Nos
veíamos por los pasillos del trabajo o más bien yo lo veía a él. Nos
saludábamos con un hola casi sin pronunciar y una levantada de cejas. Me carga
saludar así, pero como no soy buena para ubicarme en sociedad, eso dice mi
madre, desde la adolescencia opté por imitar el trato de los otros hacia mí. Si
son efusivos, indiferentes, formales, entonces yo también. Se trata de mutualismo,
así me queda bien en mi lógica.
Nico
trabajaba en marketing, todos los de ese departamento son cool, mezcla de
hípster y bibliotecarios a la moda. Son ruidosos, hablan fuerte, se ríen
como si no hubiera nadie más y, cómo no, hablan en spanglish. Al
principio, cuando llegué a la empresa, apenas les entendía, después me
acostumbré. La Angelita, mi vecina de módulo, me fue explicando. Nosotras
trabajamos en el departamento de ventas on line. No me gusta la pega,
pero la necesito para pagarme mis estudios, me atrasé y mis papás no me
pudieron seguir pagando.
-
¡Ah, sí! El mejor invierno en mucho tiempo y no pude ir ni una sola vez a los
cerros. Solo pude ver la cordillera nevada de lejos y cuando llovió, con
suerte, alcancé a caminar un par de cuadras.
-
y se acabó, ya hace calor a ratos. Se viene la primavera. Sí si me gusta,
obvio, ya sí, ¡claro que sí!
-
Ya, voy a averiguar en la página, a lo mejor alcanzamos a ir.
Cuando
colgué, Nico estaba cerca y escuchaba sin mucho disimulo. Nos casi saludamos
como siempre.
Sentí
un golpecito en el hombro, era Nico, me sorprendí al verlo ahí. No conseguí a
nadie para que me acompañara a la muestra de música y bailes celtas, él, por lo
visto, tampoco. Tenía asiento en la fila de arriba, había un espacio al lado
mío y se cambió. No alcanzamos a hablar antes de que empezara. En la parte de
los bailes es inevitable comenzar a zapatear y tratar de seguir el ritmo. Ambos
estábamos en lo mismo y nos reírnos de nuestros intentos inútiles de hacer como
que podíamos bailar.
Cuando
terminó el espectáculo fue medio incómodo para mí. Nunca sé qué hacer es esas
situaciones, casi siempre opto por quedarme callada, la gente debe pensar que
soy estúpida. Puede que sí. Él tampoco decía nada, así es que me despedí con un
gesto y comencé a caminar. Un par de cuadras más allá nos cruzamos de nuevo.
-
¡Bah!, pensé que ibas a tomar el metro al frente.
-
No, o sea sí, pero me gusta caminar un poco.
-
¿En serio?
Ahí,
parados en la calle me contó que su pasatiempo favorito era pasear sin rumbo
por las calles, a veces sentarse en alguna banca o entrar a una cafetería y
observar a la gente, escuchar sus conversaciones. Decía que eso lo conectaba
con algo, como si pudiese ser parte de una especie.
Mientras
hablaba, lo iba encontrando bonito, me gustó cómo sonreía y la forma en que sus
labios se movían. No sé por qué, pero podía imaginarlo cómo era de niño.
-
Así es que te gusta el invierno.
Caminamos
juntos y cuando pasamos al frente de un local abierto, me levantó la ceja y
entramos. De a poco me acostumbré a que ese gesto significaba muchas cosas
dependiendo del ángulo.
-
¡Ah, sí! Fernando Cornejo, sí lo cacho, el gerente progre.
-
¡Ese mismo! Súper progre, tiene su maletín de cuero natural envejecido, usa
sombrero y en su auto del año tiene de adorno una zampoña colgando.
-
En la cena de fin de año, nos roteó a todos, que no sabíamos de vinos, que se
nos notaba la pluma.
-
¿Eso dijo?
-
Pff sí, estaba medio pasado de copas.
-
Mmmm, ¿lo has visto en las reuniones con recursos humanos? Todo el rato
tratando de mantener los sueldos bajos, que el mercado, que el margen, que si
quieren más plata que busquen en otro lado.
-
y los viernes a sacarse fotos en las marchas. ¿Cuánto gana él? ¿sigue usando
rol privado para que no se sepa?
Salimos
de ahí cuando estaban por cerrar, nos acordamos del concierto y nos pusimos a
zapatear en la calle. No puedo evitar sonreír cuando me acuerdo.
Creo
que eso fue lo que me enamoró, que le gustara caminar, que se acordara de lo
que me escuchó hablar, que fuera tímido, que le gustara la música celta. Esa
expresión infantil debajo de esa barba tan perfilada, que coincidiéramos en el
pelambre del gerente progre. Es difícil saber por qué se quiere a alguien, a lo
mejor las explicaciones que me doy no son las correctas, puede que le haya
inventado características o me bastó que fuera considerado. Ahora que lo
pienso, no sé qué fue lo que a él lo hizo quererme. Las pocas veces que le
pregunté no supo responder. Tampoco es que me hubiera querido tanto.
Decidimos
que no le diríamos a nadie de la oficina, mejor protegernos de los comentarios
y ser libres para acercarnos o alejarnos sin dar explicaciones a nadie. Nico
vivía solo, ganaba más plata que yo.
No
nos veíamos mucho, mis clases después del trabajo me dejaban poco tiempo.
Fueron solo unos meses de eso que teníamos, un tipo de relación sin nombre.
Nico es bueno en su área, pronto consiguió otra pega, en una empresa más grande
con filiales en varios países, Brasil, Argentina, España. Comenzó a viajar y no
pasó mucho tiempo para que le pidieran quedarse afuera.
El
siguiente invierno casi no llovió.
El
verano fue un infierno de calor y nostalgia. Me acordé del invierno pasado.
Según
los compases de la música sonando en círculos, puedo agradecer una noche de
sueño sin interrupciones, imaginar que algo pasa y que entonces un día amaneceré
en Puerto Octay o Frutillar, en una casa desde donde se pueda ver el lago y el
volcán. Enormes, porque desde arriba se ven más grandes. Cuando deje de llover,
el sol descubrirá el paisaje para presumir. Solo para presumir.
He
reducido los deseos. Solo quedan unas chispas de inquietud, cuando irrumpen en
la conciencia algunos impulsos, cuando algo de energía parece empujarme hacia
algún lado. La mayoría de las veces estoy tranquila, sumida en la aceptación de
las circunstancias. ¿No es ese el estado deseado? No querer nada, aceptar y
agradecer la propia deriva. No querer moverse y si algo exige el movimiento,
hacerlo con gracia y eficiencia. Con gusto también, por la variación del
estado. Claro, se dice que el equilibrio requiere muchos esfuerzos internos, el
agua estancada se pudre, debe haber corrientes, arrastre, algo que libere las
toxinas y posibilite la pureza de la apariencia.
Terminé
mis estudios, estoy buscando trabajo. No tengo apuro.
Cuando
Nico se fue, algo en mí cambió. Me sentí como un sarcófago en el que no había
ninguna momia adentro.
A
veces me escribe, cada vez los mensajes son más espaciados. Me contó que el
verano en Madrid sería insoportable para mí. Me recomienda ir en mayo si algún
día voy. Me pasa algo raro, cuando recibo un mensaje vuelvo a sentirme
equilibrada, es una forma de decir, una cursilería en realidad, pero eso es.
Una especie de alivio. Cuando no sé de él, empiezo a sentir una desazón que me
molesta, como cuando se tiene algo pendiente y no se sabe bien qué es. A veces
es una sensación intensa, casi un dolor inespecífico, una nube densa y envolvente.
Es bueno saber que está por ahí, en alguna clase de órbita que lo liga a mi
vida. Debe estar caminando, a veces recorro calles de esa ciudad con el Google
Street, pongo música celta y creo que puedo acompañarlo hasta llegar al
Parque del Retiro, entrar y sentarnos debajo de algún árbol mirando el palacio
de cristal. Alguna vez se irá a disolver la nube.
Cada
vez que veo a Fernando Cornejo, con su pose de Che Guevara que cuando puede se
caga a los trabajadores, pienso que podría contarle otra historia y reírnos
juntos.
Gerry Rafferty, Baker Street,
dance
Bob Seger, Mainstreet
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