Podía
decir que durante la noche anterior el insomnio fue interrumpido por breves
sueños incomprensibles o al menos muy difíciles de traducir en palabras. Que
bien que el trabajo comenzaba en la tarde este día.
No
lograba creer cómo era posible que algunos escritores dieran con tal puntería
justo en el clavo de las que habían sido, o eran aún, sus cavilaciones más
repetitivas, tanto, que se cansaba de pensar en ellas.
Lo
mejor de su trabajo era la posibilidad de leer. Tenía metas de ventas que
lograr en la librería y, aun así, en incontables situaciones, odiaba aquel
momento en que un cliente se paraba frente a ella y esperaba que apartara la
vista del libro para poder recibir atención. Había aprendido a tomar aire,
levantar la vista con suavidad, sonreír y parecer bien dispuesta a orientar la
compra. Así, la breve espera no trababa las emociones que se requieren para la
búsqueda de un libro.
Era
la que vendía más. Jamás decía – No, ese libro está agotado -, si alguien
preguntaba por un título que sabía no estaba en stock, comenzaba a hablar del
autor, de su historia, de los temas que lo caracterizaban e iba mostrando un
título tras otro. En un gesto estudiado, enfatizaba alguno de ellos alabando la
historia, el título y lo mucho que aportaba a lo que fuera que estuviera en
mente del comprador. A esas alturas el cliente ya se había interesado por otro
libro y había olvidado el que venía a buscar. Notaba de inmediato cuando se
trataba de alguien inexperto, se sentían inseguros en una librería y tendían a
quedarse en el mostrador de los best seller o los libros que habían sido
citados por algún diario el día domingo. Por lo general, buscaban un título por
encargo o para un regalo. En esos casos pedía que le describieran un poco la
personalidad de quien lo recibiría, a qué se dedicaba, qué tipo de música
escuchaba. No pocas veces algunos compradores volvían para agradecer sus
recomendaciones. Salían con más libros comprados, obvio. En ocasiones los otros
vendedores no tenían a nadie para atender y Begoña tenía a por lo menos tres
esperando. Cuando sus compañeros la miraban con la cara larga, se encogía de
hombros. Ya no les decía que leyeran más. La respuesta era siempre la misma –
Tenemos vida.
Estaba
consciente de que era y parecía una mujer solitaria, solo acompañada por pilas
de libros. No se refería a otra cosa que a lecturas y películas. Parecía un
compendio de información que de práctica no tenía nada.
Era
cierto que Begoña vivía en las nubes. Imaginando, soñando. Inventándose
historias. Era la hija única de un matrimonio de profesores. Desde niña la
llenaron de libros. Construyeron para ella un universo dentro de su casa. Sus
padres querían protegerla del mundo. Su padre estaba convencido de que era
limitada, a lo más y con generosidad en la apreciación, normal. Su madre pensaba
que había esperanza si lograba alguna vez ser práctica y dejaba de preguntarse
cosas raras.
II
Hacía
un par de años, había conocido a Danilo. Lo había confundido con alguien que frecuentaba
la librería para solo para mirar y comenzó a hablarle en el metro. Danilo le
siguió la corriente, Begoña le hablaba con tanta familiaridad que le pareció
que el confundido era él y tal vez sí la conocía. Ella llevaba un libro en la
mano, él lo había leído hacía poco. No tardaron en comenzar a comentarlo y a
decir por qué resultaba tan impactante. Danilo sintió la conexión. Begoña la
atribuyó a la magia del libro. Cuando la casualidad los puso en el mismo vagón por
tercera vez y habiéndose dado cuenta de que no se conocían de antes, intercambiaron
teléfonos. No pasó mucho tiempo para que sintieran que tenían mucho que
decirse. Begoña era enamoradiza, buscaba sentir algo parecido a lo que sentía
Catalina Earnshaw por Heathcliff en Cumbres Borrascosas. Asumía que la suya era
una fantasía muy pop. Tal como las adolescentes habían querido ser Bella para Edward
en Crepúsculo cuando estuvieron de moda las películas de vampiros. Quería decir
en algún momento que tuvo un amor, ese por el que se pierde la temporalidad,
ese por el que se sintió niña y vieja. Aquel que se ubica en la calma del
centro del huracán mientras todo da vueltas alrededor. Danilo no fantaseaba, se
dejaba llevar. La vida traía siempre cosas buenas, se decía.
Begoña
se imaginaba rodeada de un viento frío y potente junto a Danilo en la cumbre de
alguna montaña. El pelo crespo de él se desordenaría aún más y el de ella, liso
y largo flotaría en todas direcciones. Estarían abrazados sintiendo que allá
arriba eran intocables.
III
Danilo.
Danilo
se consideraba un tipo normal como todos los raros. Se sintió sorprendido y
abrumado por la intensa Begoña, ella le hablaba de cosas que no lograba
entender. Al principio sí, porque ¿hay que explicarlo? Entre tanta feromona,
gustos en común y ese efecto cuasi alucinógeno del deseo, pasó por alto una
serie de señales de peligro, iguales a esas luces amarillas que advierten del
final del camino y la cercanía del abismo.
Bonita
la Begoñita, decía su madre. – Mareadora como frutilla de borgoña – afirmaba su
padre. Begoña, borgoña, Begoñita la bonita. Danilo se repetía esas palabras
como si fuesen una ronda infantil y cuando caminaban por las calles canturreaba
tratando de buscar una melodía que calzara.
Danilo,
el eterno estudiante, ahora cursaba un post doctorado en filosofía en la
universidad católica y si bien tenía los recursos para vivir solo, le alcanzaba
para una caja a la que llaman estudio y sin los cuidados de sus padres. La
opción obvia era seguir siendo un adolescente eterno, convencido, tal como
decía O. Wilde, de que algún día haría grandes cosas.
Sus
padres viejos eran raros también, pero de los raros solapados. Eran casi sus esclavos,
el niño tenía que estudiar, - es filósofo - decían con orgullo a quienes
preguntaran - esa profesión era la más importante de todas - se largaban en
esas ocasiones en una perorata eterna en cualquier situación, en la fila de la
verdura, regando las plantas del antejardín, donde fuera, porque a Danilito no
lo iba a ningunear nadie. Menos lo iban a comparar con su hermana odontóloga
que había nacido parada, por pura suerte se sacaba buenas notas, se ganó una
beca y encima se había enamorado de un cabro buena gente. Pura chiripa porque
era una insolente, en cambio Danilito era tan buen hijo, casi no molestaba,
pasaba encerrado leyendo y tan solitario el pobrecito.
Begoña
la regalona y Danilo el eterno niñito.
Ella
fue mejorando su posición en la cadena de librerías, a su pesar inclusive. No
tenía en qué gastar lo que ganaba así es que fue ahorrando para un día recorrer
los paisajes descritos en sus novelas favoritas: la costa de Escocia o de
Irlanda. Por último, Dover con sus rocas blancas y ese viento húmedo que le
calaría los huesos y mojaría su vestido de flores hippie chic que la
haría parecer una Jane Eyre moderna, igual de limitada en su capacidad de
relacionarse y casi ciega frente a los riesgos y secretos de los demás. Incapaz
de espantar sus sombras internas porque en lugar de sufrirlas las usaba de
abrigo.
Su
padre era el más sorprendido, pidió a un amigo que la contratara como pago de
una deuda antigua, solo por 6 meses. Begoña aceptó a regañadientes, Begoña la regañona,
de otro modo la llevarían una vez más al psiquiatra y tendría que fingir que
era muy normal y adecuada. Podría decir que tenía ansiedad, es de lo más común
en estos días, pero prefirió no hacerlo y probar lo que era parecer adulta. Su
madre la convenció – 6 meses, ¡son solo 6 meses! luego de ese plazo te dejamos
hacer lo que quieras, así sabremos si nos podemos morir tranquilos – Begoña
suspiró y aceptó. Esa cantinela - ¿Qué va a ser de ti? No tienes idea de cómo
es la vida, cómo se gana la plata, no sabes hacer nada ¡ni un mísero huevo
frito! – la había escuchado tanto, en todos los tonos, formas y colores que la
vocalizaba al unísono con sus padres. La madre se ponía a llorar y el padre
salía al patio a fumar. - ¿En qué nos equivocamos con esta niñita? De chica ha
sido un problema tras otro. Los enfermaba con los comentarios de los libros que
leía, la forma en que hablaba cuando imitaba a los protagonistas y peor cuando
le daba por vestirse y decorar su dormitorio según lo que estaba en su mente. Begoña
la ñoña.
Ahora
era jefa de zona. Los 6 meses eran ya tres años.
Danilo
decía que se alegraba por ella, inclusive se autoconvencía de que se sentía
orgulloso de los avances y de lo cerca que estaba de su viaje anhelado, pero no
contaba con que se iba a poner sentimental cada vez que ella hablaba de irse.
En
la ceremonia de fin de año de la cadena de librería se premiaba a los nuevos
talentos y Begoña recibiría un reconocimiento especial. Danilo acompañó a Begoñita,
pero durante la ceremonia leyó sin parar un libro que llevaba para entretenerse
cuando su mínima tolerancia a lo que no fuera de su interés apareciera y lo
hicieran huir de ahí. Las cuestiones filosóficas eran mucho más importantes y
requerían de su absoluta concentración.
Begoña
tuvo lo que muchos ahora llaman una epifanía. Estaba en el escenario y no podía
articular un discurso, sentía que se estaba volviendo invisible. Lo peor fue un flash forward, se vio al lado de Danilo, sus
felices padres, los de ella porque ya tendría a alguien que se ocupara de
Begoña y su inutilidad y los de él porque al fin había encontrado una buena
niña que entendía el amor de su hijo por los libros.
La escena pasó rápida por su mente.
¿Dónde se proyectan las fantasías? Adentro por
supuesto, pero dónde.
Begoña se imaginó toda la vida con Danilo, trabajaría
en la librería hasta siempre y no tendrían la obligación de hablarse porque
cada uno tenía un mundo interno demasiado amplio.
Los invitados a la fiesta de ese matrimonio de dos inútiles
y raros no podían entender cómo se las arreglarían para armar una vida, pero
habiendo buena comida y música les desearon felicidad y éxito eternos.
Begoña, la soñadora y Danilo el lector no tenían
expectativas y parecían cómplices de un delito bien consumado cuando se fueron
juntos a vivir cada uno en su mundo.
Samyula and the Spring Ensamble
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