jueves, 7 de septiembre de 2023

Cerraduras


 

Foto de Eric Mc Lean pexels


Nadie le creería que esa casa estaba viva; si a ella se lo hubieran dicho o, aún teniendo la experiencia reciente de comprobarlo por sí misma, tampoco lo creería. Ambas tenían un diálogo sin palabras, tampoco es que volaran cosas o deambularan fantasmas aburridos de su otra no existencia y para matar el tiempo, − lo que sería una redundancia extraña tratándose de fantasmas−, vinieran a pasearse por esta convención en la que coincidieron la casa y ella.

Extraño diálogo entonces.

Por supuesto que para comunicarse los objetos debían tener alguna clase de conciencia y no podía ser. También podía tratarse del recrudecimiento de la paranoia que alguna vez la había hecho sentirse observada en distintos lugares que por supuesto no eran su casa. La ansiedad, tan de moda, tomaba diferentes formas, a veces pesadillas, a veces sueños y la mayor parte del tiempo solo sucesos imaginarios, como le pasó, suponía ella, a Nicanor, el poeta, con más talento, gracia y poder de síntesis.

A veces se querían ella y la casa, en especial en algunos rincones extraños, esos espacios circulares en donde es difícil poner algún mueble que no sea hecho a la medida o esos recovecos hexagonales en los que había decidido instalar libreros para arrumbar ahí un poco de todo incluso libros.

En esos momentos, la casa desplegaba sus mejores virtudes y manifestaba su deseo de verla allí para siempre. Le decía cosas bonitas y le prometía que no solo pasaría ahí buenos momentos sino los mejores de la vida y que, si la cuidaba y se quedaba adentro más tiempo, que para la casa era mucho más que las horas de sueño y las manitos de gato diarias para que pareciera un lugar agradable; garantizaba placer y disfrute o bueno ya, al menos tranquilidad a su habitante. Así se comportaba cuando andaba acogedora, pero cuando se sentía poco atendida, se volvía insoportable y comenzaba a reclamar con gritos silenciosos y elocuentes, la pintura se volvía dispareja, las pelusas empezaban a reproducirse sin control, una llave lloraba gota a gota o la manguera del jardín empezaba a creerse una ducha y se auto infería heridas que la llenaban de agujeros.

¡Casa manipuladora! La obligaba a atenderla como a una vieja enferma y reclamona. Últimamente le había dado por quejarse de los accesos, las cerraduras no funcionaban y su mala onda llegaba a límites insospechados. Era capaz de encerrar a la habitante o dejarla afuera obligándola a pedir ayuda y a recurrir a los reparadores, personajes terroríficos para cualquiera por lo impredecible de su comportamiento y los inciertos resultados de sus operaciones. Todos eran iguales, al menos los que ella conocía. La última vez contrató a unos reparadores de apellido Técnico.

      Llamo para la visita del señor Técnico por una cerradura que compré, es urgente.

      Deme su Nombre.

      XXX

      Su RUT

      XXX

      Su Número de Teléfono

      XXX

      Otro Número

      No tengo otro número

      Su correo

      XXX

      El número de la boleta.

      XXX

      El número de la orden de trabajo.

      XXX

      El técnico la contactará en 24 o 48 horas.

      Pero le dije que era urgente, es la puerta principal.

      El técnico la contactará en 24 o 48 horas.

      No es lo que me dijeron cuando compré el servicio.

      El técnico la contactará en 24 o 48 horas hábiles.

Advirtió lo inútil que era hablar con alguien que tenía una respuesta estandarizada y no, no era un robot, pero lo parecía.

La casa tenía poder, no solo afectó a sus accesos más directos, se encargó de que tampoco funcionara el sistema electrónico del portón comunitario de modo que tuvo que esperar mucho rato afuera, en la calle; se vengó dejándola encerrada más tarde en la oficina, en el hall del edificio donde trabajaba.

Esa casa estaba viva y bien viva.

La habitante la amenazaba con dejarla, con irse de un momento a otro, porque la tenía aburrida y agotada con sus constantes reclamos y achaques. Buscaba una y otra vez y no daba con algo que la satisficiera y la casa se encargaba de mostrarle el enorme esfuerzo que implicaba dejarla, le mostraba la infinidad de detalles y entonces parecía volverse dócil y se portaba bien, hasta el siguiente ataque.

En algunos períodos se portaba tan bien que la convencía de quedarse allí, parecía agradable y hasta le presentaba un dejo de esperanza de que algún día podría sentirla como un lugar propio, pero veleidosa como una niña mimada, también le pedía definiciones y la ponía a prueba, presentando nuevas fallas y desperfectos.

-       Si te vas a quedar tienes que darme el tiempo necesario, te tienes que sentir de aquí.

Y vuelta a comenzar en un ciclo infinito y agotador.

Quería despedirse y distintas circunstancias lo impedían, era la casa y su influjo, quería imponer su visión de para-siempre y la habitante su sensación de no poder, a pesar de los intentos, de resistir más que un tiempo limitado en cualquier parte.

Esta casa, con apariencia de casa de brujas, iba ganando, eso creía ella. La habitante se reservaba la opinión para intentar engañar a los ladrillos.

 

The Cinematic orchestra, To build a home https://youtu.be/QB0ordd2nOI?si=u4q8iyTxDa0d6JQK


sábado, 2 de septiembre de 2023

Ballet

 


Foto de Johnny Edgardo Guzmán:

https://www.pexels.com/es-es/foto/hombre-y-mujer-calentando-en-una-sala-de-baile-3467377/

Los años le habían ampliado el rango de sentidos y hasta se permitía decir que la felicidad era un anhelo legítimo, sobre todo porque había descubierto, en medio de la confusión y desazón del fracaso de cada uno de sus planes, que se podía aspirar a un bienestar del alma si se alejaba de las convenciones más típicas de su época y clase social. Sí, porque era un fiel producto de literatura nihilista y consideraba los afectos como un mal necesario y muy condicionado por el acceso al consumo.

Se emocionaba hasta las lágrimas, luego de luchar mucho rato con la respiración y la opresión del pecho, por la contemplación de la belleza en forma de paisaje, de danzas y en especial de música, de cualquier tipo si era inspiradora y bien ejecutada. No disfrutaba de mostrarse sensible, es probable que, como la mayoría, considerase que llorar es un signo de debilidad y las vulnerabilidades son utilizadas por otros para ocasionar daño. Incluso en los tiempos de contacto con las emociones, la condena al ego, las plegarias al universo y el dejar fluir la vida, no se podía dar el lujo de pasar por sensiblero, porque esos artefactos teóricos le parecían que no eran más que modas y búsqueda de respuestas frente a la angustia, la desesperanza y la soledad que la humanidad había tratado de contrarrestar desde que alguien de la especie experimentó la conciencia de sí mismo.

Ahora que la censura de la corrección política iba al alza, no iba a confesar tampoco que la divinización de la flojera le parecía una estrategia divertida e inteligente. Coincidía con la premisa de la dificultad de no hacer nada, más aún de no pensar en nada, pero estaba lejos de considerar que eso fuera una virtud o una habilidad.

Como fuera, el acceso a esas ideas, que había leído solo en resúmenes porque no le atraían como para perder su tiempo en ellas, le parecía un ejercicio de democracia filosófica y de medicina casera, muchas veces más eficaces y económicos que los tratamientos oficiales. Después de todo, aprender a relajarse, socializar con otras personas para conocer su forma de resolver la vida con sus vicisitudes cotidianas, no siempre exentas de dramatismo y fuente inagotable de angustias varias; moverse como exige la condición de mamífero, comer de acuerdo con el nivel de actividad y dormir las horas diarias adecuadas, garantizaban a los suertudos con buena salud como él, un estado basal de bienestar y energía suficiente para disfrutar de lo que había alrededor.

Si se ponía más profundo y oposicionista, una postura frente al mundo que había surgido muy temprano en su historia y no tenía tan claro de dónde o para qué o si valía la pena averiguarlo, le parecían sospechosas las teorías acerca del sentido de la vida y la reducción que implicaban de las angustias humanas a un conjunto de frases, a veces coherentes, ingeniosas y hasta indesmentibles.

No pocas veces se sentía un ser frívolo y hasta hedonista por la suerte que le había tocado en variables que para otros muy queridos significaban un drama vital. ¿Se merece la suerte? Sabía que preguntárselo era una contradicción. El azar, el talento para usarlo tal vez obedecían a leyes de distribución estadística que desconocía.

Esa era la clase de pensamientos que a veces poblaban su mente mientras contemplaba una coreografía de danza moderna o asistía a un concierto o disfrutaba de un té bien preparado cerca de su oficina.

Había desistido de esas sentencias que observaba muchos otros necesitaban para organizar su vida, sin embargo, como se consideraba parte de la manada, al observar sus decisiones o renuncia a ellas, había hecho lo que hacen todos a su edad. Más reafirmado se sentía respecto de que disfrazar la deriva de la vida con una teoría de moda era inútil y tan supersticioso como, los que como él, se definían como incrédulos y desconfiados de todo o desencantados que, para efectos del observador, es más o menos lo mismo.

Lamentaba ser tan típico.

La coreografía de Trois Gnossiennes[1], le había producido una especie de recaída en la melancolía, absurda a estas alturas, por el tiempo y por las circunstancias, pero en épocas de retrocesos históricos y patetismo retórico, tal vez la ridiculez pasaba inadvertida, se mimetizaba con el paisaje. Se vio a sí mismo creyendo en el destino y esas supercherías, patético como cualquier enamorado desincronizado. Hubo otras presentaciones, pero se le quedó en la memoria solo esa.

Al salir vio que ella salía del mismo teatro de la mano con alguien. Se recuperó como pudo, aunque se hundía cada vez más bajo su abrigo y volvía a sentirse como un adolescente flacuchento poco agraciado e invisible, no pudo evitar que lo vieran y jugó a ser el amigo adulto, amable y educado como corresponde a alguien de su edad sin ninguna filosofía ni convicción.

Sonrió, hizo las preguntas de rigor, saludó a su acompañante de siempre, acordaron verse alguna vez, como siempre, como todas las veces. Hasta se permitió decirle lo bien que se veía y ella sonrió de nuevo tomándose el pelo y moviendo la cabeza hacia un lado. Al despedirse se esforzó por tratar de capturar el perfume que sabía se habría puesto antes de salir. Tomó entonces una gran inspiración al momento de esos insípidos besos de mejilla que se acostumbra a dar al aire y no a la piel para quedarse con su aroma. Para salir del aprieto, dijo que iba atrasado a una cita, ella, reina como siempre, se permitió una mirada recelosa y un falso deseo de buena suerte. Él le deseó suerte de vuelta en lo que fuera como correspondía a la situación.

Caminó muchas cuadras demás porque sí, para recuperar la frecuencia cardiaca, para respirar a sus anchas, para dejar que la energía fluyera, su ego se equilibrara y miró a la luna llena y al universo completo para no sentirse así nunca más, ni en esta vida ni en las otras. [2]


domingo, 20 de agosto de 2023

Cambio de look

 


Foto de Cotombro Studio

Aquí, y en todos los lugares como estos, ocurre algo extraño. Parece que las personas tienen una especie de botón por ahí escondido en alguna parte del cuero cabelludo que las hace hablar más de la cuenta. Al menos así ocurre con la mayoría de las clientas que vienen. Hay un par que preguntan y simulan estar más interesadas en nuestras vidas que ponernos al día de las suyas, son las raras y las que me dan más curiosidad, pero mi necesidad de clientas puede más que las ganas de saber qué es lo que ocultan. Alguien que viene a la peluquería y no quiere hablar debe tener algo interesante en qué pensar durante tanto rato.

Mire, esa señora que viene entrando ahí, vive con su hija y no sé cómo la aguanta la pobre, tiene un carácter horrible, se la pasa criticando a todo el mundo, se hace el mismo peinado desde que la conozco. Entró aquí porque en la peluquería del lado no la quisieron atender más. Se aprovecha de su carácter y ahora de sus años con esa idea de que los viejos merecen respeto solo por haber acumulado tiempo de juego. La hija me paga casi el doble por cada vez que viene por soportarla. Yo soy toda dulzura con la vieja bruja, jamás me ha pillado poniéndole mala cara ni nada, pero me duele el estómago cada vez que su hija llama para pedir una cita. Es una señora déspota, buena para humillar donde más les duele a las personas y se ufana de su forma de ser, como si la franqueza sin empatía, fuera una virtud y no una agresión.

Hay chiquillas jóvenes que van derechito a convertirse en ese tipo de vieja, amargadas como ellas solas, buscándole a una la caída en el lenguaje para acusar de sexismo, xenofobia, homofobia, gordofobia, apropiación cultural y cuanta cosa se pone de moda. A ellas se las agendo a las peluqueras más jóvenes, no tengo paciencia para hablar con tanto cuidado y menos para escuchar a quién van a funar pronto porque las siguieron en Instagram y les dijeron que eran bonitas. Cómo se nota que no han vivido nada, que no les duele nada y no tienen idea de lo complicado que es todo más allá o más acá de los personajes de las redes sociales.

A veces llegan clientas complicadas en serio, muchas veces me he quedado preocupada por lo que van a hacer después de salir de aquí, en especial esas que vienen a hacerse un cambio de look total. Una de ellas me dejó marcada, tenía más de cincuenta años y supo que su marido tenía a otra mujer hacía un montón de tiempo, años me parece. La clienta bajó de peso, por la depre primero y luego por vanidad, se gastó no sé cuánta plata en botox, hilos tensores, plasma, ropa. Se ve estupenda, regia e igual de cincuentona. Ahora caminaba derechita con unos tacones inmensos, se veía hasta más alta. Suponía que la otra era más joven y linda que ella. Le hice lo que me pidió, le dejé el pelo cortísimo, con mechas rubias, se hizo las cejas de nuevo, pero no había caso, algo en ella había envejecido para siempre. Tanto esfuerzo por nada. Se perdió por varios meses, por una amiga suya supe que estaba de nuevo muy mal. No quería levantarse, ni comer, hasta iban a darle la comida a su casa porque no tenía fuerzas para levantar la cuchara y no quería vivir. El marido se fue al final y la otra era mayor y nada de regia. Ahí no había consuelo que sirviera. Cuando por fin volvió era ella de nuevo, llena de canas, había recuperado unos kilos, usaba de nuevo esa ropa suelta de antes y de algún modo había recuperado la serenidad que la caracterizaba. Me dijo que había sido una pesadilla, que no entendía nada y que solo recién había recuperado un sentido de sí misma que antes no tenía. Las amigas la habían invitado a Yoga, a verse el tarot, a talleres de arteterapia y no sé cuántas cosas más. Le sirvió al principio, cuando aceptó que no se iba a morir por esto, pero luego se aburrió y seguía con una sensación rara de estar haciendo tiempo. Le hice un masaje, recorté las puntas para darle alguna forma; traté de hacer algo con el color de su pelo, pero se negó diciendo que estaba en transición y que más adelante decidiría. Podría definir cada una de las etapas por las que pasó solo mirando fotos de su pelo en todo ese tiempo.

Hay historias divertidas también, la que depila cuenta unas cosas muy interesantes para cuando vamos a cerrar y podemos reírnos a carcajadas. A pesar de la depilación láser, la clientela no ha bajado tanto en ese rubro, las mayorcitas se obsesionan todavía con los pelos. Una de la que me acuerdo decía que tenía un tremendo problema porque a uno de sus pololos le gustaba la depilación brasileña y al otro, la frondosidad total en la zona aquella. ¿Cómo lo resolvió la depiladora? Un recorte de la fronda y un rebaje muy pronunciado en la entrepierna. Así se acercaba a las preferencias de ambos y podía decir que era su estilo el que importaba. Aquí no estamos para enjuiciar a nadie, la clienta se fue contenta y suponemos que sus pololos también.

Otra que me dio risa fue una que dijo que iba a encontrarse con un amigo, se debían una conversación para aclarar algunas cosas. Iban a reunirse en un café al día siguiente; pidió depilación de pierna completa y del rebaje. Decía que, aunque fuera para que le dieran el filo definitivo, solo por la probabilidad mínima de que no fuera así, no se iba a perder la oportunidad de una confusión más por andar peluda, aunque ella tenía muy claro que si no era en sus términos no iba a dar lugar a nada; se reía sola, tenía hasta un conjunto nuevo de ropa interior por si, de pura ambigüedad en esa relación, terminaban, una vez más en la cama y necesitasen luego otra conversación aclaratoria.

¿Cómo le fue? Pidió hora de nuevo para esta semana con la depiladora.

Otra interesante fue una chiquilla que venía con su mamá − ¡no sé por qué me hace gastar plata en depilación si no se pone nunca falda y menos short! – y en voz más baja me dice – ¡y no sale con nadie! − la hija la escuchó, bajó la cabeza y sonrió para sí misma. La niña tiene secretos, obvio.

Hubo una historia que me desconcertó. Llegó una señora con claras señas de haber llorado mucho y de andar bajo los efectos de algún tranquilizante, me contó que venía furiosa y triste y amargada y no sé qué más. Solo le toqué el hombro y se largó en un discurso largo y extraño, decía que había vivido un  guion falso por décadas, que había sido infeliz por propia decisión, por ser buena madre, por dedicarse a apoyar a los suyos y por cumplir su palabra. Lloraba y repetía que, si hubiera sido valiente a tiempo, ahora al menos, no tendría esa sensación de que ya no había tiempo, que para todo era demasiado tarde. Yo trataba de decir algo y no me dejaba interrumpirla, era la última clienta. Nos quedamos tomando un café casi una hora después del horario de cierre. Había dejado tantas cosas para el futuro y ya no habría ninguno.

Cuando cerré esa noche, me dieron ganas de quebrar todo, de lanzar con fuerza todas las cremas de masaje, las tinturas, los secadores, peinetas, cepillos, pinzas. Quería destrozar todo y largarme lejos. Yo también me había alejado de lo que más quería para protegerme, para protegerlo, y tampoco habría más tiempo ni peluqueras que quisieran consolarme con un bonito peinado.

En lugar de dejar todo como un vendaval, ordené, barrí y quedó el salón impecable para un nuevo día de trabajo. Siempre hay eventos y asuntos más rutinarias por los que las clientas vienen a pedir un profundo o leve cambio de look.


martes, 1 de agosto de 2023

Chocolate

 


Foto de María Orlova (Pexels)


Muchas cosas iban bastante bien hasta que recordó lo rico que era el pie de limón que vendían en la cafetería que quedaba al frente de la oficina. La primera vez que entró no le pareció un lugar confiable, las vitrinas contenían escuálidas cantidades de pasteles y casi nada de oferta salada, pero tenía tanta hambre como poco tiempo así es que se arriesgó con una sobrecarga de azúcar pidiendo un chocolate caliente y un pie de limón. Se hizo asidua al lugar, así evitaba caminar más allá y volver tarde al trabajo y, aunque no quería reconocerlo, también sentía que disminuía el riesgo que esos pasajes significaban para su imaginación. El 99,9% de las veces eran historias que se inventaba y que no alcanzaba a terminar porque no tenía sentido hacerlo, el trabajo en el correo exigía su presencia puntual y concentrada y no pasaba de las primeras frases de diálogos entre fantasmas. Desde la aparición de Aliexpress, el trabajo había aumentado de forma escandalosa, no había espacio siquiera para realizar los registros como corresponde. También aumentaron las encomiendas por las ventas a través de las redes sociales y con ello los reclamos. Esta era la parte de la globalización que le tocaba a ella, basura para allá, basura para acá, mucho plástico y un olor indefinible que a veces le provocaba náuseas.

Años atrás, cuando aún le quedaba algo de la ingenuidad propia de la juventud, tenía una buena opinión de la globalización y casi podía ver el sueño de John Lennon hecho canción en el himno hippie por excelencia: Imagine. Las fronteras podrían desaparecer, los recursos se distribuirían de mejor forma y la paz sería para todos. Ahora el fenómeno de la hiperconexión hedía porque había acrecentado las distancias, fortalecido las identidades nacionalistas y de grupos identitarios pequeños y pequeñísimos. Siempre está el lado A, el desarrollo veloz e incomprensible de la ciencia, la tecnología y un mundo paralelo ya inimaginable para quien sabía de esas cosas por pequeños artículos que leía en el teléfono o veía en documentales superficiales para dummies o gente apurada.

Como fuera, entre la corrección de su apariencia, lo que la volvía invisible, y esa sensación poco definible de no pertenecer a ninguna categoría que le permitiera sentir compromiso o militancia con algo, comenzó a preguntarse de dónde era ella.

Se enfrascó en esa discusión inútil con una compañera de labores que alguna vez fue profesora de lenguaje y se cansó de serlo. Fue a dar a esa empresa de correos por casualidad y necesidad. Se llevaban bien y hablaban entre timbres, pesas, cintas de embalajes y cajas que se acumulaban una sobre otras y otras y otras más.

      ¿De dónde es una?

      Rara la pregunta. Bolaño dijo que su patria eran sus dos hijos[1], Elvira Sastre dice que “una es de donde llora, pero siempre querrá ir a donde ríe.”

      ¿Cómo se les ocurren esas respuestas a los escritores? La mayoría de la gente dice que una es del lugar en donde creció, en dónde puede situar su historia, pero si una no ha crecido en un solo lugar, si ha deambulado mucho por voluntad propia o por el azar o por esa bolsa de cachureos a la que se llama cosas de la vida ¿de dónde es?

      Voy a seguir el juego ¿cuándo se deja de ser una afuerina, una turista? ¿cuáles son los códigos que hay que aprender para mimetizarse con los lugareños?

      Mmm, puede ser el momento en que se instalan rutinas o se deja de sentir esa fragilidad o vaga desconfianza en el ambiente.

      O cuando la mirada ya no pasea por una línea horizontal o panorámica y ya no se busca el ángulo tipo fotografía y solo se vive ahí, sin conciencia del paisaje.

      Y los pensamientos acerca del lugar dejan su preponderancia sobre los otros, los del devenir, los de la cotidianidad y sus vicisitudes.

      Y por supuesto cuando has armado un grupo de amigos y empiezas a construir otras historias, a hacer bocetos de recuerdos y raíces.

Podrían haber seguido en esa asociación de ideas, pero llegó otra carga desde el aeropuerto y había que dejar lista la distribución de las encomiendas que estaban cerca del plazo de la garantía. La meta era que las multas no pudieran ser atribuidas a la ineficiencia de esa sucursal y tuvieran que dejar sin bono semestral a otros puntos responsables del proceso de clasificación.

De vuelta en la tarde, en la línea 104, siguió con lo mismo − una es de aquel lugar desde el que no quiere salir o al que quiere regresar desde cualquier viaje por anhelado que fuera ese destino – eso se parecía más a una definición de hogar y podría no ser un lugar, más bien un estado afectivo, de vinculación con personas y tradiciones.

Por ahora sentía una mezcla de nostalgia de lugares de los que no se consideraba parte y volvían a surgir esas ganas de chocolate caliente y masas dulces para acompañarlo. Para acompañarse.



[1] “Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.”

Roberto Bolaño

 


martes, 27 de junio de 2023

De vuelta

 



Hay lugares para perderse y otros para encontrarse y a veces coinciden. ¿Será cierto que el agua calma?, ¿será cierto que energiza? Al menos genera preguntas, eso está claro. Ninguna respuesta como siempre, porque lógico, todo está dentro de uno. ¡Ah!, qué porquería que no exista la magia o la fe o tan siquiera la intuición. Ahora resulta que todo es información a la que se accede por canales diferentes a los que nos enseñaron en la escuela. No sé qué tiene que ver, pero recordé esa idea cuando iba en el bus de vuelta a mi ciudad y escuché un diálogo sin poder evitarlo. 

      Cuando llueve me acuerdo de ti.

      ¿Ah sí? Por ahí, no sé si en una película o en un libro o en esas citas que aparecen en diferentes cuentas de cualquier plataforma aparecía que alguien que quería ser recordado insistía en una idea para lograr su objetivo, por ejemplo, diciendo a quien quisiera escucharlo que le gustaba la lluvia.

      Entonces ¿lo dijiste para que te recordara?

      Por supuesto que no, me tienes mucha fe. No pienso tanto antes de hablar. A mí la lluvia, el agua, me gusta de modo enfermizo. Más después de tantos años de sequía.

       Y ¿por qué me mencionaste ese comentario del libro?

      ¿Qué importa? Sé que te acuerdas de mí cuando llueve, más si me he ido a buscarla y no era necesario ¿es así?

      Sí, también con la Ley de Murphy me acuerdo de ti.

      Sin duda, somos amigos inseparables con Murphy a estas alturas y ya sé que querías reírte. También leí una vez que el corazón de uno pertenece a quien se recuerda mientras la mente divaga. Walt Whitman fue el que escribió eso. Hubiera preferido que dijera mientras uno da un paseo, me parece más deportivo por decir algo.

Escuché unas risas y puede haber sido mi imaginación, pero se produjo un silencio incómodo. De esos en que no se dice nada, pero en los que todo se oye.

Pegué mi cabeza a la ventana cuando el bus se detuvo en un semáforo para sentir el frío y las reverberaciones de ese silencio. Puede haber sido la zopiclona que me tomé para dormir durante el largo trayecto, pero casi veía las palabras que por no dichas se disolvían en el agua condensada en cada ventana del bus. Algunas eran tan tristes que parecían lágrimas deslizándose hasta el suelo, hasta confundirse con los restos de lluvia traídos en los bototos y zapatillas de trekking de la mayoría de los pasajeros. Otras eran frías como estalactitas y resonaban como un golpe metálico en un cristal, las falsas, pero amables, parecen chirridos de una máquina mal aceitada y las dulces se convierten en vapor muy rápido, se escuchan como un soplido suave cerca de las orejas. Me convencí de que las razones para no decir a veces son estéticas, hay palabras que embellecen el silencio porque el misterio adorna la verdad.

Hay más razones y más sonidos, como el de la lluvia, bienvenida en su justa medida y detestada si se le ocurre aparecer en un mal momento o se le olvida irse y se queda demasiado rato.

La gente sube y baja en diferentes localidades y me despierto de un sueño liviano sin sobresaltos.

      Estoy bien, sí, ya me recuperé, listo pa´seguir echándole pa´elante. ¿y usted?

      Bien, todo bien, me alegro de que se recuperara pronto ¿se vacunó?

      ¡Muchas veces! Las preguntas que hace usted.

Así ocurre, la gente se encuentra en los buses, se pregunta por la familia, los más viejos hablan de achaques y de que nadie fiscaliza nada, que la ciudad se está llenando de delincuentes y de la desilusión con el alcalde actual, tenía esperanzas y ahora, nada. Que pase luego el tiempo no más.

Y entonces subió la señora del sombrero negro. Creo que adivinó quien soy o me reconoció. Lo digo porque tenía la misma sonrisa que los de mi especie, me la había encontrado antes en la calle, ella volvía de pasear a su perro y yo iba jugando con mi paraguas nuevo que no quise abrir cuando comenzaron los truenos. Para qué lo iba a mojar al pobre si estaba nuevecito y como era chino tal vez comenzaría a desteñirse o le daría por hacerme pasar vergüenzas y no sirviera de ninguna protección y, además, ya sin excusas, quería empaparme de nuevo, como en la niñez, sin barreras solo por la sensación. Cuando me vio en el bus, sonrió de nuevo. Tengo la certeza de que era un espejo de mi futuro yo. Me cayó bien esa señora, creo que le debo haber recordado a alguien también porque casi me habla y yo, sin decirle nada, le hice saber que no se puede hablar con un espejo porque se rompe algo y la realidad, sea lo que sea y dónde se encuentre, se asoma por las trizaduras.

lunes, 19 de junio de 2023

En pijama

 


Foto de Tima Miroshnichenko


 Cada vez que mi madre se encuentra con alguien dice con orgullo que soy su hijo lumbrera. El mejor de los cuatro. Se le nota en el brillo de sus ojos lo orgullosa que está de mí y de lo rápido que me recibí. Puede sonar mal, pero la universidad no fue difícil y no voy a negar que se me da estudiar casi cualquier cosa. Tampoco es que crea que me voy a ganar un premio Nobel o algo así. Creo que me falta la pasión por algo, a lo mejor si me hubiera costado más le hubiera puesto un poco más de color o si pensara que lo que hiciera pudiera significar algo sustantivo para alguien, pero aprendí rápido que el valor, eso que dicen que uno tiene que agregar a lo que sea que haga en una empresa, se refería a algún diferenciador de la competencia del rubro de manera que aumente el capital de los accionistas. Innovación, creatividad, felicidad, incentivos, todo al servicio de lo mismo.

Ya sé, me van a venir con los discursitos de – deberías estar agradecido, cualquiera quisiera estar en tu posición− y lo sé, lo que no sé es cómo se puede hacer una distribución equitativa de la inteligencia que es al final la característica que me puso aquí. ¿Sabe dónde estoy? En mi dormitorio, en pijama, acostado, trabajando en datos y gráficos que no tiene sentido que se los describa, digamos que soy uno de los que hace posible que usted justo encuentre en la web algo que recién estuvo pensando que necesitaba o que tome su celular para escribirle a alguien y se distraiga en noticias, videos divertidos y gatitos y luego ya no recuerde lo que iba a hacer. Soy capo en el back end, pero súper deep y súper capo. Mis colegas dicen que debiera cobrar más, porque soy muy rápido, no me alcanzan a hacer una consulta y mi mente ya tiene el esqueleto de cómo lo voy a resolver. No sé, a lo mejor pida otro aumento, para puro juntar plata. Mi papá me aconseja con eso o trata de hacerlo. Tengo amigos, es una forma de decir, que me mandan datos para invertir y ya tengo más de lo que puedo gastar en algunos años. Ya sé, está pensando que soy un nuevo tipo de joven exitoso, zorrón, winner y sin conciencia social. Se equivoca, usted es presa del prejuicio, soy un producto de la presión de mi casa, buen cerebro, una frustrante incapacidad de meterme en problemas y una elevada conciencia de mis privilegios.

Mi hermana quedó embarazada a los dieciséis y fue tal el descalabro en mi familia, que no sé cómo no abortó de tanta lesera que le dijeron. Yo tenía catorce, el menor. Supongo que cargué con ser el salvador de la familia. Ninguno de mis hermanos mayores atinó rápido en la universidad, hicieron gastar plata a mis papás en carreras abandonadas, congeladas o todo lo que terminara en ada. Que la nena de la familia se hubiera embarazado en tercero medio fue la hecatombe. Mi papá, que andaba en algo, parecía alma en pena. Nadie me saca de la cabeza que se quería ir, pero lo de mi hermana fue como una cadena que lo ató a la casa para siempre. En fin, esa historia la contaré en otro momento.

Mis padres son muy trabajadores y responsables, nunca fueron muy estrictos con nosotros, no del modo tradicional quiero decir. Creo que esos discursos manipuladores que abundan en otras familias, en la mía no existían, eso de −nos sacamos la mugre por ustedes y miren como responden – como si no fuese parte de la tarea de los padres en un país como el nuestro hacerse cargo de la educación de los hijos. Creo que la manipulación es más indirecta, discursos sobre la verdad, la responsabilidad, la trascendencia y la felicidad, ¿raro? Para nada, ser feliz es también una obligación para los que somos privilegiados por haber tenido acceso a la salud, educación, sin mencionar lo de una familia bien constituida y educada. Mis padres no son religiosos, aunque creo que serían menos rígidos si lo fueran. Todos sus argumentos liberales se fueron a la mierda con lo de mi hermana. No sé cómo aguantó. Fracasada fue lo menos que le dijeron y eso que creo que se mordieron la lengua para no tratarla de estúpida, patiabierta o cualquier adjetivo vulgar poco digno de una casa de familia en ascenso social como la mía. Mis hermanos mayores guardaron un silencio que pareció cómplice con mis padres. Mi hermana parecía petrificada, no lloraba, no respondía, no tenía ninguna expresión en la cara. Asumió el maltrato como si se lo mereciera, ni siquiera agachaba la cabeza. Su dormitorio quedaba al lado del mío y escuché por semanas a mi madre ir cada noche a lanzarle su monserga esperando que dijera algo. 

- ¿No te hemos tratado bien acaso? ¿Tienes rabia conmigo, con tu papá? ¿Por qué nos hiciste esto? Te hubiera llevado al ginecólogo, ¿no se te ocurrió pedir plata para comprar anticonceptivos, la píldora del día después, condones? ¿Algo? Mírame a la cara, ¡dime algo al menos!

- Déjame dormir por favor, una embarazada necesita dormir.

Con algunas variaciones el monólogo quejumbroso y autorreferente de mi madre se repitió noche tras noche. Mi padre casi no le hablaba. No sé qué les pasó, es como si ese embarazo les hubiera arruinado su vida. Ahora pienso que todos nos buscamos una razón para justificar nuestra propia mediocridad o falta de sueños o lo que sea. A lo mejor el discurso de la felicidad me formateó también el cerebro. Como fuera, ahora todo se volvía cuesta arriba por culpa de mi hermana, su irracionalidad y su egoísmo por no pensar en la familia. Creo que en ese momento de la historia familiar me volví invisible y también me sentía mediocre porque fui incapaz de decirle a mi hermana que no me parecía tan grave, su pololo me caía bien porque me convidaba una piteadita de vez en cuando y siempre que me lo encontraba me saludaba con una alegría que no veía en otros. No me atreví a decirle que no les hiciera caso, que eran unos viejos amargados que buscaban un chivo expiatorio para no enfrentar sus propios rollos.  Solo pensarlo era una especie de blasfemia atea, peor que una religiosa. 

Como dije antes, me volví invisible y traidor, dejé sola a mi hermana y tomé la decisión de ser de una especie rara. Alguien irreprochable. De mí no tendrían nada que decir, no me culparían de ninguna frustración ni tendrían derecho a decirme qué hacer. Ser irreprochable requiere de muchos sacrificios: hablar poco, salir de la casa menos, no contactar gente por la web, en especial para fines sexuales. Emborracharse de vez en cuando está permitido, así como gastar plata en consolas y juegos porque de otro modo ¿cómo podría soportar el paso de los días? Es evidente que las reglas me las pongo yo, esas y muchas más.

Gano mi plata hace rato, me vine a vivir solo antes de que mis hermanos mayores lo hicieran. Son un par de huevones inseguros e hijitos de mamá, pero no es mi problema, tampoco mi culpa. Mi hermana se fue a vivir con el pololo y mi sobrino. A mi cuñado no le alcanza la plata, mis papás los ayudan y todos nos enteramos de eso. Para pagar mi culpa de traición por silencio con mi hermana, me prometí cuidar de mi sobrino y le abrí una cuenta apenas pude, una cuenta de ahorro en UF, a estas alturas bastante cuantiosa, para lo que sea que necesite cuando quiera escapar. De su casa, de la familia, de lo que sea. Nadie sabe, porque no soporto esa sacada en cara evidente de mis padres con la familia de mi hermana.

No se confunda, los quiero a todos, los quiero en silencio, hago lo que puedo para que la convivencia, de lejos o de cerca sea llevadera. Cada uno es como es por algo y supongo que no todos tienen la fuerza para ser irreprochables. Voy a los cumpleaños, los llamo para saber cómo están. Les doy me gusta a sus publicaciones en las redes, contesto los WhatsApp y pongo emojis de risas por memes y chistes de años atrás. Si me preguntan algo contesto, si quiero decir algo lo digo.

Para la pandemia vivía en la casa familiar, creo que eso me marcó el alma si es que existe tal cosa, Que suerte que mi hermana ya no vivía ahí. En esa casa se sentía una atmósfera cargada de algo que no puedo explicar. Los dos mayores habían empezado a trabajar y al menos uno, el mayor, tenía la posibilidad de irse una semana fuera de Santiago y luego volver. Se quejaba de los tests, pero no podía disimular su alivio, esa sensación de poder salir y ver más allá del antejardín y el patio, según él, le devolvía su sensación de ser humano. Creo que mi otro hermano se volvió una cucaracha detrás de su computador. No salía de su dormitorio con la excusa de que estaba trabajando, como es medio huevón, no se daba cuenta de que yo lo cachaba perfecto, la mitad de la tarde veía porno y la otra jugaba en línea. A veces no dormía. Lo despidieron y no lo dijo hasta que mi mamá entró a su pieza y vio su cuenta bancaria. Había estado viviendo de su línea de crédito para pagar por contenido y salas de juegos exclusivos, nadie le pedía que colaborara en la casa, no había necesidad. Otra explosión familiar, otra vez alguno se llevaba la calificación de inútil, infantil, inmaduro y todas las in que apliquen a la situación. No decía nada excepto perdón, perdón, perdón− mientras lloraba y su nariz y boca se hinchaban como si le hubieran dado el tremendo combo en el hocico. Juraría que mi padre quería dárselo, que lo tenía harto, pero era incapaz de hacer ninguna exigencia, solo vociferaba y salía a atender su negocio que ahora hacía distribución de compras on line. Mi mamá le ayudó a sacar las cuentas, programó con él al lado el pago de las deudas con la línea de crédito, casas comerciales y tarjetas. Ella asumiría los pagos y él empezaría a buscar trabajo a partir de ese mismo instante. Instalaron su escritorio al lado del de la mamá para que ella supervisara su actividad en la web. Mi hermano aguantó. La mamá no lo trató como a mi hermana, fue más benevolente porque ella con suerte le hablaba y a su nieto adorado lo veía casi nada. Esa fue la venganza de ella y mi cuñado, dejar a su hijo casi sin abuelos. Que idiotas, más daño le hacían a mi sobrino que a los abuelos. Mi mamá no estaba dispuesta a distanciarse de otro hijo, pero ya lo estaba.

¡Ah, mi alma! mi alma se secó ahí porque no aprendieron nada, ni los unos ni los otros. ¿Qué pasó que estábamos tan solos? La pandemia empeoró todo, pero estoy seguro de que únicamente aceleró nuestro proceso de ensimismamiento. No puedo saber de qué huía mi hermano mayor, tampoco del encierro de mi hermano adicto a casi cualquier cosa en pantalla.

Sí, los quiero harto. Pertenezco a ese clan, qué le voy a hacer. Además, entendieron que soy irreprochable, no tienen que adularme ni criticarme, solo tienen que dejarme tranquilo. No tengo amigos que no sean virtuales, tampoco tengo novia, desaparezco en mis vacaciones, los llamo para informarles que estoy vivo y les doy un resumen de la semana ¿qué más quieren? ¿No es eso ser un buen hijo? Dicen que quieren que sea feliz y lo soy, solo que no quiero dañar a nadie y el amor, la confianza, la amistad conllevan daño si son de verdad.

La vida puede dañar y yo me quiero proteger ¿acaso está mal?


sábado, 10 de junio de 2023

La vida simple

 

Foto de Cottonbro studio

-       Cada uno con sus opciones

La tía Ur decía esa frase muchas veces al día. Quería convencerse de que cada persona enfrenta las consecuencias de las decisiones que toma, que no existe eso del karma o una especie de titiritero mayor que usa a las personas para crear historias quién sabe con qué fin. En su casa de San Fernando había una tracalá de libros viejos, nadie sabía explicar de dónde salieron y ahora que lo pensaba un poco, los libros parecían tener vida propia porque aparecían y desaparecían sin explicación alguna. Es así como sucedía que botaba algunos a la basura y luego estaban de nuevo en su velador o en el librero del living. Las cosas no deciden, las personas sí, pero ¿cómo era entonces que se transportaban los libros de lugar y tiempo? la mala memoria, el desorden, los síndromes varios de su familia. A veces ella misma volvía a comprar los libros que había perdido a propósito. Las opciones con las cosas son reversibles, no siempre ocurre lo mismo con las personas.

La tía Ur había estado pensando en algunas cosas que le parecían un mal chiste, por ejemplo, todo el tiempo que se va en una vida en acumular cierta seguridad material, para sí misma, para los padres, los hijos, para otras generaciones si las hubiera. Ni hablar de la ilusión de disfrutar de esa seguridad para, con suerte y talento, una vez alcanzada, comenzar a desear una vida más austera y simple. La vida como era en los años en que un durazno jugoso dejaba la marca del río Nilo en el antebrazo lleno de tierra. Ese río era testigo de los juegos en los árboles del barrio o de las carreras de hojas en la acequia camino a la panadería, era el río Nilo porque de niña se imaginaba que vería de pronto algún vestigio de los egipcios escondido por ahí, porque la corrección geográfica e histórica no caben en la mente infantil.

      ¡Qué tontería!, tanta vida para desear volver a lo mismo y dejar a otros la responsabilidad de seguir acumulando bienes y seguridad.

La tía Vir, su hermana, le rebatía todo, en especial ese discursito de la vida simple y austera, ¿acaso no recordaba ese tiempo en que no podía llegar a fin de mes sin pedir un avance en efectivo o usar una tarjeta con intereses usureros para comprar los alimentos para su familia? ¿quería que sus hijos vivieran eso también?

Ur se acordaba de ese tiempo y coincidía con Vir en que muchos insomnios de esa época eran por las deudas. Aún así, no estaba segura de si el tiempo invertido en no volver a esa sensación de fragilidad frente a la pobreza, valía perderse de otras riquezas. Por último, afirmaba con gran aplomo, es necesario el esfuerzo para sentirse viva un rato ¿o no? esconderse en el trabajo, una vez conseguido cierto grado razonable de acceso a lo básico, no le parecía inteligente.

      El punto es definir qué es lo básico.

En ese punto Ur se daba cuenta de que con su hermana no tenía oportunidad, era una aguafiestas, obvio que lo básico es diferente para cada uno, hay diferentes puntos de partida y por lo mismo, distintas metas finales, pero en el fondo lo que a ella le importaba era el disfrute del tiempo, el tiempo como máxima medida del lujo. Reconocía que ese también era un concepto burgués y no se sometería a una discusión con Vir acerca del tiempo, la vida y el disfrute en tiempos de delicadeza de cutis en la discusión de cualquier cosa.

Vir tampoco tenía ganas de discutir con su hermana, sabía que los objetos, incluidos los libros, tarde o temprano pasan a ser una carga, que los objetos con valor sentimental lo que ocultan son miedos a olvidar, a no tener tradición, a reminiscencia de un pasado que no fue. Como si guardar platos y jarrones cuya procedencia se desconoce probaran la existencia de alguna clase de raíz o de abolengo familiar, incluso una tetera de cerámica saltada y quemada que fue usada en el campo podía ser símbolo de algo que no se vivió, pero como fuera, resulta ser un elemento decorativo vintage encantador.

En el fondo ambas pensaban lo mismo, no tenía sentido matarse para disfrutar la vida, pero la discusión entre ellas era un hábito difícil de romper. Incluso más de una vez lo habían hablado.

Ambas confesaban que se habían hecho el firme propósito de no discutir más con la otra, demostrar el cariño y hacer esfuerzos por llevar una buena relación, pero algo pasaba, se encontraban y toda la buena intención desaparecía, hasta el cuerpo parecía ponerse en guardia y era difícil abrazar a la otra, incluso sabiendo que ambas lo necesitaban. Las frases filudas como puñales hacían las veces de un duelo infinito acordado en alguna fecha y circunstancia indeterminada. Sus mentes a la defensiva eran como soldados Ninjas en constante pose de alerta, dispuestas a saltar a la primera señal. Y todo era señal. Los momentos más amables entre ellas eran los silencios, aunque la mente bullera en cosas por decir. Ur se sorprendía a sí misma discutiendo con su hermana, aunque estuviera sola en la casa, era un diálogo mental interminable, se imaginaba lo que opinaría Vir de tal o cual noticia, se acordaba de las frases que le había dejado pasar y que ahora consideraba menospreciativas hacia ella o hacia alguien a quien le tenía cariño. Se la pasaban es eso, en buscar las contradicciones, en buscar evidencia en la literatura, los diarios, las columnas de Mosciatti o quien fuera para probar su punto y aparecer ante la otra como más inteligente, culta o perspicaz.

Ur había convencido a Vir de la vida simple y se fueron a vivir juntas a la casa de sus padres. Fue una decisión bien intencionada, ambas se cuidarían, podrían recibir ahí a los sobrinos, hijos de hermano menor que fue el único que logró reproducirse y que sentían un cariño inexplicable por estas mujeres de apariencia juvenil, dulces como un panqueque de manjar y amargas como té de boldo sin endulzante cuando así se lo proponían. Ur admitía que había fracasado en su intento de repetir el molde de sus padres, Vir decía que nunca quiso formar una familia. Para el caso daba lo mismo, las historias de amor y desamor que había detrás de esas afirmaciones las conocían de memoria las dos, pero al menos en ese ámbito, se respetaban los autoengaños e inconsistencias.

Las buenas intenciones no aseguran buenos resultados, la convivencia se volvía terrible en algunos períodos y la casa parecía un mausoleo repleto de silencio, solo interrumpido por los ruidos de la lavadora o algún electrodoméstico impertinente. Ur se cansaba del silencio primero que Vir y solía romper la ley del hielo de puro aburrida, Vir se encerraba en sí misma en una jaula de tozudez que solo Ur sabía abrir. Sabía que tenía que hacer como que después de pensarlo mucho, se había dado cuenta de que Vir tenía razón, hasta pedía disculpas con cara de compungida y volvían a discutir casi con alegría por cualquier nimiedad. Ur sabía que Vir sabía que sus disculpas eran falsas, que no había cambiado de opinión ni menos que había razonado algo, por el contrario, de seguro había buscado más argumentos en contra de su posición y que en cuanto tuviera la oportunidad volvería al ataque. En el período de silencio Vir había hecho lo mismo y tenía más argumentos con los cuales contraatacar.

La vida simple de dos hermanas consistía en jugar el papel de las tontonas, de las que no se enteran de nada, de las que dejan que los demás jueguen los juegos que quieran mientras ellas hacen todo para perder, a ambas les gustaba Luz Casal y su canción No me importa nada. Era una especie de himno para Ur y Vir y era de los pocos momentos en que se asociaban para algo.

      Son tan amorosas ustedes tías, decían casi todos los visitantes.

Las risas, la comida rica y el ingenio de ambas eran indiscutibles y por eso casi todos los fines de semana llegaba alguien a verlas. La circulación de libros, su aparición y desaparición podían en parte explicarse por esa variable, pero Ur insistía en que tenían vida propia. Vir solo movía la cabeza de un lado a otro cuando su hermana empezaba con su clásica cantinela.

Ur decidió que viviría una vida simple cuando se cansó de llevar el peso de otros sobre sus hombros y volvió a la ciudad después de deslomarse en un criadero de abejas, Vir se refugió en el rol que se había dibujado para sí misma cuando se dio cuenta de que su caballero no quiso ver lo evidente junto con ella. Jamás lo confesaría, pero Ur lo sabía.

La mejor para las cuentas era Ur, la más energética era Vir. La vida simple era buscarse las complicaciones necesarias para que no fuera aburrida o predecible.

jueves, 1 de junio de 2023

Salto al vacío

 



A veces uno salta al vacío, más de las necesarias, no como una elección o decisión, no hay persecución o cacería, tampoco un anhelo o algo que alcanzar como un récord deportivo o algo ridículo digno del libro de Guinness. A veces se salta al vacío porque no hay más alternativa. Tampoco es que hubiera escuchado voces ordenándoselo o que su honor, si tenía alguno, debiera salvarse como si se tratase de un héroe.

El vacío puede ser atractivo en sí mismo, aleccionador sin duda. A posteriori casi todo puede ser categorizado como aleccionador, cada experiencia es un aprendizaje si se quiere, además el vacío no es sinónimo de abismo ¿o sí? Puede ser, pero había estado leyendo que la nada está llena de cosas que no se perciben, no con la conciencia de humanos.

Debió aprender a ser más calculador. Salir de algo para entrar a otro algo, pero no, nunca fue bueno para los números y menos para sacar las cuentas según las probabilidades a su favor. Esta vez sintió que se equivocaba al asomarse, pero cuando lo advirtió ya estaba flotando fuera de la nave; y antes de poder tirar de las cuerdas del paracaídas, quiso volver a subir. Imposible y obvio.

No siempre se gana.

No siempre se pierde.

Tan bien que estuvo dentro de la nave y encima durante tanto tiempo, pero esa sensación era posterior; adentro se sentía como un león enjaulado y desde afuera, la nave parecía tan perfecta, tan de Instagram, tan todo-bien, tan fotografiable que ni él sentía que su insatisfacción fuese real o justa; debía ser una falla de diseño. Y estaba lo otro, eso de andar percibiendo semi sombras, la presencia casi tangible de alguien que se las arreglaba para estar cerca sin aparecer. Le habían advertido de las estrategias de espionaje de los que suponían que trabajaba en algo de valor, del modo en que obtenían secuencias y lo que eventualmente podrían hacer con ellas. Eso si fuese considerado un personaje de interés. No eran voces, era paranoia le había dicho uno de sus compañeros de jaula.

Mientras descendía y alcanzaba la altura necesaria para abrir el paracaídas, la angustia hacía cambiar la perspectiva, lo que en un momento le parecía una jaula invisible, en el vértigo y el miedo concomitante, se le presentaba como un paraíso de seguridad y calidez. Por años había escuchado los relatos de sus compañeros de entrenamiento: pasaba toda clase de cosas cuando uno cree que se va a morir, justo en esos instantes en que la caída es libre y la altura es demasiada como para ver o imaginar cómo será el aterrizaje. Los pensamientos se aceleran y, si bien la recomendación es focalizar, la mirada y la atención, en algún punto fijo pegado al horizonte, casi por defecto, la sensación de que no habrá nada más a partir de ese instante es demasiado intensa como para detener la avalancha de ideas y emociones tan aceleradas. Se suceden unas a otras sin pausa ni imágenes. Una corriente interna imposible de detener. Es peor todavía cuando el lanzamiento es de cabeza y se trata de avanzar del modo más veloz posible hacia la tierra. Varios describían la experiencia como idas y venidas entre el éxtasis y la desesperación.

Estaba convencido de que había gente suicida en esos escuadrones, tipos que se querían morir desde siempre, adictos al riesgo y las sensaciones extremas, si no estuvieran ahí estarían desempeñando cualquier actividad que implicara un coqueteo constante con la muerte: trapecistas, policías, dobles de acción, traficantes, bomberos. Él no se quería morir, lo descubrió en el primer salto. No sabía cuánto le importaba vivir hasta ese momento. Debió dejar de saltar y no lo hizo. Cada salto era más odioso que el anterior y seguía sin entender por qué no podía dejar de intentar. En su caso solo experimentó la desesperación y el vértigo: náuseas, pérdida de fuerza y una sensación de disminución de la conciencia en los momentos más críticos de su aterrizaje.

Él era un tipo asegurado, con aversión al riesgo, prefería ahorrar a invertir, soportar con la esperanza de acostumbrarse, mirar el vaso siempre lleno, aunque la frustración estuviera a tope. Una sacudida y una encogida de hombros bastaban para sacarse las malas sensaciones o la sospecha de que afuera algo lo esperaba. Afuera de la institución, de la nave, de sus convicciones. 

- Uno busca una ocupación por algo - esos saltos al vacío por deber, y a veces por placer, operaban como un boomerang, mientras mayor era el miedo y peor el desgaste, más se convencía de que estaba en el lugar correcto. La gente es rara, qué duda cabe. Saltar en paracaídas de vez en cuando, jugar con la muerte, ir directo al infierno del pavor, lo hacía parecer un tipo temerario y hasta se convencía a sí mismo de que era capaz de todo. A veces pensaba que su vida terminaría sobre un árbol, aturdido, el viento lo habría superado o el paracaídas se abriría demasiado tarde y su trayectoria terminaría en una caída grotesca y predecible. Otras fantaseaba más, y esta era la mejor imagen, podría tener un infarto en el aire, caería liviano como una pluma sobre la arena de alguna playa y la tela lo cubriría como un telón al final de una obra de teatro.

- El miedo es una estafa - esa frase se había convertido en su favorita y la repetía cada vez que podía, a sus compañeros de escuadrón, a sus hijos y a quienes tuvieran la paciencia de escucharlo. - A mí no me va a limitar la imaginación ¿a ti sí? - se echaba para atrás y adoptaba una posición que lo hacía parecer más alto y fornido, incluso más valiente, pero igual que un cura sin fe, la estafa era él. El acto que para otros era generado por el arrojo para él era un escape de sí mismo, no buscaba elevarse, vencer obstáculos imaginarios, ni tan siquiera divertirse.

No tenía más alternativa que lanzarse al vacío porque no sabía quedarse y perseverar.

Mejor saltar, huir, flotar y caer, hasta ahora parándose cada vez con menos esfuerzo. Lo acusaban de soberbio por ser incapaz de pedir o dar explicaciones − ¿para qué? si conozco las respuestas− entonces se encogía de hombros y cambiaba de tema si era algo trivial o se hundía en su pecho, bajaba la mirada y la cabeza acusando un golpe que no quería responder. A veces no sabía qué decir, eso era todo. Las cosas se complicaban, los barrotes comenzaban a hacerse notar, las contradicciones se solidificaban y entonces llegaba la hora de irse.

No siempre es posible observar, desde dentro uno mismo, el propio patrón de comportamientos, ese que se perpetúa en modo piloto automático, una y otra vez, sin variaciones, como un TOC más complejo que solo lavarse las manos cien veces al día. El paracaidista tampoco veía su laberinto interno y los surcos que iba dejando de tanto repetir el recorrido. Intentaba olvidar aquella vez que encontró un motivo para no volver a saltar y salir al mismo tiempo del refugio, sintió que no podría soportar la tensión. La desesperación al caer le parecía una bicoca al lado de lo que hubiera significado salir de su escondite y arriesgarse a la nada.

Estaba decidido, seguiría en la jaula interna y mirando por la compuerta para lanzarse de tanto en tanto cuando necesitara respirar. Después de todo, uno hace lo que sabe hacer.

 

 

Tom Petty, Free Falling, https://youtu.be/-MRsaBTwjX0

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...