Foto de Archie Binamira
Me
dediqué a observar a la Consu, hace rato está rara ella. Creo que se junta
demasiado con sus amigas, se ha puesto grosera para hablar y no me gusta eso. Detesto
la ordinariez en el lenguaje ¿cuál es la necesidad de hablar como hombre mal
educado? Tomo su mano cuando lo hace para tratar de calmarla, creo que hay
palabras más potentes que un garabato para expresar la rabia. No se da cuenta
de cómo ha ido cambiando. Será la edad supongo, antes era más dulce, más atenta
conmigo. No es que no le importe o ya no me quiera, pero el otro día me levanté
como siempre para ir al trabajo y ella no hizo ningún gesto para ir a servirme
el café.
−¿dónde están las tazas?
− donde siempre.
Sí, yo vivo aquí, pero nunca me he
fijado en esas cosas. Me fui enrabiando de a poco, no encontraba el café, el
endulzante, el pan para tostar ¡nada! Sin querer iba abriendo y cerrando
cajones con fuerza, haciendo ruido. Me fui sin tomar desayuno al final y ahí
seguía ella, con su computador en la cama, viendo una serie, leyendo algo, no
sé. La llamé al mediodía, siempre le pregunto por los niños, los niños tienen
24 y 26 años, por sus actividades del día y por lo general me informa con
detalle y yo hago como que la escucho, aunque, en realidad, hojeo cosas de la
pega y cuando termino, le digo que la quiero mucho y que tenga una buena tarde.
Esta vez hice lo mismo, pero parece que dijo algo diferente, no la escuché, se
dio cuenta, se enojó y me colgó.
Cuando
llegué no estaba en la casa. Hacía no tanto decidió que iba a retomar su
profesión, es kinesióloga, como ganaba tan poca plata, habíamos acordado que
ella se quedaría en la casa, porque su sueldo era un poco más de lo que
deberíamos pagarle a una nana, sin considerar el gasto en bencina, los
problemas de la pega, lo típico. Al principio no estuvo muy convencida, pero
cuando tuvo al primer crío, lo único que quería era estar pegada a él todo el
día. Ahí le resultó lógico ser ella y no cualquier mujer, la que lo criara, estimulara,
cuidara, jugara. En fin. Ahora dice que va a domicilio a hacer ejercicios para
gente con diversas lesiones musculares. No sé si gana plata, si vale la pena,
pero si le pregunto, me responde casi ladrándome, así es que no le digo nada.
No nos falta nada, los gastos están cubiertos, tengo la tranquilidad de que
tomamos buenas decisiones mientras pudimos, ella podría estar descansando en la
casa, pero no, le dio por salir, por juntarse con sus amigas, cada una con
tremendos dramas familiares, no sé qué puede hablar la Consu si hemos tenido
una vida tan feliz los dos, siempre he hecho lo que ella quería. Además,
tampoco es que se caracterice por su simpatía, es impertinente, dice lo que
piensa, más o menos. Sé que mi familia no la quiere mucho, pero qué me importa.
Nunca me ha importado lo que digan de mi o de ella, qué saben los demás. A lo
mejor son las hormonas, las viejas se ponen como embarazadas, lloronas,
enojonas, cambiantes, lunáticas, eso dice mi suegra, que la entienda, que ella
pasó por lo mismo. Me cae bien mi suegra, nos llevamos bien, se parece a mi
mamá, es como mi mamá en realidad.
Me
toma la mano cada vez que digo un garabato o me rio fuerte o digo algo con lo
que no está de acuerdo. Un día hice un pequeño experimento, no le serví el café
en la mañana, como siempre lo he hecho, como si fuera mi obligación, me
preguntó dónde estaban las tazas, ¿Dónde van a estar las tazas, en el baño, el
patio, el comedor? Le dije − donde siempre −, no reclamó nada, no preguntó,
pero desde el dormitorio podía escuchar como abría y cerraba los estantes, el
ruido de los cajones cerrados con furia y el portazo al salir. Es como si no
viviera aquí, como si estuviera de visita y no supiera nada de lo que pasa. A
lo más – hay que arreglar la llave del baño, mejor cambia esa lámpara,
¿compremos un toldo? – eso significa que yo debo lidiar con maestros, regatear
los presupuestos, vitrinear en las páginas de internet. Muchas veces siento que
hablo sola, que me dice – Sí, si mi gordita –, pero no tiene idea de lo que
hablo, si me río, se ríe, si me callo se calla, si me enrabio con algo, se va.
Nunca he sido escandalosa y no lo voy a ser ahora.
Hace
poco cumplí cincuenta y me pasó algo raro, fue como si de la adolescencia
ridícula, intensa y sentimental, hubiera saltado al último suspiro de la
adultez. Desde los 15 años que no me dolía tanto la guata o me tiritaba un ojo
como en la universidad antes de los exámenes y no tengo problemas según mis
amigas, tengo todo y más porque Julio es tan buen marido, trabajador,
responsable, chistoso y todo lo hace por la familia. Mi mamá le da la razón en
todo, desde que nos casamos que me repite lo mismo – cuídalo, hombres así ya no
hay, no le pongas mala cara, mira la casa que tienes –-. Hasta el día de hoy me
dice qué le gusta comer, cómo hay que preparárselo, igual que cuando empezamos
a pololear. Lo compara con mi padre a cada rato, un tipo mujeriego, mal genio,
controlador, que se fue con otra mujer cuando yo tenía nueve y mi hermana siete.
Mi mamá quedó cagada de la cabeza con eso y parece que Julio, de una manera muy
torcida, encarnara una reparación del destino en su hija mayor.
Una
tarde se me ocurrió hacer otro experimento. Julio me llama al mediodía, a la
misma hora, desde que nos casamos, hace 27 años. Siempre lo mismo: cómo estás,
cómo están los niños, si hay alguna novedad. Muchas veces le he preguntado algo
y me ha dicho - ¡Ah qué bueno! – Me manda un beso y la frase de siempre – te
quiero mucho, nos vemos en la tarde o en la noche –. Si lo llamo en una hora
que no corresponde, cualquier hora puede no corresponder, me dice – estoy ocupado
– y sería todo. Eso significa, – resuelve tú o me importa tres hectáreas de
pepinos lo que me tengas que decir –. Ya sé, le pongo color, pero ¿qué sería de
la vida sin color? Me llamó, le contesté como siempre y le dije que había
reservado el fin de semana para los dos en un hotel en la playa, no era cierto,
era solo para comprobar lo que ya sabía.
–
¡Ah que bueno!
–
¿Sabes de qué te estoy hablando? A ver ¿qué te dije?
− Te
quiero mucho, nos vemos a la tarde o a la noche
No
tenía ni la más mínima idea, le corté.
Sí,
es un buen tipo, leal por sobre todas las cosas. Una amiga me dijo el otro día-
estás como esas señoras que dicen – es bueno, no me pone el gorro, no me pega –
nos reímos a carcajadas. Como sea, lo quiero, sí, lo quiero. No me imagino la
vida sin él. A lo mejor son las hormonas, eso dice el ginecólogo.
Volví
a trabajar, conseguí peguitas chicas, con amigos, después de no trabajar hace
tanto, nadie me va a dar trabajo en serio. No gano casi nada, Julio se burla,
dice que no me alcanza ni para la comida del gato y es verdad, pero me siento
bien. Me pasa algo raro, hasta me molesta que me diga que tengo que cambiar el
auto, que está muy viejo y ahora los están pagando bien. Dice, es tu auto, pero
lo compró él, no es mío. No sé qué me dio, estoy mal.
Teníamos
un acuerdo tácito, no discutiríamos en público jamás de los jamases. La Consu
se callaba cuando no le gustaba algo que yo decía y después, con calma y
paciencia me explicaba qué le había molestado y yo, con toda mi voluntad en
entender, porque dicen que a las mujeres hay que escucharlas para que se
sientan queridas, trataba de defender mi punto. Ahora, parece que el acuerdo no
le parece satisfactorio porque me contradice a cada rato, delante de quien sea.
A veces se ríe de mí y esa cuestión no la soporto ¿qué se cree? - ¡y dale con los
garabatos!, ¿qué viene después? – así se va perdiendo el respeto en las parejas.
Mi suegra se lo dice a cada rato.
He
hecho de todo para que sea feliz, he dicho que sí a todo lo que quiere. A estas
alturas solo quiero calma, irme a un lugar donde pueda leer tranquilo, escuchar
la música que me gusta, un clima suave, ¿alguna playa del norte tal vez? Y ella
me pregunta que si entra en mi plan de retiro.
Se
puso viejo de repente, se calmó, no sé, ya ni pelea conmigo: Estamos en novelas
desacompasadas, yo como que vengo despertando, quiero salir, aprender cosas,
probarme, pasarlo bien, me lo he pasado cuidando gente y él solo habla de la
muerte, de cuando se enferme, si lo voy a seguir queriendo. Puras huevadas.
¿Qué quiere, una enfermera o una mujer? Si tengo suerte, me moriré antes, no
sin bailar, no sin pelear, no sin sentir. Hace poco me expuso su idea del
retiro, de cuando seamos más viejos, cuando lo escuché, quedé sin palabras.
Abrí una botella de vino y me fui al jardín
La
perseguí al jardín
–¡claro
que estás en mi plan!, ¿no te gusta la idea de estar acompañándome, cocinar
algo rico para los dos? No entiendo ¿entonces no era un sueño compartido?
Fui
a buscar otra copa a la cocina, le serví vino hasta casi el tope. Fui incapaz
de responder, no supe por dónde empezar.
No
me dijo nada. El silencio fue más elocuente que cualquier respuesta suya.
Toto, Make Believe https://youtu.be/gYXMeFtonmM