− No.
No me interesa conocer a nadie. Me cargan esos sitios de citas y no, para estar
con tipos indefinidos, que no saben lo que quieren, que a veces sí que a veces
no, chao. Tengo temas más importantes que resolver
− Claro,
te entiendo, pero a veces una está tranquila, con la vida muy predecible y de
pronto sucede algo distinto. A mí no me pasan esas cosas, pero tienes razón. Si
por alguna cosa rara me diera por buscar a alguien, me gustaría un tipo jugado,
uno que tuviera claras sus cosas. Y de esos, a estas alturas, ya no quedan.
− Sí,
abundan los Ashley Wilkes y escasean los Rhett Butler[1].
− ¿Te
acuerdas del profe de estadísticas? Ese que nos decía “lo más probable es que
suceda lo más probable”.
− ¡Uff,
insoportable!
Estaba tratando de comenzar de nuevo. No tienes idea de qué ha pasado conmigo todos estos años. No me atrevo a contártelo. Cuando nos despedimos tenía tantos planes, las cosas me salían bien. Siempre fui disciplinada, obsesiva, decían mis amigas. Cualquiera hubiera dicho de mí que mi futuro era prometedor. No sé cómo pasó que di con malas decisiones, casarme fue una de ellas. Un fracaso que llevó a otros. He recomenzado tantas veces que no sé si hay una salida. Ahora empezaba a verla. Quizás era y es mi determinación de que ahora no me queda otra que hacer las cosas bien y asegurar en algo mi vejez y la vida de mi hijo. Vienes, casi como caído de otro planeta y te atreves a revolucionar todo. Apenas soporto tu amabilidad, dulzura y la intensidad que resurgió después de un millón de años. Éramos jóvenes cuando nos enamoramos, como se supone que tiene que ser, pero te fuiste a Alemania porque no tenías alternativa. Me dolió, sufrí, pero la vida siguió. Cuando nos vimos allá, y Daniel, mi hijo, tenía 3 años, conocí a Viveka, tu esposa y a tus hijos. Me dio gusto verte feliz. Fue como esas imágenes en donde todo se ve bien y real. Tú y ella se veían hechos el uno para el otro. Que a veces me miraras con algo de nostalgia supuse que era lo normal. Algunas emociones resurgen sin que impliquen nada más que la conexión inicial con alguien. Me gustó ver que habías hecho lo que estaba bien hacer. Es que no sé cómo es que estoy metida en esto. Ritter me ubicó a través de mi hermano que vive en Suecia. Llevaba meses tratando de encontrarme, Ya sabes, no aparezco en ningún sitio de la web. No uso ninguna red social, en fin. Se dedicó a buscarme y resulta que ahora viene a Chile, quiere verme y no tengo idea ni siquiera de dónde llevarlo.
− No
sé qué es lo que te complica. Llévalo a pasear al barrio Italia, hay terrazas,
bares, restaurantes, caminan y ven qué les tinca.
− ¿Y
si quiere acostarse conmigo? Ha estado demasiado cariñoso por teléfono y por
WhatsApp.
− ¡Ay!,
qué terrible ¿no?
No lo puedo creer. Estamos tanto más viejos
y no puedo entender tanta chispa, tanta intensidad, tanto magnetismo entre tú y
yo. ¿Serán los años que llevo sola?, ¿será que he embellecido tu recuerdo todos
estos años? ¿te veo mejor de lo que eres? ¿me ves tú a mi como la jovencita que
se enamoró de ti a los veinte años? No ves a la mujer que ha tenido que dar
batallas muy duras. No tienes idea del punto en que me perdí y que, en lugar de
cumplir todos mis planes, uno a uno se fueron desmoronando. No tengo
explicación para saber qué fue lo que me pasó. Mi amiga, con la que tomo café
los jueves, me lo dijo, a veces las cosas pasan cuando no esperas nada Es que
parece maldición. Estoy complicada, cada día que ha estado aquí y nos vemos es
mayor el peligro de caer, de hacer algo incorrecto. No por pechoña, por miedo a
sufrir de nuevo. Mi perspectiva ha cambiado con los años. Ya no tengo claro qué
está bien y lo que no, no al menos a estas alturas de la vida.
Te
fuiste unos días a pasear al norte, a ver a otros amigos. Quizás despejes tu mente. No dejaste de
escribirme. Seguiste alimentando esta cosa que me pasa en todo el cuerpo. No sé
qué hacer. Si hablo siento que te empujo a hacer algo que puedes lamentar. Si
no hablo, siento que me traiciono yo.
− No
me imagino su cabeza después de estar conmigo. Cuando vuelva a Alemania y
salude a su mujer y a sus hijos y yo sea como esa borrachera que quiere olvidar
−
O un recuerdo de lo que era el amor. De lo
que era sentir la piel despertando de nuevo, la risa que inunda la vida por
nada, el tiempo que se detiene o que pasa como un abrir y cerrar de ojos. La conexión con otra alma.
− Eso
es lo que me pasa con él
Volví. Saludé a Viveka y a los
hijos. Los abracé mucho. Un abrazo extraño. Ni yo era el mismo que abrazaba ni
ellos parecían pertenecerme como antes de ver a Liliana. De algún modo sentí
que ya no estaba en esa casa. Recorría una a una las habitaciones, lo di todo
para que las cosas funcionaran bien para todos. Era mi responsabilidad. Viveka
ha hecho todo y más también. Cómo quisiera poder quererla como alguna vez. Cómo
quisiera poder hacerla feliz sin sentir que me niego a mí mismo. Cómo quisiera
protegerla de mí, de esto que me pasa. Poder tomarla de la mano, besarla sin
acordarme de Liliana y de cómo se sentía tenerla cerca. Por ternura puedo
seguir. Tal vez un año, dos o más. O para siempre. ¿Acaso me puedo permitir
hacer sufrir a todos por un recuerdo?, ¿acaso alguien a estas alturas tiene
derecho a decidir la vida en función de sí mismo? No. Creo que no. No soporto
la idea de ver llorar otra vez a Viveka, de sentir el juicio de mis hijos sobre
mí. Esa sola idea me sobrepasa. Sé que Liliana sufre. Sufre porque me quiere a
su lado y porque considera la posibilidad de dejar a Viveka como la peor bajeza
de la puedo ser capaz. Tal vez me las arregle pensando en que no existe, que
murió, que vive en Corea del Norte y no puede salir ni yo entrar. Es que a
veces no siento que esté tan viejo, con Liliana me sentí, a ratos, capaz de
correr una maratón, de empezar de nuevo junto a ella, por el tiempo que sea.
Por lo que nos quede por vivir. Dice que no quiere ser culpable de la tristeza
de Viveka, que yo se lo recriminaría cuando tuviésemos algún disgusto, que la
culpa me haría juzgarla a cada instante, que extrañaría a Viveka en las
comidas, en los códigos aprendidos por años. Tal vez tenga razón. Viveka y yo somos
como uno solo en muchos aspectos.
Pero
cuando la toco ya no es lo mismo. El instinto a veces opera, a veces no. El
sabor. No sé qué es. Pasa el tiempo y no puedo recuperar lo que alguna vez fue.
Traté, de verdad traté. No resultó. Me apagué. No pude volver a ser el mismo.
Me volví un cuadro opaco y oscuro. Como esas pinturas que requieren con
urgencia una restauración. Hice como que todo estaba igual por un tiempo. Todo
este tiempo. Viajamos, celebramos, hicimos lo de siempre. A ratos pensé que
podía. Que todo volvía a la normalidad. Dejé de comunicarme con Liliana por si
servía de algo.
Cuando
Ritter se fue a Alemania hice como que no había ocurrido nada. Continué con mis
planes. Siguió escribiéndome, luego los mensajes fueron distanciándose hasta
que no llegaron más. Lo entendí. Así tenía que ser. Él y Viveka tenían que
seguir juntos. Yo no era más que una breve desviación en su trayectoria.
Siempre lo supe. Me encerré de nuevo y no espero nada más. Quiero paz y calma
para disfrutar mis libros, la música y ver madurar a mi hijo.
Sabiendo
que los jueves tomaba un café con su amiga en el Drugstore, Ritter la esperó.
La vio sentarse y sacar los audífonos de sus oídos. En poco rato llegó una
mujer a sentarse a la misma mesa.
− Hace
rato que un tipo está mirando hacia acá. Da la vuelta disimuladamente y mira
quién es.
Liliana
se paró de la mesa y fue a su encuentro. Se abrazaron como si fueran el último
flotador en un naufragio. Los dos reían y lloraban al mismo tiempo. La amiga
supo que tomaría su café sola esta vez y que ya no habría más jueves de conversaciones.
Tal vez podría visitar a Liliana en Alemania en un tiempo más.
Comentario
de la autora:
Este cuento es el
relato bastante apegado a una historia real, sus protagonistas me autorizaron a
escribirla. Si bien ellos se sintieron representados, a mí me parece que
quitándole los diálogos tipo libro de autoayuda, queda un poco más apegado a lo
que escribo, o escribía, de forma regular. No es fácil para mí escribir no
ficción y cuentearla. Debe ser por eso que cuando me dicen que podría
escribir un cuento sobre una historia que ha surgido en la conversación, casi
siempre pienso que no, que no podría. A lo mejor una escritora profesional, de
verdad, sí tendría el oficio. Las admiro mucho.
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