domingo, 3 de julio de 2022

En retrospectiva

 


Una vez que dijo lo obvio, con la voz, con los ojos y el dibujo de las palabras en el aire, la historia se reconstruyó para ambos en retrospectiva. La trama era otra, los motivos eran diferentes y los espacios vacíos, antes llenos de misterio y esperanza, ahora completaban las escenas de modo redundante.

El cristal había terminado de romperse por fin.

Ahora ambos podrían reír de la anécdota para ella, de la crisis para él. Qué bien que a pesar de que el frío se colara por el ventanal roto ya no tuviera que simular que conocía las reglas del juego. Cada uno estaba en uno diferente.

Había estado tan equivocado que hasta podía reírse de su desventura, de las piruetas que estuvieron demás y del respeto al reglamento que había seguido con tanta responsabilidad y compromiso.

Perdió la cuenta de las veces que intentó aclarar el juego y luego era vencido por la vergüenza de pasar por estúpido hasta que salirse fue la única opción.

Esto de los juegos en línea había sido una aventura difícil, había uno que se jugaba en la pantalla y otro en las conversaciones de discord y ni hablar cuando pasaron a la mensajería personal, ahí, en un momento que no pudo definir, hubo un impacto que trizó un cristal hasta terminar en una explosión de pedazos disparados en todas direcciones. Se acordó de la canción que cantaba su madre cuando no le resultaban sus intentos por tener una relación estable. Ella cantaba cuando estaba bien, cuando ya había pasado el momento más oscuro.

¿Se pondría a cantar él también?

Y nunca la conoció. Era difícil explicarse lo que sentía. Empezó porque los juegos eran entretenidos, era rápido y pasaba de un nivel a otro en cuestión de horas, a veces menos. El vértigo agradable y lleno de ansiedad, eso de ir de un escenario a otro, colorido, ruidoso, no se parecía en nada a la vida que le había tocado. Si una secuencia se ponía difícil había tipos que subían los trucos a YouTube o podía retroceder y practicar de nuevo o cambiar de juego. Al poco tiempo se incorporó la posibilidad de jugar en grupo, primero con los amigos, luego con otros equipos. Al recordar ese momento escuchó una explosión y una ráfaga de disparos en su cabeza.

Ella le dijo algo, le gustó su voz. Lo invitó a jugar en otra sala. Sus avatares eran del mismo animé. Eso fue, la coincidencia de gustos, luego las bandas sonoras, las alusiones a los diálogos de sus personajes favoritos. Ahí estaba. Se desató una cascada de adrenalina. ¿Acaso hay mejor mezcla que instantes de felicidad salpicados por otros de ansiedad?

Ahora impresionar en el juego era más importante, no importaba cuánto tiempo debía estar frente a la pantalla. Qué lata que sea necesario dormir, comer, ir al baño, pura pérdida de tiempo.

Ella quería jugar, en distintas horas, en distintas plataformas, allá iba él.

Cada vez salía menos, tenían horarios diferentes. Él se fue encerrando, las personas fueron reemplazadas poco a poco por personajes, se sentía más cercano a esos amigos a quienes solo conocía por la voz porque ninguno, tampoco él, quería mostrar su rostro - a quién le importa – decían todos. Lo importante es la total aceptación del otro, la vergüenza por la propia apariencia había aumentado más que nunca. Tampoco entendía eso, total estaba ella que le decía que él le encantaba, ya compartían fotos, se llamaban por videollamada y se susurraban fantasías sexuales, íntimas, muy íntimas– no me vengan con que esto no es real – Ya no sabía qué estaba pasando con sus amigos, los que alguna vez lo fueron, esos con cara y cuerpo, algo captaba de lo que estaba pasando con su familia, siempre lo mismo: todo bien, todo normal, nunca pasaba nada. A veces le reclamaban, asentía, hacía como que escuchaba, se aguantaba una media hora, a veces un poco más para que creyeran que le importaban y se iba a encerrar, a estudiar, obvio.

Los quería, pero cada uno estaba en su mundo, su hermano mayor se había ido y estaba disfrutando de su trabajo; su madre y tías, cuando hablaban de él parecían mirar al cielo agradeciendo por tantas bendiciones para ese niño inteligente y tan bien portado. Casi escuchaba un coro de ángeles y podía vislumbrar un halo dorado brillante sobre la cabeza del que le había aforrado sin piedad hasta hacía unos pocos años. Su hermana era otra cosa, no tenía idea de quien era, qué le interesaba o si hacía algo más que acusarlo de estar encerrado todo el día y practicar ballet. Le había dicho a su madre que la escuchaba vomitar en el baño, pero cuando le decían algo al respecto, armaba tal escándalo que la madre renunciaba a tratar de hacer algo – si tiene energía para bailar es que está comiendo, de otro modo se desmayaría –, sonaba lógico. Su hermana lo miró desafiante con los brazos en jarra la última vez con una cara de psicópata de película que desde ese día la llamaba el cisne negro. Así la había bautizado en todas las aplicaciones de mensajería.

En el juego, en las salas de discord, ahí sí podía ser el bacán, pero ella, su novia virtual y contendora, lo era más. Tenía habilidades defensivas que él no conocía, se escondía, se mimetizaba, pero, sobre todo, sabía negar cuando él creía haber descubierto su estrategia y de algún modo lo convencía de sobre interpretar, de pasarse películas sin asidero. Lo confundía ¿a propósito? Ahora creía que sí. Era mejor jugadora que él, lo supo desde siempre, desde antes de decidirse a entrar a su sala.

La adicción pasó a tener un gusto amargo cuando se quedaba jugando solo, cuando ella lo ghosteaba. Seguía ahí, esperándola, en ese juego insano, pasaba de un nivel a otro, de un juego a otro, de un grupo a otro. Se daba cuenta que por su capacidad lo esperaban otras chicas para invitarlo, se negó todas las veces que eso ocurrió.

El cisne negro se desmayó en un ensayo, el ángel de la familia, el hermano mayor no dio señales de querer ayudar, tuvo que llevarla él al hospital, su madre se había ido el fin de semana ya no se acordaba dónde, porque por lo general no ponía atención a la nada que ocurría a la hora de la once donde su madre pasaba revista: ¿comieron, ordenaron la ropa, qué notas se sacaron? Las respuestas eran las mismas: todo impecable, todo bien.

El cisne negro apenas respiraba, se veía verde y flaca como un saltamontes. En la urgencia le preguntaban de todo y él solo sabía que seguía vomitando. Le encontraron unos cortes superficiales, antiguos y nuevos, en la cara interior de los brazos. No recordaba la última vez que la había visto con manga corta, se hubiera dado cuenta – o tal vez no –. Cuando recuperó la conciencia el cisne lo vio a su lado – anda a jugar, voy a estar bien, no llames a la mamá, menos al papá –. No había pensado siquiera llamar al padre, no tenía ningún sentido. – cagaste, la mamá se vino de vuelta, la llamó la directora de la academia – el cisne cerró los ojos y pudo ver su expresión de desesperación silenciosa.

Lo mandaron fuera de la urgencia, por hábito había salido con la tablet y entró en el juego y a todas las salas donde podía encontrarla, necesitaba hablar con ella, decirle que estaba en problemas que no sabía qué hacer.

Su madre llegó, entró a la sala de urgencia, cuando salió lo tomó de los hombros – no es nada, no te preocupes, ándate, todo va estar bien, tu hermana está cansada eso es todo.

      ¿y los cortes?

      ¡Nada te digo!

Se fue a sentar a la sala de espera, miró de nuevo, ella no respondió y el último pedazo de cristal se desprendió de la pantalla.

 


Life as a flower

https://youtu.be/vq4_HI-mIhk

Cristina Rosenvinge, Mil pedazos

https://youtu.be/HGfwyiDlQKI



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