miércoles, 15 de noviembre de 2023

Conversaciones


 Foto de Cottombro studio

      Me tiene chata mi mamá, parecía que estaba bien, pero creo que no. O sea, estoy segura de que no. La escucho cuando manda audios a las amigas, porque ahora no ve las letras del celular y dice que le sale más rápido hablar,

      Oye sí, y las viejas andan por toda la casa con el celular a todo chancho, uno se entera, aunque no quiera de todas sus leseras.

      Y yo que creía que los adultos hablaban de sus cosas, las aclaraban, igual que en las películas en donde la gente se dice lo que les pasa.

      ¡pfff!, sí, son más pendejos que nosotros: que me llamó, que no me llamó, que me dejó en visto, que no avisó, que me puso un me gusta y con eso terminó la conversación ¿así es tú mamá?

      Sí, y las amigas también. Igual es divertido ¿has escuchado los consejos que se dan? ¡Me da cringe!

      Y cada vez que se ven, gritan y se dicen que están regias para, cinco minutos después, empezar a quejarse de lo que les cuesta bajar de peso y se dan consejos de cosas que vieron en las redes. Pobres, tan preocupadas de su facha y con tan baja autoestima, esa generación sí que era sufrida.

      Mmm, no sé, ahora pensamos lo mismo, pero nos quedamos callados, el Body positive y toda esa mierda es pa los demás, amiga, ¡te pasai quejando de cómo te ves!

      Ya sí, pero a lo mejor es rollo mío, yo cacho que antes era generalizado. Al menos en las mujeres, porque esa cuestión de valorar a alguien por la apariencia es más pesada para las mujeres.

      No sé, hasta mi papá anda quejándose de que ya no está tan joven y que le duele aquí y allá. La polola lo pateó y se puso más achacoso. No es tan viejo, o sea, no sé, pero esa hueá de andar quejándose por la vida no le va a servir para conseguir polola nueva. Eso le digo, pero me manda a la cresta al tiro. Viejo hueón, yo le digo de buena onda no más y me responde mal – ¿cuántas pololas has tenido tú? – y ahí me caga, porque me va igual o peor que a él con las mujeres.

      Jajajajajajaja, sí, la dura. Yo tampoco cacho qué hacer o qué decirle a mi vieja, dice que ella es el sueño del pibe para cualquier weón, de repente se manda unos discursos de vieja empoderá que cualquiera se los creería, pero luego se ríe a carcajadas y no sé si hablaba en serio o no. A veces creo que se trata de convencer a sí misma de que no hay nadie a su altura y empieza a hacer chistes con que la libertad es lo mejor que le ha pasado en la vida y tanta incoherencia junta que no logro entenderla.

      Oye, estos viejos de mierda nos van a cagar la psiquis, a mí ya me cuesta el tema, como que me da miedo sufrir y estar a los veintiuno todo amargado como ellos, así es que ni pienso en que pueda llegar a acercarme a la chica que me gusta.

      Pucha, sí, cada cierto tiempo mi mamá se da cuenta de que transmite mucho con las desilusiones de la vida, que las encuestas de salud dicen que las mujeres son más felices solas y me empieza a contar la de desgracias que han pasado sus amigas por los pasteles que se han conseguido de maridos o pololos y no sé qué cara pongo yo, que luego cambia el discurso y me dice que no le haga caso, que el amor es lo mejor que le puede pasar a las personas, que cuando el amor es bonito, saca a la superficie lo perfecto de cada persona y que ojalá me atreva y me arriesgue. La última vez que empezó con eso, le pedí a la X por WhatsApp que me llamara porque tenía rabia de tanta tontera junta y tampoco me gusta pelear con ella. Me cansa.

      ¡Aaaaagh! Eso es lo peor, tener que escucharlos para que no se sientan solos. Mi papá, cuando está en la fase misógina, dice que las mujeres solo necesitan a los hombres para reproducirse, arreglar la cueva o su equivalente, la casa, y protegerlas de sus miedos atávicos, de la especie, me dijo que significaba eso. Después empieza con que la cultura cambió para peor, que si bien, no necesitan todas que las provean, una vez que las crías están crecidas, quieren divertirse, explorar y ya no quieren escuchar de nada que se relacione con el cuidado. Así es que a uno lo usan como mano de obra y que cuando se aburren lo abandonan. Me da risa el viejo, le digo que se divierta como ellas también entonces y dice, todo cagao, que ya no sabe cómo.

      ¡No te creo! Mi mamá tiene otra teoría, pero ahora que lo pienso tal vez sean complementarias, dice que los hombres se divierten en el período en que las crías estaban chicas, mientras ellas estaban cien por ciento dedicadas al nido y que después de finalizada esa labor ellos se ufanan de la familia, y pronuncia esa palabra con los ojos blancos, y lo justo es que ellas quisieran pasarlo bien después. Calza ¿no?

      ¡Jajajajajaja! No sé si aplica para todos, pero creo que se buscan explicaciones de toda clase, mi papá, otras veces dice que las mujeres son unas manipuladoras, que usan el sexo y las atenciones como moneda de cambio y que mi mamá lo dejó por un tipo que le ofrecía más.

      Oye ¡se pasó! ¿no te da rabia eso?

      Obvio que me da rabia, pasé meses sin hablarle por cómo se refería a mi mamá, pero cacho que hablaba como bestia herida. Mi mamá sigue sola y creo que hasta lo extraña, pero dice que mi papá la humilló y no puede arriesgarse a lo mismo de nuevo. Nunca me ha contado y yo ya no pregunto, ni siquiera para entender, pero cada cierto tiempo me pregunta por él. – Es para tranquilizar su conciencia− comenta mi papá.

      ¡Qué heavy! Esa es la cuestión, una queda al medio, sin poder hacer nada. A veces me da pena mi mamá y me imagino que lo va a pasar mal cuando mi hermana y yo nos vayamos de la casa. En ocasiones creo que de verdad es el sueño del pibe para cualquier viejo que ande por ahí y que por probabilidades va a quedarse sola; en otras creo que se lo merece por neurótica, por mecha corta, por pesada.

      Es injusta esta cuestión, se supone que los padres deben orientarlo a uno y na´ que ver que nosotros andemos aconsejándolos con su vida amorosa. Lo único que quiero es que mi papá se empareje luego pa´ quedarme tranquilo ¡cáchate! Mi mamá me preocupa menos, no sé, actúa como viuda resignada y creo que me convenció su actitud.

      Debiéramos hacer un movimiento social, que los viejos se dejen de huevear, que resuelvan sus cosas como en las películas, que hablen y se apoyen entre ellos y dejen que nos decepcionemos por nosotros mismos.

      ¿Por qué no presentamos a tu mamá con mi papá?

      ¡Nooooooo!

      Jajajajajajaja en un nano segundo reaccioné y también me sumo al ¡nooooooo!


miércoles, 8 de noviembre de 2023

Yal


Alguien que entró al blog leyó dos textos: “Cerezos en Flor” y “Susurros Florales”, el segundo es un cuento y el primero solo palabras amontonadas con algo de redacción. En realidad, puede que sean distintos lectores, no hay cómo saber, pero ambas entradas, para ser más descriptiva y fenomenológica, me hicieron relacionar ese montículo de palabras. Conclusión, me resulta inevitable la repetición de temas y relacionar las flores con los afectos y la jardinería como una labor de conexión con ellos y un inútil intento de control.

Acabo de ver el blog de nuevo y alguien leyó el texto “Tardes de Jardín”, será coincidencia supongo, entonces también lo leí: demasiados adjetivos diría Francisco, inolvidable primer profe de taller, pero me parece poco honesto corregirlo y enfriarlo. Además, es solo una descripción o asociación de ideas, sin trama y un final que se lee forzado. Como cuento salva poco, como sensación harto más, al menos para mí que estaba empezando con esta compulsión.

Me gusta más, Susurros Florales, hasta lo encuentro casi bueno, como si no lo hubiera escrito yo. Ya sé, la inseguridad, el síndrome del impostor, la otredad de quien puede tomar distancia de sí mismo y siente ajeno un contenido. Qué maravilla es la mente. Leer algo como si otra persona lo hubiera escrito y hasta identificarse con la emoción que describe tal cual se tratara de una historia japonesa, albanesa, islandesa no solo lejana sino perteneciente a otras vidas. En Islandia también hay jardines bellos, en Japón ni hablar, las flores son casi deidades como el período de sakura: el florecimiento de los cerezos. Todo se relaciona, las piezas calzan porque debe haber un paisaje interno tan oculto como la propia sombra. ¿Y en Albania hay jardines? Donde existan humanos habrá jardines, reales o imaginarios.

Por supuesto no es una idea original y no me voy a amargar por eso y confieso, para mayor abundamiento en mis fallas, que tengo fijación con los jardines y me hago juicios sobre las personas según si cuidan o no el suyo.

No puedo pensar en vivir en un departamento y no tener un jardín, no mientras me pueda las patas y el propio cuerpo y entonces, con casi total seguridad, puedo decir que seguirán apareciendo las flores, la tierra, los árboles y sus habitantes en futuros textos. En el último paseo a un cerro vi tres lagartijas, una tarántula cachorra y un yal, un pájaro cuyo canto había oído, pero que no había visto de cerca. Estaba parado en una rama ignorando a los humanos y posando para un montón de teléfonos. Digo futuros textos porque se transformó en un hábito y casi compulsivo, exagero obvio, insano a veces, inútil siempre y rara vez satisfactorio según criterios muy idiosincráticos.

¿Usted sabía de la existencia del yal? - Moi non plus – diría una conocida y vieja canción francesa. Aquí va el link del canto del yal[1], no de la chanson.

Habitantes del bosque y jardines invadidos por humanos.


sábado, 21 de octubre de 2023

Protocolo

 


Hay días en los que una no quiere hablar y no es que pase algo particular o no pase lo que debía ocurrir por lógica. La lógica personal por supuesto, la de los demás es una cuestión difícil de precisar. Me pasé el día dando informaciones ya disponibles en todas partes y eso debiera bastar para entender por qué me quiero quedar callada. Sería tan bueno poder hablar en automático y pensar en otra cosa, a estas alturas de la evolución debiera ser posible esa función, pero no, para que el servicio de atención al cliente sea bien evaluado y el equipo obtenga el bono de fin de año, no solo hay que saludar, sonreír y mirar a los que preguntan las mismas cosas a cada rato o tratan de resolver algún problema que no corresponde al departamento, además hay que tratar de enchufarles una encuesta de satisfacción usuaria al final y es imposible pensar en otra cosa entre tanto recordatorio del protocolo de atención.

Con todo eso una es incapaz de concentrarse en otra cosa mientras sigue los pasos uno a uno y, si bien, el equipo ha conseguido la mejor evaluación del servicio durante un tiempo récord, todavía no consigo automatizar mis respuestas. Si llego a ese estado podrán reemplazarme por un tótem de autoservicio y no tendría nada que hacer, y si bien, quiero no tener nada que hacer, después no soporto la idea.

Ahora que he recuperado algo de concentración, sí, porque con tantos robos de celulares que me ha tocado ver en el metro y en la micro y las molestias que implica después lidiar hasta con chantajistas, ya no me dedico a pasar por millones de imágenes en el trayecto de ida y de la casa al trabajo y viceversa. Algo me pasó en el cerebro porque he recuperado la capacidad de quedarme en un tema más allá de un segundo y medio.

Lo que más me sorprende esa invasión de calma que hacía mucho tiempo no experimentaba, ¿habrá sido esa sobre exposición de imágenes? O tal vez el abandono de la idea de irme a otra parte. Está fuera de mis posibilidades y después de todo no es tan malo vivir en el barrio del club hípico, las casas son viejas, no sé por qué, pero me gusta ese aire señorial venido a menos, como esas señoras que no dejan de arreglarse para salir, combinan colores y aunque el labial se les escurra por las arrugas de los labios, se ven coquetas y entusiastas por la vida. Vivo con una tía y su marido dice ella. Mi mamá se encarga de repetirme que no es su marido, que nunca se casaron y ya me dejé de pelear con ella por eso o por cualquier cosa. Me río de sus tonterías de vieja pechoña. Mi tía me cobra barato por el arriendo de un dormitorio, en realidad me lo descuenta de lo que me debe y su marido es muy amable, casi siempre me deja agua caliente en el termo, una taza puesta y una marraqueta con lo que haya en el refri para cuando vuelvo del trabajo. A esa hora ellos ven las teleseries turcas y mi tía se enoja a cada rato porque el caballero no se acuerda de la historia. Las noticias las vemos juntos y yo les comento si supe algo durante el día, como ahora uso poco el celular casi no me entero de nada.

No todos los días son iguales, la mayoría sí, pero no todos.

Se suponía que iba a estar en esa casa un par de años, mientras ahorraba para dar el pie de un departamento e irme a vivir, casada, con mi pololo de entonces, pero todo se fue a las pailas. Más que todo y más que muchas pailas, pero no quiero contar de eso. Es una historia simple y repetida. Quedé sin pololo, sin ahorros y deudas que no esperaba. Puse en la cuenta compartida todos mis retiros del diez por ciento, en fin.

Este invierno llovió y hubo que reparar el techo de la casa de mi tía, vuelta a pedir otro crédito porque la caja de compensación del par de viejos les dijo que ya tenían el máximo de deuda y no les podían pasar más plata. ¿Qué iba a hacer? Pedir yo otro crédito que refundía los anteriores.

Supe que mi ex pololo se había casado y que la novia tenía varios meses de embarazo, se compró casa cerca de donde vive mi mamá y mi hermana. Me enteré hace tiempo y, no sé, supongo que antes de saber estaba dispuesta a perdonarlo porque actuaba como si un día fuera a volver, como si no fuera cierto todo lo que pasó. No podía dormir pensando una y otra forma de resolver, de entender. Cuando dormía soñaba con él y despertaba con una sensación horrible, cada vez que estaba a punto de alcanzarlo él me miraba con esos ojitos dulces y sufridos y me decía que no podía quedarse conmigo o veía a su mujer embarazada y como a cinco niños detrás. Mi mamá se encargó de que me diera cuenta de que no había nada más que hacer, no fue muy amable ni simpática su estrategia, pero sin duda efectiva. Dejé de esperar a punta de chismes de barrio, de fotos en Facebook y de Instagram

Y un día, me cayó de sorpresa esta capa de tranquilidad. Supongo que mi cerebro alcanzó un estado de saturación con el tema. Estoy endeudada por cincuenta y dos cuotas más, no me puedo mover de aquí y me alegran cosas como la taza de la once esperándome en la cocina o la idea de que mi tía acepte que adopte una mascota, un perro simpático que no peleche y no tenga mal olor. Eso me dijo. Su marido me está ayudando a buscarlo. En lo único que me parezco a mi tía es lo mucho que me molestan los malos olores y no puedo soportar a la gente que no se da cuenta que huele a rancio.

Mi mamá dice que repetí su historia, que mi papá se fue con otra y que a lo mejor tengo hermanos que no conozco. Al principio reaccionaba y le respondía a punta de pachotadas, portazos y llanto, ahora casi no me reconozco, como le dijo Velasco a Orrego en un programa de debate de política hace años. Ya me da lo mismo lo que diga, sé que se maltrata ella sola cuando me dice cosas horribles, debiera ser instructora de budismo zen a estas alturas dice mi tía.

Tengo un secreto para soportar las visitas que hago a mi madre.

1.     Sonría

2.     Salude y luego con una cara complaciente y que parezca honesta, pregunte

3.     ¿Cómo está mamá?

4.     Aguántese las quejas contra todo lo que usted no pueda resolver y atienda solo al foco, al meollo del problema. Haga a un lado lo accesorio, vaya a lo importante.

5.     Lo importante es lo que usted puede resolver, el resto conviértalo en problema de otro, de la vecina, de la tía que no se casó, del Facebook, del matinal

6.     Conserve la calma.

7.     Sonría.

8.     Realice las operaciones pertinentes de lo que usted puede hacer para mejorar la experiencia de la madre, aunque esta las considere espurias e insuficientes: ponga la mesa, vaya a comprar el pan para la once, diga que lo que cocinó le quedó rico.

9.     En último caso ofrezca comprar algo que la madre tiene muy pocas probabilidades de usar.

10.  Ofrezca lo anterior solo en caso de emergencia.

11.  ¿Hay algo más en que pueda ayudarle? (ruegue porque no sea así y esté satisfecha, enojada, con cara de pasajera del metro, pero ¡váyase!)

12.  Sonría y

13.  Despídase son una sonrisa amplia y más complaciente que la de bienvenida.

El secreto incluye otro acápite, antes de ir, escucho una y otra vez la música favorita de mi papá y que mi mamá odia. Pongo a Piazzola desde que me levanto y llego a la casa de mi madre como quien sabe que se ha portado mal. A veces la muteo y escucho la música en mi cabeza, en especial cuando empieza a hablar del vecindario.

De vuelta lo mismo. Creo que entiendo más cosas cuando escucho a Piazzola y la tranquilidad me invade de nuevo.

 

 

Astor Piazzola, Milonga For Three Quinteto Piazzola, https://youtu.be/iPYBeqdo724?si=gsruxN9KODf1JAMA

Astor Piazzola, Tango Apasionado (finale),

https://youtu.be/gdCg_-ixkWI?si=xpZjetBMo8tZ9gxM


jueves, 5 de octubre de 2023

Irónico

 



¿Cómo era la frase? Si usted hace lo mismo cada vez no espere obtener resultados diferentes.

Simplifique, simplifique.

Aplaudió a rabiar a la conferencista de las obviedades. Si bien se podía oler la estrategia de la psicología inversa, a veces le daban ganas de ser concreto y muy literal, −los insultos favoritos de su esposa −. Hacer como que no se entiende el subtexto de una discusión que no lleva a ninguna parte es todo un arte y su esposa no era aficionada a nada figurativo, excepto, quizás, los cuadros que se había dedicado a pintar como hobbie y que cada vez se demoraba menos en terminar porque se trataba de manchas de colores que combinaban con algún mueble o jarrón o cualquier cosa del living de la casa. Al principio le pedía su opinión y él trataba de ser amable. Un día de esos en que hubiera sido mejor ser un maniquí en una vitrina que nadie se detiene a mirar, cometió el error de reírse, el título del cuadro era tan pretencioso como ridículo y no pudo evitar ser sarcástico.

      Supongo que con este completas la serie para la exposición en el Bellas Artes.

Ella se puso a llorar como una niña, con sollozos y espasmos y cuando pudo hablar le confesó que ya no soportaba su tonito irónico, su agresividad reprimida y su aire de superioridad. Estaba harta de estar pendiente del tono y el rictus de sus labios para saber si hablaba en serio o se trataba de una forma cobarde de ser directo. Se sentía exhausta de estar en guardia en su propia casa y de tener que soportar las risitas o reconvenciones suyas o de los hijos por no haber captado la sutil diferencia de una frase burlesca que ella podía haber tomado como un halago.

Se quedó pensando en esa confesión y al fin pudo poner palabras al modo en que se sentía de niño en la casa familiar. De ahí en adelante se propuso cuidar más a quien había sido dulce y generosa con él. Se reservaba los sarcasmos para los cafés con los compañeros del trabajo o los practicantes mano-de-obra-barata que llegaban de tanto en tanto a la oficina. Se divertía con ellos en su el rol del tipo macuco, mala onda a veces, original y divertido de vez en cuando.

Ingenioso. Ese concepto le parecía más justo. A veces, con un poco de trago en el cuerpo o un estado de éxtasis venido de alguna buena decisión o un acierto en cualquier cosa, podía hacer llorar de risa a su equipo de trabajo, incluso o en especial a los recién llegados. Su jefe se relacionaba con él de forma extraña, más bien inconsistente, en ocasiones lo consideraba un tipo brillante por sus buenas ideas y en otras temía a los comentarios mordaces dichos de tal modo que podían ser un chiste o una observación de muy mal gusto. Tendía a tenerlo en la mira en las reuniones, cuidaba sus palabras y en esta ocasión, como en casi ninguna otra le pidió que repitiera en voz alta lo que murmuraba a quien estaba a su lado

      El sr. Valverde, abogado, velará por ustedes en caso de tener problemas con algún cliente.

      Seguro, le importamos tanto que nos calculará el finiquito en menos de cinco minutos

      ¿Qué dijo?

Esta vez había escuchado la frase y pretendió aleccionarlo delante de todos porque Valverde era un tipo leal y comprometido con el equipo y no se merecía ese menosprecio.

      No dije nada jefe ¿cómo podría? Sé de su aprecio por el señor abogado.

Todos se rieron, había hasta rumores de romance entre Valverde y el jefe y este no era capaz de enfrentar el comentario en ese contexto.

      Me pareció que dijo algo, pero veo que me equivoqué.

Mil goles para el ingenioso, cero para el jefe quien comprobaba una vez más que se trataba de un tipo poco confiable y cagón, pero hábil. Terminó como pudo esa reunión, trató de no cambiar el tono o su expresión, sin mucho éxito.

Era divertido ver al ingenioso cuando se encontraba con alguien casi tan rápido como él para los duelos verbales, un verdadero espectáculo de dimes y diretes que se asemejaba a un ring de box en el que los dichos de uno pretendían noquear al otro. Por lo general el desafiante perdía, pero el héroe de esta historia sabía reconocer el talento ajeno y acusaba el golpe de una o dos frases que no respondió a la altura. Se iba pensando de vuelta a la casa, en el largo camino diario a casa que incluía micro, metro y colectivo. Paseaban por su mente las líneas que podría haber dicho y se lamentaba de su error, también preparaba respuestas para los posibles encuentros de los días siguientes. A veces se obsesionaba y no podía parar de inventar situaciones en las que aplicaría sus habilidades con el lenguaje. Ensayaba en su mente el tono, la oportunidad y la velocidad en que pronunciaría determinado tema o palabra. Cuando la situación ameritaba máxima concentración, decía sus líneas frente al espejo del baño, buscaba la mirada apropiada y la sonrisa amplia con la que coronaría el momento.

      A ver niños, un número primo no se puede dividir. Es como un huevo, no se puede cortar un huevo ¿cierto?

      ¿Y si es un huevo duro?

Ese fue su primer acierto en clases, sus compañeros se reían a rabiar y al profesor le fue muy difícil retomar el control de la clase.

      ¿Vino de chistoso hoy día usted?

      No ¿y usted?

Los niños se rieron de nuevo y pudo ver como el rostro del profesor se transformaba y se inundaba de rojo. Esa situación le provocó tal satisfacción que no podía olvidarla. Iba en quinto básico. Ese fue el comienzo del gusto por la sensación de poder. En la adolescencia casi no podía refrenarse y sus padres eran llamados con frecuencia a dar explicaciones por la insolencia sofisticada de su hijo, la impertinencia y hasta crueldad con profesores y compañeros de clases. Dejaron de llamarlos cuando el director, inspector y profesores advirtieron que era un estilo comunicacional familiar y ninguno de ellos podía moverse bien en los saltos lógicos desde lo textual y lo connotativo o viceversa con que los padres defendían a su ingenioso hijo.

Es difícil dejar un hábito, por malsano que sea este.

Eso le ocurrió al ingenioso. Rara vez podía hablar sin dobleces, sin hacer que sus interlocutores se sintieran incómodos u objetos de burla. Llegó un punto, ahora en la adultez, en que cuando intentaba ser amable o hablar desde la honestidad, se veía muy a menudo dando explicaciones o agregando al final de sus frases – lo digo en serio −, pero no lograba aun controlar esa sonrisa final que hacía dudar a casi todos de la veracidad de sus palabras.

En algunas circunstancias se lamentaba por su incapacidad para controlarse, en especial con las personas que amaba. Con ellos adoptaba un tono dulzón exagerado para reforzar una frase cariñosa – estoy muy orgulloso de ti – o un efusivo − ¡muy bien hijo! −, pero precisamente por lo exagerado del tono, la frase parecía una burla en un nivel más amplio y sonaba hasta cruel.

Entonces se enojaba y los hacía sentir ridículos − ¡cómo me voy a estar burlando! ¿no captas la diferencia entre un chiste y una observación genuina? Debes estar mal ¿tienes muchas preocupaciones acaso? uno trata de ser amable y responden puras leseras.

La casa comenzó a sentirse silenciosa, los diálogos alrededor de la mesa comenzaron a escasear y abundaban los monólogos del ingenioso seguidos de otros de su esposa que trataba de generar conversaciones en que los hijos se sintieran incluidos. A veces ellos, buenos alumnos, se unían al padre para congraciarse con él haciendo gala de su negro estilo de humor con las mismas armas del ingenioso para pesadilla de la madre y en otras, por turnos, consideraban que todo era demasiado y ya no querían hablar con ninguno de los dos. Uno se paraba de la mesa sin decir nada, otra se negaba a responder y la tercera se refugiaba en un silencio pertinaz y selectivo.

El ingenioso se propuso dejar de hablar así con la familia, tenía que salvar los afectos que le quedaban, pero le era tan difícil hablar sin burlarse que también se fue quedando callado y solo. Incluso cuando reconoció en el trabajo, en la familia y en el circulo de amigos, que se sentía prisionero de sus palabras y la forma en que las ordenaba, los demás optaron por no creerle, reírse y alabar su inagotable ingenio para divertir a los demás. Lo anterior no deja de ser irónico ¿no? más aún cuando frente a la más encendida declaración de amor que pudo pensar para su mujer a esta solo se le ocurrió decir − ¿es en serio? − y él respondió en automático − ¿eso creíste? – acompañó la pregunta con una sonrisa amplia y una ceja levantada.

Julius Popper, La innombrable https://youtu.be/-Cw48NHpWPo?si=-678y5K5X-iiwpyt

Spandau Ballet, Communication https://youtu.be/fWM6kDbxT9g?si=FUo5d5KJXnBFAO3C

 


martes, 19 de septiembre de 2023

Tres personajes

 



Foto de Cottonbro Studio pexels


De todos los finales posibles, este era el menos predecible. Por la porfía, por quedarse ahí contemplando el devenir sin salir de sí mismo. Se lo habían dicho: huir no sirve de nada, la huida te lleva al lugar dónde debías ir desde el principio solo que por la vuelta larga.

Estaba cansado de ser considerado un tipo sólido, con las respuestas para casi todo. Por lo mismo, por esa imagen de inquebrantable, no le preguntaban cómo estaba o si necesitaba hablar, quejarse un rato. Al revés, iban con él cuando tenían problemas y confiaban en su buen juicio. A lo mejor lo tenía y era un malagradecido que no reconocía que había podido sobrevivir gracias a esa capacidad, a actuar como si no había dado ningún paso en falso o echándoselos al hombro de puro choro.

A estas alturas del año, hacía ya trescientos, se sentía colorido, liviano, como se sienten los pescadores cuando regresan con una pesca abundante y solo quieren celebrar, cuando la noche ha transcurrido en calma y el frío del agua se pasa con aguardiente y los chistes de los otros viejos. Qué lástima no haber podido expresar en esa época lo feliz que se sentía, lo invencible que le parecía ese tipo grueso y hosco del espejo donde se acomodaba el gorro antes de echarse a la mar con los compañeros de siempre.

El secreto era parecer inconmovible, tener una rutina definida y no salirse demasiado de ella, hacer como que todo seguía igual, salir a pescar de madrugada, pasar a buscar a los viejos, terminar de despertarse con la conversa y las últimas novedades del pueblo. Si contaba por qué se sentía a punto de estallar de felicidad lo iban a tachar de sentimental, de agrandado, de huevón también. Claro, no se puede ser feliz, aunque sea por un período limitado, si uno no anda medio huevón y no es capaz de analizar la situación en detalle. Se distraía un poco en el bote y en esas circunstancias no faltaba que le llegara un cacha mal porque ponía en riesgo a todos o porque, como tenía esa forma de hablar que tienen los arrogantes, sus equivocaciones eran motivo de burlas y chistes. La gente no ve con buenos ojos a los felices, los ven como egoístas o inconscientes. No saben que cuando uno es feliz es mejor persona, quiere que todos lo sean, daría casi cualquier cosa para que esa sensación se prolongara y al mismo tiempo tiene conciencia de la fragilidad del estado. Y cuando comienza a agradecer a los dioses por ese momento es porque el clivaje ya comenzó, tal como la trizadura de un cristal.

En el casillero de la caleta dejó sus botas de goma gruesa, se cambió los jeans por unos secos, se calzó los bototos y se abrigó después de filetear los pescados y dejar la venta para los gritones. Esa parte no le gustaba, gritar los pescados, regatear con las viejas o con los dueños de restaurantes que creían que ser pescador era sinónimo de ser estúpido. Los gritones son mejores para aguantar los lloriqueos de los clientes.

Cuando se iba caminando por los cerros para su casa, vio bajar a un chiquillo de unos siete años, hijo del dueño de la verdulería del bajo, cerca de la caleta. Se acordó de cómo se imaginaba su vida a esa edad. Tenía dos personajes, uno se parecía a un abogado o un director de colegio, serio, severo, aburrido, que hablaba bien, el otro era un tipo libre, tenía un jeep o algo parecido para andar por donde se le ocurriera, tenía cuerpo de deportista y disfrutaba de explorar cualquier cosa, paisajes, personas, experiencias, las que se cruzara en su camino. Sin planes.

Parecía que iba encaminado a ser el explorador; cuando niño corría como si supiera que la vida era corta, jugaba desde que despertaba, jugaba a todo, era la pesadilla de su madre: los pantalones y zapatos no le duraban nada, todo lo rompía.

- ¡Claro que puedes jugar! Pero no como un salvaje, como si fuera obligación llegar hecho un desastre. Somos pobres, no nos alcanza para comprarte ropa y menos zapatos a cada rato. Tienes que ser más consciente.

Bajaba la cabeza y asentía, se lavaba las manos y la cara para comer y su madre enojada apenas le hablaba, Como el ambiente estaba pesado había que volver a salir a jugar, arriba de los árboles, en la cancha de tierra, en el carrito de los cabros de la otra cuadra, a nadie le importaba que los pantalones estuvieran a punto de molerse o con un hoyo en las rodillas, si le quedaban cortos o si los zapatos parecían lagartos dispuestos a morder la tierra por las gomas abiertas.

- No sé qué va a ser de ti si sigues igual, vas al colegio a puro machucar membrillos. Haces las tareas al puro lote, si te reta la profesora porque llevas tus cuadernos manchados, te juro que la felicito, no puedo ser yo no más la que te rete todo el día. Vas a terminar solo en un bote porque no te va a dar para más ¡¿cómo puedes ser tan duro de mate!?

Recordaba cómo su madre le tironeaba el pelo y trataba de ponerlo en orden con una raya al lado que parecía tallada en su cuero cabelludo. Ese ardor aún podía sentirlo en su cabeza. Y claro, el jugo de limón posterior para que se viera peinado un rato más.

¿Qué le pasó al salvaje? ¿cómo se civilizó? La vida no más y la muerte, sobre todo la muerte que fue disminuyendo la familia. No se puede correr ni jugar si uno está triste, después descubriría que hay que correr para no sentirse triste. Puras vueltas que llegan a lo mismo.

Ahí quedó el salvaje, el que iba a ser explorador, atrevido, chascón, un bola huacha sin ataduras ni obligaciones. Tampoco llegó a ser director, pero a ese no lo extrañaba. Si miraba con generosidad su historia, ser pescador, incluido ese olor a huiro permanente, se parecía más a ser aventurero que ser abogado o jefe de algo.

Ahora más cerca de cumplir mil años que de los siete del niño que pasó corriendo al lado, había visto cómo había albergado un tercer personaje dentro suyo, el mejor-peor, sí porque los mejores instantes se debieron a él y junto con ellos, también los peores. Era el fantasioso, el que a partir de una pila de maderas se imaginaba una cabaña, botes nuevos, una caleta más moderna para todos, a veces ese hablaba y convencía a los demás de lo que había que hacer, a lo mejor ese personaje era lo único querible de él. El que agarra papa con una frase, un gesto, una imagen, el que se va a la cresta con lo mismo. Se pasó los últimos cuatrocientos años pegado a un proyecto que no prosperó.

Era pésimo para los negocios, claro, se entusiasmaba, echaba andar la imaginación y se veía como un magnate, no era un bote nuevo, era el inicio de una flota. No era que la Juanita lo había invitado solo a la fiesta de San Pedro, se imaginaba la vida con ella, cómo serían los hijos, dónde vivirían y la pasión le brotaba como manantial infinito. Se desbordaba, no había dique que contuviera ese amor tan grande,

Hasta el guatazo.

Menos mal que entre tanto intento y tanta fantasía había logrado concretar unos proyectos menores y gracias a ellos sobrevivía. Sin la Juanita por supuesto. Seguro ella se dio cuenta de que era un huevón bueno para soñar, lo quiso un rato, volvió porque él la buscó, él notó que ella no hacía ningún esfuerzo para estar en su mundo. ¡Ay, esa Juanita! Tanto que la siguió, tanto que le dijo lo que sentía por ella y ella, de puro considerada no lo mandaba a la cresta. A veces pensaba que la Juanita no era buena gente o que le tuviera cariño, era mala la Juanita, debió ser más clara y cara dura, debió decirle que ya no le hablara más, que no se iba a mover un centímetro de donde estaba por él. O él debió respetar la distancia. Siempre estaba esa posibilidad, alejarse.

Así era el pescador, un poco director, un poco explorador, demasiado fantasioso y de limitadas capacidades para ganarse la vida, pero más bien correcto, intentaba ser coherente entre tanto personajillo interno. La coherencia sí que requiere esfuerzo, la rodea mucha desilusión. Eso lo había aprendido también en los cientos de años vividos y lo veía a cada rato en el mar, en la dinámica de los peces, escurridizos, rápidos, pobre del que confía. El pescador hábil es el que parece confiable, el que se mantiene quieto y en silencio. A él le costaba quedarse callado, hasta que aprendió. Mal que mal, su nombre significaba “el que escucha” no el que defiende o que las hace de guardia. Tenía que ser coherente con el mandato de su nombre, escuchar, calmarse y escuchar hasta el silencio y su elocuencia.

Así fue labrando su imagen de resistente, de hombre fuerte y confiable. Él sabía que era un disfraz elaborado del que se despojaba ahora casi a voluntad, cuando se quedaba solo o cuando por deporte, no por necesidad, salía a pescar sin compañía y podía pasar horas casi entumido por el frío y la humedad, urdiendo más fantasías y alimentando a la mejor-peor de sus versiones.

Ahora le había dado por recordar su momento feliz, en medio del ruido del mar, la semi oscuridad y una melodía que sonó antes de apagar el celular para que no se fueran a espantar a los peces que no tenía ninguna intención de capturar. 

Terminó en un bote, tal como predijo su madre, solo que dio mil vueltas para volver al inicio y no por las mismas razones que ella imaginó. 

 The XX, Intro CITY OF THE SUN COVER https://youtu.be/IKFr6m950cQ?si=VyNQmnz7AUmF6j9m


sábado, 16 de septiembre de 2023

Hacer tiempo

 

Foto Charles Parker pexels

Recordé a ese chofer de colectivo, gordo y maloliente. A veces el cerebro se equivoca al mantener archivos sin importancia en la carpeta de recuerdos vívidos. Trató mal a una pasajera que lo hizo andar un par de cuadras demás. Salí en su defensa − ¡oiga! más respeto, ¡está embarazada! – Es lo único que saben hacer – respondió el infeliz. Al instante se sumó un pasajero a mi reclamo gritándole que era un maleducado. A esas alturas pedí bajarme y caminar lo que me faltaba. La embarazada se dirigía hacia el semáforo y lloraba sin consuelo. Alcancé a ver que se sentó en un paradero, pero no me sentí capaz de acompañarla. Dicen que durante el embarazo la sensibilidad y la facilidad del llanto son una defensa biológica contra las agresiones de los compañeros de la manada, no sé si aplica a esta época ese método adaptativo.

Son tiempos complicados para todos, para los que hablan y para los que callan.

Acomodé mi celular debajo del abrigo, cerré bien la cartera y con las manos en los bolsillos me dispuse a caminar las doce o quince cuadras que faltaban para llegar a mi destino. No tenía apuro. Tal vez esa falta de prisa es lo único que me conecta con esa experiencia del taxi colectivo y la embarazada y seguirá siendo un misterio la razón que encontró mi memoria para no olvidar a ese chofer de actitud miserable.

También hoy camino con las manos en los bolsillos y el celular bajo el cortaviento.

               Todo está mejor así ¿no te parece? él tranquilito por allá, con la vida bajo control y yo por aquí sin saber de su existencia.

      Tú lo quisiste así ¿no?

     No había alternativa, ninguna que fuera digna para mí.

Alcancé a oír ese trozo de conversación y, por más que traté de escuchar más, ese par de mujeres se alejó rápido, con el café de máquina en la mano del servicentro en el que coincidimos. Yo seguí en la fila de la caja mirando atenta a la máquina para no hacer el ridículo tratando de hacerla funcionar sin saber.

Todavía faltaba una hora para encontrarme con una amiga también, tal vez habría alguien que escucharía lo que hablaríamos y se haría su propia historia con el trozo que alcanzase a percibir. Mal que mal, una siempre ve trozos de la vida de los demás, incluso de los que más nos importan. Las explicaciones de cómo y por qué los acontecimientos se ordenan de un u otro modo dependen de los pedazos que se observan y los criterios para darles alguna lógica.

Logré operar la máquina de café sin equivocarme, hasta me acordé de poner doble capa de cartón para no quemarme lo que me hizo sentir orgullosa. Tal vez podría llegar algún día a tener esa delicadeza de movimientos que se ve en las películas de las personas que saben. Sí, que saben algo y lo demuestran.

Mi amiga es así, se mueve con gracia, sonríe y es amable con todos, dice que no es cínica, que solo es costumbre. Hace días que creo que tiene algo importante que contarme, creo que lo ha intentado varias veces y no ha podido. Lo sé porque baja la mirada o cada cierto tiempo me pregunta cosas por las que le he dicho con insistencia que no quiero hablar más. − Hay temas que una no debe hablar para no pensar − le digo, sobre todo porque se la pasa criticándome, dice que debo soltar como dicen en Instagram, dejar ir, superar. Como si fuese una decisión. Y sí, lo es, eso decidí y ya no lo nombro. Ella me ayuda a recordarlo diciendo que tengo que olvidarlo. Igual que la canción de Los Tres, que no se te olvide acordarte que me tienes que olvidar.

Harta contradicción circulando.

¿Y qué si no quiero olvidar? Total, es un proceso que ocurre con independencia de la voluntad, aun si no quiero ocurrirá. Un día desaparece el elefante detrás del árbol o una noche los sueños comienzan a poblarse de otros objetos y personas, otras historias se tejen, aunque no se quiera. El tiempo se encarga de todo, lo han dicho muchos escritores y científicos inteligentes. Un día su nombre me provocará el mismo encogimiento de hombros que el mío a él o esa mueca de hastío que tanto le vi.

Mientras me tomo ese café en exceso caliente para ser de máquina, levanto la vista y veo a las personas ensimismadas en sus celulares solo que a la mirada a la pantalla ahora agregan una de vigilancia para evitar el robo del dispositivo que contiene la identidad de cada uno. A propósito de eso recordé que no leyó el último mensaje que le envié, ni siquiera me dejó en visto. No lo leyó. Me debe haber trasladado a las conversaciones archivadas. A mí me hubiera dado curiosidad al menos, pero hasta en eso éramos distintos.

Así como la memoria es extraña y guarda archivos azarosos, también lo es el olvido. Absorbe lagunas y océanos de historias con un criterio que debe contener reglas desconocidas para el usuario solo que no hay a quien reclamar por esa particularidad de diseño. Además, no hay consenso, esa característica por las que algunos se irritan otros agradecen.

Un día dejé de mirar hacia atrás por si se arrepentía y venía a buscarme como alguna vez lo hizo, dejé de recorrer los lugares en que compartimos pedazos de vida y dibujé en mi mente las coordenadas geográficas de dónde no volvería a forzar las probabilidades.

Otro recuerdo random: salíamos de colegio y varias niñas caminábamos conversando y riendo cuando un viejo que venía en sentido contrario a paso rápido e ignorando todo en su camino, me empujó tan fuerte que casi me caí. No alcancé a decir ni a hacer nada, no sé por qué me dio tanta pena en esa ocasión y cada vez que recuerdo esa escena. Tal vez porque seguí como si nada, recuperé el equilibrio en un santiamén y fingí que no me pasaba nada. Como ahora, como cuando le di ese regalo sabiendo que era el mejor y el último.

Es extraña la memoria.

Debo tomar ese café rápido, ya falta menos para encontrarme con mi amiga y debo caminar siete calles más.

Creo que ella también debió hacer tiempo y supongo que deberé agregar más calles y lugares a los recorridos que no haré. Venían ambos de la mano, se despidieron con un beso y ella partió casi corriendo al café dónde nos reuniríamos en diez minutos más.

 

 

 

 

Culture Club, Time https://youtu.be/5AjBOaWmXzM?si=FM6liwTuUKSgdrDy


lunes, 11 de septiembre de 2023

Fórmula

 

Foto de Jeswin Thomas pexels


Me pidieron finales felices porque la gente está aburrida de dramas y de personas solitarias, quieren imaginarse otras historias más optimistas y poco probables porque nadie se pone a pensar en la verosimilitud de los detalles o si la trama ya es conocida. Insistieron en que, en vez de llevar frases ambiguas y códigos de dudosa astucia, escribiera facilito sin dejar espacio a dobles o triples interpretaciones.

Y que si quería escribir en jerigonza mejor usara un diario de vida como cualquier adolescente. Lo que querían era una guionista de comedia romántica que se pudiera ver sin prestar demasiada atención. Lo peor fue que yo estaba convencida de estar haciendo eso. Cuando se lo confesé a la jefa del equipo de guionistas abrió los ojos espantada, se llevó el dedo índice a la boca, se levantó de la silla, se acercó a donde estaba sentada tomando nota de lo que me decía en mi teléfono, me tomó del brazo y me sacó de la sala de reuniones. Tenía cara de que iba a gritarme en cualquier momento, pero no lo hizo. Solo la oí suspirar y luego exhalar aire con forma de alivio.

-       Vuelve con algo decente, que sirva para este programa quiero decir.

Si no hubiera firmado ese contrato por diez entregas, si no me hubiera gastado la plata, si hubiera arrendado algo más barato o al menos construido en el patio de la casa de mi mamá, igual que mis dos hermanos mayores, si tantas cosas no hubieran sido como fueron, habría renunciado ahí mismo, sin mirar la cara de nadie.

-       Hay gente que toma buenas decisiones y otras que no.

Esa es una de las frases típicas de mi mamá, la dice con gracia, no como si se burlara, pero se burla y yo quisiera reírme de verdad y me río como si no entendiera. Y ella sabe que entiendo.

Me puse a recorrer los finales de libros de romances y de películas y no sé si tengo una distorsión o un sesgo cognitivo como dicen en Instagram, pero los romances clásicos ¡terminan todos mal! Catalina y Heathcliff se llaman cuando ella murió, Scartlett se da cuenta de que quiere a Rhett Butler cuando él le pide el divorcio; en Los Puentes de Madison, Francesca elige su vida buena y normal y Robert sigue cual trompo cucarro dando vueltas sobre el mismo eje; el Dr. Zhivago que muere de un infarto al ver a su enamorada Lara desde un tren y Casablanca tiene un final lleno de sacrificios. Tampoco es que creyera que lo que escribía alcanzara ese nivel de drama o siquiera algo de su calidad en el relato o la historia. Mi mamá me lo había dejado claro.

-       Déjate de tonterías, están bien para no ser escritora ¿qué querías? Encuentro que has logrado mucho más de lo que yo pensaba o de lo que tú pretendías ¿cierto? Aguantaste tres semestres de literatura en la universidad antes de darte cuenta de que no te serviría para vivir de eso o no con el tipo de vida que querías.

Tanto pelear con la señora, más en mi mente que con ella, para terminar convirtiéndola en una especie de vocecilla chillona e insistente y odiosa y razonable y realista y tan de sentido común, que sus palabras y argumentos eran indesmentibles.

¿Qué me diría? Que viera las películas de Netflix, que leyera a Corin Tellado, que viera más Disney moderno y esta vez obedecí. Hay una fórmula al parecer infalible, tanto como predecible, pero a nadie parece incomodarle.

Dos se conocen en circunstancias nada propicias para el romance; el conflicto surge por la antipatía, algún malentendido o confusión, luego la cercanía conduce a la atracción, más adelante otro conflicto, en apariencia insalvable, que lleva a una separación dolorosa y llena de lágrimas. El reencuentro feliz llega con la escena en una estación de trenes, de buses o el aeropuerto en que uno de los dos, a veces los dos, han perdido la esperanza, pero uno sufre un súbito ataque de valentía y emprende una loca y vertiginosa carrera por alcanzar a su amor y rescatarle de un destino triste y solitario.

Un lugar llamado Notting Hill, Amigos con ventajas, Cuatro bodas y un funeral y por supuesto el clásico de los clásicos Orgullo y Prejuicio tienen la misma estructura.

Esa escena en donde aparece el galán, Mr. Darcy, en medio de la niebla de la vida al encuentro de la insomne enamorada, escotada como si no hiciera frío, llega directo al inconsciente femenino condicionado desde casi siempre.

No es difícil copiar esa estructura diría mi mamá, que no sea así casi nunca en la vida no tiene ninguna importancia, esa es precisamente la gracia: una fantasía ingenua viene bien a estos tiempos de descreimiento y desencanto. Mi madre no diría eso último.

Cuando tuve clara la fórmula me puse manos a la obra, inventé nombres de lugares y personas; mezclé argumentos de una película con otra para tratar de despistar. Busqué paisajes y melodías evocativas, busqué el Google fotos de distintos aeropuertos y terminales de buses, a algunas historias agregué muelles y otros escenarios en los que me imaginaba que un dron podía grabar la escena desde el aire y entonces dar una sensación de profundidad y simbolismo a la escena final. Me dijeron que exageraba con el viento y la lluvia así es que tuve que adaptar los finales a lugares más cercanos y menos costosos como ítem de locación.

Me acostumbré a pasear por lugares comunes y corrientes que podían volverse el final de una historia sosa y muy romántica. Casi podía escuchar la voz de mi mamá diciendo: − ¡ahí tontona! – y entonces miraba y se me ocurría algún diálogo o un detalle para complementar lo que era evidente que dirían. El problema con la productora era que insistía en agregar elementos demasiado cursis. Ahí me convertía en mi madre y empezaba a gritonear a todo el que se me cruzara en el camino hasta que respetaban el diseño original.

Me quedaban dos entregas más y la fórmula era casi una tortura. Solo quería terminar de una vez porque ahora que estaban satisfechos con mis historias, que de mías no tenían nada, era yo la descontenta con esos finales felices.

Estaba redactando en mi mente el último capítulo en un lugar sin importancia, en un café cualquiera, sin lluvia y sin viento. En uno de esos días, meses, años, indistinguibles unos de otros levanté la vista y estaba allí cerca quien no esperé ver nunca más. Por menos de un segundo pensé que la fórmula podía darse alguna vez en una vida tan real como la mía. Que estaba ahí por mí y no porque sí, porque no todo pasa por algo.

Y solo por variar la elipse en la que las operaciones estadísticas tienen lugar me puse a sonreír y a esperar a que se acercara sin escuchar la vocecita chillona de mi mente.


Frank Sinatra, The world we knew https://youtu.be/dthgRdTf0Ds?si=-5nY6Dk4c1x0Elpx

La cortaron verde

  Luego del portazo producido por el viento de ese verano, se quedó a cargo del cuidado de la chacra. Era pequeña, pero para quien solo sabí...