Muchas cosas iban bastante bien hasta que
recordó lo rico que era el pie de limón que vendían en la cafetería que quedaba
al frente de la oficina. La primera vez que entró no le pareció un lugar confiable,
las vitrinas contenían escuálidas cantidades de pasteles y casi nada de oferta
salada, pero tenía tanta hambre como poco tiempo así es que se arriesgó con una
sobrecarga de azúcar pidiendo un chocolate caliente y un pie de limón. Se hizo
asidua al lugar, así evitaba caminar más allá y volver tarde al trabajo y,
aunque no quería reconocerlo, también sentía que disminuía el riesgo que esos
pasajes significaban para su imaginación. El 99,9% de las veces eran historias
que se inventaba y que no alcanzaba a terminar porque no tenía sentido hacerlo,
el trabajo en el correo exigía su presencia puntual y concentrada y no pasaba
de las primeras frases de diálogos entre fantasmas. Desde la aparición de Aliexpress,
el trabajo había aumentado de forma escandalosa, no había espacio siquiera para
realizar los registros como corresponde. También aumentaron las encomiendas por
las ventas a través de las redes sociales y con ello los reclamos. Esta era la
parte de la globalización que le tocaba a ella, basura para allá, basura para
acá, mucho plástico y un olor indefinible que a veces le provocaba náuseas.
Años
atrás, cuando aún le quedaba algo de la ingenuidad propia de la juventud, tenía
una buena opinión de la globalización y casi podía ver el sueño de John Lennon
hecho canción en el himno hippie por excelencia: Imagine. Las fronteras
podrían desaparecer, los recursos se distribuirían de mejor forma y la paz
sería para todos. Ahora el fenómeno de la hiperconexión hedía porque había
acrecentado las distancias, fortalecido las identidades nacionalistas y de grupos
identitarios pequeños y pequeñísimos. Siempre está el lado A, el desarrollo
veloz e incomprensible de la ciencia, la tecnología y un mundo paralelo ya
inimaginable para quien sabía de esas cosas por pequeños artículos que leía en
el teléfono o veía en documentales superficiales para dummies o gente
apurada.
Como
fuera, entre la corrección de su apariencia, lo que la volvía invisible, y esa
sensación poco definible de no pertenecer a ninguna categoría que le permitiera
sentir compromiso o militancia con algo, comenzó a preguntarse de dónde era
ella.
Se
enfrascó en esa discusión inútil con una compañera de labores que alguna vez
fue profesora de lenguaje y se cansó de serlo. Fue a dar a esa empresa de
correos por casualidad y necesidad. Se llevaban bien y hablaban entre timbres,
pesas, cintas de embalajes y cajas que se acumulaban una sobre otras y otras y
otras más.
− ¿De
dónde es una?
− Rara
la pregunta. Bolaño dijo que su patria eran sus dos hijos[1], Elvira Sastre dice que “una
es de donde llora, pero siempre querrá ir a donde ríe.”
− ¿Cómo
se les ocurren esas respuestas a los escritores? La mayoría de la gente dice
que una es del lugar en donde creció, en dónde puede situar su historia, pero si
una no ha crecido en un solo lugar, si ha deambulado mucho por voluntad propia
o por el azar o por esa bolsa de cachureos a la que se llama cosas de la
vida ¿de dónde es?
− Voy
a seguir el juego ¿cuándo se deja de ser una afuerina, una turista? ¿cuáles son
los códigos que hay que aprender para mimetizarse con los lugareños?
− Mmm,
puede ser el momento en que se instalan rutinas o se deja de sentir esa
fragilidad o vaga desconfianza en el ambiente.
− O
cuando la mirada ya no pasea por una línea horizontal o panorámica y ya no se
busca el ángulo tipo fotografía y solo se vive ahí, sin conciencia del paisaje.
− Y
los pensamientos acerca del lugar dejan su preponderancia sobre los otros, los
del devenir, los de la cotidianidad y sus vicisitudes.
− Y
por supuesto cuando has armado un grupo de amigos y empiezas a construir otras
historias, a hacer bocetos de recuerdos y raíces.
Podrían
haber seguido en esa asociación de ideas, pero llegó otra carga desde el
aeropuerto y había que dejar lista la distribución de las encomiendas que
estaban cerca del plazo de la garantía. La meta era que las multas no pudieran
ser atribuidas a la ineficiencia de esa sucursal y tuvieran que dejar sin bono semestral
a otros puntos responsables del proceso de clasificación.
De
vuelta en la tarde, en la línea 104, siguió con lo mismo − una es de aquel
lugar desde el que no quiere salir o al que quiere regresar desde cualquier
viaje por anhelado que fuera ese destino – eso se parecía más a una definición
de hogar y podría no ser un lugar, más bien un estado afectivo, de vinculación
con personas y tradiciones.
Por
ahora sentía una mezcla de nostalgia de lugares de los que no se consideraba
parte y volvían a surgir esas ganas de chocolate caliente y masas dulces para
acompañarlo. Para acompañarse.
[1] “Mi única patria son mis dos hijos,
Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes,
algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que
algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.”
Roberto Bolaño
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