sábado, 28 de mayo de 2022

Oración II

 


Que sea capaz de escuchar los comentarios sin poner caras ridículas.

 

Me gusta celebrar, pero detesto esos momentos en que se canta la canción del feliz cumpleaños ¿qué hace una en ese momento? Mirarlos a todos, quedarse pegada mirando las velitas, tontear. Eso hago. Me pongo a cantar con voz operática en mi propio cumpleaños, así nos reímos todos. Es más difícil soportar la lectura de comentarios de lo que escribo, son más largas que un cumpleaños feliz y no hay forma de ponerse a tontear en esos momentos. Muchas cosas se pasean por mi mente para evitar concentrarme. La única vez anterior no escuché nada de lo que decían, atiné a agradecer y luego pedirles copia de sus escritos para leerlos con calma.

Tú tranquila, estoy acá

Que la confirmación el exhibicionismo y el narcisismo implícito sea soportable

Eso ha sido lo más difícil de tolerar, esos motes de intelectual que se supone implica la afición por escribir, supieran lo ignorante que soy, que leo algo y se me olvida dónde y quién lo escribió. Que hasta leo textos míos y no me parecen propios, no solo por el síndrome de impostora, sino porque muchos no vuelvo a leerlos en mucho tiempo. Los reconozco por las emociones, no tanto por el contenido. Asumo que escribir y exponer textos es la sombra de la personalidad melancólica funcional, más o menos. El lado b.

Tú tranquila, estoy acá

 

Que no se aburran los asistentes

Ya sé, no depende de mí, no en exclusiva, pero igual lo siento como una presión. Sí, es irracional, por eso esto se llama oración, El acto de rezar, pedir, a la entidad que una dote de poder como para cumplir deseos banales es irracional, por eso este texto, porque me dan ataques de irracionalidad en el estrés.

Tú tranquila, estoy acá

Que me acuerde de esta sensación y nunca más lance un libro, aunque me haya propuesto tres.

Ay, si no fuera porque las palabras pesan, se esculpen en alguna parte y me generan deudas, esta sería la oración más fácil de cumplir, pero ¡pucha! ¿Por qué dije tres? Encima dije que el tercero sería algo liviano, divertido como cuando me dio por escribir de cocina y las tareas domésticas. Reniego de esas palabras, las borro, nunca dije eso, me sacaron de contexto. No era yo en ese momento, debo haber estado con trago. Ya sé, vale igual, pero es un atenuante de la culpa. No fui yo, fue la desinhibición de la corteza cerebral frontal.

Tú tranquila, estoy acá

 

Stephan Moccio, Kaleidoscope

https://youtu.be/d7CpuZfQJhE

 

https://nopoderdecir.blogspot.com/search?q=oraci%C3%B3n


Sino

 


No maté al grillo, lo devolví al jardín. Primero lo lancé lejos con el impulso de los dedos. Luego me lo encontré cerca del pasillo, lo puse en una pala y lo tiré al pasto de donde no debió salir. Estaba paseando por mis sábanas. Qué perdido, pobre, tan desorientado. Era un grillo pequeño, incapaz de emitir su sonido de apareamiento que hacen que las noches calurosas de por aquí sean ruidosas.

Habrá salido a explorar, o una brisa lo levantó de alguna hoja y fue a dar donde no tenía intención de llegar. Si me hubiera encontrado de otro humor, o no hubiera soñado con pupas a punto de abrirse, no para la salida de una mariposa si no para una especie de araña, a lo mejor lo hubiera aplastado sin piedad. Tuvo suerte, me dio pena y lo devolví a su lugar de pertenencia. Tal vez tenía un plan, ser diferente de otros grillos, aventurarse. Quizás quería encontrarme dormida y entrar en mi garganta, explorar qué hay por dentro. Se hubiera ahogado rápido, junto con ahogarme a mí. Mal plan.

O se imaginó que mi cama era una montaña y quiso ver desde lo alto. Mirar hacia atrás y sentirse orgulloso de su recorrido, decidir si continuaba explorando o se devolvía a contarle a los suyos las peripecias que pasó y animarlos a explorar, tal como había hecho él. No es el primer grillo que veo adentro, he visto unos de tamaño superlativo, negros, gritones, saltarines, pero nunca en mi cama. He visto alacranes aquí adentro también, esos me caen bien, parecen peligrosos, pero son tan lentos y a la primera amenaza intentan auto agredirse. Son unos masoquistas después de todo. También los devuelvo al jardín.

Son un poco extraños los bichos y animales pequeños. Una vez una tortuga anduvo más de once días perdida adentro de la casa. Sí, se me arrancan las tortugas, qué duda cabe. Era chica, se salió de su caja y luego fue imposible encontrarla. Cuando ya la dábamos por muerta, apareció, quien sabe cómo, en un escalón de la escalera que va al segundo piso. Solitaria ella, no tuvo a quien decirle de qué se alimentó todo ese tiempo, qué hizo, dónde estuvo. Ahora tiene una vida feliz, supongo, cómo voy a saber ¡es una tortuga! Creció mucho, el acuario, sí, lo más raro es que era una tortuga acuática, le quedó chico. Una vez en un restaurant chino de Enrique Olivares, pregunté si recibirían una tortuga para su ya sobrepoblada pileta decorativa, el dueño se encogió de hombros y me dijo que sí, que la pileta ya parecía casa de acogida de tortugas que llevaban los clientes. Es verdad, la última vez que fui conté unas treinta y ocho. Sí, porque así es una, obsesiva, detallista con información que no sirve para nada.

Recordé otra vez en que mi hermano llevó un pirigüín a la casa en una bolsa. Por más que todos insistimos en que lo botara, lo llevara a la acequia de donde lo había sacado, años después supimos que, una vez más, hizo lo que quiso. En los afanes de ordenar el jardín, mi abuela sacó unas maderas que estaban apiladas en un rincón. De improviso gritó, corrimos a ver y dijo que había visto una rana enorme.

- ¡El pirigüin!

Se acusó solo mi hermano. Pasó horas buscando la rana. Mi abuela decía que daban mala suerte, ni me molesté en preguntar por qué. La respuesta siempre es la misma -Así dicen - . La encontró, no sé cómo lo hizo para meterla en una bolsa. Era grande. Acostumbrados a las exageraciones de la abuela, esperábamos encontrar una cosa chica, de tres centímetros a lo más, pero no, a lo mejor ahora exagero yo, pero lo que recuerdo era una rana horrible de unos diez o más. Esa vez pensé en los monstruos que pueden vivir cerca sin que uno lo sepa. Rastreables como una rana o invisibles como tantos otros.

Y como un pensamiento lleva al siguiente, apareció entonces la imagen de una perrita cachorra, que, de nuevo, mi hermano, sin autorización, llevó a la casa. Todos pusimos el grito en el cielo, nadie quería más perros después de que el último salió corriendo y lo atropellaron. La tristeza fue horrible y tal como en las penas de amor, uno cree que puede proponerse no enamorarse más, nunca más, jamás de los jamases, en esta puta vida. Como era de suponer, vimos esa cachorra blanco y negro que parecía una madeja de lana y no hizo falta nada más. Se quedó con nosotros. La llamamos Pochita, creo que fui yo quien sugirió ese nombre.

Para el terremoto del 85, la Pochita se perdió. No podíamos encontrarla. La buscábamos con esa sensación doble de no querer verla si estaba aplastada por ahí, debajo de las cosas que se cayeron y el deseo de encontrarla viva y literalmente coleando. Primero fui a buscar a mi hermano que estaba en casa de un amigo. Corrí por entre la polvareda que había en la calle, varios muros de adobe estaban en el suelo, así como también nuestra pandereta de cemento que nos dejó cara a cara con el vecino de atrás. Fue tanta su amabilidad, que estando frente a frente, nos dice – se les cayó el muro -. Estuve a punto de decirle – no me diga -, pero me retuve. Fui a buscar a mi hermano, gritaba su nombre y no salía. Di varias vueltas por el frontis de donde había ido, grité más fuerte, todo lo que me daba la garganta, ya apretada con tanto polvo suspendido en el aire. No me di el espacio para pensar en nada. Mi hermano al fin salió, nos fuimos a la casa. Él comenzó a buscar a la Pochita. Pasaron horas, comenzaron las réplicas y, como quien sabe por qué, no tengo miedo a los temblores, yo era la encargada de poner las cosas a resguardo de posibles caídas. – Acuérdate de las velas, trae la linterna, afirma el espejo grande, aprovecha de traer un chal para la abuela y ¡apúrate!

Ya no sé si fue el mismo día o al siguiente que la Pochita apareció tiritando debajo de unas cosas arrumbadas en la pieza del lavado. Qué alivio más inmenso. Si quedaban dudas de nuestro apego con ella, después de ese día, se disiparon por completo.

Entonces el grillo estará entre las hojas, el bambú de los vecinos, o debajo del espino, creciendo, volviéndose más oscuro. Seguro no sabe de dónde salió la nave roja, la pala de la basura, que lo trasportó de una superficie blanca de vuelta a la oscuridad del suelo del jardín. A lo mejor se sintió grande y poderoso por unos instantes y ahora de nuevo, pequeño e insignificante en la humedad de la tierra y las hojas. Volverá a sentirse importante cuando sus patas logren hacer el ruido del apareamiento.

Todo el día estuve acordándome del grillo y su destino.


martes, 24 de mayo de 2022

Un Gentleman

 



Al fin iría a un lugar donde podría lucir su paraguas, abrigo de lana inglesa, verdadera lana, y la bufanda que hacía juego con esos tonos clásicos café y beige, muy de moda entre los académicos de ciencias políticas o cualquier cátedra que cupiera en la categoría de artes liberales. El bolso de cuero y la correa que tenia grabada la palabra university, no dejaba dudas de su labor y el estatus social e intelectual correspondiente. Era una marca de calidad mundial, recuerdos de su doctorado en UK, iukey. Disfrutaba de pronunciar eso.

Notaba las miradas de admiración y envidia de sus colegas, cuestión de clase, se repetía entre muchas otras frases y adjetivos que ni con pentotal diría en voz alta por lo incorrectos que resultaban.  - El cinismo es una estrategia de sobrevivencia, decir lo que se piensa, sin adornos, terminaba en lo que otro académico llamaba sincericidio, muerte social por sinceridad -.  La barba tipo talibán y un discurso dentro de lo esperado aseguraba para él una agenda anual de invitaciones a seminarios o a dar clases en los posts grados de distintas universidades del país y cada vez más en el extranjero. Por último, en caso de no resultar su punto de vista equilibrado y analítico de lo que estaba pasando y sus consecuencias, siempre era una buena estrategia hablar de las bondades del ateísmo y el daño de la religiosidad a las culturas por la represión en distintos ámbitos de la vida, en especial cuando la contingencia era tan compleja de analizar y, por tanto, se requería una distancia espacial y temporal para descifrar qué es lo que está pasando . Hacía poco había tenido una breve conversación interesante con una tesista. Ella relataba ciertas decisiones que había tomado hacía varios años y solo ahora podía acercarse a la trascendencia para sí misma y los demás que tales giros habían traído.  - Algo así pasa con los procesos sociales agregó él, – se puede estar en medio de un hecho del que los libros hablarán por siempre, pero no se es totalmente testigo de la historia como dicen los periodistas en la Tv. Con suerte uno observa y se da cuenta de que algo pasa, la épica por lo general se construye a destiempo, quizás antes o mucho después –. Eso era compartir información, reflexionar en conjunto. Con los ánimos tan recalentados, con estudiantes y colegas gritones y exagerados, que en vez de preguntar emplazan y sacan a relucir tuits de hace al menos ocho años para tildarlo de inconsecuente, no se puede sostener una conversación seria o amena siquiera.

-       ¿Por qué no reconoce de una vez que usted es un reaccionario?

¿Qué podría responder a eso? Nada dejaría contento a su colega, que se enorgullecía de encender los ánimos de los estudiantes con fervorosos discursos y ejemplos cuidadosamente seleccionados de papers cuyos autores comulgaban con sus ideas. Una vulgar y triste manipulación de jóvenes con ansias de protagonizar también un momento histórico como les había correspondido a sus padres. Respecto de esto tenía algunas ideas cínicas también, cada generación necesita una cruzada y eso de ir hacia atrás reescribiendo la interpretación de la historia era mucho más fácil que resolver crisis actuales que requieren mayor creatividad, conocimiento de diversas disciplinas, cultura y voluntad colaboración. Siempre ha sido más fácil la anulación, la prohibición que la proposición de nuevas ideas.

Y sí, a lo mejor era cierto, su estadía en UK, lo había transformado. Con su habitual temor al ridículo, también miraba con una sonrisa sardónica su disfraz de gentleman. Si solo midiera unos 20 cm más y fuera flaco y tuviera una nariz más fina y una mandíbula más angulosa, pero no, esa tendencia a ser un regordete era lo que lo hacía ver como un triste aspiracional más que un hombre elegante. Ese pensamiento siempre le asaltaba al momento de partir de viaje, pero luego le daba lo mismo. No iba a dejar que su inseguridad hiciera que temiera de su propio concepto del absurdo, menos ahora que estaba a punto de jubilar. Sus colegas se disfrazaban de progres desde la universidad: bolso artesanal de cuero legítimo, las ediciones caras de la literatura en boga, desayunos y almuerzos en las cafeterías en lugar del casino universitario con beca de estudiante pobre, de verdad pobre, comiendo una mierda o viendo cómo los otros, pobres-pero-no-tanto, se gastaban la plata del almuerzo en fotocopias con la esperanza, eso sí, de que en su casa podrían comer algo decente.

Por un tiempo se la creyó y fue a trabajar donde las papas queman, con el pueblo, métale estudios de campo, observaciones participantes en las ollas comunes y las estrategias más eficientes para aumentar el capital social y la participación ciudadana. Años aprendiendo a ganarse la confianza de las agrupaciones de personas que comparten un espacio; pobladores le corregían los dirigentes a cada rato. Pobladores. Siempre se sintió ridículo hablando en politiqués, ese lenguaje grandilocuente, tautológico y muchas veces incomprensible para las juntas de vecinos. Los jóvenes lo aprendían rápido: la problemática, la solucionática, la democratización, la socialización de la estrategia, la precariedad, la vulnerabilidad. ¿Qué hacían sus colegas en esa época? Fueron mucho más inteligentes, por el partido o sus relaciones consiguieron pegas en directorios de ONG o de grandes empresas que necesitaban conectarse con la comunidad y negociar el impacto ambiental. Negociar era un eufemismo.

Los más hábiles para los negocios pisparon el nicho de las encuestas políticas y las capacitaciones para las instituciones públicas. Ahora abjuran del modelo que les dio un pasar muy superior a los de sus padres y habiendo asegurado su vida y la de sus hijos quieren, por cualquier vía, compatibilizar su ideología con la opción política más pop. Siempre observando la ciudad desde las montañas, desde sus refugios con buenos quesos y tragos. El complejo del dinero ¡pucha que cuesta aceptar el gusto por la plata y el bienestar!

Hubo otros, capísimos, que admiraba hasta ahora sin ninguna duda, esos hombres y mujeres que han hecho cierto aquello que alguna vez declararon el motor de sus vidas en alguna tomatera cercana a la escuela: mejorar la vida de las personas. Ahí estaban, dándole, algunos con la retribución material que merecen y otros no tanto por distintas circunstancias incontrolables de la vida. Una desventura cierra muchas puertas, un par de malas decisiones, un riesgo mal evaluado; la mala pata no más o la certeza de que ciertos aprendizajes se dan en algunos círculos a los que es evidente que no todos acceden.

En algún punto sintió un crujido de ideas en su mente, se sintió parte de una maquinaria que perpetuaba el malestar y discurseaba en otra dirección. ¡Corre, corre en línea recta! Y eso sentía que hacía hasta que se dio cuenta de que su recorrido no era una línea, no alcanzaba tampoco a ser un círculo, era siempre el mismo paso. Un hámster que corriendo rápido o lento, no avanzaba. Y encima debía evitar que otros de la misma especie se dieran cuenta del engaño y motivarlos a seguir corriendo. Desvió el camino a tiempo y se fue a UK, el mundo se abrió y muchas posibilidades a su vuelta también. Lo que aprendió allá estaba resumido en la obra de Oscar Wilde, un genio aun subvalorado en sabiduría y sensibilidad para captar la decadencia y la maravilla de ser humano.

El taxi que pidió ya llegaba al aeropuerto y había evitado hablar con el conductor todo el camino de tan sumido que estaba en sus pensamientos de viejo descreído. Descreído y reaccionario. Debía agregar ese concepto a la descripción de sí mismo, si ha de considerarse la opinión ajena para la definición de la propia identidad.

Al fin había aprendido a calmarse, nadie apurado puede ser elegante se decía. Eso de atarantarse era tan poco OCDE, se reía para sus adentros cuando hacía suyas frases ingeniosas repetidas en las redes sociales. Ahora caminaba derecho, no se estresaba y al momento de entrar a la cinta que revisa el equipaje disfrutaba de ser observado por comportarse como un señor mayor y educado.

Estaba jugando los descuentos de la vida laboral, faltaban un par de años más para cumplir el plazo legal. Siempre pensó que querría seguir hasta que su cerebro hiciera sinapsis y tuviera algo que decir, ahora, quería irse sin odiar a su audiencia y cada día era más difícil soportarlos. Estaba viejo, le faltaba energía para discutir, para demostrar su punto. Se había convencido de que el diálogo socrático ya no era posible o peor, que solo se da luego de terribles crisis y masacres. Solo ahí se recurre a la lógica porque no queda más que reconstruir por la subsistencia de los más queridos, con lo estrecho o amplio que pueda ser esa categoría: la familia, los amigos, la clase, el barrio, el continente.

Este gentleman había ido estrechando más y más la categoría de los más queridos. Quizás se dedicaría a pasear por algunos lugares aun amables, iría a ceremonias sin sentido y sonreiría como hace la gente educada. Por ahora, movía su paraguas en círculos y disfrutaba de una agradable alameda mientras avanzaba hacia el salón y un viento fresco y punzante vivificaba su piel.

-       ¡Bienvenido profesor Orellana!

Tenía claro que era bienvenido porque cobró todos y cada uno de los favores realizados a candidatos de distinta monta de cuando le correspondía hacer participar a la comunidad y guiar la discusión hacia los temas predeterminados como de interés público. Un gentleman tiene un pasado interesante, conoce las debilidades, las propias, las de los demás y las usa.


martes, 17 de mayo de 2022

Comentario de Francisco Molina

 


27 tacitas de café

 

La verdad cabe en una tacita de expreso. La verdad tiene por duración el único sorbo con el que se debe consumir una tacita de expreso. Te deja la idea fresca y la boca amarga, como si fuera una invitación a poner la lengua en stand by. Café literario y otros cuentos, de Ximena Candia, es una mesa recién puesta, con 27 tacitas. Cada una contiene las palabras suficientes, la medida de un cuento, para hacer de ese sorbo una experiencia de lucidez.

 

Quizás uno de los goces más privados en la lectura de un libro de cuentos, es ceder a la tentación de no leerlos en orden. Buscar el índice, poner el dedo y caer en “Soy leyenda” (página 75). El Guatón Naveas, su tenida de domingo, un bautizo, una pichanga, una gresca. Me río en el metro. El remate, uff. Espabilas con el primer café de la mañana.

 

Relatos tibios, la idea fresca. Trapecistas, página 108. Un cuento escrito en contrapunto, Olivia y Bernardo, un trapecio. LECTURA PÁGINA 111. Los cuentos se vuelven dinámicos. Aumento de la frecuencia cardiaca y la presión arterial. Lo que te demoras en tomar otro sorbo de café.

 

Página 88, “Incluso en el sur”: “Tanta historia de la humanidad transcurrida para caer en trampas del milenio pasado”.

 

Y otro más, “Pauta de notas paralelas”, página 49, “Tenía la música indicada para ese anhelo de tormenta”.

 

La narrativa de Ximena es casi siempre urbana, no necesariamente por los paisajes, sino por el alto grado de consciencia de personajes y narradores. En cada cuento hay momentos clave, “Cada uno vio lo que quería ver”, donde los protagonistas entienden que su mundo no podrá seguir siendo el mismo.

 

Si “Incluso en el sur” se puede resumir como un cuento de ruptura matrimonial visto desde la generación anterior, y “Pauta de notas paralelas” es solo una mujer arriba del auto en su rutina. El valor de Café literarios y otros cuentos está en cómo la narrativa, sin perder agilidad, logra llenar de sentido a personajes comunes.

 

La mesa con las 27 tacitas te seca la boca para que sigas leyendo, es una intensidad tras otra, precisa, “humanos, demasiado humanos”. Es la medida del cuento, la que hace de Café literario y otros cuentos, de Ximena Candia un libro entrañable.


sábado, 14 de mayo de 2022

Perfil

 




Todas mis amigas lo hacen, casi. Una me insiste - ¿qué pierdes? Lo peor que puede pasar es que sigas igual -. Era sábado y cerca de las once de la noche intentaba ver una película, empecé unas cinco, una comedia para ver si me hacía reír, un documental porque siempre viene bien aprender de algo, una policial para obligarme a prestar atención, una adolescente para desconectar el cerebro, hasta una de terror para intentar sentir algo. Quería ver si alguna escena activaba mis emociones, de cualquier tipo. Hace tiempo que no siento nada. Con ninguna película me enganché.

Entonces, con el valor que da una copa grande de vino, tomé el teléfono y busqué esas aplicaciones de citas. Al menos esta vez la baja de defensas no me provocó llamarlo o escribirle como hice alguna vez. Cambié de lugar su nombre en la lista de contactos y entonces para encontrarlo tenía que recorrer todo el listado. Y mi lista es enorme, todos mis clientes del trabajo están en mi teléfono por si alguno requiere información, a cualquier hora, esa es la instrucción de mi jefe. Tampoco es que lo hubiera hecho muchas veces, eso de contactarlo. De hecho, cuando lo hice no estaba con trago, fue de torpe. La mayoría de las veces me quedaba mirando el teléfono y pensaba decirle algo, pero me arrepentía a tiempo. Esa noche también.

Busqué las aplicaciones, como Google escucha las conversaciones, mi correo está lleno de anuncios, todas se esfuerzan por parecer dirigidas a un público muy especial: gente culta, educada, con buenos trabajos, seria, con gustos exclusivos y por supuesto, una exquisita elaboración de algoritmos que garantizan hacer contacto con quienes una podría ser afín y entablar una relación.

Vi varias. De tanto en tanto apagaba el teléfono, cerraba los ojos y me ponía a pensar en otras cosas, a escuchar música o incluso dormirme si tenía suerte, pero la suerte es esquiva para quien la busca dicen. Entonces pensé que la evaluación de mi situación no era muy auspiciosa. Mi vida consistía en ir al trabajo, poner toda mi energía en ese empeño, cosa que me ha resultado, pasé de cobranzas a ejecutiva de cuentas en poco tiempo y soy la mejor vendiendo. Mi hijo, que ya está a punto de irse de la casa para independizarse, se ríe de mí porque llamo a los clientes con una sonrisa como si me vieran. Le he dicho que es un truco de ventas básico y que me ha ido bien con eso. La mueca de la sonrisa hace que la voz suene diferente. La gente debiera saberlo, les iría mejor en sus empeños. Gracias a mi trabajo he ayudado a toda mi familia y me siento orgullosa. Quedarme sola con un hijo no me dejó alternativa, no iba a ser una carga más para mis papás, así es que me salí de la universidad y me puse a trabajar en lo que viniera. Además, fue la forma más efectiva que encontré de salir del pozo en el que me encontraba desde que el papá de mi hijo tuvo el accidente y quedó en coma. No se alcanzaron a conocer el padre y el hijo. En pocos días pasé de rezar para que se sanara a hacerlo para que se muriera pronto. Si sobrevivía no sería nunca más él de nuevo. Se murió en menos de dos semanas. Yo tenía ocho meses de embarazo. No me gusta recordar esa época, la viví como en otra dimensión, como si flotara por donde me movía, las cosas transcurrían en cámara lenta, las voces sonaban lejanas y hasta los rostros de las personas me parecían deformes. El llanto de mi hijo fue lo que me aterrizó de nuevo, era casi lo único que escuchaba con nitidez. Cuando cumplió tres meses salí a buscar trabajo. Estaba tan determinada que a la semana ya estaba en una oficina.

No he parado desde ahí.

Me gusta el departamento donde vivimos. Cuando se vaya mi hijo, tal vez lo sienta muy grande para mí, quien sabe.

Hombres de nivel.

Eso dice la aplicación, como para convencerla a una de que ahí no van a aparecer los cafiches en busca de mujeres maduras solas o jovencitos que quieren tener en su currículum sexual haberse acostado con una. Ya he visto como son, a veces de verdad una les gusta y no deja de ser algo parecido a un halago, pero no pasa de ahí.

Tengo un par de amigas a quienes les resultó atreverse, conocieron ahí a sus actuales parejas. Son las que más me insisten en que lo haga, dicen que el riesgo no es más alto de conocer un psicópata del que una corre en la vida diaria. Y claro, ahí sale a relucir esa historia del tipo que se obsesionó conmigo y de todo lo que tuve que hacer para ponerme fuera de su alcance. Entre muchas otras cosas, tuve que cambiar el teléfono lo que fue un desastre en mi trabajo. Al final eso fue lo que más me importó, que me afectara en mis ventas.

El teléfono, de accesorio a protagonista de la vida.

Después del psicópata, pasó a llamarse así, apareció él, ese al que una se atreve a llamar amor y fui yo la que se obsesionó. El de la debilidad que surge con el alcohol, ese al que cambié de lugar en mis contactos para no llamarlo.

Panorama nada auspicioso. Trabajo, rutinas establecidas, soledad de los viernes, de los sábados y de las tardes de domingo. Eso hablo con mis amigas ¿para qué quiere pareja una a estas alturas? Lo que más he escuchado es que lo que buscan es un compañero, una especie de marido puertas afuera, alguien con quien ir al cine, al teatro, al municipal, pasar un fin de semana fuera, ir a algún restaurant o caminar por ahí. Todo eso se puede hacer sola. Y sexo, aunque sea ocasional. En realidad, mejor si lo es para que no se vuelva rutinario y exento de encanto.

¿Eso quiero yo?

Ya que estoy vitrineando aplicaciones, parece que sí. Hasta mi hijo quiere que encuentre a alguien que me acompañe, dice eso con un tonito particular, no puedo evitar reírme cuando lo escucho, también habla de las aplicaciones – oye, en tu ecosistema ya no apareció nadie, asúmelo, busca más allá.

Ninguna, casi ninguna, habla de amor, por algo será. Yo tampoco. Una que otra habla del amor adulto, que según entiendo, se trata de un amor deslavado, tibio, nada muy intenso ni comprometedor. Una relación con límites claros, cada uno con su vida, con espacios para estar solos y, sobre todo, sin recriminaciones, celos o ansias desmedidas. Para mí eso es una relación de amigos con ventajas como dicen los jóvenes o un matrimonio de muchos años, aburrido y estable.  No estoy tan segura de poder pedir o dar tanta urbanidad en una relación. Tanta educación en el cuidado de la individualidad. Debo ser de la vieja escuela, formateada en la sinceridad de la emoción. Tendré que modernizarme, bajar la intensidad y acostumbrarme a las relaciones civilizadas, suavecitas y muy pro como en las películas que no pude ver.

Busco mi tarjeta de crédito, son unos cuantos dólares al año, he gastado mucho más en un par de aros o en una noche de tragos con las amigas. Debo seleccionar una foto, me demoro más de una hora en eso. Tengo que escribir unas frases que hablen de mí y no se me ocurre nada. Como vendedora debiera serme muy fácil si me veo como un producto que hay que promocionar: mujer independiente, es lo único que logro poner ahí. Las instrucciones dicen que uno debe poner sus intereses, lo que busca en un hombre, la música que escucha, lugares que prefiere visitar. Si digo la verdad pareceré una neurótica llena de mañas o el aburrimiento hecho persona. Si miento habré empezado mal.

Mujer independiente, me gusta viajar, caminar.

Y por supuesto la infaltable frase: disfruto de las cosas simples de la vida.

Y ahí me dieron ganas de poner que quería reírme mucho en conversaciones sin ningún sentido, que me pongo divertida cuando tomo, que me gusta probar comidas raras, pero no tanto tampoco, que adoro que me digan que me extrañan y que a veces me quedo acostada como muerta encima de la cama inventando cosas. Y que me carga decir lo que tienen que hacer o que, con tipos poco ocurrentes, ni a la esquina, y sobre todo, que detesto tener que engrupir a nadie y no pienso andar fingiendo nada para gustarle a alguien. También quería poner que se abstuvieran los winners, los veganos, los desorientados en la vida, los fanáticos de cualquier cosa, los que buscan una mamá o una réplica de su ex o todo lo contrario que es lo mismo.

Debió ser el efecto de la segunda copa de vino porque cerré la descripción, busqué dentro de mi eterna lista de contactos y cuando llegué a su nombre estuve a punto de decirle que lo extrañaba mucho. Si pensaba qué era lo que extrañaba, era difícil de definir, una idea, un montón de fantasías.

¡Ah! Debería agregar en mi perfil que nada de lo que puse ahí es real, que a la larga las descripciones de una misma dependen en gran medida de los cuentos que una se cuenta, tanto que después se los cree, hasta me cuestiono lo de mujer independiente. ¿No es otro cliché más que nos venden acerca de como debemos vernos, marketearnos, vestirnos y sentirnos? ¿y si pusiera que soy miedosa, pero que lo disimulo bastante bien? O que los hechos demuestran que soy inconstante, me falta disciplina y he hecho lo que estaba a mi alcance simplemente. Claro es un perfil para atraer, no para espantar y tampoco un muro de confesiones y lamentos.

Qué suerte que el cerebro aún me funciona, me puse el pijama, lavé mis dientes, saqué el maquillaje de mi cara y para cuando llegué a la cama ya había recuperado el habitual control de mí misma.

Otro día, o nunca, terminaré mi descripción, comenzaré a revisar los perfiles de hombres de nivel, también puedo no abrir más esa aplicación y eliminarla sin hacer nada.

Me dormí con la música que guardo en mi teléfono.

Al despertar encontré un mensaje.

-       También te extraño.

 

 

Sheryl Crow, Run baby run.

https://youtu.be/3CUr0bnDCfM


domingo, 8 de mayo de 2022

Lanzamiento Caleidoscopio y otros cuentos

 





El lanzamiento se realizará el jueves 2 de junio. Si quiere asistir, no dude en pedir el detalle a mi mail.
xcandiac@gmail.com




Clara

 


¡Ay Juanito! Usted se las sabe por libro. Siempre ha sabido qué hacer para alejarse lo suficiente de los peligros imaginarios que lo acechan. Lo he observado por largo tiempo y esa es mi conclusión acerca de usted. Siempre cuida sus pasos, mirando alrededor cual avezado líder de la manada que pone cara de nada cuando la batalla no vale la pena y despliega toda su ferocidad combativa cuando lo que está en juego es su estabilidad. Lo admiro por eso. Yo soy terroncito de azúcar – ¡tan sentida que es esta niña! – le decía mi tía a mi mamá porque lloraba si no me sentía considerada. Usted también me lo ha dicho ¿se acuerda?

Obvio que no se acuerda. Otra característica importante para el bienestar personal, la mala memoria selectiva.

Cuando discutimos creo que sé lo que está pensando. Que soy tan típica, tan normal, que quiero cosas, muchas cosas, según su idea de lo que somos las mujeres. ¿Regalos? claro que quiero regalos, los más cursis que encuentre usted, no le voy a dar ideas porque, en el hipotético caso de que un rayo iluminador le diera justo en la cabeza y de puro aturdido le diera por darme una sorpresa, ya no lo sería para mí si le sugerí qué debería regalarme. Pura lógica. No se trata de cosas, pero qué saco con explicárselo.

Y usted que lee tanto y se vanagloria de haber soportado y sobre todo disfrutado el Ulises de James Joyce, considere lo que el caballero ese le escribía a su Norita. La llenaba de sus fantasías y jugueteos ¿qué me dice usted a mí? ¡Poco y nada pues!, no espere que mi imaginación vuele y lo invente a usted mi Juanito querido.

Tengo una cabeza loquita, pienso cosas, bailo sola, me imagino tonterías, pero usted dijo que me quería así, ahora creo que le molesta. Es lo que pasa siempre, eso dicen ¿Qué hacemos? ¿me va a dar mis regalos? ¿le daré yo los míos?

Me quiere atrapar con un anillo, con un papel Juanito. Así no. Hasta Luis Miguel lo sabe, apuesto a que no ha escuchado la canción que dice quién le pone puertas al campo. A mí me hubiera gustado que dijera quien puede atrapar al viento, me parece mucho más clara la idea. El viento tiene su propia dirección, no está anclado a nada. El amor es viento Juanito. Hágase la idea. A mi mamá le gustaba un dicho – siembra viento y cosecharás tempestades – creí que eso sería así, porque una les cree a las mujeres de la familia, a las tías, a las abuelas. Sobre todo cuando comentan las teleseries. Una escucha, atenta, medio oculta entre las tazas de té, las tostadas con mantequilla y mermelada de la hora de once. Yo casi anotaba esos comentarios, pero debo haberme perdido de otros secretos femeninos.

Los regalos son la siembra de la tempestad, eso creía. Ya no. Me acordé de otro verso de canción: su regalo liberó los ahorros del amor. Eso me enamoró, que se supiera algunas canciones de memoria o pedazos de libro. Era como si Pancho Sazo me cantara a mí, como esa canción de París. Dígalo, dígalo, Juanito, me parece escucharlo – mi amor, mi corazón, mi vida.

¿Se acuerda de cuando le dije que un día se apareciera sin avisar a la salida de mi trabajo y fuéramos a pasear por ahí? Yo quería jugar a que no nos conocíamos, que usted era un extranjero de paso y yo le iba a mostrar la ciudad y en una de esas podíamos terminar en un hotel del centro. No sé qué se le pasó por su cabeza, se puso celoso de usted mismo, pensó que de verdad yo quería meterme con alguien que no conocía. No estuvo bien que me diera un ataque de risa, a lo mejor debí ser más sensible, pero ¡por favor! Un poco de imaginación no le hace mal a nadie. Usted era el extranjero, solo tenía que jugar. Se la pasa leyendo de filosofía y se cree superior a mí en tantas cosas y se vino a poner tan concreto como un burro cualquiera.

Usted se volvió tan serio, tan predecible. Y parece que yo me puse cada vez más fantasiosa, loca dice usted. ¿Le cuesta mucho seguir el juego?

Ahora se me queda mirando cuando me peino, cuando pruebo distintos colores en la ropa, en la sombra de los ojos, critica mis zapatos y después se tienta y se acerca como para convencerme, me da besos en el cuello justo cuando estoy lista para salir. Ya le dije Juanito, haga algo, organice su mente ¿me quiere o me desprecia? Dice que soy una superflua, que mis vestidos son mucho para el lugar donde trabajo, que camino como si estuviera llegando a un palacio y no a esa oficina oscura y llena de cables por todas partes, que un día me voy a electrocutar por mis tacos. A veces creo que eso quiere que pase.

Pienso en lo de los hijos. No quise. No pude. No pude y no quise. Se lo dije muchas veces, a lo mejor pensó que con el tiempo me iban a venir las ganas, que el reloj biológico empezaría a sonar como gong en mi pecho o que, por último, se me iba a olvidar la pastilla. No. Ni un día me he olvidado. Aún es tiempo Juanito. Busque otra, arréglese, acuérdese de cómo era ser seductor. Así, todo descuidado, no lo va a mirar nadie ¿o también le está sonando el gong?

Una se cansa de esperar algo, sobre todo si no sabe bien de qué se trata. ¿Se acuerda de cuando hablamos de los nombres y el destino? Usted me decía que no había ninguna relación y yo, que sí, que los padres a una le ponían un nombre según sus expectativas. A mí me pusieron Clara como una ironía. Según mi papá fue una elección por oposición, a él y a mi mamá les gustaba leer a Confucio, pero no querían ponerme Confucia y por sus habituales chistes y un sentido del humor que una llegó a entender recién como a los 12 años, decidieron que mi nombre sería lo opuesto a la confusión, la claridad, Clarita, la niñita. Creo que Confucia no estaba bien, Confusa, menos, pero ¿Clara?

A usted le pusieron Juan por Juan Segura ¿no? Ahí lo marcaron. Los padres que ponen nombres como Arturo, Máximo, Adriano, Sócrates ¿se ha fijado que muchos jugadores de futbol brasileños tienen nombres griegos? Cuestión de expectativas. Los míos no pensaron en Estrella, Victoria, Atenea o Gloria.

No me acuerdo de cuándo empezó a criticarme, al principio le gustaba que fuera risueña y coqueta, después eso le pareció liviandad y otras cosas peores. Cuando decía que estaba segura de ir avanzando en mi trabajo, me encontraba determinada, ahora me dice que no está seguro de qué cosas hice para llegar al puesto que tengo. Se puso peor cuando empecé a ganar más plata. ¿Qué quería Juanito? ¿Qué me quedara en el puesto de antes para que usted no se sintiera mal?

¿Se acuerda de la última vez que me dijo algo bueno de mí? No hablemos de cuando está calentón y me dice que soy linda, que le recuerdo a no sé qué actriz, o que mi culito está duro y firme como siempre.

Me gustan las sorpresas Juanito, no quiero tener que decirle lo que debe hacer conmigo. Era tan lindo cuando me hacía leer las partes de los libros que tanto lo absorben. Yo me acurrucaba a su lado y trataba de ir leyendo junto con usted. Después me dijo que le incomodaba y lo entendí. Usted con los libros, yo con las canciones.

¿Sabe? Hay una canción que andaba escuchando cuando le pedí que actuara como un extraño Beautiful Tango, si hubiera puesto atención me hubiera entendido. Usted dice que en los libros ninguna frase está por casualidad, le informo que tampoco en las canciones.

 

Toco, Samba Noir 

https://www.youtube.com/watch?v=-sGnHijNxjc&list=RD34fDJEM3L4w&index=3&ab_channel=SchemaRecords

 

Congreso, Paris 2016

https://www.youtube.com/watch?v=C2gvRcRoG44&ab_channel=Congreso-Topic

 

Hindy Zahra, Beautiful Tango

https://www.youtube.com/watch?v=34fDJEM3L4w&list=RD34fDJEM3L4w&index=1&ab_channel=HindiZahra-Topic


lunes, 2 de mayo de 2022

El Pibe y sus sueños

 





¿Conoce esa expresión? hace tiempo que no la escucho. Como soy un viejo, de esos que se niegan a aprender y en mis años productivos solía figurar de profesor, paso a explicar: El sueño del pibe se trata del anhelo de obtener algo sin los méritos suficientes. Existen otras expresiones similares como pegarle el palo al gatocortar el pan como una florencontrársela amarrada en un trapito, tal vez hay formas más actuales de decir lo mismo. – desconozco – decía un colega muy amargado que tuve en uno de los colegios en que trabajé. Era de esos que dicen roedores en vez de ratones, falleció en vez de murió, obeso en vez de guatón. Tenía buenos chispazos de creatividad, poca capacidad de concreción. Como esos comentaristas de fútbol chaqueteros que cuando juegan una pichanga son envarados a más no poder, pero a lo demás les exigen un virtuosismo físico que no han atisbado en ningún ámbito de su vida. Nos detestábamos con máxima cordialidad, ambos lo sabíamos. No le gustaba que los demás me encontraran ocurrente, sufría solo el pobre huevón. Mientras nos odiábamos y al mismo tiempo podíamos hacer cosas en conjunto, podía soportar todas sus chuecuras, mal que mal, eran manotazos de ahogado, ladridos de cachorro inofensivo. Me daba risa no más, en ese entonces desconocía mi súper poder archivador de mariconadas.

Cuando se envejece, de los peores descubrimientos que uno encuentra, es que las personas se vuelven predecibles hasta para sí mismas. Con ese colega descubrí que mi tolerancia a las chuecuras, ninguneos, o como le digan ahora, tenía una capacidad limitada, un umbral que desconozco aún. Se experimenta como una vibración interna, parecida al sonido del cierre del seguro de los autos nuevos, un ruido seco y compacto. No puedo recordar qué cosa fue, a lo mejor no era tan importante, pero no pude hablarle más. Hubiera deseado ser alumno en vez de coordinador para poder agarrarlo a combos y a lo más arriesgar una anotación negativa en vez de la pega. Se dio cuenta, trató de congraciarse de nuevo ¿ha visto usted cómo los chuecos no soportan quedar de malas personas? Otra cosa que he comprobado con los años es eso, el cultivo de las buenas maneras pareciera ser un signo de sabiduría y ¡no pues! Los desleales sonrientes son todos amables. Sin excepción. También aprendí que no vale la pena andar predicando, allá usted si prefiere la amabilidad, cosa suya, sus razones tendrá, esa expresión se usa harto para cuando alguien no quiere discutir más. Tantas pautas que hay, en esas sí me fijo, las detecto al vuelo. Forman parte de la coreografía social.

Hace poco estuve haciendo arqueología digital, esto es, borrar correos viejos porque Google amenaza con cobrarme por mi incapacidad de ordenar, archivar y eliminar correos irrelevantes. Creo que ya he pagado suficiente con mis datos acerca de todo, sería el colmo, además, regalarles mi plata. Me encontré grandes sorpresas. Comprobé una vez más mi teoría infantil de que la vida es una espiral y uno va repitiendo pautas hasta que las termina en alguna curva. Me lo he pasado persiguiendo algo, no sé muy bien qué, o sí, pero no me lo quiero confesar aún porque creo que ya llegué a la última salida. Ha sido reconfortante, eso sí, que lo que pensé era una idea más o menos loca y original, la han pensado otros con mayor inteligencia y erudición de las que yo jamás tendré y es posible que algún día alguien la compruebe más allá del esoterismo que incorpora.

Visitas al pasado, correos de hace diez o más años. Revisité nuevas-viejas deslealtades que en su momento me dolieron como pisar una pieza de Lego o pegarse en el dedo chico con la esquina de un mueble. Un dolor intenso y agudo provocado por la torpeza personal de ir confiado por la vida para encontrarse con que las pequeñeces pueden dañar más que los grandes dramas, al menos por un instante. Van de nuevo mis saludos y agradecimientos a quienes no dudaron en cuidar su relación con el jefe evitando que se respetaran los acuerdos ya alcanzados.

Soy picota, ya lo sé. Por eso me gusta estar solo y rumiar mi desencanto con un trago, callado, esperando matar el tiempo mientras espero que eso mismo me mate a mí. Fui arrojado, acaso temerario, valiente o inconsciente. Ya no importa. Terminé en el mismo lugar donde llegan los cobardes ¿no?

El Sueño del Pibe.

Así se llamaba un bar al que iba cuando me hartaba de todo y quería estar solo. Ahora dirían que es un pub, yo le digo bar no más porque cuando llegaba la música en vivo, partía cascando al tiro. No es porque fuera a conversar con nadie, pero con esos grupos vociferando, no podía hacer espacio mental a la nada. Así es que me iba caminando a la casa. Conocía al dueño, él sabía identificar si soportaría la conversación o solo quería estar en un lugar ocupando espacio porque no había desarrollado la capacidad de desaparecer aún. Para identificar mi estado me saludaba y me servía mi cerveza con limón y sal.

Las ocasiones en las que fui y tenía ánimo de soportar que me hablara, en realidad era eso lo que, al dueño de bar, el Pibe, le interesaba: contarme su historia, de cómo se encontró con el sueño de su vida y lo dejó pasar. Muchas conversaciones son del tipo yo esto, yo lo otro y luego le toca el turno al interlocutor que sigue en lo mismo: yo esto, yo lo otro. Un buen conversador es alguien perteneciente a una especie muy rara. La conversación en sí misma es un calce poco frecuente. Él decía que le hacía bien conversar conmigo, pero se engañaba, lo que yo hacía era escucharlo, poner atención a su discurso e intercalar una que otra pregunta para que resolviera sus contradicciones en el relato. Creo que, si le hubieran preguntado algo de mí, solo sabía mis datos demográficos que, por decir algo obvio, no son sinónimo de identidad. Son escasas los momentos en que uno logra intercambiar puntos de vista, opinar sin ser juzgado y abrir la mente a un funcionamiento diferente. En resumen, yo a él lo escuchaba, al revés de la clásica escena en que el barman escucha al apesadumbrado cliente.

El Pibe no era un ser melancólico, tampoco aproblemado, le iba bien en el bar, tenía buen ojo para los negocios así es que fue invirtiendo en externalidades beneficiosas, así llamaba él a los otros proyectos que desarrolló en torno al bar, un estacionamiento, un servicio de taxis de llamada, antes de los Uber, Didi y esas huarifaifas; una custodia de llaves de autos a la que luego incorporó los celulares. Ya  sabe, eso de que los que toman demasiados tragos y se ponen a llamar a sus ex, al jefe, en fin. Como cobraba un adicional razonable por cada servicio y tenía un sistema muy cuidado para la privacidad de los clientes, se ganó la fidelidad de muchos. El bar tenía una decoración pretenciosa, quería parecer antiguo, parecido a los de Valparaíso, a los que, si usted no conoció, sonó porque ya cerraron, pero nada era de verdad antiguo, decía que era más barato importar cachureos de los chinos que ir a perder el tiempo al Persa Bío Bío para buscar algo auténtico y además, de noche y con alcohol, todos los gatos son negros. ¿Se acuerda de Benny Hill y cómo mostraba que con cada copa su acompañante rejuvenecía unos 10 años? - oiga que está viejo ¿ya se vacunó? -  De día se veían con toda claridad los mamarrachos comprados en el sitio en donde seguro estaba la categoría de la moda de la mujer vintage, tenía muros llenos con esos posters de mujeres de los cincuenta, las pin up girl. Como no es huevón, cuando empezó esto del nuevo puritanismo, cambió las imágenes por mujeres empoderadas, fotos de la diversidad sexual, racial, toda la fauna posible, incluso aquellos con apariencia de humanos. En la carta puso lenguaje inclusivo y cambió los nombres de los tragos, la cuestión era que nadie se sintiera ofendido, igual siempre aparecía alguien preguntando huevadas - ¿puedo venir con mi gatito? Y ¿por qué no? ¿usted no sabe que son seres sintientes? –  o - ¿Este trago es vegano? ¿cómo sabe?

Tenía paciencia el Pibe

- ¡Por supuesto! Nos preocupamos de comprar alcohol sin pruebas con animales y sin gluten, tenemos productos que no son lo que parecen, pueden tener plástico, quizás qué químicos, pero nada de origen animal.

Yo me cagaba de la risa, pero esos flacos de lentes y jovencitas con pelos de colores quedaban felices.

A veces me tocó ver un grupo de unas cinco mujeres que no podían irse si no reclamaban por algo, que el pisco sour estaba muy fuerte, que las papas fritas estaban pasadas de aceite, que eso jamás había sido un Aperol Spritz, que la atención era muy lenta y así. Todas las veces decían que no volverían más y llegaban de nuevo. Fui testigo de cómo los meseros, chicos y chicas, hacía competencias para atenderlas. Al que perdía se le asignaba la mesa.

El bar podría haberse llamado también el Nunca quedas mal con nadie, pero eso hubiera significado perder a clientes que no eran fanáticos de Los Prisioneros. El Pibe se las arreglaba para poner en algún lugar una foto de Víctor Jara y más allá una de Los Huasos Quincheros.

- Uno nunca sabe las historias que se cuenta la mente del cliente.

Ahí me tragaba yo un sorbo largo de mi michelada picante. A él le había resultado así.

Ya sé que está esperando que le cuente acerca del sueño del Pibe, pero no hay mucho que decir, con toda probabilidad de seguro usted, como yo o cualquiera, tiene una historia similar que después cree que es única y la transforma en un mito personal, una leyenda que se cuenta una y otra vez, no para sentirse un héroe o algo parecido, incluso para lo contrario, para tratarse de idiota, cobarde o lo que sea. Se usa para imaginar otra existencia, jugar con cambios inesperados, esperar que el destino, el otro nombre de la propia incapacidad de decidir, haga su juego.

Eso es todo, el Pibe se encontró con lo que quería, se buscó miles de explicaciones, entre ellas que no era posible tener tanta suerte en la vida, porque en este caso, nuestro héroe se consideraba una pobre ave que no merecía tantos privilegios, así es que lo dejó pasar y de tanto en tanto le da por quejarse.

El Pibe era la comprobación de otra de mis teorías: la felicidad no es soportable para todos. Encontró a la mujer con la que se imaginó para siempre, pero su hipótesis de vida era otra y lo arruinó. Se daba a sí mismo miles de explicaciones, qué hubiera pasado si esto, si aquello. Según él, no le gustaba el drama, el dolor propio y menos el ajeno, entonces era mejor imaginarse que no la había conocido, que su vida al lado de ella hubiera sido una tortura diaria. Cada vez que necesitaba conversar, era porque había dado con otra suposición.

-       Lo que pasó fue que X y entonces Y más el valor absoluto multiplicado por la hipotenusa de la variable interviniente no se acercaba al resultado esperado.

-      Otro día, partía al revés, si descompongo la operación, entonces estas variaciones de los resultados serían anómalas y hay que eliminarlas porque están fuera del rango de la mediana.

Yo me limitaba a asentir y decirle que sí, que la última suposición me parecía más correcta y lógica que las otras.

Después de todo creo que necesito al Pibe, me hace bien que me confunda con sus seudo operaciones lógicas, que me maree con sus cuentos, el sueño que no fue capaz de sostener y sus miedos atávicos. Así no enfrento los míos y aparezco como un tipo confiable y sensato con quien conversar de tanto en tanto.

Él no se entera de que se las arregló para vivir con un drama permanente por no enfrentar uno circunstancial y se alegrará por aquello, yo seguiré escuchándolo mientras me aproximo cada vez más al último giro de mi propia espiral.

 

Miguel Mateos, Solos en América.

https://youtu.be/SghwGX077h0


La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...