Todas
mis amigas lo hacen, casi. Una me insiste - ¿qué pierdes? Lo peor que puede pasar
es que sigas igual -. Era sábado y cerca de las once de la noche intentaba ver
una película, empecé unas cinco, una comedia para ver si me hacía reír, un
documental porque siempre viene bien aprender de algo, una policial para
obligarme a prestar atención, una adolescente para desconectar el cerebro,
hasta una de terror para intentar sentir algo. Quería ver si alguna escena
activaba mis emociones, de cualquier tipo. Hace tiempo que no siento nada. Con
ninguna película me enganché.
Entonces,
con el valor que da una copa grande de vino, tomé el teléfono y busqué esas
aplicaciones de citas. Al menos esta vez la baja de defensas no me provocó
llamarlo o escribirle como hice alguna vez. Cambié de lugar su nombre en la
lista de contactos y entonces para encontrarlo tenía que recorrer todo el
listado. Y mi lista es enorme, todos mis clientes del trabajo están en mi
teléfono por si alguno requiere información, a cualquier hora, esa es la
instrucción de mi jefe. Tampoco es que lo hubiera hecho muchas veces, eso de
contactarlo. De hecho, cuando lo hice no estaba con trago, fue de torpe. La
mayoría de las veces me quedaba mirando el teléfono y pensaba decirle algo, pero
me arrepentía a tiempo. Esa noche también.
Busqué
las aplicaciones, como Google escucha las conversaciones, mi correo está lleno
de anuncios, todas se esfuerzan por parecer dirigidas a un público muy
especial: gente culta, educada, con buenos trabajos, seria, con gustos
exclusivos y por supuesto, una exquisita elaboración de algoritmos que
garantizan hacer contacto con quienes una podría ser afín y entablar una
relación.
Vi
varias. De tanto en tanto apagaba el teléfono, cerraba los ojos y me ponía a
pensar en otras cosas, a escuchar música o incluso dormirme si tenía suerte,
pero la suerte es esquiva para quien la busca dicen. Entonces pensé que la
evaluación de mi situación no era muy auspiciosa. Mi vida consistía en ir al
trabajo, poner toda mi energía en ese empeño, cosa que me ha resultado, pasé de
cobranzas a ejecutiva de cuentas en poco tiempo y soy la mejor vendiendo. Mi
hijo, que ya está a punto de irse de la casa para independizarse, se ríe de mí
porque llamo a los clientes con una sonrisa como si me vieran. Le he dicho que
es un truco de ventas básico y que me ha ido bien con eso. La mueca de la
sonrisa hace que la voz suene diferente. La gente debiera saberlo, les iría
mejor en sus empeños. Gracias a mi trabajo he ayudado a toda mi familia y me
siento orgullosa. Quedarme sola con un hijo no me dejó alternativa, no iba a
ser una carga más para mis papás, así es que me salí de la universidad y me
puse a trabajar en lo que viniera. Además, fue la forma más efectiva que
encontré de salir del pozo en el que me encontraba desde que el papá de mi hijo
tuvo el accidente y quedó en coma. No se alcanzaron a conocer el padre y el
hijo. En pocos días pasé de rezar para que se sanara a hacerlo para que se
muriera pronto. Si sobrevivía no sería nunca más él de nuevo. Se murió en menos
de dos semanas. Yo tenía ocho meses de embarazo. No me gusta recordar esa
época, la viví como en otra dimensión, como si flotara por donde me movía, las
cosas transcurrían en cámara lenta, las voces sonaban lejanas y hasta los
rostros de las personas me parecían deformes. El llanto de mi hijo fue lo que
me aterrizó de nuevo, era casi lo único que escuchaba con nitidez. Cuando
cumplió tres meses salí a buscar trabajo. Estaba tan determinada que a la
semana ya estaba en una oficina.
No
he parado desde ahí.
Me
gusta el departamento donde vivimos. Cuando se vaya mi hijo, tal vez lo sienta
muy grande para mí, quien sabe.
Hombres
de nivel.
Eso
dice la aplicación, como para convencerla a una de que ahí no van a aparecer
los cafiches en busca de mujeres maduras solas o jovencitos que quieren tener
en su currículum sexual haberse acostado con una. Ya he visto como son, a veces
de verdad una les gusta y no deja de ser algo parecido a un halago, pero no
pasa de ahí.
Tengo
un par de amigas a quienes les resultó atreverse, conocieron ahí a sus actuales
parejas. Son las que más me insisten en que lo haga, dicen que el riesgo no es
más alto de conocer un psicópata del que una corre en la vida diaria. Y claro,
ahí sale a relucir esa historia del tipo que se obsesionó conmigo y de todo lo
que tuve que hacer para ponerme fuera de su alcance. Entre muchas otras cosas,
tuve que cambiar el teléfono lo que fue un desastre en mi trabajo. Al final eso
fue lo que más me importó, que me afectara en mis ventas.
El
teléfono, de accesorio a protagonista de la vida.
Después
del psicópata, pasó a llamarse así, apareció él, ese al que una se atreve a
llamar amor y fui yo la que se obsesionó. El de la debilidad que surge con el
alcohol, ese al que cambié de lugar en mis contactos para no llamarlo.
Panorama
nada auspicioso. Trabajo, rutinas establecidas, soledad de los viernes, de los
sábados y de las tardes de domingo. Eso hablo con mis amigas ¿para qué quiere
pareja una a estas alturas? Lo que más he escuchado es que lo que buscan es un compañero,
una especie de marido puertas afuera, alguien con quien ir al cine, al teatro,
al municipal, pasar un fin de semana fuera, ir a algún restaurant o caminar por
ahí. Todo eso se puede hacer sola. Y sexo, aunque sea ocasional. En realidad, mejor
si lo es para que no se vuelva rutinario y exento de encanto.
¿Eso
quiero yo?
Ya
que estoy vitrineando aplicaciones, parece que sí. Hasta mi hijo quiere que encuentre
a alguien que me acompañe, dice eso con un tonito particular, no puedo evitar
reírme cuando lo escucho, también habla de las aplicaciones – oye, en tu
ecosistema ya no apareció nadie, asúmelo, busca más allá.
Ninguna,
casi ninguna, habla de amor, por algo será. Yo tampoco. Una que otra habla del
amor adulto, que según entiendo, se trata de un amor deslavado, tibio, nada muy
intenso ni comprometedor. Una relación con límites claros, cada uno con su
vida, con espacios para estar solos y, sobre todo, sin recriminaciones, celos o
ansias desmedidas. Para mí eso es una relación de amigos con ventajas como
dicen los jóvenes o un matrimonio de muchos años, aburrido y estable. No estoy tan segura de poder pedir o dar tanta
urbanidad en una relación. Tanta educación en el cuidado de la individualidad. Debo
ser de la vieja escuela, formateada en la sinceridad de la emoción. Tendré que modernizarme,
bajar la intensidad y acostumbrarme a las relaciones civilizadas, suavecitas y
muy pro como en las películas que no pude ver.
Busco
mi tarjeta de crédito, son unos cuantos dólares al año, he gastado mucho más en
un par de aros o en una noche de tragos con las amigas. Debo seleccionar una
foto, me demoro más de una hora en eso. Tengo que escribir unas frases que
hablen de mí y no se me ocurre nada. Como vendedora debiera serme muy fácil si
me veo como un producto que hay que promocionar: mujer independiente, es
lo único que logro poner ahí. Las instrucciones dicen que uno debe poner sus
intereses, lo que busca en un hombre, la música que escucha, lugares que
prefiere visitar. Si digo la verdad pareceré una neurótica llena de mañas o el
aburrimiento hecho persona. Si miento habré empezado mal.
Mujer
independiente, me gusta viajar, caminar.
Y
por supuesto la infaltable frase: disfruto de las cosas simples de la vida.
Y
ahí me dieron ganas de poner que quería reírme mucho en conversaciones sin
ningún sentido, que me pongo divertida cuando tomo, que me gusta probar comidas
raras, pero no tanto tampoco, que adoro que me digan que me extrañan y que a
veces me quedo acostada como muerta encima de la cama inventando cosas. Y que
me carga decir lo que tienen que hacer o que, con tipos poco ocurrentes, ni a
la esquina, y sobre todo, que detesto tener que engrupir a nadie y no pienso
andar fingiendo nada para gustarle a alguien. También quería poner que se
abstuvieran los winners, los veganos, los desorientados en la vida, los fanáticos
de cualquier cosa, los que buscan una mamá o una réplica de su ex o todo lo contrario
que es lo mismo.
Debió
ser el efecto de la segunda copa de vino porque cerré la descripción, busqué
dentro de mi eterna lista de contactos y cuando llegué a su nombre estuve a
punto de decirle que lo extrañaba mucho. Si pensaba qué era lo que extrañaba,
era difícil de definir, una idea, un montón de fantasías.
¡Ah!
Debería agregar en mi perfil que nada de lo que puse ahí es real, que a la
larga las descripciones de una misma dependen en gran medida de los cuentos que
una se cuenta, tanto que después se los cree, hasta me cuestiono lo de mujer
independiente. ¿No es otro cliché más que nos venden acerca de como debemos
vernos, marketearnos, vestirnos y sentirnos? ¿y si pusiera que soy miedosa, pero
que lo disimulo bastante bien? O que los hechos demuestran que soy inconstante,
me falta disciplina y he hecho lo que estaba a mi alcance simplemente. Claro es
un perfil para atraer, no para espantar y tampoco un muro de confesiones y
lamentos.
Qué
suerte que el cerebro aún me funciona, me puse el pijama, lavé mis dientes, saqué el maquillaje de mi cara y para cuando llegué a la cama ya había recuperado el
habitual control de mí misma.
Otro
día, o nunca, terminaré mi descripción, comenzaré a revisar los perfiles de
hombres de nivel, también puedo no abrir más esa aplicación y eliminarla sin
hacer nada.
Me
dormí con la música que guardo en mi teléfono.
Al
despertar encontré un mensaje.
- También
te extraño.
Sheryl Crow, Run baby run.
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