sábado, 10 de junio de 2023

La vida simple

 

Foto de Cottonbro studio

-       Cada uno con sus opciones

La tía Ur decía esa frase muchas veces al día. Quería convencerse de que cada persona enfrenta las consecuencias de las decisiones que toma, que no existe eso del karma o una especie de titiritero mayor que usa a las personas para crear historias quién sabe con qué fin. En su casa de San Fernando había una tracalá de libros viejos, nadie sabía explicar de dónde salieron y ahora que lo pensaba un poco, los libros parecían tener vida propia porque aparecían y desaparecían sin explicación alguna. Es así como sucedía que botaba algunos a la basura y luego estaban de nuevo en su velador o en el librero del living. Las cosas no deciden, las personas sí, pero ¿cómo era entonces que se transportaban los libros de lugar y tiempo? la mala memoria, el desorden, los síndromes varios de su familia. A veces ella misma volvía a comprar los libros que había perdido a propósito. Las opciones con las cosas son reversibles, no siempre ocurre lo mismo con las personas.

La tía Ur había estado pensando en algunas cosas que le parecían un mal chiste, por ejemplo, todo el tiempo que se va en una vida en acumular cierta seguridad material, para sí misma, para los padres, los hijos, para otras generaciones si las hubiera. Ni hablar de la ilusión de disfrutar de esa seguridad para, con suerte y talento, una vez alcanzada, comenzar a desear una vida más austera y simple. La vida como era en los años en que un durazno jugoso dejaba la marca del río Nilo en el antebrazo lleno de tierra. Ese río era testigo de los juegos en los árboles del barrio o de las carreras de hojas en la acequia camino a la panadería, era el río Nilo porque de niña se imaginaba que vería de pronto algún vestigio de los egipcios escondido por ahí, porque la corrección geográfica e histórica no caben en la mente infantil.

      ¡Qué tontería!, tanta vida para desear volver a lo mismo y dejar a otros la responsabilidad de seguir acumulando bienes y seguridad.

La tía Vir, su hermana, le rebatía todo, en especial ese discursito de la vida simple y austera, ¿acaso no recordaba ese tiempo en que no podía llegar a fin de mes sin pedir un avance en efectivo o usar una tarjeta con intereses usureros para comprar los alimentos para su familia? ¿quería que sus hijos vivieran eso también?

Ur se acordaba de ese tiempo y coincidía con Vir en que muchos insomnios de esa época eran por las deudas. Aún así, no estaba segura de si el tiempo invertido en no volver a esa sensación de fragilidad frente a la pobreza, valía perderse de otras riquezas. Por último, afirmaba con gran aplomo, es necesario el esfuerzo para sentirse viva un rato ¿o no? esconderse en el trabajo, una vez conseguido cierto grado razonable de acceso a lo básico, no le parecía inteligente.

      El punto es definir qué es lo básico.

En ese punto Ur se daba cuenta de que con su hermana no tenía oportunidad, era una aguafiestas, obvio que lo básico es diferente para cada uno, hay diferentes puntos de partida y por lo mismo, distintas metas finales, pero en el fondo lo que a ella le importaba era el disfrute del tiempo, el tiempo como máxima medida del lujo. Reconocía que ese también era un concepto burgués y no se sometería a una discusión con Vir acerca del tiempo, la vida y el disfrute en tiempos de delicadeza de cutis en la discusión de cualquier cosa.

Vir tampoco tenía ganas de discutir con su hermana, sabía que los objetos, incluidos los libros, tarde o temprano pasan a ser una carga, que los objetos con valor sentimental lo que ocultan son miedos a olvidar, a no tener tradición, a reminiscencia de un pasado que no fue. Como si guardar platos y jarrones cuya procedencia se desconoce probaran la existencia de alguna clase de raíz o de abolengo familiar, incluso una tetera de cerámica saltada y quemada que fue usada en el campo podía ser símbolo de algo que no se vivió, pero como fuera, resulta ser un elemento decorativo vintage encantador.

En el fondo ambas pensaban lo mismo, no tenía sentido matarse para disfrutar la vida, pero la discusión entre ellas era un hábito difícil de romper. Incluso más de una vez lo habían hablado.

Ambas confesaban que se habían hecho el firme propósito de no discutir más con la otra, demostrar el cariño y hacer esfuerzos por llevar una buena relación, pero algo pasaba, se encontraban y toda la buena intención desaparecía, hasta el cuerpo parecía ponerse en guardia y era difícil abrazar a la otra, incluso sabiendo que ambas lo necesitaban. Las frases filudas como puñales hacían las veces de un duelo infinito acordado en alguna fecha y circunstancia indeterminada. Sus mentes a la defensiva eran como soldados Ninjas en constante pose de alerta, dispuestas a saltar a la primera señal. Y todo era señal. Los momentos más amables entre ellas eran los silencios, aunque la mente bullera en cosas por decir. Ur se sorprendía a sí misma discutiendo con su hermana, aunque estuviera sola en la casa, era un diálogo mental interminable, se imaginaba lo que opinaría Vir de tal o cual noticia, se acordaba de las frases que le había dejado pasar y que ahora consideraba menospreciativas hacia ella o hacia alguien a quien le tenía cariño. Se la pasaban es eso, en buscar las contradicciones, en buscar evidencia en la literatura, los diarios, las columnas de Mosciatti o quien fuera para probar su punto y aparecer ante la otra como más inteligente, culta o perspicaz.

Ur había convencido a Vir de la vida simple y se fueron a vivir juntas a la casa de sus padres. Fue una decisión bien intencionada, ambas se cuidarían, podrían recibir ahí a los sobrinos, hijos de hermano menor que fue el único que logró reproducirse y que sentían un cariño inexplicable por estas mujeres de apariencia juvenil, dulces como un panqueque de manjar y amargas como té de boldo sin endulzante cuando así se lo proponían. Ur admitía que había fracasado en su intento de repetir el molde de sus padres, Vir decía que nunca quiso formar una familia. Para el caso daba lo mismo, las historias de amor y desamor que había detrás de esas afirmaciones las conocían de memoria las dos, pero al menos en ese ámbito, se respetaban los autoengaños e inconsistencias.

Las buenas intenciones no aseguran buenos resultados, la convivencia se volvía terrible en algunos períodos y la casa parecía un mausoleo repleto de silencio, solo interrumpido por los ruidos de la lavadora o algún electrodoméstico impertinente. Ur se cansaba del silencio primero que Vir y solía romper la ley del hielo de puro aburrida, Vir se encerraba en sí misma en una jaula de tozudez que solo Ur sabía abrir. Sabía que tenía que hacer como que después de pensarlo mucho, se había dado cuenta de que Vir tenía razón, hasta pedía disculpas con cara de compungida y volvían a discutir casi con alegría por cualquier nimiedad. Ur sabía que Vir sabía que sus disculpas eran falsas, que no había cambiado de opinión ni menos que había razonado algo, por el contrario, de seguro había buscado más argumentos en contra de su posición y que en cuanto tuviera la oportunidad volvería al ataque. En el período de silencio Vir había hecho lo mismo y tenía más argumentos con los cuales contraatacar.

La vida simple de dos hermanas consistía en jugar el papel de las tontonas, de las que no se enteran de nada, de las que dejan que los demás jueguen los juegos que quieran mientras ellas hacen todo para perder, a ambas les gustaba Luz Casal y su canción No me importa nada. Era una especie de himno para Ur y Vir y era de los pocos momentos en que se asociaban para algo.

      Son tan amorosas ustedes tías, decían casi todos los visitantes.

Las risas, la comida rica y el ingenio de ambas eran indiscutibles y por eso casi todos los fines de semana llegaba alguien a verlas. La circulación de libros, su aparición y desaparición podían en parte explicarse por esa variable, pero Ur insistía en que tenían vida propia. Vir solo movía la cabeza de un lado a otro cuando su hermana empezaba con su clásica cantinela.

Ur decidió que viviría una vida simple cuando se cansó de llevar el peso de otros sobre sus hombros y volvió a la ciudad después de deslomarse en un criadero de abejas, Vir se refugió en el rol que se había dibujado para sí misma cuando se dio cuenta de que su caballero no quiso ver lo evidente junto con ella. Jamás lo confesaría, pero Ur lo sabía.

La mejor para las cuentas era Ur, la más energética era Vir. La vida simple era buscarse las complicaciones necesarias para que no fuera aburrida o predecible.

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