¿Cómo
era la frase? Si usted hace lo mismo cada vez no espere obtener resultados
diferentes.
Simplifique,
simplifique.
Aplaudió
a rabiar a la conferencista de las obviedades. Si bien se podía oler la
estrategia de la psicología inversa, a veces le daban ganas de ser concreto y
muy literal, −los insultos favoritos de su esposa −. Hacer como que no se
entiende el subtexto de una discusión que no lleva a ninguna parte es todo un
arte y su esposa no era aficionada a nada figurativo, excepto, quizás, los
cuadros que se había dedicado a pintar como hobbie y que cada vez se
demoraba menos en terminar porque se trataba de manchas de colores que
combinaban con algún mueble o jarrón o cualquier cosa del living de la casa. Al
principio le pedía su opinión y él trataba de ser amable. Un día de esos en que
hubiera sido mejor ser un maniquí en una vitrina que nadie se detiene a mirar,
cometió el error de reírse, el título del cuadro era tan pretencioso como
ridículo y no pudo evitar ser sarcástico.
− Supongo
que con este completas la serie para la exposición en el Bellas Artes.
Ella
se puso a llorar como una niña, con sollozos y espasmos y cuando pudo hablar le
confesó que ya no soportaba su tonito irónico, su agresividad reprimida y su aire
de superioridad. Estaba harta de estar pendiente del tono y el rictus de sus
labios para saber si hablaba en serio o se trataba de una forma cobarde de ser
directo. Se sentía exhausta de estar en guardia en su propia casa y de tener
que soportar las risitas o reconvenciones suyas o de los hijos por no haber
captado la sutil diferencia de una frase burlesca que ella podía haber tomado
como un halago.
Se
quedó pensando en esa confesión y al fin pudo poner palabras al modo en que se
sentía de niño en la casa familiar. De ahí en adelante se propuso cuidar más a
quien había sido dulce y generosa con él. Se reservaba los sarcasmos para los
cafés con los compañeros del trabajo o los practicantes mano-de-obra-barata que
llegaban de tanto en tanto a la oficina. Se divertía con ellos en su el rol del
tipo macuco, mala onda a veces, original y divertido de vez en cuando.
Ingenioso.
Ese concepto le parecía más justo. A veces, con un poco de trago en el cuerpo o
un estado de éxtasis venido de alguna buena decisión o un acierto en cualquier
cosa, podía hacer llorar de risa a su equipo de trabajo, incluso o en especial
a los recién llegados. Su jefe se relacionaba con él de forma extraña, más bien
inconsistente, en ocasiones lo consideraba un tipo brillante por sus buenas
ideas y en otras temía a los comentarios mordaces dichos de tal modo que podían
ser un chiste o una observación de muy mal gusto. Tendía a tenerlo en la mira en
las reuniones, cuidaba sus palabras y en esta ocasión, como en casi ninguna
otra le pidió que repitiera en voz alta lo que murmuraba a quien estaba a su
lado
− El
sr. Valverde, abogado, velará por ustedes en caso de tener problemas con algún
cliente.
− Seguro,
le importamos tanto que nos calculará el finiquito en menos de cinco minutos
− ¿Qué
dijo?
Esta
vez había escuchado la frase y pretendió aleccionarlo delante de todos porque
Valverde era un tipo leal y comprometido con el equipo y no se merecía ese
menosprecio.
− No
dije nada jefe ¿cómo podría? Sé de su aprecio por el señor abogado.
Todos
se rieron, había hasta rumores de romance entre Valverde y el jefe y este no
era capaz de enfrentar el comentario en ese contexto.
− Me
pareció que dijo algo, pero veo que me equivoqué.
Mil
goles para el ingenioso, cero para el jefe quien comprobaba una vez más que se
trataba de un tipo poco confiable y cagón, pero hábil. Terminó como pudo esa
reunión, trató de no cambiar el tono o su expresión, sin mucho éxito.
Era
divertido ver al ingenioso cuando se encontraba con alguien casi tan rápido
como él para los duelos verbales, un verdadero espectáculo de dimes y diretes
que se asemejaba a un ring de box en el que los dichos de uno pretendían noquear
al otro. Por lo general el desafiante perdía, pero el héroe de esta historia
sabía reconocer el talento ajeno y acusaba el golpe de una o dos frases que no
respondió a la altura. Se iba pensando de vuelta a la casa, en el largo camino diario
a casa que incluía micro, metro y colectivo. Paseaban por su mente las líneas que
podría haber dicho y se lamentaba de su error, también preparaba respuestas
para los posibles encuentros de los días siguientes. A veces se obsesionaba y
no podía parar de inventar situaciones en las que aplicaría sus habilidades con
el lenguaje. Ensayaba en su mente el tono, la oportunidad y la velocidad en que
pronunciaría determinado tema o palabra. Cuando la situación ameritaba máxima
concentración, decía sus líneas frente al espejo del baño, buscaba la mirada apropiada
y la sonrisa amplia con la que coronaría el momento.
− A
ver niños, un número primo no se puede dividir. Es como un huevo, no se puede cortar
un huevo ¿cierto?
− ¿Y
si es un huevo duro?
Ese
fue su primer acierto en clases, sus compañeros se reían a rabiar y al profesor
le fue muy difícil retomar el control de la clase.
− ¿Vino
de chistoso hoy día usted?
− No
¿y usted?
Los
niños se rieron de nuevo y pudo ver como el rostro del profesor se transformaba
y se inundaba de rojo. Esa situación le provocó tal satisfacción que no podía
olvidarla. Iba en quinto básico. Ese fue el comienzo del gusto por la sensación
de poder. En la adolescencia casi no podía refrenarse y sus padres eran
llamados con frecuencia a dar explicaciones por la insolencia sofisticada de su
hijo, la impertinencia y hasta crueldad con profesores y compañeros de clases. Dejaron
de llamarlos cuando el director, inspector y profesores advirtieron que era un
estilo comunicacional familiar y ninguno de ellos podía moverse bien en los
saltos lógicos desde lo textual y lo connotativo o viceversa con que los padres
defendían a su ingenioso hijo.
Es
difícil dejar un hábito, por malsano que sea este.
Eso
le ocurrió al ingenioso. Rara vez podía hablar sin dobleces, sin hacer que sus
interlocutores se sintieran incómodos u objetos de burla. Llegó un punto, ahora
en la adultez, en que cuando intentaba ser amable o hablar desde la honestidad,
se veía muy a menudo dando explicaciones o agregando al final de sus frases –
lo digo en serio −, pero no lograba aun controlar esa sonrisa final que hacía
dudar a casi todos de la veracidad de sus palabras.
En
algunas circunstancias se lamentaba por su incapacidad para controlarse, en
especial con las personas que amaba. Con ellos adoptaba un tono dulzón
exagerado para reforzar una frase cariñosa – estoy muy orgulloso de ti – o un
efusivo − ¡muy bien hijo! −, pero precisamente por lo exagerado del tono, la
frase parecía una burla en un nivel más amplio y sonaba hasta cruel.
Entonces
se enojaba y los hacía sentir ridículos − ¡cómo me voy a estar burlando! ¿no captas
la diferencia entre un chiste y una observación genuina? Debes estar mal
¿tienes muchas preocupaciones acaso? uno trata de ser amable y responden puras
leseras.
La
casa comenzó a sentirse silenciosa, los diálogos alrededor de la mesa
comenzaron a escasear y abundaban los monólogos del ingenioso seguidos de otros
de su esposa que trataba de generar conversaciones en que los hijos se
sintieran incluidos. A veces ellos, buenos alumnos, se unían al padre para congraciarse
con él haciendo gala de su negro estilo de humor con las mismas armas del
ingenioso para pesadilla de la madre y en otras, por turnos, consideraban que
todo era demasiado y ya no querían hablar con ninguno de los dos. Uno se paraba
de la mesa sin decir nada, otra se negaba a responder y la tercera se refugiaba
en un silencio pertinaz y selectivo.
El
ingenioso se propuso dejar de hablar así con la familia, tenía que salvar los
afectos que le quedaban, pero le era tan difícil hablar sin burlarse que también
se fue quedando callado y solo. Incluso cuando reconoció en el trabajo, en la
familia y en el circulo de amigos, que se sentía prisionero de sus palabras y la
forma en que las ordenaba, los demás optaron por no creerle, reírse y alabar su
inagotable ingenio para divertir a los demás. Lo anterior no deja de ser irónico
¿no? más aún cuando frente a la más encendida declaración de amor que pudo
pensar para su mujer a esta solo se le ocurrió decir − ¿es en serio? − y él respondió
en automático − ¿eso creíste? – acompañó la pregunta con una sonrisa amplia y una
ceja levantada.
Julius
Popper, La innombrable https://youtu.be/-Cw48NHpWPo?si=-678y5K5X-iiwpyt
Spandau Ballet, Communication https://youtu.be/fWM6kDbxT9g?si=FUo5d5KJXnBFAO3C
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