¿Cómo
pasó? Se lo habían dicho, pero era una incrédula. −Un día no te vas a dar
cuenta y habrás vuelto a ser tú −. Cuando escuchaba al coro de sus amigos le
parecía una escena de comedia-gringa-romántica-adolescente-predecible en donde
aparecen las frases clásicas de optimismo tipo Facebook o Instagram con canto
de pajaritos, mariposas y todas esas leseras que le dicen a alguien que pasa
por un mal momento. Faltaba que le hicieran un flashmob y la comedia pasaría
a ser un musical perfecto de Disney. Sí, antes veía todas las comedias románticas
de cualquier plataforma. −Veneno para el cerebro−, pero le gustaba el veneno,
para qué lo iba a negar.
Ahora
podía notar que había colores ¿ridículo no? No había sufrido una ceguera ni
nada parecido, pero había estado viviendo como un androide por un tiempo
indeterminado y los colores daban lo mismo, se vestía siempre de negro, lo
único que variaba era el personaje de algún manga que llevaba estampado en la
polera. Además, en el trabajo debía usar un overol, gorro protector, mascarilla
y encima una escafandra. Examinaba muestras en un laboratorio y cada día
llegaban más y más, la pandemia parecía no terminar. No había tiempo de hablar,
ir al baño era tan difícil con ese traje de astronauta que prefería no almorzar
ni tomar agua durante el día. Se aguantaba hasta la hora de salida. Demasiadas
veces le había ocurrido que estaba lista para irse cuando la llamaba su jefa
pidiéndole que se volviera a vestir porque se había contagiado alguien en otra
sede. Muchas veces agradeció esa solicitud porque cuando llegara a su casa, su
madre estaría durmiendo y no le preguntaría si estaba bien, si había almorzado
o, cansada de su silencio, rellenaría el tiempo de la cena contando con
minuciosos detalles el último capítulo de la teleserie o de las noticias del día.
Había trabajado tantas horas extra que había acumulado un ahorro impensado para
ese verano.
¿Sería
que había empezado a soñar de nuevo? Dormida, como antes, cuando hasta en las
clases de la universidad, aún si se dormía por un minuto, alcanzaba a soñar
algo recordable. A lo mejor el cerebro se cansa de no ver colores y en su lugar
solo placas, muestras, centrífugas, tubos, hornos, congeladores y etiquetas de
miles de tubos.
Se
había aislado como nunca antes, no respondía mensajes ni aceptaba invitaciones
de ningún tipo, se había cansado de explicar qué le pasaba y que, dada la
ausencia de respuestas, los demás se dedicaran a hacer hipótesis sin sustentos
de la razón de su inercia.
Hasta
ella había creído que tenía algo raro, tal vez siempre había sido alguien con
un trastorno del espectro autista y recién ahora descubrirían que era una
Asperguer. Cuando lo pensó se rio sola, ni siquiera vivía en Ñuñoa, condición sine
qua non para declararse de la línea TEA.
Los
sueños, podía ser eso, de nuevo con colores, sonidos y sensaciones agradables.
Sueños en HD. Junto con los colores, volvió a reconocer los músculos de las
piernas, los brazos y el cuello.
O
sería que su madre se aburrió del silencio de la casa y ahora ponía música de
su tiempo para limpiar. La Señora amanecía tempranito los fines de semana, le
daba lo mismo si la niña, había tenido turno o no, si los vecinos
escuchaban o no el parlante que la acompañaba a todos lados. Ahí andaba, cantando
a voz en cuello, eternamente bella, qué nivel de mujer, la chica de humo. Al
principio la niña, se tapaba los oídos con la almohada o se aturdía con
su propia música, pero nada atenuaba el entusiasmo de su madre cuando andaba en
modo Señora.
Tal
vez algo le pasaba también o ella, la niña, la había arrastrado a un ritmo
lento, leeeeeentoo, en que ambas parecían atrapadas en un mausoleo frío, grande
y en donde nada se movía. O sería que la Señora la había arrastrado a ella. Para
el caso era lo mismo. Sus hermanos mayores ya no estaban para hacerla callar o
intentar hacerlo a grito pelado. Al rato la Señora los tenía aburridos,
desayunados, bañados y ordenando su pieza, ella, la menor también y ninguno
tenía derecho a chistar. Solo a refunfuñar y garabatear entremedio sin que se
notara mucho. Muchas veces la había sorprendido a ella haciendo morisquetas
dando vuelta la cara de repente. La Señora se mataba de la risa y la Niña
enrojecía de rabia y tenía que seguir limpiando su pieza.
Hoy
esa escena le parecía divertida y no otro motivo para odiar al mundo. ´Odio
odiar todo´, había visto esa frase en una polera y era el lema de su vida en
esa época.
Se sacó los audífonos y la música sonaba con menor volumen, la Señora se estaría vistiendo para salir. No le dijo dónde iba, con quién, a qué hora volvería La casa quedó de nuevo en silencio y con el aroma al perfume nuevo de su madre, más intenso que los que usaba siempre. Volvió con corte de pelo nuevo y hablando por teléfono.
− Me
aburrí, hoy estoy empoderá, ando con sostén con brillitos y las uñas pintadas
de rojo.
Se reía a carcajadas y seguro que quien hablaba con ella también.
Se
devolvió silenciosa a su pieza, revisó su cuenta en el banco, miró su clóset y
se decidió a salir. Había visto un meme pasar en Twitter < si el sostén hace
juego con el calzón, la cena fuiste siempre tú>.
Mientras
caminaba derecha y después de mucho tiempo, mirando de frente por donde andaba
y no solo al piso, se paró frente a la vitrina de una tienda de lencería, no se
compraría algo con brillitos, pero sí algo más decente de lo que tenía en su clóset. A lo mejor ese consejo
de las madres de no andar jamás con ropa de interior fea por si las hijas
tenían algún accidente, no se refería a los accidentes que llevan a la urgencia,
sino a otra clase de eventos inesperados.
En
todo caso, no podía dejar de pensar qué cosa había pasado que la Señora se sentía
empoderá. Por lo pronto, sentía que ya no era invisible y que tampoco
era la niña.
Alejandra
Guzmán, Eternamente Bella
Emmanuel,
Chica de humo
Luis
Miguel, Qué nivel de Mujer
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