martes, 22 de marzo de 2022

Google Street

 



*Con este cuento me dijeron siga participando. No fue seleccionado. I knew it!


Nos veíamos por los pasillos del trabajo o más bien yo lo veía a él. Nos saludábamos con un hola casi sin pronunciar y una levantada de cejas. Me carga saludar así, pero como no soy buena para ubicarme en sociedad, eso dice mi madre, desde la adolescencia opté por imitar el trato de los otros hacia mí. Si son efusivos, indiferentes, formales, entonces yo también. Se trata de mutualismo, así me queda bien en mi lógica.

Nico trabajaba en marketing, todos los de ese departamento son cool, mezcla de hípster y bibliotecarios a la moda. Son ruidosos, hablan fuerte, se ríen como si no hubiera nadie más y, cómo no, hablan en spanglish. Al principio, cuando llegué a la empresa, apenas les entendía, después me acostumbré. La Angelita, mi vecina de módulo, me fue explicando. Nosotras trabajamos en el departamento de ventas on line. No me gusta la pega, pero la necesito para pagarme mis estudios, me atrasé y mis papás no me pudieron seguir pagando.

- ¡Ah, sí! El mejor invierno en mucho tiempo y no pude ir ni una sola vez a los cerros. Solo pude ver la cordillera nevada de lejos y cuando llovió, con suerte, alcancé a caminar un par de cuadras.

- y se acabó, ya hace calor a ratos. Se viene la primavera. Sí si me gusta, obvio, ya sí, ¡claro que sí!

- Ya, voy a averiguar en la página, a lo mejor alcanzamos a ir.

Cuando colgué, Nico estaba cerca y escuchaba sin mucho disimulo. Nos casi saludamos como siempre.

Sentí un golpecito en el hombro, era Nico, me sorprendí al verlo ahí. No conseguí a nadie para que me acompañara a la muestra de música y bailes celtas, él, por lo visto, tampoco. Tenía asiento en la fila de arriba, había un espacio al lado mío y se cambió. No alcanzamos a hablar antes de que empezara. En la parte de los bailes es inevitable comenzar a zapatear y tratar de seguir el ritmo. Ambos estábamos en lo mismo y nos reírnos de nuestros intentos inútiles de hacer como que podíamos bailar.

Cuando terminó el espectáculo fue medio incómodo para mí. Nunca sé qué hacer es esas situaciones, casi siempre opto por quedarme callada, la gente debe pensar que soy estúpida. Puede que sí. Él tampoco decía nada, así es que me despedí con un gesto y comencé a caminar. Un par de cuadras más allá nos cruzamos de nuevo.

- ¡Bah!, pensé que ibas a tomar el metro al frente.

- No, o sea sí, pero me gusta caminar un poco.

- ¿En serio?

Ahí, parados en la calle me contó que su pasatiempo favorito era pasear sin rumbo por las calles, a veces sentarse en alguna banca o entrar a una cafetería y observar a la gente, escuchar sus conversaciones. Decía que eso lo conectaba con algo, como si pudiese ser parte de una especie.

Mientras hablaba, lo iba encontrando bonito, me gustó cómo sonreía y la forma en que sus labios se movían. No sé por qué, pero podía imaginarlo cómo era de niño.

- Así es que te gusta el invierno.

Caminamos juntos y cuando pasamos al frente de un local abierto, me levantó la ceja y entramos. De a poco me acostumbré a que ese gesto significaba muchas cosas dependiendo del ángulo.

- ¡Ah, sí! Fernando Cornejo, sí lo cacho, el gerente progre.

- ¡Ese mismo! Súper progre, tiene su maletín de cuero natural envejecido, usa sombrero y en su auto del año tiene de adorno una zampoña colgando.

- En la cena de fin de año, nos roteó a todos, que no sabíamos de vinos, que se nos notaba la pluma.

- ¿Eso dijo?

- Pff sí, estaba medio pasado de copas.

- Mmmm, ¿lo has visto en las reuniones con recursos humanos? Todo el rato tratando de mantener los sueldos bajos, que el mercado, que el margen, que si quieren más plata que busquen en otro lado.

- y los viernes a sacarse fotos en las marchas. ¿Cuánto gana él? ¿sigue usando rol privado para que no se sepa?

Salimos de ahí cuando estaban por cerrar, nos acordamos del concierto y nos pusimos a zapatear en la calle. No puedo evitar sonreír cuando me acuerdo.

Creo que eso fue lo que me enamoró, que le gustara caminar, que se acordara de lo que me escuchó hablar, que fuera tímido, que le gustara la música celta. Esa expresión infantil debajo de esa barba tan perfilada, que coincidiéramos en el pelambre del gerente progre. Es difícil saber por qué se quiere a alguien, a lo mejor las explicaciones que me doy no son las correctas, puede que le haya inventado características o me bastó que fuera considerado. Ahora que lo pienso, no sé qué fue lo que a él lo hizo quererme. Las pocas veces que le pregunté no supo responder. Tampoco es que me hubiera querido tanto.

Decidimos que no le diríamos a nadie de la oficina, mejor protegernos de los comentarios y ser libres para acercarnos o alejarnos sin dar explicaciones a nadie. Nico vivía solo, ganaba más plata que yo.

No nos veíamos mucho, mis clases después del trabajo me dejaban poco tiempo. Fueron solo unos meses de eso que teníamos, un tipo de relación sin nombre. Nico es bueno en su área, pronto consiguió otra pega, en una empresa más grande con filiales en varios países, Brasil, Argentina, España. Comenzó a viajar y no pasó mucho tiempo para que le pidieran quedarse afuera.

El siguiente invierno casi no llovió.

El verano fue un infierno de calor y nostalgia. Me acordé del invierno pasado.

Según los compases de la música sonando en círculos, puedo agradecer una noche de sueño sin interrupciones, imaginar que algo pasa y que entonces un día amaneceré en Puerto Octay o Frutillar, en una casa desde donde se pueda ver el lago y el volcán. Enormes, porque desde arriba se ven más grandes. Cuando deje de llover, el sol descubrirá el paisaje para presumir. Solo para presumir.

He reducido los deseos. Solo quedan unas chispas de inquietud, cuando irrumpen en la conciencia algunos impulsos, cuando algo de energía parece empujarme hacia algún lado. La mayoría de las veces estoy tranquila, sumida en la aceptación de las circunstancias. ¿No es ese el estado deseado? No querer nada, aceptar y agradecer la propia deriva. No querer moverse y si algo exige el movimiento, hacerlo con gracia y eficiencia. Con gusto también, por la variación del estado. Claro, se dice que el equilibrio requiere muchos esfuerzos internos, el agua estancada se pudre, debe haber corrientes, arrastre, algo que libere las toxinas y posibilite la pureza de la apariencia.

Terminé mis estudios, estoy buscando trabajo. No tengo apuro.

Cuando Nico se fue, algo en mí cambió. Me sentí como un sarcófago en el que no había ninguna momia adentro.

A veces me escribe, cada vez los mensajes son más espaciados. Me contó que el verano en Madrid sería insoportable para mí. Me recomienda ir en mayo si algún día voy. Me pasa algo raro, cuando recibo un mensaje vuelvo a sentirme equilibrada, es una forma de decir, una cursilería en realidad, pero eso es. Una especie de alivio. Cuando no sé de él, empiezo a sentir una desazón que me molesta, como cuando se tiene algo pendiente y no se sabe bien qué es. A veces es una sensación intensa, casi un dolor inespecífico, una nube densa y envolvente. Es bueno saber que está por ahí, en alguna clase de órbita que lo liga a mi vida. Debe estar caminando, a veces recorro calles de esa ciudad con el Google Street, pongo música celta y creo que puedo acompañarlo hasta llegar al Parque del Retiro, entrar y sentarnos debajo de algún árbol mirando el palacio de cristal. Alguna vez se irá a disolver la nube.

Cada vez que veo a Fernando Cornejo, con su pose de Che Guevara que cuando puede se caga a los trabajadores, pienso que podría contarle otra historia y reírnos juntos.

 

 

Gerry Rafferty, Baker Street, dance

https://youtu.be/YFkqk4jWSUA

 

Bob Seger, Mainstreet

https://youtu.be/jYn41PerLok


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