miércoles, 5 de junio de 2024

Otro día

 


Y la vieja me gritó que debí informarle antes. Siempre es lo mismo con mi jefa, que por qué no le dije, que ella tenía que saber todo le que pasaba en su departamento. Es verdad, ahora que se me pasó la furia y el estado de petrificación que se impone sobre mi cuerpo y mi voz cuando alguien me grita, reconozco que no le dije. Me repetí la historia desde el principio, que don Ernesto me había contado del problema eléctrico de la bodega y justo pasó Juan Pablo, el ito eléctrico. Por un buen tiempo le dije Juan Pablito, cuando ignoraba que ito era la sigla para el inspector técnico en obras. De ahí nos fuimos directo al lugar del corto circuito e hicimos las coordinaciones para las órdenes de compra de los repuestos, los horarios en que se harían los cambios, sin interrumpir la labor diaria de los equipos de venta. Pensé que era eso lo que más importaba y sigo pensando lo mismo. Justo cuando iba subiendo al piso doce donde está la oficina de mi jefa, para informar de la solución al problema de la bodega, me agarra la señora Sara por un accidente laboral de la Juanita, una externa del servicio de aseo, pero que todavía no tenía contrato y entonces la responsabilidad iba a caer en la empresa − ¡pucha la lesera! – fue lo único que pude decir en voz alta porque don Tomás, el dueño de la empresa del aseo, es hermano del dueño de la empresa que me contrató a mí; así es que con voz y actitud de resignada, le dije que me haría cargo. Fui a mi oficina, que no sé para qué la tengo si nunca estoy ahí y llamé a Rosario, la jefa de personal de los del aseo. Trifulca y media, que era el sexto contrato que tenía que hacer apurada porque se había corrido la voz de que si tenían un accidente los contrataban al tiro. Que así era esta gente, que se aprovechaban de inmediato.

La Juanita esperaba abajo con el tobillo hinchado y se aguantaba el dolor.

−y ustedes ¿qué les pasa con las escaleras? ¿todavía no ponen las gomas de seguridad?

−Rosario, limítate a enviar el contrato de la Juanita. Mientras, yo me encargo de convencer al comité paritario de que algún integrante autorizado llene el formulario de derivación al IST por accidente del trabajo.

Era un día de esos en que una debió quedarse acostada con fiebre real o inventada. Todo el día con estupideces que requerían solución inmediata y encima teniendo que ser paciente y no armar más escándalo para no tener problemas con los jefes o los sindicatos. Mi oficina me servía para eso, para poner las morisquetas que quisiera al teléfono sin que nadie me viera o estirarme y hacer como que mandaba sendas patadas en el culo a quien se lo mereciera.

Después de respirar hondo fui a hablar con don Luis, el presidente del comité paritario, un tipo de unos cuarenta y tantos que desde que había asumido esa función, se paseaba casi con lupa por todos lados buscando todos los detalles que había que subsanar para garantizar la seguridad de los trabajadores. Era cierto, pero quería todo para ayer y era imposible hacer todo de inmediato, habíamos tenido como cuatro reuniones este último mes, logramos avanzar en algunas cosas, pero faltaba y siempre iba a faltar y él se largaba en un discurso obsesivo lleno de detalles y reiteraciones de los detalles. − Mire señorita Josefa, ya sé que usted va a decir: ya va a empezar con la cantinela, pero ¡mírese usted pues! Anda con esa falda hippie llena de vuelos, se va a enganchar en cualquier parte y después va a alegar que el reglamento está anticuado que es su derecho vestirse como quiera y que si no va a demandar por discriminación. Y ¿qué quiere que haga yo? ¿qué le digo al comité? ¿Qué la subjefa es especial? No pues, usted sabe, la seguridad es para todos. Hay derechos y obligaciones y también corren para usted.

Roberto es de esos que hablan a punta de obviedades, puras frases hechas, pero afirmadas en algún manual, puse cara de compungida y traté de sonreír como una niña pillada en falta, el viejo truco de la cara de gato con botas ¿quién no lo ha usado para librarse de alguna norma absurda?

−Prometo que mañana me pongo ropa según el reglamento, pero por favor veamos lo de Juanita, ya supo, supongo.

− ¡Por supuesto! ¿cuántas veces le he dicho señorita Josefa que esa empresa es muy chanta? Que no cumplen con los requisitos mínimos de seguridad para sus trabajadores.

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