lunes, 10 de octubre de 2022

Segunda Piel



Luca di Santia


Estuve psicopateando un rato. Me metí en su perfil, busqué a sus amigos, sus amigas. Revisé los posteos de años y las reacciones a ellos, me fijé en quienes eran, en sus diálogos. Tenía claro que había borrado toda mención a mí. Como si ese período no existiera, nada de fotos en la playa, o tonteando en el parque Forestal o haciendo muecas frente a un espejo. Un período en blanco que nadie más iba a notar excepto yo.

Estaba tranquila en clases, me aburrí después y de pronto sentí la necesidad de verlo, de saber qué hace, con quien está. He criticado tantas veces a quienes hacen eso porque claro, es obvio que no tiene ningún sentido. ¿Qué se puede encontrar? Fotos de la vida feliz y sociable, manifiestos políticos de escritorio, chistes y muestras de cariño sobre seguro, de lejos. Es inteligente, exhibe lo que quiere que sepan, cuida su imagen en todo momento. Incluso esos arranques de melancolía y nostalgia son estudiados, debe parecer humano. No vayan a pensar que muchas cosas le importan una mierda.

Ese esfuerzo por parecer normal. Lo logra, parece serlo. Si no lo conociera, si no lo hubiera querido, podría creerlo también. Revisé más fotos, se ve bien por supuesto, o será que yo sigo teniendo el filtro embellecedor del amor, puede ser. Si exagero mis interpretaciones hasta puedo encontrar algo de esa mirada vacía, dirigida a nadie, a nada. Como cuando estaba conmigo y fingía interés, incluso se reía con efecto retardado de algo que había dicho. Era menos de un segundo, pero yo sabía que estaba tratando de recordar qué había dicho para que no volviera a insistir con eso de que no me escuchaba o no le importaba lo que decía. Sabía también cuando estaba tratando de concentrarse en mí y me ponía una atención excesiva, era la máxima demostración de amor de la que era capaz. Todo lo demás era cáscara.

Vi una foto en grupo, sonríe y parece convincente.

-       Ya comenzaste a mostrarte, ¿cierto?

Me miró con cara de desconcierto cuando se lo dije. Creo que a veces interpreta como indicios de celos o algo parecido que yo haga algunas observaciones o suposiciones. Absurdo. Su molestia, incomprensible. Era evidente que pronto tendría a alguien, eso era todo. Que anduviera diciendo a quienquiera que le preguntara si estaba buscando pareja que el tema o esa área ya no tenía lugar en su mente, resultaba del todo inverosímil. Como si pudiera convencerse a sí mismo que iba a insistir con su deseo de seguir solo como un ermitaño, de esos que ya han agotado su cuota de fracasos. Al menos para mí, era una forma un tanto patética de dramatizar cualquier evento. Que se engañe solo, además es imposible entenderlo, actúa como si no estuviera dispuesto a ningún otro riesgo en la vida.

Es raro, a veces me parecía que era un tipo cerebral al extremo, de esos que podrían construir un diagrama de flujo para cada asunto con los pros y los contras casi con precisión matemática: en esta pega ofrecen tanto, pero entre beneficios, agrado, proyección y las ponderaciones según el valor personal que atribuía a cada una de esas y otras variables, al final del esquema, la decisión era obvia y correcta y conveniente y segura. Así para todo.

Hasta lo admiraba por eso, aunque la admiración también implica un poco de envidia, sí, para qué negarlo. ¿Y la fascinación? a eso un amigo le llama ´la droga del amor´ por todas las distorsiones perceptivas, lógicas y corporales que ocurren cuando el cerebro es invadido por ese (miserable) sentimiento. Hipnosis, pura hipnosis.

A propósito, no lo observo porque espere alguna mención a mí. No debiera explicitar esto porque más de alguien va a creer que la negación es al mismo tiempo una develación. Me revelo antes esas afirmaciones temerarias sobre el funcionamiento de la mente de las personas. Lo observo porque sí, porque me dan ganas de saber en qué está. Quiero que esté bien, que alguna vez le achunte en la vida y ojalá encuentre a alguien. Una vez me dijo – debes tenerme mucho cariño - evidente. Cómo no.

Creo que hasta me preocupa. Algo así.

Volví a clases un rato, creo que los profes también se acostumbraron a las clases remotas porque no le ponen ningún empeño a la interacción. Al menos antes me atrevía a participar porque nadie me veía ni me escuchaba, no me gusta mi voz. Ahora hay que sacarse la mascarilla y encuentro que es una desventaja terrible tener que mostrar toda la cara. Hay que sonreír, acostumbrase de nuevo a sonreír y que se le vean a una las mejillas redondas y el rostro real, sin los filtros de las pantallas. La profe es más vieja de lo que se ve en el Zoom, a lo mejor buscaba el ángulo y altura más conveniente a su cara. No me imaginé que fuera tan baja. Lo peor es tener que estar una hora y media sentada, escuchando a alguien que cree que lo que dice es importante. Se me van las manos al celular, para saber qué está pasando o para sentir que estoy haciendo algo. Casi no puedo estar sentada tanto tiempo. Antes hacía otras cosas mientras los profes le hablaban a la nada. Hasta abdominales. Lo que fuera que implicara sentir que estaba viva. También dibujaba o guardaba fotos de lugares que quiero conocer, para cuando se acabara la pandemia y algunas personas, lugares y costumbres siguieran ahí afuera.

Siento un alivio tremendo al tener con quien compartir los planes casi sin cuestionamientos.  - Una segunda piel para recorrer- como dice una canción. Sí, qué afortunada. Nunca más volver a sentir el estrés de la seducción, o la angustia de si se es o no correspondida o que una pueda cambiar de rumbo. Imposible asegurar una proyección en el futuro, pero si de mí depende, nada, pero nada, hará que tome un camino diferente de mi segunda piel. Por ahí en una conversación escuché que el amor es una decisión, nada de magia, coincidencias y esas cosas raras con que nos lavan la mente a las mujeres desde antes de nacer. Formateo cultural y confabulado desde el año cero, antes del cero. Creo que escapé de eso y mis decisiones hasta ahora van muy bien. No hay razón para cuestionamientos, menos en períodos históricos como el de ahora, en que parece que se trata solo de sobrevivir.

Ahora me dieron para leer a un escritor cuyas historias para mí son desesperantes, no sé por qué leerlo me angustia, me hace mal. Me conecta con las peores pesadillas que he tenido, la profe dice que sus libros tienen belleza, pero una belleza triste. Dijo que era un desafío para depresivos y nihilistas, que había que mirar esos pantanos. No sé si hay una belleza feliz o alegre, al menos a mí me ocurre que la belleza me conmueve, me hace hasta llorar y casi no puedo entender que otros sean indiferentes frente a lo mismo que estoy mirando o escuchando en determinado momento, de ahí a disfrutar historias de desconexión, de ausencia de ventanas para comunicarse creo que hay una gran distancia. Por supuesto que sé que la tristeza no es lo mismo que la melancolía, ¿por quién me toma? Y también sé que el concepto de belleza es cultural y nada más ligado a la historia personal que su definición. A ver, inténtelo usted.

¿Vio? No es fácil. Imagínese tener que leer a propósito algo doloroso y bello. Creo que estas clases son de lo peor, por eso me distraigo con el celular y comienzo a buscarlo por las redes para ver cómo vive, qué siente, por qué se ríe.

O quizás quiero saber cómo y por qué, una vez, una ventana se abrió. 



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