jueves, 31 de marzo de 2022

Raros


Podía decir que durante la noche anterior el insomnio fue interrumpido por breves sueños incomprensibles o al menos muy difíciles de traducir en palabras. Que bien que el trabajo comenzaba en la tarde este día.

No lograba creer cómo era posible que algunos escritores dieran con tal puntería justo en el clavo de las que habían sido, o eran aún, sus cavilaciones más repetitivas, tanto, que se cansaba de pensar en ellas.

Lo mejor de su trabajo era la posibilidad de leer. Tenía metas de ventas que lograr en la librería y, aun así, en incontables situaciones, odiaba aquel momento en que un cliente se paraba frente a ella y esperaba que apartara la vista del libro para poder recibir atención. Había aprendido a tomar aire, levantar la vista con suavidad, sonreír y parecer bien dispuesta a orientar la compra. Así, la breve espera no trababa las emociones que se requieren para la búsqueda de un libro.

Era la que vendía más. Jamás decía – No, ese libro está agotado -, si alguien preguntaba por un título que sabía no estaba en stock, comenzaba a hablar del autor, de su historia, de los temas que lo caracterizaban e iba mostrando un título tras otro. En un gesto estudiado, enfatizaba alguno de ellos alabando la historia, el título y lo mucho que aportaba a lo que fuera que estuviera en mente del comprador. A esas alturas el cliente ya se había interesado por otro libro y había olvidado el que venía a buscar. Notaba de inmediato cuando se trataba de alguien inexperto, se sentían inseguros en una librería y tendían a quedarse en el mostrador de los best seller o los libros que habían sido citados por algún diario el día domingo. Por lo general, buscaban un título por encargo o para un regalo. En esos casos pedía que le describieran un poco la personalidad de quien lo recibiría, a qué se dedicaba, qué tipo de música escuchaba. No pocas veces algunos compradores volvían para agradecer sus recomendaciones. Salían con más libros comprados, obvio. En ocasiones los otros vendedores no tenían a nadie para atender y Begoña tenía a por lo menos tres esperando. Cuando sus compañeros la miraban con la cara larga, se encogía de hombros. Ya no les decía que leyeran más. La respuesta era siempre la misma – Tenemos vida.

Estaba consciente de que era y parecía una mujer solitaria, solo acompañada por pilas de libros. No se refería a otra cosa que a lecturas y películas. Parecía un compendio de información que de práctica no tenía nada.

Era cierto que Begoña vivía en las nubes. Imaginando, soñando. Inventándose historias. Era la hija única de un matrimonio de profesores. Desde niña la llenaron de libros. Construyeron para ella un universo dentro de su casa. Sus padres querían protegerla del mundo. Su padre estaba convencido de que era limitada, a lo más y con generosidad en la apreciación, normal. Su madre pensaba que había esperanza si lograba alguna vez ser práctica y dejaba de preguntarse cosas raras.

 

II

Hacía un par de años, había conocido a Danilo. Lo había confundido con alguien que frecuentaba la librería para solo para mirar y comenzó a hablarle en el metro. Danilo le siguió la corriente, Begoña le hablaba con tanta familiaridad que le pareció que el confundido era él y tal vez sí la conocía. Ella llevaba un libro en la mano, él lo había leído hacía poco. No tardaron en comenzar a comentarlo y a decir por qué resultaba tan impactante. Danilo sintió la conexión. Begoña la atribuyó a la magia del libro. Cuando la casualidad los puso en el mismo vagón por tercera vez y habiéndose dado cuenta de que no se conocían de antes, intercambiaron teléfonos. No pasó mucho tiempo para que sintieran que tenían mucho que decirse. Begoña era enamoradiza, buscaba sentir algo parecido a lo que sentía Catalina Earnshaw por Heathcliff en Cumbres Borrascosas. Asumía que la suya era una fantasía muy pop. Tal como las adolescentes habían querido ser Bella para Edward en Crepúsculo cuando estuvieron de moda las películas de vampiros. Quería decir en algún momento que tuvo un amor, ese por el que se pierde la temporalidad, ese por el que se sintió niña y vieja. Aquel que se ubica en la calma del centro del huracán mientras todo da vueltas alrededor. Danilo no fantaseaba, se dejaba llevar. La vida traía siempre cosas buenas, se decía.

Begoña se imaginaba rodeada de un viento frío y potente junto a Danilo en la cumbre de alguna montaña. El pelo crespo de él se desordenaría aún más y el de ella, liso y largo flotaría en todas direcciones. Estarían abrazados sintiendo que allá arriba eran intocables.

  

III

Danilo.

Danilo se consideraba un tipo normal como todos los raros. Se sintió sorprendido y abrumado por la intensa Begoña, ella le hablaba de cosas que no lograba entender. Al principio sí, porque ¿hay que explicarlo? Entre tanta feromona, gustos en común y ese efecto cuasi alucinógeno del deseo, pasó por alto una serie de señales de peligro, iguales a esas luces amarillas que advierten del final del camino y la cercanía del abismo.

Bonita la Begoñita, decía su madre. – Mareadora como frutilla de borgoña – afirmaba su padre. Begoña, borgoña, Begoñita la bonita. Danilo se repetía esas palabras como si fuesen una ronda infantil y cuando caminaban por las calles canturreaba tratando de buscar una melodía que calzara.

Danilo, el eterno estudiante, ahora cursaba un post doctorado en filosofía en la universidad católica y si bien tenía los recursos para vivir solo, le alcanzaba para una caja a la que llaman estudio y sin los cuidados de sus padres. La opción obvia era seguir siendo un adolescente eterno, convencido, tal como decía O. Wilde, de que algún día haría grandes cosas.

Sus padres viejos eran raros también, pero de los raros solapados. Eran casi sus esclavos, el niño tenía que estudiar, - es filósofo - decían con orgullo a quienes preguntaran - esa profesión era la más importante de todas - se largaban en esas ocasiones en una perorata eterna en cualquier situación, en la fila de la verdura, regando las plantas del antejardín, donde fuera, porque a Danilito no lo iba a ningunear nadie. Menos lo iban a comparar con su hermana odontóloga que había nacido parada, por pura suerte se sacaba buenas notas, se ganó una beca y encima se había enamorado de un cabro buena gente. Pura chiripa porque era una insolente, en cambio Danilito era tan buen hijo, casi no molestaba, pasaba encerrado leyendo y tan solitario el pobrecito.

Begoña la regalona y Danilo el eterno niñito.

Ella fue mejorando su posición en la cadena de librerías, a su pesar inclusive. No tenía en qué gastar lo que ganaba así es que fue ahorrando para un día recorrer los paisajes descritos en sus novelas favoritas: la costa de Escocia o de Irlanda. Por último, Dover con sus rocas blancas y ese viento húmedo que le calaría los huesos y mojaría su vestido de flores hippie chic que la haría parecer una Jane Eyre moderna, igual de limitada en su capacidad de relacionarse y casi ciega frente a los riesgos y secretos de los demás. Incapaz de espantar sus sombras internas porque en lugar de sufrirlas las usaba de abrigo.

Su padre era el más sorprendido, pidió a un amigo que la contratara como pago de una deuda antigua, solo por 6 meses. Begoña aceptó a regañadientes, Begoña la regañona, de otro modo la llevarían una vez más al psiquiatra y tendría que fingir que era muy normal y adecuada. Podría decir que tenía ansiedad, es de lo más común en estos días, pero prefirió no hacerlo y probar lo que era parecer adulta. Su madre la convenció – 6 meses, ¡son solo 6 meses! luego de ese plazo te dejamos hacer lo que quieras, así sabremos si nos podemos morir tranquilos – Begoña suspiró y aceptó. Esa cantinela - ¿Qué va a ser de ti? No tienes idea de cómo es la vida, cómo se gana la plata, no sabes hacer nada ¡ni un mísero huevo frito! – la había escuchado tanto, en todos los tonos, formas y colores que la vocalizaba al unísono con sus padres. La madre se ponía a llorar y el padre salía al patio a fumar. - ¿En qué nos equivocamos con esta niñita? De chica ha sido un problema tras otro. Los enfermaba con los comentarios de los libros que leía, la forma en que hablaba cuando imitaba a los protagonistas y peor cuando le daba por vestirse y decorar su dormitorio según lo que estaba en su mente. Begoña la ñoña.

Ahora era jefa de zona. Los 6 meses eran ya tres años.  

Danilo decía que se alegraba por ella, inclusive se autoconvencía de que se sentía orgulloso de los avances y de lo cerca que estaba de su viaje anhelado, pero no contaba con que se iba a poner sentimental cada vez que ella hablaba de irse.

En la ceremonia de fin de año de la cadena de librería se premiaba a los nuevos talentos y Begoña recibiría un reconocimiento especial. Danilo acompañó a Begoñita, pero durante la ceremonia leyó sin parar un libro que llevaba para entretenerse cuando su mínima tolerancia a lo que no fuera de su interés apareciera y lo hicieran huir de ahí. Las cuestiones filosóficas eran mucho más importantes y requerían de su absoluta concentración.

Begoña tuvo lo que muchos ahora llaman una epifanía. Estaba en el escenario y no podía articular un discurso, sentía que se estaba volviendo invisible. Lo peor fue un flash forward, se vio al lado de Danilo, sus felices padres, los de ella porque ya tendría a alguien que se ocupara de Begoña y su inutilidad y los de él porque al fin había encontrado una buena niña que entendía el amor de su hijo por los libros.

La escena pasó rápida por su mente.

¿Dónde se proyectan las fantasías? Adentro por supuesto, pero dónde.

Begoña se imaginó toda la vida con Danilo, trabajaría en la librería hasta siempre y no tendrían la obligación de hablarse porque cada uno tenía un mundo interno demasiado amplio.

Los invitados a la fiesta de ese matrimonio de dos inútiles y raros no podían entender cómo se las arreglarían para armar una vida, pero habiendo buena comida y música les desearon felicidad y éxito eternos.

Begoña, la soñadora y Danilo el lector no tenían expectativas y parecían cómplices de un delito bien consumado cuando se fueron juntos a vivir cada uno en su mundo.

 

 

Samyula and the Spring Ensamble

https://youtu.be/-_vMlXG9gPQ


 

lunes, 28 de marzo de 2022

Manada

 



Algo llovió y el pecho volvió a inflarse con un alivio vivificador. Era hora de partir a la montaña. Eso de merodear por donde habitan los humanos no podía traer nada bueno. Sabía jugar a la mascota, dejarse acariciar el áspero pelaje, hecho para el invierno y las alturas. Aprendió a ir a buscar un palo y traerlo de vuelta para recibir un remezón cariñoso cerca de su hocico o también en las orejas.

Aprendió a quedarse echado en el piso mientras su humano también estaba quieto, sentado sobre una banqueta en el patio o a caminar a su lado mientras cortaba ramas. En esas ocasiones era más difícil dominar su naturaleza, miraba atento a los pájaros que bajaban con algo de inocencia a buscar restos de nueces molidas, gusanos o lo que fuera que comieran. Si había comido recién podía refrenarse, mirar a otro lado, hacerse el manso, el humano lo ayudaba en su empeño, a veces le hablaba y los pájaros, zorzales, tórtolas o chincoles, huían rápido en bandada.

Hacía mucho que no olía la tierra húmeda por la lluvia. Claro, regaban seguido en esa casa, pero por causas que desconocía, el olor húmedo de la lluvia era otro. Indefinible. Las hojas del nogal son perfumadas, cuando los humanos las juntaban en otoño se revolcaba sobre ellas y era un aroma aturdidor, algo ácido, algo dulce. Las del manzano olían diferente, las del palto y el durazno eran más suaves. El eucalipto y era de una fragancia un tanto insoportable. Las del fresno sonaban agradables al pisarlas. A veces se paseaba en círculos sobre ellas.

Por varios años había domado su naturaleza, se había portado bien, cuidaba fiero la casa y a sus habitantes, una sombra, un ruido extraño, hacían que se sobresaltara. Su lomo se erizaba y partía a repartir el eco de sus ladridos, la mayoría de las veces eran cosas sin importancia, niños que corrían por fuera, algún vendedor, el que venía a revisar el medidor del agua.

Lamentó tanto cuando no pudo hacer nada y uno de los humanos estaba siendo atacado. Ladró, aulló, saltó todo lo alto que pudo, corrió por todo el perímetro del patio, botó todo lo que estaba a su alcance para hacer ruido, pero lo tenían apartado en el patio, no pudo traspasar el portón y solo podía escuchar enfurecido los gritos de los invasores. Salivaba profusamente mientras imaginaba enterrando sus colmillos en la carne de esos tipos, los hubiera desgarrado sin compasión. Uno por uno. Hubiera sido la lucha más épica de su vida y ahí estaba, encerrado, inútil, un testigo más del ataque y encima mudo.

Entendía a sus primos, que se quedaran ahí, al lado de los humanos, jugando, esperando recibir cariño y comida procesada. No importaba si la vida no era tan interesante y variada como solía serlo en las montañas, donde hasta la búsqueda de un refugio se convertía en un desafío, no debían verlo los humanos, ni los otros animales a los que podría cazar cuando el hambre lo impulsara.

Desde cachorro supo que había nacido para estar solo. Era raro. Eso lo asumió demasiado tarde. Podía disfrazarse de un primo que sabía dar y recibir caricias, podía fingir una calma imperturbable y dar a cada uno lo que necesitaba. Más de una vez pensó que había encontrado su lugar, intentó acomodarse, olvidarse del impulso salvaje que lo hacía recordar paisajes que no había conocido. Se acostumbró poco a poco a esos recuerdos inexistentes. Sería la impronta de su especie, alguna programación genética. Algo lo hacía añorar un regreso hacia alguna parte que no sabía dónde estaba. Se veía corriendo libre por el frío, atravesando riachuelos, saltando de una roca a otra, enterrado en la nieve buscando algún conejo, sintiendo el olor a sangre, a carne cruda, a vísceras, a orines que soltaban los animales a punto de morir. El olor del miedo, incluso el del propio, es una experiencia imposible de vivir en la seguridad de un hogar con humanos.

¿Qué era el miedo? Un freno, una sensación de parálisis y muerte, la propia o la de otro. Así decían sus primos, para él el miedo era un motor, una fuerza de ataque, de lucha en la que podía matar o morir. Y ya varias había sentido que había muerto, se encerraba en su casucha, no salía para nada más que no fuera para tomar agua y a veces comer. Y hubiera querido morir con las heridas recibidas, descansar de todos, de sí mismo, de las imágenes del bosque y la montaña. Desaparecer, pero no estaba en su naturaleza. Sabía que volvería a tener fuerza en las patas, se levantaría y sacudiría el lomo como secándose después de un aguacero. Lo había hecho después de varias luchas, algunas insignificantes y otras que lo dejaron llenos de cicatrices, como cuando se encontró con un rottweiler que no lo soltaba. Las heridas recibidas nunca se borraron, lo habían vuelto más desesperanzado, más convencido de que no tenía sentido buscar nada más en el terreno de los humanos y sus primos mascotas.

Sus primos trataban de convencerlo de que entregar sumisión a cambio de seguridad y compañía era una buena transacción. De hecho, los mismos humanos hacían esos negocios. Cosas de primates, gregarismo, simbiosis. Eso era, pero no pertenecía a esa especie. Es más, aquellos con los que se relacionó se lo demostraron, no tenía el encanto de los primos, carecía de eso que a los demás los hacía queribles y por los que los humanos hacían toda clase de cosas por quedarse con ellos. El costo de ser como era, de tener otro patrón de conductas, de no saber qué era lo que había que hacer.

Ese aroma a árboles lavados por el agua, a flores perdiendo sus pétalos por el peso de los goterones, lo llenaron de nostalgia por la montaña. Si no partía ahora, luego sería demasiado tarde, no tendría fuerzas para correr y cazar. Su vigor y agilidad irían desapareciendo y lo convertirían en uno de sus primos, haciendo todos los días lo mismo, incorporándose para comer, agachando el lomo para ser acariciado y luego espantar algunos pájaros dormir y ya, otro día vendría y otro más.

Llegó la hora, había que esperar uno de los muchos descuidos de esa casa. Recorrió todos los rincones olfateándolos como si fuese posible guardarlo como un archivo, fue a comer y también intentó retener en su lomo la caricia del humano. Esa mano suave e indefensa frente a sus colmillos afilados,

Se recostó frente al portón, en cuanto lo abrieran saldría corriendo sin mirar atrás, se iría a la montaña, se demoraría horas. Más, quizás más.

Escuchó cuando gritaban su nombre, pero no era su verdadero nombre. No tenía. Un reflejo aprendido casi lo hizo detenerse, pero solo fue un enlentecimiento de la carrera, pasada esa barrera, siguió veloz. Ya no podrían alcanzarlo. Se sintió más grande, más alto y ancho. Sentía la lluvia en el hocico y la nariz. El olor de su pelaje se volvió intenso y penetrante. Ningún animal osaría acercarse, menos un humano. Nunca más un humano.

Cuando estuvo asentado en su guarida, sintió que había encontrado su lugar, lejos de todos. Se lamía las patas cuando estaba cansado. Se recostaba, después de dar unos círculos, sobre una pila de ramas secas. Había observado a otros parecidos a él que en la noche iban a oler sus huellas. Ya llegaría el día de conocerlos y dar la pelea por el respeto de la manada. Algunas noches extrañaba a los humanos y su comportamiento gregario. Viajaba a su lado y podía adivinar lo que estarían haciendo.

Una mañana los vio venir, eran cuatro lobos, muy parecidos a él no querían pelear. Lo esperaban. No se decidía a unírseles, cuando lo hizo, no recordó a ningún humano más.


jueves, 24 de marzo de 2022

La Mezquita Azul

 


La mezquita azul

 

 

Llevaba 30 años siendo profesor de arte en el mismo colegio. Estaba cansado de hacer clases a niños, cada vez más mimados en un nivel y cada vez más abandonados en otros. Cansado de padres que enarbolaban banderas de lucha por una nota, según ellos, injusta para sus hijos, pero incapaces de bañarlos, cortarles las uñas o de enseñarles a comer con servicios y con la boca cerrada. Esos mismos padres que poblaban sus perfiles de redes sociales con fotos de sí mismos con sus hijos y encendidas declaraciones de amor por ellos. Esos querendones padres que veían al colegio como si fuese un servicio al cliente y que revivían sus propios conflictos adolescentes en el contacto con los profesores.

 

No había perdido la pasión por el arte, ni por la pedagogía. Aún había tres o cuatro niños por año que renovaban su entusiasmo por enseñar y maravillar a través del arte. No dejaba de impresionarse cuando un niño descubría la rosa cromática y era capaz de combinar colores para tener la sensación de descubrir otros. La sonrisa de satisfacción y la búsqueda de su mirada de aprobación eran alicientes para soportar a los otros malcriados e insolentes que lo veían como un prestador de servicios.

 

Estaba solo hace un buen tiempo ya. Su exesposa había formado otra familia y él lo había intentado sin resultados. El dinero fue siempre un obstáculo. Su timidez, o como decían ahora, su falta de habilidades sociales, también eran barreras siempre presentes. Había conocido a mujeres con las que podía conversar y dejarse llevar en una atmósfera parecida al romance. Solo parecida porque después del sexo sentía que no tenía nada que ofrecer. Había una que quiso quedarse con él, pero fue incapaz de superar su sensación de insignificancia. Se sentía anónimo. Sentía que pasaba por la vida cumpliendo las órdenes sociales sin falta: ver a sus hijas, ya adultas, cuidar de sus padres, mantener su departamento en orden, pagar las cuentas sin retraso, comer saludable para no llegar a ser un viejo dependiente o al menos postergar esa etapa. ¿Qué vida le iba a ofrecer a Magnolia? Sí, se llamaba Magnolia, como la flor, como la película y así le parecía, una flor imponente, rara, de grandes pétalos y fragancia que impregna el ambiente. Magnolia lo había querido. Lo había abrazado casi con desesperación y él solo miró hacia abajo. – Le evité el dolor, la decepción de aburrirse conmigo- se decía a sí mismo. Cuando otros le preguntaban por ella, sólo se encogía de hombros. Magnolia era una mujer imposible de ignorar y a su lado él la hubiera contagiado con su opacidad. Así se explicaba su decisión de terminar la relación cuando ella quiso vivir con él.

 

Con Magnolia, mientras estuvieron juntos y compartían una botella de vino, solían imaginar viajes. Primer destino: Viena, ahí estaban las obras de Klimt, Schiele y Kokoschka y todo el influjo de Freud; segundo destino Paris, lógico, el Louvre y Orsay, tercer destino: Florencia y la presencia de Rafael y Leonardo. Eran los viajes imprescindibles y básicos de todos en realidad, pero para ellos era un sueño inalcanzable en esos años. Con el sueldo de profesores e hijos que mantener, era solo una fantasía. Los destinos más exóticos que imaginaban eran Abu Dabi, Irán y Malasia, Kuala Lumpur, solo por el Templo del Sol.

 

Coleccionaban fotos de mezquitas, se fascinaban con el diseño intrincado de formas geométricas y la utilización de ángulos y curvas en construcciones casi imposibles. El colorido era el elemento mágico, había algunas con colores vibrantes y variados, otras con infinitas variaciones de azul y algunas de blanco inmaculado con destellos dorados por aquí y por allá. Suponían que al adentrarse en ellas experimentaría la sensación de sobrecogimiento de los fieles, de los que creían en un dios y habían diseñado esas magníficas construcciones.  Esos hombres y mujeres de fe habrán esperado sentir sobrecogimiento, temor, orgullo y tal vez una conexión divina, un agradecimiento de su dios por haber sido objeto de tamaño homenaje.

 

Pensaban en los obreros y artesanos que crearon las infinitas cerámicas incluidas en esos mosaicos. Había quienes eran capaces de ver cada pieza en su belleza particular y otros, que podían ver en la unión de millones de ellas un diseño armónico y bello. Imaginaban los bocetos del diseño original, llenos de líneas y cálculos que permitieran convivir a la armonía con la creatividad y la factibilidad de edificar tanto amor y fe.

 

Recordaba todo esto mientras caminaba hacia el metro. El viaje se le hizo insoportable. Había olvidado sus audífonos que le permitían aislarse de los innumerables cantantes que invadían todo con sus parlantes en cada vagón. Se bajó de dos trenes por si tenía la suerte de encontrar algún vagón sin estridencias. No lo logró.

 

Vio su reflejo en una ventana y por algún efecto de las luces y sombras, se vio en tres edades, la adolescencia, la madurez y siendo un anciano. Siempre en el metro. Sintió que se iba a morir en el metro. Apretado, incómodo, invadido por sonidos desagradables y olores de desconocidos. El peor olor de todos no era el sudor, era el olor de la grasa del pelo. Ese olor penetrante y hasta visible.

 

Hizo un esfuerzo y se cambió de posición, quedó mirando hacia otros pasajeros, los que estaban en el pasillo del medio. Imposible no notar una pareja de dos adultos maduros que reían como chiquillos. Se miraban como si no pudieran contener sus ganas de abrazarse y, como si no hubiera público, se besaban. De vez en cuando él, de vez en cuando ella, miraban alrededor para confirmar que no los estuvieran viendo. Esfuerzo inútil. ¿Cómo no notar a dos que no se comportan como debieran? Esa idea quedó rondando en su cabeza ¿cómo fue que decidieron estos dos hacer algo impropio?

 

Primero consideró un insulto su presencia, mostrar felicidad con tan poco pudor, eso no se hace. Simplemente no se hace. Sentía rabia en realidad. Se sentía atropellado en su tranquilidad. Algo ardía en su interior, pero no iba a bajarse de nuevo. Ya se hacía tarde y había cada vez más gente. Tendría que soportarlos en su disfrute. Los cuerpos de ambos luchaban para no acercarse. Se hablaban al oído y reían. No parecían enterarse del mundo alrededor. - Patético espectáculo- se dijo.

 

Se bajaron al fin. Un alivio.

 

Siguió molesto. Llegó a su estación y en uno de los anuncios del metro vio una fotografía de la mezquita Sultán Ahmed en Turquía. Se detuvo a mirarla. Su corazón comenzó a latir más rápido -otra vez la angustia- pensó. Respiró hondo, tres veces, algo se calmó.

 

En cuanto llegó a su departamento, tomó su notebook y buscó imágenes en Google, había muchas, muchísimas. Antes la había visto en enciclopedias y libros de arquitectura, ahora podía verla desde todos los ángulos, a distintas horas del día, en diferentes estaciones del año. Aparecían además las ofertas de viajes. Tenía dinero ahorrado para cuando fuera más viejo y tuviera que solventar las enfermedades y la mala pensión que recibiría. Cerró el notebook con fuerza. Se tumbó en el sofá, cerró los ojos. No había encendido la radio como era su costumbre. Se escuchaba el ruido de la ciudad, bocinazos, sirenas, gritos, risas. Dormitó un rato.

 

Cuando despertó notó que no se había quitado la chaqueta y rezongó. Recogió los lentes y se ordenó como pudo el pelo.

 

Había tenido una discusión con el director del colegio ese día. Quería llevar a un grupo de alumnos a una exposición y no lo autorizó. Como pocas veces en la vida se había encolerizado, pero fue incapaz de decir algo. El director le había dicho que el arte y la belleza podían apreciarse en libros, en Youtube, en los museos con tours virtuales tal como él que, como profesor, lo había hecho así y muy bien hasta el día de hoy.

 

Nunca había visto los originales de las obras que admiraba. ¿No lo convertía eso en un imbécil?, ¿acaso no era el arte lo único que le quedaba de satisfactorio?

 

Abrió de nuevo el notebook. Revisó su cuenta bancaria, los fondos mutuos para su vejez. Vio las ofertas y recordó a la pareja del metro que se sentía con derecho a incomodar a los otros con su risa y coqueteo. No sintió rabia. Entendió la opción.

 

Compró su pasaje a Turquía. Visitaría la mezquita azul, se quedaría dentro de ella todo lo que quisiera, aunque fuera lo único que hiciera allá. Recorrería cada centímetro por dentro y por fuera y guardaría en su mente ese registro. Qué importaba lo que viniera después.

 

 

 

II Teorías de ti misma

¿Con qué podría retenerte?

Te ofrezco esbeltas calles, puestas de sol desesperadas, la luna de suburbios mal cortados.

Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la luna solitaria.

Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que los vivos han honrado con bronce: al padre de mi padre que murió en la frontera de Buenos Aires con dos balas que atravesaron sus pulmones, barbado y muerto, a quien amortajaron sus soldados con una piel de vaca; a ese bisabuelo, de la línea materna, que comandó, con veinticuatro años, una ofensiva de trescientos hombres en el Perú, ahora sólo fantasmas sobre monturas desleídas.

Te ofrezco, sea cual fuere, la sapiencia que contengan mis libros, y la hombría y el humor que contenga mi vida.

Te ofrezco la lealtad de un hombre que jamás ha sido leal.

Te ofrezco el núcleo duro de mí mismo que he guardado, de algún modo; el corazón central que no comercia con palabras, no trafica con sueños, y no tocan el tiempo ni el placer ni las adversidades.

Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista al atardecer algunos años antes de que nacieras.

Te ofrezco explicaciones de vos misma, teorías de vos misma, auténticas y sorprendentes noticias de vos misma.

Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; intento sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota.

Two English poems

 

 

Hacía poco había afirmado con tanta seguridad que ese texto pertenecía a Gonzalo Rojas que su colega había quedado convencido de que así era. Ninguno de los dos recurrió a la internet para cerciorarse, al llegar a su casa tarde, disfrutando de conducir en el tráfico fluido por la hora olvidó la conversación y su habitual postura de ninja frente a casi cualquier discusión. Se apasionaba por estupideces, como si fuera a perder algo si no tenía razón. Mientras preparaba para sí un tazón enorme de té y un pan con cualquier cosa, escuchaba a Sting y la repetida frase what would a man not do, not say. Puso el trozo del poema en el buscador del PC y resultó que su colega tenía razón, era de Borges. Un hombre solo, aburrido de las noticias de las redes y la Tv, que cumplió su deber en el día y no tiene nada urgente que resolver, suele pensar leseras, generar hipótesis acerca de sí mismo y de encontrar asociaciones que solo existen en una mente evitativa como la suya. Paja mental, inútil. Después de la autocrítica venía la libertad, primero el castigo, luego el consuelo. Una pauta, que, sumada a otras, se iba convirtiendo en un patrón. Un pasatiempo neurótico, rígido, divertido.

¿Cómo se pudo confundir tanto y por un período tan largo? debía haber pasado mucho tiempo huyendo de Rojas y Borges como para llegar a fusionarlos. Y como era tarde, la ducha nocturna, apenas tibia y el ventilador habían refrescado hasta su cerebro, se dejó llevar, recordó a Lacan y su famosa frase “amar es dar lo que no se tiene”, tenía el cartón completo. Solo debía recordar la profecía de la esotérica del grupo de profesores - a ti te toca dar amor no más, nada más, dedícate a eso -. ¡Premio, premio! Un tarro de piña y hasta uno de duraznos en conserva hubiera ganado si esa asociación hubiera sido parte de alguna rifa escolar. Si se dejaba llevar, encontraba más y más versos de canciones y poemas diciendo lo mismo dar, casi como ofrenda religiosa, una virtud que no se tiene: valentía, lealtad, amplitud de la mirada, paciencia y tanto más. Al otro día lo primero que haría al ver a su colega sería disculparse, no tanto por el error, sino por la forma en que había defendido su posición. No era aficionado a culpar a otros de sus errores, en este, tan garrafal para un profe de lenguaje, no tenía cómo, pero ese colega lo irritaba más de lo normal. Lo veía y le daba rabia, desde que volvió de su viaje, saludaba con las manos como Gandhi y decía Namasté en vez de hola, chao, hasta luego. No podía decir que lo prefería como antes, gris, aburrido, mimetizado con el ambiente. A veces le preguntaban si lo había visto y no podía recordarlo – oye, pero si estuvo en la reunión de los martes y presentó unos trabajos de los cabros de primero medio – ahí recordó el momento, de hecho, ese día en particular, se acordaba más de las piernas de la profe reemplazante de química que de lo que expuso su colega. Eso de ser hombre y las piernas de ella, al descubierto con una mini al útero, se le hizo difícil no mirar, si insistía lo iban a acusar de acoso, así es que se esforzaba para concentrarse en el piso de la sala de profesores, con el parquet del año de la pera a mal traer; y peor barrido, lleno de migas de las galletas de la reunión.

Sí, desde que volvió de su viaje, el que antes era opaco, brillaba. Ahora sacaba la voz, opinaba, criticaba, proponía cosas y los alumnos hasta lo encontraban interesante. Ya no andaba con esa chaqueta horrorosa que merecía ascender a calidad de trapero desde su posición de harapo. Ahora usaba unas camisas con cuello Mao, por lo general blancas. Se notaba que las lavaba. ¿de cuándo acá se fijaba en la ropa de la gente? ¿se estaría volviendo gay? Hacía rato que no se sentía excitado por nadie, claro, miraba las piernas de la jovencita de la mini, pero no, era el hábito. Debía ser la edad, la andropausia había escuchado por ahí. Qué tanto, para lo que le servía ser funcional, cada historia un fracaso, mejor que se durmiera el pajarillo, antes su aliado, ahora, un amigo con sueño.

Eso pensaba del Namasté antes del viaje, que era un gallo que vegetaba, que estaba vivo por las deudas que tenía no más, por las obligaciones, en cambio él andaba de galán y le resultaba. Parecía que hubiera pasado un siglo, un milenio.

¿Cómo lo había hecho para pagarse el tremendo viaje? A lo mejor pagó después con los retiros, alcanzó a viajar justo antes de la pandemia. La rajita. Ni que hubiera adivinado lo que se venía después, ese no tiempo, esa parálisis interna que cambió el destino de tantas cosas o lo aceleró o lo enlenteció. El Namasté corre después de las clases, dice que hace talleres de acuarela, sus alumnas son casi todas mujeres, cuarentonas, cincuentonas, en busca de la exploración de sus talentos, eso decía él. Sentía curiosidad por verlo rodeado de personas, antes era un solitario. Una vez lo vio con Magnolia, no podía entender cómo una mujer como ella podía estar con él. Parecía una mariposa atraída por un cardo. Esa relación terminó, seguro fue ella la que se dio cuenta de que las espinas del cardo estaban poco disimuladas, que todos las veían menos ella.

Dejándose llevar, entendía por qué sentía rabia cuando veía a su colega. Releyó el poema de Borges y se reencontró con ese que leía, con el que se fascinó tanto con la poesía, con los libros, buscó el libro El Relámpago de Rojas,

Retrato de mujer

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.

Vértigo.

En la página que abriera encontraba palabras que lo habían obsesionado. ¿Qué había sido de ese tipo, su yo de alguna vez? Rojas tan corporal, Borges tan abstracto. Rojas y las putas, Borges y los dioses. La rabia con el Namasté se convertía en algo más asible, envidia, admiración. El tipo se había atrevido a romper con su trayecto más probable, se arriesgó y se quedó. Se disculparía por discutir tonterías, lo felicitaría por su nueva vida llena de nuevas posibilidades, omitiría la humillación de decir que lo envidiaba, admitirlo era asumir su derrota, la sentía, hasta imaginaba que Namasté lo suponía. Para qué despejar la duda. Dejarse llevar, perseverar en sus propias obsesiones, sin oprimirlas, podía ser por ahora su espacio de libertad interna. Tal vez dejase de soñar, la voluntad y disciplina no resultaron. Buscaría otros caminos.

Sting, For her love

https://youtu.be/vtBtNV1ktGE

 

Jorge Luis Borges, Two English poems

https://borgestodoelanio.blogspot.com/2014/08/jorge-luis-borges-two-english-poems.html

 

III Magnolia

Dicen que ahora se parece más al hombre que yo veía en él, un tipo culto, interesante, con cuento. Me enteré de la discusión que tuvo con el director del colegio donde trabajaba. Nunca lo oyeron reclamar, solo el portazo al salir de la oficina del jefe.

Cuando me pidió un tiempo porque decía que no tenía nada para ofrecerme, renuncié a todo, al trabajo primero. No fue capaz de decirme que esa pausa, ese tiempo del que hablaba era para siempre, me bastó una mirada de menos de un segundo para saber que me estaba dejando. No iba a soportar verlo y no hablarle, me hubiera sido más difícil recuperar el equilibrio, luego dejé de hacer clases y ahora me dedico al corretaje de propiedades, una pega apropiada para alguien de mi edad, casi cincuenta y con características de buena vendedora.  Gano más que como profe, he conocido gente con la que podría viajar, solo que ya no quiero ir a ningún lado. También renuncié a eso, a los viajes y a las fantasías que implican. La pandemia ayudó.

Nada que ofrecer, como si yo le hubiera pedido algo, solo quería estar con él. Se imaginó que me quiso, me siguió el juego de una vida fantasiosa juntos, pero se resignó rápido a lo que estaba acostumbrado y lo hacía feliz o cómodo o lo que fuera mejor que hacer lo necesario para estar conmigo. Era mucho esfuerzo pasar buenos momentos conmigo, mucha imaginación la mía, mucha intensidad. Dicen que ser intensa está mal, es sinónimo de locura, de mujer tóxica. Puede ser, qué importa.

Mientras yo trataba de parecer entera y responder al estereotipo de mujer moderna, fuerte, experimentada, resiliente, capaz de todo, supe que fue a los lugares que imaginábamos recorrer juntos. Ahora me parece que solo lo imaginé yo, él se pensaba a sí mismo, sin mí. En mi obsesión, me daba por creer que se acordaba de mí en esos lugares, que quería que estuviera allá. Tan ridícula que puede llegar a ser una cuando quiere. Y claro que lo quise, no tiene idea de cuanto lo quise. En la escala de Mercalli, el terremoto fue de magnitud 9, pero muy subterráneo, en la superficie seguí siendo la Magnolia que todos conocen, no sé para qué, puede ser porque no sé aparecer de otra forma en el mundo. ¿No dejamos todos a nuestra sombra sumergirse en los sueños y al despertar nos metemos en el personaje que hemos construido y que creemos ser?

Dicen que el viaje lo cambió y que a la vuelta tuvo que trabajar tanto para pagar su excentricidad que no se veía triste ni de cerca. Al revés, parecía estar aliviado, nadie entendía, yo sí. Estaba aturdido, como quien despierta de una pesadilla, como quien sale del hospital. Me decía que yo le provocaba angustia. Como me he especializado en falta de coordinación con la vida, y todo ocurre en la mente de una, yo sentía que él me calmaba, que su pecho era mi refugio, mi hogar.

Hasta que me dijo que cerrara por fuera y volví a mi eje habitual. No tan de inmediato, pero así parecía. Y lo que parece es lo que es, si la imagen lo es todo o dice más que mil palabras, debo ser eso, lo que los demás ven.

Me he vuelto más silenciosa, todo lo que puedo. Y dicen que menos soberbia, más compasiva, una de las palabras de moda de las mujeres que conozco, junto con proceso, elaboración, perspectiva, distancia, vínculo. Al fin ya no hablan de decretos, visualizaciones o resoluciones. Cada vez más disfruto de los momentos de soledad absoluta. Supongo que algo de cierto tiene el impacto del encuentro con otro, ese otro. La estructura interna se modifica, aunque en mi caso haya significado la profundización de un descreimiento frente a casi todo.

Hace poco supe de él, está bien, sigue trabajando en el mismo colegio donde nos conocimos, el director ahora lo deja hacer clases de arte de un modo menos convencional, se lleva a los chiquillos al aire libre y les muestra conceptos como armonía, composición, color, espacio público. Les prepara visitas a museos famoso de Europa escogiendo los links interactivos que circulaban como cadenas por los WhatsApp en lo peor de la pandemia. Por lo general no me libro de sus noticias porque la gente es así, les gusta ver las reacciones de los ex para tener algo de qué hablar, por si la conversación se pone más sabrosa.

Debo quererlo mucho aun porque me alegré de que al fin se atreviera a ser quien es y a ser feliz, aunque ese estado no me incluyera en ningún aspecto. ¿A cuánto puede llegar la intensidad? Hasta la estupidez pues.

¿Qué le dirán de mí? Puedo adivinarlo, tampoco se libra de que le pregunten. Los más osados se atreven a interrogarme sobre si tengo pareja, les respondo con otra pregunta.

-       ¿Qué crees tú, alguien como yo puede estar sola?

Por lo general recibo sonrisas cómplices de vuelta, hasta carcajadas, en donde dan por hecho de que estoy con alguien.

-       Obvio que no, ¡jajaja!

-       ¡Obvio que no! respondo yo riéndome de nuevo.

Para mis adentros me encojo de hombros y los dejo con sus prejuicios.

Vengo llegando de mostrar un departamento del barrio Parque Forestal, lo han bajado tres veces de precio y no pasa nada. Un ventanal que antes ofrecía una vista panorámica al parque y al museo ahora tiene en frente decadencia y basurales. –  La historia nos alcanza – escuché decir a un potencial comprador, – pero no quiero que me pille tan rápido agregó. Me agradeció la muestra y se fue junto a su esposa que no dejaba de mirar todo con expresión de asco matinal. Si logro vender ese departamento me convenceré de que soy buena en lo que hago.

Mis hijas no están, ya no dependen de mí salen y entran cuando quieren y pueden, solo que no dejan de enjuiciarme y créame, no hay peores e implacables jueces que los hijos. Esa es otra historia.

Cuando voy a mostrar el departamento del parque, una vez a la semana al menos, aprovecho de revisar las ofertas de otros por el centro, a veces simulo que soy una potencial clienta para estudiar las estrategias de otros que se dedican a lo mismo que yo, tomo metro o una micro y me acuerdo de un señor que se dedicó a escuchar una conversación telefónica mía. Lo vi de nuevo en la tarde, el patudo me preguntó – ¿lo extraña?

Podría haberme quedado callada, responder una grosería o con un elegante silencio o nada, pero no me contuve y desde el fondo de mi pecho, respondí con un sí casi gutural, denso, ahogado. Me subí a la micro de vuelta, encontré un asiento junto a la ventana y cuando el sentimentalismo comenzaba a tomar su habitual lugar lo suprimí revisando Twitter, nada mejor para reemplazar cualquier emoción blandengue con la risa y la rabia que provoca esa red social, brújula y oráculo de cualquier figura de poder ficticio o real por estos días.

Mahler, Adaggieto Symphony

https://youtu.be/Les39aIKbzE

 

 

III La dirección

 

Al director no le hizo ninguna gracia que Magnolia renunciara a su cargo de profesora de historia en el colegio, era buena profesora, los chiquillos la querían y la respetaban, además ocupaba toda clase de estrategias para entretener a la cabrería y hacer la competencia a los teléfonos y pantallas de distinto tamaño. Y que hubiera renunciado para no estar cerca del profesor de arte era el colmo de los colmos. Maldecía la hora en que los puso a trabajar juntos en la revisión de períodos históricos integrados en todos los ramos, fue idea de ella por supuesto. Quién iba a decir que era para estar al lado de ese tipo. Formaron un grupo con el profesor de lenguaje y la encargada de UTP que se devanó los sesos para coordinar los programas de cada asignatura. Claro, las cosas andaban bien en el período previo al romance y al inicio.

¿Hay alguien que no saque lo mejor de sí mismo cuando se siente atraído por otra persona?

Los apoderados estaban felices con la idea, hasta ellos aprendieron de historia universal, lograban relacionar lo que estaba pasando en Asia, Europa, África y América del Sur, el desarrollo de la literatura, el tipo de pinturas y esculturas de los pueblos originarios, las construcciones y hasta los profesores de ciencias pelearon por meterse ahí y trabajar ángulos, mecánica de fluidos por los canales romanos y los regadíos de los mayas y los incas.

Hacía tiempo que no veía al personal tan entusiasmado con el trabajo, parecían adolescentes entretenidos en un juego y toda la comunidad escolar hervía de entusiasmo, surgían muchas ideas para aprovechar todas las oportunidades para aprender. La semana del aniversario del colegio coincidió con el renacimiento y la idea era que cada curso se vestiría y reflejaría la época desde lo que estaba ocurriendo en una cultura particular.

Y todo porque Magnolia se encaprichó con el profesor de arte. Ella decía que se le había ocurrido hacía tiempo, pero pensó que nadie más se iba a motivar. Todos los días las conversaciones giraban en torno a las quejas acerca del sistema, de los cabros de ahora, de lo pencas que son los apoderados, el país se estaba yendo al carajo e innumerables miradas apocalípticas de las capacidades de los demás, nunca de sí mismos. Le parecía demasiado naïve plantear ideas que implicarían más trabajo y mucha coordinación entre todos, pero un día coincidió en un café con el profe de arte, el más callado y calmado del grupo, pero según ella, con los ojos más expresivos y profundos que recordaba. Eso decía Eugenia, la UTP, que llevaba y traía chismes al director.

-       ¿En serio, dijo que le gustaban sus ojos?

-       Y mucho más, su cara de guerrero cansado, de tipo dulce y sensible que se disfrazaba de indiferente ante los demás. Ahí va a pasar algo, espérese no más.

Cuando Eugenia salió de la oficina experimentó una rabia que superaba con creces lo sabroso de la copucha. Al mismo tiempo intuyó que detrás de los colores de Magnolia había una clase de sombra que ella desconocía por completo. Se puso de pie para mirar hacia el patio del colegio a través del ventanal de su oficina. Le quedaban tres años para el retiro y solo quería que ese período transcurriera en paz. Ahí estaba la explicación de su rabia, Magnolia y el profesor de arte serían un problema. Miró su reloj, porque él usaba reloj y no el teléfono para ver la hora y se dio cuenta que estaba atrasado para la inspección de las dependencias del establecimiento.

Se rio de sí mismo porque usaba la jerga de su labor para casi todo, era parte de su identidad a esas alturas. Cómo no si llevaba toda la vida dentro de un colegio.

No podía dejar de pensar en la absurda atracción de Magnolia por el profesor de arte. ¿Qué le verá? Ese cuento de los ojos, - ¡andá-. Caminó casi sin percibir ese instante entre los pasillos, mirando hacia las salas por si había más desorden que el de costumbre, se paseaba con las manos tomadas detrás de su espalda para conservar una postura de autoridad y a propósito fruncía el ceño con el mismo fin. Se daba cuenta de que solo los más chicos ponía expresión de miedo al verlo, los de media a lo más bajaban un poco el volumen de los gritos y en cuanto pasaba, sabía que se burlaban de él. Una vez cometió el error de voltearse y mirar lo que hacían, quedó descolocado y no supo como reaccionar frente a las burlas infantiles de los alumnos. Sonrió algo nervioso y siguió su camino, en otros tiempos los hubiera subido y bajado, hubiera llamado a los apoderados, los hubiera sermoneado por no saber disciplinar a sus hijos y hubiera hecho gala de su lenguaje insultante – pusilánimes, intrigantes, conformistas - y mucho más para luego terminar con sus palabras preferidas - ¡mediocres, manga de mediocres ganapanes! Jamás se desgastó enfrentándose a los alumnos, iba directo a la solución, los padres, hasta que advirtió que de solución pasaron a ser el problema. Venir a burlarse de su leve cojera caminando como orangutanes, descerebrados, son un insulto a la especie estos pendejos de mierda, pero debía callarse, ahora lo demandarían, subirían algún video a las redes y su tragedia sería un meme para hacer reír a otros monos como ellos.

Cuando se vio impotente frente a los padres, cuando estos dejaron de encontrarle razón y comenzaron a defender a sus hijos no importaba la barbaridad cometida se dio cuenta de que no quería seguir ahí, pero no podía irse antes de la edad oficial para el retiro. Todavía estaba pagando la universidad del menor de sus hijos que, siguiendo los consejos de su madre, estaba cursando un magíster. Se parecía a Condorito en la cárcel rayando el calendario para ir en la cuenta regresiva de su retiro.

Sí, el programa integrado de historia y todas las demás asignaturas había sido un éxito, pero la parejita estrella duró poco. El director no podía creer cuando Magnolia llegó con su carta de renuncia firmada ante notario. Recurrió a todo para convencerla de quedarse y nada. Había estado vaciando su estante de a poco, ya tenía otro trabajo y no cambió la expresión de su cara ni por un segundo. No recordaba haberla visto así.

En cambio, el profesor de arte seguía allí, como siempre, inescrutable. Todos parecían extrañar a Magnolia, menos él. Siguió como si nada. Cuando la mencionaban guardaba religioso silencio y solo sus alumnos más cercanos lo seguían estimando. Eugenia no tenía explicación ni sospechas acerca de lo que había pasado y eso era mucho decir. Comenzaron a llegar correos de reclamos por la ausencia de la profesora de historia y el exitoso programa del semestre anterior. Hasta tuvo que mostrar el documento de renuncia al centro de padres para que le creyeran que no la había despedido él.

Lo único que quería era un último tiempo en el colegio olvidable, pero no. Sabía que tenía que soportar un par de meses y Magnolia sería un recuerdo lejano en la mente de los adolescentes. El tiempo es una dimensión inexistente para los jóvenes o al menos de una extensión casi infinita, para los viejos es la constatación de la propia fragilidad y de la pronta fecha de expiración.

Acababa de leer otro correo responsabilizándolo por la renuncia de Magnolia, por la falta de incentivos para los buenos profesores en el colegio. Cerró con fuerza un cajón de su escritorio después de encontrar su pelota para el estrés. En ese instante pide autorización para entrar el profesor de arte, el asunto a tratar era la solicitud de apoyo para salir con los alumnos fuera del colegio con el objetivo de aprender a observar y describir el espacio público.

Ahora que lo pensaba, se dejó llevar por el enojo y no apoyó la idea, aprovechó de denostar las capacidades de profesor, en ningún momento mencionó a Magnolia, peor, ambos sabían que se trataba de ella, de su ausencia más bien y al mismo tiempo, que mencionarla solo traería más problemas.

Como siempre, el profesor no se defendió, lo único que hizo fue dar un portazo como nunca antes y se fue directo al metro.

 

El profesor de arte

Yo soy el protagonista de esta historia y me revelo a un final porque la vida sigue hasta el último latido. Si quiere, usted imagine lo que quiera, piense en un final feliz, con moraleja y todo, agarre las citas que más recuerde de sus autores favoritos y piense que ahora estoy más preparado para estar con la magnífica Magnolia, que ahora soy un tipo con variados temas de conversación, que entiende su sensibilidad y sus gustos disímiles. Recree en su mente a una mujer que renunció a todo lo que le recordara a mí, se rodeó de promesas hechas a sí misma, anclada en su orgullo y aparente fortaleza, para luego estar dispuesta a encontrarse conmigo y perdonar mis torpezas con ella. Despeje el contexto, ponga escenas en donde yo hago un par de pases mágicos y pronuncio las palabras exactas que operan para ella como esos oráculos de las puertas mágicas. Yo crezco para ella y ella flexibiliza sus exigencias conmigo, llegamos a un acuerdo y podemos ser felices en modos que nos acomodan a los dos. Puede situar la escena en el colegio: el director la va a buscar porque las cosas eran mejores con su energía casi desesperante, ella acepta ir a una entrevista con él. Ambos me ven cuando caminan por el pasillo que va desde la entrada principal a la oficina de ese sujeto, Magnolia me ve, yo levanto la mirada y tal como me lo había dicho en mis ratos de máxima soledad y nostalgia, si veía un leve brillo en sus ojos me la jugaría toda por ella, intento sonreír, pero no me sale, entonces el director dice.

-       Mire profesor, tenemos una agradable visita por aquí.

Ella me tendería la mano para un saludo formal y yo la acaricio y le digo

-       Nada me da más gusto que verte Magnolia.

En lugar de mirarme con la furia que creo siente por mí, me sonríe con benevolencia y un dejo de tristeza que solo yo puedo percibir. La espero a la salida de su reunión con el director, ella acepta mi invitación a un largo café, conversamos hasta el anochecer y le digo que ahora sí creo que puedo estar con ella porque soy libre de mis jaulas internas. Ella entendería ese código, me abrazaría y me diría que está dispuesta a intentarlo de nuevo.

Mi colega de lenguaje aparecería en escena secundaria esperando a alguien en el mismo café, en plan de seducción con una mujer estupenda que conoció en un sitio de citas por internet, se le ve risueño y encima de la mesa tiene el libro Del Relámpago de Gonzalo Rojas, con algunos marcalibros entre las hojas. El director puede aparecer en la escena final, junto a Eugenia, satisfecho de haber propiciado un encuentro y con la tranquilidad de que podría esperar su retiro en paz.

Bden Mazué y Pomme, J´attends

https://youtu.be/Jz6GoGKyQVM

 

Si le parece demasiado parecida a una película navideña gringa en donde todo se ordena a más tardar en la mañana del 25 de diciembre, puede imaginar un final pesimista o realista diría la autora de mi historia.

Un final en donde la vida siguió tal como era obvio que siguiera, cada uno por su lado, cada cual, Magnolia y yo, con muchas preguntas que ninguno formulará y cuya respuesta parecería obvia a cualquier persona mayor de 25 años. Tal vez mi colega de lenguaje intentaría algo con ella, siempre le tuvo ganas y ella, liviana y vengativa, lo aceptaría solo para hacerme enojar. Objetivo logrado diría el director, viejo de mierda, siempre me culpó porque no pudo seguir con el programa de historia integrada que diseñó Magnolia. Mil veces me pasé el rollo de que sentía por ella algo más que respeto profesional, solo que no se atrevía ni a pensarlo y menos a confesarlo porque era demasiado para él.

La tristeza nos abandonaría como a todos, de a poco, a mí me duraría más porque soy así, opaco. Ella se recuperaría antes y tendría un nuevo amante en un plazo menor. Yo, una vez que lograra ordenar mis cuentas podría entretenerme con alguna de las alumnas del taller de exploración de talentos. No a pocas mujeres les vuelve ese deseo adolescente de seducir a su profesor y ahí estaré yo, disponible para aventuras sin importancia, pero distractoras. La intensidad de Magnolia me resultaba agotadora, como un perfume que solo se puede disfrutar a cierta distancia porque de cerca puede llegar a ser abrumador y provocar jaqueca.

Un final lógico y por lo mismo, desilusionante, no tanto como el de Lost o Juego de Tronos, porque para una decepción de tal magnitud la historia debería generar grandes expectativas y este no es el caso.

 

Phil Collins, Why can´t we wait till the morning

https://youtu.be/OP_h_lZqd-Q

 

O usted, más perspicaz tal vez, podría centrar el final en ella, en su huida después de advertir que solo ella vivía un romance y yo permanecía en mi vida cómoda, pacífica y no quería seguirle los pasos como ella se imaginó. Que haya viajado donde ella quería ir conmigo, fue porque me enojé con ese viejo del director, sé que le exaspera, más que a mi colega de lenguaje, que ahora vea la vida con más amplitud y que no haya hecho nada por recuperar a Magnolia. La conozco, no es la que todos ven, ni de cerca.

El viaje, claro que recuerdo el viaje y cómo mi desesperación en el metro, la discusión con el director y algo más me tenían mal. Quería escapar, salir, irme, ser otro. Magnolia no tuvo nada que ver, ella es más pragmática y calculadora de lo que parece. Está bien, era cosa de tiempo que ella en vez de mí terminara con ese juego insano entre el eterno loser y la diva.

El viaje me hizo bien, y si tiene curiosidad, sí, me acordaba de ella mientras miraba esos otros planetas, quería saber que estaba bien, que no me iba a provocar problemas. Me tranquilicé cuando supe que había renunciado. Fue lo mejor para los dos.

 

Philip AAberg , Diva, Sentimental walk

https://youtu.be/usKZctf735Q


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...