Debe ser la influencia del cine, la TV, los videoclips.
Tantas imágenes que rodean el recorrido habitual en estos días. En algún
momento, no puede decir cuándo ni por qué, sintió que había traspasado una
membrana de aire y agua. ¿Será por haber estado leyendo de los octoniones,
la materia oscura, los agujeros negros?, era una hipótesis. Tanta atracción por
esos temas. Proporcional a la incapacidad para entenderlos. Comenzaba bien,
pero aparecían las fórmulas matemáticas y se acababa la luz de la comprensión.
Habiendo atravesado esa membrana, no entendía qué era lo
que estaba pasando y culpaba a su imaginación. No recordaba haber consumido
ningún alterador de conciencia ese día, o tarde, o noche. Solo le habían hecho
un scanner cerebral y se había sentido bien al salir. En ese otro mundo, había
alguien que la acompañaba o la invitaba o la guiaba o quien sabe. Ella iba
gustosa detrás, siguiendo instrucciones que no eran audibles.
¿Sería esto algo parecido a un universo paralelo? Un
mundo casi ingrávido y onírico más bien parecía un sueño, más vívido y poco
común, pero un sueño. Se parecía a las atmósferas creadas por el Cirque du
soleil, en donde unos personajes parecen flotar, ocurren escenas paralelas y
las perspectivas parecen contradecirse. Un grabado de Escher, pero colorido y
pacífico.
Fuera lo que fuera, tenía que aprovechar ese estado. Quien
la acompañaba, no era alguien, parecía una idea. Al menos era intangible,
tampoco era un pensamiento instalado en su mente, venía de afuera y no era
visible. Quedaba fuera del rango de la imagen. Mientras avanzaba, pensaba en
cómo iba a explicar esto, era todo tan anómalo. Eso que la
guiaba, seguro tenía acceso a los contenidos de su conciencia porque de solo
sentirlo cerca, la confianza surgió de inmediato. También parecía ordenarle
“deja de pensar, deja de pensar”, no logró seguir del todo esa instrucción.
Dejar de pensar era un abandono de sí misma. Pensar era lo que la hacía sentir
una unidad integrada.
Eso, parecía
querer entrenarla en entrar y salir de la membrana a voluntad, para que
volviera todas las veces que quisiera. Al principio se estrellaba, la membrana
podía ser traspasable como gas, pero si la entrada era incorrecta se
solidificaba y comenzaba una sensación de ahogo angustiante. Eso, algo
hacía para que esa sensación no fuera paralizante. Seguro era una ventaja para
los principiantes como ella. Las instrucciones que recibía se parecían a
“tienes que atravesar la membrana como cuando sales del fondo de la piscina y
alcanzas el aire” Entonces, Oriana estiraba los brazos, se impulsaba desde el
pecho y avanzaba hacia la membrana que dividía su mundo de este otro. Cuando
volvía a su mundo, el tiempo no había transcurrido. Se reintegraba a la escena
que había dejado y retomaba la acción. Había además una antesala, por llamarla
de algún modo, que dejaba la pausa necesaria para que el cerebro se adaptara.
Parecía un tablero de ajedrez, con celdillas semi sólidas, donde existía
gravedad y perspectivas más parecidas a las del mundo de Oriana. Podía ver a
otros mirando hacia arriba como quien se ducha y deja caer agua en su rostro.
Debe ser una limpieza de contenidos, para no contaminar los mundos.
Recordó los cuadros de Magritte. No sabía si estaba
imaginando, recreando o asimilando al par de amigos conversando en el aire, con
sombrero y todo. Debo estar ordenando lo que veo según las estructuras
perceptivas con que cuento, esa es la limitación de esta experiencia, ,
pero Eso, le aseguró que poco a poco iría ampliando su rango
de experiencias posibles. No podía dialogar, pero pensó que eso implicaba
cambiar su estructura y como fuera, limitada, temerosa, incapaz para las
matemáticas y un sinfín de otras características, era su identidad. Eso, parecía
sonreír, ya no había arrepentimiento posible.
Ya sabía entrar y salir a voluntad. La sensación era de
liviandad y difusión. Eso, dio por finalizada esa parte del
entrenamiento cuando Oriana comenzó a oscilar y girar sobre sí misma al
traspasar la membrana.
En algunas de las visitas a ese otro lado, Eso la
llevó a recorrer más espacios, o lugares, o recuerdos, o constructos. Aún no
encontraba los conceptos que pudieran calzar con las experiencias que estaba
teniendo.
Se llevó una grata sorpresa cuando reconoció algunos
paisajes. Ese campo de capullos de almas, tan grande que se perdía en el
horizonte, tan colorido y luminoso y sin embargo tranquilizador. En los
capullos esperaban las almas, o identidades, pensaba ahora, que atravesarían la
membrana a su mundo. Hubiera querido advertirles acerca de lo que se
encontrarían, pero Eso le ordenó, que no lo hiciera, que cada
identidad debía resolver, tal como lo había hecho ella.
Vio también ese portal dorado, uno que estaba en la cima de
una montaña gélida. Lo reconoció porque en realidad no tenía alternativa. Nunca
pudo olvidarlo. Había llegado a esa imagen después de un ejercicio de
relajación, según dijeron, inocuo y superficial. Siguió las instrucciones del
monitor y de repente se encontró en esa montaña frente a un muro dorado. Se
hubiera quedado allí, pero comenzó a oír gritos y a sentir que varias manos la
remecían. Solo sentía frío y paz. Alguien dijo un nombre y entonces despertó
del ejercicio. El monitor tenía cara de horror y algunos otros participantes
parecían exhaustos.
Ahora estaba de nuevo, ese muro, portal o lo que fuera.
Esta vez podía quedarse todo lo que quisiera. Lo recorrió, era fascinante y al
mismo tiempo terrorífico.
Cada vez se quedaba más rato en el otro lado. Cuando volvía
a su vida ordinaria se sentía más y más desconectada, pero pocos parecían
notarlo. Su efectividad en el desempeño de los roles asumidos era
impecable. Eso, le había avisado que era parte de la fascinación
inicial por el otro lado, pero que debía permanecer en su mundo y aprovechar
los sentidos que poseía. Hubiera querido preguntar para qué la guiaba, que por
qué debía quedarse en este lado y no irse de una vez al otro, pero era inútil.
No había respuesta.
Por un tiempo pensó que el otro lado era la muerte. Que se
estaba muriendo y parte de la preparación para irse eran estas
visitas. Eso, se rio de esa idea. La muerte era la nada, la
conservación del Carbono, Hidrógeno, Oxígeno y Nitrógeno no contenía una
conciencia, la identidad se desvanecía, no había viaje ni paisaje.
El otro lado estaba lejos de ser la nada.
Otro scanner cerebral, el tumor había crecido. La cirugía
era inevitable a estas alturas. Antes de la anestesia general, atravesó la
membrana, se sumergió en una visita larga y sin guía. Entraron en su cerebro,
sacaron el tumor y Oriana seguía visitando el otro lado. Se encontró con
recuerdos y sensaciones de todo tipo: sabores, sonidos, temblores, orgasmos,
terrores, exaltaciones. No quería volver de ese viaje.
Visitó todos los rincones que pudo, abrazó a su madre, la
invitó a atravesar la membrana, pero ella no podía, se quedó en su compañía
todo lo que pudo.
Una mañana, o una tarde o una noche de invierno, verano, o
primavera u otoño, pasó su lengua por los labios, la mucosa despertó y la
humedad se sentía placentera, movió también su dedo meñique y la corporalidad
asumía poco a poco el control. Emprendió el salto para atravesar la membrana,
se impulsó, dio muchas vueltas sobre sí misma, disfrutando esa sensación de gas
y agua al máximo. Eso, la observaba satisfecho. Atravesó la
membrana, llegó a la antesala y podía jurar que llevaba el sombrero que pintaba
Magritte.
Nunca más pudo atravesar la membrana y visitar el otro
lado.
Jorge Drexler, Universos Paralelos
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