miércoles, 27 de abril de 2022

KO

 


No podía explicar qué le pasaba o qué le había ocurrido en esa conversación con sabor a nada o peor, a un café aguachento y demasiado frío. Antes de llegar al lugar convenido, la taquicardia se podía casi escuchar a través de su pecho, pero su entrenamiento en usar la cara de póker para momentos críticos lo salvó.

Era atractiva pero no bonita como en sus fotos de perfil, tal vez había mentido acerca de edad y tiene 19 y no 23 como dijo. En las videollamadas, incluso las más porno, se tapaba lo necesario como para parecer más delgada. O sería que su mirada era más huidiza y en persona miraba tan fijo que lo asustaba.  A lo mejor se trataba de un juego demasiado conocido para ella.

Le había dado un ultimátum, si no se veían esa semana lo iba a bloquear de todas partes. Así es que no tuvo otra alternativa y fue a esa especie de escaneo presencial que definiría si era factible seguir o no. ¿Seguir qué? ¿qué era lo que tenía con ella? Ella tenía razón en reclamar, era demasiado el tiempo que llevaban conociéndose y jugando a ser alguien importante en la vida del otro. Bendita-maldita pandemia y todo el vacío que implicó. Si hubiera tenido clases presenciales, hubiera conocido más a la chiquilla que se subía el mismo vagón del metro todas las mañanas. Si se hubiera acercado y no le hubiera ganado el miedo al rechazo, no estaría en esta situación tan incómoda. La del metro lo miraba más de lo normal, parecía una coreografía de miradas en realidad, pero ninguno cedía espacio. Ya había experimentado un par de guatazos y no se iba a arriesgar, así como así, a otra humillación más. Recordaba con dolor casi físico lo que le había dicho su último intento – sí fueras parecido a como pensé que eras, podríamos seguir, pero no, no pasaste el umbral -. Ella estudiaba biología, y supuso que se había expresado con toda claridad y él se sentía un idiota por no entender. Por sus gestos sabía que lo estaban mandando a la mierda, pero pasó mucho tiempo tratando de descifrar esa frase y todas las interpretaciones eran malas:

-       Me idealizó: ¿cómo, por qué? ¿cómo era yo en su imaginación? ¿rebelde, macho recio, romántico, seductor, protector?

-       ¿El umbral de qué? ¿del gusto, del placer, de la capacidad de adaptación de la que siempre hablaba?

-       ¿Había participado de un show de talentos y no clasificó? Haberlo sabido antes.

No, ni loco iba a pasar por eso de nuevo.

Y ahí estaba sentado frente a otra tipa que sabía de él más que nadie porque hacía las preguntas que iban abriendo más y más compuertas, la mayoría secretas, para su familia y compañeros de universidad.

Verla en persona era tan raro. Demasiado raro. A lo mejor la prefería imaginaria en una historia cuya trama podía ir modificando a su gusto, según el ánimo o lo que estuviera leyendo. Después de todo los japoneses no están tan locos con su estilo de vida y algunos hasta se casan con sus novias imaginarias.

Por los mensajes de texto escrito le resultaba fácil, eso creía él, captar el ánimo de ella, si había o no alguna sincronización de las emociones. En persona era una avalancha de datos, demasiada información para procesar y analizar. ¿Por qué miraba tanto sus manos, qué trataba de escudriñar en su cara? Estuvo a punto de preguntarle si tenía algo raro, una mancha, una raya, siempre se rayaba la cara por estar jugando con lápices que no ocupaba.

No se cansaba de maldecir la pandemia durante ese encuentro. ¿Qué hacía ahí? Estaba prolongando un juego malsano que no hubiera tenido lugar de no haber sido por la pandemia y ahí estaba de nuevo, culpando al bicho por todo, absolutamente todo.

Por momentos no sabía qué preguntarle, en cambio, parapetado en su escritorio, con sus hermanos menores dando vueltas por ahí, sentía que el lenguaje no alcanzaba para atrapar lo que quería saber de ella. A veces le decía que quería teletransportarse y observarla desde algún rincón en donde ella no pudiera verlo. Así sabría quién era. Sin poner caras para la cámara, sin posar, solo ser ella.

Lo peor era esa sensación de que tenía algo con ella, un lazo, algún tipo de compromiso. Hasta sentía que debía serle fiel, explicarle dónde andaba, las notas de los exámenes. Ella le daba ideas para su seminario de título, eso se vería el siguiente semestre. Solo faltaba un semestre y estaría liberado de la universidad, aunque por la pandemia, sí, de nuevo, se sentía estafado, no era eso lo que entendía por universidad: clases on line que bien podrían ser dictadas por un avatar y no por una persona.  De hecho, algunos profesores habían ido más allá y, dado que nadie les preguntaba nada, grababan sus clases y las enviaban para que los alumnos las vieran el día anterior de la prueba. No había preguntas, chat, nada. Un video infinito, aburrido, sin matices, ideal para dormirse si el insomnio era perseverante. Hasta pensó en declinar algunos ramos para sentir que sí estuvo en la universidad. Ella lo hizo pensar en el tiempo, la deuda con sus padres. ¡Eso! También eso, ella lo aterrizaba, parecía la voz de la conciencia, una bien perversa y castigadora, que lo acosaba con la culpa y un sentido del deber denso. Detestable.

En esos momentos se le aparecía como una bruja mala. Como las de los cuentos, mala no más, sin explicación. No como las malas de ahora, esas villanas que se encargan de que se conozca la triste historia que explica su crueldad. No hay mala persona que no haya sufrido según las películas y series de superhéroes. Ella, su novia imaginaria, era mala porque quería, por que sí.

Y ahora no sabía qué hacer con ella en frente, no se parecía a quien se imaginaba en el chat. Menos cuando la escuchaba en el discord. Ahí la conoció, es una forma de decir, le gustaba que fuera entusiasta en el juego, que compitiera en una liga mixta y no de puras mujeres. Sabía muchos trucos y por lo que se veía pasaba muchas horas conectada. Igual que él, más tal vez.

O era mejor de lo que imaginaba porque era real y se comandaba sola. Podía ver cómo se movía, cómo oscilaba su nivel de atención cuando hablaban. Cómo le brillaban los ojos si él hacía referencia a algo en común o el modo en que miraba el café si él hablaba de la beca a la que estaba postulando.

Quería preguntarle si ella lo tenía tan incorporado en su vida como él a ella, pero ¿cómo se pregunta eso si era la primera vez que se veían en persona? Por un instante la miró directo y sintió que estaban a millones de kilómetros, cada uno con su historia. Tal vez nada era real y habían construido un personaje que se adaptaba al momento. A esa pausa histórica que les tocó vivir. ¿Habrá estado pensando lo mismo? Porque podría jurar que en un instante ella estuvo a punto de llorar, fue tan fugaz esa imagen que ahora no podía recrearla en su mente.

Tampoco le preguntó cuál era el apuro de verse, por qué lo había amenazado con bloquearlo. Quizás tenía a alguien más esperando por ella y quería saber si había química entre ellos para saber si seguía en carrera. Sí, suena lógico y táctil. Ella hablaba de eso como el reino de los sentidos, de todos los sentidos. Tenían ambos un montón de fotos del otro, pero verla, caminar a su lado e imaginar cómo podría abrazarla, comparar las alturas, sentir un aroma era otro nivel de estimulación.

No podía decir si el encuentro había salido bien o mal, si la vería de nuevo, si lo que dijo estuvo bien o ella esperaba más.

La dejó en la entrada del metro, se iría corriendo a su clase de la tarde. Cuando estuvo sentado y la profe leía la diapositiva número 58 sacó su teléfono, revisó las fotos de ella, cerró los ojos y la vio bajando al metro, la sonrisa de la boca y la tristeza en la mirada cuando se giró para decirle un atolondrado - ¡chao! -. Esa imagen fue demasiado. Se parecía al acecho del dolor, como antes de la pandemia.

Se sintió acorralado, solo, desorientado. 

 - Ella me noqueó  

Esa frase fue el único apunte de su clase. 


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