miércoles, 30 de noviembre de 2022

Dónde están las tazas

 


Foto de Archie Binamira


Me dediqué a observar a la Consu, hace rato está rara ella. Creo que se junta demasiado con sus amigas, se ha puesto grosera para hablar y no me gusta eso. Detesto la ordinariez en el lenguaje ¿cuál es la necesidad de hablar como hombre mal educado? Tomo su mano cuando lo hace para tratar de calmarla, creo que hay palabras más potentes que un garabato para expresar la rabia. No se da cuenta de cómo ha ido cambiando. Será la edad supongo, antes era más dulce, más atenta conmigo. No es que no le importe o ya no me quiera, pero el otro día me levanté como siempre para ir al trabajo y ella no hizo ningún gesto para ir a servirme el café.

−¿dónde están las tazas?

 donde siempre.

Sí, yo vivo aquí, pero nunca me he fijado en esas cosas. Me fui enrabiando de a poco, no encontraba el café, el endulzante, el pan para tostar ¡nada! Sin querer iba abriendo y cerrando cajones con fuerza, haciendo ruido. Me fui sin tomar desayuno al final y ahí seguía ella, con su computador en la cama, viendo una serie, leyendo algo, no sé. La llamé al mediodía, siempre le pregunto por los niños, los niños tienen 24 y 26 años, por sus actividades del día y por lo general me informa con detalle y yo hago como que la escucho, aunque, en realidad, hojeo cosas de la pega y cuando termino, le digo que la quiero mucho y que tenga una buena tarde. Esta vez hice lo mismo, pero parece que dijo algo diferente, no la escuché, se dio cuenta, se enojó y me colgó.

Cuando llegué no estaba en la casa. Hacía no tanto decidió que iba a retomar su profesión, es kinesióloga, como ganaba tan poca plata, habíamos acordado que ella se quedaría en la casa, porque su sueldo era un poco más de lo que deberíamos pagarle a una nana, sin considerar el gasto en bencina, los problemas de la pega, lo típico. Al principio no estuvo muy convencida, pero cuando tuvo al primer crío, lo único que quería era estar pegada a él todo el día. Ahí le resultó lógico ser ella y no cualquier mujer, la que lo criara, estimulara, cuidara, jugara. En fin. Ahora dice que va a domicilio a hacer ejercicios para gente con diversas lesiones musculares. No sé si gana plata, si vale la pena, pero si le pregunto, me responde casi ladrándome, así es que no le digo nada. No nos falta nada, los gastos están cubiertos, tengo la tranquilidad de que tomamos buenas decisiones mientras pudimos, ella podría estar descansando en la casa, pero no, le dio por salir, por juntarse con sus amigas, cada una con tremendos dramas familiares, no sé qué puede hablar la Consu si hemos tenido una vida tan feliz los dos, siempre he hecho lo que ella quería. Además, tampoco es que se caracterice por su simpatía, es impertinente, dice lo que piensa, más o menos. Sé que mi familia no la quiere mucho, pero qué me importa. Nunca me ha importado lo que digan de mi o de ella, qué saben los demás. A lo mejor son las hormonas, las viejas se ponen como embarazadas, lloronas, enojonas, cambiantes, lunáticas, eso dice mi suegra, que la entienda, que ella pasó por lo mismo. Me cae bien mi suegra, nos llevamos bien, se parece a mi mamá, es como mi mamá en realidad.

Me toma la mano cada vez que digo un garabato o me rio fuerte o digo algo con lo que no está de acuerdo. Un día hice un pequeño experimento, no le serví el café en la mañana, como siempre lo he hecho, como si fuera mi obligación, me preguntó dónde estaban las tazas, ¿Dónde van a estar las tazas, en el baño, el patio, el comedor? Le dije − donde siempre −, no reclamó nada, no preguntó, pero desde el dormitorio podía escuchar como abría y cerraba los estantes, el ruido de los cajones cerrados con furia y el portazo al salir. Es como si no viviera aquí, como si estuviera de visita y no supiera nada de lo que pasa. A lo más – hay que arreglar la llave del baño, mejor cambia esa lámpara, ¿compremos un toldo? – eso significa que yo debo lidiar con maestros, regatear los presupuestos, vitrinear en las páginas de internet. Muchas veces siento que hablo sola, que me dice – Sí, si mi gordita –, pero no tiene idea de lo que hablo, si me río, se ríe, si me callo se calla, si me enrabio con algo, se va. Nunca he sido escandalosa y no lo voy a ser ahora.

Hace poco cumplí cincuenta y me pasó algo raro, fue como si de la adolescencia ridícula, intensa y sentimental, hubiera saltado al último suspiro de la adultez. Desde los 15 años que no me dolía tanto la guata o me tiritaba un ojo como en la universidad antes de los exámenes y no tengo problemas según mis amigas, tengo todo y más porque Julio es tan buen marido, trabajador, responsable, chistoso y todo lo hace por la familia. Mi mamá le da la razón en todo, desde que nos casamos que me repite lo mismo – cuídalo, hombres así ya no hay, no le pongas mala cara, mira la casa que tienes –-. Hasta el día de hoy me dice qué le gusta comer, cómo hay que preparárselo, igual que cuando empezamos a pololear. Lo compara con mi padre a cada rato, un tipo mujeriego, mal genio, controlador, que se fue con otra mujer cuando yo tenía nueve y mi hermana siete. Mi mamá quedó cagada de la cabeza con eso y parece que Julio, de una manera muy torcida, encarnara una reparación del destino en su hija mayor.

Una tarde se me ocurrió hacer otro experimento. Julio me llama al mediodía, a la misma hora, desde que nos casamos, hace 27 años. Siempre lo mismo: cómo estás, cómo están los niños, si hay alguna novedad. Muchas veces le he preguntado algo y me ha dicho - ¡Ah qué bueno! – Me manda un beso y la frase de siempre – te quiero mucho, nos vemos en la tarde o en la noche –. Si lo llamo en una hora que no corresponde, cualquier hora puede no corresponder, me dice – estoy ocupado – y sería todo. Eso significa, – resuelve tú o me importa tres hectáreas de pepinos lo que me tengas que decir –. Ya sé, le pongo color, pero ¿qué sería de la vida sin color? Me llamó, le contesté como siempre y le dije que había reservado el fin de semana para los dos en un hotel en la playa, no era cierto, era solo para comprobar lo que ya sabía.

– ¡Ah que bueno!

– ¿Sabes de qué te estoy hablando? A ver ¿qué te dije?

Te quiero mucho, nos vemos a la tarde o a la noche

No tenía ni la más mínima idea, le corté.

Sí, es un buen tipo, leal por sobre todas las cosas. Una amiga me dijo el otro día- estás como esas señoras que dicen – es bueno, no me pone el gorro, no me pega – nos reímos a carcajadas. Como sea, lo quiero, sí, lo quiero. No me imagino la vida sin él. A lo mejor son las hormonas, eso dice el ginecólogo.

Volví a trabajar, conseguí peguitas chicas, con amigos, después de no trabajar hace tanto, nadie me va a dar trabajo en serio. No gano casi nada, Julio se burla, dice que no me alcanza ni para la comida del gato y es verdad, pero me siento bien. Me pasa algo raro, hasta me molesta que me diga que tengo que cambiar el auto, que está muy viejo y ahora los están pagando bien. Dice, es tu auto, pero lo compró él, no es mío. No sé qué me dio, estoy mal.

Teníamos un acuerdo tácito, no discutiríamos en público jamás de los jamases. La Consu se callaba cuando no le gustaba algo que yo decía y después, con calma y paciencia me explicaba qué le había molestado y yo, con toda mi voluntad en entender, porque dicen que a las mujeres hay que escucharlas para que se sientan queridas, trataba de defender mi punto. Ahora, parece que el acuerdo no le parece satisfactorio porque me contradice a cada rato, delante de quien sea. A veces se ríe de mí y esa cuestión no la soporto ¿qué se cree? - ¡y dale con los garabatos!, ¿qué viene después? – así se va perdiendo el respeto en las parejas. Mi suegra se lo dice a cada rato.

He hecho de todo para que sea feliz, he dicho que sí a todo lo que quiere. A estas alturas solo quiero calma, irme a un lugar donde pueda leer tranquilo, escuchar la música que me gusta, un clima suave, ¿alguna playa del norte tal vez? Y ella me pregunta que si entra en mi plan de retiro.

 

Se puso viejo de repente, se calmó, no sé, ya ni pelea conmigo: Estamos en novelas desacompasadas, yo como que vengo despertando, quiero salir, aprender cosas, probarme, pasarlo bien, me lo he pasado cuidando gente y él solo habla de la muerte, de cuando se enferme, si lo voy a seguir queriendo. Puras huevadas. ¿Qué quiere, una enfermera o una mujer? Si tengo suerte, me moriré antes, no sin bailar, no sin pelear, no sin sentir. Hace poco me expuso su idea del retiro, de cuando seamos más viejos, cuando lo escuché, quedé sin palabras. Abrí una botella de vino y me fui al jardín

 

La perseguí al jardín

–¡claro que estás en mi plan!, ¿no te gusta la idea de estar acompañándome, cocinar algo rico para los dos? No entiendo ¿entonces no era un sueño compartido?

Fui a buscar otra copa a la cocina, le serví vino hasta casi el tope. Fui incapaz de responder, no supe por dónde empezar.

No me dijo nada. El silencio fue más elocuente que cualquier respuesta suya.

 

Toto, Make Believe https://youtu.be/gYXMeFtonmM


No hay comentarios:

Publicar un comentario

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...