No
podía explicar qué le pasaba o qué le había ocurrido en esa conversación con
sabor a nada o peor, a un café aguachento y demasiado frío. Antes de llegar al
lugar convenido, la taquicardia se podía casi escuchar a través de su pecho,
pero su entrenamiento en usar la cara de póker para momentos críticos lo salvó.
Era
atractiva pero no bonita como en sus fotos de perfil, tal vez había mentido
acerca de edad y tiene 19 y no 23 como dijo. En las videollamadas, incluso las más porno, se tapaba lo
necesario como para parecer más delgada. O sería que su mirada era más huidiza
y en persona miraba tan fijo que lo asustaba. A lo mejor se trataba de un juego demasiado
conocido para ella.
Le
había dado un ultimátum, si no se veían esa semana lo iba a bloquear de todas
partes. Así es que no tuvo otra alternativa y fue a esa especie de escaneo
presencial que definiría si era factible seguir o no. ¿Seguir qué? ¿qué era lo
que tenía con ella? Ella tenía razón en reclamar, era demasiado el tiempo que llevaban
conociéndose y jugando a ser alguien importante en la vida del otro.
Bendita-maldita pandemia y todo el vacío que implicó. Si hubiera tenido clases
presenciales, hubiera conocido más a la chiquilla que se subía el mismo vagón
del metro todas las mañanas. Si se hubiera acercado y no le hubiera ganado el
miedo al rechazo, no estaría en esta situación tan incómoda. La del metro lo
miraba más de lo normal, parecía una coreografía de miradas en realidad, pero
ninguno cedía espacio. Ya había experimentado un par de guatazos y no se iba a arriesgar,
así como así, a otra humillación más. Recordaba con dolor casi físico lo que le
había dicho su último intento – sí fueras parecido a como pensé que eras, podríamos
seguir, pero no, no pasaste el umbral -. Ella estudiaba biología, y supuso que
se había expresado con toda claridad y él se sentía un idiota por no entender.
Por sus gestos sabía que lo estaban mandando a la mierda, pero pasó mucho
tiempo tratando de descifrar esa frase y todas las interpretaciones eran malas:
- Me
idealizó: ¿cómo, por qué? ¿cómo era yo en su imaginación? ¿rebelde, macho
recio, romántico, seductor, protector?
- ¿El
umbral de qué? ¿del gusto, del placer, de la capacidad de adaptación de la que
siempre hablaba?
- ¿Había
participado de un show de talentos y no clasificó? Haberlo sabido antes.
No,
ni loco iba a pasar por eso de nuevo.
Y
ahí estaba sentado frente a otra tipa que sabía de él más que nadie porque
hacía las preguntas que iban abriendo más y más compuertas, la mayoría secretas,
para su familia y compañeros de universidad.
Verla
en persona era tan raro. Demasiado raro. A lo mejor la prefería imaginaria en
una historia cuya trama podía ir modificando a su gusto, según el ánimo o lo
que estuviera leyendo. Después de todo los japoneses no están tan locos con su
estilo de vida y algunos hasta se casan con sus novias imaginarias.
Por
los mensajes de texto escrito le resultaba fácil, eso creía él, captar el ánimo
de ella, si había o no alguna sincronización de las emociones. En persona era
una avalancha de datos, demasiada información para procesar y analizar. ¿Por
qué miraba tanto sus manos, qué trataba de escudriñar en su cara? Estuvo a
punto de preguntarle si tenía algo raro, una mancha, una raya, siempre se
rayaba la cara por estar jugando con lápices que no ocupaba.
No
se cansaba de maldecir la pandemia durante ese encuentro. ¿Qué hacía ahí? Estaba
prolongando un juego malsano que no hubiera tenido lugar de no haber sido por
la pandemia y ahí estaba de nuevo, culpando al bicho por todo, absolutamente
todo.
Por
momentos no sabía qué preguntarle, en cambio, parapetado en su escritorio, con
sus hermanos menores dando vueltas por ahí, sentía que el lenguaje no alcanzaba
para atrapar lo que quería saber de ella. A veces le decía que quería
teletransportarse y observarla desde algún rincón en donde ella no pudiera
verlo. Así sabría quién era. Sin poner caras para la cámara, sin posar, solo
ser ella.
Lo
peor era esa sensación de que tenía algo con ella, un lazo, algún tipo de
compromiso. Hasta sentía que debía serle fiel, explicarle dónde andaba, las
notas de los exámenes. Ella le daba ideas para su seminario de título, eso se
vería el siguiente semestre. Solo faltaba un semestre y estaría liberado de la
universidad, aunque por la pandemia, sí, de nuevo, se sentía estafado, no era
eso lo que entendía por universidad: clases on line que bien podrían ser
dictadas por un avatar y no por una persona.
De hecho, algunos profesores habían ido más allá y, dado que nadie les
preguntaba nada, grababan sus clases y las enviaban para que los alumnos las
vieran el día anterior de la prueba. No había preguntas, chat, nada. Un video
infinito, aburrido, sin matices, ideal para dormirse si el insomnio era perseverante.
Hasta pensó en declinar algunos ramos para sentir que sí estuvo en la
universidad. Ella lo hizo pensar en el tiempo, la deuda con sus padres. ¡Eso! También
eso, ella lo aterrizaba, parecía la voz de la conciencia, una bien perversa y
castigadora, que lo acosaba con la culpa y un sentido del deber denso.
Detestable.
En
esos momentos se le aparecía como una bruja mala. Como las de los cuentos,
mala no más, sin explicación. No como las malas de ahora, esas villanas que se
encargan de que se conozca la triste historia que explica su crueldad. No hay
mala persona que no haya sufrido según las películas y series de superhéroes.
Ella, su novia imaginaria, era mala porque quería, por que sí.
Y
ahora no sabía qué hacer con ella en frente, no se parecía a quien se imaginaba en
el chat. Menos cuando la escuchaba en el discord. Ahí la conoció, es una
forma de decir, le gustaba que fuera entusiasta en el juego, que compitiera en
una liga mixta y no de puras mujeres. Sabía muchos trucos y por lo que se veía pasaba
muchas horas conectada. Igual que él, más tal vez.
O
era mejor de lo que imaginaba porque era real y se comandaba sola. Podía ver
cómo se movía, cómo oscilaba su nivel de atención cuando hablaban. Cómo le
brillaban los ojos si él hacía referencia a algo en común o el modo en que
miraba el café si él hablaba de la beca a la que estaba postulando.
Quería
preguntarle si ella lo tenía tan incorporado en su vida como él a ella, pero ¿cómo
se pregunta eso si era la primera vez que se veían en persona? Por un instante
la miró directo y sintió que estaban a millones de kilómetros, cada uno con su
historia. Tal vez nada era real y habían construido un personaje que se
adaptaba al momento. A esa pausa histórica que les tocó vivir. ¿Habrá estado
pensando lo mismo? Porque podría jurar que en un instante ella estuvo a punto
de llorar, fue tan fugaz esa imagen que ahora no podía recrearla en su mente.
Tampoco
le preguntó cuál era el apuro de verse, por qué lo había amenazado con
bloquearlo. Quizás tenía a alguien más esperando por ella y quería saber si
había química entre ellos para saber si seguía en carrera. Sí, suena lógico y
táctil. Ella hablaba de eso como el reino de los sentidos, de todos los
sentidos. Tenían ambos un montón de fotos del otro, pero verla, caminar a su
lado e imaginar cómo podría abrazarla, comparar las alturas, sentir un aroma
era otro nivel de estimulación.
No
podía decir si el encuentro había salido bien o mal, si la vería de nuevo, si
lo que dijo estuvo bien o ella esperaba más.
La dejó en la entrada del metro, se iría corriendo a su clase de la tarde. Cuando estuvo sentado y la profe leía la diapositiva número 58 sacó su teléfono, revisó las fotos de ella, cerró los ojos y la vio bajando al metro, la sonrisa de la boca y la tristeza en la mirada cuando se giró para decirle un atolondrado - ¡chao! -. Esa imagen fue demasiado. Se parecía al acecho del dolor, como antes de la pandemia.
Se sintió acorralado, solo, desorientado.
- Ella me noqueó
Esa frase fue el único apunte de su clase.
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