viernes, 6 de diciembre de 2024

La reina y la colmena

 

Foto de Engin Akyurt: https://www.pexels.com

Hasta la abeja reina está encadenada a la colmena, su poder reside precisamente en quedarse en la colmena. No podía recordar dónde había leído o escuchado o visto esa idea tan ilustrativa y vieja como el lenguaje. Después de leer, de nuevo, libros del siglo XIX es posible ver en una misma la influencia de esas ideas tan antiguas y casi inscritas en el ADN en la lógica de análisis y las conductas concomitantes. A los ojos de una niña, lo escrito en libros es la verdad revelada. Así debían ser las cosas, el orden social, el concepto de belleza, la ética y la definición de felicidad, muchas veces tan elusiva para los personajes femeninos románticos y exigidos en una rigurosa ética religiosa y social. Recordaba esos veranos de vacaciones eternas metida en lecturas extrañas: La Historia Sagrada con la descripción del paganismo, sacrificios humanos y la idea de dioses egoístas e insaciables. Leía y releía con terror esos cuentos de sacrificios de niños metidos dentro de un gigante de madera que una vez relleno, cual peluche, eran quemados para evitar o aplacar la ira de dios. A ese dios había que adorar y por ningún motivo cuestionar. Estaba por ahí también la Historia de América Precolombina: más sacrificios de niños y jóvenes para obtener una buena cosecha o para que lloviera o dejara de llover o para agradecer. Sacrificios multipropósito para dioses malvados o al menos incomprensibles. Para colmo había también algunos libros escolares viejos con historia de algunos emperadores romanos. Cómo olvidar a Tiberio que lanzaba niños hacia un acantilado luego de abusar de ellos. Igual que Charles Chaplin con las niñas de trece y catorce años que le llevaban sus madres para que, en privado, probara su talento y así, si pasaban la prueba, convertirlas en estrellas de cine. Eso era un sacrificio menor por supuesto. Y claro también estaban los libros románticos de las hermanas Brontë: Jane Eyre y Cumbres Borrascosas. Jane Eyre correctísima, autoexigente, trabajadora, inteligente, poco agraciada, independiente, racional y Catalina Earnshaw, bella, rebelde, contradictoria, impulsiva, utilitaria y adaptada; enamorada de un tipo misterioso, desconsiderado hasta la crueldad, galán malvado y depresivo. Y las enciclopedias con fotos de paisajes que parecían de otro planeta: los campos de arroz en China, el desierto del Sahara, la sabana africana y los animales salvajes. Y las pirámides egipcias por supuesto, infaltable destino de la imaginación de niños de todas partes.

Palabras, paisajes y moldes sociales, a veces parecidos y otras demasiado contrastantes con la vida cotidiana propia y de los más cercanos. Es un buen ejercicio leer de nuevo textos que tuvieron una impronta tan marcada en la identidad personal. Se miran con distancia y benevolencia, igual que como se miran fotos antiguas y el momento que rodeó aquel clic. De cierta forma, así como la música opera como una banda sonora para distintos momentos de la vida, es posible que los textos también moldeen de una forma particular las experiencias y su interpretación. La música y las palabras como espejos de las sensaciones que una cree tan personales y que sin duda son comunes a muchas personas.

Se recuerda la postura al leer un libro, el lugar escogido, las asociaciones generadas, el momento de la vida, en algunos casos, más que la historia misma, los trozos de páginas en que el texto comenzó a formar parte del propio discurso.

Aun así, si bien los textos amplían las visiones de un mundo o de diferentes mundos, una pertenece a una colmena, a un número determinado de posibilidades. ¿Será que se prefieren las palabras que refuerzan la colmena? ¿será que los límites de la colmena obedecen a un discurso interno que hace preferir textos que lo reafirman?

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