lunes, 11 de septiembre de 2023

Fórmula

 

Foto de Jeswin Thomas pexels


Me pidieron finales felices porque la gente está aburrida de dramas y de personas solitarias, quieren imaginarse otras historias más optimistas y poco probables porque nadie se pone a pensar en la verosimilitud de los detalles o si la trama ya es conocida. Insistieron en que, en vez de llevar frases ambiguas y códigos de dudosa astucia, escribiera facilito sin dejar espacio a dobles o triples interpretaciones.

Y que si quería escribir en jerigonza mejor usara un diario de vida como cualquier adolescente. Lo que querían era una guionista de comedia romántica que se pudiera ver sin prestar demasiada atención. Lo peor fue que yo estaba convencida de estar haciendo eso. Cuando se lo confesé a la jefa del equipo de guionistas abrió los ojos espantada, se llevó el dedo índice a la boca, se levantó de la silla, se acercó a donde estaba sentada tomando nota de lo que me decía en mi teléfono, me tomó del brazo y me sacó de la sala de reuniones. Tenía cara de que iba a gritarme en cualquier momento, pero no lo hizo. Solo la oí suspirar y luego exhalar aire con forma de alivio.

-       Vuelve con algo decente, que sirva para este programa quiero decir.

Si no hubiera firmado ese contrato por diez entregas, si no me hubiera gastado la plata, si hubiera arrendado algo más barato o al menos construido en el patio de la casa de mi mamá, igual que mis dos hermanos mayores, si tantas cosas no hubieran sido como fueron, habría renunciado ahí mismo, sin mirar la cara de nadie.

-       Hay gente que toma buenas decisiones y otras que no.

Esa es una de las frases típicas de mi mamá, la dice con gracia, no como si se burlara, pero se burla y yo quisiera reírme de verdad y me río como si no entendiera. Y ella sabe que entiendo.

Me puse a recorrer los finales de libros de romances y de películas y no sé si tengo una distorsión o un sesgo cognitivo como dicen en Instagram, pero los romances clásicos ¡terminan todos mal! Catalina y Heathcliff se llaman cuando ella murió, Scartlett se da cuenta de que quiere a Rhett Butler cuando él le pide el divorcio; en Los Puentes de Madison, Francesca elige su vida buena y normal y Robert sigue cual trompo cucarro dando vueltas sobre el mismo eje; el Dr. Zhivago que muere de un infarto al ver a su enamorada Lara desde un tren y Casablanca tiene un final lleno de sacrificios. Tampoco es que creyera que lo que escribía alcanzara ese nivel de drama o siquiera algo de su calidad en el relato o la historia. Mi mamá me lo había dejado claro.

-       Déjate de tonterías, están bien para no ser escritora ¿qué querías? Encuentro que has logrado mucho más de lo que yo pensaba o de lo que tú pretendías ¿cierto? Aguantaste tres semestres de literatura en la universidad antes de darte cuenta de que no te serviría para vivir de eso o no con el tipo de vida que querías.

Tanto pelear con la señora, más en mi mente que con ella, para terminar convirtiéndola en una especie de vocecilla chillona e insistente y odiosa y razonable y realista y tan de sentido común, que sus palabras y argumentos eran indesmentibles.

¿Qué me diría? Que viera las películas de Netflix, que leyera a Corin Tellado, que viera más Disney moderno y esta vez obedecí. Hay una fórmula al parecer infalible, tanto como predecible, pero a nadie parece incomodarle.

Dos se conocen en circunstancias nada propicias para el romance; el conflicto surge por la antipatía, algún malentendido o confusión, luego la cercanía conduce a la atracción, más adelante otro conflicto, en apariencia insalvable, que lleva a una separación dolorosa y llena de lágrimas. El reencuentro feliz llega con la escena en una estación de trenes, de buses o el aeropuerto en que uno de los dos, a veces los dos, han perdido la esperanza, pero uno sufre un súbito ataque de valentía y emprende una loca y vertiginosa carrera por alcanzar a su amor y rescatarle de un destino triste y solitario.

Un lugar llamado Notting Hill, Amigos con ventajas, Cuatro bodas y un funeral y por supuesto el clásico de los clásicos Orgullo y Prejuicio tienen la misma estructura.

Esa escena en donde aparece el galán, Mr. Darcy, en medio de la niebla de la vida al encuentro de la insomne enamorada, escotada como si no hiciera frío, llega directo al inconsciente femenino condicionado desde casi siempre.

No es difícil copiar esa estructura diría mi mamá, que no sea así casi nunca en la vida no tiene ninguna importancia, esa es precisamente la gracia: una fantasía ingenua viene bien a estos tiempos de descreimiento y desencanto. Mi madre no diría eso último.

Cuando tuve clara la fórmula me puse manos a la obra, inventé nombres de lugares y personas; mezclé argumentos de una película con otra para tratar de despistar. Busqué paisajes y melodías evocativas, busqué el Google fotos de distintos aeropuertos y terminales de buses, a algunas historias agregué muelles y otros escenarios en los que me imaginaba que un dron podía grabar la escena desde el aire y entonces dar una sensación de profundidad y simbolismo a la escena final. Me dijeron que exageraba con el viento y la lluvia así es que tuve que adaptar los finales a lugares más cercanos y menos costosos como ítem de locación.

Me acostumbré a pasear por lugares comunes y corrientes que podían volverse el final de una historia sosa y muy romántica. Casi podía escuchar la voz de mi mamá diciendo: − ¡ahí tontona! – y entonces miraba y se me ocurría algún diálogo o un detalle para complementar lo que era evidente que dirían. El problema con la productora era que insistía en agregar elementos demasiado cursis. Ahí me convertía en mi madre y empezaba a gritonear a todo el que se me cruzara en el camino hasta que respetaban el diseño original.

Me quedaban dos entregas más y la fórmula era casi una tortura. Solo quería terminar de una vez porque ahora que estaban satisfechos con mis historias, que de mías no tenían nada, era yo la descontenta con esos finales felices.

Estaba redactando en mi mente el último capítulo en un lugar sin importancia, en un café cualquiera, sin lluvia y sin viento. En uno de esos días, meses, años, indistinguibles unos de otros levanté la vista y estaba allí cerca quien no esperé ver nunca más. Por menos de un segundo pensé que la fórmula podía darse alguna vez en una vida tan real como la mía. Que estaba ahí por mí y no porque sí, porque no todo pasa por algo.

Y solo por variar la elipse en la que las operaciones estadísticas tienen lugar me puse a sonreír y a esperar a que se acercara sin escuchar la vocecita chillona de mi mente.


Frank Sinatra, The world we knew https://youtu.be/dthgRdTf0Ds?si=-5nY6Dk4c1x0Elpx

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