martes, 24 de septiembre de 2024

Últimas lecturas y complejos

 


Fotos de Dom J (pexels.com)


Era un poco evidente lo que iba a pasar, mientras más leo, más me cuesta escribir. Tenía la idea de un comienzo de historia, un abrazo desesperado o desesperanzado y algunas noticias que lo explicaban, pero entonces empecé a releer a María Luisa Bombal y ahí quedé. Hace algunos días leí el conmovedor libro de Rafael Gumucio Memorias Prematuras y muchos párrafos parecen de una honestidad casi poética, una especie de confesión, tan ajena al personaje del escritor que creo tengo que leerlo de nuevo. También leí la Campana de cristal de Sylvia Plath y se lee muy diferente al conocer su historia. La descripción a través de la protagonista de sus quiebres mentales y los tratamientos recibidos hacen que casi duela la piel al leer ciertos pasajes. 

Entremedio escuché varias entrevistas a Jorge Edwards y sus anécdotas de escritor, diplomático y amigo de muchos autores consagrados. Como hace tiempo establecieron los estudios de psicología social el prejuicio se vence con la cercanía y es tan necesario leer a quienes una cree tan distintos. Que injusta la descalificación de escritoras/es por diferentes motivos: afiliación política, figuración pública, género, mal comportamiento según algún código imperante en un momento histórico tal o cual. Por lo que sea es injusto.

Me siento una completa ignorante de tanta cosa que estudiaron los/as grandes que el resultado obvio es que me acomplejo más. Seguiré borrando algunas historias, Camelia es un texto olvidable así como Destino Circular, Otro Día, en fin. 

Hay mucho por leer y releer y ahora iré a comer algo antes de ir a trabajar.


domingo, 15 de septiembre de 2024

Más recomendaciones

 


Estuve escuchando las biografías de grandes escritoras, pintoras y otras mujeres que forman parte de la historia en el arte y en otras áreas. Algunas europeas y otras latinoamericanas como Victoria y Silvina Ocampo; Alejandra Pizarnik, Teresa Wilms Montt y varias más. Como suelo caer en adicciones temporales, escuché varias versiones de las mismas biografías para confirmar, una vez más, que la información se organiza según un encuadre particular o un objetivo subterráneo, consciente o no, de quien organiza determinado discurso. La historia de Clara Schumann y de María Antonieta son casos muy claros al respecto. Caricaturizadas como la de alma noble por su sacrificio la primera y por su frivolidad, la segunda, pierden toda la complejidad de personas sometidas a juicios morales según la cultura del momento; de un momento eterno por lo que se ve.

Las grandes, las tremendas, se enfrentaron a toda clase de obstáculos, incluso si pertenecían a un sector privilegiado casi todas ellas. Atreverse a ir más allá de las barreras sociales implicó una libertad interior casi inimaginable por lo que hacen pensar sobre las cárceles mentales que una se impone, más allá de los modelos y los condicionamientos en los que estamos sumergidas las mujeres. Y los hombres respecto de sí mismos y de ellas.

Con Laura Freixas se aprende a mirar con una perspectiva de género alejada de slogans facilistas, muestra un análisis muy lógico y con datos duros porque ha investigado sobre los temas que expone. No puedo sino recomendar sus exposiciones en diferentes conferencias, todavía no leo sus libros y cuando lo haga, contaré por aquí mis impresiones. Mientras tanto, hay mucho material de ella disponible en YouTube, aquí les dejo algunos links.

 

 

Laura Freixas: Virginia Woolf: huerto, jardín y campo de batalla

https://youtu.be/ewnKYN4rmdg?si=aasOUt5rGpg4fq4B

Laura Freixas : Emily Dickinson una genia con actividad propia

https://youtu.be/6D-4rD-fu4A?si=sXZeqI1eanvpNb68

Laura Freixas: Sylva Plath ¿Se puede ser mujer y genio?

https://www.youtube.com/live/qVtGIYuHJfM?si=cIos-JxcAQHtwW3z

6° Ciclo de Conferencias Pioneras S.XX Colette, por Laura Freixas

https://youtu.be/QcS2jjaYtlo?si=fZQu_V6rCSR0AE9Q

Marzo 2022. Ciclo Pioneras del siglo XX. Conferencia de Laura Freixas sobre sobre Alexandra Kolontai

https://youtu.be/oI17WQxIkYw?si=1VTI_xj2GxptWkQ7


jueves, 12 de septiembre de 2024

Monólogos sucesivos

 

Foto de Edgar Mosqueda Camacho (pexels.com)

Teníamos conversaciones, más bien eso parecía si alguien tomaba una foto a la distancia; ahora que lo analizo, eran más bien monólogos sucesivos. Ella decía algo y luego yo respondía con otra cosa que en algún punto se relacionaba con sus frases. Cuando estábamos en público ella era más hábil para proponer un tema o reírse de algo o de alguien y yo le seguía la corriente. Coincidíamos en algunos comentarios ácidos sobre una que otra persona, aunque debo reconocer que yo no era tan cruel como ella, pero parecía serlo más. Ironías de la apariencia. Un par de antipáticas, eso éramos, sin embargo, parecíamos buenas personas a la luz de una mirada ingenua y bien intencionada y a lo mejor nuestra actitud era bastante normal dentro de todo, además, en la búsqueda de la buena convivencia, a nadie le gusta mucho disentir y buscar contradicciones evidentes. Tampoco es que la crueldad de los comentarios nos llevara a tener una conducta poco civilizada o reñida con la compleja moral social. Palabras, solo palabras dichas al viento, tal como los versos de una antigua canción.

Ni hablar de las posiciones políticas, yo había ido cambiando hacia una posición escéptica. La plata, el poder, el acceso a lo mejor que ofrece el mercado cambia mucho a las personas. Esa convicción se convirtió en un mantra para mí y mientras más leía y aprendía, más me convencía de lo certero de esa afirmación. Ella seguía ilusionándose con el cambio y los slogans políticamente correctos y a mí, la descreída de todo no me daba ninguna gana de argumentar acerca de la maquinaria económica y marketera bajo esos intentos de bondad política que nos haría bien a todos ¡Bazinga! Diría Sheldon.

Ella me decía que mi postura de desconfiada era muy fácil porque me creía superior y, sin abanderarme por nada, siempre iba a tener razón en algún punto porque todos los movimientos fallan en algo. Esa vez me sorprendió y la empecé a respetar más. Después me venía otra idea en la que no calzábamos y volvía al hábito de no continuar ningún argumento por más de tres o cuatro frases seguidas.

De a poco fui cayendo en cuenta que la mala para conversar era yo. Que la más preocupada por conservar buenas relaciones con personas que no me interesaban era yo, de puro miedosa tal vez, y entonces me guardaba mis opiniones, algunas muy arraigadas en principios intransables y con tantos fundamentos como puede tener alguien a los veintitrés años.

Con esas diferencias y todo, seguimos siendo amigas o algo así. Lo malo es que no apreciamos las mismas cosas, que difícil que es eso. Ella tiene pretensiones artísticas o algo así y yo ando apenas con el tiempo y el rol que me ha tocado y que en algún punto elegí. No tengo tiempo de leer ni de pensar o de fijarme si las flores de manzanilla remojadas en la tizana de después de almuerzo se ven bonitas o no. Creo que además de descreída, me puse práctica y buena para resolver cosas, no me voy a hacer problemas por leseras de contradicciones y otras finezas de la cultura o filosofía. A veces salíamos a pasear y ella se volaba con los paisajes o cualquier cosa sin importancia y yo solo asentía. Me decía que era una insensible, incapaz de detenerme ante la belleza ¡uf! ¿Qué es eso? Imposible llegar a algún consenso.

Demasiadas diferencias. A ella, dentro de tanta pose intelectual, le daba por caer en supersticiones y prácticas medievales puestas de nuevo de moda porque es más fácil creer en la magia que en la vida lógica y el necesario aporreo diario. El choque con lo que se quiere y lo que se puede, incluso la aceptación de que las más de las veces las decisiones se toman por tantos factores juntos que no es posible explicárselas ni a una misma. Una cosa son las películas, novelas y la música apropiada para fantasear y otra es el presupuesto, entre tanta otra variable, para dar vida a lo que se puede.

Nos hicimos el propósito de vernos toda la vida, al menos una vez al mes, casi para ser más o menos testigos de la historia de la otra sin interferir ni juzgar. Eso lo mantuvimos. Mientras mayores nos hacíamos, más comprensivas nos fuimos volviendo, además, los mensajes de texto en cualquier plataforma y las redes sociales nos hacían estar al tanto de la vida de la otra y de quienes se volvieron protagonistas de nuestras biografías. La acidez de los comentarios fue desapareciendo. Nunca, para nuestro pesar, fuimos tan malas como hubiésemos querido.

De un tiempo hasta acá se ha vuelto más difícil monologar por turnos, empezamos por el recorrido de los hijos, la familia extensa, el listado de funerales del mes, los conocidos y encima la autocomplacencia nos ha ido acercando. Ahora extraño sus voladuras, la credulidad y la fe que le tenía al destino y sus sorpresas. Nos ganó la paz, la actitud comprensiva y esa sensación de que la historia se repite sin los aprendizajes concomitantes. Ella dice que se puso más parecida a mí y yo digo que ahora entiendo y a veces me quedo en el mundo de la fantasía del que ella solía hablar. Será quizás que al fin aprendimos a conversar, a escuchar. A eso se llamará ser buenas personas supongo, perdonar y perdonarse todo porque quién es una para juzgar y quién sabe las razones que alguien tuvo para esto y lo otro.

Podemos hablar tranquilas, sin tanta contradicción, sin urgencias ni pasión por casi nada. Claro porque a la distancia solo se puede ser racional o algo así. No sé si alcanza para decir que eso es una conversación, pero sí una sensación de apacibilidad que antes desconocíamos. Hasta nos reímos de los dramas que pensamos nunca se iban a acabar y los que no se terminaron, no los mencionamos. Un pacto de silencio que se estableció como debe ser, sin palabras.

A Heart Made of Yarn, Franz Gordon https://youtu.be/o0DBpau5N3c?si=zQi-db-ymDuvubTO

jueves, 5 de septiembre de 2024

129

 


129, pero con trampa. Todavía no saco los cuentos aburridos o textos sin sentido y fundí las entradas de Japón. Saqué solo los más vergonzosos, aunque contradiga lo que escribí en [1]Oración ¿Para qué? o ¿por qué? [i]domanda inutile, dice una vieja canción italiana.

Perdí el toque, escuché decir a alguien a propósito de otra cosa. Ya volverá, ya lo encontraré y si no, no es para tanto. Lo raro es que el blog está teniendo más lecturas, me da curiosidad y un poco de vergüenza por los malos escritos. Tengo historias dando vueltas por ahí, pero sin mucha alma si se puede usar esa expresión exagerada y hasta cursi.

129 que debieran ser 30. A lo más.

 



 


martes, 13 de agosto de 2024

178




Después de oír horas y horas de cuentos, biografías y distintos temas acerca del arte, la muerte y un potpurrí de conceptos de distinto origen y alcance, creo que podría volver a escribir sin otra razón que para darme el gusto, porque sí, por las mismas razones por las que comencé: para pelar el cable, dar forma a pensamientos azarosos y otros intencionados que fueron a parar en el mismo lugar.

Total, qué más da.

Tengo un montón de cuentos inconclusos y no todos me parecen fatales. Puedo recurrir a ellos y retomarlos o cambiarlos por completo. Manipularlos como arcilla húmeda y volver a guardarlos si así me parece que deben quedar o meterlos en esta interminable lista de textos que figuran en este blog, 178 incluyendo este. Demasiado, demasiado. Puede que lo conveniente sea eso, empezar por eliminar una montonera de textos ¿con qué criterio? Los que han sido menos leídos, los que me dan vergüenza, los que no dicen nada ¿quedará alguno después de todo eso?

O no elimino nada y sigo ocupando espacio virtual. Todo puede ser y al revés también.


martes, 30 de julio de 2024

Más recomendaciones

 


Las biografías de muchos escritores, pintores, músicos o artistas en general están tan llenas de eventos extraordinarios que parecen una novela en sí mismos. Dando vueltas por YouTube a veces buscando y otras por obra y gracia de los algoritmos he llegado a escuchar historias inesperadas como la de Suzanne Valadon y entonces aparece adosada la de Erik Satie, el músico raro.

Entremedio logré terminar la novela de Stefan Zweig La impaciencia del corazón, tan angustiante como Crimen y Castigo de Dostoyevski, con la compasión y la culpa como motores de las decisiones del protagonista. El mismo efecto de algunas novelas de Patricia Highsmith. La maravilla de la tormenta de emociones contagiadas por las palabras en cierto orden.

Algunas recomendaciones van en los siguientes links:

1.     Mala Sombra: https://www.youtube.com/@alejandromalasombra

En palabras de su autor se trata de “Canal y pódcast sobre cultura ultra contemporánea especializado en arte, literatura y filosofía. Si crees que el pensamiento es una herramienta para transformar y no para interpretar y enumerar, este es tu sitio. Podrás encontrar análisis alternativos de la historia, comentarios sobre actualidad y entornos cibernéticos, reseñas literarias, entrevistas y diálogos con personas de ámbitos muy distintos”. También está en Instagram y Spotify.

2.     En Spotify se encuentra un Podcast que se llama Grandes Infelices y se puede escuchar la biografía, muy bien escrita, de escritores como Sylvia Plath, Yukio Mishima, Stefan Zweig, Roberto Bolaño y varios más. Su autor es el escritor Javier Peña.

3.     La biografía de Mario Vargas Llosa contada por Jaime Bayly es todo un acierto, aquí va, https://www.youtube.com/watch?v=xLp9wVt8kyo&ab_channel=WillaxTelevisi%C3%B3n

4.     También la entrevista a María Kodama por el mismo Jaime Bayly muestra a una señora suave y vital que vale mucho la pena conocer.

https://www.youtube.com/watch?v=ryxbVIVGIvM&ab_channel=robertocarlos0

 

Eso por ahora.

 

Claude Debussy, arabesque N°1 y 2° https://www.youtube.com/watch?v=9Fle2CP8gR0&ab_channel=TopClassicalMusic


jueves, 25 de julio de 2024

Blusa

 


− ¿Quieres hablar?

− ¿De algo específico?

Iba a decir que sí, que había un tema pendiente, una aclaración que él necesitaba para sentirse tranquilo, pero todavía se ponía nervioso y no lograba decir algo tan simple como – tú sabes de qué – pero ella diría que no sabía a qué se refería.

− No, sin tabla. No se trata de una reunión de trabajo.

− ¡Ah! para hablar de la vida entonces. Por supuesto

A ella no se le ocurrió nada que decir, nada que no estuviera pauteado de antemano. A última hora podría recurrir a algún artilugio de los habituales para no ir y no hablar: una reunión fuera de pauta en su nuevo trabajo, un súbito malestar o una migraña. No un simple dolor de cabeza que pudiera ceder a un comprimido, debía tratarse de una migraña con fotofobia, con aversión al ruido y a la que el estrés agravaría sin lugar a duda. O podría ir y ver su expresión de incomodidad cuando lo mirara de frente y fijo, de modo que lo obligaría a preguntar − ¿qué? – y a lo que ella respondería sin variaciones – nada ¿por qué? – por nada− balbucearía él y ella entonces esbozaría una especie de sonrisa socarrona y se echaría para atrás en la silla, tal vez luego pasearía la mirada por las mesas de alrededor. En el intertanto tendría clavada la mirada de él tratando de escrutar en su cerebro como si tuviera rayos de algún tipo que develaran sinapsis y lógicas simultáneas, pero el poder mental no da para tanto todavía. Estaría a salvo.

A él le pareció que, si no definía un día, hora y lugar, ella no haría nada, pero tampoco se trataba de mostrarse ansioso o dar la sensación de que el asunto era de mucha importancia, aunque sí, tal vez, pero no tanto porque las cosas seguían más o menos igual y después de todo, era imposible prever algo entre tanta confusión. Tenía la convicción de que cuando fuera viejo lograría distinguir lo que había sido importante y no estaba seguro de si ella aparecería en la lista. Recordó la primera reunión, había estado a punto de no ir y ahora pensaba que nunca se escucha lo suficiente al lado sano de la conciencia.

Ella recordó también la primera vez, usó una blusa comprada en un ataque de algo, de una sensación extraña, agradable y desagradable en todo el cuerpo, en especial en el estómago y el cierre de la garganta. Estaba tan confundida con tanto mensaje de texto que no sabía qué pensar y pensó lo peor. Esa tarde de compras, nada parecía llenar su gusto. Caminaba tan rápido en el centro comercial que no alcanzaba a ver nada, las ideas se revolvían en su mente como remolino y de tanto encerrarse en el laberinto de malos augurios solo divisaba siluetas y vidrios y prisa y murmullos y escenas que se sucedían en la mente como una seguidilla de sinopsis de películas malas por predecibles y por burdas. No iba a volver sin una blusa nueva, cualquiera, de cualquier color. Su compañera de departamento preguntaría y más valía que la salida abrupta y sin explicaciones hubiera tenido un objetivo. Siempre hay que parecer ocupada en algo; tener un proyecto, una idea, algo. En este caso la compra de una blusa, otra más, para lo que viniera, para una entrevista de trabajo, para sentirse liviana y pulcra. Una fácil de poner – y por ende de sacar – por si más tarde tenía ganas de tirarse en su cama a llorar o de bailar frente al espejo dependiendo de si todo salía bien, pero no, no iba a pensar en esa posibilidad. Mejor no ilusionarse para que el llanto esté dentro de lo esperable por una mala entrevista.

Eso fue antes, ya le parecía otra vida, ahora era muy diferente, la habilidad en juego era hacer aparecer la situación como que no era una reunión casi formal, igual que el juego de las visitas de niños y adultos y, por lo tanto, no podía ser buena ni mala.

Por supuesto todo podía salir mal y aumentar la confusión, pensaba él, pero no se trataba de nada en particular. En un mundo anestesiado es difícil que algo sobrepase, por arriba o por debajo, el umbral del bienestar personal o al menos que lo parezca. Ese era el punto central. Ya estaba lamentando haber generado la instancia de volver a verla, pero algo lo impacientaba, esa necesidad de ser o parecer correcto. Hay que ser y parecer dice el cliché completo, pero en la mayoría de los casos basta parecerlo. Tampoco admitía que, en su estilo de hombre racional y moderno, en el que no cabían otros razonamientos que no fueran evitarse problemas posteriores, sentía una especie de nostalgia adolescente y eso que ya rozaba los treinta. Contactarse había obedecido a un momento de ocio en su trabajo. Fue durante una pausa entre las reuniones telemáticas de la jornada habitual y las del magíster que ahora todos tenían que hacer para estar entre los requisitos mínimos de selección de cualquier trabajo decente, incluso si el sueldo no alcanzara a cubrir tamaña inversión. O fue en un momento de angustia al ver que sus años de universidad ahora eran amenazados por la IA y que debía aprender ya a utilizar esa tecnología para no quedar obsoleto antes de los cuarenta. Puede que fuera eso, un deseo de volver a una época de menor vértigo en la vida o de uno diferente.

Ahora estaba en lo mismo, buscando una blusa apropiada para la ocasión, algo así como la visita a un laboratorio, algo aséptico, sin forma, que solo cubriera y diera la sensación de nada. Todas sus blusas eran así, no fue difícil encontrar una.

−A mí no se me da eso de ser buena− esa frase le daba vueltas desde esa mañana. Mientras más se la repetía era como si agarrara un valor excepcional, como si fuera a atreverse a decir verdades descarnadas o pragmáticas que es lo mismo. Esas frases que de tan taxativas no dan espacio a la conversación. Había probado esa estrategia antes y había comprobado que la verdad cierra las posibilidades, debe ser por eso que la mayoría la esconde, para hacer eterna la incertidumbre y, como los pases de un mago, hacer aparecer elucubraciones y posibilidades; para ella eso era conversar, explicitar hipótesis incomprobables para que quedaran temas no resueltos hasta la siguiente. - Alguien así no puede ser buena. 

A medida que se acercaba la hora para llegar a tiempo, la tensión iba tomándose el torrente sanguíneo. Eso de comportarse del modo apropiado sin conocer los criterios de la corrección social en estos casos lo ponía peor. Se sentía a salvo y eso era aún más desagradable, porque a alguien que no arriesga nada le resulta fácil ser bueno, simpático, ocurrente. Y le había dado por acordarse de todo lo que no dijo o dijo demás, como si se fuera a morir y tuviera que aclarar cosas antes de llegar al final del túnel.  - Debe ser la crisis de los treinta - se dijo sonriendo para sí mismo, como un modo de cambiar el mood  del encuentro. Con ella nunca se sabía cómo iba a aparecer, a veces se veía tranquila y afable, hasta contenta y de pronto todo se iba a la cresta. Y él, lo tenía claro, adoptaba una actitud segura y serena, de viejo de mierda y la trataba como si tuviera todas las respuestas. 

Hacía ya dos adolescencias al menos, medidas en ese tiempo sin edad, que se habían visto por última vez. En cada oportunidad se propuso al menos no ser desagradable. Era superior a sí misma eso de parecer neutral, desbordante de autocontrol. Objetivo no logrado era la calificación que merecía, igual que varios niños de segundo básico a los que hacía clases. 

Él estaba sentado esperándola, casi deseando que no llegara y dar por terminado ese intento de no sabía qué. Que raro que ella hubiera aceptado verlo, que raro que él todavía la extrañara, ese pensamiento pasó fugaz y por peligroso fue expulsado y se estrelló en la avenida más cercana para, por fin, ser atropellado por las prisas de la vida en la ciudad. 

Ella siempre se apuraba para llegar irremediablemente tarde a casi todo, esta vez, la demora fue mayor porque en la avenida fue embestida por un tropel de pensamientos peligrosos. Se demoró más y más y en cada vitrina la blusa le parecía de diferentes colores y formas.

Él esperó otra adolescencia más y a su mesa se sentó una colega de su trabajo. Cuando ella se decidió a comprobar su hipótesis, los vio y pensó que su blusa era inapropiada para esta clase de situación. 



Alessandro Martire, Truh

https://www.youtube.com/watch?v=-CfvNt3gjBY&ab_channel=MartireComposerVEVO


 

 


domingo, 21 de julio de 2024

Recomendaciones





Resulta que los libros de cuentos deben ser una unidad de contenidos, deben tener un hilo conductor, una especie de mínimo común denominador. Es más, los buenos cuentos se revisan línea por línea, no solo por la economía de palabras sino porque cada palabra debe cumplir un objetivo según el estado emocional que el cuento se proponga provocar. Tanto que hay que saber. Si hubiera sabido no hubiera tenido la osadía y desvergüenza de empeñarme en escribir.

Solo paso por aquí hoy a recomendar un cuento de Verne  La Jornada de un periodista americano de 2889, impresionante: 

Y también paso a agradecer a quien ha estado leyendo una serie de textos random de por aquí que me recuerdan que la ignorancia es atrevida.



miércoles, 5 de junio de 2024

Otro día

 


Y la vieja me gritó que debí informarle antes. Siempre es lo mismo con mi jefa, que por qué no le dije, que ella tenía que saber todo le que pasaba en su departamento. Es verdad, ahora que se me pasó la furia y el estado de petrificación que se impone sobre mi cuerpo y mi voz cuando alguien me grita, reconozco que no le dije. Me repetí la historia desde el principio, que don Ernesto me había contado del problema eléctrico de la bodega y justo pasó Juan Pablo, el ito eléctrico. Por un buen tiempo le dije Juan Pablito, cuando ignoraba que ito era la sigla para el inspector técnico en obras. De ahí nos fuimos directo al lugar del corto circuito e hicimos las coordinaciones para las órdenes de compra de los repuestos, los horarios en que se harían los cambios, sin interrumpir la labor diaria de los equipos de venta. Pensé que era eso lo que más importaba y sigo pensando lo mismo. Justo cuando iba subiendo al piso doce donde está la oficina de mi jefa, para informar de la solución al problema de la bodega, me agarra la señora Sara por un accidente laboral de la Juanita, una externa del servicio de aseo, pero que todavía no tenía contrato y entonces la responsabilidad iba a caer en la empresa − ¡pucha la lesera! – fue lo único que pude decir en voz alta porque don Tomás, el dueño de la empresa del aseo, es hermano del dueño de la empresa que me contrató a mí; así es que con voz y actitud de resignada, le dije que me haría cargo. Fui a mi oficina, que no sé para qué la tengo si nunca estoy ahí y llamé a Rosario, la jefa de personal de los del aseo. Trifulca y media, que era el sexto contrato que tenía que hacer apurada porque se había corrido la voz de que si tenían un accidente los contrataban al tiro. Que así era esta gente, que se aprovechaban de inmediato.

La Juanita esperaba abajo con el tobillo hinchado y se aguantaba el dolor.

−y ustedes ¿qué les pasa con las escaleras? ¿todavía no ponen las gomas de seguridad?

−Rosario, limítate a enviar el contrato de la Juanita. Mientras, yo me encargo de convencer al comité paritario de que algún integrante autorizado llene el formulario de derivación al IST por accidente del trabajo.

Era un día de esos en que una debió quedarse acostada con fiebre real o inventada. Todo el día con estupideces que requerían solución inmediata y encima teniendo que ser paciente y no armar más escándalo para no tener problemas con los jefes o los sindicatos. Mi oficina me servía para eso, para poner las morisquetas que quisiera al teléfono sin que nadie me viera o estirarme y hacer como que mandaba sendas patadas en el culo a quien se lo mereciera.

Después de respirar hondo fui a hablar con don Luis, el presidente del comité paritario, un tipo de unos cuarenta y tantos que desde que había asumido esa función, se paseaba casi con lupa por todos lados buscando todos los detalles que había que subsanar para garantizar la seguridad de los trabajadores. Era cierto, pero quería todo para ayer y era imposible hacer todo de inmediato, habíamos tenido como cuatro reuniones este último mes, logramos avanzar en algunas cosas, pero faltaba y siempre iba a faltar y él se largaba en un discurso obsesivo lleno de detalles y reiteraciones de los detalles. − Mire señorita Josefa, ya sé que usted va a decir: ya va a empezar con la cantinela, pero ¡mírese usted pues! Anda con esa falda hippie llena de vuelos, se va a enganchar en cualquier parte y después va a alegar que el reglamento está anticuado que es su derecho vestirse como quiera y que si no va a demandar por discriminación. Y ¿qué quiere que haga yo? ¿qué le digo al comité? ¿Qué la subjefa es especial? No pues, usted sabe, la seguridad es para todos. Hay derechos y obligaciones y también corren para usted.

Roberto es de esos que hablan a punta de obviedades, puras frases hechas, pero afirmadas en algún manual, puse cara de compungida y traté de sonreír como una niña pillada en falta, el viejo truco de la cara de gato con botas ¿quién no lo ha usado para librarse de alguna norma absurda?

−Prometo que mañana me pongo ropa según el reglamento, pero por favor veamos lo de Juanita, ya supo, supongo.

− ¡Por supuesto! ¿cuántas veces le he dicho señorita Josefa que esa empresa es muy chanta? Que no cumplen con los requisitos mínimos de seguridad para sus trabajadores.

martes, 21 de mayo de 2024

Los mismos padres

 


I

Daniela tenía un libro a punto de terminar, pero como quien no quiere abrir un correo con una deuda por pagar, se daba mil vueltas para no devorar las últimas páginas y quedarse con la sensación de no haberlo degustado como era debido. ¿Se recuerdan los sabores? No con exactitud, pero la evocación es el componente principal. Se hallaba en esas reflexiones o inutilidades como decía Mariana, su hermana, cuando entró a su dormitorio inquieta y apurada.

−Ya sé lo que te pasa. Hablas con mala redacción.

− ¿llegaste a esa conclusión por alguna serie o algo que estabas viendo en tus redes?

Mariana se fue tan rápido como entró de ese dormitorio, estrecho y un poco asfixiante, lleno de repisas improvisadas, para volver al propio dominado por aparatos electrónicos de toda clase. Resultaba difícil hablar con Mariana, se distraía con facilidad, − mal de estos tiempos – diría la madre, pero de modo inexplicable, recordaba lo que oía.

Daniela se quedó en la misma posición en la cama, sentada ordenando documentos en una carpeta. Una conocida maniobra dilatoria para no ir la final del libro. Sí, sonaba razonable eso de que hablaba con mala redacción. En los momentos claves parecía no poder armar un argumento, las palabras salían desordenadas y sin lógica alguna, en especial con las personas que más le importaban, incluida su hermana. Tal vez por eso le gustaba leer o admiraba a los músicos que, teniendo una melodía en su mente, luego hacían calzar palabras, historias y notas musicales. Una genialidad que solo las personas limitadas en su capacidad de expresión como ella podían valorar en su justa medida.

El libro transcurría en invierno uno especialmente frío y cruel y tal como le ocurrió con la película Siete años en el Tibet que había visto en el canal de películas viejas en verano, tiritaba de frío a pesar de los treinta grados de aquella tarde. Ahora era lo mismo, estaba soleado y tibio, pero sus pies y manos decían otra cosa, no había forma de templarlos.

−No sé que va a ser de esta chiquilla− decía el padre, − tan influenciable y atarantada, ya tiene veinte años y no se ve que haya madurado algo.

−Tranquilízate hombre, ya verás como se abrirá camino igual, las cosas ahora son diferentes, no tiene por qué ser igual que cuando nosotros tuvimos veinte.

−Dios te oiga

Con esa frase, proviniendo de un hombre ateo y orgulloso de serlo, terminaban las discusiones con la madre, dotada de un buen sentido común y una paciencia a prueba de casi cualquier cosa.

¿Cómo sería el final? ¿Acaso uno correcto y lógico, como la vida de la mayoría, en la calma y la paz de los años, justo premio a la experiencia y claridad para tomar decisiones? o tal vez fuera un final sorprendente e improbable, lleno de fantasía y juegos imposibles entre distintas capas de la realidad.

− ¿Sabías que hay comunidades en Puno, Perú, ajenos a la tecnología y en el que la gente vive más años con actividades simples y rutinarias?

− ¿y para qué querría una vivir una vida así y tan larga?

− Es que no conocen otra forma

− Nosotras tampoco   

Mariana, a sus diecisiete años, conocía datos de muchas cosas, datos random decía ella, que al parecer le servían para interrumpir a cualquiera en sus quehaceres y dejar a sus casuales interlocutores con preguntas que a ella no le concernían puesto que ya estaba en otra cosa.

Las hermanas no podían ser más diferentes según ellas mismas; los demás las encontraban muy parecidas, no solo en el aspecto sino también en los gestos y la forma huidiza de relacionarse con los otros. Una madre correcta y sermoneadora como casi todas las enfermeras y un padre siempre ocupado o que se esforzaba por parecerlo brindaban una buena fachada. Les tomaban muchas fotos y cada cierto tiempo les preguntaban cómo estaban para que no dijeran que no se preocupaban por ellas. Así las cosas, el refugio afectivo estaba entre las hermanas, en ningún otro lugar. Aun sabiéndolo, ambas se esforzaban por demostrar cuan molesta era la otra y solían decir que los días serían más fáciles y cortos si la hermana no estuviera viviendo en la casa familiar.

Daniela era la silenciosa y Mariana, dentro de la quietud y aparente calma de esa casa, era la bulliciosa y a quien, por lo tanto, iban dirigidos los reclamos por el escándalo de su andar y los saltos en la escalera. La madre necesitaba descansar y el padre concentrarse. Mariana decía que prefería la distancia del padre que la eterna e implacable corrección de la madre, ese tono conciliador y dulzón, le parecía una muestra del esfuerzo que significaba para ella cumplir su rol en la familia.

− ¡Nada que ver! Te gusta andar haciendo problemas e inventar dramas donde no hay.

− y a ti te gusta no ver lo evidente.

Mariana estaba decidida a desenmascarar a la paciente madre y demostrar que el padre era otra más de las víctimas de su falta de honestidad, el pobre no tenía más alternativa que meterse en su mundo y hacer como que nada le importaba. Daniela sospechaba que había historias que ambas desconocían y que la madre, de seguro, había sufrido las mismas decepciones y sobrecargas de las mujeres de la familia.

−Las tías y la abuela no andan con cara de santurrona y agotamiento cada día de la vida, menos con ese tono de falsa comprensión con todos, hasta conmigo que no me canso de criticarla y provocarla.

− ¿A propósito? Pensé que no te dabas cuenta de que lo hacías tanto y tan seguido. A veces me quedo esperando un grito de vuelta de su parte o un portazo o lo que sea, pero no. Creo que esa es su victoria, no perder el control contigo ni con nadie.

− ¿Y el papá? ¿qué le pasará que no reacciona tampoco? ¿cómo serán las conversaciones entre ellos? Me refiero a cuando no estamos presentes o no hay comentarios sobre las noticias o algo extraordinario en sus respectivos trabajos. Tal vez tienen un pacto que desconocemos.

Mariana se imaginaba a un padre torturado por una bruja, Daniela a una mujer oprimida por un hombre frío y distante.

II

El final del libro pertenecía al mundo de las fantasías y capas de realidades entre la vida, las muchas vidas y le muerte, las muchas muertes, también en capas. No podía ser de otra manera si lo pensaba bien, las cosas no encajan tan bien como las cerraduras artesanales japonesas.

Después de ordenar la carpeta sobre la cama con fotos, papeles, envolturas de dulces y, a pesar de las constantes interrupciones de Mariana, no tuvo más alternativa que terminar de leer el libro y quedarse pensando en las piezas que a su juicio faltaban para no dejar las historias entrelazadas a medio camino.

Mariana volvió a entrar con expresión seria y un tono de voz que parecía tranquilo y conciliador– tus padres no son los mismos que los míos y como sea, son las mismas personas, las mejores que nos correspondía tener – Daniela, ensimismada en su mundo de fantasías y letras pensó que su hermana había visto esa reflexión en algún post de los miles que pueblan las redes sociales, llenos de clichés. Luego olvidaría esa perlita de sabiduría, así las llamaba su madre, y volvería a ser la adolescente arisca y provocadora de la familia.

Daniela se quejaba de los cabos sueltos, de la falta de cierre de ciertos capítulos, de los misterios de la relación entre sus padres, de cómo dos hermanas podían ser tan distintas creciendo en el mismo espacio de relaciones. Empezaría entonces otro libro, a devorar más palabras y a evocar sabores, tactos y emociones que intuía más tarde viviría ella misma. Su hermana estaría cerca como testigo.

Mariana seguiría en la búsqueda de información que saciara su curiosidad y ampliara su mundo, según ella pequeño y predecible. Su hermana estaría cerca como testigo.


lunes, 13 de mayo de 2024

Cápsulas



Foto de Andrea Piacquadio: https://www.pexels.com/es-es/foto/reloj-astronomico-de-praga-820735/


¿Y entonces?

Imposible responder, dependía hacia dónde quisiera ir y el punto en el que la historia se podía retomar. Inclusive era necesario definir los lentes con que se podría mirar el mundo creado o recreado. - Demasiada conciencia del recorrido - le habían criticado una vez. Llegó a pensar en que ya no había historia ni necesidad de ella. Todo era cuestión de interpretación o de reformulación. Y eso la ponía mal, la enfermaba casi. Cada cierto tiempo volvía esa sensación de encierro en la propia mente. Y, aunque las palabras fueran un instrumento de coordinación con otros, también lo eran de la confusión, de los vacíos y los finales abiertos. Si es que se puede hablar de finales mientras aún hay vida y experiencias.

Enseñar historia fue lo peor que se le ocurrió. En especial a adolescentes que no alcanzan, salvo muy notables excepciones, a dimensionar lo mucho que incide en la vida diaria el conocimiento, o la falta de él, hasta de la historia familiar. Alguna vez se le ocurrió ese ejercicio y quedó la grande con los del cuarto D. Algunos inventaron ser descendientes de europeos y quedó en evidencia el error aspiracional de sus padres al buscar en internet su árbol genealógico. Otros no sabían más de su familia que hasta sus abuelos y se sintieron discriminados por no tener antecedentes. Era obvia la diferencia en el tono de la voz y la postura corporal de quienes estaban ávidos por hablar sobre sus antepasados y los que no querían abrir la boca. Ese colegio, ubicado en una comuna vulnerable en la jerga actual, era diverso en cuanto a los ingresos de las familias. Es probable que sea así en la mayoría, poco se sabe si la colegiatura se paga sin esfuerzo o haciendo muchos malabares y dibujos con las cuentas del mes.

Quizás qué había en las historias familiares de los alumnos del cuarto D que los apoderados reclamaron en masa por invasión de la privacidad, discriminación, abuso de confianza de la profesora y otros conceptos similares que, desde ese episodio, el colegio se comprometió a incluir en el proyecto educativo.

A pesar del progresismo imperante, del imperio de lo políticamente correcto, o debido a eso mismo, los padres se enredaron hasta el absurdo para referir a sus hijos la historia de su familia. De los pocos que recibió el trabajo por escrito, se podía inferir el cambio vivido por el país en dos o tres generaciones. Se podía hablar de la historia de la transición de familias rurales a urbanas; del cambio en el poder adquisitivo, en las creencias religiosas y valores priorizados en los discursos familiares. No había sido mala la idea, pero la profe Iris, sin intención ni suficiente sagacidad, había pisado muchos callos de la aristocracia local.

En otra ocasión se le había ocurrido presentar la toma de Morro de Arica desde las diferentes miradas de sus protagonistas: soldados jóvenes chilenos, adolescentes como ellos; la de los jóvenes peruanos que lo defenderían, sus superiores y los padres de cada lado. Ni hablar, nuevos reclamos. Había que contar la historia como realmente había sido y por más que se esforzó en explicar que la historia jamás ha sido ni será de una sola manera y menos aún sus consecuencias, ni tan siquiera para los vencedores, no tuvo éxito con sus argumentos.

La acusaron esta vez de antipatriota y de promover un latinoamericanismo imposible. Al menos con eso estaba de acuerdo porque los anhelos de unos no coincidían con los de los demás y había una cantidad tan inmensa de variables en la construcción de bloques territoriales, comerciales y culturales que los conflictos estarían allí casi por una eternidad, pero daba igual lo que dijera. Los apoderados, devenidos en clientes insatisfechos, son más poderosos de lo que ellos sospechan.

En ese escenario, si hubiera sido consecuente con su idea de la enseñanza de la historia, más parecida a un proceso de interpretación recurrente según se vive el presente, que a un listado de acontecimientos más o menos ordenados en una línea de tiempo, hubiera renunciado, pero no tuvo más remedio que ceñirse al programa ministerial y a los métodos tradicionales, los mismos que la dejaron a ella confundida acerca de qué estaba pasando en Sudamérica mientras los chinos inventaban el papel o los emperadores romanos se sucedían unos a otros entre intrigas, fake news y asesinatos.

Y ahora que se usa reescribir la historia, se cancelan películas y libros clásicos según la sensibilidad actual, mientras los horrores se traspasan a las noticias, la verdad es que la Profe Iris se conforma con que el programa hubiera sido abordado ya sin pensar más en si tenía o no sentido cuestionarse algo siquiera. Como muchos de su generación, había partido por deseos de Miss Chile: la paz mundial, que en el lenguaje de los profes como ella eran el desarrollo del pensamiento reflexivo y el aprendizaje del pasado, para luego de un poco de experiencia, concebir su trabajo como un medio para la vida de adulta independiente y nada más. Dentro de todo no estaba mal, en ese colegio pagaban un poco más que en otros en los que había estado y no iba a arriesgarse a perder su trabajo.

− La historia y los recuerdos son un lío interno porque están teñidos con el color del presente −. Solía pensar y decir eso muy a menudo, en especial ahora que la evidencia científica estaba disponible para afirmarlo. No es fácil recopilar la propia biografía. Menos la lógica detrás de las conductas en momentos críticos que no parecen tales.

En alguna parte había leído, o tal vez lo estuviera inventando, que había un método para encapsular vivencias de modo que los recuerdos no cambiaran de color y así mantenerlos a resguardo de las emociones del presente y del overthinking tan actual como la procrastinación. Una especie de autohipnosis intencionada para conservar en estado puro la felicidad de algunos instantes, el sonido de las risas, el aroma de un perfume, el estremecimiento de la piel y esas sensaciones inefables transmitidas por las miradas. Sin nostalgia, dolor o explicaciones rebuscadas. Algo parecido a escuchar una y otra vez una melodía, la canción favorita o la banda sonora, si había, de las experiencias escogidas para encapsular. Si para una persona era difícil escoger qué guardaría en la cápsula como recuerdo impoluto, en la mente de Iris, era casi imposible que dos o más se pusieran de acuerdo en conservar los mismos fragmentos de la vida.

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Se enredaba en detalles que complicaban el llenado de su cápsula imaginaria de instantes y no podía desprenderse de las interpretaciones.

¿Cómo podría entonces seguir contando a los alumnos hechos relatados por personas que no los vivieron y que tal vez, no solo no correspondían a un cierto consenso, sino a una intencionalidad detrás, por lo general económica o de poderío de alguna clase?

Lo peor había sido elegir historia como un trabajo y una forma de vivir. Ya no creía en nada de lo que contaba.




viernes, 19 de abril de 2024

Peluquero impertinente



Foto de João Saplak: https://www.pexels.com/es-es/foto/blanco-y-negro-ciudad-calle-acera-19376401/

Hay un video que circula en las redes que me hace reír cada vez que lo veo. Es una tara personal eso de reírse de las mismas cosas una y otra vez, sin variación. Eso dicen mis compañeras de trabajo, que soy un poco extraña, un poco no más, no es para que crean que me siento diferente de la masa que camina hacia el metro y que simula no pensar en nada mientras, una vez en el tren, se siente de a poco con menos aire y más vulnerable. El punto es que cumplí cuarenta hace poco y no sé por qué me sentí aliviada y libre, aunque puede que ambas cosas sean lo mismo, el alivio y la libertad. La ausencia de expectativas, eso debe ser. Por mucho que digan que la esperanza de vida aumentó y bla bla bla, creo no ser para nada la única que anota los alimentos que aseguran longevidad para no comerlos ni por accidente. Ausencia de expectativas, eso es, ya nadie espera que revierta ciertas decisiones o que madure lo que, traducido a conductas concretas, significa cumplir con un listado de tareas apropiadas para alguien como una. Más fácil todavía: ya los decepcioné y me da lo mismo. Eso digo hoy, mañana me puedo contradecir y tampoco importa. La coherencia interna se parece mucho a la rigidez he pensado en estos días. Así es que capacito que más adelante vuelva a generar expectativas en otros o en mí misma (si lo dejo por escrito me salvo de las anti-predicciones).

El video. El video era el punto.

Voy a dar un rodeo para llegar al video. Cuando tenía treinta y dos, me dio por hacer cosas distintas, me desteñí el pelo para poder teñirlo de colores de moda a veces rosado, a veces azul. Ya estaba vieja para esas cosas, mis amigas habían hecho lo mismo hacía al menos diez años atrás y yo no me atrevía porque no iba con la imagen que mi familia soportaba. Ahora que lo pienso vivíamos en un desfase cultural bastante profundo, mi madre era de la generación que llamaba feminismo a poder trabajar para comprarse sus cositas y no para pagar cuentas o participar de las finanzas familiares. Eso hacía, por una clase de operación matemática que solo ella se explicaba, que tampoco considerase que podía participar de las decisiones importantes. Esas correspondían a mi padre.

A los treinta y dos, vivía en la casa familiar. Mi trabajo de kinesióloga y mis dificultades para ahorrar y no gastar la plata en puras tonteras hacían que, sin querer, estuviera desempeñando el papel de hija para la vejez igual que Tita de la Garza en Como agua para chocolate de Laura Esquivel. Sin sus habilidades para la cocina ni un enamorado por el que llorar o reír.

No sé cómo pasó, pero un día me dio lo del pelo. Antes de eso iba ordenadita por la vida, más o menos, no crecía, yo, no el pelo, pero tampoco era para tanto. Supongo. ¡Ay! ¡Que no pueda afirmar nada con certeza! Me carga eso de mí. Estaba tranquila, sin plata ni planes, pero tranquila y todavía podía pararme y encerrarme en mi pieza si cualquiera empezaba a preguntarme por mis planes o por mi proyecto de vida como dicen los más cursis.

Entonces un día iba pasando por el frente de una peluquería, me habían pagado recién, vi que salía una chica súper estilosa y original en su look completo. No pregunté ningún precio y le dije al peluquero que quería un cambio radical.

Salí con el pelo corto, fucsia y un montón de mechas paradas sobre mi cabeza. Me veía rara, pero bien. Esa podría ser mi definición, rara, pero bien. Y sin plata- El corte, decoloración, coloración, peinado me costó el equivalente a casi el cuarenta por ciento de mi sueldo. Una cosa llevó a la otra, ese look no iba con mi blusa y los jeans que usaba cinco de los siete días de la semana. Tuve que ir a comprar pantalones, faldas cortas, suspensores y muchos accesorios. Tuve que ir.

Ahí comenzó todo, se me desordenó la vida, renuncié a mi trabajo sin tener otro y me parecía que todo iba a estar bien, nada era tan grave. Fue como si me hubiera agarrado la curva de un imán en espiral. Me puse a trabajar en cualquier cosa porque estaba mala la cosa para los kine y encima la gente de salud parecer ser la más tradicional de todas. Agarré mala fama. Poco menos que se creyeron que me volví loca o algo así. En una de esas sí. Trabajé paseando perros, animando cumpleaños de cabros chicos, de nana part time, rellenando cuchuflíes, lo que cayera. Lo más difícil era pasear perros, algunos se ponían muy contentos al verme y mis pantys de redes negras se hacían mierda solo al saludarlos, hasta que aprendí los trucos para controlarlos.

Mis padres, en un intento desesperado por hacer que reaccionara y madurara, me dijeron que cerrara la puerta por fuera. Y lo hice. Trabajando de cualquier cosa me sentía una sobreviviente, alguien que podía arreglárselas casi en cualquier contexto. Vencí el temor al ridículo y a la pobreza. Me fui a vivir con una tía vieja, casi como refugiada.

Entiendo a los que pensaron que estuve un poco loca, soñaba cosas raras y por alguna razón me sentía invencible. No aguantaba ni media crítica y sentía que andaba de paso en cualquier circunstancia. A través de mi tía, mis padres presionaron para que fuera a un psiquiatra. Pensaban que era bipolar o del espectro o narcisista que son los únicos diagnósticos posibles en estos días. Todos somos el personaje narcisista, TEA o bipolar de alguien y les generamos ansiedad. Eso, casi textual, me lo dijo el psiquiatra, que me encontró bien, no feliz, pero compensada. Mis padres no lo podían creer, mi tía sí.

Conocí muchas clases de personas en ese período, hay harta gente loca y como me tomaban por una de su especie se permitían tener confianza conmigo. Hay cada historia, inimaginables, creo que muchas veces no hay más alternativa que hacerse la loca o al menos parecerlo, aunque sea por un tiempo.

Alcancé de nuevo ese estado de tranquilidad de antes de cortarme el pelo, con ropa y maquillaje diferente, pero igual por dentro. Hacer cosas poco convencionales para poder sobrevivir y no depender de nadie fue una buena experiencia. Me había hecho un nuevo ecosistema y me había acomodado. Hasta habían cesado los intentos de mis padres y de otros por salvarme de mi supuesta desorientación y crisis de la adultez.

Estaba tranquila después de tanto caos y vino la pandemia. Los kine ahora éramos nuevamente valorados y contratados por montones en hospitales, clínicas y consultorios. Mi tía se enfermó y la tuve que llevar a la urgencia. De esa no salió. Aparecieron sus hijos a pelearse hasta las frazadas de la señora y a mí me acusaron de querer quedarme con todo. Se pasaron de vacunas.

Mis padres tenían miedo y me pidieron que volviera a la casa. Volví.

Ahora todo volvió a estar ordenadito. Mi pelo tiene el mismo color de antes, la ropa que había dejado en la casa me quedaba buena y me salieron al menos tres ofertas para trabajar durante la pandemia. Con tanto traje de protección me sentía como una astronauta y como no se podía hablar mucho, no fue tan difícil adaptarme de nuevo al ambiente de hospital. Ahora que miro esos años, hace ocho, hace diez, hace seis, parece un video clip antiguo con imágenes mal pegadas, algunas distópicas y otras divertidas. Demasiado en poco tiempo. Y tal como luego de un tsunami el mar vuelve a su ritmo habitual, indiferente al daño provocado, así sentí que mi vida se acomodó de nuevo.

¡Ah el video! El personaje es un humano disfrazado de perro que andaba tranquilo de callejero hasta que llega una vieja de alma caritativa – ¡adopta no compres! – y se lo lleva a su casa. El perro estaba bien y cada cierto tiempo lo quieren echar como si hubiese sido su decisión ser adoptado.

Así estaba yo, tranquila, adaptada y me agarra un peluquero que me cambió el color del pelo y una cosa llevó a la otra y vuelta a empezar, pero ahora tengo cuarenta y siento que me salvé, aunque nunca se sabe. Eso me da risa, una y otra vez, con la misma intensidad.

https://www.instagram.com/reel/C3bIs5MOSpW/?igsh=MTMxaHN5dnluYWFjMQ==

martes, 9 de abril de 2024

Un día normal

 

Foto de Tranmautritam: https://www.pexels.com/es-es/foto/london-s-eye-inglaterra-412201/

Se quedó con la curiosidad y preguntar a estas alturas no serviría de nada, ya no recordaba cuando había sido la despedida, para él las despedidas eran una secuencia, un proceso con pasos inciertos y, por eso mismo, complejos y titubeantes. A lo mejor la despedida comenzó en el primer saludo. Ese pensamiento le recordó una película con una frase famosa – “you had me at the first hello” -. Tan ahorrativo que es el inglés, en español esa frase requeriría de más palabras o por último más letras o caracteres.

A veces pensaba que todo había sido una secuencia de situaciones absurdas, de silencios interrumpidos por miradas y balbuceos que parecían palabras, pero sin significado. Cada vez que pensaba en ese capítulo, comenzaba a rascarse la cabeza y ahora advirtió su incipiente calvicie. Estaba sentado en el café que quedaba abajo del edificio donde trabajaba. Iba allí para no tener que hablar con nadie, tampoco era que hablara mucho, pero hacía tiempo que se aburría de las conversaciones de pasillo y de esa sensación de decadencia que todos parecían estar sintiendo. Hasta él, un optimista irremediable, estaba cayendo en ese vicio de criticar todo y a todos - ¿sería esto la distopia de la que había leído por ahí o visto en alguna película? Esa sensación de estar corriendo como hámster solo para que el equilibrio de la vida no se cayera y correr más y más rápido para ganar lo mismo y permanecer en el mismo lugar. A veces se quejaba de cansancio, igual que si en lugar de cuarenta y cinco tuviera veintidós años. Porque no hay seres más cansados que los jóvenes, casi se sonrió cuando esa idea pasó por su mente.

Y sí, se cansaba de exprimirse el cerebro cada día un poco más para lo mismo, idear nuevas y mejores formas de alcanzar las metas mensuales con menos costos y mayor margen. Estaba seguro de que el jefe se sentía igual porque cada martes en las reuniones le era más difícil mantener la mirada en alguno de los integrantes del equipo. Equipo era mucho, cuadrilla, línea de producción a lo más, la interacción era mínima y la competencia máxima y eso no constituye una atmósfera propicia para sentirse a salvo y en confianza como para apoyarse en los demás integrantes de la unidad de trabajo.

El pantalón que eligió hoy le quedaba demasiado ancho, había bajado de peso casi sin darse cuenta, la secretaria se lo advirtió – oiga don Orlando ¿está a dieta? ¿va a algún gimnasio? -solo sonrió como respuesta, al entrar al ascensor se miró en el espejo, se sorprendió, hacía tiempo que no se detenía en sí mismo y era verdad, estaba más flaco y demacrado. Se arregló el mechón porfiado que siempre se caía sobre la frente, alarma inequívoca de la obligación de ir a cualquier peluquería que encontrara abierta el sábado al mediodía. No iba a perder horas de trabajo en tonterías.

A todo esto, ese comentario acerca de su peso demostraba su punto, a las mujeres no se les puede decir nada acerca de cómo se ven, se los habían advertido hasta el hartazgo en una capacitación de género en la compañía, pero ellas parecen tener un espacio mayor para transgredir esa norma. Un par de años atrás hubiera bromeado al respecto o un rato antes, pero había visto a varios meterse en problemas, algunos con toda justicia y otros por idiotas, por no medir riesgos. Si se iba a ir de ahí no sería por una estupidez, eso lo tenía claro al menos. En todo caso, algo quedaba de aquel tipo bromista y casi siempre de buen humor que guardaba chistes para el momento oportuno y así poner en aprietos a los menos vivarachos. Podría llegar muy serio donde la secretaria y decirle que había interpuesto una queja en su contra por el comentario acerca de su cuerpo y la mirada picarona que había observado mientras se sonreía. De solo imaginar la cara de ella se rio al sentarse en su silla negra, gigante y cómoda, de gamer, le había dicho su hijo una vez que lo visitó, al tiempo que agregó – quiero una igual viejo –. Fue bonita esa visita de su hijo menor, pudo sentir que el chiquillo se sintió orgulloso de su padre y por un momento hubo algún tipo de conexión. El divorcio los había separado, no era lo mismo verlo los fines de semana y un día definido con antelación durante el período escolar. Se perdía la espontaneidad del encuentro y encima el chico estaba atravesando por lo peor de la adolescencia. En sus trece no podía ser más típico, la disarmonía hecha cuerpo y mente. No recordaba así esa etapa en sí mismo. Lo pasaba bien no más, sin tanta complicación.

Sí, curiosidad era la palabra. Tenía sospechas de qué había pasado, más bien lo sabía, pero era un desafío casi intelectual la comprobación. Cuando la vio irse una y otra vez, no lograba deducir qué ideas pasaban por la mente de ella o de si la volvería a ver. Ni una sola ocasión se sintió sobre tierra firme. Se quedaba confundido. Solo le seguía el juego o tal vez le permitía a ella jugar con él. A veces se pensaba en un libro de Murakami y esas conexiones raras entre los personajes que casi se intuían, en que los vínculos ocurrían entre fantasmas más que entre personas. ¿O sería que nunca entendió ninguno de sus libros? si fuera así, daba lo mismo si estaban cerca o lejos, si hablaban o no. 

Entró a la página del banco, todo se había complicado desde el divorcio, qué manera de perder plata, todo doble, por eso seguía trabajando de esa manera. - mentira- sonó como un bombo esa palabra en su cabeza. Trabajaba por una serie de cosas y tal vez la plata estaba dentro de la lista, porque hay que sobrevivir por supuesto, pero no era eso lo que lo movía. El trabajo era su identidad, la inteligencia en movimiento, el humor como un ingrediente del día a día, aunque fuera disminuyendo. Las relaciones con otros. La posibilidad de ver y saber de otros. Curiosidad. La curiosidad como motor.

Su hija mayor estaba estudiando hace un par de años Ingeniería en realidad virtual. Cuando le preguntó para qué servía eso, esperando respuestas como simulaciones de entrenamiento para médicos, pilotos, arquitectos, la hija contestó que así podría diseñar y meterse en un mundo mejor y menos problemático que el que le había tocado, además, no tendría que salir a ninguna parte ni arriesgarse al daño de malas personas. No supo qué decir. Le pasaba con frecuencia eso de quedarse mudo por temor a quedar mal parado, en este caso como padre, en otras como jefe, peor como exmarido o el este de alguien. Así le decía Ceci, su actual alguien. 

Mejor no pensaba en Ceci, ella tenía el raro talento de estar cómoda sin definiciones. Él no, pero en este caso, sorteaba con habilidad los temas potencialmente difíciles. A veces lo miraba como esperando algo, pero lo que no se dice no existe. Había aprendido eso hacía tiempo, las palabras son trampas. Moderna la Ceci, dominaba toda la jerga de Instagram y Tik Tok : las heridas de infancia, los apegos, aprender a soltar, cuidarse uno mismo y todo mezclado con lenguaje esotérico y sabiduría medieval. Más moderna imposible.

Revisaba contratos, procesos, inversiones y era bueno en eso. Además, ahora había un montón de software disponibles para mejorar el rendimiento y podía darse el lujo de hacer proyecciones en distintos escenarios hasta por veinte años y hasta cincuenta si lo apuraban, pero el margen de error era demasiado alto por las variables que había que dejar como supuestos.

Sentía curiosidad por el futuro y para eso debía esclarecer su pasado. Tampoco. Ese era otro cuento que se contaba. No hay respuestas para todo, ni siquiera preguntas para todo. La vida se vive no más, con o sin explicaciones. Un día se encadena con otro, un día podría decidir salir de la comodidad de no saber y darse la oportunidad de hablar si le daban ganas o no y nada cambiaría. Excepto, quizás, una sensación nueva de equilibrio interno que se debía y le debía. Hasta podría decirle que extrañaba esas conversaciones de todo y nada como si las palabras no fueran necesarias, pero no lo haría.

Se iba de vuelta del trabajo, era tarde y andaba menos gente en las calles. Ya no le ocurría que, por el hábito ejecutado durante tantos años, llegaba a su ex casa más de un día a la semana y debía desandar el camino. No era para tanto, solo algunas cuadras lo separaban de su familia. Vivía cerca porque lo podían necesitar.

En un día normal se viven varias vidas paralelas- de seguro había escuchado esa frase por ahí, tal vez salió en Instagram y Ceci la habría repetido en alguna conversación. Mañana sería un día entretenido, casi tanto como el de hoy. Normal y hasta pacífico. 

Casi a salvo.


jueves, 28 de marzo de 2024

Era un juego

Foto de Jill Burrow


Me asomé a su Instagram como cada día, en la mañana y en la noche, a veces a las seis de la mañana, a veces más tarde; en las noches corro el riesgo de encontrármela cara a cara con ese botón de conectada y ni por nada quiero que eso ocurra. O tal vez sí, pero solo para ver, para saber. Hay noches en las que me aguanto y no la observo, y claro, se me va olvidando también.

En ocasiones me deja una sorpresa, una cortina un poco descorrida, una historia, que me permite entrever parte de su día, otras se encierra como si ocultara algo.

Alguna vez fuimos amigas. Nos contábamos la vida, y más que esas mezquinas minucias, la vida que imaginábamos y que sabíamos no iba a suceder, por ejemplo: íbamos a ser millonarias y replicar algunas ideas europeas para cultivar durante el ocio que nos generaría tener tanto dinero: un edificio entero dedicado a los libros, música, arte para los jóvenes y manualidades para los viejos. − Sería grito y plata − decía su tío que vivía en Estados Unidos y que creíamos era seco para los negocios y tenía una fortuna. Por eso no podía venir desde que se fue a vivir allá: por los negocios, por el trabajo, − porque cuando hay más plata hay que hacer más malabares para mantenerla − le decía a su sobrina.

O podíamos ser parte de un grupo de personas de nuestra edad que se dedicaría a conocer el mundo y dejar testimonios por si venía una hecatombe mundial: fotos, videos y otras cosas que podrían informar a otros cómo vivíamos y lo que apreciábamos. Igual a la cápsula del tiempo que aparece en las películas gringas para adolescentes. Tendríamos un todoterreno descapotable con el que recorreríamos África completa y un catamarán y motos y autos rápidos para conocer el planeta entero. No iríamos a los lugares que aparecen en todas las fotos, buscaríamos rincones poco explorados, −como si quedaran.

A medida que íbamos creciendo los sueños iban en sentido contrario, empequeñeciéndose, volviéndose más reales y no por eso más alcanzables, como cuando descubrimos que el tío de ella estaba de ilegal en Estados Unidos y por eso no podía viajar y que vivía una vida apenas normal, rozando el borde, con los trabajos temporales y poco especializados que conseguía. Entonces pensamos en una cadena de cafeterías, hasta construimos la carta y el estilo de decoración, el público objetivo, los proveedores y la forma en que nos haríamos conocidas.

Del capital nunca hablábamos, porque no tenía ningún sentido pinchar el globo que habíamos logrado elevar al cielo. Eran fantasías delirantes de lo que haríamos con un montón de millones que aparecerían mágicamente en nuestras manos. Desde todo punto de vista éramos unas inadaptadas; nos reíamos de los demás porque sus vidas eran típicas y predecibles y nosotras teníamos fe en algo intangible, en un hiperespacio protector que nos salvaría de un destino igual al de todos.

Todo dependía de si esos millones aparecían. Teníamos que actuar como si los tuviéramos, como si ya llevásemos la vida que imaginábamos. Era un asunto de programación mental, de alineación de los astros y pensamiento positivo – la fe mueve montañas, si la montaña no viene a mí yo me voy a la montaña y toda clase de refranes montañeses acerca del poder de la mente.

Ella se quedaba más pegada que yo, decía que a veces no podía dormir de tanto pensar en la vida de mujeres grandes que llevaríamos con tanta, tanta, tanta plata para disfrutar. Los panoramas que proponía se relacionaban con ese estilo de vida. Su forma de hablar se fue afectando, usaba un tono algo más agudo y una risita que de a poco me fue molestando. Para mí se trataba de un juego, para ella de un plan de vida.

Eso era, un juego, una forma de evadir ese contexto normal y ordenado que nos había correspondido como a cualquiera en realidad, encima eran sueños de grandeza y nada de rebeldes, era tener más sin mérito ni propósito. Como si fuéramos hijas de padres ricos.

De pronto, acercándonos a los veinte, ella de verdad se creía lo que habíamos imaginado y ya hablaba con ese tonito de superioridad y desprecio de aquellos que se sienten dueños del mundo: los demás, yo también, eran estúpidos, pequeños y limitados en sus horizontes. Ella estaba para grandes proyectos en este mundo, esa era su misión. Los millones llegarían solos. Así hablaba.

De cierta manera me empecé a sentir culpable por el vuelo que ella agarró en su fantasía, como cuando alguien empuja a otro en un columpio y no se detiene para que suba más, más, mucho más hasta verla caer despaturrada y ridícula. Siempre supe que era un juego y supuse que ella también. Pensé que era divertido que la empujara, que ambas nos divertíamos en el proceso.

Dejé de alimentar la fantasía del destino y la fe en cualquier cosa. Aterricé y trabajé por lo que estaba a la mano conseguir con el poco o mucho talento que tenía para vivir. Ella se dedicó a soñar y a vivir-como-si. Todo en ella era fingido, actuado, enfermo también.

No puedo decir en qué momento ocurrió esa escisión. O si el clivaje se produjo en alguna parte de la realidad o solo en mí.

Un día cualquiera ya no pudimos jugar más, ni hablar más, ni vernos más.

Esperé noticias suyas, la hacía de vendedora, internada en el psiquiátrico, de ilegal en Estados Unidos como su tío o de narcotraficante, pero no, me la encontré en LinkedIn, estaba contratando gente en su quinta cafetería y me ofreció pega.


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...