Después de oír horas y horas de cuentos, biografías y distintos temas acerca del arte, la muerte y un potpurrí de conceptos de distinto origen y alcance, creo que podría volver a escribir sin otra razón que para darme el gusto, porque sí, por las mismas razones por las que comencé: para pelar el cable, dar forma a pensamientos azarosos y otros intencionados que fueron a parar en el mismo lugar.
Total, qué más da.
Tengo un montón de cuentos inconclusos y no todos me parecen fatales. Puedo recurrir a ellos y retomarlos o cambiarlos por completo. Manipularlos como arcilla húmeda y volver a guardarlos si así me parece que deben quedar o meterlos en esta interminable lista de textos que figuran en este blog, 178 incluyendo este. Demasiado, demasiado. Puede que lo conveniente sea eso, empezar por eliminar una montonera de textos ¿con qué criterio? Los que han sido menos leídos, los que me dan vergüenza, los que no dicen nada ¿quedará alguno después de todo eso?
O no elimino nada y sigo ocupando
espacio virtual. Todo puede ser y al revés también.
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