lunes, 25 de julio de 2022

Otro equilibrio

 


Cuando los vio a la distancia Horacio pensó en alejarse, pero era demasiado tarde y su reciente lesión en el tobillo haría más aparatosa la huida y muy poco digna. Los reconoció de inmediato, Cecilia y Carlos, venían de la mano, caminando lento y mirando alrededor con una actitud serena. A esas alturas ya lo habrían visto y no tendría más alternativa que participar, una vez más de una escena social aburrida y educada. Era la realización de una de sus peores fantasías.

Cómo detestaba esas instancias, esas pseudo conversaciones en dónde lo único interesante es lo que se dice sin palabras, pero con ella era un analfabeto, un torpe, rara vez logró descifrar sus tonos. Su habilidad con otros era más casi notable, pero con ella no. Veía lo que quería y tejía una y otra historia, de distintos colores y texturas, sin que ninguna tuviese algún asidero. En su profesión, policía de investigaciones, había que buscar pautas de conductas, lugares favoritos, significados de gestos y la tendencia a la repetición de muchos delincuentes. Alguna vez pensó que eso le daría alguna ventaja para entenderla. No. Claro está que no.

Cecilia no recordaba haber lanzado una piedra que llegó a dar justo en medio de su frente, casi nadie recuerda cosas que ocurrieron a los siete años, Horacio sí y antes también, después advirtió que no era precisamente un talento. Ese piedrazo lo hizo encerrarse un buen tiempo porque no sabía el nombre de quien lo había lanzado y al entrar corriendo asustado a su casa había dicho el nombre de otro niño, un vecino al que no soportaba. Muchas cosas en la niñez se tratan del orgullo y recibir un proyectil tan certero de una niñita a la que no conocía y de la que recordaba solo su piel morena, los ojos grandes y la buena puntería, era una vergüenza.

Ella era más talentosa que él así es que tenía una memoria más selectiva y funcional. Por supuesto no se acordó del piedrazo, tampoco del papelito escrito a máquina que lanzó por la reja, varios años más tarde, con el número de teléfono de su amiga que quería conocerlo. Recordaba ese rectángulo blanco como una fotografía en HD y la felicidad que sintió cuando ya había comenzado a tener conciencia de la órbita que recorrería tantas veces, terminando siempre con una herida en la cabeza.

Cecilia se ve bien, parece inconsciente de su atractivo o simula no saberlo. Siempre acompañada, siempre dejando en claro que no había más espacio en su mundo. Esta vez sus hijas no estaban con ellos, los adolescentes prefieren casi cualquier cosa a caminar junto a sus padres.

Salió airoso de la situación, inventó algo, como no podía caminar rápido, dijo que esperaba una llamada importante y que le hubiera gustado compartir más con ellos, pero en este preciso instante era imposible. Sacó el teléfono del bolsillo de su parka y se volvió hacia el muelle mostrando los audífonos como prueba de su ocupada agenda aún frente al Llanquihue, en otoño.

Cecilia puso su clásica expresión de inocente frente a su marido, miraba alrededor como si nada pudiera perturbarla, cualquiera podría decir que se aburría junto a él. Horacio aprendió a punta de portazos que no era así y que ese silencio e infantilización que demostraba frente a Carlos era una forma de parecer disponible y seducir porque sí, porque así era ella.

Carlos lo sabía, la dejaba jugar. Siempre volvía. Es más, cada amante le devolvía a una Cecilia ganosa, culposa y dispuesta a complacerlo en cualquier cosa que él deseara, lo acompañaba a los destinos que él quería conocer, le reafirmaba cuánto lo quería y le juraba y re juraba que nunca lo dejaría cuando él ni siquiera había preguntado. Carlos detectaba las señales, pero la dejaba hacer, ya era una especie de contrato implícito entre ambos. Cecilia, intentando alejar a los peligros que la acechaban, luego de volver de sus andanzas, reales o casi reales, decía a quien quisiera oírla, a Horacio también, cuánto quería a Carlos y lo buena que era la vida junto a él.

Horacio repasaba las secuencias, las señales desde los juegos escolares hasta entrados los treinta, todo dependía del último mensaje y de la emoción que lo embargara en algún momento. Cuando estaba melancólico o angustiado podía hacer un listado infinito de signos y pruebas de que él nunca le importó a Cecilia más que una especie de mascota temporal, alguien que le inspiraba ternura y curiosidad, hasta cariño inclusive. Si se sentía confiado volvía a soñar con ella. Y si soñaba ella lo contactaba.

Casualidades, estúpidas casualidades.

Carlos juró no hacer nunca más una escena de celos a Cecilia desde que volvió a su casa después de haberse ido con un tipo que en su momento decía era el amor de su vida. ¿Qué habrá sido de él? se mordió la lengua para no preguntar. Al verla volver, pedir perdón casi llorando, jurando y enamorarse de él igual que antes, más y mejor que antes, sintió el poder del silencio y la vulnerabilidad. No le rogó, la entendió y ambos se prometieron dejar atrás esa historia que ahora era un tabú. No se hablaba del tema. Las hijas llegaron a ese matrimonio después de la reconciliación, tres hijas, cada una muy diferente de la otra, pero sin lugar a duda, con la impronta de Carlos en sus rostros y sin el encanto de Cecilia.

Cecilia trata sin éxito de hacerles entender cómo se juega en la vida, sin maldad, pero con la suficiente seguridad como para olvidar lo inconveniente y mantener frescos en la memoria los mejores recuerdos y logros. Las hijas nacieron en otra época y la miran como miembro de una especie en vías de extinción, la madre interpreta esa mirada como si supieran más de lo que ella y el padre han contado.

Cada cierto tiempo Cecilia siente ganas de un escape, la mirada vacía de Carlos, su paciencia infinita y la mirada acusadora de sus hijas la hacían acumular un grado de tensión un tanto molesto. Para alguien como ella siempre había un tipo disponible. Solo había que ser discretos.

Horacio la rondaba desde siempre y desde que lo supo sabía que podía salvar su matrimonio alimentando las fantasías sin correr ningún riesgo, en especial ahora que él había encontrado pareja y exprofeso su rostro mostraba la misma expresión inocente que la de ella al lado de Carlos.

El teléfono vibró por un mensaje, igual que en el sueño de la noche anterior, Horacio se incorporó como un autómata y se dijo que la misión de hoy era equilibrar el matrimonio de Cecilia una vez más.



The Spinners, Games people play.

https://youtu.be/_jbwZnfZW54


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