Recordé
a ese chofer de colectivo, gordo y maloliente. A veces el cerebro se equivoca
al mantener archivos sin importancia en la carpeta de recuerdos vívidos. Trató
mal a una pasajera que lo hizo andar un par de cuadras demás. Salí en su
defensa − ¡oiga! más respeto, ¡está embarazada! – Es lo único que saben hacer –
respondió el infeliz. Al instante se sumó un pasajero a mi reclamo gritándole que era un maleducado. A esas alturas pedí bajarme y caminar lo que me faltaba. La
embarazada se dirigía hacia el semáforo y lloraba sin consuelo. Alcancé a ver
que se sentó en un paradero, pero no me sentí capaz de acompañarla. Dicen que durante
el embarazo la sensibilidad y la facilidad del llanto son una defensa biológica
contra las agresiones de los compañeros de la manada, no sé si aplica a esta
época ese método adaptativo.
Son
tiempos complicados para todos, para los que hablan y para los que callan.
Acomodé
mi celular debajo del abrigo, cerré bien la cartera y con las manos en los bolsillos
me dispuse a caminar las doce o quince cuadras que faltaban para llegar a mi destino.
No tenía apuro. Tal vez esa falta de prisa es lo único que me conecta con esa
experiencia del taxi colectivo y la embarazada y seguirá siendo un misterio la
razón que encontró mi memoria para no olvidar a ese chofer de actitud
miserable.
También
hoy camino con las manos en los bolsillos y el celular bajo el cortaviento.
−
Todo está mejor así ¿no te parece? él tranquilito
por allá, con la vida bajo control y yo por aquí sin saber de su existencia.
− Tú lo quisiste así ¿no?
− No había alternativa, ninguna que fuera
digna para mí.
Alcancé
a oír ese trozo de conversación y, por más que traté de escuchar más, ese par
de mujeres se alejó rápido, con el café de máquina en la mano del servicentro
en el que coincidimos. Yo seguí en la fila de la caja mirando atenta a la
máquina para no hacer el ridículo tratando de hacerla funcionar sin saber.
Todavía
faltaba una hora para encontrarme con una amiga también, tal vez habría alguien
que escucharía lo que hablaríamos y se haría su propia historia con el trozo
que alcanzase a percibir. Mal que mal, una siempre ve trozos de la vida de los
demás, incluso de los que más nos importan. Las explicaciones de cómo y por qué
los acontecimientos se ordenan de un u otro modo dependen de los pedazos que se
observan y los criterios para darles alguna lógica.
Logré
operar la máquina de café sin equivocarme, hasta me acordé de poner doble capa
de cartón para no quemarme lo que me hizo sentir orgullosa. Tal vez podría
llegar algún día a tener esa delicadeza de movimientos que se ve en las
películas de las personas que saben. Sí, que saben algo y lo demuestran.
Mi
amiga es así, se mueve con gracia, sonríe y es amable con todos, dice que no es
cínica, que solo es costumbre. Hace días que creo que tiene algo importante que
contarme, creo que lo ha intentado varias veces y no ha podido. Lo sé porque
baja la mirada o cada cierto tiempo me pregunta cosas por las que le he dicho
con insistencia que no quiero hablar más. − Hay temas que una no debe hablar para
no pensar − le digo, sobre todo porque se la pasa criticándome, dice que debo soltar
como dicen en Instagram, dejar ir, superar. Como si fuese una decisión. Y sí, lo
es, eso decidí y ya no lo nombro. Ella me ayuda a recordarlo diciendo que tengo
que olvidarlo. Igual que la canción de Los Tres, que no se te olvide acordarte
que me tienes que olvidar.
Harta
contradicción circulando.
¿Y
qué si no quiero olvidar? Total, es un proceso que ocurre con independencia de
la voluntad, aun si no quiero ocurrirá. Un día desaparece el elefante detrás
del árbol o una noche los sueños comienzan a poblarse de otros objetos y
personas, otras historias se tejen, aunque no se quiera. El tiempo se encarga
de todo, lo han dicho muchos escritores y científicos inteligentes. Un día su nombre
me provocará el mismo encogimiento de hombros que el mío a él o esa mueca de hastío
que tanto le vi.
Mientras
me tomo ese café en exceso caliente para ser de máquina, levanto la vista y veo
a las personas ensimismadas en sus celulares solo que a la mirada a la pantalla
ahora agregan una de vigilancia para evitar el robo del dispositivo que
contiene la identidad de cada uno. A propósito de eso recordé que no leyó el
último mensaje que le envié, ni siquiera me dejó en visto. No lo leyó. Me debe
haber trasladado a las conversaciones archivadas. A mí me hubiera dado
curiosidad al menos, pero hasta en eso éramos distintos.
Así
como la memoria es extraña y guarda archivos azarosos, también lo es el olvido.
Absorbe lagunas y océanos de historias con un criterio que debe contener reglas
desconocidas para el usuario solo que no hay a quien reclamar por esa
particularidad de diseño. Además, no hay consenso, esa característica por las
que algunos se irritan otros agradecen.
Un
día dejé de mirar hacia atrás por si se arrepentía y venía a buscarme como
alguna vez lo hizo, dejé de recorrer los lugares en que compartimos pedazos de
vida y dibujé en mi mente las coordenadas geográficas de dónde no volvería a
forzar las probabilidades.
Otro
recuerdo random: salíamos de colegio y varias niñas caminábamos
conversando y riendo cuando un viejo que venía en sentido contrario a paso rápido
e ignorando todo en su camino, me empujó tan fuerte que casi me caí. No alcancé
a decir ni a hacer nada, no sé por qué me dio tanta pena en esa ocasión y cada
vez que recuerdo esa escena. Tal vez porque seguí como si nada, recuperé el
equilibrio en un santiamén y fingí que no me pasaba nada. Como ahora, como
cuando le di ese regalo sabiendo que era el mejor y el último.
Es
extraña la memoria.
Debo
tomar ese café rápido, ya falta menos para encontrarme con mi amiga y debo caminar
siete calles más.
Creo
que ella también debió hacer tiempo y supongo que deberé agregar más calles y lugares
a los recorridos que no haré. Venían ambos de la mano, se despidieron con un
beso y ella partió casi corriendo al café dónde nos reuniríamos en diez minutos
más.
Culture Club, Time https://youtu.be/5AjBOaWmXzM?si=FM6liwTuUKSgdrDy
No hay comentarios:
Publicar un comentario