Foto de Eric Mc Lean pexels
Nadie
le creería que esa casa estaba viva; si a ella se lo hubieran dicho o, aún teniendo
la experiencia reciente de comprobarlo por sí misma, tampoco lo creería. Ambas
tenían un diálogo sin palabras, tampoco es que volaran cosas o deambularan
fantasmas aburridos de su otra no existencia y para matar el tiempo, − lo que
sería una redundancia extraña tratándose de fantasmas−, vinieran a pasearse por
esta convención en la que coincidieron la casa y ella.
Extraño
diálogo entonces.
Por
supuesto que para comunicarse los objetos debían tener alguna clase de
conciencia y no podía ser. También podía tratarse del recrudecimiento de la
paranoia que alguna vez la había hecho sentirse observada en distintos lugares
que por supuesto no eran su casa. La ansiedad, tan de moda, tomaba diferentes
formas, a veces pesadillas, a veces sueños y la mayor parte del tiempo solo
sucesos imaginarios, como le pasó, suponía ella, a Nicanor, el poeta, con más talento,
gracia y poder de síntesis.
A
veces se querían ella y la casa, en especial en algunos rincones extraños, esos
espacios circulares en donde es difícil poner algún mueble que no sea hecho a la
medida o esos recovecos hexagonales en los que había decidido instalar libreros
para arrumbar ahí un poco de todo incluso libros.
En
esos momentos, la casa desplegaba sus mejores virtudes y manifestaba su deseo
de verla allí para siempre. Le decía cosas bonitas y le prometía que no solo
pasaría ahí buenos momentos sino los mejores de la vida y que, si la cuidaba y
se quedaba adentro más tiempo, que para la casa era mucho más que las horas de
sueño y las manitos de gato diarias para que pareciera un lugar agradable;
garantizaba placer y disfrute o bueno ya, al menos tranquilidad a su habitante.
Así se comportaba cuando andaba acogedora, pero cuando se sentía poco atendida,
se volvía insoportable y comenzaba a reclamar con gritos silenciosos y
elocuentes, la pintura se volvía dispareja, las pelusas empezaban a reproducirse
sin control, una llave lloraba gota a gota o la manguera del jardín empezaba a
creerse una ducha y se auto infería heridas que la llenaban de agujeros.
¡Casa
manipuladora! La obligaba a atenderla como a una vieja enferma y reclamona. Últimamente
le había dado por quejarse de los accesos, las cerraduras no funcionaban y su
mala onda llegaba a límites insospechados. Era capaz de encerrar a la habitante
o dejarla afuera obligándola a pedir ayuda y a recurrir a los reparadores,
personajes terroríficos para cualquiera por lo impredecible de su
comportamiento y los inciertos resultados de sus operaciones. Todos eran
iguales, al menos los que ella conocía. La última vez contrató a unos reparadores
de apellido Técnico.
− Llamo
para la visita del señor Técnico por una cerradura que compré, es urgente.
− Deme
su Nombre.
− XXX
− Su
RUT
− XXX
− Su
Número de Teléfono
− XXX
− Otro
Número
− No
tengo otro número
− Su
correo
− XXX
− El
número de la boleta.
− XXX
− El
número de la orden de trabajo.
− XXX
− El
técnico la contactará en 24 o 48 horas.
− Pero
le dije que era urgente, es la puerta principal.
− El
técnico la contactará en 24 o 48 horas.
− No
es lo que me dijeron cuando compré el servicio.
− El
técnico la contactará en 24 o 48 horas hábiles.
Advirtió
lo inútil que era hablar con alguien que tenía una respuesta estandarizada y
no, no era un robot, pero lo parecía.
La
casa tenía poder, no solo afectó a sus accesos más directos, se encargó de que
tampoco funcionara el sistema electrónico del portón comunitario de modo que tuvo
que esperar mucho rato afuera, en la calle; se vengó dejándola encerrada más
tarde en la oficina, en el hall del edificio donde trabajaba.
Esa
casa estaba viva y bien viva.
La
habitante la amenazaba con dejarla, con irse de un momento a otro, porque la
tenía aburrida y agotada con sus constantes reclamos y achaques. Buscaba una y
otra vez y no daba con algo que la satisficiera y la casa se encargaba de
mostrarle el enorme esfuerzo que implicaba dejarla, le mostraba la infinidad de
detalles y entonces parecía volverse dócil y se portaba bien, hasta el siguiente
ataque.
En
algunos períodos se portaba tan bien que la convencía de quedarse allí, parecía
agradable y hasta le presentaba un dejo de esperanza de que algún día podría
sentirla como un lugar propio, pero veleidosa como una niña mimada, también le
pedía definiciones y la ponía a prueba, presentando nuevas fallas y desperfectos.
- Si
te vas a quedar tienes que darme el tiempo necesario, te tienes que sentir de
aquí.
Y
vuelta a comenzar en un ciclo infinito y agotador.
Quería
despedirse y distintas circunstancias lo impedían, era la casa y su influjo,
quería imponer su visión de para-siempre y la habitante su sensación de no
poder, a pesar de los intentos, de resistir más que un tiempo limitado en
cualquier parte.
Esta
casa, con apariencia de casa de brujas, iba ganando, eso creía ella. La
habitante se reservaba la opinión para intentar engañar a los ladrillos.
The Cinematic orchestra, To build a home https://youtu.be/QB0ordd2nOI?si=u4q8iyTxDa0d6JQK
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