martes, 19 de marzo de 2024

WhatsApp de empresa

 




En tiempos en que la verdad carece de valor, por irreconocible entre tanto ruido informativo, da lo mismo mentir de modo desvergonzado. Claro mi casa no se quemó y la de varios que conozco tampoco − gracias a Dios − diría mi madre, así con mayúscula porque ella es creyente y agregaría – alguna vez que le toque al pueblo −, justo cuando me mandó a responder la ficha esa que aparecía en los matinales de la televisión. Mi mamá decía que no entendía por qué tanta gente recibía beneficios, bonos o como se llamaran, − ¡ni la caja COVID recibimos y a la vecina, que tenía harta más plata que nosotros, le llegaron dos!, así es que como yo estaba de vago en la casa esperando que saltara la liebre por algún lado, me mandó, con la peor pinta posible, a responder la encuesta falseando todo cuanto pudiera para que pareciéramos más pobres de lo que somos.

Yo sabía que no iba a resultar. Nunca nos resulta nada. Vivimos al tres y al cuatro, tamboreando en un cacho decía mi papá, pero siempre hay gente que está peor. Igual fui, a veces mi mamá me convence con sus achaques, dice que le duelen las piernas, que si quiere me da un certificado médico del consultorio para que le muestre a la señorita de la ficha. El certificado es un papel arrugado de hace tres años y todavía cree que vale para algo que no sea mandarme a comprar.

A veces, y que me perdone el dios de mi madre, pensé que, si se nos hubiese quemado la casa, podríamos empezar todos desde cero, una especie de reseteo de la vida y yo podría hacer algunas cosas mejor que hasta ahora. Puras tonterías porque uno no puede dejar de ser quien es. Y eso me tiene medio bajoneado en el último tiempo. Antes, en este cerro, desde nuestra casa, se veía el mar y con eso decíamos que teníamos una buena vida. Yo no le hallaba la gracia hasta que se instaló una casa de dos pisos al frente y perdimos lo único valioso que teníamos decía mi cuñada, que se vino a vivir con nosotros porque estaba esperando a mi sobrino, el Danielito. Y era verdad, no me había dado cuenta, pero cada vez que estaba harto de un montón de cosas, me ponía a mirar el mar y me calmaba. O me distraía o me hipnotizaba solo para no hacer nada según mi hermano, el Daniel, papá del Danielito. Como si él hiciera gran cosa, trabaja en lo que venga, pero se llena la boca con eso de ser padre de familia. Paaaadre de familia haciéndose el viejo y encima el viejo-sabio y apenas tiene dos años más que yo. Un día me burlé de él y me preguntó – ¿Y voh? ¿quién soy voh? ¿qué erís voh?

Por supuesto que empezó con que no me conocía ninguna polola, que no tenía ningún plan, que todos mis amigos estaban en algo y yo ahí como en pausa, como si algún día algo fuera a ocurrir que me diera un nombre y desde ese día me quedé pensando quién era, qué era. La verdad es que el Daniel me sorprendió porque me dio donde más me duele y no pensé nunca que fuera capaz de juntar dos neuronas para decir una frase de corrido.

Entendí entonces que ser paaaadre de familia a él le servía de motor para moverse y seguir sin cuestionarse nada más. No quiero tener hijos, ninguno de mis amigos quiere, me puse a estudiar contabilidad en un instituto después del colegio técnico donde estudié y no me gustó, le dije a mi mamá que trabajaría en lo que fuera, pero no se me da vender, no le pego a la construcción tampoco, de hecho un día acompañé al Daniel a la obra donde estaba trabajando de albañil y me caí tan heavy de un andamio que el mismo patrón me vino a dejar al cerro porque si me llevaban a la mutual y no tenía contrato lo iban a lumear a él por haberme aceptado. El Daniel se quedó ahí porque, junto con la pensión de mi mamá, es el único que trae plata a la casa.

Y así me lo paso, preguntándome quién soy, qué soy y qué será de mí. Parece que la gente se define por lo que hace ¿o no? a los veintidós ya debiera saber se supone. A lo mejor soy [1]TEA, mi mamá dice que vio en la TV que hay mucha gente con ese trastorno y no sabe y que como yo le salí tímido y sin rumbo, seguro tengo eso o soy eso. Ella dice que es depresiva porque tuvo depresión cuando murió mi papá en el accidente del camión. Ya nadie se acuerda y eso que salió en el diario de Valparaíso. Yo era chico, ese período oscuro y confuso me marcó algo, una especie de nube negra sobre mi cabeza, una sensación de falla, de ser un poco raro, como víctima de la circunstancia y me carga esa cuestión.

A todo esto ¿y qué si soy o tengo TEA?, ¿hay algún remedio para eso? Claro, sirve de explicación, pero no cambia nada ¿me van a dar pega por inclusión?

Así paso los días y cuando me da la cuestión trato del ver el mar y ya no se ve desde esta casa, tengo que salir y ahí hay que saludar y hasta responder en qué estoy y empezamos de nuevo. En nada, pero soy algo, eso creo, algo sin nombre.

No resultó lo de la ficha, después, todos los que mentimos salimos en un porcentaje en el diario: 94% de los que llenamos la ficha intentamos obtener beneficios que no nos correspondían. Mi mamá se puso roja de vergüenza y rabia cuando supo. Empezó a despotricar contra los políticos, el gobierno, los que no pagan impuestos, los aprovechadores de cuello y corbata, los utilitarios del sistema y, para terminar, se puso a llorar porque me obligó a mentir y ser uno más de los mismos que ella odiaba.

      Y si nos hubiera ido bien ¿estaría llorando igual?

Mi mamá cambió la expresión de triste a furibunda y quiso alcanzarme como cuando tenía ocho años pa mechonearme. − ¡no te las vengas a dar de juez aquí, mira que hace rato que debieras haberte ido!

Verla llorar me produjo algo, no sé bien qué porque dicen que nunca sé nada. Un dolor de guata, una opresión en el pecho, una especie de impulso para hacer algo. Soy raro, al menos eso sé de mí. Reconozco que esa amenaza, nada de velada, de tener que irme de la casa también me provocó una mezcla de cosas raras.

Salí a caminar sin rumbo y me encontré con el Lalo, un compañero del colegio que estaba pintando un negocio por allá abajo. Me vio a lo lejos y me saludó con más cariño del que esperaba. Nos dimos un abrazo como si fuera año nuevo y eso le dije − ¡feliz año nuevo! –

      Ya saliste con tus cosas, ¡estamos en marzo!

      Sí, pero el año, el verdadero, empieza con la pega, las deudas, la escuela, la universidad y todo eso pasa en marzo. Antes es como una siesta. No pasa nada desde diciembre.

      Y el tremendo incendio ¿te parece poco?

      Ya, sí. ¿Se te quemó la casa?

      Noooo, menos mal ¿y a ustedes?

      No, estábamos al lado eso sí, nos salvamos no sé por qué.

Me volvió a abrazar y me invitó a ayudarlo, como yo andaba en la nada de mi presente y mi futuro, me puse a pintar y me quedaba bien. El Lalo me dijo que no era pacotillero y me preguntó si tenía pega.

      ¡obvio! Le dije

      Ah pucha

      ¡Obvio que no poh!

Nos pusimos a reír igual que cuando íbamos al colegio, lo vi achicarse y él a mí. Nos vi a los dos flacuchentos y tontones, el Lalo con suerte aprendió a escribir, yo algo más, pero se las arregla mejor en la vida que yo. Me contó que no le faltaba pega, que sabía negociar con las señoras y que si quería trabajar con él porque a veces no podía con todos los encargos. Pensé en mi mamá, su llanto y amenazas y le dije al tiro que sí.

Ya me estaba acostumbrando a desconfiar de todo y de todos, a mirar el mundo con los ojos desencantados de mi mamá y la mirada necesitada de mi hermano. En eso estábamos cuando una señora se quedó mirando el trabajo que llevábamos hecho. El Lalo entró en acción de inmediato.

               Ya mi reina, deme su WhatsApp, me manda la foto de lo que quiere arreglar y le mando un presupuesto altiro.

Pensé que era una broma. Se inventó un grupo que se llama Las amo mis reinas,

Cuando vi los mensajes, casi se me da vuelta el tarro de pintura que llevaba en la mano, de la pura risa por lo que él llamaba saber negociar:

Mire señora Adela el sábado voy air sin farta tuve que apagar un incendio en la pega y me isieron trabajar hasta el domingo.

Por las fotos que me mandó salen 120 lucas

Pero dejémoslo en 100 si le parece

O podemos aserle una rebaja

80 le cobro si quiere

Asta 70 pero más no me puedo bajar

La señora Adela no le pidió rebaja en ningún momento, él se bajaba solo, − es que pa´ todos está difícil, además eso del trabajo hasta el domingo no era cierto y me dio no sé qué – me decía el Lalo compungido sin que yo le estuviera pidiendo explicaciones.

No sé por qué me sentí mejor, casi inocente y confiado en la vida. Como el Lalo. La señora Adela quedó feliz y nos recomendó con todo el barrio y a las vecinas les decía que éramos de confianza. En estos tiempos no sé si hay algo más importante que eso.

Ahora soy algo, tengo un WhatsApp de empresa, “Las amo mis reinas”, trabajo de socio con el Lalo y soy de verdad.



[1] TEA: Trastorno del Espectro Autista

Info : ante el vacío mental del último tiempo para escribir cuentos, una amiga me contó una historia que espero no haber arruinado con contenidos sacados de otros lados. 

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