sábado, 12 de marzo de 2022

Manríquez





Al fin llegó a mi curso una de mi tipo: tranquila, señorita, responsable, buena alumna. Yo soy así. De hecho, me dicen Señor Manríquez por mi seriedad. Me gusta ese apodo. Me da cierta autoridad por sobre los demás. A todos les gusta perder el tiempo tonteando. Yo pongo atención, mis cuadernos están completos y ordenados, estudio a diario, aunque no haya prueba.

 

Claro, además Bernardita tiene sus encantos. No me va a gustar solo porque es una niña especial. Sin que se den cuenta los demás, le miro las piernas hasta arriba con un espejo que tengo en mi maletín. Ella se sienta más atrás y pone los pies en el travesaño de su escritorio. Ahí se le ven sus piernas y calzones, siempre blancos, por cierto. Aprendí esos trucos de mis compañeros, pero son tan estúpidos que las niñas se enteraron y ahora las más lindas usan pantaleta debajo de la falda del colegio. Bernardita es inocente, no sabe que la observo y como no es del grupo de las populares, los demás no la observan como yo. Yo tampoco soy popular, no soy ni alto, ni rubio, ni deportista. Uso lentes, soy blanco como un fantasma y uso el pelo muy corto porque a mi papá le gusta así.

 

Cada día busco una excusa para acercarme, pido su ayuda en inglés, en ciencias. Hago como que no entiendo, a veces es cierto que no entiendo. Es buena persona ella, siempre accede a ayudarme. A veces le he dicho cosas amables, como "te agradezco mucho, eres un encanto", esas veces me sonríe, pero me mira como si fuese un bicho raro. Debe pensar, como todos, que soy muy caballero. Mi plan es hacerme su amigo, invitarla a estudiar a la biblioteca o si tengo suerte, lograr que me pongan en un mismo grupo con ella para algún trabajo. Los profesores casi siempre hacen lo que les pido porque soy cooperador y tímido, muy tímido.

 

¡Traición!, ¡traición! Campusano le dijo a Bernardita que yo le miraba los calzones. Ahora me mira con odio y me desprecia. Me quiero morir. No puedo dejar de pensar en ella. Ya no puedo acercarme porque se engrifa y me ladra si le pregunto algo. Campusano me dijo que Bernardita le tiene confianza y le dijo que ¡le doy asco! Creo que a Campusano también le gusta ¿por qué habría hablado si no fuera así?, ¿Qué voy a hacer ahora? Siento su desprecio cuando por casualidad me sorprende mirándola. Ya no le miro los calzones. De hecho, ya no sube los pies al travesaño. No sé si usa pantaletas como las otras. Solo sé que no puedo quitármela de la cabeza, me la imagino en toda clase de situaciones. Paseando, bailando, besándola, tocándola. No sé cómo explicarlo, pero desde que me odia, me gusta más. Se puso altiva, hace como que no me ve y más me gustaría abrazarla. Sujetarle ese pelo largo y negro. La verdad sea dicha, me veo tirándole el pelo, obligándola a mover su cabeza hacia atrás. Mejor no sigo porque me desconcentro.

 

No entiendo cómo pasó, pero todo el curso se enteró, por el maldito Campusano, que yo le miraba los calzones a Bernardita, a todo esto ¿a quién le importan los calzones? Lo que uno mira son los muslos, la entrepiernas, casi nunca se ve nada eso sí. Como decía, todos se enteraron y de un extraño modo, los hombres del curso ahora me integran más. Pasé a ser más normal. Quien lo hubiera dicho. Les dije a todos que me gustaba la Bernardita. Es parte del código de hombres. Si a mí me gustaba, al menos en mi grupo más cercano, nadie podía intentar nada con ella. Marcando el territorio. Como los perros, los gatos, los lobos, así mismo. Me dijeron los cabros que me iban a ayudar. Parece que a Campusano no le gusta porque es el primero que se ofreció a ayudarme.

 

De a uno, pero en días diferentes, han ido a hablar con Bernardita. A decirle que estoy arrepentido, que no soy así, que lo hice por imitar a otros compañeros, que me disculpe. Yo miro sonriendo desde lejos a ver si cambia en algo su opinión de mí. No pasa nada. Ya todo el grupo fue y ella sigue mirándome como si fuera un freak. Está exagerando encuentro yo. ¡Si no vi nada!

 

Ha pasado el tiempo, un par de meses y nada cambia.

 

El sábado va a haber una fiesta. Es el cumpleaños de María Paz, nos invitó a todos. Como sea me voy a acercar. Ella va a ir. Eso dijo Campusano. No me gusta bailar, no conozco la música que ponen siquiera. En mi casa solo se escucha música clásica. Voy a ver algunos videos para hacer como que estoy en onda.

 

Ahí está Bernardita, se ve linda, jeans ajustados, pelo largo suelto. Baila bien ella, se ve muy bien su culito. Lo mueve bien - tiene gracia - quiero decir.

 

Campusano me dio un plan a seguir. Me dijo que me acercara, que partiera pidiéndole disculpas con toda la humildad que pudiera y que en señal de una verdadera amistad hiciera el favor de bailar conmigo. Él habló con María Paz para que presionara a Bernardita. Le dijo que yo estaba enamorado, que merecía una oportunidad, al menos solo para poder hablar con ella. A María Paz le dio pena, así es que va a ayudar.

 

Me acerqué, María Paz estaba al lado. Le dije, con precisión, lo que Campusano sugirió. María Paz le dijo algo al oído a Bernardita, solo escuché la parte de – es un buen compañero - Bernardita aceptó. Por su cara me di cuenta de que no lo hizo de muy buena gana.

 

Bailamos un rato, yo sonreía. No lo podía creer. Al fin estaba bailando con ella. Ese no era todo el plan. Resulta que el Riquelme estaba de DJ y sabía que cuando estuviera bailando con ella, tenía que poner un lento. Los demás que estaban bailando sabían que debían agarrar fuerte a su pareja y bailar lento como antes. Bernardita no quería al principio, creo que se me notaba mi cara de apetito y yo no podía quitarme la cara de estúpido. Como todos siguieron bailando, ella al final accedió. Ahí fue cuando me traicionó la naturaleza. La abracé mucho, quería sentir su olor, sentir su espalda, su pelo. Y me entusiasmé, me acerqué tanto que tenía todo mi cuerpo pegado a ella y tuve una erección. Ella trataba de alejarse, no la dejé, la apretaba mucho. Ella forcejeaba, pero supongo que le dio vergüenza y no hizo mayor escándalo. Campusano miraba la escena. Se puso la mano en la cara y salió del lugar. Cuando terminó la canción Bernardita casi me empujó y me volvió a mirar con la misma cara de asco y odio de antes. Se alejó lo más rápido que pudo y se fue directo donde María Paz y las otras chiquillas. Seguro les contó porque las otras me miraban con mala cara también. ¿Era culpa mía acaso?, ¿Podía evitar excitarme? Son tontas las mujeres.

 

Llegó el lunes. Uno de los chiquillos tuvo la genial idea de dibujar, con plumón de los que no se borran, un enorme corazón en la pizarra que decía Señor Manríquez y Bernardita.  Campusano y otros demoraron a Bernardita antes de entrar a la sala. Estaba todo el curso, cada uno en su puesto. Todos callados. Yo, me reía. No sabía qué hacer. Debo reconocer que tenía la ilusión de que ella se sonrojara y me mirara de algún modo especial. Mal que mal habíamos tenido un momento de casi intimidad ¿no? Ella entró y se enfureció. Nunca la había visto así. Corrió a la pizarra a borrar el corazón y como no se borraba, más rabia le dio. Salió corriendo a buscar alcohol a la sala de profesores.  El profe que estaba en la sala trataba de hacernos callar, la mayoría se reía, otros me miraban con lástima. Bernardita llegó rápida como un rayo. Mientras borraba, decía ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca, ¿entendieron?!  Cuando dijo eso, me miró directo a los ojos. Sentí que me llegaba un puñal o una jabalina completa en el pecho. Estaba roja de rabia, ni el profesor pudo calmarla. Fue tanto que la sacó de la sala. La mandó a la biblioteca a calmarse. No volvió hasta la siguiente clase.

 

Campusano se le acercó y le dijo que como podía ser tan mala con el pobre Señor Manríquez, que su único pecado era estar enamorado. Bernardita estaba tan descontrolada que le dijo una sarta de garabatos y lo mandó a buena parte. Lo único que supe es que le dijo a sus amigas que era el colmo que la trataran de mala a ella si ella era la víctima de esta situación. Ni sus amigas la apoyaron.

 

Me dolió. Me dolió mucho. Los chiquillos me dijeron que no me arrastrara más, que ya estaba bueno. Estuve de acuerdo. Cuando llegué a mi casa, me encerré y lloré como un cabro chico. Lloré mucho y me prometí que esa sería la única vez.

 

Terminó ese año, no le hablé más. La miraba de lejos.

 

En la navidad me bajó el sentimentalismo, soy católico practicante. Pensé que debía reconciliarme con ella por ese motivo. Darle la oportunidad de ser una buena persona. Le compré una tarjeta, le escribí, con toda sinceridad, que quería ser su amigo, que siempre hay una posibilidad de conocer a las personas y frases similares que me demoré en escribir. Hice como ocho borradores. Se hacía tarde y le llevé la tarjeta. El corazón me latía como después de una maratón.

 

Me abrió la puerta sorprendida. Le pregunté si podía pasar. Entramos, le entregué la tarjeta. Me miraba con cara de sorpresa y desdén. Respiré hondo y le dije que todavía podíamos ser amigos. Bajó la vista, tomó aire y me dijo, lo recuerdo, como si la oyera, hasta el día de hoy – No tengo interés alguno en ser tu amiga. No te soporto, me caes mal y eso no va a cambiar. Espero que lo entiendas y si no lo entiendes, al menos resígnate porque así es y así será - lo dijo lento, muy lento, como si lo hubiera pensado desde antes. Le respondí que yo era un buen católico, que había que perdonar. Y ahí, estaba como poseída, me dijo – sí, tú vas a ir al cielo, yo iré al infierno, no me importa, déjame tranquila -

 

No me quedó más que irme.

 

Caminé a mi casa y me fui enrabiando paso a paso. Fui a su casa queriéndola y volví odiándola. ¿Qué se creía?, ¿Quién creía que era? Esto no se va a quedar así. Era igual que todas, una perra. Había que someterla, como fuera, podía verla con la cabeza echada hacia atrás pidiendo que la soltara, rogándome que la dejara ir. No, lo la iba a dejar ir.

 

Pasé el verano pensando qué hacer, tenía varios planes. Los chiquillos me ayudarían.

 

Llegamos a cuarto medio. Último año. No la saludé. Así estaban las cosas.

 

Campusano, Riquelme y otros me ayudarían. Eso me dijeron.

 

Empezamos suave. Le dejábamos la silla más mala en su puesto, le escondíamos cuadernos, le dejábamos fruta podrida en su escritorio y un montón de cosas más que no me acuerdo. Campusano siempre llegaba con ideas. Lo peor era que Bernardita parecía no darse cuenta. O era en extremo distraída o era su estrategia de indiferencia hacia mí. Estaba siempre con su grupo de amigos, ajena a toda mi rabia, ajena a mi dolor. Indiferente a mis pesadillas, a mi insomnio y a mi amor por ella.

 

Una tarde teníamos un plan infalible. Riquelme y Astudillo, otro amigo que vivía cerca del colegio y yo, hicimos una trampa. Riquelme la llamaría hacia su portón y cuando se acercara le caería un balde de agua fría encima. Se tendría que ir a su casa, mojada como una perra callejera. Nos retorcíamos de risa pensando en la escena.

 

Bernardita se acercó, el agua del balde cayó, corrí a ver como estaba ella, riéndome desde ya.

 

¡Somos un grupo de idiotas!. Ni una gota cayó encima de ella. El chorro cayó como a medio metro de Bernardita. Ella, dándose cuenta de que era una trampa, hizo lo peor. Nos miró, movió la cabeza de un lado a otro y en actitud inmutable, siguió caminando.

 

Agarré a combos a Astudillo, ¿cómo podía ser tan estúpido? ¡Nada resultaba! Casi lloro de impotencia. Me había puesto en evidencia. Había quedado, otra vez, en ridículo frente a ella. Y estos imbéciles que tenía de amigos se mataban de la risa.

 

Seguí solo haciendo cosas para perjudicarla. Un par de veces conseguí que se enojara. Un lápiz reventado, la silla mojada, estupideces así.

 

Se acercaba el fin de año. Guerra de bombitas de agua con los de tercero medio. Era en una zona rural, habría barro y piedras además de agua.

 

Bernardita, como todos los demás corría para atacar a los de tercero con sus bombitas de agua y luego arrancaba para evitar la respuesta. Andaba con una polera clara, como estaba mojada, se traslucía su sostén, se veía espectacular. Llené unas bolsas con barro y piedras. La seguí, ella no se dio cuenta. Cuando menos lo esperaba, le lancé esa bomba en su espalda. La llené de barro y piedrecillas.

 

Campusano corrió hacia ella. No entiendo a ese tipo. Ella se incorporó, me miró y comenzó a correr hacia mí con toda la ira del mundo. Campusano le gritaba, ¡Bernardita, cuidado! ¡Este gallo está loco! ¡cuidado! Ella siguió corriendo, creo que si hubiera tenido un cuchillo o algo me lo lanza. Cuando vio mi cara de felicidad, no pude evitarlo, paró en seco. No entendí nada. Comenzó a gritar para que todos la oyeran. - ¡Ah! ¡eso es lo que querías! ¡que alguna vez te persiguiera aunque fuera para tirarte una bolsa con barro! -  Hacía pausas entre una palabra y otra para que más gente la escuchara y la viera. ¡Mira! ¡ni para eso me importas!- decía eso mientras vaciaba su bolsa de municiones. Por supuesto, los demás se rieron y la guerra de bombas de agua continuó.  Me fui. Amargado y solo. Dolido, humillado. Con un odio infinito. Lo último que vi fue a Campusano ayudándola a enjuagar su polera. Raro ese tipo.

 

En la fiesta de graduación juré frente a todo mi grupo de amigos, incluido Campusano, que cuando entrara a la Escuela de Carabineros, si la veía en cualquier parte, le iba a pegar. Todos me trataron de lo peor, pero eso era lo que haría.

 

Tres años después la volví a ver. La reconocí, iba en una marcha estudiantil. Aplaudiendo y cantando consignas entre un mar de gente. La seguí. Fui derecho hacia ella. Estaba como enceguecido.  La tomé por el hombro, volteó, me reconoció. Levanté la luma y le di un golpe seco y certero en la cabeza. Se desplomó mirándome. Quedó inconsciente en el suelo. A mí me agarraron a patadas, combos, mochilazos, hasta que mis compañeros de las fuerzas especiales me rescataron.

 

En cuanto pude llamé a Campusano


- ¡lo hice!, ¡lo hice! ¡Bernardita me las pagó!

- Qué fue lo que hiciste imbécil-  me preguntó. 

– A lo mejor la maté – le respondí-.

 

Se puso como loco, lo único que preguntaba era dónde estaba Bernardita. Qué sabía yo. - En la morgue, en la posta en el Jota Aguirre, qué me importa, -  le decía yo.

 

En las noticias lo repetían a cada rato: 


En confuso incidente, estudiante gravemente herida. Quienes iban a su lado, señalan a carabinero como autor del ataque. Actuó sin mediar provocación alguna. Hay videos.

 

Vi muchas veces los videos. Me sentía feliz y agradecido de la oportunidad. Los juramentos se cumplen. Dije que no sabía qué me había pasado, el estrés laboral, los gritos provocadores de los universitarios, en fin. Lo de siempre.

 

Supe que Campusano la encontró y que se quedó con ella, día y noche, mientras estuvo inconsciente y en coma.

 

Cuento publicado en la revista digital EL NARRATORIO AÑO 4 N°35

https://issuu.com/elnarratorio/docs/el_narratorio_antologia_literaria_d_b503691f8d08ac


No hay comentarios:

Publicar un comentario

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...