jueves, 5 de enero de 2023

Visitas

 

Foto de Mark Arron Smith


- No me la voy a jugar por alguien que no lo hará por mí.

La miré desconcertado, no supe qué decir. Si decía algo, seguro sería una conversación confusa como las que solíamos tener en que, al menos yo, me quedaba pegado dando vueltas a la elección de palabras, su entonación y el orden que escogía para ellas. No podía tener claridad de lo que quería de mí, ¿qué significaba para ella que me la jugase?

Me arrepiento tanto de haberle dicho esa frase que parecía un ultimátum. Un pedido, otro más, de definiciones de lo que él sentía, de lo que quería. Su cara de sorpresa, esos segundos en que miró hacia todos lados sin saber qué decir, me bastaron para sentirme en una escena absurda. Volví a mi auto y llegué quién sabe cómo a mi departamento.

- No sé qué decir, debe ser el vino de la cena.

Por último, le hubiera dicho, ¡ándate a la mierda huevón! No pude. Esa no respuesta, otra más de sus favoritas, evasiva y al mismo tiempo cargada de la ambigüedad necesaria para no cerrar la puerta, me pareció una cachetada verbal que, mirando nuestras habituales conversaciones neuróticas, era la confirmación de lo que ya sabía.

- ¿Los viste? ¿te diste cuenta de lo que pasa entre ellos?

- ¡Es tan evidente! al que no entiendo es a ti. ¿Por qué los invitaste juntos?

- Para ponerlos en aprietos, para confirmar mi hipótesis.

- ¿Y nos hiciste jugar a las visitas por eso? ¿la presionabas para qué dijera que cuándo se casaría y cuánto esperaría para tener hijos?

- ¡Jajajajajajaja! estaba que me largaba en una carcajada en ese momento. Ella miraba al frente, tenía una respuesta correcta para todo, él se concentró en un cuadro de la pared y cambió el tema. La vi con su noviecito de siempre, la fue a buscar un día al trabajo. No había nada allí. Nada de cariño. Nada. Un día le pregunté si había ocurrido algo entre nuestro amigo y ella. Lo negó con tanta fuerza que confirmé que estaba enamorada de él. Algo en la forma melancólica de su respuesta, un gesto extraño, una mirada hacia el lado, ya sabes, esas cosas indefinidas del tono y la gestualidad. O el énfasis en negarlo, en negárselo.

- ¿Y no le preguntaste lo mismo a nuestro amigo?

- Claro que sí, ya sabes, la curiosidad.

- ¡La copucha será! ¿y qué dijo?

- ¿Qué crees?

- Nada, dio vuelta la pregunta.

- Eso. Lo conoces bien.

No puedo negar que me entretuve con ese juego malsano de mi marido, poner en aprietos a un par que niega lo que siente y creen que los demás no nos damos cuenta. Eso de sentarlos juntos a la mesa, frente a nosotros los anfitriones, pedirle a nuestro amigo que le sirviera vino a la invitada y a veces, a propósito, tratarlos como si fueran pareja, rozaba en la crueldad. Ella no es tan buena simulando, se podía ver su incomodidad, las ganas de que pasara la hora para correr a perderse.

II

¿Cuántos años pasaron desde esa cena y mi posterior peor aclaratoria? Muchos, no los suficientes. Esa parecía una respuesta que él daría, nada comprometedor, resbaladiza.

Aún puedo verme, haciendo señas para que se detuviera, bajarme del auto con mi vestidito nuevo, correr a la ventana del suyo, apoyarme en ella y lanzar mi gran frase. ¿Qué esperaba que me dijera? Había tenido suficientes oportunidades para jugársela y no lo había hecho, ¿por qué quería más señales?, ¿por qué necesité que fuera evidente la falta de reciprocidad para seguir con mi camino sin mirar atrás?

Tampoco me acuerdo cuánto tiempo pasó para verlo junto a su esposa y un hijo en sus brazos. Yo caminaba en dirección contraria, con una hija en el coche y otro corriendo alrededor al que tenía que llamar al orden cada dos minutos. Debieron ser mis gritos los que lo hicieron mirarme.

Me presentó a su esposa, un nombre italiano y un apellido que no recuerdo. Recuerdo haberla mirado y tratado de comprender por qué, como si viendo a alguien una pudiese entender, formas primitivas de resabios de celos, envidia o lo que sea que sentí al ponerle nombre e imagen a quien eligió como compañera de vida. Así me la presentó, no iba a decir algo tan común como mi señora, mujer o esposa. Compañera de vida era un mejor concepto.

Por varios años me quedé pensando en cuando corrió hacia mí y me sorprendió con su reclamo. Se lo conté a mi amigo, el anfitrión de la cena, se rio tanto que me confundí más. No recuerdo qué agregó, pero me molesté y no le hablé más. A mí ella me gustaba y ese día se veía bien con ese vestido, algo tenía, no sé definir qué. Creo que me gustaba más de lo que suponía en esa época, creo que la quería incluso, pero no soy dado a las emociones sin cálculo. Supe que se casó, algún conocido me lo contó. Lo que me sorprendió fue saber quién era su marido.

Un día la vi, su hijo mayor ya tenía unos seis o siete años, el mío recién cumplía los ocho meses. Son extrañas las mujeres, casi pude oler y escuchar la antipatía que se tuvieron cuando las presenté. Se evaluaron, se sonrieron, dirigieron comentarios tiernos a propósito de los niños, pero mi esposa, o compañera como le gusta que le diga, la vio como amenaza de inmediato. Habló maravillas de mí como padre y compañero, apoyó su cara en mi hombro, construyendo un muro a mi alrededor, marcando el territorio de su familia.

Tenía razón después de todo. Ella era una amenaza.

III

Estuvo bien el ardid, los juntó para reírse de ellos, de nosotros. Sabía que eran unos timoratos y que yo carecía de la creatividad suficiente como para imaginarme que nos dejaría fuera de juego a ambos, a su amigo y a mí. No sé qué le dijo a ella o a él. Sí sé que cuando me dijo que quería el divorcio, jamás pensé que ella ya esperaba un hijo de mi marido. Exmarido.




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