domingo, 10 de julio de 2022

Funcionario Hernández

 



Tal vez todos somos el malo de la película para alguien más o más de alguno.

− ¡Aquí el que ha instalado el concepto de que este proyecto no servía para nada ha sido ese señor que está parado ahí, Don Tomás Hernández Urrutia!

El señor parado allí en esa reunión catártica de un grupo que se ganaba la vida realizando actividades inconexas y sin impacto social, se había extrañado que no la agarraran antes con él. Cierto, había evaluado tres veces el mismo proyecto y su conclusión fue que no se podía decir si tenía impacto o no. Cada año aparecía con distinto nombre y estrategias que no tenían continuidad lógica con los objetivos declarados. Ni tan siquiera había números que comparar porque cada vez medía diferentes cosas, en fin, tenía razones de sobra para sentir que solo había hecho su trabajo para que los impuestos de los chilenos fueran bien utilizados. Cuando decía eso, recibía risitas burlonas y caras de – debe estar hueveando −. Lo peor era que no, era un ingenuo (huevón) con convicción.

No podía olvidar la cara de odio de la mujer, Pía Nosecuánto, que se atrevió por fin a acusarlo en esa asamblea. Era la pareja del autor del proyecto, José Pablo Larraín, un profesor de arte joven, entusiasta y bien relacionado. Tomás Hernández entendía la mujer debía estar hasta las patas por JP él para defenderlo así en público. JP también estaba ahí, casi no hablaba. Lo miraba desafiante y casi con lástima echado sobre una incómoda silla.

La misión encomendada era breve, despedir al grupo, agradecer el trabajo realizado y explicarles las condiciones de su despido. Pidió que lo acompañara alguien del departamento correspondiente, fueron dos, Cristián Soto Marín y Mario (des)Leal, cual de los dos más cobarde y chueco. Se sentaron atrás y consolaron a los concurrentes en evidente contradicción con lo que planteaba T.H. En ningún momento levantaron la voz para apoyarlo, actitud muy diferente de cuando lo aleonaban delante del jefe para que cortara el queque de una buena vez. Tenía grabadas sus expresiones de perros falderos en una galería de imágenes internas.

Tomás recurrió a su cara de Cyborg de los antiguos, a un rictus inexpresivo. Si hubiera sido delgado y bien hecho, sería un Francisco Cuadra de los ochenta y ahora, en versión femenina, una Camila Vallejo, dos de los personajes más cara de palo para enfrentar fracasos, errores garrafales y hacer como que no pasa nada. La pasión la dejaba para instancias en las que había algo que hacer, no para malgastar neurotransmisores/balas en jotes.

Cada cierto tiempo esa escena se le aparecía ¿se sentía culpable? Ni de cerca, le molestaba haber sido el tonto/huevón útil, el elegido para disfrazar de evaluación metodológica una pataleta del jefe porque a José Pablo se le había ocurrido burlarse de su estilo para tomar decisiones. Las anteriores se las habían pedido por lo abultado del presupuesto, pero el apellido del joven más unas lindas fotografías desbordantes de niños y colores dejaron todo igual.

− Démosle otra oportunidad, supervísalo tú, enséñale cómo se hace, a lo mejor no sabe.

Al que mandaban a cursos caros era a Larraín, no a Hernández porque las más de las veces estaba muy ocupado trabajando y por huevón, claro, por huevón, por no levantar la mano y creerse el cuento del buen funcionario público.

No le preocupaba Larraín y tampoco su séquito, ya tenía otro proyecto en marcha y al poco tiempo estaría recibiendo un buen sueldo y todos los recursos que su proyecto, que quién sabe cómo se llamaría ahora, requería.

Y ¿qué le había dado por acordarse de ese episodio? Una invitación para ser funcionario de nuevo. Respondió que no, que si el karma existía ya había pagado el suyo y tenía, a pesar de todos sus errores, en el trabajo y otras áreas, un saldo a favor que pensaba utilizar en ver la vida pasar, tal vez vivirla un poco si es que se podía. Los ímpetus y pasiones de joven se habían desteñido tanto que casi podía sentirse equilibrado. A ratos por lo menos.

A lo mejor se había quemado como dicen los gringos, − like a candle in the wind – o había sido muy intenso como llaman ahora a los de su especie los jóvenes suavezones. Para el caso daba lo mismo, el pasado era móvil y cada uno guardaría en la memoria una secuencia y explicaciones diferentes.

Algo estaba pasando eso sí, tenía que admitirlo. Esa mirada ensombrecida que lo había invadido por tanto tiempo estaba cediendo a veces a una que era capaz de iluminar espacios opacos a su conciencia. Sería que podía dormir de corrido y hasta a veces un poco más después del ruidito de la alarma o que había vuelto a tener ganas de moverse.

O la lluvia y el frío y lo energizante que pueden ser.

O el tiempo.

Otra posibilidad: la falta de presiones internas por alcanzar metas imposibles. Incluso una más: el cuento podía comenzar donde terminaban los cuentos tristes. Lo mejor era la recuperación de la risa, por tonterías, porque sí. 

Faltaba un paso todavía: las ganas de correr.


Litvinovski, Tales of the magic Tree, XI Fascinated by the Rain

https://youtu.be/F4qql0w0OvI


domingo, 3 de julio de 2022

En retrospectiva

 


Una vez que dijo lo obvio, con la voz, con los ojos y el dibujo de las palabras en el aire, la historia se reconstruyó para ambos en retrospectiva. La trama era otra, los motivos eran diferentes y los espacios vacíos, antes llenos de misterio y esperanza, ahora completaban las escenas de modo redundante.

El cristal había terminado de romperse por fin.

Ahora ambos podrían reír de la anécdota para ella, de la crisis para él. Qué bien que a pesar de que el frío se colara por el ventanal roto ya no tuviera que simular que conocía las reglas del juego. Cada uno estaba en uno diferente.

Había estado tan equivocado que hasta podía reírse de su desventura, de las piruetas que estuvieron demás y del respeto al reglamento que había seguido con tanta responsabilidad y compromiso.

Perdió la cuenta de las veces que intentó aclarar el juego y luego era vencido por la vergüenza de pasar por estúpido hasta que salirse fue la única opción.

Esto de los juegos en línea había sido una aventura difícil, había uno que se jugaba en la pantalla y otro en las conversaciones de discord y ni hablar cuando pasaron a la mensajería personal, ahí, en un momento que no pudo definir, hubo un impacto que trizó un cristal hasta terminar en una explosión de pedazos disparados en todas direcciones. Se acordó de la canción que cantaba su madre cuando no le resultaban sus intentos por tener una relación estable. Ella cantaba cuando estaba bien, cuando ya había pasado el momento más oscuro.

¿Se pondría a cantar él también?

Y nunca la conoció. Era difícil explicarse lo que sentía. Empezó porque los juegos eran entretenidos, era rápido y pasaba de un nivel a otro en cuestión de horas, a veces menos. El vértigo agradable y lleno de ansiedad, eso de ir de un escenario a otro, colorido, ruidoso, no se parecía en nada a la vida que le había tocado. Si una secuencia se ponía difícil había tipos que subían los trucos a YouTube o podía retroceder y practicar de nuevo o cambiar de juego. Al poco tiempo se incorporó la posibilidad de jugar en grupo, primero con los amigos, luego con otros equipos. Al recordar ese momento escuchó una explosión y una ráfaga de disparos en su cabeza.

Ella le dijo algo, le gustó su voz. Lo invitó a jugar en otra sala. Sus avatares eran del mismo animé. Eso fue, la coincidencia de gustos, luego las bandas sonoras, las alusiones a los diálogos de sus personajes favoritos. Ahí estaba. Se desató una cascada de adrenalina. ¿Acaso hay mejor mezcla que instantes de felicidad salpicados por otros de ansiedad?

Ahora impresionar en el juego era más importante, no importaba cuánto tiempo debía estar frente a la pantalla. Qué lata que sea necesario dormir, comer, ir al baño, pura pérdida de tiempo.

Ella quería jugar, en distintas horas, en distintas plataformas, allá iba él.

Cada vez salía menos, tenían horarios diferentes. Él se fue encerrando, las personas fueron reemplazadas poco a poco por personajes, se sentía más cercano a esos amigos a quienes solo conocía por la voz porque ninguno, tampoco él, quería mostrar su rostro - a quién le importa – decían todos. Lo importante es la total aceptación del otro, la vergüenza por la propia apariencia había aumentado más que nunca. Tampoco entendía eso, total estaba ella que le decía que él le encantaba, ya compartían fotos, se llamaban por videollamada y se susurraban fantasías sexuales, íntimas, muy íntimas– no me vengan con que esto no es real – Ya no sabía qué estaba pasando con sus amigos, los que alguna vez lo fueron, esos con cara y cuerpo, algo captaba de lo que estaba pasando con su familia, siempre lo mismo: todo bien, todo normal, nunca pasaba nada. A veces le reclamaban, asentía, hacía como que escuchaba, se aguantaba una media hora, a veces un poco más para que creyeran que le importaban y se iba a encerrar, a estudiar, obvio.

Los quería, pero cada uno estaba en su mundo, su hermano mayor se había ido y estaba disfrutando de su trabajo; su madre y tías, cuando hablaban de él parecían mirar al cielo agradeciendo por tantas bendiciones para ese niño inteligente y tan bien portado. Casi escuchaba un coro de ángeles y podía vislumbrar un halo dorado brillante sobre la cabeza del que le había aforrado sin piedad hasta hacía unos pocos años. Su hermana era otra cosa, no tenía idea de quien era, qué le interesaba o si hacía algo más que acusarlo de estar encerrado todo el día y practicar ballet. Le había dicho a su madre que la escuchaba vomitar en el baño, pero cuando le decían algo al respecto, armaba tal escándalo que la madre renunciaba a tratar de hacer algo – si tiene energía para bailar es que está comiendo, de otro modo se desmayaría –, sonaba lógico. Su hermana lo miró desafiante con los brazos en jarra la última vez con una cara de psicópata de película que desde ese día la llamaba el cisne negro. Así la había bautizado en todas las aplicaciones de mensajería.

En el juego, en las salas de discord, ahí sí podía ser el bacán, pero ella, su novia virtual y contendora, lo era más. Tenía habilidades defensivas que él no conocía, se escondía, se mimetizaba, pero, sobre todo, sabía negar cuando él creía haber descubierto su estrategia y de algún modo lo convencía de sobre interpretar, de pasarse películas sin asidero. Lo confundía ¿a propósito? Ahora creía que sí. Era mejor jugadora que él, lo supo desde siempre, desde antes de decidirse a entrar a su sala.

La adicción pasó a tener un gusto amargo cuando se quedaba jugando solo, cuando ella lo ghosteaba. Seguía ahí, esperándola, en ese juego insano, pasaba de un nivel a otro, de un juego a otro, de un grupo a otro. Se daba cuenta que por su capacidad lo esperaban otras chicas para invitarlo, se negó todas las veces que eso ocurrió.

El cisne negro se desmayó en un ensayo, el ángel de la familia, el hermano mayor no dio señales de querer ayudar, tuvo que llevarla él al hospital, su madre se había ido el fin de semana ya no se acordaba dónde, porque por lo general no ponía atención a la nada que ocurría a la hora de la once donde su madre pasaba revista: ¿comieron, ordenaron la ropa, qué notas se sacaron? Las respuestas eran las mismas: todo impecable, todo bien.

El cisne negro apenas respiraba, se veía verde y flaca como un saltamontes. En la urgencia le preguntaban de todo y él solo sabía que seguía vomitando. Le encontraron unos cortes superficiales, antiguos y nuevos, en la cara interior de los brazos. No recordaba la última vez que la había visto con manga corta, se hubiera dado cuenta – o tal vez no –. Cuando recuperó la conciencia el cisne lo vio a su lado – anda a jugar, voy a estar bien, no llames a la mamá, menos al papá –. No había pensado siquiera llamar al padre, no tenía ningún sentido. – cagaste, la mamá se vino de vuelta, la llamó la directora de la academia – el cisne cerró los ojos y pudo ver su expresión de desesperación silenciosa.

Lo mandaron fuera de la urgencia, por hábito había salido con la tablet y entró en el juego y a todas las salas donde podía encontrarla, necesitaba hablar con ella, decirle que estaba en problemas que no sabía qué hacer.

Su madre llegó, entró a la sala de urgencia, cuando salió lo tomó de los hombros – no es nada, no te preocupes, ándate, todo va estar bien, tu hermana está cansada eso es todo.

      ¿y los cortes?

      ¡Nada te digo!

Se fue a sentar a la sala de espera, miró de nuevo, ella no respondió y el último pedazo de cristal se desprendió de la pantalla.

 


Life as a flower

https://youtu.be/vq4_HI-mIhk

Cristina Rosenvinge, Mil pedazos

https://youtu.be/HGfwyiDlQKI



viernes, 3 de junio de 2022

Lanzamiento Libro Caleidoscopio y otros cuentos

 

El lanzamiento del libro Caleidoscopio y otros cuentos se hizo ayer 2 de junio. Estuvo concurrido y el cariño de los amigos flotaba en el aire.

Van algunas fotos y los textos que prepararon quienes comentaron el libro.

De derecha a izquierda, Fernando de Laire, Ximena Candia, Sandra Oller y Paula Ríos.

El primer comentario estuvo a cargo de la Médica Familiar, Dra. Sandra Oller. Una ávida lectora de clásicos y novedades en la literatura.

 

“¡Al menos traté!”

Es el epitafio que elige una mujer que acaba de morir.

Momentos antes, en el delirio en una sala de cuidados intensivos, se da cuenta que hasta la muerte tiene burocracia, le piden un epitafio en las instrucciones de su funeral. Inventa varios:

-          “Para la otra, quiero ser negra: con la facha de Rihanna, el verso de Michelle Obama y la voz de Whitney Houston, eso no más”.

-           “Vine, viví, no vencí y bailé”.

-          “Sueño cumplido, al fin seré flaca”.

Un relato ingenioso, divertido, profundo: Burocracia y Epitafios es un cuento donde el humor y el poema Elegía de Miguel Hernández acompaña la reflexión sobre la muerte, un recorrido intimo por las experiencias y los recuerdos en el momento final.

 

Música: Juan Manuel Serrat: Elegía, poema de Miguel Hernández

Otro cuento:

“¿En qué piensa Usted corazoncito mío antes de dormir? ¿En qué piensa? Porque muchas noches yo me acuerdo de usted, lo veo por ahí en el universo que solo existe en las cosas que no se dicen. A veces se me aparece en sueños y me da por creer que Borges tenía razón, que otra existencia se teje y se desteje en los sueños, ahí donde los contenidos se mandan solos, donde se entrelazan personas en tiempos y situaciones imposibles.

Corazoncito, Ud. no sabe que existo, lo elegí para inventar un mundo, el mundo de los pensamientos y las palabras no dichas”.

Las reglas de lo implícito es la historia de un amor fantástico, un mundo inventado por una bibliotecaria para depositar el amor que la desborda.

Un relato conmovedor, entrañable que una siente como propio.

Música: Sexta Sinfonía, Beethoven, Pastoral, segundo movimiento.

Y otro más:

“Le gustaba jugar con las palabras, como cuando dicen murió en su ley, en Suley.

Un lugar llamado Suley. Mucha gente moría allí, en Suley: delincuentes, alcohólicos, adictos, deportistas extremos.

Era un lugar peligroso ese pueblo.

Un día a la vez, dice el protagonista y se convierte en su lema.

Zulema, su amor, por la que seguía sintiendo lo mismo, por la que se rindió, por la que perdió todas las batallas. Zulema que vivía en Suley”.

Zulema en Suley es una historia de pérdidas, una mirada honesta a las limitaciones de la vida. En este relato, Ximena despliega magistralmente su talento en el juego de palabras, se convierten en un protagonista, le dan curso a la acción.

Música: Find de waterfall, this will bring you luck. 

En Caleidoscopio y otros cuentos, Ximena reúne 32 relatos cortos, son historias de estos tiempos, de personas comunes y corrientes, un poco extraños en este mundo moderno, son los distintos, los que no encajan, los que se arriesgan y pierden. Ximena construye sus relatos desde su campo de dominio, son personajes psicológicos, habitan mundos internos, siguen un curso de pensamiento, desbordan emociones, en esos mundos interiores se dan todas las batallas.

En cada uno de los relatos Ximena nos regala un fondo musical ad hoc, desde la balada a la música clásica, nos invita a conocer su universo musical, nos crea la playlist perfecta para leerla.


El segundo comentario estuvo a cargo de Paula Ríos, madre, psicóloga, laboral, MBA y lectora consumada.

Lo primero que quisiera aclarar es que mi comentario nace desde la perspectiva de una simple lectora a la que los libros y las lecturas le gustan o no le gustan por las emociones que le evocan. Esto implica, en un acto de gran autorreferencia, que yo soy el instrumento de medición. 

En ese contexto, les comentaré las “cositas” que me provocan los cuentos de Ximena. 

Lo primero que quisiera destacar es el sentido del humor. Muchos de sus personajes se ríen de sí mismos. Los que conocemos a Ximena, sabemos que también ella lo hace de sí misma. Varias veces me pillé esbozando sonrisas o carcajadas cuando leía. Debieron pensar que estaba media destemplada, como varios de los personajes de los cuentos de Caleidoscopio. 

Lo otro que me sorprende de los cuentos de Ximena es el sentimiento general de soledad. Sus personajes viven en ciudades grandes, trabajan y participan en grupos, pero en última instancia, están solos en sus diálogos internos. Se tienen solo a si mismos, como si esa fuera la verdad final: nos tenemos solo a nosotros mismos y nadie nos acompaña en ese eterno devenir de guiones imaginarios con nuestros fantasmas. 

Lo tercero que me provoca es sorpresa. Los finales me sorprenden, en pocas líneas logra asombrarme con un hecho inesperado, con un vuelco creativo, con algo que no se me había ocurrido. Incluso a veces, cuando espero que pase algo, me sorprende y el cuento termina en que no pasa nada y el final es abierto... Pero la gracia está en hacer esto en tan poco espacio, con tanta economía de palabras, en lo que demoras en esperar tu turno en la Isapre o en la vacuna. 

Pero ahora les trataré de explicar, en mis burdas palabras, lo más relevante para mí. Los personajes de Ximena son como tú o como yo. Son como mi hermano o mi mamá. Trabajan, son profesionales, toman micro por Grecia, escuchan música, ponen la mesa y preparan comida, se enamoran y se separan. Es muy fácil imaginarse como ellos, porque son gente común y corriente. Pero lo interesante es la disección que hace Ximena de sus sentimientos, de sus momentos, que lo lleva a uno a identificarse con momentos parecidos porque los ha vivido.

Ximena tiene la capacidad de describir ese momento muy trivial que está viviendo el personaje, que es muy parecido al que tu podrías tener, ese diálogo interno que de tanto tenerlo a uno le pasa desapercibido. Ximena releva pequeños gestos y situaciones, que no nos damos cuenta de cuánto nos han marcado, que nos quedan dando vuelta, les hace una cuidadosa autopsia y nos hace conscientes de ese momento. 

Esto hace que las historias de las personas comunes y corrientes sean grandes historias y por consiguiente, nos deja la sensación de que la vida propia es una vida de cuento. 


El tercer y último comentario estuvo a cargo de Fernando de Laire, sociólogo de la Universidad de Chile y Doctor en sociología por la Universidad Católica de Lovaina. Es autor de los libros "Imagen del Norte, mirada y palabra del Sur" (junto al fotógrafo Hugo José Suárez), "La trama invisible o los claroscuros de la flexibilidad" y "El éxtasis y la lágrima. Un sociólogo en la encrucijada cubana".

Comentar un libro es un ejercicio de alteridad, es decir, enfrentarse a un otro; más bien, ponerse cara a cara con un otro. ¿Pero entonces, a quién enfrentarme en este comentario? ¿A la autora? ¿Al libro? La ortodoxia dice que hay que abordar el texto, prescindiendo de las circunstancias del autor. Me temo que, en este caso, aplicar dicha regla es imposible y voy a argumentar por qué. 

            Ximena, no obstante que esta es su segunda obra literaria, no es una escritora con una trayectoria clásica. No viene de las escuelas de literatura o de escritura creativa; no integra los cenáculos que se dan cita en la Librería Metales Pesados ni otros similares. No integra la corte de Gonzalo Contreras ni creció en el taller de José Donoso. 

            Entonces, dejémoslo establecido: Ximena es una psicóloga que se proyecta –y lo hace bastante bien– hacia la literatura. Pero, además, no reniega de esa condición. Eso le da una cualidad única; para ponerlo en los términos de mi colega Pierre Bourdieu, se sitúa o llega al campo literario desde una posición excéntrica. Y, desde esa perspectiva, goza de una riqueza y a la vez enfrenta un límite. 

            Cuando comencé a leer su libro, le comenté esta idea y me respondió: “Sí, no me puedo escindir. Creo que soy una psicóloga que intenta escribir”. Y tiempo después, me comentaría: “Es un problema para mí superar el síndrome del impostor”. En respuesta, yo le digo: no. Usted no es una impostora. Usted se está construyendo a pulso un camino literario. Y uno de los personajes le manda un mensaje a su creadora: “En definitiva uno es su historia y lo que lo confirma, ¿no?”. 

            Pasando a otra arista, este conjunto de cuentos puede leerse como la crónica de una ciudad descentrada. “Esta ciudad está por completo rara se lee en uno de ellos–, es como si los parámetros se hubieran corrido”. Y entonces, podemos preguntarnos. ¿De qué centro nos corrimos? ¿Qué parámetros abandonamos?

 

            Me atrevo a decir que la respuesta, que completará cada lector desde luego, ofrece un camino de dislocaciones, de desplazamientos de sentido. Diseminadas entre las páginas, existen pistas: una de ellas remite claramente al estallido social, cuyos efectos no terminan de cuajar (y no es casual que estemos acá, en calle Vicuña Mackenna, un día jueves y no un día viernes). Jugando con las palabras, es curioso que el primer desplazamiento de sentido se adentre en el mayor giro de significantes desde la recuperación de la democracia: de Plaza Italia a Plaza Dignidad, con todas las connotaciones que ello trae consigo; del pacto de la transición al pacto que no termina de parir y, como todo indica, no terminará de parir por mucho tiempo. Venimos de una sociedad fracturada que restañó sus heridas “en la medida de lo posible” y vamos a una sociedad fracturada post plebiscito, cualquiera sea su resultado. ¿Alguien tiene alguna duda? De cierta manera, algo de ello planea sobre este texto. 

            Pero existe otro plano desde el cual pensar el desplazamiento de parámetros del que habla Ximena: es la pérdida de un equilibrio existencial, que tiene que ver con el sistema económico imperante, pero, incluyendo esos efectos, se introduce en aguas más profundas. Me explico: en estas historias podemos ver con toda nitidez las huellas del neoliberalismo en los sujetos, huellas que podrían salmodiarse con los títulos de los libros del filósofo coreano Byung-Chul Han: Sociedad del cansancio, Agonía del eros, Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder.

             Sobre ese telón de fondo asoma lo otro: el ventarrón existencial, frente al cual –al ir leyendo– uno puede aproximarse por los caminos de la empatía, el asombro, a ratos el espanto. Cualquiera sea el orden en que se lean los cuentos, tenemos, en algún momento, el nítido vislumbre de un desierto. El desierto existencial que nos roza.

             ¿Cuál es la clave de ese páramo? Una condición que se resume en una palabra: desamparo. Palabra bonita, palabra triste. De algún modo todos, aquí, comen la ostia del desamparo.

             Hay, para mí, un momento bisagra del libro donde dos mujeres se sincronizan en lo que la autora denomina “la misma queja universal”. No se ofrece una definición, sólo esa expresión rotunda sin continuidad en la enunciación, sólo ese significante abierto en medio de un final abierto. Se trata del cuento “Golpes al volante”.

             Como esa una de las riquezas de la literatura, mi interpretación fue que esa queja universal era el desamor. Ahí vi una de las claves mayores de todo el volumen. Pero Ximena me comentó que no. Para ella, ese lamento se vinculaba al peso social y biológico del desamparo. Y ello, en clave feminista, o de empatía femenina al menos. En sus palabras, el peso de “resolver sola todo o casi todo, cuando se prepara a las mujeres para sentirse protegidas o en relaciones de colaboración”. Sin duda, ese plano sobresale en el texto, aunque también hay hombres que sufren a su modo. 

            Quisiera volver ahora a mi punto de partida, a ese ser bifronte: la escritora psicóloga o la psicóloga escritora. Decía Armando Uribe que, si alguien le pedía un consejo sobre cómo devenir escritor, él le sugería ejercer su profesión u oficio, cualquiera este fuera, observar, retener, masticar la realidad alrededor… Y si tenía pasta de escritor o escritora, si tenía voluntad, tal vez emergiera eso que estaba buscando expresar. No es la única fórmula, pero es una que puede ser eficaz.

             En ese sentido, en estos cuentos se intuye a la psicóloga en su consulta, escrutando, anotando, ejerciendo la escucha psicoanalítica o sus derivadas. Uno ve correr el flujo de una experiencia. El flujo -por qué no- de nuestros traumas, nuestras ansiedades y angustias. Uno se ve. Uno nos ve. Aquí, en esta sala. Queriendo o temiendo verse reflejados en estas páginas. Vampirizados.

             La metáfora del escritor como vampiro tiene un extenso linaje. En la tradición, suele asociarse a beber la sangre de los referentes, los maestros; plagiándolos o construyendo un crisol de influencias del cual emerge un estilo propio y una obra. Pero existe esta otra forma de vampirización, que puede ser paradojal también, ya que, a ratos, la escritora agarra del pelo a la psicóloga, a pesar de sí misma, y la mete al libro sin que ella se dé cuenta. Lo sé. Algo de eso hemos conversado. Hay cosas que un lector atento percibe y que la escritora psicóloga no ve, atrapada en el flujo.  

             Uso esa palabra a propósito. Una de mis autoras favoritas, Marguerite Duras, lo plantea así: “La escritura es eso. Es el flujo de la escritura que pasa por el cuerpo. Lo atraviesa. Es desde ahí que partimos para hablar de emociones que son difíciles de decir, tan extrañas y que, entretanto, de súbito se apoderan de nosotros”. Lo no consciente como clave de la creación, junto a una voluntad imperiosa de expresar. No de corregir. No de pulir. Ese engranaje gira bien aceitado en esta compilación de relatos. 

            Finalmente, quiero concentrarme en la figura del caleidoscopio. Ximena titula así uno de sus cuentos y este adquiere un significado especial al darle el nombre al conjunto o, al menos, al ponerlo en un lugar preeminente: “Caleidoscopio y otros cuentos”. Lo primero que hay que decir es que, en nota al pie de página, ella remite a una entrevista que le hizo el periodista Marcelo Longobardi a María Kodama, la escritora, traductora y, hacia el final de sus días, esposa de Jorge Luis Borges. Según Kodama, este último habría escrito “El Aleph” inspirado en la figura del caleidoscopio.

             El Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo y en la narración de Borges es “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos” o también “el punto donde convergen todos los puntos” y hace además referencia a “un espejo cuyo cristal reflejaba el universo entero”. 

Sin dar pie a una eventual megalomanía de la autora, creo que la figura del caleidoscopio, como referencia a una totalidad construida por espejos que convergen, es bastante consistente. Hay en estos cuentos un sentido de unidad. La percepción o la intuición de un país y una época en los que nos reconocemos. Y no diré donde encajamos, porque este libro está lleno de personajes desencajados. 

Palabras. Me gustan las palabras. Me gusta jugar con las palabras. Vivo de las palabras, de las mías y de los otros. Sobre todo, de las otras.

 Pero, pongámonos serios: Desencajados. Aproximaciones semánticas: desajustados, desarticulados, dislocados, separados, descolocados, aturdidos, descompuestos. Demudados. 

Para decir que nadie anda como sus antónimos: serenos, calmos, sosegados.

Hay, entonces y lo refuerzo– un sentido de unidad y un efecto de realidad, y eso no es mérito de una profesión voyerista, vampirizante, fisgona. Es mérito de una pluma distinta, certera en su concisión y en la redondez de sus historias. Lúcida en mostrar las fisuras del presente, las que no se ven y que dibujan con trazos nítidos ese desierto existencial que nos roza.






                               Felipe Salazar lee el cuento "La Imporancia de la Buena Ortografía"

Mildred Rojas condujo con gran acierto y encanto el lanzamiento.

Uno de los grupos de amigos asistentes, mucho cariño en el ambiente.


La escritora Alejandra Basoalto, directora de la Editorial La Trastienda y Cristóbal Ladrón de Guevara, diseñador de la portada de Café Literario y Caleidoscopio.

Muchas gracias a los que participaron y construyeron un lindo momento para recordar.




sábado, 28 de mayo de 2022

Oración II

 


Que sea capaz de escuchar los comentarios sin poner caras ridículas.

 

Me gusta celebrar, pero detesto esos momentos en que se canta la canción del feliz cumpleaños ¿qué hace una en ese momento? Mirarlos a todos, quedarse pegada mirando las velitas, tontear. Eso hago. Me pongo a cantar con voz operática en mi propio cumpleaños, así nos reímos todos. Es más difícil soportar la lectura de comentarios de lo que escribo, son más largas que un cumpleaños feliz y no hay forma de ponerse a tontear en esos momentos. Muchas cosas se pasean por mi mente para evitar concentrarme. La única vez anterior no escuché nada de lo que decían, atiné a agradecer y luego pedirles copia de sus escritos para leerlos con calma.

Tú tranquila, estoy acá

Que la confirmación el exhibicionismo y el narcisismo implícito sea soportable

Eso ha sido lo más difícil de tolerar, esos motes de intelectual que se supone implica la afición por escribir, supieran lo ignorante que soy, que leo algo y se me olvida dónde y quién lo escribió. Que hasta leo textos míos y no me parecen propios, no solo por el síndrome de impostora, sino porque muchos no vuelvo a leerlos en mucho tiempo. Los reconozco por las emociones, no tanto por el contenido. Asumo que escribir y exponer textos es la sombra de la personalidad melancólica funcional, más o menos. El lado b.

Tú tranquila, estoy acá

 

Que no se aburran los asistentes

Ya sé, no depende de mí, no en exclusiva, pero igual lo siento como una presión. Sí, es irracional, por eso esto se llama oración, El acto de rezar, pedir, a la entidad que una dote de poder como para cumplir deseos banales es irracional, por eso este texto, porque me dan ataques de irracionalidad en el estrés.

Tú tranquila, estoy acá

Que me acuerde de esta sensación y nunca más lance un libro, aunque me haya propuesto tres.

Ay, si no fuera porque las palabras pesan, se esculpen en alguna parte y me generan deudas, esta sería la oración más fácil de cumplir, pero ¡pucha! ¿Por qué dije tres? Encima dije que el tercero sería algo liviano, divertido como cuando me dio por escribir de cocina y las tareas domésticas. Reniego de esas palabras, las borro, nunca dije eso, me sacaron de contexto. No era yo en ese momento, debo haber estado con trago. Ya sé, vale igual, pero es un atenuante de la culpa. No fui yo, fue la desinhibición de la corteza cerebral frontal.

Tú tranquila, estoy acá

 

Stephan Moccio, Kaleidoscope

https://youtu.be/d7CpuZfQJhE

 

https://nopoderdecir.blogspot.com/search?q=oraci%C3%B3n


Sino

 


No maté al grillo, lo devolví al jardín. Primero lo lancé lejos con el impulso de los dedos. Luego me lo encontré cerca del pasillo, lo puse en una pala y lo tiré al pasto de donde no debió salir. Estaba paseando por mis sábanas. Qué perdido, pobre, tan desorientado. Era un grillo pequeño, incapaz de emitir su sonido de apareamiento que hacen que las noches calurosas de por aquí sean ruidosas.

Habrá salido a explorar, o una brisa lo levantó de alguna hoja y fue a dar donde no tenía intención de llegar. Si me hubiera encontrado de otro humor, o no hubiera soñado con pupas a punto de abrirse, no para la salida de una mariposa si no para una especie de araña, a lo mejor lo hubiera aplastado sin piedad. Tuvo suerte, me dio pena y lo devolví a su lugar de pertenencia. Tal vez tenía un plan, ser diferente de otros grillos, aventurarse. Quizás quería encontrarme dormida y entrar en mi garganta, explorar qué hay por dentro. Se hubiera ahogado rápido, junto con ahogarme a mí. Mal plan.

O se imaginó que mi cama era una montaña y quiso ver desde lo alto. Mirar hacia atrás y sentirse orgulloso de su recorrido, decidir si continuaba explorando o se devolvía a contarle a los suyos las peripecias que pasó y animarlos a explorar, tal como había hecho él. No es el primer grillo que veo adentro, he visto unos de tamaño superlativo, negros, gritones, saltarines, pero nunca en mi cama. He visto alacranes aquí adentro también, esos me caen bien, parecen peligrosos, pero son tan lentos y a la primera amenaza intentan auto agredirse. Son unos masoquistas después de todo. También los devuelvo al jardín.

Son un poco extraños los bichos y animales pequeños. Una vez una tortuga anduvo más de once días perdida adentro de la casa. Sí, se me arrancan las tortugas, qué duda cabe. Era chica, se salió de su caja y luego fue imposible encontrarla. Cuando ya la dábamos por muerta, apareció, quien sabe cómo, en un escalón de la escalera que va al segundo piso. Solitaria ella, no tuvo a quien decirle de qué se alimentó todo ese tiempo, qué hizo, dónde estuvo. Ahora tiene una vida feliz, supongo, cómo voy a saber ¡es una tortuga! Creció mucho, el acuario, sí, lo más raro es que era una tortuga acuática, le quedó chico. Una vez en un restaurant chino de Enrique Olivares, pregunté si recibirían una tortuga para su ya sobrepoblada pileta decorativa, el dueño se encogió de hombros y me dijo que sí, que la pileta ya parecía casa de acogida de tortugas que llevaban los clientes. Es verdad, la última vez que fui conté unas treinta y ocho. Sí, porque así es una, obsesiva, detallista con información que no sirve para nada.

Recordé otra vez en que mi hermano llevó un pirigüín a la casa en una bolsa. Por más que todos insistimos en que lo botara, lo llevara a la acequia de donde lo había sacado, años después supimos que, una vez más, hizo lo que quiso. En los afanes de ordenar el jardín, mi abuela sacó unas maderas que estaban apiladas en un rincón. De improviso gritó, corrimos a ver y dijo que había visto una rana enorme.

- ¡El pirigüin!

Se acusó solo mi hermano. Pasó horas buscando la rana. Mi abuela decía que daban mala suerte, ni me molesté en preguntar por qué. La respuesta siempre es la misma -Así dicen - . La encontró, no sé cómo lo hizo para meterla en una bolsa. Era grande. Acostumbrados a las exageraciones de la abuela, esperábamos encontrar una cosa chica, de tres centímetros a lo más, pero no, a lo mejor ahora exagero yo, pero lo que recuerdo era una rana horrible de unos diez o más. Esa vez pensé en los monstruos que pueden vivir cerca sin que uno lo sepa. Rastreables como una rana o invisibles como tantos otros.

Y como un pensamiento lleva al siguiente, apareció entonces la imagen de una perrita cachorra, que, de nuevo, mi hermano, sin autorización, llevó a la casa. Todos pusimos el grito en el cielo, nadie quería más perros después de que el último salió corriendo y lo atropellaron. La tristeza fue horrible y tal como en las penas de amor, uno cree que puede proponerse no enamorarse más, nunca más, jamás de los jamases, en esta puta vida. Como era de suponer, vimos esa cachorra blanco y negro que parecía una madeja de lana y no hizo falta nada más. Se quedó con nosotros. La llamamos Pochita, creo que fui yo quien sugirió ese nombre.

Para el terremoto del 85, la Pochita se perdió. No podíamos encontrarla. La buscábamos con esa sensación doble de no querer verla si estaba aplastada por ahí, debajo de las cosas que se cayeron y el deseo de encontrarla viva y literalmente coleando. Primero fui a buscar a mi hermano que estaba en casa de un amigo. Corrí por entre la polvareda que había en la calle, varios muros de adobe estaban en el suelo, así como también nuestra pandereta de cemento que nos dejó cara a cara con el vecino de atrás. Fue tanta su amabilidad, que estando frente a frente, nos dice – se les cayó el muro -. Estuve a punto de decirle – no me diga -, pero me retuve. Fui a buscar a mi hermano, gritaba su nombre y no salía. Di varias vueltas por el frontis de donde había ido, grité más fuerte, todo lo que me daba la garganta, ya apretada con tanto polvo suspendido en el aire. No me di el espacio para pensar en nada. Mi hermano al fin salió, nos fuimos a la casa. Él comenzó a buscar a la Pochita. Pasaron horas, comenzaron las réplicas y, como quien sabe por qué, no tengo miedo a los temblores, yo era la encargada de poner las cosas a resguardo de posibles caídas. – Acuérdate de las velas, trae la linterna, afirma el espejo grande, aprovecha de traer un chal para la abuela y ¡apúrate!

Ya no sé si fue el mismo día o al siguiente que la Pochita apareció tiritando debajo de unas cosas arrumbadas en la pieza del lavado. Qué alivio más inmenso. Si quedaban dudas de nuestro apego con ella, después de ese día, se disiparon por completo.

Entonces el grillo estará entre las hojas, el bambú de los vecinos, o debajo del espino, creciendo, volviéndose más oscuro. Seguro no sabe de dónde salió la nave roja, la pala de la basura, que lo trasportó de una superficie blanca de vuelta a la oscuridad del suelo del jardín. A lo mejor se sintió grande y poderoso por unos instantes y ahora de nuevo, pequeño e insignificante en la humedad de la tierra y las hojas. Volverá a sentirse importante cuando sus patas logren hacer el ruido del apareamiento.

Todo el día estuve acordándome del grillo y su destino.


martes, 24 de mayo de 2022

Un Gentleman

 



Al fin iría a un lugar donde podría lucir su paraguas, abrigo de lana inglesa, verdadera lana, y la bufanda que hacía juego con esos tonos clásicos café y beige, muy de moda entre los académicos de ciencias políticas o cualquier cátedra que cupiera en la categoría de artes liberales. El bolso de cuero y la correa que tenia grabada la palabra university, no dejaba dudas de su labor y el estatus social e intelectual correspondiente. Era una marca de calidad mundial, recuerdos de su doctorado en UK, iukey. Disfrutaba de pronunciar eso.

Notaba las miradas de admiración y envidia de sus colegas, cuestión de clase, se repetía entre muchas otras frases y adjetivos que ni con pentotal diría en voz alta por lo incorrectos que resultaban.  - El cinismo es una estrategia de sobrevivencia, decir lo que se piensa, sin adornos, terminaba en lo que otro académico llamaba sincericidio, muerte social por sinceridad -.  La barba tipo talibán y un discurso dentro de lo esperado aseguraba para él una agenda anual de invitaciones a seminarios o a dar clases en los posts grados de distintas universidades del país y cada vez más en el extranjero. Por último, en caso de no resultar su punto de vista equilibrado y analítico de lo que estaba pasando y sus consecuencias, siempre era una buena estrategia hablar de las bondades del ateísmo y el daño de la religiosidad a las culturas por la represión en distintos ámbitos de la vida, en especial cuando la contingencia era tan compleja de analizar y, por tanto, se requería una distancia espacial y temporal para descifrar qué es lo que está pasando . Hacía poco había tenido una breve conversación interesante con una tesista. Ella relataba ciertas decisiones que había tomado hacía varios años y solo ahora podía acercarse a la trascendencia para sí misma y los demás que tales giros habían traído.  - Algo así pasa con los procesos sociales agregó él, – se puede estar en medio de un hecho del que los libros hablarán por siempre, pero no se es totalmente testigo de la historia como dicen los periodistas en la Tv. Con suerte uno observa y se da cuenta de que algo pasa, la épica por lo general se construye a destiempo, quizás antes o mucho después –. Eso era compartir información, reflexionar en conjunto. Con los ánimos tan recalentados, con estudiantes y colegas gritones y exagerados, que en vez de preguntar emplazan y sacan a relucir tuits de hace al menos ocho años para tildarlo de inconsecuente, no se puede sostener una conversación seria o amena siquiera.

-       ¿Por qué no reconoce de una vez que usted es un reaccionario?

¿Qué podría responder a eso? Nada dejaría contento a su colega, que se enorgullecía de encender los ánimos de los estudiantes con fervorosos discursos y ejemplos cuidadosamente seleccionados de papers cuyos autores comulgaban con sus ideas. Una vulgar y triste manipulación de jóvenes con ansias de protagonizar también un momento histórico como les había correspondido a sus padres. Respecto de esto tenía algunas ideas cínicas también, cada generación necesita una cruzada y eso de ir hacia atrás reescribiendo la interpretación de la historia era mucho más fácil que resolver crisis actuales que requieren mayor creatividad, conocimiento de diversas disciplinas, cultura y voluntad colaboración. Siempre ha sido más fácil la anulación, la prohibición que la proposición de nuevas ideas.

Y sí, a lo mejor era cierto, su estadía en UK, lo había transformado. Con su habitual temor al ridículo, también miraba con una sonrisa sardónica su disfraz de gentleman. Si solo midiera unos 20 cm más y fuera flaco y tuviera una nariz más fina y una mandíbula más angulosa, pero no, esa tendencia a ser un regordete era lo que lo hacía ver como un triste aspiracional más que un hombre elegante. Ese pensamiento siempre le asaltaba al momento de partir de viaje, pero luego le daba lo mismo. No iba a dejar que su inseguridad hiciera que temiera de su propio concepto del absurdo, menos ahora que estaba a punto de jubilar. Sus colegas se disfrazaban de progres desde la universidad: bolso artesanal de cuero legítimo, las ediciones caras de la literatura en boga, desayunos y almuerzos en las cafeterías en lugar del casino universitario con beca de estudiante pobre, de verdad pobre, comiendo una mierda o viendo cómo los otros, pobres-pero-no-tanto, se gastaban la plata del almuerzo en fotocopias con la esperanza, eso sí, de que en su casa podrían comer algo decente.

Por un tiempo se la creyó y fue a trabajar donde las papas queman, con el pueblo, métale estudios de campo, observaciones participantes en las ollas comunes y las estrategias más eficientes para aumentar el capital social y la participación ciudadana. Años aprendiendo a ganarse la confianza de las agrupaciones de personas que comparten un espacio; pobladores le corregían los dirigentes a cada rato. Pobladores. Siempre se sintió ridículo hablando en politiqués, ese lenguaje grandilocuente, tautológico y muchas veces incomprensible para las juntas de vecinos. Los jóvenes lo aprendían rápido: la problemática, la solucionática, la democratización, la socialización de la estrategia, la precariedad, la vulnerabilidad. ¿Qué hacían sus colegas en esa época? Fueron mucho más inteligentes, por el partido o sus relaciones consiguieron pegas en directorios de ONG o de grandes empresas que necesitaban conectarse con la comunidad y negociar el impacto ambiental. Negociar era un eufemismo.

Los más hábiles para los negocios pisparon el nicho de las encuestas políticas y las capacitaciones para las instituciones públicas. Ahora abjuran del modelo que les dio un pasar muy superior a los de sus padres y habiendo asegurado su vida y la de sus hijos quieren, por cualquier vía, compatibilizar su ideología con la opción política más pop. Siempre observando la ciudad desde las montañas, desde sus refugios con buenos quesos y tragos. El complejo del dinero ¡pucha que cuesta aceptar el gusto por la plata y el bienestar!

Hubo otros, capísimos, que admiraba hasta ahora sin ninguna duda, esos hombres y mujeres que han hecho cierto aquello que alguna vez declararon el motor de sus vidas en alguna tomatera cercana a la escuela: mejorar la vida de las personas. Ahí estaban, dándole, algunos con la retribución material que merecen y otros no tanto por distintas circunstancias incontrolables de la vida. Una desventura cierra muchas puertas, un par de malas decisiones, un riesgo mal evaluado; la mala pata no más o la certeza de que ciertos aprendizajes se dan en algunos círculos a los que es evidente que no todos acceden.

En algún punto sintió un crujido de ideas en su mente, se sintió parte de una maquinaria que perpetuaba el malestar y discurseaba en otra dirección. ¡Corre, corre en línea recta! Y eso sentía que hacía hasta que se dio cuenta de que su recorrido no era una línea, no alcanzaba tampoco a ser un círculo, era siempre el mismo paso. Un hámster que corriendo rápido o lento, no avanzaba. Y encima debía evitar que otros de la misma especie se dieran cuenta del engaño y motivarlos a seguir corriendo. Desvió el camino a tiempo y se fue a UK, el mundo se abrió y muchas posibilidades a su vuelta también. Lo que aprendió allá estaba resumido en la obra de Oscar Wilde, un genio aun subvalorado en sabiduría y sensibilidad para captar la decadencia y la maravilla de ser humano.

El taxi que pidió ya llegaba al aeropuerto y había evitado hablar con el conductor todo el camino de tan sumido que estaba en sus pensamientos de viejo descreído. Descreído y reaccionario. Debía agregar ese concepto a la descripción de sí mismo, si ha de considerarse la opinión ajena para la definición de la propia identidad.

Al fin había aprendido a calmarse, nadie apurado puede ser elegante se decía. Eso de atarantarse era tan poco OCDE, se reía para sus adentros cuando hacía suyas frases ingeniosas repetidas en las redes sociales. Ahora caminaba derecho, no se estresaba y al momento de entrar a la cinta que revisa el equipaje disfrutaba de ser observado por comportarse como un señor mayor y educado.

Estaba jugando los descuentos de la vida laboral, faltaban un par de años más para cumplir el plazo legal. Siempre pensó que querría seguir hasta que su cerebro hiciera sinapsis y tuviera algo que decir, ahora, quería irse sin odiar a su audiencia y cada día era más difícil soportarlos. Estaba viejo, le faltaba energía para discutir, para demostrar su punto. Se había convencido de que el diálogo socrático ya no era posible o peor, que solo se da luego de terribles crisis y masacres. Solo ahí se recurre a la lógica porque no queda más que reconstruir por la subsistencia de los más queridos, con lo estrecho o amplio que pueda ser esa categoría: la familia, los amigos, la clase, el barrio, el continente.

Este gentleman había ido estrechando más y más la categoría de los más queridos. Quizás se dedicaría a pasear por algunos lugares aun amables, iría a ceremonias sin sentido y sonreiría como hace la gente educada. Por ahora, movía su paraguas en círculos y disfrutaba de una agradable alameda mientras avanzaba hacia el salón y un viento fresco y punzante vivificaba su piel.

-       ¡Bienvenido profesor Orellana!

Tenía claro que era bienvenido porque cobró todos y cada uno de los favores realizados a candidatos de distinta monta de cuando le correspondía hacer participar a la comunidad y guiar la discusión hacia los temas predeterminados como de interés público. Un gentleman tiene un pasado interesante, conoce las debilidades, las propias, las de los demás y las usa.


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...