- Habíamos
quedado en hablar de…lo lamento ya no puedo recordarlo.
- Lo
de nombrar algo y por lo tanto crearlo, darle vida.
- ¡ah,
sí! Las palabras, las palabras, las tramposas palabras.
- No
estoy seguro de querer hablar de cómo se habla, o se nombra o se escribe.
- Apuesto
a que lo agarró la melancolía de nuevo.
- ¡Qué
insolente se vuelve usted! Como si no supiera que la melancolía no se quita,
que es una forma de vincularse, se ser, de creer, de no creer más bien.
- ¿Lo
domina el escepticismo hoy? - No, los lunes comienza el alivio.
- No
entiendo nada ¿no era que odiaba los lunes?
- Sí,
un tiempo corto los detesté, pero ahora solo existo a partir de los lunes, pero
dejemos eso para después, esta falta de lo humano, la piel, a veces se me hace
un poco difícil. Los viernes ya es un poco diferente, un enlentecimiento del
tiempo, ese arrastre de las horas, como cuando el mar está flojo y el agua
parece quedarse ensimismada sin querer asomarse a la orilla. Los sábados y
domingos son la orilla.
- Bueno,
bueno. No sé de qué quiere hablar entonces, si no es de las palabras y tampoco
de los lunes ¿para qué me invitó a la playa? ¿no decía que aquí usted se relajaba?
- ¿Alguien
no? Fíjese, casi todos los paisajes que nos gustan a los humanos tienen agua,
nieve o verde, mucho azul y verde. Aquí hay azul y agua, agua azul o verde
azulada, algo así. También he visto las playas turquesas, algunos piensan que
eso se parece al paraíso, nirvana, shangri-la, valhalla y cuanto nombre le han
puesto a ese estado de paz interior que se supone todos buscamos.
- ¿Ah
sí? De todos los paraísos que nombró, el más interesante para mí es el vikingo,
aunque debe ser agotador ¿no?
- Jajajajaja,
¿usted me lo pregunta? ¿no le da pudor?
- No
entiendo el punto.
- No
se preocupe, no vinimos aquí a incomodarnos, usted ha respetado mi melancolía
yo respeto su comodidad.
- ¿Puedo
preguntar al menos cómo sería su propio paraíso?
- Creo
que he estado en varios, ahora necesitaría uno en donde no tuviera que pasarme
la vida ocupado en sobrevivir, algo para mirar por una ventana, para caminar o
navegar en algún bote y que alguien me lleve. Nada muy atlético la verdad.
- ¿Y
para qué entrena entonces? ¿por qué insiste en caminar y cansarse?
- ¡Para
poder subirme a un bote! No le tengo fe a mi cuerpo sin movimiento.
- Está
muy errático en sus conceptos hoy. Me atrajo la idea de hablar de algo ¿no
puede focalizar un poco más sus ideas? ¿y si intentamos con lo de los nombres y
la creación? Me quedé pensando en eso el paseo anterior y me obsesioné un poco
con la idea de cómo las palabras moldean las experiencias. Supongo que la poesía
es un buen ejemplo ¿no? Palabras en cierto orden, con particular sonido y
cadencia pueden llevar a creer que se comparte la descripción ¡y no pues! Puede
ser solo el deseo de compartir la descripción.
- ¿Y
cómo sabe usted que la descripción no es la misma, que la emoción no fue
compartida?
- Usted
lo ha dicho de otra manera, por las consecuencias de la descripción, por lo que
uno hace con lo que experimentó.
- Sí,
he dicho eso, pero porque soy un ingenuo, que me dejo llevar a veces y me pongo
tajante. Ahora, insisto, puede ser por la melancolía, al menos dejo la
posibilidad de no exigir consecuencia a los demás. Hay muchas cosas que uno
ignora ¿No?
- ¿De
la mente de quien describe? Por supuesto. De la complejidad del otro uno solo
es capaz de dibujar unas líneas sin sentido.
- ¿Y
cómo es que nuestras conversaciones me parecen tan ordenaditas, tan lógicas?
- Porque
ponemos el tema a tratar de antemano ¿no es así? Y acordamos, sin decirlo, que
de ahí no saldremos, además ni usted ni yo preguntamos todo lo que queremos o
nos importa y sustituimos esas cuestiones por otras que son más inofensivas.
Por ejemplo, usted no me pregunta por qué estoy melancólico, supone por qué lo
estoy y si lo explicitara, yo diría que tiene toda la razón.
- ¡jajajajaja!
Un juego eterno
- Sí,
eso creo.
- Es
lo que corresponde a las personas adultas y civilizadas como nosotros.
- Cierto.
¿No le suena pedante eso?
- ¿Pensar
que somos adultos y civilizados? ¡jajajajaja! Claro que sí y son tantas las veces
que nuestra lógica se ve superada por un jardinero o una señora que barre la
vereda.
- Usted
es muy raro, pero no lo tome como un halago. Usted agrede y después sonríe,
como si se arrepintiera de haber sido un maleducado.
- Usted
también es raro, pero de un modo diferente, hace como que todo está siempre
bien y que no se da cuenta, buen disfraz el suyo. A veces quisiera estar en su
lugar.
- Ya
lo hacemos, yo me disfrazo de usted y usted de mí, más veces de las que
quisiéramos.
- ¿Le
parece si caminamos un rato en silencio y escuchamos las olas?
- O
podemos dormir una siesta como si nada, como si todo. ¿Se acuerda de quién
escribió eso? – yo tampoco.
Eleni
Karaindrou, By the sea
https://www.youtube.com/watch?v=0pjJLwiB0Nk&ab_channel=mmguvenen
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