viernes, 22 de abril de 2022

Ese Oscarito me da mala espina

 


Me da mala espina ese tal Oscarito, de hecho, me molesta que lo traten así, como si fuera un niño. Ya sé, a veces es un gesto amoroso, pero en ocasiones me suena a menosprecio disfrazado de amabilidad. Como el patrón que se hace el chistoso con el inquilino. Se me sale lo resentido ¿no? Sí, puede que lo sea, a lo mejor soy un acomplejado que salí del barrio en el que crecí por pura suerte y un poco, solo un poco de cerebro.

-       Oscarito, qué buena persona que es usted ¿cómo tiene tanta paciencia? Trabajar con la María Paz debe ser un martirio.

-       Nooo, es que usted no conoce a la Pachita, lo ha pasado tan mal la pobre, supiera usted.

-       Claro, haber dejado al marido, al exmarido, sin ni uno debe ser muy estresante.

Oscarito se encogió de hombros, miró al suelo y suspiró. Tenía razón Don Pablo el Amargao, así le decían, Doña María Paz, tras esa aparente fragilidad y voz suavecita era una tirana, una verdadera encarnación de La Quintrala, típico de las mosquitas muertas. Antes se daba el trabajo de simular amabilidad, luego, cuando el proceso de divorcio terminó, sacó las garras, mostró la hilacha, todo el día hablaba de plata, andaba diciendo que no a todo lo que le pedían y se reía burlona después.

-       Aquí tiene la carpeta que pidió Pachita, me costó encontrarla, pero el que guarda siempre tiene decía mi abuelita.

-       Gracias Don Óscar, váyase para la casa, yo me quedo hasta tarde hoy.

-       No, cómo se le ocurre, voy a estar en mi oficina, en una de esas necesita ayuda en algún momento.

-       Cómo quiera entonces.

-       Digo por si necesita algo, alguna cosa, cualquier cosa.

¿Cuántas veces tengo que decirle que no me diga Pachita? ¿de cuándo se toma esas atribuciones? ¿somos amigos nosotros, parientes, algo? Me tiene chata usted con su pose de arrastrado y esa expresión de perro apaleado que se encoge cuando ve un gesto de amenaza. ¿Sabe qué más? No le compro esa cara de Oscarito el santurrón, el buen chato. No hay abusador que no tenga cara de angelito, no hay psicópata que no parezca inofensivo.

Tengo claro que cada día me pongo más antipática y amargada. ¿Acaso hay otra forma de que a una no le pregunten más cómo está, qué hará el fin de semana o para las vacaciones o si falta mucho o poco para la realización de su proyecto? No he dado con ninguna otra forma que el aislamiento máximo. Y el mal genio. Nací con mal genio. Así somos los que hacemos que las cosas funcionen, que se cumplan los plazos, alguien tiene que hacerse respetar en esta mierda de oficina.

María Paz revisó la carpeta y se acordó que necesitaba los protocolos del comité paritario para la auditoría de la siguiente semana.

-       Óscar, llame a Rodrigo Ceballos, dígale que me envíe copias de las actas y el formulario de conformidad del último catastro.

-       Pachita, Rodrigo se debe haber ido ya…

-       No le pregunté si estaba o no, le dije que lo llamara. Haga lo que le dije.

Me tuve que devolver a la oficina, había apagado todo, como corresponde a la política de prevención de riesgos de esta empresa, son los reyes para hablar mal del trabajo de uno. Pa´l ninguneo no hay mejores que los de esta oficina. Uno se toma en serio su trabajo, por algo soy el representante del empleador, la empresa no puede ser productiva si no es segura. Les hice ver ese documental de la ropa de marca que se fabrica en India. Comentamos del incendio, cómo lo hacen para vender más barato. ¡A costa de la seguridad de los trabajadores!

Se ríen de mí todos estos huevones, dicen que estoy poseído, que me creo jefe porque no me saco el chaleco reflectante ¿qué quieren?, seguro voy a ir a mi locker a buscar el chaleco cuando esté terremoteando o incendiándose alguna de las áreas. Ahí los quiero ver, seguro que se van a olvidar de todas las reuniones, las pegatinas de los muros, de las zonas de seguridad, porque para hinchar las bolas son buenos, para decirme que ya no trabajo, que paso en reuniones inútiles y que me doy más vueltas que un asado y no aporto nada ¡ah! Y que seguro soy un vendido y apatronado. Por la chita que me tienen aburrido, supieran como son las reuniones con la jefa. Viene con el signo peso en la cara y solo sabe mover la cabeza de un lado a otro negándonos cualquier presupuesto. Supieran que ha intentado coimearme diciéndome que me dará un incentivo si le bajo las revoluciones a los reclamones. No quiero ni acordarme de esa tarde.

Cuando hablaba de incentivo, se estiraba y yo me imaginaba una serpiente que salía de su arrugado pescuezo, me miraba por encima de sus gafas de lectura y en un momento creo que se humedeció los labios con su lengua, vi clarito que era bífida. ¿No creerá esta vieja que me la quiero comer?

-       ¡Sra. María Paz! Sáqueme del comité, yo no estoy para sus cochinadas.

Juro que cuando dije - sáqueme – es como si las letras hubieran salido muy lentas, una a una, fuera de mi garganta, vi como le brillaron los ojos a la culebra esa, debe haber creído que le iba a pedir que me sacara la ropa. Creo que notó mi pánico y entonces casi me dio pena, bajó la cabeza, infló su esmirriado pecho, se le veían las costillas en el escote y vi como se le hinchaban las venas, puras culebras más chicas que amenazaban con salir. A lo mejor fui muy violento y herí su orgullo de mujer.

Recuerdo haberle dicho muy ofendido - ¡hasta mañana Sra. María Paz! – y escuché unas carcajadas y palabrotas de ella entremedio. La verdad es que a partir del día siguiente nunca más me saqué el chaleco reflectante y me tomé más a pecho que antes la seguridad. No conté nada porque nadie me iba a creer y porque, a veces, creo que me pasé más rollos de los que eran. La culebra a lo mejor me iba a ofrecer plata no más.

Me devolví ahora porque está Oscarito, el único que la soporta, le entregaré los papeles a él, me largo y así no tengo que verla mañana.

-       Tome Oscarito, aquí está lo que pidió la Sra. María Paz. Se lo hubiera entregado a la secre mañana para que quedara el registro de la entrega, pero como ha estado faltando estos últimos días, mejor se lo dejo a usted.

-       Sí, tranquilo, lo anotaré en el libro de correspondencia y habrá registro.

 

-       Pachita, aquí están los protocolos del comité paritario.

Ella se quitó las gafas, las puso sobre el escritorio, arrastró el escritorio gamer hasta casi tocar el muro de su oficina, cruzó las piernas y sacó un cigarrillo.

-       Pachita, ¿necesita algo, alguna cosa, cualquier cosa?

-       ¿Qué crees tú Oscar?

Cerraron la puerta y ese algo, alguna cosa, cualquier cosa comenzaba a tener lugar como en todas las ocasiones en que ella mandaba a Óscar para su casa diciendo que se quedaría hasta tarde.


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