domingo, 2 de octubre de 2022

Guitarras, gripe y sus derivas

 


I El inicio de los síntomas.

Contra todos los obstáculos, igual que una canción de Phil Collins que su madre escuchaba demasiadas veces mientras trabajaba frente al computador, logró llegar a tiempo. Había unos cabros chicos de los liceos del centro en el metro y tuvo que tomar un bus que se demoraba más en el mismo recorrido. Había sido precavida, salió temprano, exagerada como siempre. – Es que hoy no tengo margen de error – le había dicho a su hermana mayor al despedirse. Odiaba llegar agitada a cualquier parte, prefería caminar lento, controlar su respiración y, tal como si estuviera filmando una película, llegar y sentarse en forma suave y delicada. Rara vez lo conseguía.

¿Había llegado a su límite? A esa sensación inefable la había definido para sí misma como, – hasta que aguante – ¿qué cosa? La ambigüedad, la propia imaginación. A los treinta ya no debiera tener esas dudas tan infantiles. A veces se miraba al espejo y no lograba dar con su rostro, veía a una niña asustada por algo que nadie más percibía y luego a otra capaz de correr por todo el patio de la escuela sin que nadie pudiera alcanzarla. Esta vez, en el café, con él, quería ser la que corría riendo y confiada, solo que tenía la certeza de que la cara más visible era la asustadiza.

Estaba cómoda, casi risueña, casi como se sentía antes de la pandemia, en ese entonces había encontrado trabajo y su objetivo era ir a alguna parte de vacaciones con su hermana menor, luego vino el encierro, el encierro y más encierro y las peleas por el notebook de la casa se convirtieron en una tortura para todas. Los ahorros los gastó en dos aparatos, uno para ella y otro para su mamá que trabajaba en un call center haciendo llamadas desde el computador y unos audífonos con micrófono incorporado. El trabajo que tenía ahora era un poco mejor, tardaría menos en volver a juntar la cantidad necesaria para irse, al fin, a alguna parte. No definía el destino por superstición personal.

Le gustaba su vestido negro, escotado, pero no tanto y a la rodilla para no parecer vulgar. Si fuera al menos de una mejor tela que la lycra, pero qué se le iba a hacer. Ya estaba sentado cuando ella llegó, no la vio. Ella se acercó sonriente, sonreía sin ningún motivo, porque así se hace, −hay que ser agradable y dulce, todo lo que se pueda al menos−. Ese era el mantra de su madre y de la abuela y las tías y las vecinas.

Algo raro fue sucediendo, de su boca salían solo temas ajenos, impersonales, notó a su interlocutor cansado, aburrido tal vez, de ella, de sus tonterías de treintona infantil, sin historias propias y muchas ajenas. Las frases de autoayuda que se sabía de memoria se fueron desdibujando de su conciencia y si comenzaba a pensar en una, de inmediato las palabras parecían convertirse en humo, parecido a cuando se queman papeles en un cenicero. Lo único que recordaba era hasta que aguante, pero no halló la forma de decirlo. Su voz se fue apagando junto con el estrechamiento de su garganta.

La imagen de quien tenía al frente se fue envolviendo en una especie de bruma y ¿se estaría volviendo loca? En algunos instantes, mientras seguía asistiendo y haciendo como que oía, lo veía en otra parte. Maldita doble conciencia, se observaba a sí misma y era una maqueta rígida que remedaba a una presencia ¿y él? Lo mismo tal vez, no tenía modo de saber.

Podría preguntar, pero la incertidumbre en ocasiones, como en esta, era lo que posibilitaba y fortalecía la porfía.

Siguió sonriendo y siendo todo lo amable y dulce que podía, de algo que sirviera la férrea disciplina de una familia de mujeres fuertes y solitarias. Ese dolor de garganta que comenzaba a sentir no tendría importancia, debía tratarse de esa eterna carraspera que la salvaba de decir cosas inapropiadas, fuera de lugar.

Cuando se despidieron, el momento más incómodo para ella, inhaló profundo y la tos hizo el resto del trabajo para no poder hablar más.

 

II Fase aguda

¿Cuántos días habían pasado? Tuvo que mirar la agenda del teléfono. Las dificultades para respirar la habían tenido casi inmóvil en su cama dos días y los cuadros respiratorios son melancólicos han dicho desde siempre. ¿La melancolía es primero o al revés?

Al menos esta vez ese estado de somnolencia había sido diferente, tal vez eran esos solos de guitarra puestos en repetición que, junto con los medicamentos, un tanto alteradores de la conciencia, se sentían como una droga agradable: el pensamiento en asociación libre, las imágenes y emociones contenidas y disimuladas sin mucho éxito, se desbordaban de los habituales controles. Escenas imaginadas junto a otras dibujadas como tatuajes en alguna parte de los archivos personales; quizás era la memoria en video que solía visitar en las noches de insomnio o que la visitaban a ella. Porque la fantasía da para todo y a veces tenía la convicción de que no era solo ella la que estaba atrapada en un juego infinito. En estado de vigila se auto convencía del wishful thinking y de la imposibilidad de salir de sí misma para entrar en la lógica de otro. La guitarra eléctrica parecía infundirle valor y dejar de lado, un rato al menos, ese miedo soterrado a pasar por lo mismo de nuevo. La compulsión a la repetición decía un cartelito de Instagram. ¿Qué importa nada, podía ser peor que estar atrapada en un túnel sin salida a la vista?

Podía dejarse llevar por sueños distintos a quedarse quieta y dejar que la sobrevida fuera una ruta sin sobresaltos. Debía ser el abismo y la magnética atracción que ejerce sobre quienes tienen vértigo. Los sueños con paracaídas y parapentes, motocicletas y bajadas en cualquier cosa con la sensación de caída libre era entonces una especie de visita al infierno de sí misma y el reconocimiento de la permanencia delirante de los deseos de querer destruir los vestigios de ataduras, dejar atrás tanta complejidad y, casi como un trámite emocional pendiente, finalizar las historias inconclusas de una vez para correr luego a perderse y empezar de cero. La adolescencia revisitada una y otra vez.

La música, la música. Esa guitarra no tenía nada que ver con la calma y la contención de las melodías de piano que escuchaba a diario seguramente para anestesiar el lado insano. Su grupo activista del feminismo la expulsaría de inmediato, pero ahora con esa guitarra sonando, esa idea le provocaba una risa incontenible.

La música, esa música la hacía pensarse bailando hasta caer de cansancio y deshidratación. Sería la garganta seca que provoca una gripe. Se sentía visitando dos mundos hacía mucho rato, no el de los muertos y los vivos, sino los de ella, lo que se ve, lo que no se ve, lo que cree de sí misma, los personajes que juega a ser. Bailando, no existe el verbo y eso la acercaba a las ganas de dejar de lado las convenciones porque el infierno era el estado de contradicción interna en el que estaba

III Epílogo

Ahora solo quedaba el ahogo con intervalos más largos cada día en que se sentía, como dicen los deportistas, al 100%. Estaba de vuelta. Ordenó la agenda, podía llenar todos los espacios para no sentir que escapaba del deber y el estigma de su generación: los cristalitos y toda esa monserga tan desagradable. Escuchó de nuevo la melodía de esos días, ya no oía solo las guitarras, había una batería descollante y un piano también, se explicó los desvaríos por la asociación de escenas de películas, el cerebro puede ser jugar a engañarse a sí mismo. La letra contribuía a la creación de imágenes de una historia improbable para sus hábitos.

Haría una modificación de los plazos y ajustes en la planificación general. El momento histórico nacional y mundial no permitía muchas certezas tampoco. Quería retomar la carrera que dejó a la mitad porque no se ajustó al formato on line y se había entusiasmado con el trabajo porque rara vez había podido alcanzar el estado de bienestar que da la independencia económica. Tenía un listado de lugares y experiencias que quería lograr. En eso dependía de ella misma. Los desvaríos requerían de otro y ella seguiría expectante.

Se estiró el lunes en la mañana y se dispuso a continuar con su carta Gantt personal que jamás de los jamases había logrado cumplir, será a los cuarenta años quizás.

Todo muy lógico.



Dire Straits, Tunnel of Love

https://youtu.be/tFOa4AZSr1A

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