I
El inicio de los síntomas.
Contra
todos los obstáculos, igual que una canción de Phil Collins que su madre escuchaba
demasiadas veces mientras trabajaba frente al computador, logró llegar a
tiempo. Había unos cabros chicos de los liceos del centro en el metro y tuvo
que tomar un bus que se demoraba más en el mismo recorrido. Había sido
precavida, salió temprano, exagerada como siempre. – Es que hoy no tengo margen
de error – le había dicho a su hermana mayor al despedirse. Odiaba llegar
agitada a cualquier parte, prefería caminar lento, controlar su respiración y,
tal como si estuviera filmando una película, llegar y sentarse en forma suave y
delicada. Rara vez lo conseguía.
¿Había
llegado a su límite? A esa sensación inefable la había definido para sí misma
como, – hasta que aguante – ¿qué cosa? La ambigüedad, la propia imaginación.
A los treinta ya no debiera tener esas dudas tan infantiles. A veces se miraba
al espejo y no lograba dar con su rostro, veía a una niña asustada por algo que
nadie más percibía y luego a otra capaz de correr por todo el patio de la
escuela sin que nadie pudiera alcanzarla. Esta vez, en el café, con él, quería
ser la que corría riendo y confiada, solo que tenía la certeza de que la cara
más visible era la asustadiza.
Estaba
cómoda, casi risueña, casi como se sentía antes de la pandemia, en ese entonces
había encontrado trabajo y su objetivo era ir a alguna parte de vacaciones con
su hermana menor, luego vino el encierro, el encierro y más encierro y las
peleas por el notebook de la casa se convirtieron en una tortura para todas.
Los ahorros los gastó en dos aparatos, uno para ella y otro para su mamá que trabajaba
en un call center haciendo llamadas desde el computador y unos audífonos
con micrófono incorporado. El trabajo que tenía ahora era un poco mejor,
tardaría menos en volver a juntar la cantidad necesaria para irse, al fin, a
alguna parte. No definía el destino por superstición personal.
Le
gustaba su vestido negro, escotado, pero no tanto y a la rodilla para no
parecer vulgar. Si fuera al menos de una mejor tela que la lycra, pero qué se le
iba a hacer. Ya estaba sentado cuando ella llegó, no la vio. Ella se acercó
sonriente, sonreía sin ningún motivo, porque así se hace, −hay que ser
agradable y dulce, todo lo que se pueda al menos−. Ese era el mantra de su
madre y de la abuela y las tías y las vecinas.
Algo
raro fue sucediendo, de su boca salían solo temas ajenos, impersonales, notó a su
interlocutor cansado, aburrido tal vez, de ella, de sus tonterías de treintona
infantil, sin historias propias y muchas ajenas. Las frases de autoayuda que se
sabía de memoria se fueron desdibujando de su conciencia y si comenzaba a
pensar en una, de inmediato las palabras parecían convertirse en humo, parecido
a cuando se queman papeles en un cenicero. Lo único que recordaba era hasta
que aguante, pero no halló la forma de decirlo. Su voz se fue apagando
junto con el estrechamiento de su garganta.
La
imagen de quien tenía al frente se fue envolviendo en una especie de bruma y
¿se estaría volviendo loca? En algunos instantes, mientras seguía asistiendo y
haciendo como que oía, lo veía en otra parte. Maldita doble conciencia, se
observaba a sí misma y era una maqueta rígida que remedaba a una presencia ¿y
él? Lo mismo tal vez, no tenía modo de saber.
Podría
preguntar, pero la incertidumbre en ocasiones, como en esta, era lo que posibilitaba
y fortalecía la porfía.
Siguió
sonriendo y siendo todo lo amable y dulce que podía, de algo que sirviera la
férrea disciplina de una familia de mujeres fuertes y solitarias. Ese dolor de
garganta que comenzaba a sentir no tendría importancia, debía tratarse de esa
eterna carraspera que la salvaba de decir cosas inapropiadas, fuera de lugar.
Cuando
se despidieron, el momento más incómodo para ella, inhaló profundo y la tos
hizo el resto del trabajo para no poder hablar más.
II
Fase aguda
¿Cuántos
días habían pasado? Tuvo que mirar la agenda del teléfono. Las dificultades para
respirar la habían tenido casi inmóvil en su cama dos días y los cuadros
respiratorios son melancólicos han dicho desde siempre. ¿La melancolía es
primero o al revés?
Al
menos esta vez ese estado de somnolencia había sido diferente, tal vez eran
esos solos de guitarra puestos en repetición que, junto con los medicamentos,
un tanto alteradores de la conciencia, se sentían como una droga agradable: el
pensamiento en asociación libre, las imágenes y emociones contenidas y disimuladas
sin mucho éxito, se desbordaban de los habituales controles. Escenas imaginadas
junto a otras dibujadas como tatuajes en alguna parte de los archivos
personales; quizás era la memoria en video que solía visitar en las noches de insomnio
o que la visitaban a ella. Porque la fantasía da para todo y a veces tenía la
convicción de que no era solo ella la que estaba atrapada en un juego infinito.
En estado de vigila se auto convencía del wishful thinking y de la
imposibilidad de salir de sí misma para entrar en la lógica de otro. La
guitarra eléctrica parecía infundirle valor y dejar de lado, un rato al menos,
ese miedo soterrado a pasar por lo mismo de nuevo. La compulsión a la
repetición decía un cartelito de Instagram. ¿Qué importa nada, podía ser peor
que estar atrapada en un túnel sin salida a la vista?
Podía
dejarse llevar por sueños distintos a quedarse quieta y dejar que la sobrevida
fuera una ruta sin sobresaltos. Debía ser el abismo y la magnética atracción
que ejerce sobre quienes tienen vértigo. Los sueños con paracaídas y
parapentes, motocicletas y bajadas en cualquier cosa con la sensación de caída
libre era entonces una especie de visita al infierno de sí misma y el reconocimiento
de la permanencia delirante de los deseos de querer destruir los vestigios de
ataduras, dejar atrás tanta complejidad y, casi como un trámite emocional
pendiente, finalizar las historias inconclusas de una vez para correr luego a
perderse y empezar de cero. La adolescencia revisitada una y otra vez.
La
música, la música. Esa guitarra no tenía nada que ver con la calma y la
contención de las melodías de piano que escuchaba a diario seguramente para
anestesiar el lado insano. Su grupo activista del feminismo la expulsaría de
inmediato, pero ahora con esa guitarra sonando, esa idea le provocaba una risa
incontenible.
La
música, esa música la hacía pensarse bailando hasta caer de cansancio y deshidratación.
Sería la garganta seca que provoca una gripe. Se sentía visitando dos mundos
hacía mucho rato, no el de los muertos y los vivos, sino los de ella, lo que se
ve, lo que no se ve, lo que cree de sí misma, los personajes que juega a ser.
Bailando, no existe el verbo y eso la acercaba a las ganas de dejar de lado las
convenciones porque el infierno era el estado de contradicción interna en el que
estaba
III
Epílogo
Ahora
solo quedaba el ahogo con intervalos más largos cada día en que se sentía, como
dicen los deportistas, al 100%. Estaba de vuelta. Ordenó la agenda, podía
llenar todos los espacios para no sentir que escapaba del deber y el estigma de
su generación: los cristalitos y toda esa monserga tan desagradable. Escuchó de
nuevo la melodía de esos días, ya no oía solo las guitarras, había una batería
descollante y un piano también, se explicó los desvaríos por la asociación de
escenas de películas, el cerebro puede ser jugar a engañarse a sí mismo. La
letra contribuía a la creación de imágenes de una historia improbable para sus
hábitos.
Haría
una modificación de los plazos y ajustes en la planificación general. El
momento histórico nacional y mundial no permitía muchas certezas tampoco.
Quería retomar la carrera que dejó a la mitad porque no se ajustó al formato on
line y se había entusiasmado con el trabajo porque rara vez había podido
alcanzar el estado de bienestar que da la independencia económica. Tenía un
listado de lugares y experiencias que quería lograr. En eso dependía de ella
misma. Los desvaríos requerían de otro y ella seguiría expectante.
Se
estiró el lunes en la mañana y se dispuso a continuar con su carta Gantt personal
que jamás de los jamases había logrado cumplir, será a los cuarenta años quizás.
Todo
muy lógico.
Dire Straits, Tunnel of Love