lunes, 25 de julio de 2022

Otro equilibrio

 


Cuando los vio a la distancia Horacio pensó en alejarse, pero era demasiado tarde y su reciente lesión en el tobillo haría más aparatosa la huida y muy poco digna. Los reconoció de inmediato, Cecilia y Carlos, venían de la mano, caminando lento y mirando alrededor con una actitud serena. A esas alturas ya lo habrían visto y no tendría más alternativa que participar, una vez más de una escena social aburrida y educada. Era la realización de una de sus peores fantasías.

Cómo detestaba esas instancias, esas pseudo conversaciones en dónde lo único interesante es lo que se dice sin palabras, pero con ella era un analfabeto, un torpe, rara vez logró descifrar sus tonos. Su habilidad con otros era más casi notable, pero con ella no. Veía lo que quería y tejía una y otra historia, de distintos colores y texturas, sin que ninguna tuviese algún asidero. En su profesión, policía de investigaciones, había que buscar pautas de conductas, lugares favoritos, significados de gestos y la tendencia a la repetición de muchos delincuentes. Alguna vez pensó que eso le daría alguna ventaja para entenderla. No. Claro está que no.

Cecilia no recordaba haber lanzado una piedra que llegó a dar justo en medio de su frente, casi nadie recuerda cosas que ocurrieron a los siete años, Horacio sí y antes también, después advirtió que no era precisamente un talento. Ese piedrazo lo hizo encerrarse un buen tiempo porque no sabía el nombre de quien lo había lanzado y al entrar corriendo asustado a su casa había dicho el nombre de otro niño, un vecino al que no soportaba. Muchas cosas en la niñez se tratan del orgullo y recibir un proyectil tan certero de una niñita a la que no conocía y de la que recordaba solo su piel morena, los ojos grandes y la buena puntería, era una vergüenza.

Ella era más talentosa que él así es que tenía una memoria más selectiva y funcional. Por supuesto no se acordó del piedrazo, tampoco del papelito escrito a máquina que lanzó por la reja, varios años más tarde, con el número de teléfono de su amiga que quería conocerlo. Recordaba ese rectángulo blanco como una fotografía en HD y la felicidad que sintió cuando ya había comenzado a tener conciencia de la órbita que recorrería tantas veces, terminando siempre con una herida en la cabeza.

Cecilia se ve bien, parece inconsciente de su atractivo o simula no saberlo. Siempre acompañada, siempre dejando en claro que no había más espacio en su mundo. Esta vez sus hijas no estaban con ellos, los adolescentes prefieren casi cualquier cosa a caminar junto a sus padres.

Salió airoso de la situación, inventó algo, como no podía caminar rápido, dijo que esperaba una llamada importante y que le hubiera gustado compartir más con ellos, pero en este preciso instante era imposible. Sacó el teléfono del bolsillo de su parka y se volvió hacia el muelle mostrando los audífonos como prueba de su ocupada agenda aún frente al Llanquihue, en otoño.

Cecilia puso su clásica expresión de inocente frente a su marido, miraba alrededor como si nada pudiera perturbarla, cualquiera podría decir que se aburría junto a él. Horacio aprendió a punta de portazos que no era así y que ese silencio e infantilización que demostraba frente a Carlos era una forma de parecer disponible y seducir porque sí, porque así era ella.

Carlos lo sabía, la dejaba jugar. Siempre volvía. Es más, cada amante le devolvía a una Cecilia ganosa, culposa y dispuesta a complacerlo en cualquier cosa que él deseara, lo acompañaba a los destinos que él quería conocer, le reafirmaba cuánto lo quería y le juraba y re juraba que nunca lo dejaría cuando él ni siquiera había preguntado. Carlos detectaba las señales, pero la dejaba hacer, ya era una especie de contrato implícito entre ambos. Cecilia, intentando alejar a los peligros que la acechaban, luego de volver de sus andanzas, reales o casi reales, decía a quien quisiera oírla, a Horacio también, cuánto quería a Carlos y lo buena que era la vida junto a él.

Horacio repasaba las secuencias, las señales desde los juegos escolares hasta entrados los treinta, todo dependía del último mensaje y de la emoción que lo embargara en algún momento. Cuando estaba melancólico o angustiado podía hacer un listado infinito de signos y pruebas de que él nunca le importó a Cecilia más que una especie de mascota temporal, alguien que le inspiraba ternura y curiosidad, hasta cariño inclusive. Si se sentía confiado volvía a soñar con ella. Y si soñaba ella lo contactaba.

Casualidades, estúpidas casualidades.

Carlos juró no hacer nunca más una escena de celos a Cecilia desde que volvió a su casa después de haberse ido con un tipo que en su momento decía era el amor de su vida. ¿Qué habrá sido de él? se mordió la lengua para no preguntar. Al verla volver, pedir perdón casi llorando, jurando y enamorarse de él igual que antes, más y mejor que antes, sintió el poder del silencio y la vulnerabilidad. No le rogó, la entendió y ambos se prometieron dejar atrás esa historia que ahora era un tabú. No se hablaba del tema. Las hijas llegaron a ese matrimonio después de la reconciliación, tres hijas, cada una muy diferente de la otra, pero sin lugar a duda, con la impronta de Carlos en sus rostros y sin el encanto de Cecilia.

Cecilia trata sin éxito de hacerles entender cómo se juega en la vida, sin maldad, pero con la suficiente seguridad como para olvidar lo inconveniente y mantener frescos en la memoria los mejores recuerdos y logros. Las hijas nacieron en otra época y la miran como miembro de una especie en vías de extinción, la madre interpreta esa mirada como si supieran más de lo que ella y el padre han contado.

Cada cierto tiempo Cecilia siente ganas de un escape, la mirada vacía de Carlos, su paciencia infinita y la mirada acusadora de sus hijas la hacían acumular un grado de tensión un tanto molesto. Para alguien como ella siempre había un tipo disponible. Solo había que ser discretos.

Horacio la rondaba desde siempre y desde que lo supo sabía que podía salvar su matrimonio alimentando las fantasías sin correr ningún riesgo, en especial ahora que él había encontrado pareja y exprofeso su rostro mostraba la misma expresión inocente que la de ella al lado de Carlos.

El teléfono vibró por un mensaje, igual que en el sueño de la noche anterior, Horacio se incorporó como un autómata y se dijo que la misión de hoy era equilibrar el matrimonio de Cecilia una vez más.



The Spinners, Games people play.

https://youtu.be/_jbwZnfZW54


domingo, 17 de julio de 2022

Código Binario

 


Fui a verlo a su pieza tres veces hoy, la última vez pensé que había dejado un muñeco con su ropa, ese polerón negro con un dibujo horrible y una peluca con el pelo negro y demasiado corto para ser invierno. El muñeco estaba apoyado sobre el escritorio y movía apenas el mouse con su mano derecha. Los audífonos explicaban que uno lo llamara hasta diez veces, desde el comedor, desde el pasillo, desde el umbral de su puerta y él no escuchara nada. Fue una buena idea dejárselos puestos a ese maniquí que se parecía a mi hijo.

Iba acercándome para tocar su espalda y al fin bajara a almorzar y casi me dio un infarto cuando lo oí gritar y saltar de su silla gamer. También Marcelito se asustó, casi se cae encima de su escritorio lleno de aparatos y gritó una de esas groserías por las que me reclama cada vez que comento las noticias mientras preparamos el almuerzo, algunas veces baja y participa. La mayoría de las veces, los fines de semana, estamos sus hermanos y yo preparando todo porque Marcelito es brillante y a la universidad se le ocurrió empujarlo a que se inscribiera en un proyecto de investigación con una empresa de ciberseguridad y ya le pagan por eso. Según él es una pega fácil y le pagan bien.

No sé, no quiero saber la verdad, solo que cada vez que voy a buscarlo a su pieza está jugando, hablando y riéndose con gente que no conoce y encima, como se la pasa viendo videos de españoles y otros que ganan plata mostrando en YouTube los trucos que usan para pasar de una etapa a otra, se escuchan voces y la verdad es que Marcelito puede llevar un día completo sin hablar. Tal vez más, mucho más. Cuando estuve enfermo y en cuarentena, me mandaba mensajes para preguntar, a veces por obligación, creo, por mi estado y si necesitaba algo. Yo le mando chistes y videos para tener algo que comentar cuando coincidimos.

Marcelito tiene veintidós años, no le he conocido polola. Su hermana, Patricia, de diecisiete lleva como cuatro ya. – Enamorarse no es tan grave papá, deberías intentarlo de nuevo – debe haber salido a su mamá y qué bueno que sea así y no un tonto grave como yo, tonto, grave y viejo, debo agregar.

El mayor, de treinta, Manuel, se fue hace dos años a vivir con una chiquilla que conoció por un sitio de citas, por internet. Primero no me quería contar porque sabe que no me gustan esas cuestiones – modernízate viejo, esta es otra época – pero a la Daniela se le salió un día y me enteré de cómo fue.

Creo que un tipo viudo como yo no tiene, a estas alturas, nada que ofrecer. Quedé a maltraer después de tanto terremoto interno por la enfermedad de la Silvia y otras historia. Debí ser yo quien se muriera, lo dije muchas veces, eso era lo que debió pasar, pero no todos los deseos se cumplen. No soy de los que idealizan a los muertos, pero creo que ella hubiera hecho una mejor pega con los cabros. Los tres han sido buenos estudiantes, ninguno es drogadicto y la única que depende de mí es Patricia y es por la que tengo menos miedo. Se las sabe arreglar bien. El que me preocupa es Marcelito y esa sensación rara de que cuando estamos todos juntos hay algo que falta.

II

Otra vez me están llamando o gritando más bien, justo cuando estoy en la jugada final para pasar de etapa. Si escucho, obvio que escucho semejante griterío, si no es el viejo es la Patricia, pendeja de mierda. Sube todo lo que hace a su cuenta de Instagram, creo que todo el colegio le debe conocer el culo y las tetas de tanto que se saca fotos casi en pelotas. – Si te molesta no me sigai, filo, ¡erís más amargao que mi papá! – Ahora no le digo nada, es una feminista de Ali express, dice que es su cuerpo y que si quiere lo muestra y si se pasan rollos weá de ellos. Habla de comerse a los minos del colegio; me da lo mismo, lo que no soporto es escuchar como llora y solloza algunas noches. Hasta llama a mi mamá.

Menos mal que el boludo de Manu se fue. Ese me debe como dos millones de pesos, no importa, ya no vive aquí. Sumando y restando, no me salió caro, tuve que sacar una parte de mis ahorros para cuando me vaya de viaje a recorrer todo lo que pueda, pero ya lo repuse y no tengo que escuchar sus quejas de plata, del modelo, del compromiso político y toda esa mierda. Como si alguien lo hubiera obligado a estudiar historia, la mamá le dijo – piénsalo, Manu en poco tiempo vas a querer tener plata para salir, para las citas con tus chiquillas y te vas a demorar en tener un sueldo más o menos decente – y el saco de pelotas decía que las cosas iban a cambiar luego, que lo material no importa, que sus chiquillas debían tener un estilo de vida más acorde a su pensamiento político. Sin comentario con lo de sus chiquillas. El Manu le pedía el auto al papá para salir, quería una moto para cuando cumpliera veinticinco, pero ahí la vieja se enfermó y no se pudo. Y el bolas dice que tiene mala suerte.

El viejo, mi papá, se transformó. Hubo un tiempo en que andaba como alma en pena en la casa, llegaba tarde de la pega, creo que se refugiaba ahí de algo que no sé bien qué es, a veces se ponía a ver películas viejas, o se quedaba dormido, o hacía como que estaba dormido con unos audífonos de esos que aíslan el ruido exterior, yo era más chico y a veces quería hacer cosas con él, pero el viejo andaba en otra, se ponía a leer y al rato estaba mirando por la ventana hacia afuera o se iba al patio a arreglar una reja o cualquier cosa para decir después que estaba agotado. Las veces que le pregunté por ese período dice que no se acuerda. Cuando la mamá se enfermó se portó bien, creo que todos tratamos de apoyarla, la señora Silvia no se quejaba.

III

Mi mamá no se había dado cuenta, yo sí. Me trató de desleal porque le dije lo que creía que pasaba. Una noche me dijo que yo no entendía nada, que lamentaría meterme en temas que no debía. Nunca le había visto una mirada tan feroz como cuando me dijo eso. Casi me dio miedo. En vez de acercarme más a ella, me acerqué a mi papá, no le pregunté, tampoco lo critiqué. Me sentaba al lado suyo en el sofá del living y me hacía cariño en la cabeza, hacía lo mismo con mi mamá y no se movía un centímetro para hacer como que me quería. Recuerdo que más de una vez, se corrió para que no me apoyara sobre ella. Hice como que no me había dado cuenta.

No voy a ser como ella, lo evitaré a toda costa. Ya sé, eso no de dice de una mamá que murió. Mis hermanos me critican todo lo que hago: la ropa, las fotos, mi risa. ¿No se miran ellos? Uno, el Manu, todo el tiempo con el pelo olor a rancio y pasado a marihuana, no sé qué le ve la Daniela; el otro, encerrado todo el día, dice que con plata se soluciona todo, que un día, cuando junte lo suficiente, se va a ir y va a vivir como quiere y con quien quiera. No sé cómo lo va a hacer si no es capaz de conocer a nadie en persona, jura que es lo mismo que en la internet. Como ha conversado con mucha gente de todas partes cree que tiene amigos. Tiene una gracia eso sí, se guarda todo y se lleva bien con primos, tías y el familión de mi mamá. Con su pose de perro atropellado y buenos modales, todos creen que es un ser de luz. Yo conozco su lado B y no es nada de bonito.

IV

Si no fuera por la Daniela no hubiera entendido nunca lo que el viejo decía, – si no hay conexión no hay nada –. Me lo sigue diciendo, pero a propósito de sí mismo. Cuando le digo que se busque a alguien, que la Patty va a crecer y no lo necesitará más, ella juega al abismo, pero va con apoyo aunque se niegue a verlo; que el ñoño del Marcelito, se va a tener que dar los porrazos que ha chuteado para cuando salga de su pieza, porque algún día saldrá y que yo, yo ya estoy jugando mi propio partido sin saber cómo me va a ir. Pagaré mis deudas, aunque todo cambie, aunque nada cambie.

El viejo parece empeñado en volverse un ermitaño, no lo admite, pero creo que lo tiene decidido mucho antes de que la mamá se enfermara. Recuerdo esa conversación sobre el código binario. Trataba de explicarme cómo pasamos de esos tarjetones perforados a los computadores cuánticos de ahora, primero me explicó en un lenguaje lógico y formal – si una variable está presente entonces se pone 1, si la variable está ausente entonces se pone 0. Me costó mucho entender cómo se hace para variables continuas o cualitativas o para operaciones más complejas y los algoritmos. El ñoño de Marcelo, cachó todo y súper rápido. Yo necesitaba un huiro para cachar y como el papá vio mi cara de no entender nada, me dijo – te lo voy a explicar en lenguaje de calentón, tú andas con un montón de chiquillas, te gustan, crees que cada una tiene su encanto, tratas de verles el lado agradable a cada una, pero en algunas hay algo que te gusta, variables presentes, o no te gustan, variables ausentes, 0 –. Ahí empecé a entender, en lenguaje de calentón.

Después, se largó en una confesión, – a esta edad, a lo mejor durante toda la vida, lo que uno busca es conexión con alguien, como la ventanita de la novela de Sábato, una conciencia compartida, ¿cómo supiste que Daniela anulaba a las otras chiquillas?

      Ya, por el código binario, conexión presente = 1

Me quedé con muchas preguntas, pero lo dejé hasta ahí. El viejo no quiere conformarse, a lo mejor agotó sus puntos de red y ya no puede conectar con nadie.


Virus, Destino Circular

https://youtu.be/s_OJqUCIlGs


domingo, 10 de julio de 2022

Funcionario Hernández

 



Tal vez todos somos el malo de la película para alguien más o más de alguno.

− ¡Aquí el que ha instalado el concepto de que este proyecto no servía para nada ha sido ese señor que está parado ahí, Don Tomás Hernández Urrutia!

El señor parado allí en esa reunión catártica de un grupo que se ganaba la vida realizando actividades inconexas y sin impacto social, se había extrañado que no la agarraran antes con él. Cierto, había evaluado tres veces el mismo proyecto y su conclusión fue que no se podía decir si tenía impacto o no. Cada año aparecía con distinto nombre y estrategias que no tenían continuidad lógica con los objetivos declarados. Ni tan siquiera había números que comparar porque cada vez medía diferentes cosas, en fin, tenía razones de sobra para sentir que solo había hecho su trabajo para que los impuestos de los chilenos fueran bien utilizados. Cuando decía eso, recibía risitas burlonas y caras de – debe estar hueveando −. Lo peor era que no, era un ingenuo (huevón) con convicción.

No podía olvidar la cara de odio de la mujer, Pía Nosecuánto, que se atrevió por fin a acusarlo en esa asamblea. Era la pareja del autor del proyecto, José Pablo Larraín, un profesor de arte joven, entusiasta y bien relacionado. Tomás Hernández entendía la mujer debía estar hasta las patas por JP él para defenderlo así en público. JP también estaba ahí, casi no hablaba. Lo miraba desafiante y casi con lástima echado sobre una incómoda silla.

La misión encomendada era breve, despedir al grupo, agradecer el trabajo realizado y explicarles las condiciones de su despido. Pidió que lo acompañara alguien del departamento correspondiente, fueron dos, Cristián Soto Marín y Mario (des)Leal, cual de los dos más cobarde y chueco. Se sentaron atrás y consolaron a los concurrentes en evidente contradicción con lo que planteaba T.H. En ningún momento levantaron la voz para apoyarlo, actitud muy diferente de cuando lo aleonaban delante del jefe para que cortara el queque de una buena vez. Tenía grabadas sus expresiones de perros falderos en una galería de imágenes internas.

Tomás recurrió a su cara de Cyborg de los antiguos, a un rictus inexpresivo. Si hubiera sido delgado y bien hecho, sería un Francisco Cuadra de los ochenta y ahora, en versión femenina, una Camila Vallejo, dos de los personajes más cara de palo para enfrentar fracasos, errores garrafales y hacer como que no pasa nada. La pasión la dejaba para instancias en las que había algo que hacer, no para malgastar neurotransmisores/balas en jotes.

Cada cierto tiempo esa escena se le aparecía ¿se sentía culpable? Ni de cerca, le molestaba haber sido el tonto/huevón útil, el elegido para disfrazar de evaluación metodológica una pataleta del jefe porque a José Pablo se le había ocurrido burlarse de su estilo para tomar decisiones. Las anteriores se las habían pedido por lo abultado del presupuesto, pero el apellido del joven más unas lindas fotografías desbordantes de niños y colores dejaron todo igual.

− Démosle otra oportunidad, supervísalo tú, enséñale cómo se hace, a lo mejor no sabe.

Al que mandaban a cursos caros era a Larraín, no a Hernández porque las más de las veces estaba muy ocupado trabajando y por huevón, claro, por huevón, por no levantar la mano y creerse el cuento del buen funcionario público.

No le preocupaba Larraín y tampoco su séquito, ya tenía otro proyecto en marcha y al poco tiempo estaría recibiendo un buen sueldo y todos los recursos que su proyecto, que quién sabe cómo se llamaría ahora, requería.

Y ¿qué le había dado por acordarse de ese episodio? Una invitación para ser funcionario de nuevo. Respondió que no, que si el karma existía ya había pagado el suyo y tenía, a pesar de todos sus errores, en el trabajo y otras áreas, un saldo a favor que pensaba utilizar en ver la vida pasar, tal vez vivirla un poco si es que se podía. Los ímpetus y pasiones de joven se habían desteñido tanto que casi podía sentirse equilibrado. A ratos por lo menos.

A lo mejor se había quemado como dicen los gringos, − like a candle in the wind – o había sido muy intenso como llaman ahora a los de su especie los jóvenes suavezones. Para el caso daba lo mismo, el pasado era móvil y cada uno guardaría en la memoria una secuencia y explicaciones diferentes.

Algo estaba pasando eso sí, tenía que admitirlo. Esa mirada ensombrecida que lo había invadido por tanto tiempo estaba cediendo a veces a una que era capaz de iluminar espacios opacos a su conciencia. Sería que podía dormir de corrido y hasta a veces un poco más después del ruidito de la alarma o que había vuelto a tener ganas de moverse.

O la lluvia y el frío y lo energizante que pueden ser.

O el tiempo.

Otra posibilidad: la falta de presiones internas por alcanzar metas imposibles. Incluso una más: el cuento podía comenzar donde terminaban los cuentos tristes. Lo mejor era la recuperación de la risa, por tonterías, porque sí. 

Faltaba un paso todavía: las ganas de correr.


Litvinovski, Tales of the magic Tree, XI Fascinated by the Rain

https://youtu.be/F4qql0w0OvI


domingo, 3 de julio de 2022

En retrospectiva

 


Una vez que dijo lo obvio, con la voz, con los ojos y el dibujo de las palabras en el aire, la historia se reconstruyó para ambos en retrospectiva. La trama era otra, los motivos eran diferentes y los espacios vacíos, antes llenos de misterio y esperanza, ahora completaban las escenas de modo redundante.

El cristal había terminado de romperse por fin.

Ahora ambos podrían reír de la anécdota para ella, de la crisis para él. Qué bien que a pesar de que el frío se colara por el ventanal roto ya no tuviera que simular que conocía las reglas del juego. Cada uno estaba en uno diferente.

Había estado tan equivocado que hasta podía reírse de su desventura, de las piruetas que estuvieron demás y del respeto al reglamento que había seguido con tanta responsabilidad y compromiso.

Perdió la cuenta de las veces que intentó aclarar el juego y luego era vencido por la vergüenza de pasar por estúpido hasta que salirse fue la única opción.

Esto de los juegos en línea había sido una aventura difícil, había uno que se jugaba en la pantalla y otro en las conversaciones de discord y ni hablar cuando pasaron a la mensajería personal, ahí, en un momento que no pudo definir, hubo un impacto que trizó un cristal hasta terminar en una explosión de pedazos disparados en todas direcciones. Se acordó de la canción que cantaba su madre cuando no le resultaban sus intentos por tener una relación estable. Ella cantaba cuando estaba bien, cuando ya había pasado el momento más oscuro.

¿Se pondría a cantar él también?

Y nunca la conoció. Era difícil explicarse lo que sentía. Empezó porque los juegos eran entretenidos, era rápido y pasaba de un nivel a otro en cuestión de horas, a veces menos. El vértigo agradable y lleno de ansiedad, eso de ir de un escenario a otro, colorido, ruidoso, no se parecía en nada a la vida que le había tocado. Si una secuencia se ponía difícil había tipos que subían los trucos a YouTube o podía retroceder y practicar de nuevo o cambiar de juego. Al poco tiempo se incorporó la posibilidad de jugar en grupo, primero con los amigos, luego con otros equipos. Al recordar ese momento escuchó una explosión y una ráfaga de disparos en su cabeza.

Ella le dijo algo, le gustó su voz. Lo invitó a jugar en otra sala. Sus avatares eran del mismo animé. Eso fue, la coincidencia de gustos, luego las bandas sonoras, las alusiones a los diálogos de sus personajes favoritos. Ahí estaba. Se desató una cascada de adrenalina. ¿Acaso hay mejor mezcla que instantes de felicidad salpicados por otros de ansiedad?

Ahora impresionar en el juego era más importante, no importaba cuánto tiempo debía estar frente a la pantalla. Qué lata que sea necesario dormir, comer, ir al baño, pura pérdida de tiempo.

Ella quería jugar, en distintas horas, en distintas plataformas, allá iba él.

Cada vez salía menos, tenían horarios diferentes. Él se fue encerrando, las personas fueron reemplazadas poco a poco por personajes, se sentía más cercano a esos amigos a quienes solo conocía por la voz porque ninguno, tampoco él, quería mostrar su rostro - a quién le importa – decían todos. Lo importante es la total aceptación del otro, la vergüenza por la propia apariencia había aumentado más que nunca. Tampoco entendía eso, total estaba ella que le decía que él le encantaba, ya compartían fotos, se llamaban por videollamada y se susurraban fantasías sexuales, íntimas, muy íntimas– no me vengan con que esto no es real – Ya no sabía qué estaba pasando con sus amigos, los que alguna vez lo fueron, esos con cara y cuerpo, algo captaba de lo que estaba pasando con su familia, siempre lo mismo: todo bien, todo normal, nunca pasaba nada. A veces le reclamaban, asentía, hacía como que escuchaba, se aguantaba una media hora, a veces un poco más para que creyeran que le importaban y se iba a encerrar, a estudiar, obvio.

Los quería, pero cada uno estaba en su mundo, su hermano mayor se había ido y estaba disfrutando de su trabajo; su madre y tías, cuando hablaban de él parecían mirar al cielo agradeciendo por tantas bendiciones para ese niño inteligente y tan bien portado. Casi escuchaba un coro de ángeles y podía vislumbrar un halo dorado brillante sobre la cabeza del que le había aforrado sin piedad hasta hacía unos pocos años. Su hermana era otra cosa, no tenía idea de quien era, qué le interesaba o si hacía algo más que acusarlo de estar encerrado todo el día y practicar ballet. Le había dicho a su madre que la escuchaba vomitar en el baño, pero cuando le decían algo al respecto, armaba tal escándalo que la madre renunciaba a tratar de hacer algo – si tiene energía para bailar es que está comiendo, de otro modo se desmayaría –, sonaba lógico. Su hermana lo miró desafiante con los brazos en jarra la última vez con una cara de psicópata de película que desde ese día la llamaba el cisne negro. Así la había bautizado en todas las aplicaciones de mensajería.

En el juego, en las salas de discord, ahí sí podía ser el bacán, pero ella, su novia virtual y contendora, lo era más. Tenía habilidades defensivas que él no conocía, se escondía, se mimetizaba, pero, sobre todo, sabía negar cuando él creía haber descubierto su estrategia y de algún modo lo convencía de sobre interpretar, de pasarse películas sin asidero. Lo confundía ¿a propósito? Ahora creía que sí. Era mejor jugadora que él, lo supo desde siempre, desde antes de decidirse a entrar a su sala.

La adicción pasó a tener un gusto amargo cuando se quedaba jugando solo, cuando ella lo ghosteaba. Seguía ahí, esperándola, en ese juego insano, pasaba de un nivel a otro, de un juego a otro, de un grupo a otro. Se daba cuenta que por su capacidad lo esperaban otras chicas para invitarlo, se negó todas las veces que eso ocurrió.

El cisne negro se desmayó en un ensayo, el ángel de la familia, el hermano mayor no dio señales de querer ayudar, tuvo que llevarla él al hospital, su madre se había ido el fin de semana ya no se acordaba dónde, porque por lo general no ponía atención a la nada que ocurría a la hora de la once donde su madre pasaba revista: ¿comieron, ordenaron la ropa, qué notas se sacaron? Las respuestas eran las mismas: todo impecable, todo bien.

El cisne negro apenas respiraba, se veía verde y flaca como un saltamontes. En la urgencia le preguntaban de todo y él solo sabía que seguía vomitando. Le encontraron unos cortes superficiales, antiguos y nuevos, en la cara interior de los brazos. No recordaba la última vez que la había visto con manga corta, se hubiera dado cuenta – o tal vez no –. Cuando recuperó la conciencia el cisne lo vio a su lado – anda a jugar, voy a estar bien, no llames a la mamá, menos al papá –. No había pensado siquiera llamar al padre, no tenía ningún sentido. – cagaste, la mamá se vino de vuelta, la llamó la directora de la academia – el cisne cerró los ojos y pudo ver su expresión de desesperación silenciosa.

Lo mandaron fuera de la urgencia, por hábito había salido con la tablet y entró en el juego y a todas las salas donde podía encontrarla, necesitaba hablar con ella, decirle que estaba en problemas que no sabía qué hacer.

Su madre llegó, entró a la sala de urgencia, cuando salió lo tomó de los hombros – no es nada, no te preocupes, ándate, todo va estar bien, tu hermana está cansada eso es todo.

      ¿y los cortes?

      ¡Nada te digo!

Se fue a sentar a la sala de espera, miró de nuevo, ella no respondió y el último pedazo de cristal se desprendió de la pantalla.

 


Life as a flower

https://youtu.be/vq4_HI-mIhk

Cristina Rosenvinge, Mil pedazos

https://youtu.be/HGfwyiDlQKI



viernes, 3 de junio de 2022

Lanzamiento Libro Caleidoscopio y otros cuentos

 

El lanzamiento del libro Caleidoscopio y otros cuentos se hizo ayer 2 de junio. Estuvo concurrido y el cariño de los amigos flotaba en el aire.

Van algunas fotos y los textos que prepararon quienes comentaron el libro.

De derecha a izquierda, Fernando de Laire, Ximena Candia, Sandra Oller y Paula Ríos.

El primer comentario estuvo a cargo de la Médica Familiar, Dra. Sandra Oller. Una ávida lectora de clásicos y novedades en la literatura.

 

“¡Al menos traté!”

Es el epitafio que elige una mujer que acaba de morir.

Momentos antes, en el delirio en una sala de cuidados intensivos, se da cuenta que hasta la muerte tiene burocracia, le piden un epitafio en las instrucciones de su funeral. Inventa varios:

-          “Para la otra, quiero ser negra: con la facha de Rihanna, el verso de Michelle Obama y la voz de Whitney Houston, eso no más”.

-           “Vine, viví, no vencí y bailé”.

-          “Sueño cumplido, al fin seré flaca”.

Un relato ingenioso, divertido, profundo: Burocracia y Epitafios es un cuento donde el humor y el poema Elegía de Miguel Hernández acompaña la reflexión sobre la muerte, un recorrido intimo por las experiencias y los recuerdos en el momento final.

 

Música: Juan Manuel Serrat: Elegía, poema de Miguel Hernández

Otro cuento:

“¿En qué piensa Usted corazoncito mío antes de dormir? ¿En qué piensa? Porque muchas noches yo me acuerdo de usted, lo veo por ahí en el universo que solo existe en las cosas que no se dicen. A veces se me aparece en sueños y me da por creer que Borges tenía razón, que otra existencia se teje y se desteje en los sueños, ahí donde los contenidos se mandan solos, donde se entrelazan personas en tiempos y situaciones imposibles.

Corazoncito, Ud. no sabe que existo, lo elegí para inventar un mundo, el mundo de los pensamientos y las palabras no dichas”.

Las reglas de lo implícito es la historia de un amor fantástico, un mundo inventado por una bibliotecaria para depositar el amor que la desborda.

Un relato conmovedor, entrañable que una siente como propio.

Música: Sexta Sinfonía, Beethoven, Pastoral, segundo movimiento.

Y otro más:

“Le gustaba jugar con las palabras, como cuando dicen murió en su ley, en Suley.

Un lugar llamado Suley. Mucha gente moría allí, en Suley: delincuentes, alcohólicos, adictos, deportistas extremos.

Era un lugar peligroso ese pueblo.

Un día a la vez, dice el protagonista y se convierte en su lema.

Zulema, su amor, por la que seguía sintiendo lo mismo, por la que se rindió, por la que perdió todas las batallas. Zulema que vivía en Suley”.

Zulema en Suley es una historia de pérdidas, una mirada honesta a las limitaciones de la vida. En este relato, Ximena despliega magistralmente su talento en el juego de palabras, se convierten en un protagonista, le dan curso a la acción.

Música: Find de waterfall, this will bring you luck. 

En Caleidoscopio y otros cuentos, Ximena reúne 32 relatos cortos, son historias de estos tiempos, de personas comunes y corrientes, un poco extraños en este mundo moderno, son los distintos, los que no encajan, los que se arriesgan y pierden. Ximena construye sus relatos desde su campo de dominio, son personajes psicológicos, habitan mundos internos, siguen un curso de pensamiento, desbordan emociones, en esos mundos interiores se dan todas las batallas.

En cada uno de los relatos Ximena nos regala un fondo musical ad hoc, desde la balada a la música clásica, nos invita a conocer su universo musical, nos crea la playlist perfecta para leerla.


El segundo comentario estuvo a cargo de Paula Ríos, madre, psicóloga, laboral, MBA y lectora consumada.

Lo primero que quisiera aclarar es que mi comentario nace desde la perspectiva de una simple lectora a la que los libros y las lecturas le gustan o no le gustan por las emociones que le evocan. Esto implica, en un acto de gran autorreferencia, que yo soy el instrumento de medición. 

En ese contexto, les comentaré las “cositas” que me provocan los cuentos de Ximena. 

Lo primero que quisiera destacar es el sentido del humor. Muchos de sus personajes se ríen de sí mismos. Los que conocemos a Ximena, sabemos que también ella lo hace de sí misma. Varias veces me pillé esbozando sonrisas o carcajadas cuando leía. Debieron pensar que estaba media destemplada, como varios de los personajes de los cuentos de Caleidoscopio. 

Lo otro que me sorprende de los cuentos de Ximena es el sentimiento general de soledad. Sus personajes viven en ciudades grandes, trabajan y participan en grupos, pero en última instancia, están solos en sus diálogos internos. Se tienen solo a si mismos, como si esa fuera la verdad final: nos tenemos solo a nosotros mismos y nadie nos acompaña en ese eterno devenir de guiones imaginarios con nuestros fantasmas. 

Lo tercero que me provoca es sorpresa. Los finales me sorprenden, en pocas líneas logra asombrarme con un hecho inesperado, con un vuelco creativo, con algo que no se me había ocurrido. Incluso a veces, cuando espero que pase algo, me sorprende y el cuento termina en que no pasa nada y el final es abierto... Pero la gracia está en hacer esto en tan poco espacio, con tanta economía de palabras, en lo que demoras en esperar tu turno en la Isapre o en la vacuna. 

Pero ahora les trataré de explicar, en mis burdas palabras, lo más relevante para mí. Los personajes de Ximena son como tú o como yo. Son como mi hermano o mi mamá. Trabajan, son profesionales, toman micro por Grecia, escuchan música, ponen la mesa y preparan comida, se enamoran y se separan. Es muy fácil imaginarse como ellos, porque son gente común y corriente. Pero lo interesante es la disección que hace Ximena de sus sentimientos, de sus momentos, que lo lleva a uno a identificarse con momentos parecidos porque los ha vivido.

Ximena tiene la capacidad de describir ese momento muy trivial que está viviendo el personaje, que es muy parecido al que tu podrías tener, ese diálogo interno que de tanto tenerlo a uno le pasa desapercibido. Ximena releva pequeños gestos y situaciones, que no nos damos cuenta de cuánto nos han marcado, que nos quedan dando vuelta, les hace una cuidadosa autopsia y nos hace conscientes de ese momento. 

Esto hace que las historias de las personas comunes y corrientes sean grandes historias y por consiguiente, nos deja la sensación de que la vida propia es una vida de cuento. 


El tercer y último comentario estuvo a cargo de Fernando de Laire, sociólogo de la Universidad de Chile y Doctor en sociología por la Universidad Católica de Lovaina. Es autor de los libros "Imagen del Norte, mirada y palabra del Sur" (junto al fotógrafo Hugo José Suárez), "La trama invisible o los claroscuros de la flexibilidad" y "El éxtasis y la lágrima. Un sociólogo en la encrucijada cubana".

Comentar un libro es un ejercicio de alteridad, es decir, enfrentarse a un otro; más bien, ponerse cara a cara con un otro. ¿Pero entonces, a quién enfrentarme en este comentario? ¿A la autora? ¿Al libro? La ortodoxia dice que hay que abordar el texto, prescindiendo de las circunstancias del autor. Me temo que, en este caso, aplicar dicha regla es imposible y voy a argumentar por qué. 

            Ximena, no obstante que esta es su segunda obra literaria, no es una escritora con una trayectoria clásica. No viene de las escuelas de literatura o de escritura creativa; no integra los cenáculos que se dan cita en la Librería Metales Pesados ni otros similares. No integra la corte de Gonzalo Contreras ni creció en el taller de José Donoso. 

            Entonces, dejémoslo establecido: Ximena es una psicóloga que se proyecta –y lo hace bastante bien– hacia la literatura. Pero, además, no reniega de esa condición. Eso le da una cualidad única; para ponerlo en los términos de mi colega Pierre Bourdieu, se sitúa o llega al campo literario desde una posición excéntrica. Y, desde esa perspectiva, goza de una riqueza y a la vez enfrenta un límite. 

            Cuando comencé a leer su libro, le comenté esta idea y me respondió: “Sí, no me puedo escindir. Creo que soy una psicóloga que intenta escribir”. Y tiempo después, me comentaría: “Es un problema para mí superar el síndrome del impostor”. En respuesta, yo le digo: no. Usted no es una impostora. Usted se está construyendo a pulso un camino literario. Y uno de los personajes le manda un mensaje a su creadora: “En definitiva uno es su historia y lo que lo confirma, ¿no?”. 

            Pasando a otra arista, este conjunto de cuentos puede leerse como la crónica de una ciudad descentrada. “Esta ciudad está por completo rara se lee en uno de ellos–, es como si los parámetros se hubieran corrido”. Y entonces, podemos preguntarnos. ¿De qué centro nos corrimos? ¿Qué parámetros abandonamos?

 

            Me atrevo a decir que la respuesta, que completará cada lector desde luego, ofrece un camino de dislocaciones, de desplazamientos de sentido. Diseminadas entre las páginas, existen pistas: una de ellas remite claramente al estallido social, cuyos efectos no terminan de cuajar (y no es casual que estemos acá, en calle Vicuña Mackenna, un día jueves y no un día viernes). Jugando con las palabras, es curioso que el primer desplazamiento de sentido se adentre en el mayor giro de significantes desde la recuperación de la democracia: de Plaza Italia a Plaza Dignidad, con todas las connotaciones que ello trae consigo; del pacto de la transición al pacto que no termina de parir y, como todo indica, no terminará de parir por mucho tiempo. Venimos de una sociedad fracturada que restañó sus heridas “en la medida de lo posible” y vamos a una sociedad fracturada post plebiscito, cualquiera sea su resultado. ¿Alguien tiene alguna duda? De cierta manera, algo de ello planea sobre este texto. 

            Pero existe otro plano desde el cual pensar el desplazamiento de parámetros del que habla Ximena: es la pérdida de un equilibrio existencial, que tiene que ver con el sistema económico imperante, pero, incluyendo esos efectos, se introduce en aguas más profundas. Me explico: en estas historias podemos ver con toda nitidez las huellas del neoliberalismo en los sujetos, huellas que podrían salmodiarse con los títulos de los libros del filósofo coreano Byung-Chul Han: Sociedad del cansancio, Agonía del eros, Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder.

             Sobre ese telón de fondo asoma lo otro: el ventarrón existencial, frente al cual –al ir leyendo– uno puede aproximarse por los caminos de la empatía, el asombro, a ratos el espanto. Cualquiera sea el orden en que se lean los cuentos, tenemos, en algún momento, el nítido vislumbre de un desierto. El desierto existencial que nos roza.

             ¿Cuál es la clave de ese páramo? Una condición que se resume en una palabra: desamparo. Palabra bonita, palabra triste. De algún modo todos, aquí, comen la ostia del desamparo.

             Hay, para mí, un momento bisagra del libro donde dos mujeres se sincronizan en lo que la autora denomina “la misma queja universal”. No se ofrece una definición, sólo esa expresión rotunda sin continuidad en la enunciación, sólo ese significante abierto en medio de un final abierto. Se trata del cuento “Golpes al volante”.

             Como esa una de las riquezas de la literatura, mi interpretación fue que esa queja universal era el desamor. Ahí vi una de las claves mayores de todo el volumen. Pero Ximena me comentó que no. Para ella, ese lamento se vinculaba al peso social y biológico del desamparo. Y ello, en clave feminista, o de empatía femenina al menos. En sus palabras, el peso de “resolver sola todo o casi todo, cuando se prepara a las mujeres para sentirse protegidas o en relaciones de colaboración”. Sin duda, ese plano sobresale en el texto, aunque también hay hombres que sufren a su modo. 

            Quisiera volver ahora a mi punto de partida, a ese ser bifronte: la escritora psicóloga o la psicóloga escritora. Decía Armando Uribe que, si alguien le pedía un consejo sobre cómo devenir escritor, él le sugería ejercer su profesión u oficio, cualquiera este fuera, observar, retener, masticar la realidad alrededor… Y si tenía pasta de escritor o escritora, si tenía voluntad, tal vez emergiera eso que estaba buscando expresar. No es la única fórmula, pero es una que puede ser eficaz.

             En ese sentido, en estos cuentos se intuye a la psicóloga en su consulta, escrutando, anotando, ejerciendo la escucha psicoanalítica o sus derivadas. Uno ve correr el flujo de una experiencia. El flujo -por qué no- de nuestros traumas, nuestras ansiedades y angustias. Uno se ve. Uno nos ve. Aquí, en esta sala. Queriendo o temiendo verse reflejados en estas páginas. Vampirizados.

             La metáfora del escritor como vampiro tiene un extenso linaje. En la tradición, suele asociarse a beber la sangre de los referentes, los maestros; plagiándolos o construyendo un crisol de influencias del cual emerge un estilo propio y una obra. Pero existe esta otra forma de vampirización, que puede ser paradojal también, ya que, a ratos, la escritora agarra del pelo a la psicóloga, a pesar de sí misma, y la mete al libro sin que ella se dé cuenta. Lo sé. Algo de eso hemos conversado. Hay cosas que un lector atento percibe y que la escritora psicóloga no ve, atrapada en el flujo.  

             Uso esa palabra a propósito. Una de mis autoras favoritas, Marguerite Duras, lo plantea así: “La escritura es eso. Es el flujo de la escritura que pasa por el cuerpo. Lo atraviesa. Es desde ahí que partimos para hablar de emociones que son difíciles de decir, tan extrañas y que, entretanto, de súbito se apoderan de nosotros”. Lo no consciente como clave de la creación, junto a una voluntad imperiosa de expresar. No de corregir. No de pulir. Ese engranaje gira bien aceitado en esta compilación de relatos. 

            Finalmente, quiero concentrarme en la figura del caleidoscopio. Ximena titula así uno de sus cuentos y este adquiere un significado especial al darle el nombre al conjunto o, al menos, al ponerlo en un lugar preeminente: “Caleidoscopio y otros cuentos”. Lo primero que hay que decir es que, en nota al pie de página, ella remite a una entrevista que le hizo el periodista Marcelo Longobardi a María Kodama, la escritora, traductora y, hacia el final de sus días, esposa de Jorge Luis Borges. Según Kodama, este último habría escrito “El Aleph” inspirado en la figura del caleidoscopio.

             El Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo y en la narración de Borges es “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos” o también “el punto donde convergen todos los puntos” y hace además referencia a “un espejo cuyo cristal reflejaba el universo entero”. 

Sin dar pie a una eventual megalomanía de la autora, creo que la figura del caleidoscopio, como referencia a una totalidad construida por espejos que convergen, es bastante consistente. Hay en estos cuentos un sentido de unidad. La percepción o la intuición de un país y una época en los que nos reconocemos. Y no diré donde encajamos, porque este libro está lleno de personajes desencajados. 

Palabras. Me gustan las palabras. Me gusta jugar con las palabras. Vivo de las palabras, de las mías y de los otros. Sobre todo, de las otras.

 Pero, pongámonos serios: Desencajados. Aproximaciones semánticas: desajustados, desarticulados, dislocados, separados, descolocados, aturdidos, descompuestos. Demudados. 

Para decir que nadie anda como sus antónimos: serenos, calmos, sosegados.

Hay, entonces y lo refuerzo– un sentido de unidad y un efecto de realidad, y eso no es mérito de una profesión voyerista, vampirizante, fisgona. Es mérito de una pluma distinta, certera en su concisión y en la redondez de sus historias. Lúcida en mostrar las fisuras del presente, las que no se ven y que dibujan con trazos nítidos ese desierto existencial que nos roza.






                               Felipe Salazar lee el cuento "La Imporancia de la Buena Ortografía"

Mildred Rojas condujo con gran acierto y encanto el lanzamiento.

Uno de los grupos de amigos asistentes, mucho cariño en el ambiente.


La escritora Alejandra Basoalto, directora de la Editorial La Trastienda y Cristóbal Ladrón de Guevara, diseñador de la portada de Café Literario y Caleidoscopio.

Muchas gracias a los que participaron y construyeron un lindo momento para recordar.




sábado, 28 de mayo de 2022

Oración II

 


Que sea capaz de escuchar los comentarios sin poner caras ridículas.

 

Me gusta celebrar, pero detesto esos momentos en que se canta la canción del feliz cumpleaños ¿qué hace una en ese momento? Mirarlos a todos, quedarse pegada mirando las velitas, tontear. Eso hago. Me pongo a cantar con voz operática en mi propio cumpleaños, así nos reímos todos. Es más difícil soportar la lectura de comentarios de lo que escribo, son más largas que un cumpleaños feliz y no hay forma de ponerse a tontear en esos momentos. Muchas cosas se pasean por mi mente para evitar concentrarme. La única vez anterior no escuché nada de lo que decían, atiné a agradecer y luego pedirles copia de sus escritos para leerlos con calma.

Tú tranquila, estoy acá

Que la confirmación el exhibicionismo y el narcisismo implícito sea soportable

Eso ha sido lo más difícil de tolerar, esos motes de intelectual que se supone implica la afición por escribir, supieran lo ignorante que soy, que leo algo y se me olvida dónde y quién lo escribió. Que hasta leo textos míos y no me parecen propios, no solo por el síndrome de impostora, sino porque muchos no vuelvo a leerlos en mucho tiempo. Los reconozco por las emociones, no tanto por el contenido. Asumo que escribir y exponer textos es la sombra de la personalidad melancólica funcional, más o menos. El lado b.

Tú tranquila, estoy acá

 

Que no se aburran los asistentes

Ya sé, no depende de mí, no en exclusiva, pero igual lo siento como una presión. Sí, es irracional, por eso esto se llama oración, El acto de rezar, pedir, a la entidad que una dote de poder como para cumplir deseos banales es irracional, por eso este texto, porque me dan ataques de irracionalidad en el estrés.

Tú tranquila, estoy acá

Que me acuerde de esta sensación y nunca más lance un libro, aunque me haya propuesto tres.

Ay, si no fuera porque las palabras pesan, se esculpen en alguna parte y me generan deudas, esta sería la oración más fácil de cumplir, pero ¡pucha! ¿Por qué dije tres? Encima dije que el tercero sería algo liviano, divertido como cuando me dio por escribir de cocina y las tareas domésticas. Reniego de esas palabras, las borro, nunca dije eso, me sacaron de contexto. No era yo en ese momento, debo haber estado con trago. Ya sé, vale igual, pero es un atenuante de la culpa. No fui yo, fue la desinhibición de la corteza cerebral frontal.

Tú tranquila, estoy acá

 

Stephan Moccio, Kaleidoscope

https://youtu.be/d7CpuZfQJhE

 

https://nopoderdecir.blogspot.com/search?q=oraci%C3%B3n


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...