Hay
lugares para perderse y otros para encontrarse y a veces coinciden. ¿Será
cierto que el agua calma?, ¿será cierto que energiza? Al menos genera
preguntas, eso está claro. Ninguna respuesta como siempre, porque lógico, todo
está dentro de uno. ¡Ah!, qué porquería que no exista la magia o la fe o tan siquiera
la intuición. Ahora resulta que todo es información a la que se accede por
canales diferentes a los que nos enseñaron en la escuela. No sé qué tiene que
ver, pero recordé esa idea cuando iba en el bus de vuelta a mi ciudad y escuché
un diálogo sin poder evitarlo.
− Cuando
llueve me acuerdo de ti.
− ¿Ah
sí? Por ahí, no sé si en una película o en un libro o en esas citas que
aparecen en diferentes cuentas de cualquier plataforma aparecía que alguien que
quería ser recordado insistía en una idea para lograr su objetivo, por ejemplo,
diciendo a quien quisiera escucharlo que le gustaba la lluvia.
− Entonces
¿lo dijiste para que te recordara?
− Por
supuesto que no, me tienes mucha fe. No pienso tanto antes de hablar. A mí la
lluvia, el agua, me gusta de modo enfermizo. Más después de tantos años de
sequía.
− Y ¿por qué me mencionaste ese comentario del
libro?
− ¿Qué
importa? Sé que te acuerdas de mí cuando llueve, más si me he ido a buscarla y
no era necesario ¿es así?
− Sí,
también con la Ley de Murphy me acuerdo de ti.
− Sin
duda, somos amigos inseparables con Murphy a estas alturas y ya sé que querías reírte.
También leí una vez que el corazón de uno pertenece a quien se recuerda mientras la mente divaga. Walt Whitman fue el que escribió eso. Hubiera preferido que dijera mientras uno da un paseo, me parece más deportivo por decir algo.
Escuché
unas risas y puede haber sido mi imaginación, pero se produjo un silencio
incómodo. De esos en que no se dice nada, pero en los que todo se oye.
Pegué
mi cabeza a la ventana cuando el bus se detuvo en un semáforo para sentir el
frío y las reverberaciones de ese silencio. Puede haber sido la zopiclona que
me tomé para dormir durante el largo trayecto, pero casi veía las palabras que por
no dichas se disolvían en el agua condensada en cada ventana del bus. Algunas
eran tan tristes que parecían lágrimas deslizándose hasta el suelo, hasta
confundirse con los restos de lluvia traídos en los bototos y zapatillas de
trekking de la mayoría de los pasajeros. Otras eran frías como estalactitas y
resonaban como un golpe metálico en un cristal, las falsas, pero amables, parecen
chirridos de una máquina mal aceitada y las dulces se convierten en vapor muy
rápido, se escuchan como un soplido suave cerca de las orejas. Me convencí de
que las razones para no decir a veces son estéticas, hay palabras que embellecen el silencio porque el misterio adorna la verdad.
Hay
más razones y más sonidos, como el de la lluvia, bienvenida en su justa medida
y detestada si se le ocurre aparecer en un mal momento o se le olvida irse y se
queda demasiado rato.
La
gente sube y baja en diferentes localidades y me despierto de un sueño liviano
sin sobresaltos.
− Estoy
bien, sí, ya me recuperé, listo pa´seguir echándole pa´elante. ¿y usted?
− Bien,
todo bien, me alegro de que se recuperara pronto ¿se vacunó?
− ¡Muchas
veces! Las preguntas que hace usted.
Así
ocurre, la gente se encuentra en los buses, se pregunta por la familia, los más
viejos hablan de achaques y de que nadie fiscaliza nada, que la ciudad se está llenando
de delincuentes y de la desilusión con el alcalde actual, tenía esperanzas y
ahora, nada. Que pase luego el tiempo no más.
Y
entonces subió la señora del sombrero negro. Creo que adivinó quien soy o me reconoció.
Lo digo porque tenía la misma sonrisa que los de mi especie, me la había
encontrado antes en la calle, ella volvía de pasear a su perro y yo iba jugando
con mi paraguas nuevo que no quise abrir cuando comenzaron los truenos. Para qué
lo iba a mojar al pobre si estaba nuevecito y como era chino tal vez comenzaría
a desteñirse o le daría por hacerme pasar vergüenzas y no sirviera de ninguna
protección y, además, ya sin excusas, quería empaparme de nuevo, como en la niñez,
sin barreras solo por la sensación. Cuando me vio en el bus, sonrió de nuevo. Tengo
la certeza de que era un espejo de mi futuro yo. Me cayó bien esa señora, creo
que le debo haber recordado a alguien también porque casi me habla y yo, sin
decirle nada, le hice saber que no se puede hablar con un espejo porque se rompe
algo y la realidad, sea lo que sea y dónde se encuentre, se asoma por las
trizaduras.
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