sábado, 9 de marzo de 2024

Sin ideas

 



−No tengo nada que decir.

Eso repetía a cada rato. En la clase la tarea era analizar el tipo de mujeres que describía Hemingway en sus textos, pero bastaba una búsqueda sin ningún cuidado en la web y aparecían sendos ensayos al respecto. Además, estaba cansado de responder los trabajos, pruebas y tareas pensando en el criterio de la profe ¿qué esperaba que dijera? Lo obvio, lo que ya se sabía: Hemingway era la personificación del hombre valorado en esa época y por tanto sus personajes mujeres debían ser caricaturas hechas a su medida. Un personaje que construye a otros bajo su particular prisma.

Sus compañeros de clases entendían los códigos sobre los cuales había que construir las premisas de un ensayo, él también, para eso bastaba mirar las pantallas con toda clase de imágenes y textos breves. Las tendencias estaban ahí, al alcance de los dedos y cualquiera que tuviera un mínimo de capacidad de abstracción podría darse cuenta. Y por si quedaban dudas estaba también la inteligencia artificial y sus trucos para parecer original.

Los asientos del parque que rodeaba la universidad estaban llenos de cabezas conectadas a sus pantallas, algunos conversando, otros solos, otros aparentemente en grupo, pero solos también. Los árboles y plantas embellecían ese paisaje de un modo que esa mañana le parecía más una imagen de película distópica que otra cosa.

Las mujeres descritas por Hemingway, superficiales, egoístas, sensibleras decían mucho más de él y su relación con ellas que del efectivo entendimiento de sus propios personajes, pero no lograba encontrar el sentido de tratar de misógino o de típico macho a un escritor que, como cualquiera, se tiene solo a sí mismo para entender lo que le rodea y construir un mundo ficticio paralelo.

Una vida llena de aventuras, una buena educación, figuración social y libertad para establecerse en casi cualquier lugar del mundo como gringo o europeo, antes y ahora, no impide tener los encuadres culturales propios de la época y menos superar los límites de sí mismo. Eso lo desesperaba y paralizaba al mismo tiempo. Llevaba esa autoconciencia al límite, rayando en la obsesión de la propia auto observación, si podía llamarse así a esa sensación persecutoria de no poder observar el momento que le tocaba vivir desde otra perspectiva que no fuera la propia.

Podía obtener la nota máxima si se ajustaba a lo que esperaba y llenaba el mínimo de páginas y palabras exigidos para tal fin. Una vez intentó probar su punto escribiendo frases casi al azar que poco tenían que ver con el tema a tratar, pero incluyendo cada cierto número de caracteres, las palabras de moda atribuibles a un determinado ángulo de análisis. La calificación le permitía aprobar, pero se sentía una estafa y estafado al mismo tiempo. ¿Los profes de verdad leían lo que los estudiantes escribían o solo aplicaban un selector de caracteres? Como los bots que revisan los CV de los postulantes a trabajos de acuerdo con el número de conceptos afines entre la descripción de cargo y las habilidades enumeradas por los candidatos. Quizás aplicaban una especie de premio al esfuerzo y a la participación en clases y como él era un discutidor por naturaleza, no podía evitar contradecir a casi cualquiera que comenzara a aburrirle con alguna perorata sin sentido, según su propio criterio por supuesto ¿acaso se puede ocupar otro? Así, aunque fuera molesto, era considerado un alumno participativo y comprometido con la clase. Claro, al lado de todos esos rostros impasibles, luchando por no dormirse y en quizás qué divagaciones mentales, él parecía muy concentrado. En suma, un latero.

Tampoco es que estuviera mal responder y usar las palabras a gusto del consumidor, él entendía que había que aprobar los ramos y luego ganarse la vida. – ay, si no fuera por la obsesión de buscar el ángulo diferente de la moda imperante −. ¿Qué pudo haber vivido Hemingway con las mujeres para llegar a desvalorizarlas tanto? O a temerlas quizás por sus habilidades manipuladoras, de seducción o el utilitarismo de su conducta. Se trataba de buscar qué tipo de vínculo tenía con su madre tal vez, o los primeros amores, las expectativas y las decepciones, siempre complementarias.

Encima de todo, es impensable que alguien talentoso como el escritor de tantas historias memorables tuviera una visión uniforme de algo, pero los análisis tienen un dejo de artificialidad y ciertos límites que es necesario respetar. También podría ser que una mente disgregada como la suya se iba por recovecos muy rebuscados y fuera solo un procrastinador más de los millones que se reconocen como tal.

¿Qué podría decir él sobre las mujeres? ¿cómo serían sus personajes si escribiera en lugar de estudiar lo que otros, con menos pudor y persecuciones internas que las suyas, lograban plasmar en cuentos, poemas o novelas? No creía en las características de grupo, simplificadoras y llenas de prejuicios, pero necesitaba aprobar el ramo de una vez y entonces debía escribir, sin más remilgos, lo que la profesora quería leer y las palabras que esperaba encontrar en el texto de estudiantes bien formateados en la actual corrección política.

Tenía que decir por ejemplo que, inclusive en las historias en donde no aparecían mujeres, también se develaba el modo en que el autor las veía: seres prescindibles y de escaso aporte. Lo que comprobaba la visión de mundo del autor, el mundo interesante y donde ocurría lo importante, fuera en tierra o mar, en guerras o cacerías, era donde estaban los hombres.

Había que exagerar y tragar un poco de saliva. La mayoría lo hace para aprobar, evitar un despido, conservar la armonía en la familia y como sea, para él, de eso se trataba este ramo, de decir algo, aunque no tuviera una sola idea en la mente.


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