martes, 17 de enero de 2023

Es tentador creer en el destino

 


Cuando fue al terminal de buses a dejar al tío Humberto iba acompañada de su marido. Era una escena que se repetía casi todos los años al final del verano. Había ido muchas veces, pero sabía que en la siguiente oportunidad ya nada sería igual. Parece que una parte de la conciencia presiente o sabe o hace lo que hay que hacer para que el destino ocurra. Su marido no iría nunca más con ella al terminal. Podría haberlo jurado en ese momento y faltaba todavía un año para que se separan y nunca más hablaran. En lugar de abrazarlo, se aferró al tío Humberto y en la tradicional foto de fin de temporada quedó plasmada la sonrisa forzada y la mirada a ninguna parte. La ciudad es chica, pero hay mucha gente y la casualidad nunca los reunió. Una vez creyó verlo o se lo imaginó. Se quedó paralizada y agradeció que él no la hubiera visto.

Es tentador creer en el destino.

Será la tendencia a encontrar patrones, la necesidad de buscar algo que ordene lo que ocurre afuera. ¿Es acaso tan angustiante ese afuera? La incertidumbre se asocia al peligro y el riesgo a cualquier cosa, incluso la estabilidad.

No habría vuelta atrás. Desde allí comenzaba un camino hacia lo desconocido, cuando terminara su cometido o pasara algo que no estaba en su control, se iría a alguna otra parte y quedaría por allá, lejos, lejísimos. Vería las alternativas cuando fuera el momento, en el intertanto avanzó sin mirar el final del camino. Era lo único cierto, esa circunstancia tenía una duración definida, esta vez no solo por las circunstancias externas sino por su incapacidad de tolerar contradicciones flagrantes entre sus convicciones

¿Era el destino? Las condiciones internas también pueden detonar el fin de algo, era ella la que no tenía lugar en esa trayectoria, el espacio que ocupó por un lapso puede haber sido un error permitido por un juego extraño de variables, esos momentos en que las piezas aún no alcanzan un orden luego de un movimiento inesperado. Una vez retomada la homeostasis, las piezas que desestabilizan la estructura deben ser expulsadas.

II

Se largó a llorar luego de ver una escena de una película que había visto al menos unas cinco veces, una película gringa, de argumento repetido. Se fue a la ducha para cambiar la emoción y pensar en otra cosa. Mientras el agua caía sobre ella y realizaba los movimientos automáticos se acordó de la despedida del tío Humberto en el terminal. Esa vez también había llorado sin razón aparente. ¿Habría alguna similitud entre esa escena y la actual? Algo iba a cambiar, eso era lo único cierto y predecible. Para asentar la circunstancia o para debilitarla más, si es que se podía más. La evidencia personal era que se volvía cada vez más cabrona.

¿Era una cita? − Juntémonos a conversar un vinito −. Se imaginó los besos y hasta las caricias.

Por si acaso se depiló, por si le tocaba las piernas, por si la veía más allá de lo que dejaba ver la falda, por si se entusiasmaban y terminaban en un motel. ¿Qué hay que usar en una cita pragmática?

La amiga se rio unos instantes, pero entendió el concepto, no se trataba de una cita romántica o ridícula, adjetivos intercambiables en la mayoría de los casos.

      Una mini, medias negras, una blusa con botones, pelo suelto. Nada complicado, es cuestión de actitud.

Es cuestión de actitud, eso era lo que no se podía disimular o actuar.

Era la primera vez que alguien la iba a buscar en auto al trabajo, la primera que iba a un bar bonito con una gran vista sobre Santiago, la primera que probó el Cosmopolitan, el trago de moda de una serie muy vieja: Sex & The City, optó por ese trago en vez de un vino. Él y ella bebieron rápido. A ella hasta le pareció amargo el Cosmo. Debió pedir un pisco sour, pero pensó que delataría su falta de experiencia en casi todo.

Estaba intrigada acerca de las conversaciones de las parejas camino a un motel. ¿Eran conversaciones calentonas, románticas, prácticas? − ¿tomas anticonceptivos?, ¿andas con condones? − Coordinaciones básicas, mínimas.

Eso le dijo, por hablar de algo, acerca de la curiosidad por ese estado previo a llegar a un motel. En las películas de ese tiempo, después de un beso la pareja aparecía en la cama, en las de ahora, después de un beso, los genitales se toman el protagonismo. Sin palabras. Él se rio y, como si fuera un tipo experimentado, respondió que eran conversaciones normales, como la que estaban teniendo en ese momento. Puso la mano en su muslo, ella se felicitó por su buena decisión de depilarse y que su piel se sintiera suave. No pudo decir nada más hasta mucho rato después.

Su mente se debatía entre la calma del Cosmo y la ansiedad de estar entrando a un motel con él. Entraron a uno que ya no existe. La decoración de la pieza se parecía demasiado a una matrimonial. Como si fuera parte de una casa: paredes de color neutro, una mesita para escribir, una silla, veladores con lámparas de pantallas blancas y un televisor. Era elegante y sobrio. Esperaba encontrarse con elementos más exóticos.

No debía estar ahí.

En realidad, sentía que debía estar allí más que cualquier otra cosa en la vida en ese momento. Qué importaba si estaba bien o no. Así es como se justifican los impulsos a posteriori, subrayó ese pensamiento porque sabía que le sería útil para cuando empezara una y otra vez a sobre pensar acerca de ese momento en particular.

Mientras los cuerpos conversaban alegres y a tropezones, por su cabeza pasaban muchas ideas. Estaba con él a ratos, en otros, pensaba en cómo iba a enfrentar el día siguiente, cuando cada uno continuara con lo que tenían que hacer y ella siguiera aquí con el guion tan claro sobre lo que sería su vida.

Esa habitación sin sorpresas le impedía estar allí entera, sin dividirse entre el disfrute multicolor y brillante de una fantasía cumplida y el miedo opaco y gris a lo que vendría. Si hubiese habido sedas, matices en las paredes, lámparas con vidrios que dibujaran siluetas o cuadros con parejas desnudas, algo que dijera que ese era un lugar para cumplir deseos, para jugar y salirse del lado convencional de las cosas, tal vez hubiera podido conectarse con él y olvidarse del después. A él debió pasarle igual, pidió unos tragos, más Cosmos para ella. Llegaron por una especie de ventana oculta en un sistema de paneles corredizos para no ver a nadie y no ser vistos.

Un poco más de alcohol sirvió al objetivo. Un poco de anormalidad y de conciencia alterada decoraría su mente del modo en que le faltaba a esa habitación. Pudo jugar a que era el primero de muchos encuentros, pudo creer lo que estaba diciendo y responder a todo –yo también– y reírse de los intentos de él por acercarse de los que no se dio cuenta. No confesó los de ella. Pudo evitar cualquier forma verbal que aludiera al futuro y hundirse en sus ojos sin ver la melancolía que ya se instalaba en ellos y, de seguro, también en los propios.

Pudo hacerlo callar cuando comenzó a hablar de lo huevón que había sido, pudo evitar que imaginara lo que hubiera podido ser.

Sintió que eran un bordado colorido, prehispánico, en un escenario de película gringa de los años cincuenta. Algo que no encajaba en ese orden tan definido.

 

III

Es tentador creer en el destino.

¿Cuánto tiempo es demasiado tiempo? ¿cómo supo Penélope, la de Serrat, que debía dejar de ir a la estación a sentarse esperando a alguien imaginario?

Una tarde leyó a Homero y el mito que originó su nombre, “¡Ay, ay, ¡cómo culpan los mortales a los dioses!, pues de nosotros, dicen, proceden los males. Pero también ellos por su estupidez soportan dolores más allá de lo que les corresponde”.

-Homero-

Seguro se rio de sí misma y tomó un tren hacia otra parte como debió hacerlo antes, mucho antes porque ¿cuánto tiempo es demasiado tiempo? es probable que esa sensación la tuviera Penélope cuando advirtió que no podía vivir como si la vida fuera eterna.

Es tentador creer en el destino, con todo, es tentador, 


Dire Straits, On every Street, https://youtu.be/_atRLSxfg_0



No hay comentarios:

Publicar un comentario

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...