domingo, 10 de julio de 2022

Funcionario Hernández

 



Tal vez todos somos el malo de la película para alguien más o más de alguno.

− ¡Aquí el que ha instalado el concepto de que este proyecto no servía para nada ha sido ese señor que está parado ahí, Don Tomás Hernández Urrutia!

El señor parado allí en esa reunión catártica de un grupo que se ganaba la vida realizando actividades inconexas y sin impacto social, se había extrañado que no la agarraran antes con él. Cierto, había evaluado tres veces el mismo proyecto y su conclusión fue que no se podía decir si tenía impacto o no. Cada año aparecía con distinto nombre y estrategias que no tenían continuidad lógica con los objetivos declarados. Ni tan siquiera había números que comparar porque cada vez medía diferentes cosas, en fin, tenía razones de sobra para sentir que solo había hecho su trabajo para que los impuestos de los chilenos fueran bien utilizados. Cuando decía eso, recibía risitas burlonas y caras de – debe estar hueveando −. Lo peor era que no, era un ingenuo (huevón) con convicción.

No podía olvidar la cara de odio de la mujer, Pía Nosecuánto, que se atrevió por fin a acusarlo en esa asamblea. Era la pareja del autor del proyecto, José Pablo Larraín, un profesor de arte joven, entusiasta y bien relacionado. Tomás Hernández entendía la mujer debía estar hasta las patas por JP él para defenderlo así en público. JP también estaba ahí, casi no hablaba. Lo miraba desafiante y casi con lástima echado sobre una incómoda silla.

La misión encomendada era breve, despedir al grupo, agradecer el trabajo realizado y explicarles las condiciones de su despido. Pidió que lo acompañara alguien del departamento correspondiente, fueron dos, Cristián Soto Marín y Mario (des)Leal, cual de los dos más cobarde y chueco. Se sentaron atrás y consolaron a los concurrentes en evidente contradicción con lo que planteaba T.H. En ningún momento levantaron la voz para apoyarlo, actitud muy diferente de cuando lo aleonaban delante del jefe para que cortara el queque de una buena vez. Tenía grabadas sus expresiones de perros falderos en una galería de imágenes internas.

Tomás recurrió a su cara de Cyborg de los antiguos, a un rictus inexpresivo. Si hubiera sido delgado y bien hecho, sería un Francisco Cuadra de los ochenta y ahora, en versión femenina, una Camila Vallejo, dos de los personajes más cara de palo para enfrentar fracasos, errores garrafales y hacer como que no pasa nada. La pasión la dejaba para instancias en las que había algo que hacer, no para malgastar neurotransmisores/balas en jotes.

Cada cierto tiempo esa escena se le aparecía ¿se sentía culpable? Ni de cerca, le molestaba haber sido el tonto/huevón útil, el elegido para disfrazar de evaluación metodológica una pataleta del jefe porque a José Pablo se le había ocurrido burlarse de su estilo para tomar decisiones. Las anteriores se las habían pedido por lo abultado del presupuesto, pero el apellido del joven más unas lindas fotografías desbordantes de niños y colores dejaron todo igual.

− Démosle otra oportunidad, supervísalo tú, enséñale cómo se hace, a lo mejor no sabe.

Al que mandaban a cursos caros era a Larraín, no a Hernández porque las más de las veces estaba muy ocupado trabajando y por huevón, claro, por huevón, por no levantar la mano y creerse el cuento del buen funcionario público.

No le preocupaba Larraín y tampoco su séquito, ya tenía otro proyecto en marcha y al poco tiempo estaría recibiendo un buen sueldo y todos los recursos que su proyecto, que quién sabe cómo se llamaría ahora, requería.

Y ¿qué le había dado por acordarse de ese episodio? Una invitación para ser funcionario de nuevo. Respondió que no, que si el karma existía ya había pagado el suyo y tenía, a pesar de todos sus errores, en el trabajo y otras áreas, un saldo a favor que pensaba utilizar en ver la vida pasar, tal vez vivirla un poco si es que se podía. Los ímpetus y pasiones de joven se habían desteñido tanto que casi podía sentirse equilibrado. A ratos por lo menos.

A lo mejor se había quemado como dicen los gringos, − like a candle in the wind – o había sido muy intenso como llaman ahora a los de su especie los jóvenes suavezones. Para el caso daba lo mismo, el pasado era móvil y cada uno guardaría en la memoria una secuencia y explicaciones diferentes.

Algo estaba pasando eso sí, tenía que admitirlo. Esa mirada ensombrecida que lo había invadido por tanto tiempo estaba cediendo a veces a una que era capaz de iluminar espacios opacos a su conciencia. Sería que podía dormir de corrido y hasta a veces un poco más después del ruidito de la alarma o que había vuelto a tener ganas de moverse.

O la lluvia y el frío y lo energizante que pueden ser.

O el tiempo.

Otra posibilidad: la falta de presiones internas por alcanzar metas imposibles. Incluso una más: el cuento podía comenzar donde terminaban los cuentos tristes. Lo mejor era la recuperación de la risa, por tonterías, porque sí. 

Faltaba un paso todavía: las ganas de correr.


Litvinovski, Tales of the magic Tree, XI Fascinated by the Rain

https://youtu.be/F4qql0w0OvI


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