Me
pidieron finales felices porque la gente está aburrida de dramas y de personas
solitarias, quieren imaginarse otras historias más optimistas y poco probables
porque nadie se pone a pensar en la verosimilitud de los detalles o si la trama
ya es conocida. Insistieron en que, en vez de llevar frases ambiguas y códigos
de dudosa astucia, escribiera facilito sin dejar espacio a dobles o triples
interpretaciones.
Y
que si quería escribir en jerigonza mejor usara un diario de vida como
cualquier adolescente. Lo que querían era una guionista de comedia romántica
que se pudiera ver sin prestar demasiada atención. Lo peor fue que yo estaba
convencida de estar haciendo eso. Cuando se lo confesé a la jefa del equipo de
guionistas abrió los ojos espantada, se llevó el dedo índice a la boca, se
levantó de la silla, se acercó a donde estaba sentada tomando nota de lo que me
decía en mi teléfono, me tomó del brazo y me sacó de la sala de reuniones.
Tenía cara de que iba a gritarme en cualquier momento, pero no lo hizo. Solo la
oí suspirar y luego exhalar aire con forma de alivio.
- Vuelve
con algo decente, que sirva para este programa quiero decir.
Si
no hubiera firmado ese contrato por diez entregas, si no me hubiera gastado la
plata, si hubiera arrendado algo más barato o al menos construido en el patio
de la casa de mi mamá, igual que mis dos hermanos mayores, si tantas cosas no
hubieran sido como fueron, habría renunciado ahí mismo, sin mirar la cara de
nadie.
- Hay
gente que toma buenas decisiones y otras que no.
Esa
es una de las frases típicas de mi mamá, la dice con gracia, no como si se
burlara, pero se burla y yo quisiera reírme de verdad y me río como si no
entendiera. Y ella sabe que entiendo.
Me
puse a recorrer los finales de libros de romances y de películas y no sé si
tengo una distorsión o un sesgo cognitivo como dicen en Instagram, pero los
romances clásicos ¡terminan todos mal! Catalina y Heathcliff se llaman cuando
ella murió, Scartlett se da cuenta de que quiere a Rhett Butler cuando él le
pide el divorcio; en Los Puentes de Madison, Francesca elige su vida buena y normal
y Robert sigue cual trompo cucarro dando vueltas sobre el mismo eje; el Dr.
Zhivago que muere de un infarto al ver a su enamorada Lara desde un tren y Casablanca tiene un final lleno de sacrificios. Tampoco es que creyera que lo que
escribía alcanzara ese nivel de drama o siquiera algo de su calidad en el
relato o la historia. Mi mamá me lo había dejado claro.
- Déjate
de tonterías, están bien para no ser escritora ¿qué querías? Encuentro que has
logrado mucho más de lo que yo pensaba o de lo que tú pretendías ¿cierto? Aguantaste
tres semestres de literatura en la universidad antes de darte cuenta de que no te
serviría para vivir de eso o no con el tipo de vida que querías.
Tanto
pelear con la señora, más en mi mente que con ella, para terminar convirtiéndola
en una especie de vocecilla chillona e insistente y odiosa y razonable y realista
y tan de sentido común, que sus palabras y argumentos eran indesmentibles.
¿Qué
me diría? Que viera las películas de Netflix, que leyera a Corin Tellado, que
viera más Disney moderno y esta vez obedecí. Hay una fórmula al parecer
infalible, tanto como predecible, pero a nadie parece incomodarle.
Dos
se conocen en circunstancias nada propicias para el romance; el conflicto surge
por la antipatía, algún malentendido o confusión, luego la cercanía conduce a
la atracción, más adelante otro conflicto, en apariencia insalvable, que lleva
a una separación dolorosa y llena de lágrimas. El reencuentro feliz llega con
la escena en una estación de trenes, de buses o el aeropuerto en que uno de los
dos, a veces los dos, han perdido la esperanza, pero uno sufre un súbito ataque
de valentía y emprende una loca y vertiginosa carrera por alcanzar a su amor y rescatarle
de un destino triste y solitario.
Un
lugar llamado Notting Hill, Amigos con ventajas, Cuatro bodas y un funeral y
por supuesto el clásico de los clásicos Orgullo y Prejuicio tienen la misma
estructura.
Esa
escena en donde aparece el galán, Mr. Darcy, en medio de la niebla de la vida al encuentro
de la insomne enamorada, escotada como si no hiciera frío, llega directo al
inconsciente femenino condicionado desde casi siempre.
No
es difícil copiar esa estructura diría mi mamá, que no sea así casi nunca en la
vida no tiene ninguna importancia, esa es precisamente la gracia: una fantasía ingenua
viene bien a estos tiempos de descreimiento y desencanto. Mi madre no diría eso
último.
Cuando
tuve clara la fórmula me puse manos a la obra, inventé nombres de lugares y
personas; mezclé argumentos de una película con otra para tratar de despistar. Busqué
paisajes y melodías evocativas, busqué el Google fotos de distintos aeropuertos
y terminales de buses, a algunas historias agregué muelles y otros escenarios
en los que me imaginaba que un dron podía grabar la escena desde el aire y entonces
dar una sensación de profundidad y simbolismo a la escena final. Me dijeron que
exageraba con el viento y la lluvia así es que tuve que adaptar los finales a
lugares más cercanos y menos costosos como ítem de locación.
Me
acostumbré a pasear por lugares comunes y corrientes que podían volverse el
final de una historia sosa y muy romántica. Casi podía escuchar la voz de mi
mamá diciendo: − ¡ahí tontona! – y entonces miraba y se me ocurría algún
diálogo o un detalle para complementar lo que era evidente que dirían. El
problema con la productora era que insistía en agregar elementos demasiado
cursis. Ahí me convertía en mi madre y empezaba a gritonear a todo el que se me
cruzara en el camino hasta que respetaban el diseño original.
Me
quedaban dos entregas más y la fórmula era casi una tortura. Solo quería
terminar de una vez porque ahora que estaban satisfechos con mis historias, que
de mías no tenían nada, era yo la descontenta con esos finales felices.
Estaba
redactando en mi mente el último capítulo en un lugar sin importancia, en un
café cualquiera, sin lluvia y sin viento. En uno de esos días, meses, años, indistinguibles
unos de otros levanté la vista y estaba allí cerca quien no esperé ver nunca
más. Por menos de un segundo pensé que la fórmula podía darse alguna vez en una
vida tan real como la mía. Que estaba ahí por mí y no porque sí, porque no todo
pasa por algo.
Y
solo por variar la elipse en la que las operaciones estadísticas tienen lugar me
puse a sonreír y a esperar a que se acercara sin escuchar la vocecita chillona
de mi mente.
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