¿Conoce esa expresión?
hace tiempo que no la escucho. Como soy un viejo, de esos que se niegan a
aprender y en mis años productivos solía figurar de profesor, paso a
explicar: El sueño del pibe se trata del anhelo de obtener
algo sin los méritos suficientes. Existen otras expresiones similares
como pegarle el palo al gato, cortar el pan como una flor, encontrársela
amarrada en un trapito, tal vez hay formas más actuales de decir lo mismo.
– desconozco – decía un colega muy amargado que tuve en uno de los colegios en que
trabajé. Era de esos que dicen roedores en vez de
ratones, falleció en vez de murió, obeso en
vez de guatón. Tenía buenos chispazos de creatividad, poca capacidad de
concreción. Como esos comentaristas de fútbol chaqueteros que cuando juegan una
pichanga son envarados a más no poder, pero a lo demás les exigen un
virtuosismo físico que no han atisbado en ningún ámbito de su vida. Nos
detestábamos con máxima cordialidad, ambos lo sabíamos. No le gustaba que los
demás me encontraran ocurrente, sufría solo el pobre huevón. Mientras nos
odiábamos y al mismo tiempo podíamos hacer cosas en conjunto, podía soportar
todas sus chuecuras, mal que mal, eran manotazos de ahogado, ladridos de
cachorro inofensivo. Me daba risa no más, en ese entonces desconocía mi súper poder
archivador de mariconadas.
Cuando se envejece,
de los peores descubrimientos que uno encuentra, es que las personas se vuelven
predecibles hasta para sí mismas. Con ese colega descubrí que mi tolerancia a
las chuecuras, ninguneos, o como le digan ahora, tenía una capacidad limitada,
un umbral que desconozco aún. Se experimenta como una vibración interna,
parecida al sonido del cierre del seguro de los autos nuevos, un ruido seco y
compacto. No puedo recordar qué cosa fue, a lo mejor no era tan importante,
pero no pude hablarle más. Hubiera deseado ser alumno en vez de coordinador
para poder agarrarlo a combos y a lo más arriesgar una anotación negativa en
vez de la pega. Se dio cuenta, trató de congraciarse de nuevo ¿ha visto usted
cómo los chuecos no soportan quedar de malas personas? Otra cosa que he
comprobado con los años es eso, el cultivo de las buenas maneras pareciera ser
un signo de sabiduría y ¡no pues! Los desleales sonrientes son todos amables.
Sin excepción. También aprendí que no vale la pena andar predicando, allá usted
si prefiere la amabilidad, cosa suya, sus razones tendrá, esa expresión
se usa harto para cuando alguien no quiere discutir más. Tantas pautas que hay,
en esas sí me fijo, las detecto al vuelo. Forman parte de la coreografía
social.
Hace poco estuve
haciendo arqueología digital, esto es, borrar correos viejos porque Google amenaza
con cobrarme por mi incapacidad de ordenar, archivar y eliminar correos
irrelevantes. Creo que ya he pagado suficiente con mis datos acerca de todo,
sería el colmo, además, regalarles mi plata. Me encontré grandes sorpresas.
Comprobé una vez más mi teoría infantil de que la vida es una espiral y uno va
repitiendo pautas hasta que las termina en alguna curva. Me lo he pasado
persiguiendo algo, no sé muy bien qué, o sí, pero no me lo quiero confesar aún
porque creo que ya llegué a la última salida. Ha sido reconfortante, eso sí,
que lo que pensé era una idea más o menos loca y original, la han pensado otros
con mayor inteligencia y erudición de las que yo jamás tendré y es posible que
algún día alguien la compruebe más allá del esoterismo que incorpora.
Visitas al pasado,
correos de hace diez o más años. Revisité nuevas-viejas deslealtades que en su momento
me dolieron como pisar una pieza de Lego o pegarse en el dedo chico con la
esquina de un mueble. Un dolor intenso y agudo provocado por la torpeza personal
de ir confiado por la vida para encontrarse con que las pequeñeces pueden dañar
más que los grandes dramas, al menos por un instante. Van de nuevo mis saludos
y agradecimientos a quienes no dudaron en cuidar su relación con el jefe evitando que se respetaran los acuerdos ya alcanzados.
Soy picota, ya lo sé.
Por eso me gusta estar solo y rumiar mi desencanto con un trago, callado,
esperando matar el tiempo mientras espero que eso mismo me mate a mí. Fui
arrojado, acaso temerario, valiente o inconsciente. Ya no importa. Terminé en el
mismo lugar donde llegan los cobardes ¿no?
El Sueño del Pibe.
Así se llamaba un bar
al que iba cuando me hartaba de todo y quería estar solo. Ahora dirían que es
un pub, yo le digo bar no más porque cuando llegaba la música
en vivo, partía cascando al tiro. No es porque fuera a conversar con nadie,
pero con esos grupos vociferando, no podía hacer espacio mental a la nada. Así
es que me iba caminando a la casa. Conocía al dueño, él sabía identificar si
soportaría la conversación o solo quería estar en un lugar ocupando espacio
porque no había desarrollado la capacidad de desaparecer aún. Para identificar
mi estado me saludaba y me servía mi cerveza con limón y sal.
Las ocasiones en las
que fui y tenía ánimo de soportar que me hablara, en realidad era eso lo que, al dueño de bar, el Pibe, le interesaba: contarme su historia, de cómo se
encontró con el sueño de su vida y lo dejó pasar. Muchas conversaciones son del
tipo yo esto, yo lo otro y luego le toca el turno al interlocutor que sigue en
lo mismo: yo esto, yo lo otro. Un buen conversador es alguien perteneciente a
una especie muy rara. La conversación en sí misma es un calce poco frecuente.
Él decía que le hacía bien conversar conmigo, pero se engañaba, lo que yo hacía
era escucharlo, poner atención a su discurso e intercalar una que otra pregunta
para que resolviera sus contradicciones en el relato. Creo que, si le hubieran
preguntado algo de mí, solo sabía mis datos demográficos que, por decir algo
obvio, no son sinónimo de identidad. Son escasas los momentos en que uno logra
intercambiar puntos de vista, opinar sin ser juzgado y abrir la mente a un
funcionamiento diferente. En resumen, yo a él lo escuchaba, al revés de la
clásica escena en que el barman escucha al apesadumbrado cliente.
El Pibe no era un ser melancólico, tampoco aproblemado, le iba bien en el bar, tenía buen ojo para los negocios así es
que fue invirtiendo en externalidades beneficiosas, así llamaba él a los otros
proyectos que desarrolló en torno al bar, un estacionamiento, un servicio de
taxis de llamada, antes de los Uber, Didi y esas huarifaifas; una custodia de
llaves de autos a la que luego incorporó los celulares. Ya sabe, eso de que los
que toman demasiados tragos y se ponen a llamar a sus ex, al jefe, en fin. Como cobraba un
adicional razonable por cada servicio y tenía un sistema muy cuidado para la
privacidad de los clientes, se ganó la fidelidad de muchos. El bar tenía una
decoración pretenciosa, quería parecer antiguo, parecido a los de Valparaíso, a
los que, si usted no conoció, sonó porque ya cerraron, pero nada era de verdad
antiguo, decía que era más barato importar cachureos de los chinos que ir a
perder el tiempo al Persa Bío Bío para buscar algo auténtico y además, de noche y con alcohol, todos los gatos son negros. ¿Se acuerda de Benny Hill y cómo
mostraba que con cada copa su acompañante rejuvenecía unos 10 años? - oiga que
está viejo ¿ya se vacunó? - De día se
veían con toda claridad los mamarrachos comprados en el sitio en donde seguro
estaba la categoría de la moda de la mujer vintage, tenía
muros llenos con esos posters de mujeres de los cincuenta, las pin up
girl. Como no es huevón, cuando empezó esto del nuevo puritanismo,
cambió las imágenes por mujeres empoderadas, fotos de la diversidad sexual,
racial, toda la fauna posible, incluso aquellos con apariencia de humanos. En
la carta puso lenguaje inclusivo y cambió los nombres de los tragos, la
cuestión era que nadie se sintiera ofendido, igual siempre aparecía alguien
preguntando huevadas - ¿puedo venir con mi gatito? Y ¿por qué no? ¿usted no
sabe que son seres sintientes? – o - ¿Este trago es vegano? ¿cómo sabe?
Tenía paciencia el
Pibe
- ¡Por supuesto! Nos
preocupamos de comprar alcohol sin pruebas con animales y sin gluten, tenemos productos que
no son lo que parecen, pueden tener plástico, quizás qué químicos, pero nada de
origen animal.
Yo me cagaba de la
risa, pero esos flacos de lentes y jovencitas con pelos de colores quedaban
felices.
A veces me tocó ver
un grupo de unas cinco mujeres que no podían irse si no reclamaban por algo,
que el pisco sour estaba muy fuerte, que las papas fritas estaban pasadas de
aceite, que eso jamás había sido un Aperol Spritz, que la atención era muy
lenta y así. Todas las veces decían que no volverían más y llegaban de nuevo.
Fui testigo de cómo los meseros, chicos y chicas, hacía competencias para
atenderlas. Al que perdía se le asignaba la mesa.
El bar podría haberse
llamado también el Nunca quedas mal con nadie, pero eso hubiera significado
perder a clientes que no eran fanáticos de Los Prisioneros. El Pibe se las
arreglaba para poner en algún lugar una foto de Víctor Jara y más allá una de
Los Huasos Quincheros.
- Uno nunca sabe las
historias que se cuenta la mente del cliente.
Ahí me tragaba yo un
sorbo largo de mi michelada picante. A él le había resultado así.
Ya sé que está
esperando que le cuente acerca del sueño del Pibe, pero no hay mucho que decir,
con toda probabilidad de seguro usted, como yo o cualquiera, tiene una historia
similar que después cree que es única y la transforma en un mito personal, una
leyenda que se cuenta una y otra vez, no para sentirse un héroe o algo
parecido, incluso para lo contrario, para tratarse de idiota, cobarde o lo que
sea. Se usa para imaginar otra existencia, jugar con cambios inesperados,
esperar que el destino, el otro nombre de la propia incapacidad de decidir,
haga su juego.
Eso es todo, el Pibe
se encontró con lo que quería, se buscó miles de explicaciones, entre ellas que
no era posible tener tanta suerte en la vida, porque en este caso, nuestro
héroe se consideraba una pobre ave que no merecía tantos privilegios, así es
que lo dejó pasar y de tanto en tanto le da por quejarse.
El Pibe era la comprobación
de otra de mis teorías: la felicidad no es soportable para todos. Encontró a la
mujer con la que se imaginó para siempre, pero su hipótesis de vida era otra y
lo arruinó. Se daba a sí mismo miles de explicaciones, qué hubiera pasado si
esto, si aquello. Según él, no le gustaba el drama, el dolor propio y menos el
ajeno, entonces era mejor imaginarse que no la había conocido, que su vida al
lado de ella hubiera sido una tortura diaria. Cada vez que necesitaba conversar,
era porque había dado con otra suposición.
-
Lo que pasó fue que X
y entonces Y más el valor absoluto multiplicado por la hipotenusa de la
variable interviniente no se acercaba al resultado esperado.
- Otro día, partía al
revés, si descompongo la operación, entonces estas variaciones de los
resultados serían anómalas y hay que eliminarlas porque están fuera del rango
de la mediana.
Yo me limitaba a
asentir y decirle que sí, que la última suposición me parecía más correcta y
lógica que las otras.
Después de todo creo
que necesito al Pibe, me hace bien que me confunda con sus seudo operaciones
lógicas, que me maree con sus cuentos, el sueño que no fue capaz de sostener y
sus miedos atávicos. Así no enfrento los míos y aparezco como un tipo
confiable y sensato con quien conversar de tanto en tanto.
Él no se entera de
que se las arregló para vivir con un drama permanente por no enfrentar uno
circunstancial y se alegrará por aquello, yo seguiré escuchándolo mientras me
aproximo cada vez más al último giro de mi propia espiral.
Miguel Mateos, Solos en América.
https://youtu.be/SghwGX077h0