domingo, 27 de noviembre de 2022

Los jueves un café 1,5

 

Foto de Esra Afsar


      No. No me interesa conocer a nadie. Me cargan esos sitios de citas y no, para estar con tipos indefinidos, que no saben lo que quieren, que a veces sí que a veces no, chao. Tengo temas más importantes que resolver

      Claro, te entiendo, pero a veces una está tranquila, con la vida muy predecible y de pronto sucede algo distinto. A mí no me pasan esas cosas, pero tienes razón. Si por alguna cosa rara me diera por buscar a alguien, me gustaría un tipo jugado, uno que tuviera claras sus cosas. Y de esos, a estas alturas, ya no quedan.

      Sí, abundan los Ashley Wilkes y escasean los Rhett Butler[1].

      ¿Te acuerdas del profe de estadísticas? Ese que nos decía “lo más probable es que suceda lo más probable”.

      ¡Uff, insoportable!

Estaba tratando de comenzar de nuevo. No tienes idea de qué ha pasado conmigo todos estos años. No me atrevo a contártelo. Cuando nos despedimos tenía tantos planes, las cosas me salían bien. Siempre fui disciplinada, obsesiva, decían mis amigas. Cualquiera hubiera dicho de mí que mi futuro era prometedor. No sé cómo pasó que di con malas decisiones, casarme fue una de ellas. Un fracaso que llevó a otros. He recomenzado tantas veces que no sé si hay una salida. Ahora empezaba a verla. Quizás era y es mi determinación de que ahora no me queda otra que hacer las cosas bien y asegurar en algo mi vejez y la vida de mi hijo. Vienes, casi como caído de otro planeta y te atreves a revolucionar todo. Apenas soporto tu amabilidad, dulzura y la intensidad que resurgió después de un millón de años. Éramos jóvenes cuando nos enamoramos, como se supone que tiene que ser, pero te fuiste a Alemania porque no tenías alternativa. Me dolió, sufrí, pero la vida siguió. Cuando nos vimos allá, y Daniel, mi hijo, tenía 3 años, conocí a Viveka, tu esposa y a tus hijos. Me dio gusto verte feliz. Fue como esas imágenes en donde todo se ve bien y real. Tú y ella se veían hechos el uno para el otro. Que a veces me miraras con algo de nostalgia supuse que era lo normal. Algunas emociones resurgen sin que impliquen nada más que la conexión inicial con alguien. Me gustó ver que habías hecho lo que estaba bien hacer. Es que no sé cómo es que estoy metida en esto. Ritter me ubicó a través de mi hermano que vive en Suecia. Llevaba meses tratando de encontrarme, Ya sabes, no aparezco en ningún sitio de la web. No uso ninguna red social, en fin. Se dedicó a buscarme y resulta que ahora viene a Chile, quiere verme y no tengo idea ni siquiera de dónde llevarlo.

      No sé qué es lo que te complica. Llévalo a pasear al barrio Italia, hay terrazas, bares, restaurantes, caminan y ven qué les tinca.

      ¿Y si quiere acostarse conmigo? Ha estado demasiado cariñoso por teléfono y por WhatsApp.

      ¡Ay!, qué terrible ¿no?

No lo puedo creer. Estamos tanto más viejos y no puedo entender tanta chispa, tanta intensidad, tanto magnetismo entre tú y yo. ¿Serán los años que llevo sola?, ¿será que he embellecido tu recuerdo todos estos años? ¿te veo mejor de lo que eres? ¿me ves tú a mi como la jovencita que se enamoró de ti a los veinte años? No ves a la mujer que ha tenido que dar batallas muy duras. No tienes idea del punto en que me perdí y que, en lugar de cumplir todos mis planes, uno a uno se fueron desmoronando. No tengo explicación para saber qué fue lo que me pasó. Mi amiga, con la que tomo café los jueves, me lo dijo, a veces las cosas pasan cuando no esperas nada Es que parece maldición. Estoy complicada, cada día que ha estado aquí y nos vemos es mayor el peligro de caer, de hacer algo incorrecto. No por pechoña, por miedo a sufrir de nuevo. Mi perspectiva ha cambiado con los años. Ya no tengo claro qué está bien y lo que no, no al menos a estas alturas de la vida.

Te fuiste unos días a pasear al norte, a ver a otros amigos. Quizás despejes tu mente. No dejaste de escribirme. Seguiste alimentando esta cosa que me pasa en todo el cuerpo. No sé qué hacer. Si hablo siento que te empujo a hacer algo que puedes lamentar. Si no hablo, siento que me traiciono yo.

      No me imagino su cabeza después de estar conmigo. Cuando vuelva a Alemania y salude a su mujer y a sus hijos y yo sea como esa borrachera que quiere olvidar

      O un recuerdo de lo que era el amor. De lo que era sentir la piel despertando de nuevo, la risa que inunda la vida por nada, el tiempo que se detiene o que pasa como un abrir y cerrar de ojos. La conexión con otra alma.

      Eso es lo que me pasa con él

Volví. Saludé a Viveka y a los hijos. Los abracé mucho. Un abrazo extraño. Ni yo era el mismo que abrazaba ni ellos parecían pertenecerme como antes de ver a Liliana. De algún modo sentí que ya no estaba en esa casa. Recorría una a una las habitaciones, lo di todo para que las cosas funcionaran bien para todos. Era mi responsabilidad. Viveka ha hecho todo y más también. Cómo quisiera poder quererla como alguna vez. Cómo quisiera poder hacerla feliz sin sentir que me niego a mí mismo. Cómo quisiera protegerla de mí, de esto que me pasa. Poder tomarla de la mano, besarla sin acordarme de Liliana y de cómo se sentía tenerla cerca. Por ternura puedo seguir. Tal vez un año, dos o más. O para siempre. ¿Acaso me puedo permitir hacer sufrir a todos por un recuerdo?, ¿acaso alguien a estas alturas tiene derecho a decidir la vida en función de sí mismo? No. Creo que no. No soporto la idea de ver llorar otra vez a Viveka, de sentir el juicio de mis hijos sobre mí. Esa sola idea me sobrepasa. Sé que Liliana sufre. Sufre porque me quiere a su lado y porque considera la posibilidad de dejar a Viveka como la peor bajeza de la puedo ser capaz. Tal vez me las arregle pensando en que no existe, que murió, que vive en Corea del Norte y no puede salir ni yo entrar. Es que a veces no siento que esté tan viejo, con Liliana me sentí, a ratos, capaz de correr una maratón, de empezar de nuevo junto a ella, por el tiempo que sea. Por lo que nos quede por vivir. Dice que no quiere ser culpable de la tristeza de Viveka, que yo se lo recriminaría cuando tuviésemos algún disgusto, que la culpa me haría juzgarla a cada instante, que extrañaría a Viveka en las comidas, en los códigos aprendidos por años. Tal vez tenga razón. Viveka y yo somos como uno solo en muchos aspectos.

Pero cuando la toco ya no es lo mismo. El instinto a veces opera, a veces no. El sabor. No sé qué es. Pasa el tiempo y no puedo recuperar lo que alguna vez fue. Traté, de verdad traté. No resultó. Me apagué. No pude volver a ser el mismo. Me volví un cuadro opaco y oscuro. Como esas pinturas que requieren con urgencia una restauración. Hice como que todo estaba igual por un tiempo. Todo este tiempo. Viajamos, celebramos, hicimos lo de siempre. A ratos pensé que podía. Que todo volvía a la normalidad. Dejé de comunicarme con Liliana por si servía de algo.

 

Cuando Ritter se fue a Alemania hice como que no había ocurrido nada. Continué con mis planes. Siguió escribiéndome, luego los mensajes fueron distanciándose hasta que no llegaron más. Lo entendí. Así tenía que ser. Él y Viveka tenían que seguir juntos. Yo no era más que una breve desviación en su trayectoria. Siempre lo supe. Me encerré de nuevo y no espero nada más. Quiero paz y calma para disfrutar mis libros, la música y ver madurar a mi hijo.

Sabiendo que los jueves tomaba un café con su amiga en el Drugstore, Ritter la esperó. La vio sentarse y sacar los audífonos de sus oídos. En poco rato llegó una mujer a sentarse a la misma mesa.

      Hace rato que un tipo está mirando hacia acá. Da la vuelta disimuladamente y mira quién es.

Liliana se paró de la mesa y fue a su encuentro. Se abrazaron como si fueran el último flotador en un naufragio. Los dos reían y lloraban al mismo tiempo. La amiga supo que tomaría su café sola esta vez y que ya no habría más jueves de conversaciones. Tal vez podría visitar a Liliana en Alemania en un tiempo más.

 

Comentario de la autora:

Este cuento es el relato bastante apegado a una historia real, sus protagonistas me autorizaron a escribirla. Si bien ellos se sintieron representados, a mí me parece que quitándole los diálogos tipo libro de autoayuda, queda un poco más apegado a lo que escribo, o escribía, de forma regular. No es fácil para mí escribir no ficción y cuentearla. Debe ser por eso que cuando me dicen que podría escribir un cuento sobre una historia que ha surgido en la conversación, casi siempre pienso que no, que no podría. A lo mejor una escritora profesional, de verdad, sí tendría el oficio. Las admiro mucho.



[1] Referencia a Lo que el Viento se Llevó de Margaret Mitchell.


lunes, 21 de noviembre de 2022

Paseo por Paris

 


Regalos, claro que quiero regalos, los más cursis que encuentre usted. Un libro enviado por correo con citas marcadas, con mensajes sorpresas entre las hojas. Una invitación a pasear por ahí.

Y si usted me quiere calentita, disponible, como Joyce a Nora, considere que James le escribía a su Norita. La llenaba de sus fantasías y jugueteos ¿qué me dice usted a mí? ¡Poco y nada pues!, no espere que mi imaginación vuele y lo invente a usted mi Juanito querido.

Tengo una cabeza loquita, pienso cosas, bailo sola, me imagino tonterías, pero usted dijo que me quería así ¿ahora le molesta? Qué desgracia, a mí me gustaba su silencio y a veces, eso que amaba ya no lo soporto. ¿Qué hacemos? ¿me va a dar mis regalos? ¿le daré yo los míos?

Los días van pasando, los años se van quedando Juanito y el cuerpo se va adormeciendo. ¿Qué si lo quiero? ¡ay! Pero que absurdo, claro que lo quiero. ¿usted me quiere o me soporta?

Me quiere atrapar con un anillo, con un papel Juanito. Así no. Hasta Luis Miguel lo sabe, apuesto a que no ha escuchado la canción que dice quién le pone puertas al campo. A mí me hubiera gustado que dijera quien puede atrapar al viento, me parece mucho más clara la idea. El viento tiene su propia dirección, no está anclado a nada. El amor es viento Juanito. Hágase la idea.

¡Ah no pues! Los regalos son para quedarse, son la siembra de la tempestad. Me acordé de otro verso de canción: su regalo liberó los ahorros del amor. Usted lo sabe bien ¿se acuerda cuando me hizo una cajita de madera para guardas mis aros? Eso me enamoró, sí, también su voz de hombre grande. Yo tenía veintiséis, usted treintaiocho, que un hombre maduro, eso creía yo, me dijera con su voz grave que me quería, también fue un ventarrón que me envolvió. Era como si Pancho Sazo me cantara a mí, como esa canción de París. Dígalo, dígalo Juanito, me parece escucharlo – mi amor, mi corazón, mi vida - ¿se acuerda?

Han pasado diez años Juanito. Y no hemos ido a París. Le dije, quería pasear con usted de la mano cerca del Sena y pucha, usted salió con que yo vivía en un mundo de clichés, que me creía protagonista de película sesentera y yo no sé si he visto alguna siquiera. pero tampoco fuimos a otros lugares más cerca de aquí. ¿Se acuerda cuando le dije que un día se apareciera sin avisar a la salida de mi trabajo y fuéramos a pasear por ahí? Yo quería jugar a que no nos conocíamos, que usted era un extranjero de paso y yo le iba a mostrar la ciudad y en una de esas podíamos terminar en un hotel del centro. No sé qué se le pasó por su cabeza, se puso celoso de usted mismo, pensó que de verdad yo quería meterme con alguien que no conociera. Sí, no estuvo bien que me diera un ataque de risa, a lo mejor debí ser más sensible, pero ¡por favor! Un poco de imaginación no le hace mal a nadie. Usted era el extranjero, solo tenía que jugar. Se la pasa leyendo de filosofía y se cree superior a mí en tantas cosas y se vino a poner concreto como un burro cualquiera.

Usted se volvió tan serio, tan predecible. Y parece que yo me puse cada vez más fantasiosa, loca dice usted. ¿Qué le cuesta seguirme el juego?

Ahora se me queda mirando cuando me peino, cuando pruebo distintos colores en la ropa, en la sombra de los ojos, critica mis zapatos y después se tienta y se acerca como para convencerme, me da besos en el cuello justo cuando estoy lista para salir. Ya le dije Juanito, haga algo, organice su mente ¿me quiere o me desprecia? Dice que soy una superflua, que mis vestidos son mucho para el lugar donde trabajo, que camino como si estuviera llegando a un palacio y no a esa oficina oscura y llena de cables por todas partes, que un día me voy a electrocutar por mis tacos. A veces pienso que eso quiere que pase.

Pienso en lo de los hijos. No quise. No pude. No pude y no quise. Se lo dije muchas veces, a lo mejor pensó que con el tiempo me iban a dar ganas o se me iba a olvidar la pastilla. No. Ni un día me he olvidado. Aún es tiempo Juanito. Busque otra, arréglese, acuérdese de cómo era ser seductor. Así, todo descuidado, no lo va a mirar nadie.

Usted cree que soy tan inútil que no soy capaz de estar sin usted. Como si pagar un par de cuentas por internet y pedir la mercadería fuera algo tan difícil. Cree que porque le pregunto el significado de algunas palabras no sé desenvolverme en el mundo.

No estoy tan segura ahora de si hay algo que hacer. Ya no espero sus regalos. Tanto que se lo dije y nunca entendió. Juanito, le tengo tanto cariño.

Fui a pasear sola, a todas las partes donde quería ir ¿y sabe? Ya tengo mi pasaje a París. No debo un peso al banco, ya lo pagué. Voy a recorrer el camino del que hablan las canciones y en una de esas me voy a acordar de usted. ¿Me va a esperar a que vuelva o se va a ir?

No me acuerdo cuándo fue que empezó a criticarme, al principio le gustaba que  fuera risueña y coqueta, después eso le pareció liviandad y otras cosas peores. Cuando decía que estaba segura de ir avanzando en mi trabajo, me encontraba determinada, ahora me dice que no está seguro de qué cosas hice para llegar al puesto que tengo. Se puso peor cuando empecé a ganar más que usted. ¿Qué quería Juanito? ¿Qué me quedara en el puesto de antes para que usted no se sintiera mal?

¿Se acuerda de la última vez que me dijo algo bueno de mí? No hablemos de cuando está calentón y me dice que soy linda, que le recuerdo a no sé qué actriz, o que mi culito está duro y firme como siempre.

Me gustan las sorpresas Juanito, no quiero tener que decirle lo que debe hacer conmigo. Era tan lindo cuando me hacía leer las partes de los libros que tanto lo absorben. Yo me acurrucaba a su lado y trataba de ir leyendo junto con usted. Después me dijo que le incomodaba y lo entendí. Usted con los libros, yo con las canciones.

¿Sabe? Hay una canción que andaba escuchando cuando le pedí que actuara como un extraño Beautiful Tango, si hubiera puesto atención me hubiera entendido. Usted dice que en los libros ninguna frase está por casualidad, le informo que tampoco en las canciones. Se lo he dicho todo en canciones.

Y ahora solo canto las que hablan de París. 

  

 

Toco, Samba Noir

https://www.youtube.com/watch?v=-sGnHijNxjc&ab_channel=SchemaRecords


viernes, 11 de noviembre de 2022

El Destello

 


No podía creer lo bruto del tipo, ¿podría ser cierto que no se diera cuenta todavía? O era, además de bruto, un insensible, poco digno para un profe de filosofía. Casi todo le parecía posible cuando él estaba involucrado. Malentendidos, coincidencias, malas y buenas y una eterna confusión de caminos.

-        ¿Alguna vez viste el destello?

Increíble que le preguntase eso. Pensó que era una burla. Lo vio en el preciso instante en que ocurrió, por el brillo de los ojos de él, por su cara de deslumbramiento y de incredulidad. − ¡Que si vi el destello! – no valía la pena responder. Ella se quedó esperando por más, porque la luminosidad del fenómeno se parecía a una aurora boreal, de distintos colores y densidades y no sintió el miedo que lo invadió a él. O porque vieron algo diferente, quizás él vio oscuridad, peso, angustia y ella un paisaje liberador, desconocido y que invitaba a visitarlo, muchos colores, perfumes y expansión de posibilidades.

¿Cómo saber?

Si hubiera podido hablar le hubiese preguntado algo, pero el destello enmudece, no deja hacer nada más, por eso algunos lo evitan, porque se parece al efecto de una droga psicodélica que hace torcer caminos y desarma prioridades, porque cambia a quienes lo experimentan.

Cualquiera sabe eso, el destello provoca apertura de umbrales y desata locuras, por eso muchos lo viven con tantas precauciones que casi no se exponen a la de por sí baja probabilidad de que ocurra y por las mismas razones otros siguen intentando hasta dar de nuevo con él. La gran mayoría sabe que no es un acto voluntario, verlo o no, y menos todavía con quién se experimenta.

Ocurre.

-        ¿Es magia entonces?

Dio la respuesta que correspondía a una profesora de biología: el sistema nervioso central, la adaptación al entorno, características de la especie. No iba a decir lo que hubiera dicho una poeta o una escritora. Si quería una respuesta fantasiosa debía preguntar a la colega de lenguaje o a la de arte, a lo mejor con alguna de ellas sí podía experimentar el destello, pero no quería saber si ocurría. Si es que les ocurría.

Porque ocurre.

Ese es el lado cruel del destello, no hay ninguna clase de garantía de que se experimente con alguien adecuado, en el momento oportuno, cuando las condiciones están dadas y menos en un espacio y tiempo coincidente.

Hasta en los viajes a Islandia, Noruega o Finlandia lo advierten, nada garantiza que usted verá las auroras boreales, ningún camping, ningún bosque, ningún paquete turístico, por caro que sea, va a llevarlo directo al espectáculo de luces. Ahora con el cambio climático menos aún.

-        ¿Lo vives solo una vez en la vida?

No se acordaba bien de lo que respondió a eso, lo correcto era, según el mito, decir que sí, que solo se ve el destello una vez y que su duración es variable, según factores imposibles de determinar. Esa posición en que se ponía también era rara, ¿qué podía saber ella que él no? Como si fuera una experta en destellos, magia, mitos, karma, almas espejo y esas cosas raras. ¿Qué podía saber ella? Lo mismo que cualquiera que tiene alguna cuenta en una red social. Aparece algún nuevo descubrimiento astronómico y ¡paf! Para la ira de los científicos de las estrellas, aparecen los astrólogos y comienzan a hacer predicciones sobre portales que se abren o se cierran, ciclos que se alargan o se acortan. Ni hablar de nuevas fórmulas en la física y si se comprueban o no las hipótesis de Einstein; los teóricos de la mente comenzarán a utilizar analogías actualizadas para explicar la conducta de la especie. Y el destello puede pasar entonces a ser objeto de miles de reformulaciones y ¿valía la pena elucubrar más?

Qué tenía que ponerse a responder ella de esos temas, justo a él. ¿Será un vicio de profesora? Eso de reaccionar al tono de pregunta sobre cualquier cosa como si supiera. Del destello sí sabía, pero estaba segura de que esta vez la duda venía de alguien que sabía de qué estaba hablando y solo quería incomodarla.

Recordó el instante previo a que él se subiera a la micro en la que luego sostendrían esta conversación inverosímil. Iba ensimismada en cómo la vista se acomodaba para ver el paisaje y luego las manchas del vidrio. Un ejercicio que hacía con los alumnos de sexto básico y que los impresionaba como si fuera un acto de magia, otra magia. Ahora estaba atrapada entre la ventana y él, haciendo como que respondía preguntas acerca del destello.

-        Es probable que las auroras boreales se terminen con el cambio climático.

Se le ocurrió decir eso para cambiar de tema.

-        ¿Y eso implica alguna consecuencia para los destellos?

Ambos se rieron a carcajadas.

Y ahí estaba de nuevo, el destello en la risa y los ojos de él. Qué lástima que no viera los colores que surgían a su alrededor, esos que se movían junto con él y su mirada burlona. Será tal vez alguna clase de daltonismo específico. ¿En serio no veía las notas musicales que salían de su camisa y sus dedos?

Estuvo a punto de decirle que lo estaba viendo de nuevo, que mejor se bajara y corriera a perderse a algún lugar, porque ella estaría agazapada esperando algún descuido, que no siguiera jugando a hacerla reír o a hablar de aquél fenómeno porque ella podía ser muchas cosas, pero no era ciega para los colores y que si él los veía en otra silueta que se quedara allí porque es un espectáculo de los sentidos que vale la pena vivir y sobre todo conservar. Si lo veía no preguntaría más a nadie, menos a ella.

Ella pestañeó y miró su reloj, se volvió a la ventana.

Tiempo y lugar para parar y bajar.


martes, 1 de noviembre de 2022

Jardines en la tarde

- ¡Volvió, volvió! - parecían murmullar las ramas, las flores y la tierra que conocía sus manos y su fuerza. Estuvo fuera por un largo tiempo, los matorrales crecieron, cerraron los pasos, algunas plantas más débiles sucumbieron al descuido y fueron invadidas por hierbas rastreras. Varias otras habían resistido, por sus mecanismos de adaptación, a la falta de agua y, sobre todo, a la falta de la mirada atenta del jardinero.

 

Nuestro jardinero, aquel que era dedicado y que se la pasaba creando proyectos para embellecer el paisaje se había ido de viaje. Seguro habrá contemplado jardines bien diseñados, llenos de colores, reverdecidos por la lluvia incesante de otras latitudes. Estará encandilado con la belleza y la composición del cuadro que formaban jarrones, fuentes, el césped y los rincones selváticos o incluso minimalistas. Nos dejó aquí, a nuestra suerte. Buscó que sobreviviéramos sin él, sin sus cuidados. Decía que nos quería, que éramos el mejor jardín que había podido construir en su vida, a pesar de los gruesos peñascos que aún subsisten en este terreno agreste, a pesar de que una y otra vez había de rehacer el trabajo y de aceptar la renuncia a la cosecha de algunos frutos. Por más que trató no logró buenas manzanas o higos, menos sus añorados hibiscos y camelias. Hace unos días lo escuchamos decir que había visto florecer un hibisco, de cerca, pero que, lejos de estar agradecido por la experiencia, sentía que había sido una burla, - ver de cerca lo que no podía tener era una crueldad de la naturaleza- no estamos seguros de si se refería a su viaje o al hibisco, que eso de ser turista, de visitar sin quedarse, no era para él. Que era una forma de tomar conciencia de la admiración sin pertenencia. Ya había sido extranjero y no quería volver a serlo. 

 

Ahora se pasea entre nosotros y nos mira con los brazos en jarra aprontándose a todo lo que deberá hacer de nuevo. Camina mirando a ratos al suelo, otros, al follaje de los árboles que creció desordenado mientras él se refugiaba en el viento, esperando la lluvia, lejos, muy lejos. Las calas le escucharon contar que el viento existe en otros lados, que en algunas partes era difícil estar de pie, mantener el equilibrio, tal era la fuerza con que lo rodeó. Parece que se sintió mareado, mareado y feliz. Nosotros, que no podemos movernos de nuestro lugar, no sabemos de mareos y el viento no nos gusta tanto como a él. No entendemos su fascinación por esa sensación de desarraigo y libertad. Son extraños los humanos. Quería pertenecer y ser libre al mismo tiempo. Mal que mal somos plantas, con raíces, raro sería que pudiéramos entender. A veces, cuando por aquí había viento, se podía ver jugar a los pájaros a ser arrastrados por la corriente aérea. Sí, los pájaros juegan y también luchan en el aire, apoyándose en el viento, dejándose llevar. Los hemos visto, el jardinero también. Una vez, el agapanto lo oyó balbucear que en este jardín podía tener la máxima libertad a la que podía aspirar si lo que quería era ser testigo del crecimiento. Los pies en la tierra, la mente con los pájaros jugando. 

 

Sabemos que volvió antes, pero se encerró y no quería vernos. Nos miraba de lejos, casi con molestia. Era como si se hubiera quedado en pausa o esperando que transcurriera el tiempo suficiente para recuperarse. De eso sabemos, del paso del tiempo y de la incesante actividad de la nada. El tiempo y la nada pueden horadar hasta a las rocas. Basta mirar a las rastreras, ellas son oportunistas, ocupan cada espacio que deja la inacción, la parálisis del no-devenir. Las rastreras parecen plantas, pero no lo son. Son lo contrario a nosotras, no florecen, se enredan, ahogan a los demás. Se aprovechan de su capacidad de sobrevivencia en casi cualquier condición. Parecen un colchón suave e inocente, pero nada crece cerca. 

 

En su encierro el jardinero solo podía verse a sí mismo. Pasó por nuestro lado sin ver que lo necesitábamos, que sin sus manos quedamos a merced de la fortuna o del infortunio que no sabemos por qué es a quien más vimos pasar por un período. Todo se junta: la sequía, la falta de abono, los fantasmas, los conejos, ratas y el infaltable infortunio. Ese que se llevó recuerdos, rompió la gruta, insensibilizó los pétalos de las flores y engrosó las cortezas llenas de pestes. 

 

Pasó hace unos minutos por nuestro lado e hizo la lista de lo que debía ir a buscar. El vivero de Sara ya no existe. No supimos qué pasó, se cambió de lugar o se aburrió de las plantas, no podemos saber. El jardinero deberá surtirse donde van todos los de aquí. Cerca, sin cruzar la ciudad.

 

Se encerró y no era que estuviera esperando algo.

 

Nosotros, que no nos movemos de aquí, no podemos dimensionar lo que para él pudo haber sido pasear por un jardín con hibiscos, camelias, dalias, violetas, lavandas y quien sabe qué más. Aquí estamos los de siempre: arbustos, árboles, suculentas y los leales rosales. Estamos felices de que haya vuelto y haremos nuestras exigencias: Queremos riego, desinfección, fertilizantes, humus, podas oportunas y sobre todo, queremos que esté aquí, completo, dedicado, dándonos seguridad y fe en lo que vendrá. Ya no podremos ser para él lo que una vez fuimos, su mejor jardín. Quizás no fue falla nuestra, o del suelo, tal vez fueron sus expectativas, sus puntos ciegos. Nosotros hemos sido lo que podemos ser.

 

Volvió, eso es lo importante.

 

El viento desapareció, la lluvia también. Aquí no puede haber hibiscos ni camelias. Todo jardinero sabe que no se puede tener de todo. El terreno es escaso y, una vez hechas las opciones, ya no hay vuelta atrás. Los nutrientes de cada suelo son distintos y opuestos, no se pueden mezclar.

 

El jardinero volvió, algo en él cambió, pero en lo que a nosotros concierne, sigue siendo el que necesitamos.

 

James Spiteri, The Forest

https://www.youtube.com/watch?v=SSVeL0JTf-c 

 


jueves, 27 de octubre de 2022

Cactus en flor

 


No me quedaba paralizada, pero sí, igual que el protagonista de esa película olvidable, cuya única gracia es que se desarrolla en paisajes increíbles, también tenía y tengo micro ensoñaciones diurnas. Me da por inventar escenas y posibilidades tipo Hollywood. Una vez iba en el colectivo a clases y por el espejo retrovisor vi que atrás venía un auto muy bonito, no soy buena para acordarme de las marcas de nada, y por un segundo pensé que era mi pololo de esa época, de cuando iba en primero. Imaginé que en realidad era un tipo con plata, que pronto me contaría que ya estaba titulado, tenía buenos negocios y podríamos viajar en las vacaciones donde yo quisiera, a Dubrovnik, a Oslo, a Wellington o tomar el tren que cruza todo Canadá. Y que claro, no me quería decir porque, como yo era una pobretona de Santiago sur, podía sentirme un poco abrumada con un mundo tan diferente al mío. Me enojé imaginariamente con él y le decía que no podía seguir con alguien que me había estado mintiendo y probando. Después pensaba que podría haberme enojado después de conocer esos destinos. En todo caso, el pololito en cuestión, con suerte alcanzaba a juntar plata para ir a verme los fines de semana a mi casa, comprar a medias cualquier cosa y caminar por ahí.

 Hace unos días, tocaron el timbre del departamento. 

- Traigo un envío de Chile Express 

Mientras bajaba a buscarlo, me vi abriendo el paquete y recibiendo un libro que hace mucho quería tener, con una dedicatoria y sin remitente. Buscaría por todos mis conocidos al autor de tamaña sorpresa y quedaría intrigada por semanas. 

Era un repuesto para el computador de mi hermana mayor que puso mi nombre porque el conserje se ponía conversador con ella cada vez que recibía una encomienda y preguntaba de todo, quería enterarse de qué traía el paquete, quién lo encargó. Yo le digo – ya salió Don Metiche – y santo remedio. No entiendo por qué no pueden decirle algo así en vez de seguirle la corriente. 

Ahora que llevo encerrada desde antes de la cuarentena, pensé que al tipo con el que estaba saliendo se le iba a ocurrir decirme que pidiera un permiso para compra de alimentos o insumos básicos en la comisaría virtual y vernos, aunque fuera con mascarilla, por un rato, incluso en un supermercado, en la fila, en la parte de los cereales. O que un día me iba a decir que habláramos por video conferencia. Me carga esa cuestión, pero me hubiera gustado que lo propusiera. O que al menos nos hubiéramos conocido un poco más por WhatsApp, pero no, el último mensaje que me mandó decía que no servía para la comunicación por aparatos, que prefería el contacto personal, en esa parte yo leí clarito soy un huevón califa, y después siguió con otras cosas que ya olvidé porque borré esa conversación, el punto es que me dijo que viéramos qué pasaba después de todo esto.  Después de todo esto, eso podría ser un número indeterminado de meses y estoy segura de que en la fila del supermercado yo ya me habré inventado treinta romances, ninguno verdadero, y no me voy a acordar de él. 

Mi hermana tiene un pololo que se la juega. Llevan un par de años eso sí. Una tarde la vi salir, con su permiso de lo más impreso en la mano, y un tremendo bolso. 

- ¿Qué onda, te vas de viaje o al súper? 

- ¡Ay que eres tonta!, después te cuento. 

Cuando volvió, tres horas después, llegó con el pelo amarrado y sin maquillaje. La quedé mirando de arriba abajo, me agarró del brazo y me llevó a la pieza de las dos. 

- No se te vaya a salir con los papás, tontorrona. Aprovechamos con el Tito de encontrarnos en el departamento de su hermana, ella tuvo que ir a la oficina por unas firmas y a buscar su silla porque la espalda le dolía mucho con el teletrabajo. El Tito tiene llaves, porque a veces va a arreglarle la impresora o el router. Tengo mucho miedo de contagiarme así es que le dije que no lo tocaba si no veía que se bañaba entero y con harto jabón. Llevé de todo, pero ¡de todo!, para que nos bañáramos antes y después, algo para poner encima de la cama, un baja cama, cloro para limpiar todo lo que tocáramos. Parecíamos caza fantasmas, pero igual estuvo bien. Dejamos todo tal cual. La hermana no se va a dar cuenta. 

- ¡Ah, no! Se pasaron. Qué buena idea. ¿Y qué hicieron con el conserje? 

- Ahí está el riesgo, el Tito le dijo que yo iba a ayudar con el aseo o algo así.

- Pero le va a decir a su hermana. 

- No, porque el Tito es vivaracho, por ahí cerca hay un Tío Manolo, compró un Chacarero con papas fritas y se lo llevó, le cerró el ojo y el viejo cachó que se tiene que quedar callado. 

- Sobornando con un chacarero, esa no se me hubiera ocurrido. 

Simpático el Tito, anduvo años persiguiendo a mi hermana, es que ella es bonita, risueña, segura. Ella decía que siempre le gustó un poco, pero que si quería estar con ella tenía que jugársela, eso de que se las diera de bacán, de que ella fuera una de las que le interesaban, no le iba a resultar. 

- Conmigo, nada de medias tintas, ni de andar bailando cueca. 

- ¿Bailar cueca? 

- Esa cuestión de que hoy te pesco, mañana no, que te sigo, que me arranco, no, a la mierda con eso.

Le resultó, el Tito se la jugó. La buscó, se quedó. 

Y eso que mi hermana baila re bien la cueca. Es coqueta y delicada. Yo no, soy medio bruta dice. Debe tener razón porque mi historial es muy vergonzoso, el de bailar cueca y el otro. Cuando lo he intentado, los tipos salen arrancando a la primera - no estoy seguro, no es lo que estoy buscando, no sé si quiero algo así ahora -. Puros flancitos. Según mi hermana, me falta aprender a disimular lo que siento, que se me nota mucho cuando me gusta alguien. No entiendo, no hay que bailar cueca, pero tampoco ser muy transparente. 

¿Cómo se puede ser tan diferentes viniendo de la misma familia? Nos queremos, ella trata de sofisticarme, pero no resulta, yo la admiro, ella es luz y yo sombra. Recuerdo perfecto una vez que llegamos juntas al campeonato de atletismo del colegio, ella tenía catorce y yo doce, se acercaron como ocho chiquillos corriendo para decirle dónde había asiento. Yo traté de seguirla, pero en un momento sentí que no tenía nada que hacer ahí. Ella se fue con su séquito detrás y yo me senté donde pude. Después, más grandes, y todavía, hay tipos que se me acercan solo para conocerla. Encima es inteligente y simpática. 

Dicen que me parezco a mi tía Hilda, lo que no es ninguna gracia, la señora es harto mal genio e impertinente, va y le larga a la cara justo lo que la gente no quiere oír. ¿Seré así yo? Mi mamá dice que sí, que cuando me titule de abogada tendré que hacer un curso de diplomacia al tiro porque de puro pesada no me van a contratar. Mi papá se ríe no más. Claro, cuando hay que reclamar por algo, lo más bien que me mandan a mí a poner la cara. Mi papá dice que no todos son capaces de apreciar la belleza en un cactus. Se refiere a que los cactus florecen poco, pero que cuando lo hacen, son espectaculares. El viejo no es muy bueno para los piropos conmigo, claro, porque a mi hermana le dice que es un hibisco y no vamos a comparar, un hibisco tiene como cien flores en una temporada. Un cactus una sola. No le digo nada, su talento como poeta jardinero de departamento es bien escaso. 

A veces me imagino que cuando me titule, voy a entrar de goma a un estudio de abogados conocidos, aunque no tenga apellido con erres, ni anglosajón o alemán, me voy a destacar y al año estaré viviendo sola, en mi estupendo departamento, como la hermana del Tito, pero en mejor barrio.  No sé por qué pienso que cuando sea abogada me voy a ver más alta, más flaca y que las faldas tubo me van a quedar súper bien. Me imagino que después haré una carrera en derecho internacional y entonces voy a viajar a todas esas ciudades a las que iba a ir con mi pololo imaginariamente rico. En uno de esos viajes conoceré a alguien que trabaje en Ginebra y me van a dar la posibilidad de postular a algún organismo heavy importante, entonces voy a conocer a los líderes mundiales. 

Ya, por ahora voy a mi emocionante clase vía Zoom. 

John Lennon, #9 Dream, https://www.youtube.com/watch?v=0u40JpzAFbc 


lunes, 24 de octubre de 2022

Esperanza de vida


 

Podría recurrir a lo de siempre, callarse, espabilar y seguir adelante haciendo lo que hay que hacer. Total, las pesadillas se aguantan, el hígado soporta el trago de la noche y la palabra se honra. Y mal que mal la confianza depositada en él hace años era por algo, porque hacía lo que se debe a tiempo y sin chistar. Qué débiles eran los que renunciaban. Cristalitos les decían ahora, terroncitos de azúcar los llamaba su padre.

Él era de la vieja escuela, de los que no se perdonan. Si hubiera nacido en Japón tal vez su constante y admirada capacidad de sacrificio lo hubiera hecho candidato a kamikaze o, sin ninguna duda, si iba a renunciar a las decisiones tomadas durante su vida, debía también renunciar a la existencia misma con un harakiri y así no deshonrar su nombre o el de los suyos.

Ahí estaba de nuevo, de pie cumpliendo el deber de dictar sentencias en un juzgado de familia. Podría haber escogido otra área: delitos económicos, laborales; a estas alturas, si pudiera escoger, hasta las faltas del tráfico de los juzgados de policía local le parecían más soportables que su tarea habitual.

Soñaba con el retiro, con irse cerca del lago y disfrutar de la lluvia, el sol escaso y de la vista. Igual que los gringos que sueñan con morir tirados al sol en Florida, colorados, obesos y sin moverse le decía su hija mayor. – Así mismito – respondía él riendo frente a ese chiste repetido como ritual cada domingo en la mesa familiar. Al menos tenía la seguridad de que obeso no sería porque algo en su estómago marcaba el límite de lo que podía comer, un ardor, un dolor, un desagrado. Además, un juez convencido de su rol y las instituciones que representaba, nada menos que las bases de la sociedad, el estado y la familia, no podía ser un guatón sin bordes, la imagen encarnada, para él, de la desidia y la irresponsabilidad consigo mismo y con los demás.

Responsabilidad, esa era la password a estas alturas de la vida. Igual que el efecto de Don Francisco diciendo ¡Sábado Gigante! Que hacía poner de pie a una pareja concursante al pronunciarlas. Lo mismo modo le pasaba a él. Alguien, por lo general él mismo, decía o pensaba en el concepto y se le aparecían los hijos, la esposa, los cuñados, los suegros, sus hermanas, los colegas, las culpas, la historia, las miles de fotos, el listado de promesas hechas, las cumplidas y las pendientes. Responsabilidad.

Tampoco es que fuera tanto el sacrificio, no podía negar que le gustaba el reconocimiento, que su tribunal fuera el modelo para otros, por el orden, la empatía de los funcionarios y la suya propia. Por la cantidad de casos resueltos por mediación en lugar de sentencias directas y porque el trabajo cada vez era más difícil. Más variables culturales que asimilar, más términos en que las personas definían sus problemas, más sensibilidad frente a los numerosos grupos identitarios que habían surgido. Como fuera era un desafío y persistía la pasión por lo que hacía, aunque el balance ya estuviera siendo difícil de encontrar.

A estas alturas ya tenía asumido que había estructuras macrosociales que atentaban contra el individuo y que su aporte era mínimo. Cuando un caso llegaba a su escritorio en forma de expediente digital ya era tarde para la mayoría de los involucrados. Su acción se reducía, en el mejor de los casos, a control de daños, a aplicación de castigos, pero sabía que era un juego. Todo era un macabro juego. Conocía historias dignas de película de terror, de las peores, de las más inverosímiles porque la vida para algunos es así, una visita sin guía al mundo de la oscuridad de las almas.

Y sin embargo sus pesadillas no eran con el trabajo, tampoco con esas vidas. Sueños recurrentes con oportunidades perdidas, un duelo repetido de sí mismo. Entregaba informes, evaluaciones, como si muchas vidas dependieran de ello y luego se los devolvían porque en realidad no le importaban a nadie. Y él devanándose los sesos escribiendo, ponderando variables de riesgo, resumiendo porque sabía que mientras más largo y detallado hacía sus escritos tenía menos probabilidad de que la decisión de la corte suprema fuera la que él esperaba.

Despertaba cuando se los devolvían con cara de – disculpe las molestias, pero la decisión ya está tomada–. Siempre lo mismo, el plazo se había vencido, la apelación se había desestimado, la hora de cierre se adelantó por incidentes, o había un error en la carátula. En las pesadillas más actualizadas, no podía subir el archivo, fallaba la conexión, se equivocaba de documento, la causa no aparecía. Cliqueaba donde no correspondía, se caía el sistema. O ya era tarde, por una u otra razón para él era tarde.

El alivio al despertar se parecía a lo que esperaba sentir cuando entraba al Juzgado y olía ese aroma a pobre tan característico en invierno, a humo, a falta de ducha diaria y humedad, a ropa secada a la fuerza de estufas a leña o braseros, entonces sobrevenía aquella sensación extraña bajo las costillas, parecida a un espasmo. Una leve, casi imperceptible dificultad para respirar y sin embargo una imperiosa necesidad de hacerlo. Ese juego entre la opresión y la expansión del pecho terminaba en algo parecido a un suspiro, uno que, en lugar de producir alivio, conducía a una sensación de fragilidad interna tan ancha como sus hombros.

Si hubiera nacido unos veinte años atrás, estaría cerca del final del rango de esperanza de vida, pero se sentía sano como un roble, lo suyo era mental. Ahora le quedaban más de veinte, con suerte y salud, incluso unos veinticinco veranos ¿los viviría tal como hasta ahora?

La esperanza de vida.

Las pesadillas empeoraban cuando aparecía ella entre archivos en pdf, planillas de casos y el lago. Parecía reírse de sus tristes decisiones, de su corrección de juez que se creía el cuento. Ella se reía de su prematura ancianidad mental, se alejaba mirándolo porque había esperado por nada demasiado tiempo. Parecía señalar más puertas y caminos de los que él veía.

¡Responsabilidad!

Escuchaba la password y se acababan las contradicciones, se hace lo que hay que hacer. La conciencia tranquila, los segundos veloces o lentos sin novedad aparente. Siempre había algo pendiente, alguien más a quien cuidar o un nuevo plazo que respetar, una oportunidad más para demostrar la corrección y la comodidad de ser el juez que tenía escrito hasta el discurso de su funeral por si a nadie se le ocurría qué decir.

−Espero estar entre tus recuerdos felices.

Se despertó sobresaltado, reconoció la voz de ella susurrando a su lado. Podría haberla seguido un día o la vida entera, pero su camino era de salida y ella no había terminado de entrar. Esa noche despertó tantas veces que no sabía en qué instante la había recordado.

La sensación de amenaza muchas veces no es objetivable, es decir, no siempre se puede definir qué es lo que se teme o incomoda en el pecho. Algo difícil de aceptar para un juez acostumbrado a describir comportamientos con exactitud. A veces es una sensación vaga y la calma sobreviene haciendo algo. Por lo general el trabajo lo refugiaba, lo que fuera que bloquease la convicción corporal de que algo iba a pasar, aunque no existiera señal alguna que se pudiera definir como señal de peligro o de algún riesgo.

Siempre estaba el recurso del deber, nadar en aguas conocidas, sin sorpresas, dejarse llevar ¿no era ese el mayor anhelo? Eso es lo que hace que un juez sea respetable y confiable.

 

Sting, When we dance

https://youtu.be/zXj0Q0e5T8A

 

miércoles, 19 de octubre de 2022

Palabras desordenadas acerca de la importancia del orden

 


Hubo un momento en que todo estuvo en su lugar o no había ni todo ni lugar.

¿Hubo un momento en que las cosas, los objetos, estaban donde tenían que estar?  Como si hubiera una correspondencia entre el espacio y una posición de algo, un solo espacio, un lugar para cada utensilio, libro, ropa, cuchuflíes, colegiales, calugones, material de limpieza y tantos elementos inútiles, esos cuyo significado no era intrínseco y por eso mismo conservaba con más aprecio.

Un día ocurrió lo de siempre, las cosas se desplazan, no calzan, se produce una asimetría e irrumpe el desorden. La organización pierde la identidad, chao homeostasis y umbrales de subsistenciaa. La determinación por recuperar la armonía comienza de afuera hacia adentro, sobre todo si ha fallado la estrategia inversa, pero tenga en cuenta que el trabajo es mayúsculo. Es imperioso fijarse y arreglar muchos detalles, deshacerse de algunos suntuarios: grasa, ropa en desuso, ollas viejas, azúcar y harinas. No hay para qué detenerse en explicaciones vanas, por ejemplo cómo se pasa de no tener casi nada a esta verdadera orgía de cosas que se acumulan sin sentido por todas partes. Los closets, cajones, los brazos, el abdomen, el piso, el cuartucho de lavado, el dormitorio de visitas, las mejillas, el cajón de bolsas abarrotado de bolsas, muchas bolsas.

- Tienes que ser tú quien diga lo obvio.

- ¿De nuevo?

- ¿No eres tú quien está ordenando?

- Cierto

- Pero ya no quiero y ahora que lo pienso, ojalá nunca más, ser yo quien tuerza los eventos.

- Tal vez no hablar los haga torcer. Desordenándolos. 

No es necesario perder tiempo en reflexiones inútiles, a veces hay que reiterar, esas ocupan tan poco espacio que resulta aconsejable apilarlas como las cookies del computador y luego borrarlas de un plumazo o un click, como prefiera.

Tal vez lo peor del proceso de encontrar un orden sea la sensación de un vacío, el dolor-vacío de bombones, de estanterías, cajones y bolsas de basura, galletas, dulces y falta de barnices y pintura para renovar muebles y puertas, pero esa sensación no va, por lo general, junto con la disposición a la acción.

De un modo extraño las ideas, como los libros, las blusas y los chocolates encuentran raras formas de categorizarse en el cerebro. Influenciadas quizás por qué ondas magnéticas, a veces se agrupan para escapar y otras para confrontar/se.

So when you remember the ones who have lied
Who said that they cared
But then laughed as you cried
Beautiful darling
Don't think of me

Because all I ever wanted
It's in your eyes, baby

Hasta las canciones y sus versos se ordenan de un modo particular o se desordenan según el ángulo desde dónde se miren. La dieta sigue el mismo patrón, cursilerías y dulces van juntos. Evidente. El abandono de sí mismo va con papas fritas y grasas. Siempre hay pautas, es cuestión de descubrirlas.

¿Y la disciplina con qué va? Con abdominales, con verduras y barridos, cloro y cajones desocupados, cabezas y cuerpos de pescado, algunos de colores como salmón y atún y otros blancuzcos como la merluza. Como guarnición puede servir metas y propósitos que aparecen de forma estacional y ya sabe, la sustentabilidad económica requiere aceptar los ciclos naturales de los alimentos y, por supuesto, velar por las condiciones sanitarias y de concentración, la suya y la del cloro con agua. Las soluciones son problemas complejos, no se trata de un pichintún de esto más lo otro, como dejando libre al azar. Es demasiado peligroso. Las soluciones pueden ser homogéneas, radicales, heterogéneas o imposibles no más. Claro siempre está la posibilidad de esas combinaciones tipo plasma en la que elementos muy extraños forman otro nuevo que no parece ser ni sólido o líquido o nada de lo que usted aprendió en la educación básica. También ocurre que una mezcla no llega a ser una solución. 

Ornato. No es necesaria la exageración, pero tampoco lo es esforzarse por la decoración franciscana o minimalista que, digámoslo, es una falta de riesgo absoluto. Una resignación al vacío, a la falta de cariño hasta por los demás. Una pared blanca, como una cabeza llena de canas, puede ser tan bella como un fresco provenzal, depende de la expresión de los ojos, de la actitud de jovialidad, pero hay paredes blancas inexpresivas, ojos hueros, bocas sin besos ni pliegues que recuerden que alguna vez los hubo.

Adornarse, a veces, es actualizar los protocolos de convivencia social, de contribuir a la armonía de la belleza de las cosas. Las flores silvestres, tienen el don de la belleza incorporado, precisamente porque surgen en lugares inesperados por áridos o escondidos. Allá usted si puede disfrutarlas o no. En todo caso, si las paredes son tan blancas que ni la maleza se asoma, es necesario insistir en llenar de colores el espacio como sea. Con piano o guitarras o sombras y labiales o estantes llenos de libros que algún día habrán de leerse.

Los libros merecen reflexiones aparte. Puede usarlos como soporte para toda clase de objetivos, en especial para apalancar emociones que otros saben mostrar en textos, también para subir la pantalla del computador y elevar, no siempre de nivel, las conversaciones en un mundo raro de imágenes y voces. Esos fines son bien servidos por diccionarios y manuales. Advertencias: los libros pueden desordenar las ideas, cuidado, también los espacios, y tienden a reproducirse solos, como los Gremlins, en las noches, con o sin necesidad de agua o alimento, es todavía peor si la combinación de líquidos y sólido hacen difícil recuperar el balance disciplinado del ascetismo. Es decir, si, por ejemplo, la combinación es la resultante de un vino dulce y chocolates, el resultado puede derivar en una mezcla fatal y entrar en un espiral caótico muy difícil de controlar. Así, los lomos de estos objetos y su apariencia parecen no combinar; los colores, los tamaños, los títulos, las temáticas, los autores pueden ofrecer formas de categorización, pero si usted ha caído en aquel rapto de descontrol se hará evidente en los libros apilados por todas partes, veladores, mesitas, escritorios, estufas en desuso e incluso sobre el piso de cualquier habitación.

¿Es tan literal esa idea de como es adentro es afuera y viceversa? O al lado, al revés, arriba, abajo, alrededor, alrededor como cantaba el querido Archibaldo. Cerca y lejos. Antes y después. Solo lugares, espacios y el tiempo como una referencia musical. Lugares puros. Líneas limpias, arquitectura eficiente. 

El orden es un talento, una virtud. No todos acceden a ese estado de equilibrio y claridad. A veces hay lapsos más o menos prolongados de estabilidad y prístinas decisiones, hasta que un día, un minúsculo mecanismo pierde el eje. Quien sabe, no es tiempo ni espacio, más bien compases, combinaciones de silencio y sonidos.


lunes, 10 de octubre de 2022

Segunda Piel



Luca di Santia


Estuve psicopateando un rato. Me metí en su perfil, busqué a sus amigos, sus amigas. Revisé los posteos de años y las reacciones a ellos, me fijé en quienes eran, en sus diálogos. Tenía claro que había borrado toda mención a mí. Como si ese período no existiera, nada de fotos en la playa, o tonteando en el parque Forestal o haciendo muecas frente a un espejo. Un período en blanco que nadie más iba a notar excepto yo.

Estaba tranquila en clases, me aburrí después y de pronto sentí la necesidad de verlo, de saber qué hace, con quien está. He criticado tantas veces a quienes hacen eso porque claro, es obvio que no tiene ningún sentido. ¿Qué se puede encontrar? Fotos de la vida feliz y sociable, manifiestos políticos de escritorio, chistes y muestras de cariño sobre seguro, de lejos. Es inteligente, exhibe lo que quiere que sepan, cuida su imagen en todo momento. Incluso esos arranques de melancolía y nostalgia son estudiados, debe parecer humano. No vayan a pensar que muchas cosas le importan una mierda.

Ese esfuerzo por parecer normal. Lo logra, parece serlo. Si no lo conociera, si no lo hubiera querido, podría creerlo también. Revisé más fotos, se ve bien por supuesto, o será que yo sigo teniendo el filtro embellecedor del amor, puede ser. Si exagero mis interpretaciones hasta puedo encontrar algo de esa mirada vacía, dirigida a nadie, a nada. Como cuando estaba conmigo y fingía interés, incluso se reía con efecto retardado de algo que había dicho. Era menos de un segundo, pero yo sabía que estaba tratando de recordar qué había dicho para que no volviera a insistir con eso de que no me escuchaba o no le importaba lo que decía. Sabía también cuando estaba tratando de concentrarse en mí y me ponía una atención excesiva, era la máxima demostración de amor de la que era capaz. Todo lo demás era cáscara.

Vi una foto en grupo, sonríe y parece convincente.

-       Ya comenzaste a mostrarte, ¿cierto?

Me miró con cara de desconcierto cuando se lo dije. Creo que a veces interpreta como indicios de celos o algo parecido que yo haga algunas observaciones o suposiciones. Absurdo. Su molestia, incomprensible. Era evidente que pronto tendría a alguien, eso era todo. Que anduviera diciendo a quienquiera que le preguntara si estaba buscando pareja que el tema o esa área ya no tenía lugar en su mente, resultaba del todo inverosímil. Como si pudiera convencerse a sí mismo que iba a insistir con su deseo de seguir solo como un ermitaño, de esos que ya han agotado su cuota de fracasos. Al menos para mí, era una forma un tanto patética de dramatizar cualquier evento. Que se engañe solo, además es imposible entenderlo, actúa como si no estuviera dispuesto a ningún otro riesgo en la vida.

Es raro, a veces me parecía que era un tipo cerebral al extremo, de esos que podrían construir un diagrama de flujo para cada asunto con los pros y los contras casi con precisión matemática: en esta pega ofrecen tanto, pero entre beneficios, agrado, proyección y las ponderaciones según el valor personal que atribuía a cada una de esas y otras variables, al final del esquema, la decisión era obvia y correcta y conveniente y segura. Así para todo.

Hasta lo admiraba por eso, aunque la admiración también implica un poco de envidia, sí, para qué negarlo. ¿Y la fascinación? a eso un amigo le llama ´la droga del amor´ por todas las distorsiones perceptivas, lógicas y corporales que ocurren cuando el cerebro es invadido por ese (miserable) sentimiento. Hipnosis, pura hipnosis.

A propósito, no lo observo porque espere alguna mención a mí. No debiera explicitar esto porque más de alguien va a creer que la negación es al mismo tiempo una develación. Me revelo antes esas afirmaciones temerarias sobre el funcionamiento de la mente de las personas. Lo observo porque sí, porque me dan ganas de saber en qué está. Quiero que esté bien, que alguna vez le achunte en la vida y ojalá encuentre a alguien. Una vez me dijo – debes tenerme mucho cariño - evidente. Cómo no.

Creo que hasta me preocupa. Algo así.

Volví a clases un rato, creo que los profes también se acostumbraron a las clases remotas porque no le ponen ningún empeño a la interacción. Al menos antes me atrevía a participar porque nadie me veía ni me escuchaba, no me gusta mi voz. Ahora hay que sacarse la mascarilla y encuentro que es una desventaja terrible tener que mostrar toda la cara. Hay que sonreír, acostumbrase de nuevo a sonreír y que se le vean a una las mejillas redondas y el rostro real, sin los filtros de las pantallas. La profe es más vieja de lo que se ve en el Zoom, a lo mejor buscaba el ángulo y altura más conveniente a su cara. No me imaginé que fuera tan baja. Lo peor es tener que estar una hora y media sentada, escuchando a alguien que cree que lo que dice es importante. Se me van las manos al celular, para saber qué está pasando o para sentir que estoy haciendo algo. Casi no puedo estar sentada tanto tiempo. Antes hacía otras cosas mientras los profes le hablaban a la nada. Hasta abdominales. Lo que fuera que implicara sentir que estaba viva. También dibujaba o guardaba fotos de lugares que quiero conocer, para cuando se acabara la pandemia y algunas personas, lugares y costumbres siguieran ahí afuera.

Siento un alivio tremendo al tener con quien compartir los planes casi sin cuestionamientos.  - Una segunda piel para recorrer- como dice una canción. Sí, qué afortunada. Nunca más volver a sentir el estrés de la seducción, o la angustia de si se es o no correspondida o que una pueda cambiar de rumbo. Imposible asegurar una proyección en el futuro, pero si de mí depende, nada, pero nada, hará que tome un camino diferente de mi segunda piel. Por ahí en una conversación escuché que el amor es una decisión, nada de magia, coincidencias y esas cosas raras con que nos lavan la mente a las mujeres desde antes de nacer. Formateo cultural y confabulado desde el año cero, antes del cero. Creo que escapé de eso y mis decisiones hasta ahora van muy bien. No hay razón para cuestionamientos, menos en períodos históricos como el de ahora, en que parece que se trata solo de sobrevivir.

Ahora me dieron para leer a un escritor cuyas historias para mí son desesperantes, no sé por qué leerlo me angustia, me hace mal. Me conecta con las peores pesadillas que he tenido, la profe dice que sus libros tienen belleza, pero una belleza triste. Dijo que era un desafío para depresivos y nihilistas, que había que mirar esos pantanos. No sé si hay una belleza feliz o alegre, al menos a mí me ocurre que la belleza me conmueve, me hace hasta llorar y casi no puedo entender que otros sean indiferentes frente a lo mismo que estoy mirando o escuchando en determinado momento, de ahí a disfrutar historias de desconexión, de ausencia de ventanas para comunicarse creo que hay una gran distancia. Por supuesto que sé que la tristeza no es lo mismo que la melancolía, ¿por quién me toma? Y también sé que el concepto de belleza es cultural y nada más ligado a la historia personal que su definición. A ver, inténtelo usted.

¿Vio? No es fácil. Imagínese tener que leer a propósito algo doloroso y bello. Creo que estas clases son de lo peor, por eso me distraigo con el celular y comienzo a buscarlo por las redes para ver cómo vive, qué siente, por qué se ríe.

O quizás quiero saber cómo y por qué, una vez, una ventana se abrió. 



La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...