¿Y entonces?
Imposible responder, dependía
hacia dónde quisiera ir y el punto en el que la historia se podía retomar.
Inclusive era necesario definir los lentes con que se podría mirar el mundo
creado o recreado. - Demasiada conciencia del recorrido - le habían criticado
una vez. Llegó a pensar en que ya no había historia ni necesidad de ella. Todo
era cuestión de interpretación o de reformulación. Y eso la ponía mal, la
enfermaba casi. Cada cierto tiempo volvía esa sensación de encierro en la
propia mente. Y, aunque las palabras fueran un instrumento de coordinación con
otros, también lo eran de la confusión, de los vacíos y los finales abiertos.
Si es que se puede hablar de finales mientras aún hay vida y experiencias.
Enseñar historia fue lo peor
que se le ocurrió. En especial a adolescentes que no alcanzan, salvo muy
notables excepciones, a dimensionar lo mucho que incide en la vida diaria el
conocimiento, o la falta de él, hasta de la historia familiar. Alguna vez se le
ocurrió ese ejercicio y quedó la grande con los del cuarto D. Algunos
inventaron ser descendientes de europeos y quedó en evidencia el error aspiracional de sus padres al buscar en internet
su árbol genealógico. Otros no sabían más de su familia que hasta sus abuelos y
se sintieron discriminados por no tener antecedentes. Era obvia la diferencia
en el tono de la voz y la postura corporal de quienes estaban ávidos por hablar
sobre sus antepasados y los que no querían abrir la boca. Ese colegio, ubicado
en una comuna vulnerable en la jerga actual, era diverso en cuanto a los
ingresos de las familias. Es probable que sea así en la mayoría, poco se sabe
si la colegiatura se paga sin esfuerzo o haciendo muchos malabares y dibujos
con las cuentas del mes.
Quizás qué había en las
historias familiares de los alumnos del cuarto D que los apoderados reclamaron
en masa por invasión de la privacidad, discriminación, abuso de confianza de la
profesora y otros conceptos similares que, desde ese episodio, el colegio se
comprometió a incluir en el proyecto educativo.
A pesar del progresismo
imperante, del imperio de lo políticamente correcto, o debido a eso mismo, los
padres se enredaron hasta el absurdo para referir a sus hijos la historia de su
familia. De los pocos que recibió el trabajo por escrito, se podía inferir el
cambio vivido por el país en dos o tres generaciones. Se podía hablar de la
historia de la transición de familias rurales a urbanas; del cambio en el poder
adquisitivo, en las creencias religiosas y valores priorizados en los discursos
familiares. No había sido mala la idea, pero la profe Iris, sin intención ni
suficiente sagacidad, había pisado muchos callos de la aristocracia local.
En otra ocasión se le había ocurrido presentar la toma de Morro de Arica desde las diferentes miradas de sus protagonistas: soldados jóvenes chilenos, adolescentes como ellos; la de los jóvenes peruanos que lo defenderían, sus superiores y los padres de cada lado. Ni hablar, nuevos reclamos. Había que contar la historia como realmente había sido y por más que se esforzó en explicar que la historia jamás ha sido ni será de una sola manera y menos aún sus consecuencias, ni tan siquiera para los vencedores, no tuvo éxito con sus argumentos.
La acusaron esta vez de antipatriota
y de promover un latinoamericanismo imposible. Al menos con eso estaba de
acuerdo porque los anhelos de unos no coincidían con los de los demás y había
una cantidad tan inmensa de variables en la construcción de bloques
territoriales, comerciales y culturales que los conflictos estarían allí casi por
una eternidad, pero daba igual lo que dijera. Los apoderados, devenidos en
clientes insatisfechos, son más poderosos de lo que ellos sospechan.
En ese escenario, si hubiera
sido consecuente con su idea de la enseñanza de la historia, más parecida a un
proceso de interpretación recurrente según se vive el presente, que a un
listado de acontecimientos más o menos ordenados en una línea de tiempo, hubiera
renunciado, pero no tuvo más remedio que ceñirse al programa ministerial y a
los métodos tradicionales, los mismos que la dejaron a ella confundida acerca
de qué estaba pasando en Sudamérica mientras los chinos inventaban el papel o
los emperadores romanos se sucedían unos a otros entre intrigas, fake news
y asesinatos.
Y ahora que se usa reescribir
la historia, se cancelan películas y libros clásicos según la sensibilidad
actual, mientras los horrores se traspasan a las noticias, la verdad es que la
Profe Iris se conforma con que el programa hubiera sido abordado ya sin pensar
más en si tenía o no sentido cuestionarse algo siquiera. Como muchos de su
generación, había partido por deseos de Miss Chile: la paz mundial, que en el lenguaje
de los profes como ella eran el desarrollo del pensamiento reflexivo y el
aprendizaje del pasado, para luego de un poco de experiencia, concebir su trabajo como un medio para la
vida de adulta independiente y nada más. Dentro de todo no estaba mal, en ese
colegio pagaban un poco más que en otros en los que había estado y no iba a
arriesgarse a perder su trabajo.
− La
historia y los recuerdos son un lío interno porque están teñidos con el color
del presente −. Solía pensar y decir eso muy a menudo, en especial ahora que la
evidencia científica estaba disponible para afirmarlo. No es fácil recopilar la
propia biografía. Menos la lógica detrás de las conductas en momentos críticos
que no parecen tales.
En
alguna parte había leído, o tal vez lo estuviera inventando, que había un
método para encapsular vivencias de modo que los recuerdos no cambiaran de
color y así mantenerlos a resguardo de las emociones del presente y del overthinking
tan actual como la procrastinación. Una especie de autohipnosis
intencionada para conservar en estado puro la felicidad de algunos instantes,
el sonido de las risas, el aroma de un perfume, el estremecimiento de la piel y
esas sensaciones inefables transmitidas por las miradas. Sin nostalgia, dolor o
explicaciones rebuscadas. Algo parecido a escuchar una y otra vez una melodía,
la canción favorita o la banda sonora, si había, de las experiencias escogidas
para encapsular. Si para una persona era difícil escoger qué guardaría en la cápsula
como recuerdo impoluto, en la mente de Iris, era casi imposible que dos o más
se pusieran de acuerdo en conservar los mismos fragmentos de la vida.
Lo
peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Se
enredaba en detalles que complicaban el llenado de su cápsula imaginaria de
instantes y no podía desprenderse de las interpretaciones.
¿Cómo
podría entonces seguir contando a los alumnos hechos relatados por personas que
no los vivieron y que tal vez, no solo no correspondían a un cierto consenso,
sino a una intencionalidad detrás, por lo general económica o de poderío de
alguna clase?
Lo
peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Ya no
creía en nada de lo que contaba.
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