miércoles, 18 de diciembre de 2024

El regalo

 

                                             Foto de Pixabay pexels.com

Se encontraba suspendido entre los anaqueles de los regalos a punto de ser invocados. Su mayor anhelo, como el de todos los de su clase, era ser entregado. Era su sentido. De otro modo, era solo un objeto, una cosa intrascendente o algo útil. Nada más despreciable que ser algo útil. Existir para algo, para servir a un propósito. ¡Horror! no, él no era tan insignificante como para eso. Existía para ser entregado como muestra de aprecio, con las denominaciones que los humanos decidieran darle a ese afecto. Su categoría era muy superior a la utilidad.

 

Un día fue invocado como deseo en una conversación. Rogaba porque no fuera solo una frase cualquiera, de tantas que se dicen. ¿Cómo supo que la invocación no había sido una frase intrascendente? Un principio básico de llegar a ser un regalo es el sonido que se escucha en su mundo. Los humanos no lo escuchaban. Solo los regalos tienen esa capacidad. Cada uno tiene un sonido y solo tiene una oportunidad de reconocerlo, el suyo había sido un sonido al que los humanos llaman piano. Sintió esa sensación que describían los invocados: un estremecimiento interno muy agradable e intenso. Se incorporó y si hubiera tenido pecho todos sus congéneres hubieran notado lo inflado que estaba.

 

La verdad es que sus compañeros de espera sí lo notaron, pero aburridos de falsas alarmas y de la actitud de ese regalo en particular, hicieron como si no hubieran sentido nada. Demás está decir que los regalos no hablan entre sí. Menos los regalos en potencia. Los que aún no son.

 

El regalo en cuestión sintió el estremecimiento porque quien iba a adquirirlo lo pensó, lo eligió entre muchos otros. El pensamiento y la acción concomitante activaba el sonido en el mundo de los regalos. La vio tan decidida, que estaba seguro de ser entregado.

 

Pasó el tiempo y llegó el período de florecimiento de cintas, envoltorios, ofertas y abundancia de azúcar. Muchos, pero muchos, eran adquiridos por los más diversos motivos aun cuando se trataba de la misma festividad. Por obligación la mayoría.

 

Cuando ya se había convencido de que quien lo pensó ya lo habría olvidado, él era un regalo pesimista y melancólico, la vio entrar decidida y sin ninguna vacilación. Preguntó por él, lo envolvieron sin los adornos que merecía, suspiró por eso. Hubiera querido una cinta blanca, grande, un papel de Japón casi sin adhesivos. En vez de eso, lo pusieron en un bolso, igual a todos, con esas cintas feas e iguales a todas. Lo peor es que era igual a todas. Un buen regalo, como se consideraba a sí mismo, merece distinción y eso de no ser tratado con cuidado lo hacía temer por su futuro.

 

Llegó el día en que sería entregado. Ya notó algo raro cuando lo sacaron del bolso y lo dejaron desnudo en una cartera. ¿Por qué alguien haría eso? Un regalo lleva envoltorio. Se sintió degradado, pero poco a poco en el largo camino, se conformaba con la idea de que él era uno de esos regalos de nobles intenciones. Ya que no iba a ser engalanado debía haber alguna explicación, tal vez no era de esos objetos en serie que necesitaban disfrazarse y parecer especiales y caros. Su valor debía ser otro.

 

Ya comenzaba a asfixiarse en la bolsa. Pasaba el tiempo, hizo esfuerzos por hacerse notar. Sintió como en ocasiones era aprisionado en el breve espacio que lo contenía ¿qué pasaba?, ¿Lo iban a entregar o no? Estaba cerca de su peor pesadilla.

 

Había una leyenda en el mundo de los regalos. Aquellos que no eran entregados, eran olvidados para siempre y ni siquiera alcanzaban la categoría de útiles. Algunos encima son reciclados y entregados a otro destinatario en donde se perdía la noble intención y pasaban a ser regalos por compromiso. Lo peor en categorías de regalos.

 

Se a c a b a b a el tiempo. S e   a c a b a b a  e l  t i e m p o,  s e  a c a b a b a  e l  t i e m p o.

 

Los humanos podían gritar, llorar o poner cara de nada. Él no podía hacer nada.

 

No fue entregado.

 

Al regresar se quedó junto a un montón más de regalos con destinatario, algunos de nobles intenciones y otros de los por compromiso. El día de la festividad, tuvo destinatario y tuvo una noble intención. Era para alguien central en la vida de la humana que lo compró.

 

Fue bien recibido, pero por cosas que luego supo -el mundo de los regalos está lleno de mensajeros- no lo fue tanto como lo hubiera sido por su real destinatario.

 

Sin querer también se enteró de que la humana no pudo en el primer intento porque se confundió respecto a su categoría de regalo. Estupideces de humanos. No entienden que los regalos valen por sí mismos, más si no llevan adornos y no son esperados.

 

Antonio Bertali, Ciaccona, https://www.youtube.com/watch?v=lLmskBnexGQ

 

viernes, 6 de diciembre de 2024

La reina y la colmena

 

Foto de Engin Akyurt: https://www.pexels.com

Hasta la abeja reina está encadenada a la colmena, su poder reside precisamente en quedarse en la colmena. No podía recordar dónde había leído o escuchado o visto esa idea tan ilustrativa y vieja como el lenguaje. Después de leer, de nuevo, libros del siglo XIX es posible ver en una misma la influencia de esas ideas tan antiguas y casi inscritas en el ADN en la lógica de análisis y las conductas concomitantes. A los ojos de una niña, lo escrito en libros es la verdad revelada. Así debían ser las cosas, el orden social, el concepto de belleza, la ética y la definición de felicidad, muchas veces tan elusiva para los personajes femeninos románticos y exigidos en una rigurosa ética religiosa y social. Recordaba esos veranos de vacaciones eternas metida en lecturas extrañas: La Historia Sagrada con la descripción del paganismo, sacrificios humanos y la idea de dioses egoístas e insaciables. Leía y releía con terror esos cuentos de sacrificios de niños metidos dentro de un gigante de madera que una vez relleno, cual peluche, eran quemados para evitar o aplacar la ira de dios. A ese dios había que adorar y por ningún motivo cuestionar. Estaba por ahí también la Historia de América Precolombina: más sacrificios de niños y jóvenes para obtener una buena cosecha o para que lloviera o dejara de llover o para agradecer. Sacrificios multipropósito para dioses malvados o al menos incomprensibles. Para colmo había también algunos libros escolares viejos con historia de algunos emperadores romanos. Cómo olvidar a Tiberio que lanzaba niños hacia un acantilado luego de abusar de ellos. Igual que Charles Chaplin con las niñas de trece y catorce años que le llevaban sus madres para que, en privado, probara su talento y así, si pasaban la prueba, convertirlas en estrellas de cine. Eso era un sacrificio menor por supuesto. Y claro también estaban los libros románticos de las hermanas Brontë: Jane Eyre y Cumbres Borrascosas. Jane Eyre correctísima, autoexigente, trabajadora, inteligente, poco agraciada, independiente, racional y Catalina Earnshaw, bella, rebelde, contradictoria, impulsiva, utilitaria y adaptada; enamorada de un tipo misterioso, desconsiderado hasta la crueldad, galán malvado y depresivo. Y las enciclopedias con fotos de paisajes que parecían de otro planeta: los campos de arroz en China, el desierto del Sahara, la sabana africana y los animales salvajes. Y las pirámides egipcias por supuesto, infaltable destino de la imaginación de niños de todas partes.

Palabras, paisajes y moldes sociales, a veces parecidos y otras demasiado contrastantes con la vida cotidiana propia y de los más cercanos. Es un buen ejercicio leer de nuevo textos que tuvieron una impronta tan marcada en la identidad personal. Se miran con distancia y benevolencia, igual que como se miran fotos antiguas y el momento que rodeó aquel clic. De cierta forma, así como la música opera como una banda sonora para distintos momentos de la vida, es posible que los textos también moldeen de una forma particular las experiencias y su interpretación. La música y las palabras como espejos de las sensaciones que una cree tan personales y que sin duda son comunes a muchas personas.

Se recuerda la postura al leer un libro, el lugar escogido, las asociaciones generadas, el momento de la vida, en algunos casos, más que la historia misma, los trozos de páginas en que el texto comenzó a formar parte del propio discurso.

Aun así, si bien los textos amplían las visiones de un mundo o de diferentes mundos, una pertenece a una colmena, a un número determinado de posibilidades. ¿Será que se prefieren las palabras que refuerzan la colmena? ¿será que los límites de la colmena obedecen a un discurso interno que hace preferir textos que lo reafirman?

domingo, 24 de noviembre de 2024

Medio vivo

 


Foto de Cottombro studio, pexels.com

Dijo que solo quería una aclaración porque la confusión y las preguntas no lo dejaban dormir. Peor aún, si dormía, los sueños se poblaban de las mismas sensaciones que en vigilia; distintos escenarios para la misma actuación. Más aún si comenzaba a unir detalles y coincidencias, del día y la noche, de la imaginación y los datos. A veces se sentía un títere en un laberinto en donde el titiritero lo llevaba a tomar una dirección u otra sin la información suficiente. Un segundo después caía en cuenta que así ocurre con cada ser viviente. Lo pensaba desde que era niño y mataba hormigas, la que tuvo mala suerte se encontraba con su dedo o el insecticida. Él era entonces ese factor del destino que pendía sobre una hilera de hormigas y que, por el motivo que fuera, decidía cuáles iban a morir. Algunas se resistían, se arrastraban y por un acto de piedad procedía a matarlas rápido para que dejaran de sufrir.

A veces se dejaba llevar todavía más y llegaba a la inagotable fantasía del mundo de los muertos y puesto en la situación, si debía culpar a alguien, seguro nombraría a don Isidro que se encargaba de hacerle bromas y lo hacía experimentar sensaciones que creía olvidadas. Ese caballero era especialista en desenterrar cajitas con sabores y aromas contradictorios, bellos y dolorosos. Un perfume suave y al mismo tiempo sobrecogedor como el olor metálico de la angustia. El sabor amargo de la propia saliva por las palabras tragadas crudas por no dichas y la dulzura de risas y cruces de miradas recocidas que no necesitan verbo alguno. Una cercanía casi imperceptible de alguien en cualquier momento que lo hacían distraerse de las tareas diarias. Podía tratarse de una respiración cercana, de un susurro que daba escalofríos y un instante después una certeza de que todo era real o de que había sido real. En este plano, el de los muertos, los medios muertos y los medio vivos todo podría ser y no ser.

Además, estaba la maldición de doña Ester, no entendía ni sabía de poesía, pero de letras de canciones sí.  Y que le repitiera un verso de Silver Spring - my voice will haunt you - no podía ser sino una reconvención inmerecida.   Y sí, escuchaba su voz sin que estuviera cerca. Igual que cuando escuchaba conferencias de expertos y luego, al leer sus publicaciones, escuchaba sus voces como si tuvieran un micrófono en algún sitio de su mente. Ester le reclamaba su lejanía, ella no supo que huyó de sí mismo, del mundo de fantasmas y colores que se desencadenaba en su mente por ese hábito de ir más allá y de asociar elementos que quizás eran inconexos e irrelevantes. 

La vida sigue durante el silencio. 

Más allá de sus pensamientos, estaba lo tangible, el día a día. La vida que lo llamaba a seguir aún sin ella. 

Había días en que se sentía feliz y aliviado. Convencido de algo sin palabras. Una especie de complicidad con las flores y la montaña y la certeza de ir por el sendero que lo conduciría, quisiera o no, al lugar al que debía llegar. Otros, la bruma lo invadía y a duras penas recordaba donde estaba. Al menos había dejado esa obsesión de preguntarse quien era. La identidad podía ser una suma de quehaceres o atributos, casi siempre definidos por otros y aun así, era algo inasible. 

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Ahora que se acercaba a los cincuenta años y se recuperaba de un infarto, los pensamientos se volvían extraños y al mismo tiempo muy iguales a los de cualquiera que hubiera estado cerca del final de su propia existencia. Esa era su explicación por la cercanía, ilusoria por supuesto, con los muertos y la forma extraña de ver a los vivos que había sentido en ese limbo aséptico y odioso lleno de tubos y mangueras conectadas a su cuerpo. Escuchó las indicaciones médicas y los detalles de cómo y cuándo debería pagar la cuenta hospitalaria lo que le devolvió la seguridad en que seguía más o menos vivo y que así debía ser para terminar de saldar toda clase de deudas. 

Podía echar por tierra toda la confusión o encontrar en ella la confirmación de lo que se resistía a creer o, como siempre, seguir creyendo en la fantasía y elegir siempre lo tangible. 

Fleetwood Mac, Silver Spring, https://youtu.be/eDwi-8n054s?si=d22BlBAZVq-ZVqzd



domingo, 17 de noviembre de 2024

Inquietante

 


Foto de Caio : https://www.pexels.com


Hay libros que inquietan dependiendo del momento en que llegan a las manos, a los ojos más bien. La invención de la soledad de Paul Auster es uno de ellos, sus temáticas: la muerte, el azar, las casualidades y la forma en cómo se desenvuelven los vínculos traen de nuevo los fantasmas a la mente. Convicciones internas que alegran y dan sentido a lo vivido. Imágenes que se contraponen y que explican situaciones o al menos generan nuevas hipótesis sobre lo mismo.

La distancia y el tiempo, herramienta infalible para ampliar el foco, casi siempre para bien.

Una canción infantil, el inicio y el avistamiento del fin al mismo tiempo.

Cuando está la luna sobre el horizonte, muchos enanitos juegan en el bosque.

Otra canción Es caprichoso el azar. Algoritmos cerebrales traspasados a las omnipresentes pantallas y su poder hipnótico.

Qué será de las cosas personales después de la muerte. Qué valdrá la pena, cómo se interpretarán, cómo se valorarán. A quién le importarán. Los nórdicos, decía un artículo por ahí, dejan todo preparado para no causar molestias a los que quedan. Ordenan, botan, heredan, dejan la vida en cajas. Cajas de colores sobrios, sin estridencias. ¿Cómo decidirán cuándo es el momento? Aquel de tirar a la basura objetos, fotografías, archivos, ropas, regalos, libros. Quién accederá a las claves de cuentas de correo y otras redes. A quién le importará en verdad. Y la música, tanta música.

Y por qué tendría que importar.

Por el amor a los que quedan.

El ritual de guardar, clasificar, regalar, donar ¿no es acaso sea un paso necesario para que los que quedan puedan vivir el duelo, pedazo a pedazo, recuerdo a recuerdo? Dejar todo preparado tal vez sea otra muestra más de la insignificancia que alguien pudo atribuir a su propia existencia y ese afán de no molestar tan propio de tantos.

No se puede saber cuándo es la última vez de algo. Y que bien que así sea.

¿Con cuántos muertos carga cada uno? ¿cuánto sabe uno de los muertos con que carga? ¿se tiene que saber?

Y porque la casualidad es así, Pedro Páramo, un mundo de fantasmas, infiernos e incertidumbre, es una película que intenta hacer justicia a una novela que vivifica la muerte, con todo el contrasentido de aquello.

“…ella ya venía sufrida” dice una mujer refiriéndose a Susana, el amor de Pedro Páramo. Es raro incorporar sonido a un texto, es raro escuchar la voz de quien escribe cuando se lee, pero sucede.

Es raro tener que utilizar palabras para explicar una sonrisa que se asoma entre tantas voces, fantasmas, miradas, inicios y finales. Debe ser algo así lo que Paul Auster logra provocar con sus textos, algo inquietante que se asoma a través lo inefable.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Carnaval

 

Foto de Ylanite Koppens pixels.com


Le gustaba pensar que era un simulacro de carnaval o de las fiestas de la primavera que contaba su madre y de la que alguna vez participó vestida de gitana. Esas en donde los disfraces y el ánimo festivo imperaba en especial en niños y adolescentes. Decía que se trataba de llegar a la plaza del pueblo, llevar bolsas con serpentinas y papel picado para lanzar a los demás y jugar, sobre todo jugar. A veces había alguna banda, otras la municipalidad ponía música grabada y, según ella, daba lo mismo porque la música va por dentro de cada persona y cada una tiene un registro particular. El recuerdo que tenía de esa fiesta era el de la preparación: el pañuelo en la cabeza, un montón de collares y tres faldas puestas una sobre otra para que pareciera un disfraz y luego correr, de un lado a otro, escapando de niños de su misma edad que trataban de inundar de challa la boca de alguna incauta que gritaba o sonreía a boca de jarro. Su prima cayó en la trampa y estuvo varios minutos escupiendo esos círculos de papel. Aun así, ese recuerdo resultaba agradable, por el esfuerzo de la madre en la preparación del disfraz, por la expectativa ante una nueva experiencia. En aquel período en que todo ocurre por primera vez los sentidos parecen más alertas y las imágenes se vuelven percepciones complejas: llenas de aromas, sonidos, efectos en la piel y una doble conciencia de lo que se está viviendo, como una cámara de cine imaginaria que se posa por dentro y por fuera del cuerpo, mostrando distintos planos de lo que está pasando desde un ángulo, el único posible, el propio.

En ese entonces no sabía que esa cámara se activa no siempre a voluntad, a veces se enciende sola para registrar momentos que quedarán almacenados por ahí más allá de su importancia. Recuerdos con imágenes en caleidoscopio, perfume, temperatura y propiocepción. Se maravillaría más tarde al comprobar que, aunque sobre cada ser viviente penda una condena de tener solo una perspectiva para cada instante de su vida, exista ese registro que perdura más allá de la vida útil de los órganos o para qué se los esté usando. Si la sordera aumentaba, estaba esa música interna, si la gracia del movimiento de piernas y brazos se perdiera aún estaría el recuerdo en todo el cuerpo de cómo era eso bailar, en una cinta impalpable e indestructible.

Tal vez la mayor sorpresa, y regalo si se quiere, de la existencia, sea que el registro, la cámara omnisciente de sí mismo, revive eventos con la misma calidad HD de la primera vez, el nervio y el estremecimiento, el miedo y la ansiedad, la alegría y la expansión del propio espacio. Y todo sin palabras que complican o descomponen los eventos en categorías y subcategorías que pueden ser aplicables a modelos lógicos y hasta productivos.

Esa naturalidad de la experiencia se perdía en algunos momentos, los modelos creados, al tomar conciencia de sí mismos, no pueden evitar compararse y replicar los moldes de análisis del sistema mayor, aun cuando todos sean superdotados en las capacidades de percibir y sentir. Un error de fábrica o error de usuario que, por repetido, pasa a ser una característica estructural. El entrenamiento requerido entonces es el desaprender a hacerlo.

El cuerpo es poderoso, demasiado a veces, un continente enorme de sensaciones y certezas, de límites diversos y memoria sin nombre, un receptáculo infinito de estímulos que al mismo tiempo perturba a los otros quien sabe con qué tonalidad. La música interna coincide, los corazones se sincronizan y entones si la cámara sube y se aleja y sube y se aleja aún más, muchos pueden parecer un solo organismo, acompasado y armonizado consigo mismo. Conectados para ningún fin que no sea mostrar la melodía interna con la excusa de una banda sonora particular y ubicua.

El carnaval puede ser hoy.



martes, 5 de noviembre de 2024

Taxi

 


Foto de NEOSiAM 2024+: https://www.pexels.com


A mí no me vienen con cuentos, creen que porque uno maneja un auto no se entera de nada. La gente es muy tonta, les meten el dedo en la boca a cada rato. No sé cómo se pueden tragar ese cuento de que ese cantante, el famoso ese, va a tener que abusar de alguna cabra, si las chiquillas se le tiran encima cada vez que lo ven. Yo he visto muchas cosas, cabras borrachas inconscientes que se suben a cualquier auto.

Yo mismo, demás podría hacer lo que quisiera porque las cabras van entregás, patas abiertas, vestidos cortos, mostrando todo y no es que uno sea degenerao, pero los ojos están pa´mirar ¿o no? y si me dejara llevar, conozco un montón de lugares en donde podría hacer de todo, lo que quisiera con ella.

−¿Se refiere a violarla?

−Noooo ¿cómo se le ocurre? Usted no me entiende, le digo que si yo fuera un tipo malo, uno de esos, pero no pueh uno es decente. Ahí está la oportunidad y uno se retiene.

−¿Qué oportunidad? ¿se le han insinuado?

−Usted no me está entendiendo, le digo que las cabras van borrachas o con droga, de la blanca y la rosada y entonces dan la pasá.

−No pueden oponerse dice usted.

−Usted no sabe nada. Yo trabajo en esto, conozco los tugurios y los lugares donde van los rubiecitos y la escena es la misma, Las cabras dando espectáculo, no se tapan nada, pierden toda la dignidad y se van con cualquiera.

−¿Cómo sabe usted si se van con cualquiera? A lo mejor se van con los mismos que llegaron a bailar o a divertirse.

−¡Ah! Ese es el punto, una cabra seria no va a andar tomando hasta perder el juicio ¿cierto? ¿usted dejaría que su hija anduviera así? O usted misma ¿ha estado así de borracha en un lugar público? No ¿cierto? Yo me he borrado muchas veces, no cuando ando trabajando por si acaso jajaja.

−¿Y alguna vez se han propasado con usted?

−Jajajajaja ¡noooo! Si no soy como el cantante yo, no soy bonito ni famoso. ¡Estoy salvao´!

−¡Ah! Es decir, un hombre atractivo podría ser abusado con más probabilidad.

−Ya sé dónde me quiere llevar usted, me salió feminista la iñora, lo único que dije es que un tipo rockstar no va a necesitar andar abusando de nadie no que estuviera bien si lo hiciera, pero yo creo que es un tongo no más.

−¿Podría ser que alguna no quisiera alguna vez? ¿O que, precisamente por no estar consciente, no pudiera ni aceptar ni rechazar y por lo tanto no se puede asumir que ella sí quería?

−Claro, pero uno no es huevón tampoco, es re fácil que a uno lo demanden ahora, basta que la chiquilla diga que no se acuerda de nada y uno, que no es famoso ni político termina en cana. ¿cambiemos de tema mejor? Mire ¿por quién va a votar usted?

−¿Para gobernador?

−Sí, va a haber segunda vuelta. La tontera pa grande, ahora les dio por poner gente con el mismo apellido pa que los tontos se confundan, pero uno no es huevón, hay que darles una lección a estos, pero no le tengo fe a los votos ¿sabe? con respeto se lo digo, no lo tome a mal, pero las mujeres votan por puras tonteras ¿ha oído hablar del voto hormonal?

−No, a ver explíqueme.

−¿Vio cuántos votos sacó el alcalde de las calugas?

−¿El de Maipú? No le gusta que haya ganado entonces.

−No, sí me gusta, me gusta que haya ganado, no me gusta él, ¡jajajaja! pero ¿usted cree que votaron por la gestión? Noooo, si las viejas votan por la pura pinta no más, por eso este país está como está, por las hormonas.

−¡Ah! Sí pueh, por eso la Kathy Barriga y la Polizzi hacen tanta plata con las fotos ¿serán las mujeres las que pagan por verlas?

−Oiga ¡que es peleadora usted! Ya me imagino como tiene de aburrido a su marido. No le debe dejar pasar una. Tenga cuidado mire que los hombres nos aburrimos de las mujeres muy agujas, hágase la lesa un poco, relájese, vaya tranquila por la vida. Míreme a mí, converso, me informo, cumplo con mi cuota diaria y después llego a comer tranquilo a la casa. Antes tenía un negocio, pero las leyes laborales me mataron. Ahora no se le puede decir nada a nadie que al tiro lo demandan a uno. Desde que empecé en el taxi volví a querer de nuevo a la gente, no a los que pelean tanto como usted ¡jajajajaj! Ya llegamos, pero acuérdese no más: al cantante le tendieron una trampa, ya va a ver. Él no necesita andar abusando, las cabras se le tiran encima. Oiga, cierre suave la puerta, no se desquite con el auto, si era una conversación no más. Hasta luego señora. ¡no se olvide de la propina! Mire que la aplicación se lleva toda la ganancia. Se me olvidó pasarle mi tarjeta para cuando salga a carretear y quiera volver segura a la casa.


martes, 22 de octubre de 2024

Voces

                                           


Foto de Andrea Piacquadio: https://www.pexels.com


Cuando empezó con el truco de – ya, pero ¿qué es lo de fondo en esto? – sentí que todo mi discurso, tan bien preparado y cuidado para evitar confusiones, había sido inútil. Ella iba a empezar con sus clásicas dicotomías sobre lo que es correcto o no, bajo qué parámetros y en qué contexto. Por supuesto que usando un lenguaje docto y profesional que me dejaba en calidad de troglodita intentando explicar una pauta musical. Me salvó la campana, comenzaba el desfile de los licenciados y los sonidos de la banda sonora eran tan potentes que no era posible hablar. La pude observar comportándose a la altura de la situación, bien parada, impecable y al mismo tiempo sencilla. Un esfuerzo inútil para que los demás no notásemos la gran distancia que había entre ella y nosotros.

Nos correspondía saludar juntas, cosas del protocolo oficial en las ceremonias de titulación. Yo estaba feliz de no tener que hablar, solo inclinar la cabeza y extender la mano con la fuerza suficiente para que no me tomaran por una docente sin carácter, sonreír sin demasiado aspaviento y fingir algo parecido al orgullo por los nuevos egresados de la institución. Una especie de princesa consorte, pero sin glamour. Ella solía hacer ese chiste delante de mí. Ya no me obligo a sonreír, hago como que no escucho. Ahora que lo pienso, lleva al menos cuatro reuniones de departamento donde no me lo ha dicho. Debe ser que se está cuidando por lo del buen trato laboral instaurado por decreto. Ya perderá la paciencia.

Creo que pensó en insultarme cuando me trató de normópata, pero para mí fue un halago, desde siempre he tratado de ser normal y parece que al fin lo he logrado, ante los ojos de ella al menos. En la Facultad de Letras ser normal es igual a ser promedio, mediocre o algo así. No saben lo valioso de poder alejarse de la locura, de la real, no de la que aparece como excentricidad de artista asegurado por alguna fuente de privilegios, con lo insultante que resulta reconocerlo para algunos. Que muchos se hayan suicidado parece no importarle a nadie, casi como si se tratara de un dato demográfico más en alguien que demostró ser un genio.

A mí me gustaba, me gusta, ser así, normal, pasar casi como una sombra y como decía una amiga en los tiempos de mi propia locura, hasta las sombras tienen su lado luminoso porque cobijan a los acalorados, en especial a los que viven tormentas de arena en su interior.

No dejó de sorprenderme cómo la relación con mi jefa recreaba la que yo tuve con el abuelo que me crio y, como con aquél, pasaba de la admiración y agradecimiento al odio y resentimiento más profundo. Sin grises intermedios.

Nadie se enteró de que estuve un buen tiempo viviendo en dos mundos, uno en que escuchaba la voz de mi abuelo, sin que hubiera nadie cerca y que yo percibía como real y el otro, uno cotidiano y predecible. A veces esa voz me consolaba, otras me empujaba y, más de las que quisiera, se burlaba de mi cobardía. Esa era la peor parte, porque encontrándole razón, no podía hacer otra cosa. El miedo siempre fue mayor. Creo que al ser la tercera nieta perdió la esperanza de que tendría un nieto parecido a él, un hombre con carácter explosivo y poca empatía. Son suposiciones por supuesto, qué sabe una de por qué la gente hace lo que hace, cuál es la lógica si es que hay alguna.

Mi locura tampoco era muy original, era una ansiedad desatada frente a las situaciones en que me sentía a prueba y que disimulaba con un mutismo a ultranza. No quería que se me quebrara la voz y menos que saltara alguna lágrima. Todo el tiempo tenía la voz de mi abuelo dispuesto a burlarse y a reírse a carcajadas de mi cobardía. Cada vez que vivía algún percance me imaginaba cómo iba a explicárselo y armaba una historia verosímil y que pareciera menos ridícula frente a sus ojos. Una vez, a los trece años, se me cayeron las llaves a una alcantarilla y para justificar mi torpeza inventé un asalto casi a mano armada, fue tanta la exageración y lo creíble que resulté que mi abuelo me llevó a la comisaría para hacer la denuncia. El gran detalle fue que no me salió ni un sonido cuando tuve que declarar frente a la policía – mijita, si va a mentir practique antes – eso dijo el carabinero. Mi abuelo se rio todo el camino de vuelta. Desconozco la razón de ese miedo permanente, pero incluso después de que murió, seguí inventando excusas y mi torpeza no disminuía. Pensé que cuando llegara ese momento iba por fin a crecer y sentiría un gran alivio, pero tenía veinticinco y me sentí desvalida y tonta y torpe y cobarde. Me había titulado recién.

Resistí la universidad casi encerrada en mí misma, hablando lo mínimo o diciendo lo que hay que decir lo que es muy parecido al silencio. Estudiaba hasta las referencias de los documentos que había que leer. Aplicada, muy aplicada. Mi abuelo decía que cuando faltaba el talento no quedaba otra que ser disciplinada. Lo repetía cada vez que me veía estudiando. Cuando empecé a buscar trabajo, empecé a oírlo y al mismo tiempo, seguro por despistado, un profesor me pidió que fuera su ayudante. Se guio solo por mi promedio porque no me conocía. El profesor era mayor, pero no tanto, creo que carecía por completo de sentido común y sin preguntarme nada, después de haber ayudado a corregir pruebas y escritos de alumnos de tercero, me pidió hacer una clase. Pensé que me iba a morir. Maldito miedo a todo. La voz de mi abuelo no me dejaba ni en sueños. La locura total y absoluta me obligó a fingir que era una oradora experimentada, practiqué como me aconsejó el carabinero. Casi como si fuera una obra de teatro y con la voz de fondo de mi abuelo susurrándome − cobarde, cobarde – logré hacer la clase que me encargó el profesor. Casi no hubo preguntas, hasta una, seguro tan despistada como era yo, respecto de las formalidades y de lo que se hace o no se hace, comenzó a aplaudir. Quizás como chiste siguieron otros más, retrocedí hacia la pizarra acrílica, petrificada por el miedo. ¿Se estaban burlando? ¿por qué me hacían eso? Solo por lo tiesa que estaba no salí corriendo a encerrarme al baño a llorar como lo hacía en el colegio. Un chico que estaba sentado en la primera fila se puso de pie y se acercó a ayudarme a recoger los documentos que dejé sobre el escritorio – tranquila, respira hondo, estuvo bien, te ayudo a llevar las cosas a la oficina del profe – me fue imposible responder. Tenía claro que mi expresión solo oscilaba entre el pánico y el terror, sin otros matices.

Debe haber sido una especie de ritual iniciático para mi mente, no sé. Los traumas se deben haber anulado unos con otros o se tropezaron entre sí inmovilizándose por un rato de modo que logré moverme. El chico puso su mano sobre mi hombro y me dijo – escucha, ya no se oye −, era cierto, mi abuelo se había quedado callado por un rato.

−Los tristes nos reconocemos.

Esa fue su explicación −los tristes y locos− agregué yo. Me acuerdo bien porque fue la primera vez que sentí que decía algo espontáneo. Seguimos caminando en silencio, agradecí su ayuda, aunque no creo que se haya enterado de que le debía mi sobrevivencia mental. Mi abuelo tuvo la grandeza de ir callándose de a poco. A veces creo que solo está descansando y que volverá en cualquier momento.

−Nosotras también lo escuchábamos.

Eso me dijeron mis dos hermanas y por un momento las odié. Lo bien que me hubiera hecho saberlo, sentir que la experiencia con el abuelo no era una muestra más de mi debilidad. Cada una había lidiado con su propia forma de locura. De un modo u otro, sobrevivimos. Anormales, inseguras, pero con buenos disfraces.

La voz de mi abuelo continúa acechándome (sospecho que a mis hermanas también) en especial cuando debo ser valiente o disfrazarme de tal. Ya nadie nota la diferencia. Ni yo. Mi jefa, la decana, defiende la locura, el atrevimiento, el riesgo, el vértigo. Usa expresiones como: el imperio del deseo, la vida sin pasión no merece ser vivida y muchas otras parecidas dignas de una camiseta rockera o de cincuentona sin temor al ridículo. Cuando la escucho, vuelvo a sentir a mi abuelo cerca y un murmullo que dice −cobarde, cobarde.


viernes, 18 de octubre de 2024

La palabra precisa, la sonrisa perfecta

 

                                                             Foto de David Yu (Pexels)


La vi sentada en una jardinera del edificio vecino a mi trabajo. Casi en el suelo, Jacinta sujetaba su cartera contra el pecho y el bolso con el computador estaba semi escondido detrás de sus piernas dobladas en una posición casi imposible. Parecía que la habían asaltado recién y que hubiera luchado por no perder lo que con tanto celo afirmaba contra su cuerpo. Reconozco que no me atreví a acercarme en un primer instante. Suelo acobardarme cuando intuyo que una situación puede volverse difícil y requiere algo más de mí que solo la habitual cordialidad y civilidad, pero levantó la mirada y me vio ¿por qué será que esos instantes que podrían ser nada pueden convertirse en un paso hacia el caos en menos de un segundo? Ahora pienso lo mismo, pero al revés, la cantidad de veces que pasé por lugares buscando encontrar algo inesperado y solo sucedía lo mismo de siempre, nada. Así funciona, las sorpresas, buenas o malas no se esperan, suceden.

Levantó la mirada y me reconoció, era la desesperación hecha ojos. Me acerqué y estaba petrificada. La ayudé a incorporarse, tiritaba y estaba helada como si fuera junio en pleno diciembre. Cuando logró hablar su voz no era la que siempre me había impresionado por su firmeza. Muchas veces me impresionó la autoconfianza que trasuntaba en su postura, gestos y en especial su forma de hablar. Parecía que ya había ensayado las respuestas, opiniones o chistes y le salían las palabras ordenadas con buena pronunciación y pertinencia si se puede llamar así a encontrar la palabra justa como diría Silvio Rodríguez en su eterno y agudo Ojalá. Su voz era la confirmación de una mente equilibrada y en paz consigo misma. Características que no encontraba en mí por supuesto.

En cuanto logró pararse por completo me abrazó casi aferrándose a mí. Cuando se separó o la separé más bien, logró balbucear lo evidente, que estaba mal, que no sabía ni dónde estaba o qué podía hacer para irse a su casa. Hacía mucho que no la veía, no sabía dónde vivía o con quién. Me la imaginaba en un barrio bueno, digno de alguien con su capacidad y ganas de tener éxito en la vida. El éxito medido en plata e imagen claro está, lo demás no se ve, solo se imagina.

Conocí su historia a pedazos y la verdad es que no me interesaba tanto como para averiguar más, pero la vida es rara, casi tanto como las personas y además de un par de frases de sus colegas o compañeras de trabajo no sabía mucho más de su vida de adulta − ¿no te dijo que era exitosa? o ¿no te preguntó dónde trabajas y cuánto ganas? Claro, se notaba que le había ido bien, hasta le habían hecho un par de notas en la revista Ya del Mercurio, aunque al parecer su meta era haber aparecido en los líderes de la selección anual del mismo diario. Eso decían los mismos que comentaban con cierta sorna su buen puesto y nivel de contactos. A mí me parecía que tenía algo que la hacía tomar la mejor opción, una especie de instinto, ese del que hablan los empresarios y gurús de los negocios. Una vez me la encontré y la felicité, me respondió con un gesto desagradable y siguió conversando sentada e impecable como siempre. No me molesté en pensar en ella ni treinta segundos más porque creo que la amabilidad no le hace mal a nadie y si ella era incapaz de devolverla era su problema.

La sujeté del brazo para ayudarla a caminar. Decía cosas incoherentes para mí que me muevo en un rango más o menos suave de emociones - la calle es sinuosa, se mueve como una serpiente y me marea; no puedo respirar- se tomaba la blusa y decía que le apretaba el pecho. Respiraba con dificultad y sentía que su cuerpo le quedaba estrecho. Otra con ansiedad concluí, pero en situaciones de emergencia como esta no me sale nada. La torpeza se apodera de mí y espero que las cosas sucedan, se acaben solas, sin que haga falta hacer o decir algo. Se me hacía eterno ese momento en que sin querer prestar ayuda me encontré de sopetón con el rol de quien tenía que hacer ese temido algo. Lo único que deseaba era que Jacinta no se desmayara. Ella no colaboraba en nada. Solo repetía sus sensaciones y se quejaba de no poder respirar. Se acercó alguien, una de esas personas que tienen opinión de todo y dijo que se trataba de un infarto - eso me faltaba- debo ser una muy mala persona porque vi quinientas imágenes de cómo podría zafarme a esas alturas y ninguna servía. Muy tarde para no hacer nada. Como pude casi la arrastré hasta un taxi y le dije que nos fuéramos a la urgencia más cercana.

En la Clínica Santa María nos vieron entrar y le pusieron a Jacinta una silla de ruedas. ¡Que alivio! ella, una mujer delgada pesaba como una tonelada en mi hombro y mi brazo. Tiritaba de frío y seguía sin poder hablar. Me pasó como pudo su cartera para que sacara sus tarjetas y documentos de identidad. No alcancé a mirarlos. La pasaron enseguida al triage y desde ahí a la consulta de urgencia. Después de un rato, eterno para mí, me preguntaron quién era yo y si tenía cómo ubicar a su familia. Habían aplicado el protocolo de rigor para infarto y la conclusión era que se trataba de una crisis de pánico. Ahora estaba durmiendo y no se despertaría hasta al menos unas tres horas más. A esas alturas, las diez de la noche pasadas mis planes de un descanso de esa tarde noche fueron reemplazados por una labor detectivesca: averiguar sobre ella y dar con algún familiar.

Se negaba a decir nada de sí misma, no tenía el teléfono a mano y decía que no se sabía el número de nadie. Hubiera querido desaparecer, irme a mi departamento y ver series, leer lo que hubiera a mano o tomarme una pastilla o hipnotizarme con Tik Tok, cualquier cosa era preferible a estar en ese lugar haciéndome cargo de una situación que nada tenía que ver conmigo.

La tarea no fue nada fácil, la busqué en las redes. Hasta donde yo sabía, unos ocho años atrás, era muy activa en ese espacio virtual, era habitual encontrarla en fotos de premiaciones, cocktails y seminarios de gente de grandes empresas. La sonrisa perfecta - otro verso de Silvio – y escribiendo hermosos comentarios acerca de casi cualquier cosa: la belleza de la vida, la motivación de los equipos de trabajo, vacaciones, familia y la abundancia de felicidad en los pequeños instantes. Dicen que no discrimino con quienes me relaciono en las redes y así debe ser porque la tenía de contacto y casi no me explicaba desde cuándo o cómo. Me encontré con cuentas inexistentes en todas las plataformas. Empecé entonces a tratar de ubicar a algún familiar, a algún compañero de generación en la universidad y la respuesta de aquellos que se dignaban contestar era la misma −no sé y no me interesa –. La mayoría me dejó en visto. Ya era tarde, tal vez por eso no respondían. Fui a hablar al mesón de atención al cliente, con el turno de administrativas diferente, para informar que no tenía cómo ubicar a quien conociera a Jacinta, me dijeron que no había nadie con ese nombre − ¡Listo! Me puedo ir y decir que me había equivocado de clínica, pero ahí estaba el sentido del deber, ese que se transforma en una voz interna que impide negociar y obliga a seguir intentando ayudar incluso a quien no desea ayudarse a sí mismo. Estaba en plena confusión interna cuando salió alguien del sector de atención de urgencia y llamó a quien acompañaba a la señora Elsa Vicuña, nadie se acercó y entonces vi una oportunidad. No tuve que decir nada, me dejaron pasar y entonces vi a una Jacinta diferente, más parecida a la que conocía y de la que recordaba ese gesto desagradable. Me miró con ese mismo desdén cuando me vio entrar y algún pensamiento utilitario debió pasársele por la mente porque luego me sonrió como en las fotos que publicaba antes, en pose de felicidad y amabilidad.

−¿No te aburriste de esperar?

−Por supuesto que sí señora Elsa Vicuña, pero no se puede dejar a una amiga sola en dificultades, si algo de humanidad queda ¿no te parece?

Miró hacia la cortina como si hubiese algo interesante ahí y luego agregó.

−Siempre dije que Santiago es una ciudad muy chica, que no sacaba nada con cambiar mi nombre y hacer como que tenía otra vida.

−¿Quieres llamar a alguien? ¿te sabes algún número?

−No, si puedes, acompáñame hasta la salida, ahí tomaré un taxi hasta mi casa.

Iba a corregirla −no, gracias− querrás decir, pero me arrepentí. Otra pauta clásica, se hace un favor sin querer y luego viene el desquite en forma de agresión contra el beneficiario de la buena obra. A veces se puede llenar silencios incómodos con conversaciones acerca de nada: el tiempo – que rara esta lluvia de octubre o ¿cómo está tu familia? − y muchas derivadas posibles, pero todas las preguntas u observaciones me parecían impertinentes o riesgosas. Quería y no quería saber, logré permanecer en silencio y la dejé en un taxi. No se despidió y no miró hacia atrás. Vi como movió su cabeza como arreglándose el pelo que llevaba del mismo modo desde el colegio y se alejó.

Llegué a mi departamento pasada la medianoche. Al otro día había una reunión temprano así es que, zopiclona mediante, me dormí de inmediato.

Al despertar con la alarma del teléfono, me encontré con una invitación a almorzar de alguien a quien había recurrido para ubicar algún contacto de Jacinta. La curiosidad y las ganas de hacer algo diferente en mi rutina y, por supuesto, mis buenos modales, me hicieron aceptar. La mañana transcurrió lento en la oficina, era de esos escasos día en el mes en que la actividad se enlentece y las horas pasan lento, esos días que se añoran cuando las horas y los años pasan tan rápido que es difícil decir qué pasó antes o después y entonces la memoria hace esfuerzos entre eventos destacados como la celebración de un cumpleaños, las noticias, las fiestas del 18 o cualquier hito al que asirse para distinguir épocas y personas.

Las ventas de seguros de salud se habían disparado por el temor a la desaparición de las ISAPRES así es que mi tarea estaba siendo más fácil, no tenía que devanarme los sesos ideando estrategias de ventas y negociar las metas con cada departamento. Los vendedores estaban lanzados y solo me correspondía advertir lo de siempre, no ofrezcan lo que no podemos cumplir como empresa.

Llegué a tiempo al almuerzo, Le Bistrot de Gaëtan, fue el lugar escogido por cercano. Nos sentamos en el primer salón, un lugar que permite conversar sin alzar tanto la voz. Nicole llegó antes y sonrió como si de verdad se alegrara de verme, me abrazó con cierta intensidad y eso me pareció un poco sospechoso, suelo mantener la distancia por si acaso, por estar alerta. No me ha servido de nada, pero qué se le va a hacer.

Nicole, como muchas personas, incluida yo, inició la conversación con un pretendido interés en mí, pero ya he aprendido algunas respuestas más o menos encuadradas en lo esperado para no dar la lata y mantener cerradas ciertas puertas que en este caso era un esfuerzo exagerado, mi interlocutora quería que le preguntara acerca de ella y llegar pronto a Jacinta.

Había cambiado poco Nicole o tal vez no la miré antes con suficiente atención, mantenía su mirada huidiza, aunque hablaba con más fuerza de lo que recordaba de nuestros años universitarios. Debo aclarar que no terminé la carrera con esa generación y como en muchas circunstancias no me sentía de su grupo y tampoco de ningún otro. Un allegamiento permanente podía llamarse a ese vago sentido de pertenencia ubicuo y débil de mi parte. Por alguna razón que no llegué a entender más personas me recuerdan de lo que yo a ellas.

No era difícil de adivinar, Jacinta fue empeorándose con el tiempo o los que la conocimos éramos más ingenuos antes y no nos dábamos cuenta de cómo nos trataba o sería que caíamos en sus juegos de grandeza y genialidad. Era conocida en la escuela de Derecho. La ubicaban los de cursos más grandes y ni hablar de los más chicos. Sonreía caminando y parecía aprenderse los nombres de todos a la menor mención. Parecía tener su camino profesional trazado y trabajaba desde ya para lograr sus objetivos mientras los demás estábamos concentrados, los más nerds en aprender más y sacar buenas notas, otros en la cuestión política, por supuesto una carrera lucrativa para futuros abogados, o por último en vivir como la mayoría de los jóvenes de esa época, salvando el día.

Se especializó en derecho económico. Era de esperar, luego consiguió una beca en la London Business School y eso la puso por sobre varias generaciones. No es fácil ser admitida en esa escuela y eso reflejaba su buena capacidad y talento para conseguir sus objetivos.

−Nadie pone en duda su inteligencia, pero…

Mientras Nicole relataba el curriculum de Jacinta, surgía en mí esa tendencia a llevar la contraria porque sí, entonces me empezó a caer bien esa mujer. La inteligencia no es sinónimo de bondad, desarrollo personal o cualquier otra virtud. Jacinta era una bala y sabía los pasos que tenía que dar. Si era simpática, egoísta, suertuda, centrada en sí misma y despertaba esa envidia miserable que avergüenza reconocer no era asunto de ella.

Cuando me la encontré y felicité había vuelto a Chile, escribía columnas de análisis en economía y trabajaba en una empresa consultora grande. Se había casado por segunda vez y tenía un hijo de cada marido.

−¿Tuvo tiempo de ser madre?

−De embarazarse al menos sí, ahora quién sabe si tenía tiempo de ver a esos niños.

−¡Ah claro!

Respondí de ese modo a un comentario muy común para no incomodar a Nicole, ella también tenía hijos, tres y casi como un acto reflejo pasó a mostrarme las fotos familiares y los éxitos escolares de ellos. – yo sí soy buena madre ¿ves? – casi escuché su pensamiento − ¡felicitaciones, muy lindos y buenos niños! −. Recuperada la calma, siguió la historia de Jacinta.

La descripción me pareció más una caricatura que otra cosa: la ambición era el motor en sus años de estudiante, la plata su única motivación y sus instrumentos eran las personas conocidas en el mundo de los negocios, vestirse con marcas exclusivas y estar al día en las tendencias actuales en tecnología y nuevos negocios. Para eso estudiaba, leía revistas especializadas y tenía los mejores contactos en Linkedln y por supuesto una apariencia muy prolija y profesional. Parecía, según esos parámetros, la Barbie Bussines.

−A estas alturas aún no entiendo tanta mala onda con ella, con lo que me cuentas parece una mujer que ha cumplido sus objetivos.

Nicole se acomodó en la silla, llamó al mesero y pidió otro aperitivo. Me sorprendió porque habíamos terminado el plato de fondo. Como parecía que la conversación iba para largo, avisé que llegaría más tarde y a nadie pareció importarle mucho. Mi trabajo no es muy relevante la verdad, creo que hubo un tiempo en que lo lamenté porque pensaba que tenía más potencial, pero en la medianía de los cuarenta ya no me quita el sueño. Salirme de derecho y haber entrado a estudiar administración fue una buena alternativa para las circunstancias de mi familia en ese momento y ese plan de que cuando se pudiera vería si complementaba con otros estudios se fue aplazando supongo que porque me falta ese motor del que se enorgullece Jacinta. Como fuera, por mi responsabilidad y aplicación, llegué a un puesto de jefatura y un ingreso que me permite algunos gustitos al mes. El mesero trajo el aperitivo de Nicole y yo pedí otro café.

Durante la caminata hacia el restaurant y mientras escuchaba a Nicole pensaba en cuál era su interés en contarme la historia de Jacinta, Nicole es una excelente abogada, con una carrera impecable y sobre todo muy confiable, una rareza en el área.

Me contó luego de la infancia de Jacinta, muchas piezas comenzaron a calzar, esa necesidad de reconocimiento, de sobresalir a cualquier costo, como si tuviera hambre de inaugurar un nuevo linaje, se entendía como una respuesta a privaciones, malos tratos y una inteligencia que no tenía explicación en su entorno. Los malos tienes historias tristes.

−¿En serio crees que una historia triste explica su comportamiento?

−En ningún caso, es para darle contexto, si estuviésemos en un tribunal podría ser considerado un atenuante.

−¿Acaso cometió un delito?

−¿Estafar a sus socios, varios ex compañeros de universidad entre ellos y empresas mandantes te parece poco?

Me sorprendió. La pregunta obvia era ¿y la justicia? Nos reímos casi al unísono: intachable conducta anterior, buenos contactos y plata suficiente para pagar a algunos, los que podían hacerle más daño, si se sabía de sus andanzas por el lado oscuro.

−¿A ti también te estafó?

Tal vez por el efecto de los aperitivos se rio casi con una carcajada −¡claro que sí!

−¿La denunciaste?

−No, solo me dediqué a salvar lo poco que quedó de mi prestigio profesional y a tratar de buscar otros proyectos. Además, tuve tanta vergüenza, me sentí tan tonta, que no quise aparecer como otra más que cayó en su forma de envolver a las personas. Debe ser parecido a cuando alguien es víctima del cuento del tío y no puede creer que le haya pasado eso. Me escondí como si fuera su cómplice o algo parecido. Jacinta sabía eso, que algo quedaba de mi orgullo y jamás iba a considerar aparecer como una víctima estafada. Por otra parte, me dejó muy en claro que yo debí haber sabido y que ella solo estaba tratando de ayudarme a ganar plata y subir mi nivel de vida.

Comenzó a atropellarse al hablar, nerviosa, como si tuviera que justificar su cercanía con Jacinta, habló varios minutos seguidos, sin puntos ni comas y tampoco pausa para respirar y recuperar el aliento. Entendí de su cascada de palabras que necesitaba contárselo a alguien para ordenar y definir esa historia para sí misma. Había contradicciones y vacíos que no me atreví a confrontar. No se me ocurría nada para que se calmara y temía que comenzara a llorar en cualquier momento. La ansiedad comenzó a invadirme e hice lo que mejor sé hacer, tirar un chiste inapropiado que marque distancia emocional y cambie el curso de la conversación. Sentí la mirada rabiosa de Nicole y el éxito de mi estrategia. Se sentó derecha, tomó el último sorbo de su aperitivo y dijo que ya se hacía tarde y debía volver a su oficina.

Nos despedimos con el típico final – ¡nos vemos! − sabiendo que no sería así a no ser que una casualidad nos encontrara de nuevo. Me quedé en mi puesto porque necesitaba un café antes de ir a mi trabajo. Por algún motivo me quedé con la sensación de que yo también hubiera caído en las trampas de Jacinta. Tengo menos remilgos éticos que Nicole y ciertamente, soy menos inteligente, sé menos de leyes que ella y conozco de cerca lo de vivir con deudas casi como si fuera un telón de fondo de un escenario del que me costó mucho salir.

A lo mejor hubiera estado disponible para aceptar un contrato que no merecía a cambio de cierto riesgo. Las noticias se suceden unas a otras y mi nombre, en caso de haber sido publicado en medio de una estafa, pasaría al olvido en un santiamén entre tanto ripio cotidiano. Para qué trabajar cuando buenos contactos hacen milagros. Cierto, la relativización ética me había alcanzado. Tal vez yo también tenga un precio y muy poco que perder.

Como la vida y la gente es rara, mi celular mostraba la llamada de un número desconocido. Contesté con un aló apenas audible, era Jacinta o Elsa Vicuña si se quiere. Quedamos de almorzar, por supuesto quería mostrarse agradecida por haberla llevado a la atención de urgencia. Ahora se sentía mucho mejor y había regresado al trabajo, otra empresa, de un rubro muy prometedor. Me la imaginé mirando sus uñas cuidadas y con el teléfono sujeto por su hombro y en frente de una lista de nombres para contactar.

−¿Me vas a ofrecer algo? ¿un negocio? ¿legal?

Se rio con una espontaneidad que no pudo controlar con la última pregunta. Ella seguía fiel a su estilo. No sé si puedo decir lo mismo de mí. Tal vez pueda torcer el destino o quizás permitir que suceda.

martes, 24 de septiembre de 2024

Últimas lecturas y complejos

 


Fotos de Dom J (pexels.com)


Era un poco evidente lo que iba a pasar, mientras más leo, más me cuesta escribir. Tenía la idea de un comienzo de historia, un abrazo desesperado o desesperanzado y algunas noticias que lo explicaban, pero entonces empecé a releer a María Luisa Bombal y ahí quedé. Hace algunos días leí el conmovedor libro de Rafael Gumucio Memorias Prematuras y muchos párrafos parecen de una honestidad casi poética, una especie de confesión, tan ajena al personaje del escritor que creo tengo que leerlo de nuevo. También leí la Campana de cristal de Sylvia Plath y se lee muy diferente al conocer su historia. La descripción a través de la protagonista de sus quiebres mentales y los tratamientos recibidos hacen que casi duela la piel al leer ciertos pasajes. 

Entremedio escuché varias entrevistas a Jorge Edwards y sus anécdotas de escritor, diplomático y amigo de muchos autores consagrados. Como hace tiempo establecieron los estudios de psicología social el prejuicio se vence con la cercanía y es tan necesario leer a quienes una cree tan distintos. Que injusta la descalificación de escritoras/es por diferentes motivos: afiliación política, figuración pública, género, mal comportamiento según algún código imperante en un momento histórico tal o cual. Por lo que sea es injusto.

Me siento una completa ignorante de tanta cosa que estudiaron los/as grandes que el resultado obvio es que me acomplejo más. Seguiré borrando algunas historias, Camelia es un texto olvidable así como Destino Circular, Otro Día, en fin. 

Hay mucho por leer y releer y ahora iré a comer algo antes de ir a trabajar.


domingo, 15 de septiembre de 2024

Más recomendaciones

 


Estuve escuchando las biografías de grandes escritoras, pintoras y otras mujeres que forman parte de la historia en el arte y en otras áreas. Algunas europeas y otras latinoamericanas como Victoria y Silvina Ocampo; Alejandra Pizarnik, Teresa Wilms Montt y varias más. Como suelo caer en adicciones temporales, escuché varias versiones de las mismas biografías para confirmar, una vez más, que la información se organiza según un encuadre particular o un objetivo subterráneo, consciente o no, de quien organiza determinado discurso. La historia de Clara Schumann y de María Antonieta son casos muy claros al respecto. Caricaturizadas como la de alma noble por su sacrificio la primera y por su frivolidad, la segunda, pierden toda la complejidad de personas sometidas a juicios morales según la cultura del momento; de un momento eterno por lo que se ve.

Las grandes, las tremendas, se enfrentaron a toda clase de obstáculos, incluso si pertenecían a un sector privilegiado casi todas ellas. Atreverse a ir más allá de las barreras sociales implicó una libertad interior casi inimaginable por lo que hacen pensar sobre las cárceles mentales que una se impone, más allá de los modelos y los condicionamientos en los que estamos sumergidas las mujeres. Y los hombres respecto de sí mismos y de ellas.

Con Laura Freixas se aprende a mirar con una perspectiva de género alejada de slogans facilistas, muestra un análisis muy lógico y con datos duros porque ha investigado sobre los temas que expone. No puedo sino recomendar sus exposiciones en diferentes conferencias, todavía no leo sus libros y cuando lo haga, contaré por aquí mis impresiones. Mientras tanto, hay mucho material de ella disponible en YouTube, aquí les dejo algunos links.

 

 

Laura Freixas: Virginia Woolf: huerto, jardín y campo de batalla

https://youtu.be/ewnKYN4rmdg?si=aasOUt5rGpg4fq4B

Laura Freixas : Emily Dickinson una genia con actividad propia

https://youtu.be/6D-4rD-fu4A?si=sXZeqI1eanvpNb68

Laura Freixas: Sylva Plath ¿Se puede ser mujer y genio?

https://www.youtube.com/live/qVtGIYuHJfM?si=cIos-JxcAQHtwW3z

6° Ciclo de Conferencias Pioneras S.XX Colette, por Laura Freixas

https://youtu.be/QcS2jjaYtlo?si=fZQu_V6rCSR0AE9Q

Marzo 2022. Ciclo Pioneras del siglo XX. Conferencia de Laura Freixas sobre sobre Alexandra Kolontai

https://youtu.be/oI17WQxIkYw?si=1VTI_xj2GxptWkQ7


jueves, 12 de septiembre de 2024

Monólogos sucesivos

 

Foto de Edgar Mosqueda Camacho (pexels.com)

Teníamos conversaciones, más bien eso parecía si alguien tomaba una foto a la distancia; ahora que lo analizo, eran más bien monólogos sucesivos. Ella decía algo y luego yo respondía con otra cosa que en algún punto se relacionaba con sus frases. Cuando estábamos en público ella era más hábil para proponer un tema o reírse de algo o de alguien y yo le seguía la corriente. Coincidíamos en algunos comentarios ácidos sobre una que otra persona, aunque debo reconocer que yo no era tan cruel como ella, pero parecía serlo más. Ironías de la apariencia. Un par de antipáticas, eso éramos, sin embargo, parecíamos buenas personas a la luz de una mirada ingenua y bien intencionada y a lo mejor nuestra actitud era bastante normal dentro de todo, además, en la búsqueda de la buena convivencia, a nadie le gusta mucho disentir y buscar contradicciones evidentes. Tampoco es que la crueldad de los comentarios nos llevara a tener una conducta poco civilizada o reñida con la compleja moral social. Palabras, solo palabras dichas al viento, tal como los versos de una antigua canción.

Ni hablar de las posiciones políticas, yo había ido cambiando hacia una posición escéptica. La plata, el poder, el acceso a lo mejor que ofrece el mercado cambia mucho a las personas. Esa convicción se convirtió en un mantra para mí y mientras más leía y aprendía, más me convencía de lo certero de esa afirmación. Ella seguía ilusionándose con el cambio y los slogans políticamente correctos y a mí, la descreída de todo no me daba ninguna gana de argumentar acerca de la maquinaria económica y marketera bajo esos intentos de bondad política que nos haría bien a todos ¡Bazinga! Diría Sheldon.

Ella me decía que mi postura de desconfiada era muy fácil porque me creía superior y, sin abanderarme por nada, siempre iba a tener razón en algún punto porque todos los movimientos fallan en algo. Esa vez me sorprendió y la empecé a respetar más. Después me venía otra idea en la que no calzábamos y volvía al hábito de no continuar ningún argumento por más de tres o cuatro frases seguidas.

De a poco fui cayendo en cuenta que la mala para conversar era yo. Que la más preocupada por conservar buenas relaciones con personas que no me interesaban era yo, de puro miedosa tal vez, y entonces me guardaba mis opiniones, algunas muy arraigadas en principios intransables y con tantos fundamentos como puede tener alguien a los veintitrés años.

Con esas diferencias y todo, seguimos siendo amigas o algo así. Lo malo es que no apreciamos las mismas cosas, que difícil que es eso. Ella tiene pretensiones artísticas o algo así y yo ando apenas con el tiempo y el rol que me ha tocado y que en algún punto elegí. No tengo tiempo de leer ni de pensar o de fijarme si las flores de manzanilla remojadas en la tizana de después de almuerzo se ven bonitas o no. Creo que además de descreída, me puse práctica y buena para resolver cosas, no me voy a hacer problemas por leseras de contradicciones y otras finezas de la cultura o filosofía. A veces salíamos a pasear y ella se volaba con los paisajes o cualquier cosa sin importancia y yo solo asentía. Me decía que era una insensible, incapaz de detenerme ante la belleza ¡uf! ¿Qué es eso? Imposible llegar a algún consenso.

Demasiadas diferencias. A ella, dentro de tanta pose intelectual, le daba por caer en supersticiones y prácticas medievales puestas de nuevo de moda porque es más fácil creer en la magia que en la vida lógica y el necesario aporreo diario. El choque con lo que se quiere y lo que se puede, incluso la aceptación de que las más de las veces las decisiones se toman por tantos factores juntos que no es posible explicárselas ni a una misma. Una cosa son las películas, novelas y la música apropiada para fantasear y otra es el presupuesto, entre tanta otra variable, para dar vida a lo que se puede.

Nos hicimos el propósito de vernos toda la vida, al menos una vez al mes, casi para ser más o menos testigos de la historia de la otra sin interferir ni juzgar. Eso lo mantuvimos. Mientras mayores nos hacíamos, más comprensivas nos fuimos volviendo, además, los mensajes de texto en cualquier plataforma y las redes sociales nos hacían estar al tanto de la vida de la otra y de quienes se volvieron protagonistas de nuestras biografías. La acidez de los comentarios fue desapareciendo. Nunca, para nuestro pesar, fuimos tan malas como hubiésemos querido.

De un tiempo hasta acá se ha vuelto más difícil monologar por turnos, empezamos por el recorrido de los hijos, la familia extensa, el listado de funerales del mes, los conocidos y encima la autocomplacencia nos ha ido acercando. Ahora extraño sus voladuras, la credulidad y la fe que le tenía al destino y sus sorpresas. Nos ganó la paz, la actitud comprensiva y esa sensación de que la historia se repite sin los aprendizajes concomitantes. Ella dice que se puso más parecida a mí y yo digo que ahora entiendo y a veces me quedo en el mundo de la fantasía del que ella solía hablar. Será quizás que al fin aprendimos a conversar, a escuchar. A eso se llamará ser buenas personas supongo, perdonar y perdonarse todo porque quién es una para juzgar y quién sabe las razones que alguien tuvo para esto y lo otro.

Podemos hablar tranquilas, sin tanta contradicción, sin urgencias ni pasión por casi nada. Claro porque a la distancia solo se puede ser racional o algo así. No sé si alcanza para decir que eso es una conversación, pero sí una sensación de apacibilidad que antes desconocíamos. Hasta nos reímos de los dramas que pensamos nunca se iban a acabar y los que no se terminaron, no los mencionamos. Un pacto de silencio que se estableció como debe ser, sin palabras.

A Heart Made of Yarn, Franz Gordon https://youtu.be/o0DBpau5N3c?si=zQi-db-ymDuvubTO

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...