. Con eso se consoló. No le gritaba a él sino a un personaje que ella se construyó en su cabeza. Además, no podía entender cómo era que se había enamorado de él.

Enamorarse, qué cuestión tan rara. A él le parecía una cuestión biológica e ineludible, biológica, sobre todo.

Lejos dormía bien, nadie lo conocía, no lo culpaban de nada, tampoco recibía órdenes o sugerencias. No se enteraba de las noticias y si en algún momento se aburría siempre podía meterse en algún juego en línea del que se saldría sin dar explicaciones.

Lo más raro en él era el gusto por el jardín, había llegado a la conclusión de que era lo único humano y trascendente que tenía su vida.


·       Fredéric Chopin soothing music, Joie de Vivre https://youtu.be/JRFPT7cnnYE?si=yA3ZNTgrZ0Kgh-7k

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