Y
la vieja me gritó que debí informarle antes. Siempre es lo mismo con mi jefa,
que por qué no le dije, que ella tenía que saber todo le que pasaba en su
departamento. Es verdad, ahora que se me pasó la furia y el estado de
petrificación que se impone sobre mi cuerpo y mi voz cuando alguien me grita,
reconozco que no le dije. Me repetí la historia desde el principio, que don
Ernesto me había contado del problema eléctrico de la bodega y justo pasó Juan
Pablo, el ito eléctrico. Por un buen tiempo le dije Juan Pablito, cuando
ignoraba que ito era la sigla para el inspector técnico en obras. De ahí nos
fuimos directo al lugar del corto circuito e hicimos las coordinaciones para
las órdenes de compra de los repuestos, los horarios en que se harían los
cambios, sin interrumpir la labor diaria de los equipos de venta. Pensé que era
eso lo que más importaba y sigo pensando lo mismo. Justo cuando iba subiendo al
piso doce donde está la oficina de mi jefa, para informar de la solución al
problema de la bodega, me agarra la señora Sara por un accidente laboral de la
Juanita, una externa del servicio de aseo, pero que todavía no tenía contrato y
entonces la responsabilidad iba a caer en la empresa − ¡pucha la lesera! – fue
lo único que pude decir en voz alta porque don Tomás, el dueño de la empresa
del aseo, es hermano del dueño de la empresa que me contrató a mí; así es que
con voz y actitud de resignada, le dije que me haría cargo. Fui a mi oficina,
que no sé para qué la tengo si nunca estoy ahí y llamé a Rosario, la jefa de
personal de los del aseo. Trifulca y media, que era el sexto contrato que tenía
que hacer apurada porque se había corrido la voz de que si tenían un accidente
los contrataban al tiro. Que así era esta gente, que se aprovechaban de
inmediato.
La
Juanita esperaba abajo con el tobillo hinchado y se aguantaba el dolor.
−y
ustedes ¿qué les pasa con las escaleras? ¿todavía no ponen las gomas de
seguridad?
−Rosario,
limítate a enviar el contrato de la Juanita. Mientras, yo me encargo de
convencer al comité paritario de que algún integrante autorizado llene el
formulario de derivación al IST por accidente del trabajo.
Era
un día de esos en que una debió quedarse acostada con fiebre real o inventada.
Todo el día con estupideces que requerían solución inmediata y encima teniendo
que ser paciente y no armar más escándalo para no tener problemas con los jefes
o los sindicatos. Mi oficina me servía para eso, para poner las morisquetas que
quisiera al teléfono sin que nadie me viera o estirarme y hacer como que
mandaba sendas patadas en el culo a quien se lo mereciera.
Después
de respirar hondo fui a hablar con don Luis, el presidente del comité
paritario, un tipo de unos cuarenta y tantos que desde que había asumido esa
función, se paseaba casi con lupa por todos lados buscando todos los detalles
que había que subsanar para garantizar la seguridad de los trabajadores. Era
cierto, pero quería todo para ayer y era imposible hacer todo de inmediato,
habíamos tenido como cuatro reuniones este último mes, logramos avanzar en
algunas cosas, pero faltaba y siempre iba a faltar y él se largaba en un
discurso obsesivo lleno de detalles y reiteraciones de los detalles. − Mire
señorita Josefa, ya sé que usted va a decir: ya va a empezar con la cantinela,
pero ¡mírese usted pues! Anda con esa falda hippie llena de vuelos, se va a enganchar
en cualquier parte y después va a alegar que el reglamento está anticuado que
es su derecho vestirse como quiera y que si no va a demandar por
discriminación. Y ¿qué quiere que haga yo? ¿qué le digo al comité? ¿Qué la
subjefa es especial? No pues, usted sabe, la seguridad es para todos. Hay
derechos y obligaciones y también corren para usted.
Roberto
es de esos que hablan a punta de obviedades, puras frases hechas, pero
afirmadas en algún manual, puse cara de compungida y traté de sonreír como una
niña pillada en falta, el viejo truco de la cara de gato con botas ¿quién no lo
ha usado para librarse de alguna norma absurda?
−Prometo
que mañana me pongo ropa según el reglamento, pero por favor veamos lo de
Juanita, ya supo, supongo.
−
¡Por supuesto! ¿cuántas veces le he dicho señorita Josefa que esa empresa es
muy chanta? Que no cumplen con los requisitos mínimos de seguridad para sus
trabajadores.
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