sábado, 14 de mayo de 2022

Perfil

 




Todas mis amigas lo hacen, casi. Una me insiste - ¿qué pierdes? Lo peor que puede pasar es que sigas igual -. Era sábado y cerca de las once de la noche intentaba ver una película, empecé unas cinco, una comedia para ver si me hacía reír, un documental porque siempre viene bien aprender de algo, una policial para obligarme a prestar atención, una adolescente para desconectar el cerebro, hasta una de terror para intentar sentir algo. Quería ver si alguna escena activaba mis emociones, de cualquier tipo. Hace tiempo que no siento nada. Con ninguna película me enganché.

Entonces, con el valor que da una copa grande de vino, tomé el teléfono y busqué esas aplicaciones de citas. Al menos esta vez la baja de defensas no me provocó llamarlo o escribirle como hice alguna vez. Cambié de lugar su nombre en la lista de contactos y entonces para encontrarlo tenía que recorrer todo el listado. Y mi lista es enorme, todos mis clientes del trabajo están en mi teléfono por si alguno requiere información, a cualquier hora, esa es la instrucción de mi jefe. Tampoco es que lo hubiera hecho muchas veces, eso de contactarlo. De hecho, cuando lo hice no estaba con trago, fue de torpe. La mayoría de las veces me quedaba mirando el teléfono y pensaba decirle algo, pero me arrepentía a tiempo. Esa noche también.

Busqué las aplicaciones, como Google escucha las conversaciones, mi correo está lleno de anuncios, todas se esfuerzan por parecer dirigidas a un público muy especial: gente culta, educada, con buenos trabajos, seria, con gustos exclusivos y por supuesto, una exquisita elaboración de algoritmos que garantizan hacer contacto con quienes una podría ser afín y entablar una relación.

Vi varias. De tanto en tanto apagaba el teléfono, cerraba los ojos y me ponía a pensar en otras cosas, a escuchar música o incluso dormirme si tenía suerte, pero la suerte es esquiva para quien la busca dicen. Entonces pensé que la evaluación de mi situación no era muy auspiciosa. Mi vida consistía en ir al trabajo, poner toda mi energía en ese empeño, cosa que me ha resultado, pasé de cobranzas a ejecutiva de cuentas en poco tiempo y soy la mejor vendiendo. Mi hijo, que ya está a punto de irse de la casa para independizarse, se ríe de mí porque llamo a los clientes con una sonrisa como si me vieran. Le he dicho que es un truco de ventas básico y que me ha ido bien con eso. La mueca de la sonrisa hace que la voz suene diferente. La gente debiera saberlo, les iría mejor en sus empeños. Gracias a mi trabajo he ayudado a toda mi familia y me siento orgullosa. Quedarme sola con un hijo no me dejó alternativa, no iba a ser una carga más para mis papás, así es que me salí de la universidad y me puse a trabajar en lo que viniera. Además, fue la forma más efectiva que encontré de salir del pozo en el que me encontraba desde que el papá de mi hijo tuvo el accidente y quedó en coma. No se alcanzaron a conocer el padre y el hijo. En pocos días pasé de rezar para que se sanara a hacerlo para que se muriera pronto. Si sobrevivía no sería nunca más él de nuevo. Se murió en menos de dos semanas. Yo tenía ocho meses de embarazo. No me gusta recordar esa época, la viví como en otra dimensión, como si flotara por donde me movía, las cosas transcurrían en cámara lenta, las voces sonaban lejanas y hasta los rostros de las personas me parecían deformes. El llanto de mi hijo fue lo que me aterrizó de nuevo, era casi lo único que escuchaba con nitidez. Cuando cumplió tres meses salí a buscar trabajo. Estaba tan determinada que a la semana ya estaba en una oficina.

No he parado desde ahí.

Me gusta el departamento donde vivimos. Cuando se vaya mi hijo, tal vez lo sienta muy grande para mí, quien sabe.

Hombres de nivel.

Eso dice la aplicación, como para convencerla a una de que ahí no van a aparecer los cafiches en busca de mujeres maduras solas o jovencitos que quieren tener en su currículum sexual haberse acostado con una. Ya he visto como son, a veces de verdad una les gusta y no deja de ser algo parecido a un halago, pero no pasa de ahí.

Tengo un par de amigas a quienes les resultó atreverse, conocieron ahí a sus actuales parejas. Son las que más me insisten en que lo haga, dicen que el riesgo no es más alto de conocer un psicópata del que una corre en la vida diaria. Y claro, ahí sale a relucir esa historia del tipo que se obsesionó conmigo y de todo lo que tuve que hacer para ponerme fuera de su alcance. Entre muchas otras cosas, tuve que cambiar el teléfono lo que fue un desastre en mi trabajo. Al final eso fue lo que más me importó, que me afectara en mis ventas.

El teléfono, de accesorio a protagonista de la vida.

Después del psicópata, pasó a llamarse así, apareció él, ese al que una se atreve a llamar amor y fui yo la que se obsesionó. El de la debilidad que surge con el alcohol, ese al que cambié de lugar en mis contactos para no llamarlo.

Panorama nada auspicioso. Trabajo, rutinas establecidas, soledad de los viernes, de los sábados y de las tardes de domingo. Eso hablo con mis amigas ¿para qué quiere pareja una a estas alturas? Lo que más he escuchado es que lo que buscan es un compañero, una especie de marido puertas afuera, alguien con quien ir al cine, al teatro, al municipal, pasar un fin de semana fuera, ir a algún restaurant o caminar por ahí. Todo eso se puede hacer sola. Y sexo, aunque sea ocasional. En realidad, mejor si lo es para que no se vuelva rutinario y exento de encanto.

¿Eso quiero yo?

Ya que estoy vitrineando aplicaciones, parece que sí. Hasta mi hijo quiere que encuentre a alguien que me acompañe, dice eso con un tonito particular, no puedo evitar reírme cuando lo escucho, también habla de las aplicaciones – oye, en tu ecosistema ya no apareció nadie, asúmelo, busca más allá.

Ninguna, casi ninguna, habla de amor, por algo será. Yo tampoco. Una que otra habla del amor adulto, que según entiendo, se trata de un amor deslavado, tibio, nada muy intenso ni comprometedor. Una relación con límites claros, cada uno con su vida, con espacios para estar solos y, sobre todo, sin recriminaciones, celos o ansias desmedidas. Para mí eso es una relación de amigos con ventajas como dicen los jóvenes o un matrimonio de muchos años, aburrido y estable.  No estoy tan segura de poder pedir o dar tanta urbanidad en una relación. Tanta educación en el cuidado de la individualidad. Debo ser de la vieja escuela, formateada en la sinceridad de la emoción. Tendré que modernizarme, bajar la intensidad y acostumbrarme a las relaciones civilizadas, suavecitas y muy pro como en las películas que no pude ver.

Busco mi tarjeta de crédito, son unos cuantos dólares al año, he gastado mucho más en un par de aros o en una noche de tragos con las amigas. Debo seleccionar una foto, me demoro más de una hora en eso. Tengo que escribir unas frases que hablen de mí y no se me ocurre nada. Como vendedora debiera serme muy fácil si me veo como un producto que hay que promocionar: mujer independiente, es lo único que logro poner ahí. Las instrucciones dicen que uno debe poner sus intereses, lo que busca en un hombre, la música que escucha, lugares que prefiere visitar. Si digo la verdad pareceré una neurótica llena de mañas o el aburrimiento hecho persona. Si miento habré empezado mal.

Mujer independiente, me gusta viajar, caminar.

Y por supuesto la infaltable frase: disfruto de las cosas simples de la vida.

Y ahí me dieron ganas de poner que quería reírme mucho en conversaciones sin ningún sentido, que me pongo divertida cuando tomo, que me gusta probar comidas raras, pero no tanto tampoco, que adoro que me digan que me extrañan y que a veces me quedo acostada como muerta encima de la cama inventando cosas. Y que me carga decir lo que tienen que hacer o que, con tipos poco ocurrentes, ni a la esquina, y sobre todo, que detesto tener que engrupir a nadie y no pienso andar fingiendo nada para gustarle a alguien. También quería poner que se abstuvieran los winners, los veganos, los desorientados en la vida, los fanáticos de cualquier cosa, los que buscan una mamá o una réplica de su ex o todo lo contrario que es lo mismo.

Debió ser el efecto de la segunda copa de vino porque cerré la descripción, busqué dentro de mi eterna lista de contactos y cuando llegué a su nombre estuve a punto de decirle que lo extrañaba mucho. Si pensaba qué era lo que extrañaba, era difícil de definir, una idea, un montón de fantasías.

¡Ah! Debería agregar en mi perfil que nada de lo que puse ahí es real, que a la larga las descripciones de una misma dependen en gran medida de los cuentos que una se cuenta, tanto que después se los cree, hasta me cuestiono lo de mujer independiente. ¿No es otro cliché más que nos venden acerca de como debemos vernos, marketearnos, vestirnos y sentirnos? ¿y si pusiera que soy miedosa, pero que lo disimulo bastante bien? O que los hechos demuestran que soy inconstante, me falta disciplina y he hecho lo que estaba a mi alcance simplemente. Claro es un perfil para atraer, no para espantar y tampoco un muro de confesiones y lamentos.

Qué suerte que el cerebro aún me funciona, me puse el pijama, lavé mis dientes, saqué el maquillaje de mi cara y para cuando llegué a la cama ya había recuperado el habitual control de mí misma.

Otro día, o nunca, terminaré mi descripción, comenzaré a revisar los perfiles de hombres de nivel, también puedo no abrir más esa aplicación y eliminarla sin hacer nada.

Me dormí con la música que guardo en mi teléfono.

Al despertar encontré un mensaje.

-       También te extraño.

 

 

Sheryl Crow, Run baby run.

https://youtu.be/3CUr0bnDCfM


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