En tiempos en que la verdad carece
de valor, por irreconocible entre tanto ruido informativo, da lo mismo mentir
de modo desvergonzado. Claro mi casa no se quemó y la de varios que conozco
tampoco − gracias a Dios − diría mi madre, así con mayúscula porque ella es
creyente y agregaría – alguna vez que le toque al pueblo −, justo cuando me
mandó a responder la ficha esa que aparecía en los matinales de la televisión.
Mi mamá decía que no entendía por qué tanta gente recibía beneficios, bonos o
como se llamaran, − ¡ni la caja COVID recibimos y a la vecina, que tenía harta
más plata que nosotros, le llegaron dos!, así es que como yo estaba de vago en
la casa esperando que saltara la liebre por algún lado, me mandó, con la peor
pinta posible, a responder la encuesta falseando todo cuanto pudiera para que
pareciéramos más pobres de lo que somos.
Yo sabía que no iba a resultar.
Nunca nos resulta nada. Vivimos al tres y al cuatro, tamboreando en un cacho
decía mi papá, pero siempre hay gente que está peor. Igual fui, a veces mi mamá
me convence con sus achaques, dice que le duelen las piernas, que si quiere me
da un certificado médico del consultorio para que le muestre a la señorita de
la ficha. El certificado es un papel arrugado de hace tres años y todavía cree
que vale para algo que no sea mandarme a comprar.
A veces, y que me perdone el dios
de mi madre, pensé que, si se nos hubiese quemado la casa, podríamos empezar
todos desde cero, una especie de reseteo de la vida y yo podría hacer algunas
cosas mejor que hasta ahora. Puras tonterías porque uno no puede dejar de ser
quien es. Y eso me tiene medio bajoneado en el último tiempo. Antes, en este
cerro, desde nuestra casa, se veía el mar y con eso decíamos que teníamos una
buena vida. Yo no le hallaba la gracia hasta que se instaló una casa de dos
pisos al frente y perdimos lo único valioso que teníamos decía mi cuñada, que
se vino a vivir con nosotros porque estaba esperando a mi sobrino, el
Danielito. Y era verdad, no me había dado cuenta, pero cada vez que estaba
harto de un montón de cosas, me ponía a mirar el mar y me calmaba. O me
distraía o me hipnotizaba solo para no hacer nada según mi hermano, el Daniel,
papá del Danielito. Como si él hiciera gran cosa, trabaja en lo que venga, pero
se llena la boca con eso de ser padre de familia. Paaaadre de familia haciéndose
el viejo y encima el viejo-sabio y apenas tiene dos años más que yo. Un día me
burlé de él y me preguntó – ¿Y voh? ¿quién soy voh? ¿qué erís voh?
Por supuesto que empezó con que no
me conocía ninguna polola, que no tenía ningún plan, que todos mis amigos
estaban en algo y yo ahí como en pausa, como si algún día algo fuera a ocurrir
que me diera un nombre y desde ese día me quedé pensando quién era, qué era. La
verdad es que el Daniel me sorprendió porque me dio donde más me duele y no
pensé nunca que fuera capaz de juntar dos neuronas para decir una frase de corrido.
Entendí entonces que ser paaaadre
de familia a él le servía de motor para moverse y seguir sin cuestionarse nada
más. No quiero tener hijos, ninguno de mis amigos quiere, me puse a estudiar
contabilidad en un instituto después del colegio técnico donde estudié y no me
gustó, le dije a mi mamá que trabajaría en lo que fuera, pero no se me da vender,
no le pego a la construcción tampoco, de hecho un día acompañé al Daniel a la
obra donde estaba trabajando de albañil y me caí tan heavy de un andamio que el
mismo patrón me vino a dejar al cerro porque si me llevaban a la mutual y no
tenía contrato lo iban a lumear a él por haberme aceptado. El Daniel se quedó ahí
porque, junto con la pensión de mi mamá, es el único que trae plata a la casa.
Y así me lo paso, preguntándome
quién soy, qué soy y qué será de mí. Parece que la gente se define por lo que
hace ¿o no? a los veintidós ya debiera saber se supone. A lo mejor soy [1]TEA, mi mamá dice que vio
en la TV que hay mucha gente con ese trastorno y no sabe y que como yo le salí
tímido y sin rumbo, seguro tengo eso o soy eso. Ella dice que es depresiva
porque tuvo depresión cuando murió mi papá en el accidente del camión. Ya nadie
se acuerda y eso que salió en el diario de Valparaíso. Yo era chico, ese
período oscuro y confuso me marcó algo, una especie de nube negra sobre mi
cabeza, una sensación de falla, de ser un poco raro, como víctima de la
circunstancia y me carga esa cuestión.
A todo esto ¿y qué si soy o tengo
TEA?, ¿hay algún remedio para eso? Claro, sirve de explicación, pero no cambia
nada ¿me van a dar pega por inclusión?
Así paso los días y cuando me da la
cuestión trato del ver el mar y ya no se ve desde esta casa, tengo que salir y
ahí hay que saludar y hasta responder en qué estoy y empezamos de nuevo. En
nada, pero soy algo, eso creo, algo sin nombre.
No resultó lo de la ficha, después,
todos los que mentimos salimos en un porcentaje en el diario: 94% de los que llenamos
la ficha intentamos obtener beneficios que no nos correspondían. Mi mamá se puso
roja de vergüenza y rabia cuando supo. Empezó a despotricar contra los
políticos, el gobierno, los que no pagan impuestos, los aprovechadores de
cuello y corbata, los utilitarios del sistema y, para terminar, se puso a
llorar porque me obligó a mentir y ser uno más de los mismos que ella odiaba.
−
Y
si nos hubiera ido bien ¿estaría llorando igual?
Mi mamá cambió la expresión de
triste a furibunda y quiso alcanzarme como cuando tenía ocho años pa mechonearme.
− ¡no te las vengas a dar de juez aquí, mira que hace rato que debieras haberte
ido!
Verla llorar me produjo algo, no sé
bien qué porque dicen que nunca sé nada. Un dolor de guata, una opresión en el
pecho, una especie de impulso para hacer algo. Soy raro, al menos eso sé de mí.
Reconozco que esa amenaza, nada de velada, de tener que irme de la casa también
me provocó una mezcla de cosas raras.
Salí a caminar sin rumbo y me
encontré con el Lalo, un compañero del colegio que estaba pintando un negocio
por allá abajo. Me vio a lo lejos y me saludó con más cariño del que esperaba. Nos
dimos un abrazo como si fuera año nuevo y eso le dije − ¡feliz año nuevo! –
−
Ya
saliste con tus cosas, ¡estamos en marzo!
−
Sí,
pero el año, el verdadero, empieza con la pega, las deudas, la escuela, la
universidad y todo eso pasa en marzo. Antes es como una siesta. No pasa nada desde
diciembre.
−
Y
el tremendo incendio ¿te parece poco?
−
Ya,
sí. ¿Se te quemó la casa?
−
Noooo,
menos mal ¿y a ustedes?
−
No,
estábamos al lado eso sí, nos salvamos no sé por qué.
Me volvió a abrazar y me invitó a
ayudarlo, como yo andaba en la nada de mi presente y mi futuro, me puse a pintar
y me quedaba bien. El Lalo me dijo que no era pacotillero y me preguntó si
tenía pega.
−
¡obvio!
Le dije
−
Ah
pucha
−
¡Obvio
que no poh!
Nos pusimos a reír igual que cuando
íbamos al colegio, lo vi achicarse y él a mí. Nos vi a los dos flacuchentos y
tontones, el Lalo con suerte aprendió a escribir, yo algo más, pero se las
arregla mejor en la vida que yo. Me contó que no le faltaba pega, que sabía
negociar con las señoras y que si quería trabajar con él porque a veces no
podía con todos los encargos. Pensé en mi mamá, su llanto y amenazas y le dije
al tiro que sí.
Ya me estaba acostumbrando a
desconfiar de todo y de todos, a mirar el mundo con los ojos desencantados de
mi mamá y la mirada necesitada de mi hermano. En eso estábamos cuando una
señora se quedó mirando el trabajo que llevábamos hecho. El Lalo entró en
acción de inmediato.
−
Ya
mi reina, deme su WhatsApp, me manda la foto de lo que quiere arreglar y le
mando un presupuesto altiro.
Pensé que era una broma. Se inventó
un grupo que se llama Las amo mis reinas,
Cuando vi los mensajes, casi se me
da vuelta el tarro de pintura que llevaba en la mano, de la pura risa por lo que
él llamaba saber negociar:
Mire señora Adela el sábado voy air sin
farta tuve que apagar un incendio en la pega y me isieron trabajar hasta el domingo.
Por las fotos que me mandó salen 120
lucas
Pero dejémoslo en 100 si le parece
O podemos aserle una rebaja
80 le cobro si quiere
Asta 70 pero más no me puedo bajar
La señora Adela no le pidió rebaja
en ningún momento, él se bajaba solo, − es que pa´ todos está difícil, además
eso del trabajo hasta el domingo no era cierto y me dio no sé qué – me decía el
Lalo compungido sin que yo le estuviera pidiendo explicaciones.
No sé por qué me sentí mejor, casi
inocente y confiado en la vida. Como el Lalo. La señora Adela quedó feliz y nos
recomendó con todo el barrio y a las vecinas les decía que éramos de confianza.
En estos tiempos no sé si hay algo más importante que eso.
Ahora soy algo, tengo un WhatsApp
de empresa, “Las amo mis reinas”, trabajo de socio con el Lalo y soy de verdad.
[1]
TEA: Trastorno del Espectro Autista
Info : ante el vacío mental del último tiempo para escribir cuentos, una amiga me contó una historia que espero no haber arruinado con contenidos sacados de otros lados.