Una
canción
…
Una
canción
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Una
canción
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Una
canción
…
Inventaba
palabras en donde Silvio Rodríguez vocaliza sílabas sin significado. Para él esos
sonidos, podían transformar en unas frases. Si las miraba bien, tampoco es que
explicaran mucho más, pero era tal su fascinación con la melodía que buscaba que tuviera más lecturas que los versos ya bien construidos.
Los
sonidos del piano y la guitarra, las notas sostenidas y la cadencia del ritmo
lo hacían moverse como quien bailara con alguien. Se imaginaba que acariciaba
el pelo de ella como Borges a su gato. Ella se dejaba hacer, pero no era
posible saber si se quedaría. Más bien sabe, como Borges, que el gato se irá,
que no podrá contemplar su sombra por la calle del frente, tampoco por los
techos vecinos.
La
escuchaba otra vez, y otra vez más porque le parecía que era eso, una caricia
que no espera retorno ¿no era eso el amor? Entregar algo sin esperar nada a
cambio. Así dice un salmo y muchas otras canciones. No es cierto, pero ¿por qué
no creer un rato? Al menos mientras dura una canción esta noche.
Una
canción yo le hubiera dado y hubiera dudado y lo habría hecho igual.
Una
canción que se mueve fuera del odio, el miedo, el quizás.
Alguna
vez lo sospechó, fallas de la matrix dicen por ahí quienes quieren
referirse a lo mismo. Hechos fuera de lo esperado, superposiciones de tiempos y
espacios o de otras dimensiones más difíciles de asir para quienes no están
familiarizados con vórtices y quién sabe qué otros artefactos conceptuales
utilizados para describir acontecimientos desconcertantes.
Así
le ocurría con las letras de canciones, citas que había guardado, pedazos de
sueños o escritos anteriores. Parecían profecías de sí mismo, cartas a sí mismo
desde un tiempo no vivido. Todavía.
Entonces
¿la vida era una trampa de creencias, de circunstancias y probabilidades? Un
cierre estructural de comportamientos imaginados y luego ejecutados con
sorprendente precisión. Por ahora, sumido en el silencio y ostracismo
autoimpuesto, solo interrumpido por el trabajo y las actividades inevitables,
hurgueteaba en sus propios archivos para saber si había algo en su biblioteca
que le adelantara lo que venía, por más obvio que fuera para sus congéneres y
coetáneos.
Ya
había estado en la misma circunstancia.
Conocía
las trayectorias posibles, solo tenía que sumergirse en lo profundo y ver qué
había pensado, dicho, escrito para este momento. Tendría que revisar los signos
y los aciertos, los intervalos y márgenes de error. Como una prueba estadística
de variables continuas, algo recordaba su cerebro de aquello.
El tiempo es lineal solo en la biología. En la conciencia es diferente, es una especie de manto redondo que cubre todas las direcciones y profundidades. Una presencia va más allá de un antes o un después o de las vicisitudes, de esos hechos que marcan las páginas, el estadillo, la pandemia, la renuncia, el encierro antes externo, ahora interno.
El
olvido es otro manto, ese que va silenciando todo lo que cae bajo su sombra,
pero en su interior no habita el silencio. Hay música, palabras e imágenes
cargadas de pálpitos y sensaciones. Se la pasa hilvanando hechos y palabras,
vaticinios y su opuesto. Discursos sincrónicos, proyecciones,
identificaciones. ¡Qué todo esté hecho de uno mismo! Esa era la sensación, nada
afuera.
-Quién
sabe por qué estás aquí, lo sospecho y me alegro, lo sospecho y me entristezco.
La misma razón para sentir diferente. Equipotencialidad, así aprendí que se
llamaba eso- decía eso al aire, por si operaba como conjuro y entonces pudiera
deshacer esa sensación de haber estado en un error de interpretación de señales
por toda la eternidad.
Se
lo advirtió, terminarían más lejos de lo que nunca estuvieron, porque la
cercanía puede ser explosiva, expansiva, y terminar con una estrella, una
supernova. Tanta luz para luego desaparecer.
Es
una buena imagen, a veces a se lo parecía, cuando se dejaba llevar por la
imaginación y viajaba entre uno y otro lado de la membrana, cuando percibía que
algunas personas siguen orbitando en torno al mismo eje y otras son lanzadas a
años luz de distancia, como si la muerte los hubiera visitado.
Reconocía
que cuando era quien era, se manejaba en las dimensiones de los siempre, nunca,
jamás y en la lógica y los hechos indesmentibles y concretos. Y podía jugar a
las visitas, a trabajar, a que existen los otros y comportarse según los usos
sociales y ser siempre correcto, controlado, comedido, comprensivo,
cascarrabias, corrosivo, civilizado, corporizado. Si fuera mejor actor sería además
simpático, generoso, divertido.
¿Por
qué estás aquí hoy?
L Van Beethoven, Séptima sinfonía, II
Allegretto
Silvio Rodríguez